Doña Luz - 08

Total number of words is 5063
Total number of unique words is 1649
35.4 of words are in the 2000 most common words
50.2 of words are in the 5000 most common words
57.5 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
leguas en cuarenta y ocho horas, que hace sólo desde que me conoce y
trata.
--¿Y por qué no ha de andar o por qué no ha de haber andado ya esas mil
leguas?
--Porque es harto difícil y porque a nada conduciría. Mira, Manuela,
¿qué no te declararé yo? Confieso que he pensado en la posibilidad de
ese amor; pero le he desechado como locura. D. Jaime es ambicioso, y
apenas tiene para él sólo con su sueldo y sus rentas. En mí no podría
poner la voluntad sino para casarse conmigo. ¿Y qué puedo yo llevarle?
Mis bienes, cuidados por mí, estando yo aquí sobre ellos, producen
20.000 rs. el año que más: si me fuese de aquí, no me producirían 10.000
rs., o administrados o en arrendamiento. Mi boda con D. Jaime sería como
grillos con que él ataría sus pies; sería para él una carga muy pesada.
Claro es, pues, que D. Jaime, aunque por acaso se sintiese inclinado a
amarme, que lo dudo, desecharía de sí el amor como una tentación insana;
como un disparate funesto.
--Luego tú--interrumpió doña Manolita--, no concibes que te quieran sino
por cálculo. No te entiendo. Lo que lisonjea y enamora es que la quieran
a una, aunque sea pobre, y no por ser rica.
--De acuerdo--contestó doña Luz--. Yo no sé si amaría a D. Jaime, si él
me amase; pero de seguro que no le amaría, si yo fuese rica y llegase yo
a sospechar que por hacer un negocio él me amaba. Ve ahí por qué no me
casaré nunca. Rica yo, recelaría siempre que no me amaban por mí, y
pobre, recelo que no me amen hasta el extremo de que se sacrifiquen
amándome. Como no me case con algún señorito de estos lugares, para
quien sólo puedo ser un partido proporcionado, en que ni él se
sacrifique, ni yo sea para él un dote y no una amada compañera de toda
la vida, no veo novio adecuado para mí en el mundo. Mi único amor será
este....
Y alzándose de su asiento, en uno de aquellos arrebatos ascéticos que de
vez en cuando tenía, abrió doña Luz su famoso cuadro del admirable
Cristo muerto y puso sus rojos y frescos labios sobre los labios lívidos
de la tremenda imagen.
Doña Manolita había ya visto el cuadro otras varias veces, pero nunca le
hizo más honda impresión que en aquel momento; cuando se unieron la
lozanía de la mocedad, la exuberancia de la vida y la hermosura briosa
de doña Luz con tal fiel trasunto del dolor y de la muerte.
Esta y otras conversaciones que tuvo doña Luz con su amiga, y los
propios monólogos y los constantes pensamientos que la asaltaban, fueron
acrecentando en el alma de la soberbia dama un recelo que sublevaba su
orgullo, y contra el cual trató de armarse de todos los bríos de su
pecho.
Don Jaime iba a volver. Don Jaime, después de la visita a todos los
lugares, iba a pasar otros tres días en aquel pueblo. ¿Incurriría doña
Luz en la debilidad de prendarse algo, de inclinarse un poco, y en
balde, al diputado? Sólo de imaginarlo, de presentar en su mente la
remota hipótesis, doña Luz se ponía encendida como la grana y se llenaba
de vergüenza como si la ultrajasen con el desprecio.
Propuso, pues, en su corazón estar serena y fría a los halagos de D.
Jaime cuando volviese; y olvidando, con este nuevo peligro, el que podía
haber en los diálogos íntimos, en las disertaciones sabias y en la
atención y en la emoción con que oía al P. Enrique, volvió con más
ternura amistosa que nunca a buscar la conversación del Padre, a
deleitarse en ella, y a dar señales inequívocas de la predilección con
que le miraba.
Pronto se pasó de este modo una semana entera, al cabo de la cual, con
no menor pompa y estruendo, volvió a Villafría el ilustre diputado D.
Jaime, acompañado de D. Acisclo y de Pepe Güeto.
