De tal palo, tal astilla - 01

Total number of words is 4972
Total number of unique words is 1630
34.8 of words are in the 2000 most common words
47.6 of words are in the 5000 most common words
53.7 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.

OBRAS COMPLETAS
DE
D. JOSÉ MARÍA DE PEREDA


OBRAS COMPLETAS
DE
D. JOSÉ M. DE PEREDA
DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA
TOMO IV
DE TAL PALO, TAL ASTILLA
TERCERA EDICIÓN
MADRID
VIUDA É HIJOS DE MANUEL TELLO
1901


_Es propiedad del autor._


[Ilustración]
AL PÍO LECTOR

_Te ofrecí un año há, en la cubierta de_ DON GONZALO GONZÁLEZ DE LA
GONZALERA, _ciertos_ ESBOZOS Y RASGUÑOS _que, á la sazón, preparaba
para la imprenta. Pero es el caso que, andando en esos preparativos,
asaltóme la idea de una obra algo más seria y de mi gusto; y dejando lo
que traía entre manos, púseme á escribirla, temeroso de que la idea se
me escapara con la misma facilidad con que se me había entrado por las
mientes. El pobre fruto de esa mal cultivada semilla, es este libro que
hoy te ofrezco. Recíbele con la benevolencia de que te son deudores sus
hermanos, y sirva de contrapeso á sus muchas faltas el noble fin con
que le dió al mundo este torpe ingenio mío._
_Presumo y doy por hecho que, no bien se le ponga la vista encima,
lo del_ realismo _de toda su casta ha de volver á relucir; y á este
propósito, y por si reluce, y aunque no reluzca, quiero que valga y se
tome en cuenta una declaración que voy á hacerte, con todo el respeto y
toda la gratitud que te debo:_
_En Dios y en mi ánima te juro que ya no sé lo que es_ realismo _en
las obras del ingenio, desde que tanto se zarandea la palabra entre
las plumas de la crítica. Si por realismo se entiende la afición á
presentar en el libro pasiones y caracteres_ humanos _y cuadros de la
naturaleza, dentro del decoro del arte,_ realista _soy, y á mucha honra
lo tengo; pero si con tal calificativo se me quiere filiar, como ya se
ha hecho, y hasta en son de alabanza, bajo las banderas, triunfantes
hoy ultra-montes, de un naturalismo hediondo que pinta al desnudo los
estragos del alcohol, la inmundicia de los lavaderos y las obscenidades
de las mancebías, protesto contra la injuria que de tal modo se me
infiere. Hay, sin embargo, quien ha visto poesía y_ belleza _en el
fondo de esas letrinas de la literatura. ¿Qué no serán capaces de ver
ciertos linces de la crítica!_
_No niego que las hayan visto; pero desde luégo renuncio á la gloria de
ser poeta de semejante linaje. En cambio, quiero reivindicar para mí la
muy escasa que me pertenezca por haber venido al campo del arte mucho
antes que todo eso, tal como ahora soy y sin otra filiación ni otra_
escuela _que mi peculiarísima complexión literaria._
_En cuanto á los_ ESBOZOS Y RASGUÑOS, _que vuelvo á ofrecerte hoy,
cuéntalos entre tus manos á la hora menos pensada, si no lo impide, y
mucho me temo que lo impida, algún otro pensamiento que, de improviso,
me asalte las puertas del magín._
_De todas maneras ¡y mira si soy honradote! no des largas á la
curiosidad; pues éste mi propósito de ir echando la obra al último
rincón de la casa, te hará entender bien claro lo poco que perderás en
no llegar á conocerla en todos los días de tu vida. Esto te consuele y
Dios te valga; lo cual no se opone á que compres el libro de que íbamos
hablando, y da comienzo en la página que sigue á éstas que te consagra,
en señal de cortesía, su agradecido autor_
JOSÉ M. DE PEREDA.


[Ilustración]
I
PATETA

Si no fuera por ese privilegio maravilloso y descomunal que se ha
otorgado á los novelistas para descubrir lo más recóndito, leer lo que
aún no está escrito, y hasta hablar de lo que no entienden una jota,
apuradillo me viera yo en este instante para describir el lugar de la
escena con que doy comienzo á la presente historia. Tan obscura es la
noche, tan deshecha la tempestad, tan profunda y angosta la hoz en cuyo
esófago mismo hemos de penetrar para ver lo que allí pasa.
