Don Quijote - 23
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diciéndole que si él supiera que el casarse había de ser parte para no
comunicalle como solía, que jamás lo hubiera hecho, y que si, por la buena
correspondencia que los dos tenían mientras él fue soltero, habían
alcanzado tan dulce nombre como el de ser llamados los dos amigos, que no
permitiese, por querer hacer del circunspecto, sin otra ocasión alguna,
que tan famoso y tan agradable nombre se perdiese; y que así, le suplicaba,
si era lícito que tal término de hablar se usase entre ellos, que volviese
a ser señor de su casa, y a entrar y salir en ella como de antes,
asegurándole que su esposa Camila no tenía otro gusto ni otra voluntad que
la que él quería que tuviese, y que, por haber sabido ella con cuántas
veras los dos se amaban, estaba confusa de ver en él tanta esquiveza.
»A todas estas y otras muchas razones que Anselmo dijo a Lotario para
persuadille volviese como solía a su casa, respondió Lotario con tanta
prudencia, discreción y aviso, que Anselmo quedó satisfecho de la buena
intención de su amigo, y quedaron de concierto que dos días en la semana y
las fiestas fuese Lotario a comer con él; y, aunque esto quedó así
concertado entre los dos, propuso Lotario de no hacer más de aquello que
viese que más convenía a la honra de su amigo, cuyo crédito estimaba en
más que el suyo proprio. Decía él, y decía bien, que el casado a quien el
cielo había concedido mujer hermosa, tanto cuidado había de tener qué
amigos llevaba a su casa como en mirar con qué amigas su mujer conversaba,
porque lo que no se hace ni concierta en las plazas, ni en los templos, ni
en las fiestas públicas, ni estaciones —cosas que no todas veces las han de
negar los maridos a sus mujeres—, se concierta y facilita en casa de la
amiga o la parienta de quien más satisfación se tiene.
»También decía Lotario que tenían necesidad los casados de tener cada uno
algún amigo que le advirtiese de los descuidos que en su proceder hiciese,
porque suele acontecer que con el mucho amor que el marido a la mujer
tiene, o no le advierte o no le dice, por no enojalla, que haga o deje de
hacer algunas cosas, que el hacellas o no, le sería de honra o de
vituperio; de lo cual, siendo del amigo advertido, fácilmente pondría
remedio en todo. Pero, ¿dónde se hallará amigo tan discreto y tan leal y
verdadero como aquí Lotario le pide? No lo sé yo, por cierto; sólo Lotario
era éste, que con toda solicitud y advertimiento miraba por la honra de su
amigo y procuraba dezmar, frisar y acortar los días del concierto del ir a
su casa, porque no pareciese mal al vulgo ocioso y a los ojos vagabundos y
maliciosos la entrada de un mozo rico, gentilhombre y bien nacido, y de las
buenas partes que él pensaba que tenía, en la casa de una mujer tan hermosa
como Camila; que, puesto que su bondad y valor podía poner freno a toda
maldiciente lengua, todavía no quería poner en duda su crédito ni el de su
amigo, y por esto los más de los días del concierto los ocupaba y
entretenía en otras cosas, que él daba a entender ser inexcusables. Así
que, en quejas del uno y disculpas del otro se pasaban muchos ratos y
partes del día.
»Sucedió, pues, que uno que los dos se andaban paseando por un prado fuera
de la ciudad, Anselmo dijo a Lotario las semejantes razones:
»—Pensabas, amigo Lotario, que a las mercedes que Dios me ha hecho en
hacerme hijo de tales padres como fueron los míos y al darme, no con mano
escasa, los bienes, así los que llaman de naturaleza como los de fortuna,
no puedo yo corresponder con agradecimiento que llegue al bien recebido, y
sobre al que me hizo en darme a ti por amigo y a Camila por mujer propria:
dos prendas que las estimo, si no en el grado que debo, en el que puedo.
Pues con todas estas partes, que suelen ser el todo con que los hombres
suelen y pueden vivir contentos, vivo yo el más despechado y el más
desabrido hombre de todo el universo mundo; porque no sé qué días a esta
parte me fatiga y aprieta un deseo tan estraño, y tan fuera del uso común
de otros, que yo me maravillo de mí mismo, y me culpo y me riño a solas, y
procuro callarlo y encubrirlo de mis proprios pensamientos; y así me ha
sido posible salir con este secreto como si de industria procurara decillo
a todo el mundo. Y, pues que, en efeto, él ha de salir a plaza,quiero que
sea en la del archivo de tu secreto, confiado que, con él y con la
diligencia que pondrás, como mi amigo verdadero, en remediarme, yo me veré
presto libre de la angustia que me causa, y llegará mi alegría por tu
solicitud al grado que ha llegado mi descontento por mi locura.
»Suspenso tenían a Lotario las razones de Anselmo, y no sabía en qué había
de parar tan larga prevención o preámbulo; y, aunque iba revolviendo en su
imaginación qué deseo podría ser aquel que a su amigo tanto fatigaba, dio
siempre muy lejos del blanco de la verdad; y, por salir presto de la agonía
que le causaba aquella suspensión, le dijo que hacía notorio agravio a su
mucha amistad en andar buscando rodeos para decirle sus más encubiertos
pensamientos, pues tenía cierto que se podía prometer dél, o ya consejos
para entretenellos, o ya remedio para cumplillos.
»—Así es la verdad —respondió Anselmo—, y con esa confianza te hago saber,
amigo Lotario, que el deseo que me fatiga es pensar si Camila, mi esposa,
es tan buena y tan perfeta como yo pienso; y no puedo enterarme en esta
verdad, si no es probándola de manera que la prueba manifieste los quilates
de su bondad, como el fuego muestra los del oro. Porque yo tengo para mí,
¡oh amigo!, que no es una mujer más buena de cuanto es o no es solicitada,
y que aquella sola es fuerte que no se dobla a las promesas, a las dádivas,
a las lágrimas y a las continuas importunidades de los solícitos amantes.
Porque, ¿qué hay que agradecer —decía él— que una mujer sea buena, si nadie
le dice que sea mala? ¿Qué mucho que esté recogida y temerosa la que no le
dan ocasión para que se suelte, y la que sabe que tiene marido que, en
cogiéndola en la primera desenvoltura, la ha de quitar la vida? Ansí que,
la que es buena por temor, o por falta de lugar, yo no la quiero tener en
aquella estima en que tendré a la solicitada y perseguida que salió con la
corona del vencimiento. De modo que, por estas razones y por otras muchas
que te pudiera decir para acreditar y fortalecer la opinión que tengo,
deseo que Camila, mi esposa, pase por estas dificultades y se acrisole y
quilate en el fuego de verse requerida y solicitada, y de quien tenga valor
para poner en ella sus deseos; y si ella sale, como creo que saldrá, con la
palma desta batalla, tendré yo por sin igual mi ventura; podré yo decir que
está colmo el vacío de mis deseos; diré que me cupo en suerte la mujer
fuerte, de quien el Sabio dice que ¿quién la hallará? Y, cuando esto suceda
al revés de lo que pienso, con el gusto de ver que acerté en mi opinión,
llevaré sin pena la que de razón podrá causarme mi tan costosa experiencia.