En la casa de D. Acisclo se renovaron las comilonas, las fiestas
espléndidas y todo el lujo de que ya se había hecho gala la primera vez.


-XIV-
Solución de la crisis

Seguía D. Jaime observando siempre la misma conducta respecto a doña
Luz. Sus atenciones no podían ser más delicadas ni más respetuosos sus
requiebros. En alguna ocasión creyó advertir doña Luz que D. Jaime se
animaba demasiado, pero el orgullo de ella acudía al punto a refrenar la
lengua del galanteador, para lo cual bastaba un leve gesto de
impaciencia o de disgusto o una mirada severa.
Así se pasaron dos días de los tres que D. Jaime tenía que estar en
Villafría, y amaneció el día tercero y último. A la madrugada siguiente
D. Jaime debía salir para Madrid. Eran las ocho y doña Luz estaba ya
levantada y vestida como para ir a la calle. Aquel día, con más
sentimientos religiosos que de ordinario, antes de ir a la iglesia
adonde pensaba ir y oír misa, abrió el cuadro del Cristo, se arrodilló
delante de él y se puso a rezar con devoción grandísima.
Había dicho a su doncella que no entrase hasta que ella llamara. Doña
Luz se creía completamente sola.
En aquella soledad y excitada por el rezo, quién sabe qué ideas
melancólicas atravesaron por su mente, ni qué amarga ternura hirió su
corazón; ello es que exhaló un profundo suspiro y dos gruesas lágrimas
brotaron de sus hermosos ojos y se deslizaron por sus frescas y
sonrosadas mejillas.
La hija del médico, única persona que podía penetrar hasta allí sin
permiso de nadie, había entrado, sin que doña Luz, embebecida en sus
devociones, notase su presencia.
Doña Manolita contempló, pues, a todo su sabor el ferviente rezo de su
amiga y la efusión de suspiros y de lágrimas con que hubo de terminarle.
Entonces, sin detenerse más, se arrojó en sus brazos y enjugó con besos
las lágrimas que humedecían su rostro.
--¿Qué es esto? ¿Por qué lloras así?--dijo doña Manolita.
Y sin contestar a la pregunta, preguntó a su vez doña Luz.
--¿Cómo te has entrado hasta aquí? ¿Qué te trae a verme tan de mañana?
¿Por qué me has sorprendido?
--Perdona que te haya sorprendido; perdona que haya interrumpido tus
oraciones. Ya sabes tú que yo no madrugo para ti sino cuando tengo que
comunicar contigo algo de muy importante. Quizá desde el día en que te
di parte de mi proyectada boda con Pepe Güeto, no he usado hasta hoy de
la licencia que tengo de venir aquí de mañana.
--Así es la verdad, pero yo no me quejo de que vengas. Yo me alegro de
que hayas venido. Lo que hago es extrañarlo, por lo mismo que de mañana
no vienes nunca. ¿Qué nueva, pues, no menos importante que el anuncio de
tu boda, puede hoy moverte a visitarme tan temprano?
--Vengo aquí de embajadora: te traigo un recado que arde en un candil.
--¿De quién es el recado?
--Del Sr. D. Jaime Pimentel--dijo doña Manolita.
--El rubor coloró el semblante de doña Luz, quien no acertó a disimular
con su amiga íntima el contento y la satisfacción de amor propio que
aquello le causaba.
--¿Qué recado, qué embajada me traes? ¿Es alguna burla tuya, o de D.
Jaime Pimentel?
--Nada de burla. Esto va de veras y muy de veras. Don Jaime te idolatra.
--¿Y por qué no me lo ha declarado? ¿Tan tímidos son en el día los
caballeros cortesanos que no se atreven a declararse ellos mismos?
--No le culpes. Don Jaime no peca ciertamente por timidez. Él lo explica
todo de un modo satisfactorio. Dice que una declaración directa de su
parte requería mucho más tiempo; no podía ser tan brusca y repentina.
Era menester espiar la ocasión, preparar tu ánimo sin valerse de
precipitados galanteos que tu severidad rechaza, y en tres días, por
bien que él los aprovechara, no cabían tantos trámites y preparaciones.