Cierto que, siguiendo los procedimientos de muy acreditadas escuelas,
alguien en mi caso intentara un esfuerzo de inducción, aplicando ora
el oído, ora las narices, ora las manos, allí donde los ojos son
inútiles por la intensidad de las tinieblas; y anotando este rumor y
aquel estruendo, cierto tufillo de sótano ó de ortigas ó de musgo; tal
cual aroma de _poleos_ y zarzamora, y haciendo con todo este acopio
una discreta y erudita excursión por los campos de la geología, de
la química orgánica, de la física experimental y hasta por la _Ley
de aprovechamiento de aguas_, llegara á darnos, no ya las partes
componentes del misterio, sino su panorama en realce, con su flora y
su fauna correspondientes. Yo admiro tan ingeniosa sapiencia; pero sin
rubor declaro que no la poseo, y que, por ende, no intento salir del
apuro valiéndome de tales procedimientos. Lo mismo fuera meterme con
los ojos cerrados entre el fragor de un terremoto.
Novelista, aunque indigno, al privilegio me agarro, y amparado con él,
allá va en cuatro palabras la descripción del cuadro, como si viéndole
estuviera á la luz del mediodía.
Presupuesto que el lector sabe lo que es una hoz, repítole que la de
mi cuento es muy angosta, lo que es causa de que el río tenga poco
espacio en qué tenderse, y de que se estire y se retuerza en su afán
de salir cuanto antes á terreno despejado. Álzanse los dos taludes de
las montañas casi á pico; circunstancia que no les impide estar bien
revestidos de césped y jarales, y muy poblados de robles, alisos y
abedules; ¡y es de ver cómo estos árboles se agarran á las laderas para
tenerse derechos, y alargan sus copas á porfía para recoger al paso
los pocos rayos del sol que se atreven á colarse por aquella rendija!
El áspero graznido de la _ronzuella_; el grito lamentoso del cárabo
solitario; el susurro de la brisa entre el follaje, y el sordo murmurar
del río oculto en las asperezas de su cauce, son de ordinario los
únicos ruidos de aquella soledad melancólica y bravía. Los caminantes
que la atraviesan á lo largo, oyen el son de sus cantares repercutido
en los repliegues de los taludes; y hasta un suspiro halla en ocasiones
eco misterioso que le repita y le propague. Nada más tranquilo que
aquella naturaleza lóbrega y meditabunda. ¡La calma de los volcanes!
Juzgue el lector si la comparación viene á pelo, acercándose conmigo á
la embocadura de la barraca en la noche en que comienza este verídico
relato.
El río, impetuoso y embravecido por la lluvia torrencial que cae hace
dos horas, no cabe en su estrecho cauce, y muge espumoso, y salta
y se despeña, y se lleva por delante árboles y _terreros_, con sus
aguas desbordadas, que garras parecen con que trata de asirse á lo que
encuentra al paso, asustado de su vertiginosa rapidez. En tanto, el
huracán, oprimido entre los muros de tan estrecha y retorcida cárcel,
silba y brama haciendo á ratos enmudecer al río; y troncos poderosos,
y débiles arbustos, y rastreros matorrales, se inclinan á su paso,
dejando oir sobre sus copas desgreñadas, al herirlas el pedrisco, el
estridente machaqueo de una lluvia de perdigones sobre láminas de
acero. Por imposible se tuviera que sobre estos ruidos juntos llegara
á descollar otro más fuerte; y, sin embargo, cosa de juego parecen
cuando, muy de continuo, retumba el estallido del trueno, y crece y
se multiplica de cueva en cueva y de peñasco en peñasco. Entonces,
al iluminar los relámpagos el temeroso paisaje, los robustos árboles
adquieren formas monstruosas. Diríase, al verlos tocar el suelo con
sus ramas, y enderezarse luego entre los cien caprichos de la sombra,
que son gigantes empeñados en cruenta batalla, y que, en grupos
desordenados y tumultuosos, riñen y se abofetean, se insultan y se
enardecen con la tremenda voz de la tempestad deshecha.