Y, prosupuesto que ninguna cosa de cuantas me dijeres en contra de mi deseo
ha de ser de algún provecho para dejar de ponerle por la obra, quiero, ¡oh
amigo Lotario!, que te dispongas a ser el instrumento que labre aquesta
obra de mi gusto; que yo te daré lugar para que lo hagas, sin faltarte todo
aquello que yo viere ser necesario para solicitar a una mujer honesta,
honrada, recogida y desinteresada. Y muéveme, entre otras cosas, a fiar de
ti esta tan ardua empresa, el ver que si de ti es vencida Camila, no ha de
llegar el vencimiento a todo trance y rigor, sino a sólo a tener por hecho
lo que se ha de hacer, por buen respeto; y así, no quedaré yo ofendido más
de con el deseo, y mi injuria quedará escondida en la virtud de tu
silencio, que bien sé que en lo que me tocare ha de ser eterno como el de
la muerte. Así que, si quieres que yo tenga vida que pueda decir que lo es,
desde luego has de entrar en esta amorosa batalla, no tibia ni
perezosamente, sino con el ahínco y diligencia que mi deseo pide, y con la
confianza que nuestra amistad me asegura.
ȃstas fueron las razones que Anselmo dijo a Lotario, a todas las cuales
estuvo tan atento, que si no fueron las que quedan escritas que le dijo, no
desplegó sus labios hasta que hubo acabado; y, viendo que no decía más,
después que le estuvo mirando un buen espacio, como si mirara otra cosa que
jamás hubiera visto, que le causara admiración y espanto, le dijo:
»—No me puedo persuadir, ¡oh amigo Anselmo!, a que no sean burlas las cosas
que me has dicho; que, a pensar que de veras las decías, no consintiera que
tan adelante pasaras, porque con no escucharte previniera tu larga arenga.
Sin duda imagino, o que no me conoces, o que yo no te conozco. Pero no; que
bien sé que eres Anselmo, y tú sabes que yo soy Lotario; el daño está en
que yo pienso que no eres el Anselmo que solías, y tú debes de haber
pensado que tampoco yo soy el Lotario que debía ser, porque las cosas que
me has dicho, ni son de aquel Anselmo mi amigo, ni las que me pides se han
de pedir a aquel Lotario que tú conoces; porque los buenos amigos han de
probar a sus amigos y valerse dellos, como dijo un poeta, usque ad aras;
que quiso decir que no se habían de valer de su amistad en cosas que fuesen
contra Dios. Pues, si esto sintió un gentil de la amistad, ¿cuánto mejor es
que lo sienta el cristiano, que sabe que por ninguna humana ha de perder la
amistad divina? Y cuando el amigo tirase tanto la barra que pusiese aparte
los respetos del cielo por acudir a los de su amigo, no ha de ser por cosas
ligeras y de poco momento, sino por aquellas en que vaya la honra y la vida
de su amigo. Pues dime tú ahora, Anselmo: ¿cuál destas dos cosas tienes en
peligro para que yo me aventure a complacerte y a hacer una cosa tan
detestable como me pides? Ninguna, por cierto; antes, me pides, según yo
entiendo, que procure y solicite quitarte la honra y la vida, y quitármela
a mí juntamente. Porque si yo he de procurar quitarte la honra, claro está
que te quito la vida, pues el hombre sin honra peor es que un muerto; y,
siendo yo el instrumento, como tú quieres que lo sea, de tanto mal tuyo,
¿no vengo a quedar deshonrado, y, por el mesmo consiguiente, sin vida?
Escucha, amigo Anselmo, y ten paciencia de no responderme hasta que acabe
de decirte lo que se me ofreciere acerca de lo que te ha pedido tu deseo;
que tiempo quedará para que tú me repliques y yo te escuche.
»—Que me place —dijo Anselmo—: di lo que quisieres.
»Y Lotario prosiguió diciendo:
»—Paréceme, ¡oh Anselmo!, que tienes tú ahora el ingenio como el que
siempre tienen los moros, a los cuales no se les puede dar a entender el
error de su secta con las acotaciones de la Santa Escritura, ni con razones
que consistan en especulación del entendimiento, ni que vayan fundadas en
artículos de fe, sino que les han de traer ejemplos palpables, fáciles,
intelegibles, demonstrativos, indubitables, con demostraciones matemáticas
que no se pueden negar, como cuando dicen: "Si de dos partes iguales
quitamos partes iguales, las que quedan también son iguales"; y, cuando
esto no entiendan de palabra, como, en efeto, no lo entienden, háseles de
mostrar con las manos y ponérselo delante de los ojos, y, aun con todo
esto, no basta nadie con ellos a persuadirles las verdades de mi sacra
religión. Y este mesmo término y modo me convendrá usar contigo, porque el
deseo que en ti ha nacido va tan descaminado y tan fuera de todo aquello
que tenga sombra de razonable, que me parece que ha de ser tiempo gastado
el que ocupare en darte a entender tu simplicidad, que por ahora no le
quiero dar otro nombre, y aun estoy por dejarte en tu desatino, en pena de
tu mal deseo; mas no me deja usar deste rigor la amistad que te tengo, la
cual no consiente que te deje puesto en tan manifiesto peligro de perderte.
Y, porque claro lo veas, dime, Anselmo: ¿tú no me has dicho que tengo de
solicitar a una retirada, persuadir a una honesta, ofrecer a una
desinteresada, servir a una prudente? Sí que me lo has dicho. Pues si tú
sabes que tienes mujer retirada, honesta, desinteresada y prudente, ¿qué
buscas? Y si piensas que de todos mis asaltos ha de salir vencedora, como
saldrá sin duda, ¿qué mejores títulos piensas darle después que los que
ahora tiene, o qué será más después de lo que es ahora? O es que tú no la
tienes por la que dices, o tú no sabes lo que pides. Si no la tienes por lo
que dices, ¿para qué quieres probarla, sino, como a mala, hacer della lo
que más te viniere en gusto? Mas si es tan buena como crees, impertinente
cosa será hacer experiencia de la mesma verdad, pues, después de hecha, se
ha de quedar con la estimación que primero tenía. Así que, es razón
concluyente que el intentar las cosas de las cuales antes nos puede suceder
daño que provecho es de juicios sin discurso y temerarios, y más cuando
quieren intentar aquellas a que no son forzados ni compelidos, y que de muy
lejos traen descubierto que el intentarlas es manifiesta locura. Las cosas
dificultosas se intentan por Dios, o por el mundo, o por entrambos a dos:
las que se acometen por Dios son las que acometieron los santos,
acometiendo a vivir vida de ángeles en cuerpos humanos; las que se acometen
por respeto del mundo son las de aquellos que pasan tanta infinidad de
agua, tanta diversidad de climas, tanta estrañeza de gentes, por adquirir
estos que llaman bienes de fortuna. Y las que se intentan por Dios y por el
mundo juntamente son aquellas de los valerosos soldados, que apenas veen en
el contrario muro abierto tanto espacio cuanto es el que pudo hacer una
redonda bala de artillería, cuando, puesto aparte todo temor, sin hacer
discurso ni advertir al manifiesto peligro que les amenaza, llevados en
vuelo de las alas del deseo de volver por su fe, por su nación y por su
rey, se arrojan intrépidamente por la mitad de mil contrapuestas muertes
que los esperan. Estas cosas son las que suelen intentarse, y es honra,
gloria y provecho intentarlas, aunque tan llenas de inconvenientes y
peligros. Pero la que tú dices que quieres intentar y poner por obra, ni te
ha de alcanzar gloria de Dios, bienes de la fortuna, ni fama con los
hombres; porque, puesto que salgas con ella como deseas, no has de quedar
ni más ufano, ni más rico, ni más honrado que estás ahora; y si no sales,
te has de ver en la mayor miseria que imaginarse pueda, porque no te ha de
aprovechar pensar entonces que no sabe nadie la desgracia que te ha
sucedido, porque bastará para afligirte y deshacerte que la sepas tú mesmo.