Por esto me ha buscado a mí. Anoche, al salir de tu casa, me acompañó
hasta la mía, y tuvo conmigo una larga conferencia. Bien te lo había yo
pronosticado. Le diste flechazo. Está loco de amor por ti, y me pide que
por él interceda.
--¿Qué delirio es ese?--exclamó doña Luz--. ¿Lo ha reflexionado D.
Jaime? ¿Sabe que con un corazón como el mío no se juega? ¿Ha pensado
bien que yo no puedo ser objeto de un capricho efímero, sino de una
pasión que decida del porvenir de la vida toda?
--Si D. Jaime no lo supiera, no hubiera acudido a mí. Si no hubiese
formado un propósito para toda la vida, propósito cuya realización de ti
sólo depende, no vendría yo a hablarte en su nombre.
--¿Sabe D. Jaime que soy pobrísima?
--Conoce con exactitud los bienes que posees.
--Es singular--dijo doña Luz--. Te lo confieso: yo tenía de mí misma y
de los hombres mucha peor opinión. No me sentía capaz de inspirar amor
tan desinteresado a quien la ambición seduce y sonríe, halaga la
fortuna, y quieren y miman en Madrid, a lo que aseguran, las más altivas
y bellas mujeres. No pensaba yo tampoco que así, de repente, pudiese
enamorarse un hombre con tal desinterés.
--Pues no lo dudes: don Jaime te ama de esa manera. Dime tú si le
correspondes.
--No sé qué contestar. Mi gratitud es inmensa. Antes de la gratitud,
antes de que hubiese motivo para tenerla, ¿por qué ocultártelo? la
elegancia de don Jaime, su discreción, su fama de valeroso soldado, la
noble gallardía de su persona, todo me inclinaba a quererle bien y
mucho; pero el recelo de no ser amada sublevaba mi orgullo, y mi orgullo
ha hecho cuanto es posible para ahogar esta inclinación naciente.
--Y ahora que sabes ya lo bien pagada que es tu inclinación, ¿qué
sientes?, ¿qué piensas de D. Jaime?
--Siento y pienso... que no debo dar en seguida un sí de que tal vez no
haga él mucho aprecio si con tal facilidad le obtiene. Además, no basta
ser amada. Es menester pensar en el término de estos amores.
--¡Hija mía! ¿Qué otro término pueden tener sino el de que os case el
cura?
--Es cierto; y eso precisamente me obliga a meditar mucho. Yo soy muy
rara de carácter. No quiero que nadie me ame por conveniencia, y me
repugna también que alguien imagine que la conveniencia influye en el
amor mío. Si yo me casase con D. Jaime, pobre como soy, ¿no podría
alguien imaginar que me excitaban a este enlace el afán de salir de
Villafría e ir a Madrid, la posición del novio, sus grandes esperanzas,
y hasta las mismas ventajas materiales de que ya goza? Él, por otra
parte, no es rico para nuestra clase, y preveo los apuros, las
dificultades económicas, la horrible prosa del hogar doméstico, sin
recursos suficientes. Esto me arredra. Y no me arredra por mí, si
atiendo sólo al bienestar material, sino porque me sonrojo de pensar que
pueda yo ser causa de que un hombre viva lleno de ahogos. Si él se
quedase conmigo aquí, me sacrificaría su ambición, su carrera, su
porvenir. Si él me llevase a Madrid en su compañía, viviríamos muy mal,
haría yo acaso muy triste figura en las sociedades que él frecuenta, y
¿quién sabe si esto le movería a que dejase de amarme? ¿quién sabe si
cansado de mí acabaría hasta por cobrarme odio?
--Veo que alambicas demasiado y te complaces en atormentarte y en crear
obstáculos para lo que más deseas.