Á los habitantes de las tierras llanas les es muy difícil formarse una
idea de estos furores que aparecen, estallan y se disipan en dos horas.
Los mismos montañeses de los valles abiertos se dan escasa cuenta de
la facilidad con que se desborda un río entre dos montañas de rápidas
vertientes, y de cómo retumban allí los truenos, y brama el viento
mismo que en sus praderas y cajigales pasa sin causar el menor estrago.
Quiero decir que no son peras de á libra en la Montaña espectáculos
como el que voy describiendo, sobre todo en verano; y por ende, que no
crea el lector que este modo de comenzar un libro implica la necesidad
de que corresponda la magnitud de la escena á la grandiosidad del
escenario. Y así es, en efecto. Todo lo que tengo que decirle, después
de lo que le he ponderado lo temeroso de la tempestad, es que mientras
duró su mayor furia, á menos de la mitad de la hoz, en el angosto
sendero que serpentea á algunas varas sobre el río, en la vertiente
de la izquierda, dos hombres, uno á pie y otro á caballo, permanecían
agazapados y al abrigo de un espeso matorral. Habían entrado en la hoz
al estallar los primeros truenos; y como este camino puede recorrerse
en media hora, andando sin tropiezo, pensaron salir á la otra parte
antes de que se desencadenase la tempestad. Pero ésta traía más andar
de lo que parecía. Comenzó á arreciar el viento; la lluvia les azotaba
el rostro, y el sendero, no obstante la luz de un farolillo que
llevaba el de á pie, iba haciéndose intransitable por momentos. Desde
lo alto de los taludes y donde quiera que éstos formaban un pliegue,
descendían rápidas y bramadoras cascadas, arrastrando con el agua
tierras y pedruscos que interceptaban el camino, cuando no se llevaban
por delante el pedazo correspondiente. Con el fragor de la tormenta, no
se dejaban oir del caballero las advertencias del hombre de á pie, más
práctico que aquél en el camino que seguían, cada vez más resbaladizo
y peligroso. Era urgentísimo aprovechar el tiempo, porque los riesgos
de muerte iban creciendo por instantes. Á falta de palabras, con señas
expresivas excitaba el hombre del farol al caballero á que le siguiera
á buen andar; en lo que no siempre era obedecido, porque la cabalgadura
harto tenía que hacer con pisar en firme y defenderse de la cellisca
metiendo la cabeza entre los brazos. Así caminaron durante media
hora, hasta que habiendo llegado á un sitio en que una peña coronada
de malezas formaba una media gruta, se arrimaron á ella entrambos
caminantes. Estaban abrigados del viento, ya que no por completo de la
lluvia.
Comenzó el espolique por poner en el suelo el farol; y el garrote
que llevaba en la otra mano, arrimado á la peña. Después se quitó el
chambergo; le volvió las alas al revés; le retorció entre sus manos
para que soltara el agua que había empapado, y, por último, le golpeó
contra las asperezas del peñasco. Con la chaqueta hizo otro tanto; y
quizás hubiera sometido los pantalones al mismo procedimiento, si el
lodo con que estaban revocadas las perneras le hubiera dejado por dónde
agarrarlas para desprenderse de ellos.
Mientras esto hacía el de á pie, el río seguía mugiendo, el viento
rebramando, el agua cayendo, aunque no en tanta copia como antes, los
truenos en todo su furor; y el caballero, sin apearse, envuelto en su
capotón impermeable, que le cubría de pies á cabeza, inmóvil y negro
como su cabalgadura, asemejábase á una estatua esculpida en carbón
de piedra. En el relativo sosiego y bienestar que disfrutaba, tal
vez se entretenía en meditar sobre lo que seguramente no se le había
ocurrido mientras necesitó todas las potencias de su alma para salir
del atolladero del mejor modo posible. Es casi seguro que jamás se
había visto á sí propio tan diminuto y miserable. Sin contar el rayo,
ni el viento furioso, ni el río desbordado, que podían pulverizarle,
arrastrarle como á una pluma, ó sorberle como á una sabandija, la
menor cosa de las que había sobre su cabeza y tuviera el capricho de
dejarse rodar montaña abajo, podía sepultarle en un segundo, ó hacerle
una tortilla, sin que sus quejas ni sus esfuerzos valieran más que el
débil pataleo de la hormiga con que no se preocupa la humana soberbia
cuando las aplasta á centenares con el pie. Es seguro que no iban por
este lado las meditaciones del espolique. Hombre más rudo que el otro y
más avezado á tales aventuras, sólo se ocupaba de tiempo en tiempo en
sacudirse el agua de encima, como perro de lanas al salir del río, y
en estudiar en el cielo el curso de la tempestad. Cuando estallaba el
trueno movía mucho los labios, señal de que rezaba, mirando de reojo á
su acompañado, que parecía no conmoverse con nada. Toda conversación
era imposible allí: la angostura de la hoz estaba llena de los ruidos
de la naturaleza; y aun andaban tan apretados y revueltos, que hasta
las montañas temblaban y se estremecían no pudiendo echarse más atrás.
