De tal palo, tal astilla - 12

Total number of words is 4880
Total number of unique words is 1627
33.7 of words are in the 2000 most common words
45.0 of words are in the 5000 most common words
52.2 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
Éste se quedó mirándole con ceño duro. Conoció el cura el errado
concepto que el joven había formado de su exclamación, y dijo, después
de serenarse un poco:
--Hace cincuenta años que ejerzo la cura de almas: en todo ese tiempo
no he oído de labios humanos confesión tan espantosa; y en más de
setenta que cuento de vida, no me he atrevido á creer que haya un sér
dotado de razón que, cuando menos, no la utilice en conocer á quien se
la ha dado. Éste es el motivo de mi sorpresa. No tome usted por señal
de cambio de sentimientos mis ademanes y palabras. ¡Antes, hijo mío,
ha crecido con sus declaraciones la compasión que me inspira su estado
moral!
--Gracias, señor cura --dijo secamente Fernando, en quien se rebeló
el orgullo de secta al oir que se compadecía de él un pobre cura de
aldea. Pero considerando que, si había de dar algún fruto su tentativa,
necesitaba pasar por esa y otras _humillaciones_ semejantes, dominóse
y añadió--: ¿Quiere decir que no se arrepiente usted de sus propósitos
de acometer al enemigo, ni por haberle visto en la actitud en que acabo
de presentársele?
--¡De ninguna manera! --respondió el cura--. En ocasiones, y ésta es
una de ellas, á medida que crecen los peligros, aumenta el valor para
arrostrarlos. Lo que haré es cambiar de táctica, pues de nada serviría
la que pensaba adoptar.
--Es muy justo.
--No quiero que olvide usted, señor don Fernando, que soy un pobre
cura de aldea, acostumbrado á luchar con tibios y descuidados, pero
jamás con incrédulos; que mis ataques han sido al sentimiento más bien
que á la razón, y, en fin, que en el campo que el Señor ha puesto
á mi cuidado, más que roturador he sido jardinero. Hoy me presenta
usted un terreno bravío y escabroso, y se trata de ponerle en buenas
condiciones de cultivo. Hay que cortar las malezas; extirpar una á
una sus raíces; remover el suelo hasta lo más profundo; pasarle, como
quien dice, por un tamiz para que en él no quede ni un germen de
sus impurezas; darle después condiciones vegetales, y, por último,
depositar en él buena semilla... La obra no es imposible, ciertamente;
pero sí larga y difícil. Yo, señor don Fernando, no puedo argüir á
usted con textos, porque empezaría usted por negar su autoridad, y
en ello sería muy lógico con su criterio especial; no fío gran cosa
en las manifestaciones palpables del poder de Dios, porque delante
de los ojos las ha tenido toda su vida, y no las ha visto; es usted,
creyéndose libre, porque niega lo sobrenatural, esclavo de su razón,
que es limitada y le engaña: ésta es la venda que le oculta la
verdadera luz; arrancarla de sus ojos es la obra de mayor necesidad.
Pero usted es hombre formado en las luchas de la razón, avezado á la
controversia y á la disputa de las academias y del periódico; posee,
cuando menos, el arte de pelear, el método, que, si no conduce por sí
solo á la verdad que se busca, alienta á la mentira y le da fuerza y
empuje, especialmente contra adversarios tan débiles é inexpertos como
yo. No puedo, en una palabra, derribar con mis golpes el castillo de
sus errores; necesito socavarle poco á poco, hasta que, falto de base,
se derrumbe él por sí solo. Pero esto exige un plan, y el plan una
detenida meditación. ¿Me permite usted, como adversario leal, que me
retire á mi tienda á meditar sobre el trance y preparar mis armas?
Fernando, á quien devoraba la impaciencia, se avenía mal con plazos y
dilaciones.
--Y ¿ha de ser larga esa tregua? --preguntó.
--Hasta mañana á estas horas, por lo menos.
Fernando hizo un gesto de inquietud.