Y, para confirmación desta verdad, te quiero decir una estancia que hizo el
famoso poeta Luis Tansilo, en el fin de su primera parte de Las lágrimas de
San Pedro, que dice así:
Crece el dolor y crece la vergüenza
en Pedro, cuando el día se ha mostrado;
y, aunque allí no ve a nadie, se avergüenza
de sí mesmo, por ver que había pecado:
que a un magnánimo pecho a haber vergüenza
no sólo ha de moverle el ser mirado;
que de sí se avergüenza cuando yerra,
si bien otro no vee que cielo y tierra.
Así que, no escusarás con el secreto tu dolor; antes, tendrás que llorar
contino, si no lágrimas de los ojos, lágrimas de sangre del corazón, como
las lloraba aquel simple doctor que nuestro poeta nos cuenta que hizo la
prueba del vaso, que, con mejor discurso, se escusó de hacerla el prudente
Reinaldos; que, puesto que aquello sea ficción poética, tiene en sí
encerrados secretos morales dignos de ser advertidos y entendidos e
imitados. Cuanto más que, con lo que ahora pienso decirte, acabarás de
venir en conocimiento del grande error que quieres cometer. Dime, Anselmo,
si el cielo, o la suerte buena, te hubiera hecho señor y legítimo posesor
de un finísimo diamante, de cuya bondad y quilates estuviesen satisfechos
cuantos lapidarios le viesen, y que todos a una voz y de común parecer
dijesen que llegaba en quilates, bondad y fineza a cuanto se podía estender
la naturaleza de tal piedra, y tú mesmo lo creyeses así, sin saber otra
cosa en contrario, ¿sería justo que te viniese en deseo de tomar aquel
diamante, y ponerle entre un ayunque y un martillo, y allí, a pura fuerza
de golpes y brazos, probar si es tan duro y tan fino como dicen? Y más, si
lo pusieses por obra; que, puesto caso que la piedra hiciese resistencia a
tan necia prueba, no por eso se le añadiría más valor ni más fama; y si se
rompiese, cosa que podría ser, ¿no se perdería todo? Sí, por cierto,
dejando a su dueño en estimación de que todos le tengan por simple. Pues
haz cuenta, Anselmo amigo, que Camila es fínisimo diamante, así en tu
estimación como en la ajena, y que no es razón ponerla en contingencia de
que se quiebre, pues, aunque se quede con su entereza, no puede subir a más
valor del que ahora tiene; y si faltase y no resistiese, considera desde
ahora cuál quedarías sin ella, y con cuánta razón te podrías quejar de ti
mesmo, por haber sido causa de su perdición y la tuya. Mira que no hay joya
en el mundo que tanto valga como la mujer casta y honrada, y que todo el
honor de las mujeres consiste en la opinión buena que dellas se tiene; y,
pues la de tu esposa es tal que llega al estremo de bondad que sabes, ¿para
qué quieres poner esta verdad en duda? Mira, amigo, que la mujer es animal
imperfecto, y que no se le han de poner embarazos donde tropiece y caiga,
sino quitárselos y despejalle el camino de cualquier inconveniente, para
que sin pesadumbre corra ligera a alcanzar la perfeción que le falta, que
consiste en el ser virtuosa. Cuentan los naturales que el arminio es un
animalejo que tiene una piel blanquísima, y que cuando quieren cazarle, los
cazadores usan deste artificio: que, sabiendo las partes por donde suele
pasar y acudir, las atajan con lodo, y después, ojeándole, le encaminan
hacia aquel lugar, y así como el arminio llega al lodo, se está quedo y se
deja prender y cautivar, a trueco de no pasar por el cieno y perder y
ensuciar su blancura, que la estima en más que la libertad y la vida. La
honesta y casta mujer es arminio, y es más que nieve blanca y limpia la
virtud de la honestidad; y el que quisiere que no la pierda, antes la
guarde y conserve, ha de usar de otro estilo diferente que con el arminio
se tiene, porque no le han de poner delante el cieno de los regalos y
servicios de los importunos amantes, porque quizá, y aun sin quizá, no
tiene tanta virtud y fuerza natural que pueda por sí mesma atropellar y
pasar por aquellos embarazos, y es necesario quitárselos y ponerle delante
la limpieza de la virtud y la belleza que encierra en sí la buena fama. Es
asimesmo la buena mujer como espejo de cristal luciente y claro; pero está
sujeto a empañarse y escurecerse con cualquiera aliento que le toque. Hase
de usar con la honesta mujer el estilo que con las reliquias: adorarlas y
no tocarlas. Hase de guardar y estimar la mujer buena como se guarda y
estima un hermoso jardín que está lleno de flores y rosas, cuyo dueño no
consiente que nadie le pasee ni manosee; basta que desde lejos, y por entre
las verjas de hierro, gocen de su fragrancia y hermosura. Finalmente,
quiero decirte unos versos que se me han venido a la memoria, que los oí en
una comedia moderna, que me parece que hacen al propósito de lo que vamos
tratando. Aconsejaba un prudente viejo a otro, padre de una doncella, que
la recogiese, guardase y encerrase, y entre otras razones, le dijo éstas:
Es de vidrio la mujer;
pero no se ha de probar
si se puede o no quebrar,
porque todo podría ser.
Y es más fácil el quebrarse,
y no es cordura ponerse
a peligro de romperse
lo que no puede soldarse.
Y en esta opinión estén
todos, y en razón la fundo:
que si hay Dánaes en el mundo,
hay pluvias de oro también.