--¿Y quién te afirma que lo deseo? Yo misma lo ignoro; tengo mis dudas:
no veo claro en el fondo de mi alma. ¿Será la vanidad satisfecha, será
el pueril contento de verme querida de persona de tanto valer, lo que me
induce a pensar que yo también la quiero? ¿Qué es amor? ¿Es amor esto
que siento en mi alma y que me lleva hacia ese hombre? Mira, Manuela,
¿por qué no decírtelo todo? Todo esto es tenebroso y confuso. Hay otro
hombre de cuyos labios estoy pendiente cuando habla, cuyo talento me
asombra, cuya superioridad intelectual me subyuga, cuyas virtudes me
llenan de maravilla y de entusiasmo, cuyo fondo de bondad altísima
percibo claramente allá en las profundidades de su corazón, y ya sabes
mi enojo, mi repugnancia a que se piense que ni un solo instante puedan
confundirse con algo parecido al amor los sentimientos que ese hombre me
inspira y que yo le inspiro sin duda. Con D. Jaime ocurre lo contrario;
apenas le conozco; no sé si es bueno o si es malo; su entendimiento me
parece de menos quilates, y sin embargo, me siento arrastrada hacia él.
¿Amo acaso en él el amor que muestra y que tanto me lisonjea? ¿Lo que en
el otro me repugna, lo que mata el amor es sólo el respeto a las leyes
que le prohíben?
--No te comprendo--interrumpió doña Manolita--. Ya no eres tan criatura
que no sepas lo que es amor, ni atines a descubrirle en tu pecho. ¿No es
brioso, bello, valiente, pulcro y discretísimo D. Jaime? ¿No es libre?
¿No te ama? ¿No te da pruebas de amor, decidido, como está y como me ha
dicho, a casarse contigo? ¿No es un caballero bien nacido y honrado?
Pues entonces ¿a qué todas esas quintaesencias y marañas sutiles con que
te devanas los sesos? Dile que sí; ámale; cásate con él y verás cuán
dichosa eres. Da esperanzas al menos de que le amarás, si no quieres dar
un sí completo y redondo desde el principio. Con estas esperanzas, él lo
promete, no se irá a Madrid y permanecerá en Villafría. Buscará un
pretexto plausible para no irse. Dirá que se queda para comprar quince
aranzadas de olivar, que lindan con las suyas, y para cuya compra está
ya en tratos.
--Lo que me aconsejas es vulgar; perdona mi crudeza de expresión: es
feo. Yo no debo dar esperanzas de una cosa de que yo misma no esté
segura. Y si estoy ya segura de ello, es artificio ridículo ocultarlo y
dar esperanzas, e ir descubriendo poco a poco mi corazón. Si no amo a D.
Jaime, no debo engañarle con esperanzas inciertas. Preténdame él y trate
de conquistar mi voluntad y de rendirme, sin que yo le aliente con
esperanzas. Y si le amo, debo ser franca y decírselo luego, ya que me
ama él. Aunque dé poca estimación a un sí tan fácil y tan pronto, debo
darle ese sí.
--Soy en todo de tu opinión. Dale ese sí: que le oiga de tu boca y será
el más feliz de los mortales.
--¿Y cuándo? ¿Y de qué suerte? No: no le digas nada. Tengo vergüenza.
Cállate; cállate por piedad. Que se vaya y me deje tranquila en mi
retiro.
--Ea, mujer, no seas desatinada. ¿Cómo se ha de ir sin contestación,
después del paso que ha dado?
--¿Y qué le contesto, si no sé qué contestarle? ¿No crees tú que va a
arrepentirse no bien le diga que sí? ¿Crees tú que me ama de veras, con
todo el ser de su vida como yo necesito ser amada; como yo le amaría si
me amase?
--Vaya si lo creo. Sus palabras infunden la creencia en el entendimiento
más inclinado a dudar. Óyele, y quedarás convencida. Quiero atreverme a
decírtelo. Por Dios, Luz, no te enojes. No he sabido resistir a sus
ruegos. Le he traído en mi compañía. Está aguardando en la cuadra alta.
Voy a llamarle volando.
Antes de que doña Luz consintiese, su amiga, ligera como una corza,
había salido en busca del diputado brigadier.
Doña Luz no sabía lo que le pasaba. Estaba agitadísima. Era la primera
vez que se iba a ver a solas con un joven enamorado, en aquel púdico
retiro, donde había vivido los más floridos años de su juventud. Todos
los vagos ensueños de amor, todas las palabras dulces, todos los regalos
del alma se ofrecieron de repente a su fantasía, no ya cifrados en un
ser ideal y aéreo, creación imaginaria, sino aplicados y consagrados al
amor de una persona real y llena de vida, cuyas excelentes prendas se
complacía en reconocer y cuyo afecto hacia ella adulaba su orgullo.