No quedaba el menor espacio para la débil vocecilla del hombre.
Así transcurrió cerca de una hora. Entonces cesó la lluvia por
completo; el viento llegó á ser hasta tolerable; agotáronse las
cascadas de las laderas por secarse la fuente que las producía, y los
truenos se hicieron más raros, aunque no menos fuertes.
Observólo el espolique, y dijo, mirando al de á caballo:
--¿Andando?
--Cuando quieras --respondió éste, que no deseaba otra cosa.
Y los dos tomaron el sendero agua arriba, delante el espolique, y
siguiéndole á muy corta distancia el caballero.
--¡Vaya una noche de perros! --dijo éste--. Y ¿no había mejor camino
que el que traemos para ir adonde vamos?
--Por todas partes se va á Roma, como dijo el otro --respondió el
espolique--: todo el aquel está en ir por derecho ó en arrodear medio
mundo. Tocante á lo presente, entre el valle de usté y el mío no hay
otro paso que el de esta hoz.
--¡Parece que el huracán nos estaba aguardando en ella!
--Era de esperar, señor, según la nube que había y lo caliente del
aguacero cuando salimos de Perojales... Pero ya se va pasando, gracias
á Dios.
--Me alegro por el miedo que llevas.
--¡Caráspitis!... ¡miedo yo?... Respeto, podrá que sí, porque siempre
se le tengo á Dios, y mayormente cuando se enfada como esta noche...
¡pero miedo!...
--¿De manera que tú crees que todo el estrépito que nos envuelve es
efecto de la cólera divina?
--¿Será usté capaz de no creerlo así?
--Por consiguiente, no estarás muy seguro de que, como pecador, no te
parta un rayo...
--Como cada hijo de vecino, señor. Pero como para estos casos está en
el cielo Santa Bárbara, la rezo una oración que yo sé; y hala que te
vas... porque, según dice un libro que yo leí cuando andaba en escuelas
menores, «para la ira de Dios no hay castillo fuerte;» y si el enfado
es conmigo, el rayo me ha de partir, métame donde me meta.
--Entonces, ¿para qué Santa Bárbara?
--Hombre... porque nunca está de más.
--Me gusta esa conformidad.
--Pues mire usté, señor: que valga, que no valga, con ella me arreglo
tan guapamente para andar por estos senderos y otros amejaos, de día
y de noche, sin temor de cosa alguna... Y eso que dicen lenguas que
si estos temporales los traen conjuros que se hacen á gentes con sus
mases y sus menos de demoniura, y que si estos truenos y pedriscos
son los _mengues_ que ajuyen del hisopo del señor cura cuando lee los
Evangelios...
--¿Todo eso dicen?
--Como usté lo oye... Pero yo, ni por esas... Mucho cuidado ahora,
señor, que estamos en un mal paso: aquí mesmamente, onde tengo el
pie... Hay más de veinte varas á plomo hasta el río... Venga el ramal
del freno... Poco á poco... poco á poco... ¡Ajajá! ¡ya estamos en
seguro!... Á bien que la caballería, aunque no es muy jampuda, es
firme de pie... Pues, como iba diciendo, que vengan rayos y centellas;
porque mientras yo me agarre á ésta... ¿La ve usté bien?