Cuanto hasta aquí te he dicho, ¡oh Anselmo!, ha sido por lo que a ti te
toca; y ahora es bien que se oiga algo de lo que a mí me conviene; y si
fuere largo, perdóname, que todo lo requiere el laberinto donde te has
entrado y de donde quieres que yo te saque. Tú me tienes por amigo y
quieres quitarme la honra, cosa que es contra toda amistad; y aun no sólo
pretendes esto, sino que procuras que yo te la quite a ti. Que me la
quieres quitar a mí está claro, pues, cuando Camila vea que yo la solicito,
como me pides, cierto está que me ha de tener por hombre sin honra y mal
mirado, pues intento y hago una cosa tan fuera de aquello que el ser quien
soy y tu amistad me obliga. De que quieres que te la quite a ti no hay
duda, porque, viendo Camila que yo la solicito, ha de pensar que yo he
visto en ella alguna liviandad que me dio atrevimiento a descubrirle mi mal
deseo; y, teniéndose por deshonrada, te toca a ti, como a cosa suya, su
mesma deshonra. Y de aquí nace lo que comúnmente se platica: que el marido
de la mujer adúltera, puesto que él no lo sepa ni haya dado ocasión para
que su mujer no sea la que debe, ni haya sido en su mano, ni en su descuido
y poco recato estorbar su desgracia, con todo, le llaman y le nombran con
nombre de vituperio y bajo; y en cierta manera le miran, los que la maldad
de su mujer saben, con ojos de menosprecio, en cambio de mirarle con los de
lástima, viendo que no por su culpa, sino por el gusto de su mala
compañera, está en aquella desventura. Pero quiérote decir la causa por que
con justa razón es deshonrado el marido de la mujer mala, aunque él no sepa
que lo es, ni tenga culpa, ni haya sido parte, ni dado ocasión, para que
ella lo sea. Y no te canses de oírme, que todo ha de redundar en tu
provecho. Cuando Dios crió a nuestro primero padre en el Paraíso terrenal,
dice la Divina Escritura que infundió Dios sueño en Adán, y que, estando
durmiendo, le sacó una costilla del lado siniestro, de la cual formó a
nuestra madre Eva; y, así como Adán despertó y la miró, dijo: ''Ésta es
carne de mi carne y hueso de mis huesos''. Y Dios dijo: ''Por ésta dejará
el hombre a su padre y madre, y serán dos en una carne misma''. Y entonces
fue instituido el divino sacramento del matrimonio, con tales lazos que
sola la muerte puede desatarlos. Y tiene tanta fuerza y virtud este
milagroso sacramento, que hace que dos diferentes personas sean una mesma
carne; y aún hace más en los buenos casados, que, aunque tienen dos almas,
no tienen más de una voluntad. Y de aquí viene que, como la carne de la
esposa sea una mesma con la del esposo, las manchas que en ella caen, o los
defectos que se procura, redundan en la carne del marido, aunque él no haya
dado, como queda dicho, ocasión para aquel daño. Porque, así como el dolor
del pie o de cualquier miembro del cuerpo humano le siente todo el cuerpo,
por ser todo de una carne mesma, y la cabeza siente el daño del tobillo,
sin que ella se le haya causado, así el marido es participante de la
deshonra de la mujer, por ser una mesma cosa con ella. Y como las honras y
deshonras del mundo sean todas y nazcan de carne y sangre, y las de la
mujer mala sean deste género, es forzoso que al marido le quepa parte
dellas, y sea tenido por deshonrado sin que él lo sepa. Mira, pues, ¡oh
Anselmo!, al peligro que te pones en querer turbar el sosiego en que tu
buena esposa vive. Mira por cuán vana e impertinente curiosidad quieres
revolver los humores que ahora están sosegados en el pecho de tu casta
esposa. Advierte que lo que aventuras a ganar es poco, y que lo que
perderás será tanto que lo dejaré en su punto, porque me faltan palabras
para encarecerlo. Pero si todo cuanto he dicho no basta a moverte de tu mal
propósito, bien puedes buscar otro instrumento de tu deshonra y desventura,
que yo no pienso serlo, aunque por ello pierda tu amistad, que es la mayor
pérdida que imaginar puedo.
»Calló, en diciendo esto, el virtuoso y prudente Lotario, y Anselmo quedó
tan confuso y pensativo que por un buen espacio no le pudo responder
palabra; pero, en fin, le dijo:
»—Con la atención que has visto he escuchado, Lotario amigo, cuanto has
querido decirme, y en tus razones, ejemplos y comparaciones he visto la
mucha discreción que tienes y el estremo de la verdadera amistad que
alcanzas; y ansimesmo veo y confieso que si no sigo tu parecer y me voy
tras el mío, voy huyendo del bien y corriendo tras el mal. Prosupuesto
esto, has de considerar que yo padezco ahora la enfermedad que suelen tener
algunas mujeres, que se les antoja comer tierra, yeso, carbón y otras cosas
peores, aun asquerosas para mirarse, cuanto más para comerse; así que, es
menester usar de algún artificio para que yo sane, y esto se podía hacer
con facilidad, sólo con que comiences, aunque tibia y fingidamente, a
solicitar a Camila, la cual no ha de ser tan tierna que a los primeros
encuentros dé con su honestidad por tierra; y con solo este principio
quedaré contento y tú habrás cumplido con lo que debes a nuestra amistad,
no solamente dándome la vida, sino persuadiéndome de no verme sin honra. Y
estás obligado a hacer esto por una razón sola; y es que, estando yo, como
estoy, determinado de poner en plática esta prueba, no has tú de consentir
que yo dé cuenta de mi desatino a otra persona, con que pondría en aventura
el honor que tú procuras que no pierda; y, cuando el tuyo no esté en el
punto que debe en la intención de Camila en tanto que la solicitares,
importa poco o nada, pues con brevedad, viendo en ella la entereza que
esperamos, le podrás decir la pura verdad de nuestro artificio, con que
volverá tu crédito al ser primero. Y, pues tan poco aventuras y tanto
contento me puedes dar aventurándote, no lo dejes de hacer, aunque más
inconvenientes se te pongan delante, pues, como ya he dicho, con sólo que
comiences daré por concluida la causa.
»Viendo Lotario la resoluta voluntad de Anselmo, y no sabiendo qué más
ejemplos traerle ni qué más razones mostrarle para que no la siguiese, y
viendo que le amenazaba que daría a otro cuenta de su mal deseo, por evitar
mayor mal, determinó de contentarle y hacer lo que le pedía, con propósito
e intención de guiar aquel negocio de modo que, sin alterar los
pensamientos de Camila, quedase Anselmo satisfecho; y así, le respondió que
no comunicase su pensamiento con otro alguno, que él tomaba a su cargo
aquella empresa, la cual comenzaría cuando a él le diese más gusto.
Abrazóle Anselmo tierna y amorosamente, y agradecióle su ofrecimiento, como
si alguna grande merced le hubiera hecho; y quedaron de acuerdo entre los
dos que desde otro día siguiente se comenzase la obra; que él le daría
lugar y tiempo como a sus solas pudiese hablar a Camila, y asimesmo le
daría dineros y joyas que darla y que ofrecerla. Aconsejóle que le diese
músicas, que escribiese versos en su alabanza, y que, cuando él no quisiese
tomar trabajo de hacerlos, él mesmo los haría. A todo se ofreció Lotario,
bien con diferente intención que Anselmo pensaba.
»Y con este acuerdo se volvieron a casa de Anselmo, donde hallaron a Camila
con ansia y cuidado, esperando a su esposo, porque aquel día tardaba en
venir más de lo acostumbrado.
»Fuese Lotario a su casa, y Anselmo quedó en la suya, tan contento como
Lotario fue pensativo, no sabiendo qué traza dar para salir bien de aquel
impertinente negocio. Pero aquella noche pensó el modo que tendría para
engañar a Anselmo, sin ofender a Camila; y otro día vino a comer con su
amigo, y fue bien recebido de Camila, la cual le recebía y regalaba con
mucha voluntad, por entender la buena que su esposo le tenía.
»Acabaron de comer, levantaron los manteles y Anselmo dijo a Lotario que se
quedase allí con Camila, en tanto que él iba a un negocio forzoso, que
dentro de hora y media volvería. Rogóle Camila que no se fuese y Lotario se
ofreció a hacerle compañía, más nada aprovechó con Anselmo; antes,
importunó a Lotario que se quedase y le aguardase, porque tenía que tratar
con él una cosa de mucha importancia. Dijo también a Camila que no dejase
solo a Lotario en tanto que él volviese. En efeto, él supo tan bien fingir
la necesidad, o necedad, de su ausencia, que nadie pudiera entender que era
fingida. Fuese Anselmo, y quedaron solos a la mesa Camila y Lotario, porque
la demás gente de casa toda se había ido a comer. Viose Lotario puesto en
la estacada que su amigo deseaba y con el enemigo delante, que pudiera
vencer con sola su hermosura a un escuadrón de caballeros armados: mirad si
era razón que le temiera Lotario.