--¿Ve usted cómo sucede lo que yo temía? --dijo el cura--. Lo primero
que usted tiene que vencer es la impaciencia. Dominado por ella, no
hay términos hábiles de reflexionar; y no reflexionando, no se hace
obra bien concertada. Mañana, si usted quiere y se resigna, le indicaré
alguna senda por donde comenzar... entiéndalo usted bien, por donde
comenzar á caminar en busca del bien que desea. Una vez en marcha, yo
cuidaré de desembarazarle de estorbos el camino, si usted no se cansa ó
no se arrepiente, y no se empeña en retroceder. La empresa, hijo mío,
para usted es noble, y para mí... para mí, si la llevo á cabo, la mejor
corona de mis canas y el más glorioso remate de esta carrera, cuyo fin
tocan ya mis cansados pies. ¡Bien vale la pena de que nos tomemos el
tiempo necesario, siquiera para que yo le pida á Dios que me auxilie
con su ayuda para llevar á buen término esta obra que ha de ser para
gloria suya y eterna salvación de usted!
Fernando, dispuesto á marcharse, se levantó.
--Hasta mañana, señor cura --dijo.
--Hasta mañana, hijo mío --repitió el cura levantándose también. Luégo
añadió:
--Cuento con usted.
--Empeño mi palabra de hacer todo lo posible por no faltar.
--Adiós, pues; y que la gracia divina le ayude y le acompañe.
Salió Fernando á la calle, no pesaroso de la entrevista; pero con pocas
esperanzas en los convenidos planes, y el corazón lacerado por la
inclemencia de Águeda.
Tenía razón el cura de Valdecines: mientras el peso de los errores no
abrume al alma, empresa es de titanes desprenderse de ellos.
[Ilustración]


[Ilustración]
XIX
LO QUE LLEGÓ Á DECIRSE

Poco después que Fernando, salió de la misma casa el ama del
cura, viejecita muy limpia, muy fiel y muy cariñosa; pero fisgona
incorregible y charlatana impenitente. Deslizóse á lo largo de
las tapias; y muy arrimadita á ellas, encorvado el espinazo y muy
diligentes los pies, en un credo llegó á la guarida de don Sotero; alzó
la aldabilla de la puerta, y entró.
Ya sabía el negro personaje que Fernando había estado en casa de
Águeda, y, lo que más en alarma le ponía, que había salido por la
puerta del jardín; hecho inusitado y por todo extremo ocasionado á
gravísimas conjeturas. Pero no sabía más, porque con saber eso solo se
conformó el soplón que se lo dijo.
Traíale el caso con grandes escozores en el espíritu; pero aún le
producía mayor desasosiego otro particular de este mismo asunto. Dos
días llevaba el hombre cavila que te cavila, midiendo horas, pesando
inconvenientes y saboreando propósitos y resultados; y como nunca
lograba armonizar por entero los múltiples registros de sus proyectos,
sudaba la gota gorda, ¡y eso que era pez de buenas agallas!
Paseábase en el largo y desamparado salón que conocemos, con las manos
enlazadas sobre los riñones, carraspeando á veces, bufando muy á
menudo, y siempre con la faz cargada de centellas, mientras Bastián,
derribado sobre una silla vieja arrimada á la pared, con las zancas
extendidas cuanto eran de largas, las manos en los bolsillos del
pantalón, la nuca contra el respaldo, la bocaza abierta y la vista
vagando por el techo, lamentábase en silencio de la reclusión en que se
le tenía desde la noche de los palos; rascábase las ronchas de cuando
en cuando, y no olvidaba un punto á Tasia ni se le apartaba de la
memoria Macabeo, causas primordiales de aquel nocturno siniestro y de
la creciente intranquilidad de su espíritu desde entonces.
Como en la sala reinaba el más completo silencio, porque al acompasado
ruido que producía el ir y venir de don Sotero estaba ya tan hecho que
no le oía, sus meditaciones llegaban á presentarle las cosas como se
ven en una pesadilla: reales y verdaderas. Así es que en ocasiones,
cuando soñaba con los palos, se quejaba recio, y al meditar sobre el
motivo, balbucía frases enteras. En uno de estos lances mordióle más
fuerte que de costumbre el gusanillo de los celos, y pensando si sería
fábula inventada por Tasia lo del viaje de su rival, exclamó con toda
su voz:
--Pero ¿por qué ella no quiso decirme adónde iba Macabeo aquella tarde?