La sombra melancólica del P. Enrique cruzó por su mente,
entristeciéndola. Miró la imagen del Cristo muerto y se le antojó que se
parecía al P. Enrique. Era de día claro. Entraba el sol por la ventana,
y sin embargo, sintió cierto temblor al mirar el Cristo. Acudió a él
precipitadamente y le cubrió con el otro cuadro.
Como para apartar de sí toda imagen tétrica se miró entonces al espejo.
Se vio hermosa, gallarda, toda lozanía, juventud y elegancia, y halló
natural, casi forzoso, que D. Jaime la amase.
Después pensó de nuevo en el P. Enrique, pero de otra manera. El mismo
amor de ella hacia D. Jaime aclararía lo que en su inclinación hacia el
Padre podía haber de ocasionado a dudosas interpretaciones. Esto la
impulsaba a creerse y a sentirse enamorada de D. Jaime. Amando a D.
Jaime desaparecería a sus ojos todo lo que hubiera podido tener de raro
su amistad con el misionero. Lo ridículo que en aquellas relaciones
había creído entrever a veces desaparecía ya, y todo se explicaba.
Esta serie de pensamientos pasó en un instante por el alma de doña Luz.
Un instante no más fue lo que tardó D. Jaime en aparecer a la puerta del
saloncito que doña Manolita había dejado abierta.
No tuvo D. Jaime que hablar palabra para obtener el permiso de entrar en
el saloncito. Ella le aguardaba; ella le vio venir y le recibió sin
cumplimientos ni ceremonia.
Doña Manolita se quedó fuera y D. Jaime entró solo.
Llegó precipitadamente donde doña Luz estaba de pie; hincó en tierra
ambas rodillas, y dijo con acento conmovido:
--Ya lo sabe V. De V. depende mi dicha o mi desdicha. Aquí aguardo mi
sentencia.
Todo discurso más prolijo hubiera sido absurdo en aquella ocasión; toda
arte vana; toda precaución chocante.
La puerta del saloncito había quedado de par en par y D. Jaime estaba de
rodillas a los pies de doña Luz. Se diría que se acababa de entregar a
discreción, que todo por su parte estaba dicho, y que a ella tocaba sólo
hablar e imponer condiciones.
El orgullo de doña Luz se sentía vivamente lisonjeado. Aquel _dandy_,
aquel valiente, aquel hombre de porvenir y de carrera, estaba allí
postrado ante su hermosura, sin más resorte para tanto rendimiento que
el repentino y ardiente amor que ella había sabido inspirarle.
Doña Luz enmudeció: no acertó a decir palabra alguna; pero en su rostro,
donde no cabía el disimulo y donde se reflejaban todos sus sentimientos,
se pintaban el júbilo, la emoción afectuosa y la agradable sorpresa.
Como tal vez las nieves detienen y con la misma detención prestan más
brío a la virtud germinal de la primavera, la cual aparece de súbito y
da razón de sí cubriendo los árboles de verdura y los campos de flores,
así el anhelo de amar y todo el ser apasionado del virgen corazón de
nuestra heroína despertaron de repente, reprimidos hasta entonces por la
prudencia, y como dormidos hasta los veintiocho años. Doña Luz sintió
nacer en su espíritu la primavera de la vida; oyó cantar las aves; vio,
como en espejo mágico, el paraíso; aspiró el perfume embriagador de
rosas hadadas, y pensó que se extendían por su seno el calor suave y la
luz dorada de un sol ideal, iluminando y vivificando un mundo bellísimo,
recién creado y oculto en su alma.
Temió luego que tan rica creación se desvaneciese, que se disipase como
si fuera soñada, y exclamó al fin con extraño candor:
--¿No me engaña V.? ¿Es cierto? ¿V. me ama?
--Con todo mi corazón--contestó D. Jaime tomando la linda mano de doña
Luz y estampando en ella un beso.