»Pero lo que hizo fue poner el codo sobre el brazo de la silla y la mano
abierta en la mejilla, y, pidiendo perdón a Camila del mal comedimiento,
dijo que quería reposar un poco en tanto que Anselmo volvía. Camila le
comunicalle como solía, que jamás lo hubiera hecho, y que si, por la buena
correspondencia que los dos tenían mientras él fue soltero, habían
alcanzado tan dulce nombre como el de ser llamados los dos amigos, que no
permitiese, por querer hacer del circunspecto, sin otra ocasión alguna,
que tan famoso y tan agradable nombre se perdiese; y que así, le suplicaba,
si era lícito que tal término de hablar se usase entre ellos, que volviese
a ser señor de su casa, y a entrar y salir en ella como de antes,
asegurándole que su esposa Camila no tenía otro gusto ni otra voluntad que
la que él quería que tuviese, y que, por haber sabido ella con cuántas
veras los dos se amaban, estaba confusa de ver en él tanta esquiveza.
»A todas estas y otras muchas razones que Anselmo dijo a Lotario para
persuadille volviese como solía a su casa, respondió Lotario con tanta
prudencia, discreción y aviso, que Anselmo quedó satisfecho de la buena
intención de su amigo, y quedaron de concierto que dos días en la semana y
las fiestas fuese Lotario a comer con él; y, aunque esto quedó así
concertado entre los dos, propuso Lotario de no hacer más de aquello que
viese que más convenía a la honra de su amigo, cuyo crédito estimaba en
más que el suyo proprio. Decía él, y decía bien, que el casado a quien el
cielo había concedido mujer hermosa, tanto cuidado había de tener qué
amigos llevaba a su casa como en mirar con qué amigas su mujer conversaba,
porque lo que no se hace ni concierta en las plazas, ni en los templos, ni
en las fiestas públicas, ni estaciones —cosas que no todas veces las han de
negar los maridos a sus mujeres—, se concierta y facilita en casa de la
amiga o la parienta de quien más satisfación se tiene.
»También decía Lotario que tenían necesidad los casados de tener cada uno
algún amigo que le advirtiese de los descuidos que en su proceder hiciese,
porque suele acontecer que con el mucho amor que el marido a la mujer
tiene, o no le advierte o no le dice, por no enojalla, que haga o deje de
hacer algunas cosas, que el hacellas o no, le sería de honra o de
vituperio; de lo cual, siendo del amigo advertido, fácilmente pondría
remedio en todo. Pero, ¿dónde se hallará amigo tan discreto y tan leal y
verdadero como aquí Lotario le pide? No lo sé yo, por cierto; sólo Lotario
era éste, que con toda solicitud y advertimiento miraba por la honra de su
amigo y procuraba dezmar, frisar y acortar los días del concierto del ir a
su casa, porque no pareciese mal al vulgo ocioso y a los ojos vagabundos y
maliciosos la entrada de un mozo rico, gentilhombre y bien nacido, y de las
buenas partes que él pensaba que tenía, en la casa de una mujer tan hermosa
como Camila; que, puesto que su bondad y valor podía poner freno a toda
maldiciente lengua, todavía no quería poner en duda su crédito ni el de su
amigo, y por esto los más de los días del concierto los ocupaba y
entretenía en otras cosas, que él daba a entender ser inexcusables. Así
que, en quejas del uno y disculpas del otro se pasaban muchos ratos y
partes del día.
»Sucedió, pues, que uno que los dos se andaban paseando por un prado fuera
de la ciudad, Anselmo dijo a Lotario las semejantes razones:
»—Pensabas, amigo Lotario, que a las mercedes que Dios me ha hecho en
hacerme hijo de tales padres como fueron los míos y al darme, no con mano
escasa, los bienes, así los que llaman de naturaleza como los de fortuna,
no puedo yo corresponder con agradecimiento que llegue al bien recebido, y
sobre al que me hizo en darme a ti por amigo y a Camila por mujer propria:
dos prendas que las estimo, si no en el grado que debo, en el que puedo.
Pues con todas estas partes, que suelen ser el todo con que los hombres
suelen y pueden vivir contentos, vivo yo el más despechado y el más
desabrido hombre de todo el universo mundo; porque no sé qué días a esta
parte me fatiga y aprieta un deseo tan estraño, y tan fuera del uso común
de otros, que yo me maravillo de mí mismo, y me culpo y me riño a solas, y
procuro callarlo y encubrirlo de mis proprios pensamientos; y así me ha
sido posible salir con este secreto como si de industria procurara decillo
a todo el mundo. Y, pues que, en efeto, él ha de salir a plaza,quiero que
sea en la del archivo de tu secreto, confiado que, con él y con la
diligencia que pondrás, como mi amigo verdadero, en remediarme, yo me veré
presto libre de la angustia que me causa, y llegará mi alegría por tu
solicitud al grado que ha llegado mi descontento por mi locura.
»Suspenso tenían a Lotario las razones de Anselmo, y no sabía en qué había
de parar tan larga prevención o preámbulo; y, aunque iba revolviendo en su
imaginación qué deseo podría ser aquel que a su amigo tanto fatigaba, dio
siempre muy lejos del blanco de la verdad; y, por salir presto de la agonía
que le causaba aquella suspensión, le dijo que hacía notorio agravio a su
mucha amistad en andar buscando rodeos para decirle sus más encubiertos
pensamientos, pues tenía cierto que se podía prometer dél, o ya consejos
para entretenellos, o ya remedio para cumplillos.
»—Así es la verdad —respondió Anselmo—, y con esa confianza te hago saber,
amigo Lotario, que el deseo que me fatiga es pensar si Camila, mi esposa,
es tan buena y tan perfeta como yo pienso; y no puedo enterarme en esta
verdad, si no es probándola de manera que la prueba manifieste los quilates
de su bondad, como el fuego muestra los del oro. Porque yo tengo para mí,
¡oh amigo!, que no es una mujer más buena de cuanto es o no es solicitada,
y que aquella sola es fuerte que no se dobla a las promesas, a las dádivas,
a las lágrimas y a las continuas importunidades de los solícitos amantes.
Porque, ¿qué hay que agradecer —decía él— que una mujer sea buena, si nadie
le dice que sea mala? ¿Qué mucho que esté recogida y temerosa la que no le
dan ocasión para que se suelte, y la que sabe que tiene marido que, en
cogiéndola en la primera desenvoltura, la ha de quitar la vida? Ansí que,
la que es buena por temor, o por falta de lugar, yo no la quiero tener en
aquella estima en que tendré a la solicitada y perseguida que salió con la
corona del vencimiento. De modo que, por estas razones y por otras muchas
que te pudiera decir para acreditar y fortalecer la opinión que tengo,
deseo que Camila, mi esposa, pase por estas dificultades y se acrisole y
quilate en el fuego de verse requerida y solicitada, y de quien tenga valor
para poner en ella sus deseos; y si ella sale, como creo que saldrá, con la
palma desta batalla, tendré yo por sin igual mi ventura; podré yo decir que
está colmo el vacío de mis deseos; diré que me cupo en suerte la mujer
fuerte, de quien el Sabio dice que ¿quién la hallará? Y, cuando esto suceda
al revés de lo que pienso, con el gusto de ver que acerté en mi opinión,
llevaré sin pena la que de razón podrá causarme mi tan costosa experiencia.