¡Dios!
Detúvose repentinamente don Sotero al oir esta exclamación de su
sobrino, y le preguntó, mirándole con terrible ceño:
--¿De qué viaje estás hablando, animal?
Desperezóse Bastián sobresaltado, como si realmente saliera de un sueño
por la virtud de un garrotazo como los de marras, y respondió á su tío:
--Del de Macabeo.
--¡Un viaje de Macabeo!... ¿Cuándo le hizo?
--Aquella tarde de los trancazos.
--¿Adónde?
--Eso preguntaba yo á la que lo sabía, cuando usted me solfeó las
costillas.
--Pero ¿hacia dónde tiró Macabeo? ¿No sabes ni siquiera eso?
--Sí, señor: valle afuera.
--¿Quién te lo dijo?
--Yo le ví.
--Pedazo de bestia... ¡y te acuerdas ahora de decírmelo!... ¿Por qué
no me lo has dicho antes, animal?
--¡Otra!... ¡Dios! Y á usted ¿qué le importaba que Macabeo entrara ó
saliera?
--¿No te tengo dicho que me des cuenta de todo cuanto veas y oigas en
el pueblo, estúpido?
--¡Buena memoria me dejó usted aquella noche con la zurribanda que me
sacudió, para que yo me acordara otro día de ese encargo! ¡Dios!
Don Sotero ya no oía á Bastián. Volvió á pasearse; pero con febril
agitación.
--Fué el mismo día en que yo hablé con ella --murmuraba, sin dejar
de moverse como un poseído--. Entraría en sospechas... habrá querido
cerciorarse... Necesariamente había de suceder algo de esto... Hay
cosas que no tienen compostura... Lo imperdonable ha estado en mis
vacilaciones... ¡Ira de Dios!... Pero todavía no es tarde... Van tres
días hasta hoy... Aun suponiendo que todo le salga á pedir de boca... y
ellos vengan á buen andar y sin tropiezo, quedan dos días... ¡y en dos
días sobran horas para mis planes!... Lo que no cabe en ese tiempo es
una vacilación... La salida no la veo aún tan clara como yo quisiera;
pero lo demás es de éxito seguro... y, sobre todo, no hay otro recurso
á mano, ni tiempo para buscarle... y ¡qué demonio! la fortuna, ó
Lucifer, que me ha sacado de otros lances de mayor apuro, no ha de
faltarme en éste.
Detúvose otra vez, y comenzó á pasear su mirada fulminante por toda la
sala; acercóse á su alcoba y la recorrió también con la vista. Luégo se
volvió hacia Bastián, y le dijo haciéndole estremecer con el horrible
sonido de su voz:
--Inmediatamente, ¡en el aire! vas á hacer un encargo que yo te dé. ¡Ay
de tí si tardas un instante más de lo necesario, ó hablas una palabra,
fuera de las precisas!
En esto apareció en la sala, jadeando, el ama del cura.
--¡Grandes noticias, señor don Sotero! --dijo al entrar, con voz
temblona y desentonada.
--¡Como traídas por usted! --respondió el hombre negro, á quien hizo un
efecto endemoniado aquella visita intempestiva.
--¡Noticias para que con ellas se rechupe las uñas un hombre como
usted, que tanto se interesa por la gloria de Dios y el bien de las
almas!
--¡Vaya usted con doscientos mil demonios! --dijo con desdeñoso y
áspero ademán don Sotero, incomodado con lo que juzgaba impertinencias
de la buena mujer.
--¿Sí? --repuso ésta muy segura de su triunfo--. Pues escuche usted el
cuento... y escúchale tú también, Bastián; que es de los que merecen
andar en letras de molde.
Acomodóse, porque estaba muy fatigada, en la silla que había desocupado
Bastián; metió las dos manos, palma con palma, entre las rodillas; echó
el enjuto tronco hacia adelante, y dijo, alargando la jeta rugosa y
siguiendo con la vista á don Sotero en sus vueltas de zorro enjaulado:
--¡Sépase usted que acaba de estar en nuestra casa el hijo de _Pateta_
el herejote!
Oirlo don Sotero y dar una vuelta en redondo hasta quedarse mirando á
la viejecilla, fué obra de un solo momento.