--No sea V. loco. Levántese V.--dijo doña Luz, retirando con suavidad su
mano de entre las de don Jaime.
--No me levantaré--replicó éste--, hasta saber si usted me corresponde.
--D. Jaime, por Dios, ¿qué quiere V. que yo le diga? Yo no sé si le amo
a V.: pero si el contento que me causa el creerme amada y el temor de
perder esta creencia son síntomas de amor, me parece que le amo.
Doña Luz se sonrojó como nunca al pronunciar tales palabras, y D. Jaime
se levantó mostrando en su semblante la gratitud y la alegría que la
confesión de doña Luz le causaba.
Después dijo:
--Deseche V. todo temor, y conserve la creencia de que la amaré siempre,
y de que mi amor hacia V. sólo puede compararse con el respeto y la
profunda admiración que V. merece.
Llegadas a ese punto las explicaciones, y yendo por camino tan llano,
todo quedó tácitamente concertado en aquella entrevista, que duró
poquísimo.
Doña Luz estaba turbada y confusa, pero la majestad severa de su rostro
y ademanes hubiera contenido al amador más audaz.
Don Jaime se creyó amado, y ni siquiera con otro beso en la mano de doña
Luz se atrevió a manifestar que amaba a su vez, y que estaba agradecido.
En suma, dado el modo de ser de doña Luz, y después de declarado de
ambas partes el amor, no había trámite, ni coloquio tierno a solas, ni
dilación que valiera. Las bodas tenían que venir a escape.
Doña Luz era harto vehemente para hablar con serenidad y con frialdad de
otro cualquiera asunto, y a solas, con el hombre a quien casi acababa de
decir: te amo; y era tan casta y tan pura, que helaba todo deseo y
mataba toda esperanza de obtener de ella la más inocente anticipada
caricia o de adelantarse a hacerla sin exponerse a su enojo.
De aquí el grande embarazo en que se vieron doña Luz y su amante apenas
se dijeron que se querían. Doña Luz, sobre todo, no sabía qué hacer. Se
sentía avergonzada de lo que había dicho, quería huir de las miradas de
aquel hombre, y no se resolvía a huir, temerosa de que su fuga pareciese
artificio o ridícula puerilidad impropia de una mujer de veintiocho
años.
Por fortuna, doña Manolita presintió por instinto aquella situación
difícil, y libertó de ella pronto a su amiga, presentándose otra vez en
el saloncito.
Ya, más tarde, durante el almuerzo, en medio de los convidados, a la
vista de D. Acisclo y del P. Enrique, y después de haberse serenado y
repuesto de la primera emoción, doña Luz habló a D. Jaime con reposo; le
halló dispuesto a todo, y como ella no tenía padre ni madre a quien
consultar, ni él tampoco los tenía, ambos determinaron casarse sin ruido
ni aparato, y lo más pronto posible.
A fin de no dar parte en seguida, sin que nadie extrañase la
prolongación de su estancia en aquel lugar, D. Jaime dijo que se quedaba
una semana más para ver si compraba el olivar que tenía en tratos.


-XV-
Primera traza de un idilio matrimonial

Difícil es tener nada oculto en un pueblo pequeño. Todo se sabe en
seguida, aun cuando importe que no se sepa. La proyectada boda de D.
Jaime y de doña Luz, que nada importaba que se supiese, no es de
extrañar, pues, que llegara al punto a noticia de todos en Villafría.
La detención de D. Jaime se atribuyó desde luego a su verdadero motivo,
y nadie juzgó sino pretexto lo de la compra del olivar.
Aquel caso de amor fulminante y sobre todo aquel tan improvisado
consorcio, dieron muchísimo que decir, comentar y murmurar.
En los lugares andaluces, nada hay que pasme tanto como una boda
repentina. Por allí todo suele hacerse con mucha pausa. En parte alguna
es menos aceptable el refrán inglés de que _el tiempo es dinero_. En
parte alguna se emplea con más frecuencia y en la vida práctica la frase
castiza y archi-española de _hacer tiempo_; esto es, de perderle, de
gastarle, sin que nos pese y aburra su andar lento, infinito y callado.