Y, prosupuesto que ninguna cosa de cuantas me dijeres en contra de mi deseo
ha de ser de algún provecho para dejar de ponerle por la obra, quiero, ¡oh
amigo Lotario!, que te dispongas a ser el instrumento que labre aquesta
obra de mi gusto; que yo te daré lugar para que lo hagas, sin faltarte todo
aquello que yo viere ser necesario para solicitar a una mujer honesta,
honrada, recogida y desinteresada. Y muéveme, entre otras cosas, a fiar de
ti esta tan ardua empresa, el ver que si de ti es vencida Camila, no ha de
llegar el vencimiento a todo trance y rigor, sino a sólo a tener por hecho
lo que se ha de hacer, por buen respeto; y así, no quedaré yo ofendido más
de con el deseo, y mi injuria quedará escondida en la virtud de tu
silencio, que bien sé que en lo que me tocare ha de ser eterno como el de
la muerte. Así que, si quieres que yo tenga vida que pueda decir que lo es,
desde luego has de entrar en esta amorosa batalla, no tibia ni
perezosamente, sino con el ahínco y diligencia que mi deseo pide, y con la
confianza que nuestra amistad me asegura.
ȃstas fueron las razones que Anselmo dijo a Lotario, a todas las cuales
estuvo tan atento, que si no fueron las que quedan escritas que le dijo, no
desplegó sus labios hasta que hubo acabado; y, viendo que no decía más,
después que le estuvo mirando un buen espacio, como si mirara otra cosa que
jamás hubiera visto, que le causara admiración y espanto, le dijo:
»—No me puedo persuadir, ¡oh amigo Anselmo!, a que no sean burlas las cosas
que me has dicho; que, a pensar que de veras las decías, no consintiera que
tan adelante pasaras, porque con no escucharte previniera tu larga arenga.
Sin duda imagino, o que no me conoces, o que yo no te conozco. Pero no; que
bien sé que eres Anselmo, y tú sabes que yo soy Lotario; el daño está en
que yo pienso que no eres el Anselmo que solías, y tú debes de haber
pensado que tampoco yo soy el Lotario que debía ser, porque las cosas que
me has dicho, ni son de aquel Anselmo mi amigo, ni las que me pides se han
de pedir a aquel Lotario que tú conoces; porque los buenos amigos han de
probar a sus amigos y valerse dellos, como dijo un poeta, usque ad aras;
que quiso decir que no se habían de valer de su amistad en cosas que fuesen
contra Dios. Pues, si esto sintió un gentil de la amistad, ¿cuánto mejor es
que lo sienta el cristiano, que sabe que por ninguna humana ha de perder la
amistad divina? Y cuando el amigo tirase tanto la barra que pusiese aparte
los respetos del cielo por acudir a los de su amigo, no ha de ser por cosas
ligeras y de poco momento, sino por aquellas en que vaya la honra y la vida
de su amigo. Pues dime tú ahora, Anselmo: ¿cuál destas dos cosas tienes en
peligro para que yo me aventure a complacerte y a hacer una cosa tan
detestable como me pides? Ninguna, por cierto; antes, me pides, según yo
entiendo, que procure y solicite quitarte la honra y la vida, y quitármela
a mí juntamente. Porque si yo he de procurar quitarte la honra, claro está
que te quito la vida, pues el hombre sin honra peor es que un muerto; y,
siendo yo el instrumento, como tú quieres que lo sea, de tanto mal tuyo,
¿no vengo a quedar deshonrado, y, por el mesmo consiguiente, sin vida?
Escucha, amigo Anselmo, y ten paciencia de no responderme hasta que acabe
de decirte lo que se me ofreciere acerca de lo que te ha pedido tu deseo;
que tiempo quedará para que tú me repliques y yo te escuche.
»—Que me place —dijo Anselmo—: di lo que quisieres.
»Y Lotario prosiguió diciendo:
»—Paréceme, ¡oh Anselmo!, que tienes tú ahora el ingenio como el que
siempre tienen los moros, a los cuales no se les puede dar a entender el
error de su secta con las acotaciones de la Santa Escritura, ni con razones
que consistan en especulación del entendimiento, ni que vayan fundadas en
artículos de fe, sino que les han de traer ejemplos palpables, fáciles,
intelegibles, demonstrativos, indubitables, con demostraciones matemáticas
que no se pueden negar, como cuando dicen: "Si de dos partes iguales
quitamos partes iguales, las que quedan también son iguales"; y, cuando
esto no entiendan de palabra, como, en efeto, no lo entienden, háseles de
mostrar con las manos y ponérselo delante de los ojos, y, aun con todo
esto, no basta nadie con ellos a persuadirles las verdades de mi sacra
religión. Y este mesmo término y modo me convendrá usar contigo, porque el
deseo que en ti ha nacido va tan descaminado y tan fuera de todo aquello
que tenga sombra de razonable, que me parece que ha de ser tiempo gastado
el que ocupare en darte a entender tu simplicidad, que por ahora no le
quiero dar otro nombre, y aun estoy por dejarte en tu desatino, en pena de
tu mal deseo; mas no me deja usar deste rigor la amistad que te tengo, la
cual no consiente que te deje puesto en tan manifiesto peligro de perderte.
Y, porque claro lo veas, dime, Anselmo: ¿tú no me has dicho que tengo de
solicitar a una retirada, persuadir a una honesta, ofrecer a una
desinteresada, servir a una prudente? Sí que me lo has dicho. Pues si tú
sabes que tienes mujer retirada, honesta, desinteresada y prudente, ¿qué
buscas? Y si piensas que de todos mis asaltos ha de salir vencedora, como
saldrá sin duda, ¿qué mejores títulos piensas darle después que los que
ahora tiene, o qué será más después de lo que es ahora? O es que tú no la
tienes por la que dices, o tú no sabes lo que pides. Si no la tienes por lo
que dices, ¿para qué quieres probarla, sino, como a mala, hacer della lo
que más te viniere en gusto? Mas si es tan buena como crees, impertinente
cosa será hacer experiencia de la mesma verdad, pues, después de hecha, se
ha de quedar con la estimación que primero tenía. Así que, es razón
concluyente que el intentar las cosas de las cuales antes nos puede suceder
daño que provecho es de juicios sin discurso y temerarios, y más cuando
quieren intentar aquellas a que no son forzados ni compelidos, y que de muy
lejos traen descubierto que el intentarlas es manifiesta locura. Las cosas
dificultosas se intentan por Dios, o por el mundo, o por entrambos a dos:
las que se acometen por Dios son las que acometieron los santos,
acometiendo a vivir vida de ángeles en cuerpos humanos; las que se acometen
por respeto del mundo son las de aquellos que pasan tanta infinidad de
agua, tanta diversidad de climas, tanta estrañeza de gentes, por adquirir
estos que llaman bienes de fortuna. Y las que se intentan por Dios y por el
mundo juntamente son aquellas de los valerosos soldados, que apenas veen en
el contrario muro abierto tanto espacio cuanto es el que pudo hacer una
redonda bala de artillería, cuando, puesto aparte todo temor, sin hacer
discurso ni advertir al manifiesto peligro que les amenaza, llevados en
vuelo de las alas del deseo de volver por su fe, por su nación y por su
rey, se arrojan intrépidamente por la mitad de mil contrapuestas muertes
que los esperan. Estas cosas son las que suelen intentarse, y es honra,
gloria y provecho intentarlas, aunque tan llenas de inconvenientes y
peligros. Pero la que tú dices que quieres intentar y poner por obra, ni te
ha de alcanzar gloria de Dios, bienes de la fortuna, ni fama con los
hombres; porque, puesto que salgas con ella como deseas, no has de quedar
ni más ufano, ni más rico, ni más honrado que estás ahora; y si no sales,
te has de ver en la mayor miseria que imaginarse pueda, porque no te ha de
aprovechar pensar entonces que no sabe nadie la desgracia que te ha
sucedido, porque bastará para afligirte y deshacerte que la sepas tú mesmo.