--¿Á ver, á ver? --díjola, clavando en ella sus pupilas de fuego, y
hasta parecía que también los dientes.
Sonrióse la noticiera, y añadió, gozándose en el éxito de su noticia:
--¡Cuando yo decía que el caso tenía que oir!...
--¡Cuando digo que no se la puede aguantar á usted por habladora y
destripa-cuentos! --concluyó don Sotero carcomido por su impaciencia--.
¿Quiere usted decirme, sin rodeos ni pespuntes, á qué iba á casa del
señor cura ese mequetrefe?
--Eso mismo me pregunté yo cuando le ví entrar... porque desde que
usted me lo enseñó una vez, por lo que pudiera ocurrir, le conozco
como si le hubiera parido: ¿á qué viene aquí ese niquitrefe?... Y
fuíme arrimando, arrimando á la puerta de la sala, según que él se iba
metiendo poco á poco en la alcoba del señor cura... Ya usted sabe que
de este modo escucho yo en la casa hasta los pensamientos de los que
entran en ella para hablar con aquel santo varón. Pero, hijo de Dios,
cátate que, á lo mejor del saludo y otras cortesías, sale el señor cura
y cierra las dos puertas. ¿Qué hago yo entonces? Abro la de la sala,
como si fuera de algodones; y sin que ni las moscas me sientan, arrimo
la oreja derecha á la cerradura, porque de la izquierda ando un poco
torpe, como usted debe saber por otros relatos míos...
--¡Si fuera usted sutil de entendimiento como es charlatana
insoportable!... ¿Qué mil demonios es lo que usted oyó escuchando por
la cerradura con la oreja derecha?
--Pues oí... ¡bendito y alabado sea el Señor de cielos y tierra, por
todos los siglos de los siglos!... Oí que _Patetuca_, vamos al decir,
el hijo de _Pateta_ el judío, el herejote... pide iglesia, señor don
Sotero... ¡pide iglesia!
--¿Cómo que pide iglesia, alma de Dios?
--¡Que quiere convertirse... aprender la doctrina y cuanto el señor
cura crea conveniente enseñarle para su salvación!
--Vamos... usted no está hoy en sus cabales.
--Es tan cierto como la luz que nos alumbra; y no vea yo la de la
mañana si miento en una tilde... Palabra por palabra podría repetir
aquí todas las que se cruzaron en la conversación. ¡Pues poco asombro
recibió el señor cura al oir la explicativa al mozalbete!... ¡El Señor
me valga, qué garrido es y qué caballero! Bien dije yo siempre, que
estampa tan maja no podía ser bocado del demonio. ¡Alabada sea por
sinfinito la misericordia divina!
Don Sotero comenzó á revolverse de nuevo en la sala, y á lanzar el
bufido que temblaban las paredes.
--Y ¿en qué paró la entrevista? --preguntó iracundo á la vieja,
rascándose la cabeza á dos manos, sin dejar de pasearse.
--Pues paró, señor don Sotero... yo no sé en qué, porque cuando oí que
la cosa iba muy seria y que estaban de acuerdo los dos en punto á hacer
entrambos los posibles al auto de la conversión, retiréme sin esperar
á la despedida, temiendo que me cogieran en el garlito... Y ¿qué me
quedaba que oir ya, bendito sea Dios, después de lo que oí?... ¡Siglos,
señor don Sotero, siglos se me hacían los minutos que pasaban hasta
venir á dar á usted un alegrón como éste!
--¡Pues entienda usted --dijo don Sotero hecho una pólvora-- que le
recibo como un dolor de tripas!
--¡Ya me estaba á mí dando en qué pensar --replicó el ama del cura--
la poca satisfacción que le salía á usted á los ojos, según yo iba
haciendo el relato! Y ¿en qué puede consistir, señor don Sotero, que
cosa tan en servicio de Dios no le regocije á usted el alma?
--¡En que la tal cosa tiene más de una cara, y en que usted sólo la ve
por la más reluciente! --dijo el ex-procurador, resobándose las mal
afeitadas barbas, y temblando de ira hasta por las ventanillas de la
nariz.
En esto se acercó á la puerta del salón, y gritó con voz descompasada y
rugiente:
--¡Celsa!