Y al hablar así el de á pie, vuelto hacia el de á caballo, le mostraba
una cruz formada con el pulgar y el índice de su mano derecha, mientras
con la izquierda arrimaba el farol á ella.
--¿La ve usté bien? --insistió.
--Perfectamente, amigo --respondió el otro sonriéndose, como si
penetrase la intención del espolique.
--Pues ahora --concluyó éste--, que vengan... ¡Santa Bárbara bendita!
Hizo esta invocación el buen hombre tapándose los ojos con la mano,
porque hubiera jurado que las llamas sulfúreas del averno brotaban
de las aguas del río y por todas las hendeduras de las peñas, y
que los montes se desplomaban sobre su cabeza. No se había oído en
toda la noche trueno más horrísono, ni se había visto relámpago más
deslumbrador, ni intervalo más breve entre uno y otro. Al choque de
aquella tremenda descarga, rodó un peñasco hasta el río desde la cumbre
del monte del otro lado. Hízoselo observar el caballero al de á pie, y
le dijo en son de broma, aunque no sin emoción:
--Resueltamente no van con nosotros estos furores celestiales.
--¡Caráspitis, qué chanzas gasta usté en cosas tan serias!
--Pues mira, te declaro, con toda ingenuidad, que estoy deseando salir
cuanto antes de estas peligrosas estrecheces.
--Vamos, eso quiere decir que algo se teme.
--Figúrate que en lugar de herir el rayo á ese peñasco que ha
rodado enfrente, le da la gana de desgajar uno de los que hay sobre
nosotros... y ayúdame á sentir.
--Eso hubiera jurado yo que sucedía, señor... ¡Válgame Santa Bárbara
bendita, qué noche!... Le digo á usté que otra como ésta no ví jamás.
Ni aunque se hubiera desatado en la hoz el mismo P...
Y tapóse la boca el hombre, sin pronunciar la palabra por entero.
Sonrióse el de á caballo, y dijo:
--_Pateta_ quisiste decir.
--No niego la verdad, señor.
--Y temiste que yo me ofendiera.
--Relative á ese caso... no sé qué decirle.
--Ya sé que me llamáis así.
--¡No es poco saber, que digamos!
--Á no ser sordo...
--Pues vaya todo por el amor de Dios.
--¿Y cómo te llamas tú?
--Pusiéronme por nombre Judas, con perdón de usté; pero hablándole con
franqueza, Macabeo me llaman las gentes, y por Macabeo respondo, porque
no hay injuria en ello.
--Me parece bien. Pues tampoco yo me ofendo de que me llaméis _Pateta_:
antes me hace gracia.
--¡Yo lo creo! --exclamó el espolique, con tal acento de ingenuidad,
que hizo soltar la carcajada al caballero.
Quedóse un instante perplejo Macabeo, y añadió:
--No veo esa risa muy al _símilis_ de la cosa.
--Con franqueza, Macabeo, y como si te confesaras conmigo: á tí se te
viene figurando desde que salimos de casa, y, sobre todo, desde que
andamos por la hoz, que á la hora menos pensada me ves escapar monte
arriba convertido en nubarrón de azufre.
Ignoro hasta qué punto sería acertada esta suposición del de á caballo;
pero me consta que á escondidas de él hizo Macabeo la señal de la cruz,
y se encomendó por lo bajo á Santa Bárbara. Después replicó:
--Eso es ya mucho suponer, señor.
--Pues mira, es una suposición que te honra más de lo que te figuras.
--No veo el ite de esa honra.
--Yo haré que le veas. Hay dos cosas, amigo Macabeo en el trance en
que nos hallamos, que me causan mucho asombro. Es la primera el que
se me haya buscado para ir adonde vamos; y la segunda, que tú, con el
juicio que tienes formado de mí, te hayas atrevido á llevarme el recado
y acompañarme en noche tan infernal por sitios como éste. Pensando como
tú piensas, ¿te parece que se necesita poco valor para hacer lo que
estás haciendo?
--Yo no hago más que cumplir con mi deber, señor, y se estima la
alabanza. Pero aunque usté no se equivocara en el pensar de mí como
piensa... y cuente que se equivoca en más de dos tercios, ya le tengo
dicho que en agarrándome yo á ésta...