Y, para confirmación desta verdad, te quiero decir una estancia que hizo el
famoso poeta Luis Tansilo, en el fin de su primera parte de Las lágrimas de
San Pedro, que dice así:
Crece el dolor y crece la vergüenza
en Pedro, cuando el día se ha mostrado;
y, aunque allí no ve a nadie, se avergüenza
de sí mesmo, por ver que había pecado:
que a un magnánimo pecho a haber vergüenza
no sólo ha de moverle el ser mirado;
que de sí se avergüenza cuando yerra,
si bien otro no vee que cielo y tierra.
Así que, no escusarás con el secreto tu dolor; antes, tendrás que llorar
contino, si no lágrimas de los ojos, lágrimas de sangre del corazón, como
las lloraba aquel simple doctor que nuestro poeta nos cuenta que hizo la
prueba del vaso, que, con mejor discurso, se escusó de hacerla el prudente
Reinaldos; que, puesto que aquello sea ficción poética, tiene en sí
encerrados secretos morales dignos de ser advertidos y entendidos e
imitados. Cuanto más que, con lo que ahora pienso decirte, acabarás de
venir en conocimiento del grande error que quieres cometer. Dime, Anselmo,
si el cielo, o la suerte buena, te hubiera hecho señor y legítimo posesor
de un finísimo diamante, de cuya bondad y quilates estuviesen satisfechos
cuantos lapidarios le viesen, y que todos a una voz y de común parecer
dijesen que llegaba en quilates, bondad y fineza a cuanto se podía estender
la naturaleza de tal piedra, y tú mesmo lo creyeses así, sin saber otra
cosa en contrario, ¿sería justo que te viniese en deseo de tomar aquel
diamante, y ponerle entre un ayunque y un martillo, y allí, a pura fuerza
de golpes y brazos, probar si es tan duro y tan fino como dicen? Y más, si
lo pusieses por obra; que, puesto caso que la piedra hiciese resistencia a
tan necia prueba, no por eso se le añadiría más valor ni más fama; y si se
rompiese, cosa que podría ser, ¿no se perdería todo? Sí, por cierto,
dejando a su dueño en estimación de que todos le tengan por simple. Pues
haz cuenta, Anselmo amigo, que Camila es fínisimo diamante, así en tu
estimación como en la ajena, y que no es razón ponerla en contingencia de
que se quiebre, pues, aunque se quede con su entereza, no puede subir a más
valor del que ahora tiene; y si faltase y no resistiese, considera desde
ahora cuál quedarías sin ella, y con cuánta razón te podrías quejar de ti
mesmo, por haber sido causa de su perdición y la tuya. Mira que no hay joya
en el mundo que tanto valga como la mujer casta y honrada, y que todo el
honor de las mujeres consiste en la opinión buena que dellas se tiene; y,
pues la de tu esposa es tal que llega al estremo de bondad que sabes, ¿para
qué quieres poner esta verdad en duda? Mira, amigo, que la mujer es animal
imperfecto, y que no se le han de poner embarazos donde tropiece y caiga,
sino quitárselos y despejalle el camino de cualquier inconveniente, para
que sin pesadumbre corra ligera a alcanzar la perfeción que le falta, que
consiste en el ser virtuosa. Cuentan los naturales que el arminio es un
animalejo que tiene una piel blanquísima, y que cuando quieren cazarle, los
cazadores usan deste artificio: que, sabiendo las partes por donde suele
pasar y acudir, las atajan con lodo, y después, ojeándole, le encaminan
hacia aquel lugar, y así como el arminio llega al lodo, se está quedo y se
deja prender y cautivar, a trueco de no pasar por el cieno y perder y
ensuciar su blancura, que la estima en más que la libertad y la vida. La
honesta y casta mujer es arminio, y es más que nieve blanca y limpia la
virtud de la honestidad; y el que quisiere que no la pierda, antes la
guarde y conserve, ha de usar de otro estilo diferente que con el arminio
se tiene, porque no le han de poner delante el cieno de los regalos y
servicios de los importunos amantes, porque quizá, y aun sin quizá, no
tiene tanta virtud y fuerza natural que pueda por sí mesma atropellar y
pasar por aquellos embarazos, y es necesario quitárselos y ponerle delante
la limpieza de la virtud y la belleza que encierra en sí la buena fama. Es
asimesmo la buena mujer como espejo de cristal luciente y claro; pero está
sujeto a empañarse y escurecerse con cualquiera aliento que le toque. Hase
de usar con la honesta mujer el estilo que con las reliquias: adorarlas y
no tocarlas. Hase de guardar y estimar la mujer buena como se guarda y
estima un hermoso jardín que está lleno de flores y rosas, cuyo dueño no
consiente que nadie le pasee ni manosee; basta que desde lejos, y por entre
las verjas de hierro, gocen de su fragrancia y hermosura. Finalmente,
quiero decirte unos versos que se me han venido a la memoria, que los oí en
una comedia moderna, que me parece que hacen al propósito de lo que vamos
tratando. Aconsejaba un prudente viejo a otro, padre de una doncella, que
la recogiese, guardase y encerrase, y entre otras razones, le dijo éstas:
Es de vidrio la mujer;
pero no se ha de probar
si se puede o no quebrar,
porque todo podría ser.
Y es más fácil el quebrarse,
y no es cordura ponerse
a peligro de romperse
lo que no puede soldarse.
Y en esta opinión estén
todos, y en razón la fundo:
que si hay Dánaes en el mundo,
hay pluvias de oro también.