Y Celsa apareció en seguida, ahumada, sucia y medio descalza. Se cruzó
de brazos al entrar en el viejo páramo; se arrimó á la pared, cerca
de la puerta, y desde allí saludó con un gruñido y un gesto diabólico
al ama del cura, que respondió en idéntico lenguaje. Colocóse Bastián
entre las dos mujeres; y don Sotero, después de medir tres ó cuatro
veces con agitados pasos lo largo de la sala en medio del mayor
silencio, dijo al ama del cura:
--Repita usted, en las menos palabras que pueda, lo que acaba de
contarme á mí.
Obedeció la buena mujer, muy descorazonada con el fatal éxito que había
alcanzado su noticia; y cuando hubo concluído, dijo don Sotero con la
mayor solemnidad:
--Público y notorio es en Valdecines que en vida de la señora doña
Marta Rubárcenas fué ese hombre, que había logrado trastornar á Águeda
la cabeza, despedido de aquella casa por hereje.
--Verdad es que así se ha dicho --murmuró Celsa.
--Algo he oído de eso --añadió el ama del cura.
--Pues yo, ni pizca --balbuceó Bastián.
--Muerta doña Marta --prosiguió don Sotero, taladrando á su sobrino con
una mirada--, ese hereje volvió á entrar en la casa... ¡señal de que le
abrieron las puertas manos que debían continuar cerrándoselas! De buena
ó de mala gana, se le ha hecho saber que no puede lograr sus propósitos
mientras no se lave las manchas de sus herejías; y hete aquí que el muy
sinvergüenza acude al cura de Valdecines haciendo la pamema de que se
convierte, para casarse con Águeda y llegar á ser dueño de uno de los
primeros caudales de la provincia.
--¡Válgame Dios, qué picardía!
--¡Si parece imposible!
--Tengo pruebas irrecusables de que es la pura verdad --exclamó don
Sotero con el mayor aplomo. Luégo añadió--: Ahora bien: Águeda es una
joven sin experiencia, y quizás, quizás, enamorada; él es un lagarto
madrileño, con todos los ardides y fingimientos de los de su calaña.
El resultado se toca y se palpa: esa infeliz, si la criminal farsa
continúa, se verá un día cogida, como la mosca en la tela traidora. Yo,
como hombre honrado y temeroso de Dios, en primer lugar, y en segundo,
como encargado por la difunta santa mujer de velar á todo trance por
la salvación de las almas y de los intereses mundanos de sus hijas,
estoy en el deber imprescindible de oponerme á los criminales intentos
de ese miserable... ¡Miserable, sí! porque habéis de saber que, además
de impío, tiene contraídos grandes méritos para estar arrastrando un
grillete en el presidio de Ceuta...
--¡Santa Bárbara bendita!
--¡Quién lo creyera!
--Esa es más gorda... ¡Dios!
--¡En Ceuta, sí! --continuó el piadosísimo varón--. En Ceuta dije, y
no me arrepiento. Hace un año le persiguió la policía por una estafa
que había cometido en Madrid, asociado á otro como él. Por buena
compostura, se echó tierra al asunto pagando los seis mil duros que
importaba la cantidad robada. Las pruebas de este crimen las tengo
yo en mi poder; porque... (hay que decirlo todo, aunque mi cristiana
humildad se rebele contra ello) yo fuí quien le dió ese dinero para
librarle del presidio... ¡Bendito sea Dios que me puso en ocasión de
ejercer, con ese vil y despreciable metal, uno de los más grandes actos
de caridad!
Mientras decía esto y caminaba con los ojos en blanco y las manos
alzadas al cielo, hacia su alcoba, los oyentes estaban consternados, y
al ama del cura se le caían las lágrimas pensando en el acto generoso
de don Sotero.
El cual apareció á poco rato con un papel en la mano.
--Para que veáis que no exagero --dijo--, aquí está el recibo que me
dejó, comprometiéndose á pagarme... ¡cuando herede á su padre! ¿Habéis
visto escarnio mayor de los santos vínculos de la familia, y hasta de
los sentimientos del corazón humano?
Sabía leer el ama del cura, y se llenó el cuerpo de cruces cuando pasó
la vista por aquel documento, que también ojeó Bastián, y palpó Celsa
por no conocer la O.