Y volvió el espolique á formar la cruz con los dedos y á mostrársela al
de á caballo, iluminada por la mortecina luz del farol.
--No te canses, Macabeo --díjole el otro sonriendo--, que no estornudo
aunque me enseñes las cruces á puñados.
--Pues téngase firme --replicó Macabeo deteniéndose de pronto y casi
arrastrando el farol por el camino--, que sin cruces ni conjuros puede
usté irse por este derrumbadero abajo. ¡Pues dígote que se ha llevado
el agua medio sendero!... ¡Y que no hay altura que digamos!... Por
aquí mesmamente se esborregó el otro mes la jata de la mi vecina...
Ni el cuero se aprovechó, que como criba se puso antes de llegar al
río... Échese lo más que pueda hacia el ribazo... Así... Fortuna que
hay farol, y el viento no alcanza aquí, que si no, no es el hijo de mi
padre el que le deja pasar sin apearse.
--Pero ¿cuándo se acaba este camino de cabras? --preguntó el caballero
después de salvar el mal paso.
--Poco nos queda ya de él, señor. Salvo tropiezo que no es de esperar,
en diez minutos llegamos á la salida. Después tomamos á la derecha;
luégo la carreruca de un can, y aticuenta que estamos en casa.
--Nunca tan larga como esta noche me ha parecido la hoz.
--Es motivao á la nube, créalo usté, y á la espera que tuvimos detrás
de la peña. Pero, gracias á Dios, el trueno ya está lejos, el viento
calmándose, y de agua, ni pizca.
--Ocasión de perlas, amigo Macabeo, para que me cuentes cómo se obró
el milagro de que esas almas piadosas se acordaran de este pecador
impenitente, que diez años hace no se trata más que con su sombra y su
conciencia.
--¡Qué milagro ni qué caráspitis, hombre! --repuso Macabeo sin dejar el
trotecillo que llevaba delante del jamelgo--. La cosa vino rodando por
sí mesma. Es la pura verdá, y no se ofenda: que de usté se digan haches
ó erres, como de cada hijo de vecino, ó un poco más si á mano viene,
no quita que al hombre de saber se le tenga en lo que vale. El caso
apuraba, créalo usté... El otro, aquí que naide nos oye, y esto no sea
para ofenderle, á mi modo de ver no sabe andar más que en un carril...
Allá tiene su aquel treinta años hace, y lo mesmo lo arrima al hígado
que al bazo. Para mí, salvo mejor pensar, no sabe jota de los libros
que andan hoy.
--¿Y quién os ha dicho que yo sepa más? --preguntó el encapuchado.
--Voces que han corrido desde que usté bajó á estas tierras.
--No será por los milagros que he hecho en ellas.
--Séase por lo que fuere --continuó Macabeo sin dejar de saltar de
morrillo en morrillo, buscando lo menos blando y escurridizo de la
senda--, la cosa es cierta, según personas que lo entienden; y digo
que, en lo tocante al otro, hubo quien pensó como le estipulo; y
como no faltó quien otorgara, díjose en postre y finiquito: «hágase
el milagro, y hágale el diablo.» Entonces la señorita doña Águeda...
Créalo usté, señor, veinte años tiene escasos, y más de cuarenta se le
echaran de estudios, por lo mucho que sabe... Le aseguro á usté que
es el remo de aquella casa... Digo que cogió la pluma; y llorando á
lágrima viva, porque la infeliz tiene los cinco sentidos puestos en su
madre, y lleva ocho días sin desnudarse, ras, ras, escribió la carta
que yo entregué á usté en sus manos propias.
--Discreta era la tal carta, y bien sentida.
--¡Le digo á usté que lo hace de perlas, caráspitis! Pues la emperejiló
en un santiamén... El miedo de la venturada era que usté dijera que
nones.
--Pues mira tú si he sido afortunado la única vez que en diez años no
lo he dicho. Ahora, sea usted bueno y caritativo. ¿Qué te parece á tí,
Macabeo?