Cuanto hasta aquí te he dicho, ¡oh Anselmo!, ha sido por lo que a ti te
toca; y ahora es bien que se oiga algo de lo que a mí me conviene; y si
fuere largo, perdóname, que todo lo requiere el laberinto donde te has
entrado y de donde quieres que yo te saque. Tú me tienes por amigo y
quieres quitarme la honra, cosa que es contra toda amistad; y aun no sólo
pretendes esto, sino que procuras que yo te la quite a ti. Que me la
quieres quitar a mí está claro, pues, cuando Camila vea que yo la solicito,
como me pides, cierto está que me ha de tener por hombre sin honra y mal
mirado, pues intento y hago una cosa tan fuera de aquello que el ser quien
soy y tu amistad me obliga. De que quieres que te la quite a ti no hay
duda, porque, viendo Camila que yo la solicito, ha de pensar que yo he
visto en ella alguna liviandad que me dio atrevimiento a descubrirle mi mal
deseo; y, teniéndose por deshonrada, te toca a ti, como a cosa suya, su
mesma deshonra. Y de aquí nace lo que comúnmente se platica: que el marido
de la mujer adúltera, puesto que él no lo sepa ni haya dado ocasión para
que su mujer no sea la que debe, ni haya sido en su mano, ni en su descuido
y poco recato estorbar su desgracia, con todo, le llaman y le nombran con
nombre de vituperio y bajo; y en cierta manera le miran, los que la maldad
de su mujer saben, con ojos de menosprecio, en cambio de mirarle con los de
lástima, viendo que no por su culpa, sino por el gusto de su mala
compañera, está en aquella desventura. Pero quiérote decir la causa por que
con justa razón es deshonrado el marido de la mujer mala, aunque él no sepa
que lo es, ni tenga culpa, ni haya sido parte, ni dado ocasión, para que
ella lo sea. Y no te canses de oírme, que todo ha de redundar en tu
provecho. Cuando Dios crió a nuestro primero padre en el Paraíso terrenal,
dice la Divina Escritura que infundió Dios sueño en Adán, y que, estando
durmiendo, le sacó una costilla del lado siniestro, de la cual formó a
nuestra madre Eva; y, así como Adán despertó y la miró, dijo: ''Ésta es
carne de mi carne y hueso de mis huesos''. Y Dios dijo: ''Por ésta dejará
el hombre a su padre y madre, y serán dos en una carne misma''. Y entonces
fue instituido el divino sacramento del matrimonio, con tales lazos que
sola la muerte puede desatarlos. Y tiene tanta fuerza y virtud este
milagroso sacramento, que hace que dos diferentes personas sean una mesma
carne; y aún hace más en los buenos casados, que, aunque tienen dos almas,
no tienen más de una voluntad. Y de aquí viene que, como la carne de la
esposa sea una mesma con la del esposo, las manchas que en ella caen, o los
defectos que se procura, redundan en la carne del marido, aunque él no haya
dado, como queda dicho, ocasión para aquel daño. Porque, así como el dolor
del pie o de cualquier miembro del cuerpo humano le siente todo el cuerpo,
por ser todo de una carne mesma, y la cabeza siente el daño del tobillo,
sin que ella se le haya causado, así el marido es participante de la
deshonra de la mujer, por ser una mesma cosa con ella. Y como las honras y
deshonras del mundo sean todas y nazcan de carne y sangre, y las de la
mujer mala sean deste género, es forzoso que al marido le quepa parte
dellas, y sea tenido por deshonrado sin que él lo sepa. Mira, pues, ¡oh
Anselmo!, al peligro que te pones en querer turbar el sosiego en que tu
buena esposa vive. Mira por cuán vana e impertinente curiosidad quieres
revolver los humores que ahora están sosegados en el pecho de tu casta
esposa. Advierte que lo que aventuras a ganar es poco, y que lo que
perderás será tanto que lo dejaré en su punto, porque me faltan palabras
para encarecerlo. Pero si todo cuanto he dicho no basta a moverte de tu mal
propósito, bien puedes buscar otro instrumento de tu deshonra y desventura,
que yo no pienso serlo, aunque por ello pierda tu amistad, que es la mayor
pérdida que imaginar puedo.
»Calló, en diciendo esto, el virtuoso y prudente Lotario, y Anselmo quedó
tan confuso y pensativo que por un buen espacio no le pudo responder
palabra; pero, en fin, le dijo:
»—Con la atención que has visto he escuchado, Lotario amigo, cuanto has
querido decirme, y en tus razones, ejemplos y comparaciones he visto la
mucha discreción que tienes y el estremo de la verdadera amistad que
alcanzas; y ansimesmo veo y confieso que si no sigo tu parecer y me voy
tras el mío, voy huyendo del bien y corriendo tras el mal. Prosupuesto
esto, has de considerar que yo padezco ahora la enfermedad que suelen tener
algunas mujeres, que se les antoja comer tierra, yeso, carbón y otras cosas
peores, aun asquerosas para mirarse, cuanto más para comerse; así que, es
menester usar de algún artificio para que yo sane, y esto se podía hacer
con facilidad, sólo con que comiences, aunque tibia y fingidamente, a
solicitar a Camila, la cual no ha de ser tan tierna que a los primeros
encuentros dé con su honestidad por tierra; y con solo este principio
quedaré contento y tú habrás cumplido con lo que debes a nuestra amistad,
no solamente dándome la vida, sino persuadiéndome de no verme sin honra. Y
estás obligado a hacer esto por una razón sola; y es que, estando yo, como
estoy, determinado de poner en plática esta prueba, no has tú de consentir
que yo dé cuenta de mi desatino a otra persona, con que pondría en aventura
el honor que tú procuras que no pierda; y, cuando el tuyo no esté en el
punto que debe en la intención de Camila en tanto que la solicitares,
importa poco o nada, pues con brevedad, viendo en ella la entereza que
esperamos, le podrás decir la pura verdad de nuestro artificio, con que
volverá tu crédito al ser primero. Y, pues tan poco aventuras y tanto
contento me puedes dar aventurándote, no lo dejes de hacer, aunque más
inconvenientes se te pongan delante, pues, como ya he dicho, con sólo que
comiences daré por concluida la causa.
»Viendo Lotario la resoluta voluntad de Anselmo, y no sabiendo qué más
ejemplos traerle ni qué más razones mostrarle para que no la siguiese, y
viendo que le amenazaba que daría a otro cuenta de su mal deseo, por evitar
mayor mal, determinó de contentarle y hacer lo que le pedía, con propósito
e intención de guiar aquel negocio de modo que, sin alterar los
pensamientos de Camila, quedase Anselmo satisfecho; y así, le respondió que
no comunicase su pensamiento con otro alguno, que él tomaba a su cargo
aquella empresa, la cual comenzaría cuando a él le diese más gusto.
Abrazóle Anselmo tierna y amorosamente, y agradecióle su ofrecimiento, como
si alguna grande merced le hubiera hecho; y quedaron de acuerdo entre los
dos que desde otro día siguiente se comenzase la obra; que él le daría
lugar y tiempo como a sus solas pudiese hablar a Camila, y asimesmo le
daría dineros y joyas que darla y que ofrecerla. Aconsejóle que le diese
músicas, que escribiese versos en su alabanza, y que, cuando él no quisiese
tomar trabajo de hacerlos, él mesmo los haría. A todo se ofreció Lotario,
bien con diferente intención que Anselmo pensaba.
»Y con este acuerdo se volvieron a casa de Anselmo, donde hallaron a Camila
con ansia y cuidado, esperando a su esposo, porque aquel día tardaba en
venir más de lo acostumbrado.
»Fuese Lotario a su casa, y Anselmo quedó en la suya, tan contento como
Lotario fue pensativo, no sabiendo qué traza dar para salir bien de aquel
impertinente negocio. Pero aquella noche pensó el modo que tendría para
engañar a Anselmo, sin ofender a Camila; y otro día vino a comer con su
amigo, y fue bien recebido de Camila, la cual le recebía y regalaba con
mucha voluntad, por entender la buena que su esposo le tenía.
»Acabaron de comer, levantaron los manteles y Anselmo dijo a Lotario que se
quedase allí con Camila, en tanto que él iba a un negocio forzoso, que
dentro de hora y media volvería. Rogóle Camila que no se fuese y Lotario se
ofreció a hacerle compañía, más nada aprovechó con Anselmo; antes,
importunó a Lotario que se quedase y le aguardase, porque tenía que tratar
con él una cosa de mucha importancia. Dijo también a Camila que no dejase
solo a Lotario en tanto que él volviese. En efeto, él supo tan bien fingir
la necesidad, o necedad, de su ausencia, que nadie pudiera entender que era
fingida. Fuese Anselmo, y quedaron solos a la mesa Camila y Lotario, porque
la demás gente de casa toda se había ido a comer. Viose Lotario puesto en
la estacada que su amigo deseaba y con el enemigo delante, que pudiera
vencer con sola su hermosura a un escuadrón de caballeros armados: mirad si
era razón que le temiera Lotario.
»Pero lo que hizo fue poner el codo sobre el brazo de la silla y la mano
abierta en la mejilla, y, pidiendo perdón a Camila del mal comedimiento,
dijo que quería reposar un poco en tanto que Anselmo volvía. Camila le
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