--Ya lo veis --prosiguió el humildísimo don Sotero, guardándose en
el bolsillo de su chaquetón el papelejo--. El crimen no puede estar
más comprobado. ¿Cómo no había de saberme á hieles la noticia de la
conversión de ese tunante! Todos los que me escucháis tenéis una
conciencia y sois cristianos como yo: es preciso que me ayudéis á
desenmascarar al impostor, para librar de su yugo abominable á esa
honrada familia, tan querida de mi corazón; ¡es indispensable hasta que
el pueblo le apedree, si persiste en sus criminales intentos!...
--¿Y qué hay que hacer para eso? --preguntó el ama del cura, tan llena
de buena voluntad como vacía de malicias.
--Una cosa muy sencilla --respondió don Sotero--. Desde este instante,
usted y cada uno de nosotros debemos ocuparnos en divulgar lo que yo
he referido... pero sin descubrirme á mí: ¡mucho cuidado con esto!
¡Que corran las noticias como si el viento las llevara, y que no
quede cocina en el pueblo donde no entren antes de la noche!... Por
lo que respecta á la interesada y al señor cura, queda de mi cargo
instruirlos en tiempo y modo convenientes. ¡Que no sepan por vosotros
ni una palabra siquiera, ó la buena obra se desgraciará en flor! ¿Me
entendéis? ¡Guerra á muerte al impío, al sacrílego impostor! Os la
impongo como un deber de conciencia. ¡Guerra sin cuartel! ¡Guerra hasta
el exterminio!
Y no dijo más el santo apóstol; pero con un ademán muy expresivo, dejó
limpia de gente la sala, como si la hubiera barrido con una escoba.
No por la gravedad que á sus ojos revestía este incidente, olvidó el
que tanto le preocupaba cuando llegó el ama del cura; antes le prestó
mayor atención todavía que al principio, porque, en su concepto, se
enlazaban en gran manera los dos. Así es que llamó á Bastián á la
sala, y con parecido preámbulo al que conocemos, le dió el recado que
entonces no pudo darle.
Salió Bastián á la carrera, y don Sotero se encerró en su alcoba, con
el gorro sobre el cogote, crispados sus pocos pelos descubiertos,
reluciente el cuero bruñido de su faz, y saltándosele de las órbitas
los ojos sanguinolentos.
Dos horas después, la biografía del pobre Fernando, hecha sobre los
apuntes que conocemos, andaba de boca en boca, corría todas las del
lugar, y, á medida que se propagaba, iba adquiriendo nuevos y más
peregrinos rasgos.
Cuando el runrún llegó á la botica y cayó sobre él la bocaza del
maestro, el hijo del doctor Peñarrubia era ya un indultado de presidio,
en el cual estuvo nueve meses por robo y envenenamiento.
Aquella noche no hubo palos allí, porque el pedagogo era un cobardón,
y á don Lesmes le agarró el bastón el boticario, saltando sobre la
mesa cuando el cirujano le enarbolaba para cascar las liendres al
deslenguado.
[Ilustración]


[Ilustración]
XX
LOBO Y CORDERO

Llegó la víspera de San Juan, y con aquel día eran ya tres los pasados
sin que don Sotero pusiera los pies en casa de los Rubárcenas.
Águeda le suponía entretenido en la tarea á la cual dió el celoso
administrador tanta importancia en la entrevista que el lector
recordará. Un día más transcurrido así, y la atribulada joven se vería
libre para siempre de la odiada presión que sobre ella ejercía aquel
antipático personaje. Porque don Plácido no podía tardar más que ese
tiempo en llegar á Valdecines, si vivía, y tenía que vivir, porque le
parecía imposible que hasta de ese amparo la privara su desdicha.
De esta suerte discurría Águeda cuando, por breves instantes, lograba
apartar su pensamiento de las hondas y enconadas heridas de su corazón.
Estas eran su perenne martirio, su cruz, su agonía sin el consuelo
de la muerte. ¿Qué habría sido de Fernando después de su última y
desgraciada tentativa de reconciliación!... Y ¡qué sería de ella,
obligada, por una burla cruel de la desgracia, á ser, en tan bárbaro
suplicio, víctima, juez y verdugo á un mismo tiempo!