--¡Caráspitis, que no dice usté lo que siente! El mal te pese, que el
bien nunca estorba á los ojos de Dios. Con más ó menos recua, arrieros
somos todos, que en el mundo nos encontramos; y el bien que aquí se nos
cae de la mano porque no nos hace falta, á lo mejor florece donde nos
viene de perlas... Pues á lo que le iba, y usté perdone. Escrita la
carta, faltaba traérsela á usté. Los buenos andadores no abundan en el
pueblo; la nube asomaba por la cumbre de los Milanos... ¡mala señal! el
trueno no podía faltar; la noche había cerrado... Pero ¡qué caráspitis!
los hombres son para las ocasiones: soy de buen andar, conozco la hoz
como si la hubiera parido; con un farol y un palo, lo mesmo es para mí
el día que la noche; y por último, la caridá es caridá, y si está de
Dios que me ha de matar un rayo, igual me ha de caer encima metido en
casa que andando á la santimperie... Y ¡caráspitis! vivos estamos á la
presente, y con el recado á medio hacer.
--Cuando yo te decía, Macabeo, que eres todo un valiente...
--Hombre, tanto como valiente, no digamos; pero leal y agradecido al
pan, ya es otra cosa.
--Por las trazas, ¿eres sirviente de esas señoras?
--Punto menos que si lo fuera. Mi padre y mi madre de su pan comían,
porque sus tierras trabajaban; y yo, al amparo de ellos, no salía de
aquella casa. Muriéronse los buenos de Dios, y la plaza de entrambos la
ocupo yo solo.
--¿Qué familia tienes?
--Ni padre ni madre, ni perruco que me ladre.
--Pero tendrás quien te ayude...
--Naide. Soy Juan Palomo: yo me lo guiso, yo me lo como.
--¿Viudo, acaso?
--¡Calle usté, señor! soy mozo soltero.
--Vamos, no te hace gracia el matrimonio.
--Lo que es relative á eso, bien me gusta. ¡Caráspitis si me gusta!
--Entonces, ¿para cuándo lo dejas?
--¿Pues qué edá me echa usté?
--Á juzgar por las trazas, más de treinta y cinco.
--Cumplílos por febrero.
--¿De qué año?
--Del que corre, señor; pues ¿de qué otro?... Y sépase que en lo
tocante á proporciones, así las he tenido, sin alabanza.
Y esto lo decía Macabeo apiñando los dedos de ambas manos, no sin
riesgo de soltar el palo y el farol.
--No lo dudo --dijo el caballero, á quien hacían suma gracia las
genialidades del espolique--; basta con verte para presumirlo.
--Sólo que --continuó Macabeo--, á quien le dan á escoger, le dan en
qué entender... Pero creo que ahora va de veras.
--¡Hola, hola!
--Sí, señor; lo he pensado despacio, y ¡qué caráspitis! sobre que ha de
ser. Porque es pura verdá que la soltería da muy malos ratos... ¡malos!
No obteniendo réplica Macabeo á estas palabras, por estar entretenido
el caballero en bajarse la capucha del capote sobre la espalda,
continuaron en silencio los dos caminantes un buen trecho. De pronto
dijo el de á pie, que indudablemente era comunicativo y locuaz por
temperamento:
--Hombre, y aunque sea mala pregunta, ¿qué es del señorito don
Fernando? No le he visto un año hace.
--Le espero de un momento á otro --respondió el de á caballo,
acomodándose mejor sobre la silla; pues, por las trazas, le iba
molestando no poco la jornada.
--Córrese que es ya un medicazo como una loma.
--Dicen que no lo entiende del todo mal.
--Ya ve usté... el que sale á los suyos...
--¡Adulador!... Y ¿de qué le conoces tú?
--Pues de verle por allá muy á menudo. En eso tiene mejor gusto que
su padre. ¡Caráspitis! aunque me diera usté todo lo que tiene, no me
pasaba yo la vida, como usté se la pasa, metido en aquel palación, solo
que solo, á más de media legua de toda persona humana.
--Amigo Macabeo, nada hay que estorbe tanto como la gente desde que se
habitúa uno á la soledad.
--Podrá ser, porque usté lo asegura y al consonante obra; pero no
alcanzo á entenderlo... ¡Ea! ya estamos afuera. ¡Gracias á Dios!... Vea
usté el río: adentro queriéndose tragar al mundo mientras diluviaba,
y aquí le cabe la hacienda en una escudilla... Ahora, por el llano de
esta sierra; y á la bajada, Valdecines... Dios quiera que lleguemos á
tiempo... ¡Buena señal! Vuélvase un poco á la izquierda, y verá asomar
la luna entre nubarrones. Se acabó la ira de Dios por esta noche.