Pero donde más se extrema en Andalucía el _hacer tiempo_ es en los
noviazgos. Contribuye a esto, por un lado, la prudencia que,
reconociendo lo grave y trascendental del matrimonio, nos aconseja de
continuo: _antes que te cases, mira lo que haces_. Y contribuye mucho
más, por otro lado, que este _mirar lo que se hace_ es sumamente
divertido; es el mejor modo de matar o de hacer tiempo; es una grata
ocupación, que se proporciona quien no tiene ninguna, y que no bien se
casa se queda sin ella.
De aquí, sin duda, los interminables noviazgos de mi tierra, en los
cuales además se dan los más bellos ejemplos de firme constancia que
pueden registrar las historias de amor. Noviazgos hay que empiezan
cuando el novio está con el dómine aprendiendo latín, pasan a través de
las humanidades, de las leyes o de la medicina, y no terminan en boda
hasta que el novio es juez de primera instancia o médico titular.
Durante todo este tiempo, los novios se escriben cuando están ausentes;
y cuando están en el mismo pueblo, se ven en misa por la mañana, se
vuelven a ver dos o tres veces más durante el día, suelen pelar la pava
durante la siesta, vuelven a verse por la tarde en el paseo, van a la
misma tertulia desde las ocho a las once de la noche, y ya, después de
cenar, reinciden en verse y en hablarse por la reja, y hay noches en que
se quedan pelando la pava otra vez, y mascando hierro, hasta que
despunta en Oriente la aurora de los dedos de rosa.
En comprobación de esto se cuenta de cierto novio antequerano, que al
fin tuvo que casarse a los ocho años de ser novio; y que, no bien se
casó, se mostraba afligidísimo por no saber qué hacer de su tiempo. De
otro novio, natural de Carcabuey, he oído yo también contar, como
testimonio de lo arraigada que está la idea de que el matrimonio exige
mucha calma antes de llevarle a cabo, que su futura suegra, considerando
que su hija llevaba ya trece años de hablar con aquel novio, sin que
llegase él a pedirla, y que ella se iba ajando y marchitando un poco, se
resolvió a preguntar al novio qué intenciones traía. Y habiéndose armado
de resolución y hecho la pregunta, el novio contestó muy sorprendido y
un sí es no es contrariado:--¡Válgame Dios, señora! ¿Es esto puñalada de
pícaro?
Prevaleciendo y aun privando en Villafría tan sanas doctrinas acerca de
la longevidad de los noviazgos, ya se hará cargo el lector del asombro
que produciría aquel arrebato, aquella impremeditación con que doña Luz
se decidió.
--Esto es un escopetazo--decía uno.
--Vamos--decía otro--, todo se comprende bien: si ella aseguraba que no
pensaba en casarse, era por vanistorio, porque desdeñaba a los
lugareños; pero, apenas llegó por aquí un currutaco de la corte, cayó
sobre él y le atrapó, como la araña atrapa a la mosca.
Los pretendientes desdeñados, que antes lo llevaban todo con
resignación, dando por supuesto que los consolaba, que los desdenes de
doña Luz nacían de su amor a Dios y al cielo, cuando supieron que doña
Luz gustaba tanto de la tierra y de otro hombre como ellos, no la
perdonaron tampoco, y censuraron su ligereza.
--Se ha echado en brazos del primer venido--exclamaban--, sin amor, sin
estimación, porque ni el amor ni la estimación nacen tan de súbito. La
ha seducido el afán de ir a brillar en los Madriles.
Hasta la gitana buñolera que se ponía a freír y a vender sus buñuelos en
la esquina de la casa de don Acisclo, gitana muy sentenciosa, llamada la
Filigrana, más célebre por sus sentencias que el mismísimo Pedro
Lombardo, dijo en tono irónico:
--Doña Luz es una perla oriental, y la perla no repara en el pescador,
ni en si vale o no vale; lo que pretende es que la pesque y la lleve a
lucir en el Olen del Oclaye.