Entre tanto, los vecinos de la corralada de don Sotero andaban
asombrados al saber que éste había comprado medio celemín de cal viva
en la tejera, y hasta cerca de tres cuarterones de clavos trabaderos en
la fragua. Además, se habían oído en la casa fuertes martillazos y como
ruido de muebles que se arrastran; era notorio que Celsa hizo, en una
sola mañana, más de tres viajes á la fuente, con _escala_ y botijo; y,
por último, se había visto á Bastián asomado un instante á la ventana,
con una escoba amarrada á la punta de un palo, y el palo, la escoba
y Bastián revocados de blanco, como si él y el palo y la escoba se
hubieran zambullido en el tinajón de la harina. ¿Qué ocurría en aquella
casa, de ordinario tan sucia, desmantelada y silenciosa? Para ponernos
en camino de averiguarlo, volvamos á la de Águeda.
Cabalmente se hallaba ésta en un momento de reposo y de relativo
bienestar, cuando se oyeron á la puerta del gabinete en que hacía
labor, aquellos golpecitos acompasados y aquella voz melosa, que ya en
otra ocasión oímos, preguntando:
--¿Se puede pasar?
El efecto que esta voz y aquellos golpes causaron en la joven, puede
calcularse sabiendo que en aquel mismo instante volvía á contar hasta
las horas que podría tardar en aparecer el tan esperado don Plácido á
la puerta de su casa.
No respondió una palabra; pero don Sotero, fingiendo haber oído que se
le mandaba entrar, entró.
Si Águeda se hubiera atrevido en aquel instante á mirarle con un
poco de atención, podría haber observado en él grandes señales de
inseguridad y hasta de zozobra. El resobeo de sus manos era muy
nervioso, y sin el ritmo dulcísimo que le era peculiar; temblábale la
barbilla algunas veces; su mirada, sin dejar de ser punzante, carecía
de firmeza, y en el verde sucio de su tez predominaba el ocre con
veladuras de cardenillo; señales todas de que la bilis y los nervios
traían al hombre, á la sazón, á mal traer.
Después de los saludos y reverencias de costumbre, dijo así con voz
enronquecida é insegura:
--¡Será permisión de Dios, señorita, que siempre que me acerque á
usted, de algún tiempo acá, haya de ser para ocasionarla un disgusto,
no obstante la rectitud y el desinterés de la intención que me guía!
La joven, disimulando la tortura en que se hallaba, permaneció en
silencio y atenta sólo á su labor. Don Sotero prosiguió así:
--En su día tuve la honra de poner en conocimiento de usted dos de las
cláusulas más importantes del testamento de su señora madre (que en
santa gloria sea).
El mismo silencio por respuesta. El hombre negro añadió:
--Por la primera de ellas, nómbraseme tutor y curador de la niña
Pilar...
Aquí alzó Águeda los ojos, y los fijó en lo que se veía de los de don
Sotero, que continuó de este modo:
--Por la segunda cláusula se ordena que cuide, vigile y hasta enderece
á buen fin, si se torcieren, las inclinaciones, vamos al decir, de
ustedes, en un caso que no hay para qué mencionar en este instante.
Águeda sintió, al oir estas palabras, una impresión indefinible, pero
insoportable: el secreto de su corazón, santificado por el martirio,
iba á ser profanado por aquella lengua repugnante.
--Siga usted --dijo con heróica decisión, tras un instante de silencio.
Y siguió de esta suerte don Sotero:
--En vida de la santa mujer, á quien todos lloramos, se arrojó de
esta casa á un hombre, cuyas miras en ella eran tan notorias como su
escandalosa rebeldía á la ley de Dios.
--¡Adelante!
--En el supuesto de que usted me ha comprendido, no me detengo á
decir qué clase de miras eran aquéllas, ni á ponderar, como debiera,
lo atinado y cuerdo, previsor y cristiano de la medida tomada con el
precitado sujeto... cerrándole estas puertas.
--¡Acabe usted pronto! --dijo Águeda con imperioso ademán.