¡Caráspitis! crea usté que si no fuera por el clavo que llevo en el
corazón, echaba ahora mismo una relinchada que hacía saltar de la cama
á todas las mozas del valle.
--¡Y todavía me negarás que tenías miedo en la hoz!
--¿Por lo del relincho al salir de ella? Cá, señor: esas ganas me
entran á mí siempre que vuelvo á ver á mi pueblo, aunque haga dos horas
que falto de él. Pequeñuco y escaso de borona es; pero el demonio me
lleve si no me parece el mejor de la Montaña. ¡Qué campanas las suyas!
¿Pues en lo relative á mozas?... ¡Caráspitis, caráspitis!... Ya verá
usté qué verbena de San Juan tenemos... Digo, si no se malogra con la
pesadumbre que barrunto.
Mientras hablaba de esta suerte el excelente Macabeo, los dos
caminantes atravesaban el llano de la sierra, dejando casi á la
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - De tal palo, tal astilla - 02
  • Parts
  • De tal palo, tal astilla - 01
    Total number of words is 4972
    Total number of unique words is 1630
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    47.6 of words are in the 5000 most common words
    53.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 02
    Total number of words is 4817
    Total number of unique words is 1656
    35.7 of words are in the 2000 most common words
    48.4 of words are in the 5000 most common words
    53.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 03
    Total number of words is 4927
    Total number of unique words is 1745
    34.0 of words are in the 2000 most common words
    45.5 of words are in the 5000 most common words
    51.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 04
    Total number of words is 4827
    Total number of unique words is 1788
    33.0 of words are in the 2000 most common words
    45.6 of words are in the 5000 most common words
    51.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 05
    Total number of words is 4933
    Total number of unique words is 1750
    33.4 of words are in the 2000 most common words
    45.8 of words are in the 5000 most common words
    53.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 06
    Total number of words is 4949
    Total number of unique words is 1602
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    47.3 of words are in the 5000 most common words
    53.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 07
    Total number of words is 4805
    Total number of unique words is 1554
    33.8 of words are in the 2000 most common words
    45.2 of words are in the 5000 most common words
    50.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 08
    Total number of words is 4900
    Total number of unique words is 1659
    33.8 of words are in the 2000 most common words
    43.4 of words are in the 5000 most common words
    49.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 09
    Total number of words is 4847
    Total number of unique words is 1615
    34.3 of words are in the 2000 most common words
    47.3 of words are in the 5000 most common words
    54.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 10
    Total number of words is 4812
    Total number of unique words is 1796
    32.4 of words are in the 2000 most common words
    44.6 of words are in the 5000 most common words
    50.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 11
    Total number of words is 4884
    Total number of unique words is 1686
    33.8 of words are in the 2000 most common words
    45.7 of words are in the 5000 most common words
    52.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 12
    Total number of words is 4880
    Total number of unique words is 1627
    33.7 of words are in the 2000 most common words
    45.0 of words are in the 5000 most common words
    52.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 13
    Total number of words is 4894
    Total number of unique words is 1555
    35.8 of words are in the 2000 most common words
    49.1 of words are in the 5000 most common words
    54.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 14
    Total number of words is 4911
    Total number of unique words is 1686
    32.0 of words are in the 2000 most common words
    44.4 of words are in the 5000 most common words
    51.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 15
    Total number of words is 4968
    Total number of unique words is 1627
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    47.8 of words are in the 5000 most common words
    54.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 16
    Total number of words is 4905
    Total number of unique words is 1666
    35.2 of words are in the 2000 most common words
    46.1 of words are in the 5000 most common words
    53.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 17
    Total number of words is 4913
    Total number of unique words is 1653
    34.0 of words are in the 2000 most common words
    45.9 of words are in the 5000 most common words
    52.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • De tal palo, tal astilla - 18
    Total number of words is 4230
    Total number of unique words is 1451
    35.9 of words are in the 2000 most common words
    47.9 of words are in the 5000 most common words
    54.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.