No pocas de tales murmuraciones llegaron a los oídos de doña Luz; pero
no hacían mella en su corazón. Nada de lo que encerraban en sí hallaba
eco en su limpia y tranquila conciencia. Doña Luz era mujer y tenía alma
y sentía necesidad de amor. Su amor, sin objeto visible y humano, había
estado como aletargado hasta entonces. Un objeto digno se ofreció al fin
a sus ojos, y doña Luz le consagró al punto todo su amor. Cada día, cada
hora que pasaba, afirmaba más a doña Luz en la creencia de que don Jaime
lo merecía. El mismo amor de D. Jaime, la decisión con que le había
ofrecido su mano, a ella, desvalida, huérfana y pobre, era la garantía
mejor y más segura.
En cuanto a que ella se casaba por deseo de ir a figurar en Madrid, doña
Luz reía desdeñosamente al oírlo. Doña Luz tenía resuelto no ir a Madrid
mientras pudiera no ir: quedarse en Villafría viviendo en su casa
solariega; tener allí su centro, su cuartel general, su nido; cuidar
desde allí de sus bienes e irlos mejorando y aumentando; ahogar en su
alma toda propensión celosa; y, no ya consentir, sino impulsar a su
marido a que fuese él solo a la capital, a brillar en el Congreso de
Diputados, en las luchas políticas y en los negocios militares. Doña Luz
quería imitar en esto a Vitoria Colonna, y esperar a su héroe, a su sol,
a su amante, cuando viniese a reposar en aquel rústico asilo, que el
amor de ella había de colmar de hechizos y de deleite. No quería, en
suma, ser para él carga gravosa en Madrid, sino descanso, refugio,
consolación santa y dulce, en aquella aldea.
En sus amorosos coloquios con D. Jaime, doña Luz desenvolvía todo su
plan. Quería para él gloria, poder, influjo en la corte, y esto
entreverado de una serie de idilios en Villafría, donde ella había de
aguardarle, como Armida benéfica, cada vez que viniese él a reposar en
sus brazos, cubierto de frescos laureles. Don Jaime pugnaba porque doña
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Doña Luz - 09
  • Parts
  • Doña Luz - 01
    Total number of words is 4913
    Total number of unique words is 1675
    36.8 of words are in the 2000 most common words
    50.6 of words are in the 5000 most common words
    57.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Doña Luz - 02
    Total number of words is 4908
    Total number of unique words is 1679
    33.1 of words are in the 2000 most common words
    48.2 of words are in the 5000 most common words
    54.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Doña Luz - 03
    Total number of words is 5083
    Total number of unique words is 1619
    37.1 of words are in the 2000 most common words
    50.1 of words are in the 5000 most common words
    56.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Doña Luz - 04
    Total number of words is 4925
    Total number of unique words is 1660
    36.2 of words are in the 2000 most common words
    50.3 of words are in the 5000 most common words
    58.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Doña Luz - 05
    Total number of words is 5011
    Total number of unique words is 1624
    34.4 of words are in the 2000 most common words
    49.4 of words are in the 5000 most common words
    56.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Doña Luz - 06
    Total number of words is 4942
    Total number of unique words is 1602
    35.6 of words are in the 2000 most common words
    47.3 of words are in the 5000 most common words
    53.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Doña Luz - 07
    Total number of words is 4976
    Total number of unique words is 1554
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    47.7 of words are in the 5000 most common words
    54.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Doña Luz - 08
    Total number of words is 5063
    Total number of unique words is 1649
    35.4 of words are in the 2000 most common words
    50.2 of words are in the 5000 most common words
    57.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Doña Luz - 09
    Total number of words is 4946
    Total number of unique words is 1711
    34.7 of words are in the 2000 most common words
    49.4 of words are in the 5000 most common words
    56.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Doña Luz - 10
    Total number of words is 4975
    Total number of unique words is 1637
    34.6 of words are in the 2000 most common words
    49.0 of words are in the 5000 most common words
    54.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Doña Luz - 11
    Total number of words is 4951
    Total number of unique words is 1586
    36.8 of words are in the 2000 most common words
    51.8 of words are in the 5000 most common words
    58.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Doña Luz - 12
    Total number of words is 4642
    Total number of unique words is 1467
    37.9 of words are in the 2000 most common words
    49.8 of words are in the 5000 most common words
    55.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.