--Siendo atinada, cuerda, previsora y cristiana la medida --prosiguió
don Sotero fortaleciéndose y serenándose á medida que la joven se
exaltaba--, claro y evidente es que el rebelarse contra ella, ni es
cristiano, ni previsor, ni cuerdo, ni atinado.
Esta brutal indirecta produjo en el alma tierna y pudorosa de la joven
un verdadero estrago. Corriéronle lágrimas por las mejillas, y sólo el
impulso de la indignación que sentía le dió fuerzas para responder:
--Ni con los títulos á que se ampara, adquiridos en mal hora, y sabe
Dios cómo, reconozco en usted derecho alguno para faltar al respeto que
me debe. Sin nuevos rodeos, y sin olvidar la distancia que nos separa,
diga usted qué pretende de mí, y adónde se encaminan esas atrevidas
observaciones.
--Pues sin rodeos, señorita --replicó don Sotero, gozándose en tener
tan á la mano la ocasión de vengarse de la altivez con que la joven le
había tratado--, necesito decir á usted que he visto tres veces, en
muy pocos días, salir de esta honrada casa al hombre á quien arrojó de
ella su difunta madre de usted; que conozco los propósitos que aquí
le traen, y que, cumpliendo con el sacratísimo deber que se me ha
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - De tal palo, tal astilla - 13
  • Parts
  • De tal palo, tal astilla - 01
    Total number of words is 4972
    Total number of unique words is 1630
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    47.6 of words are in the 5000 most common words
    53.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 02
    Total number of words is 4817
    Total number of unique words is 1656
    35.7 of words are in the 2000 most common words
    48.4 of words are in the 5000 most common words
    53.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 03
    Total number of words is 4927
    Total number of unique words is 1745
    34.0 of words are in the 2000 most common words
    45.5 of words are in the 5000 most common words
    51.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 04
    Total number of words is 4827
    Total number of unique words is 1788
    33.0 of words are in the 2000 most common words
    45.6 of words are in the 5000 most common words
    51.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 05
    Total number of words is 4933
    Total number of unique words is 1750
    33.4 of words are in the 2000 most common words
    45.8 of words are in the 5000 most common words
    53.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 06
    Total number of words is 4949
    Total number of unique words is 1602
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    47.3 of words are in the 5000 most common words
    53.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 07
    Total number of words is 4805
    Total number of unique words is 1554
    33.8 of words are in the 2000 most common words
    45.2 of words are in the 5000 most common words
    50.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 08
    Total number of words is 4900
    Total number of unique words is 1659
    33.8 of words are in the 2000 most common words
    43.4 of words are in the 5000 most common words
    49.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 09
    Total number of words is 4847
    Total number of unique words is 1615
    34.3 of words are in the 2000 most common words
    47.3 of words are in the 5000 most common words
    54.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 10
    Total number of words is 4812
    Total number of unique words is 1796
    32.4 of words are in the 2000 most common words
    44.6 of words are in the 5000 most common words
    50.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 11
    Total number of words is 4884
    Total number of unique words is 1686
    33.8 of words are in the 2000 most common words
    45.7 of words are in the 5000 most common words
    52.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 12
    Total number of words is 4880
    Total number of unique words is 1627
    33.7 of words are in the 2000 most common words
    45.0 of words are in the 5000 most common words
    52.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 13
    Total number of words is 4894
    Total number of unique words is 1555
    35.8 of words are in the 2000 most common words
    49.1 of words are in the 5000 most common words
    54.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 14
    Total number of words is 4911
    Total number of unique words is 1686
    32.0 of words are in the 2000 most common words
    44.4 of words are in the 5000 most common words
    51.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 15
    Total number of words is 4968
    Total number of unique words is 1627
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    47.8 of words are in the 5000 most common words
    54.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 16
    Total number of words is 4905
    Total number of unique words is 1666
    35.2 of words are in the 2000 most common words
    46.1 of words are in the 5000 most common words
    53.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 17
    Total number of words is 4913
    Total number of unique words is 1653
    34.0 of words are in the 2000 most common words
    45.9 of words are in the 5000 most common words
    52.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 18
    Total number of words is 4230
    Total number of unique words is 1451
    35.9 of words are in the 2000 most common words
    47.9 of words are in the 5000 most common words
    54.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.