Cosas que fueron: Cuadros de costumbres - 11

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nos esperan.
Mi único objeto, hoy sábado, es probaros la existencia de un sentido
cuyo exclusivo encargo, cuyo destino en nuestro cuerpo, cuya función
natural y genuina... es _fumar_.
Ya oigo que se me replica, que el hecho de _fumar_, ó sea de _humear_,
de _expeler humo_,--pues tal es el significado de ese verbo,--pertenece
al dominio de los cinco sentidos clasificados por Ripalda.
--«Cojo un cigarro (me decís), y me lo pongo en la boca: le aplico
lumbre: el aparato respiratorio me sirve de máquina mneumática: chupo:
arde el tabaco y se convierte en humo: percibe _el paladar_ el sabor de
una y otra grata sustancia: huélelas _el olfato_: fijo _la vista_ en las
caprichosas espirales de humo que suben al cielo ó en la blanca ceniza
que vuelve á la madre tierra, y...--¡negocio concluido!--_he fumado_.»
¡Ah! ¡Callad! ¡No digáis eso! No habéis _fumado_... ¡Eso no es _fumar_!
¡Vos no merecíais tener tan buenos cigarros! ¡Vos sois como los cerezos,
que no se dan cuenta de los amoríos de sus propias flores!
Pero no es vuestra la culpa. La culpa es de la Academia de la Lengua.
Voy á convenceros.
El verbo _fumar_ no expresa de ningún modo la idea á que se refiere: no
interpreta, no traduce, no explica el hecho que analizamos: ¡es una
palabra inadecuada, antigramatical, contradictoria, absurda!
El verbo _fumar_ debiera ser _reflejo_, _reflexivo_; de ninguna manera
_intransitivo_ ó _neutro_, y menos que nada _activo_ ó _transitivo_,
como lo hacéis algunas veces.
En vez de _fumar_,--_fumarse_.--¡He aquí lo que debiera decirse!
En lugar de: «Yo _fumo_ después de comer,» la frase reveladora sería:
«Yo _me fumo_ después de comer.»
Es decir: yo _me humeo_; yo _me fumeo_.
--¿Se _fuma_ V. mucho, fulanito?
--Bastante, señora.
--Mal hecho: no debe V. _fumarse_ tanto: va usted á quedarse hecho un
alfeñique.
--¿Y el marqués?
--Está _fumándose_.
--_Fúmate_ tú.
--_Fúmese_ V...
¡Esto es lo propio, lo racional, lo elocuente, lo que se dirá con el
tiempo, Dios mediante!
¡Y ahora me ocurre que, al descubrir el tabaco, ó sea al atinar con su
uso, pudieron muy bien nuestros padres explicar este uso sin necesidad
de inventar palabra alguna!--¿Acaso no existía el verbo
_fumigar_,--_fumigarse_?
Pues su aplicación al nuevo acto humano hubiera sido más oportuna que la
invención del verbo _fumar_, ridícula contracción del anticuado
_fumear_!
Porque _fumar_--hablo ahora del fenómeno, que no de la palabra,--_fumar_
no es, ni lo será nunca, más que para las mujeres y los tísicos, el acto
de expeler humo por la boca ó por las narices. (¡Eso sí sería
_humear_!)--_Fumar_ es absorber ese humo; encaminarlo á un determinado
sitio; _¡fumigarlo!_ y, por consiguiente, _humearse_.
¿Qué sitio es ese? ¿Qué cosa se _humea_ uno?
Cate V. la cuestión. Ya va asomando el sentido de que hablaba hace poco.
Meditemos.
Por algo quiero yo convertir de neutro en reflexivo el verbo _fumar_;
por algo predico que el hombre tiene un sentido exclusivamente
_fumigable_...
¿Sabéis por qué?--Porque trato de demostraros que el placer de fumar
pertenece al orden de los placeres _naturales_; esto es, que Dios había
previsto el uso del tabaco al crear al hombre.
¡Culpa es del hombre, si ha tardado tanto en caer en la cuenta!--_Homo
lapsus_, etc.
Fumar no es un placer _convencional_ como el de ser calvo, ó como el que
producen el frac negro, la pedrería, la cerveza, los
_Príncipes-Albertos_ (carruajes muy incómodos) y las poéticas estrofas
del himno de Bilbao:--tampoco es un placer _artificial_ como las
verdades políticas, como las mujeres coquetas, como un baile de
máscaras, como el matrimonio, como una conspiración bien urdida, como el
juego ó como las aclamaciones populares.--_Fumar_ es un placer ingénito
de la naturaleza humana, como la música, la guerra, el amor
correspondido, el sueño, el baile, la mesa, el baño, el vino, la
caridad, el revolcarse en un prado la primavera, el adorno personal, los
hijos, la murmuración, la caza y la pesca.
Voy á probarlo.
Si el _fumar_ no fuera un placer de la naturaleza, los hijos no se
esconderían de sus padres para hacerlo, ni los padres del antiguo
régimen, enemigos en todo de las leyes _naturales_, se lo hubieran
vedado tan rigurosamente á sus hijos.
La sociedad, que ha hecho un crimen de todas las funciones inherentes á
nuestra vil condición de muñecos de barro; que considera de mal tono el
comer por la calle; que no se da por entendida de ciertas flaquezas
comunes á todo animal; que ha levantado mil barreras entre el hombre y
la mujer (barreras que no pueden saltarse _decorosamente_ sin pagar ese
horrible derecho de puertas que se llama matrimonio); la sociedad,
hipócrita siempre, que viste á las señoras de manera que aparezcan
enteramente al contrario de como Dios las hizo (estrechas por arriba y
anchas por abajo, siendo así que ellas son estrechas por abajo y anchas
por arriba), ha proscrito en Inglaterra el uso público del tabaco, como
ya proscribió antes en aquel mismo pueblo las palabras _pantalón_,
_sábana_, _camisolín_ y otras. ¿Qué mayor prueba de que el hombre es
naturalmente _fumigable_?
Pensemos, si no, un momento en los efectos y excelencias del tabaco.
Para un verdadero fumador, el cigarro es el primer amigo, el más sabroso
manjar, el más fiel compañero de todos sus pesares y alegrías.
Fuma el hombre que está á dieta; fuma el que ayuna voluntariamente;
fúmase antes de comulgar; fúmase dentro del baño... ¡No hay ocio que el
fumar no entretenga!--El hombre que fuma, nunca está solo.
Cuando habéis perdido una prenda del alma y os espanta la idea de comer
ó de beber; mientras recibís el duelo; mientras acompañáis el cadaver al
Campo Santo; en las patéticas crisis de vuestro dolor, el cigarro es
lícito, _conveniente_, bien mirado por la sociedad española y por la
madre naturaleza, y el único placer que os permitís...--¡Quizás el único
lazo que os retiene en la vida!
Nosotros, los que pasamos largas horas buscando en nuestra imaginación
mundos ilusorios que presentar ante los ojos de los lectores, á fín de
sustraerlos á la realidad de este mundo mezquino, vivimos en una
atmósfera de tabaco... Entre nuestros ojos y el papel, flota siempre una
nube de azulado humo que idealiza la materialidad de las cosas, en tanto
que allá, en el alma, dulces somnolencias y estrañas _reveríes_ vienen á
brotar del roce del aroma precioso con el sentido oculto de que
hablo.--Este aroma, que calma y embriaga á la vez, que mitiga las penas
y endulza los recuerdos, que renueva la inspiración y fomenta la
esperanza, es para nosotros lo que el gas para el globo aerostático: nos
levanta de la tierra, nos suspende, nos eleva, nos hace recorrer el
espacio, nos aisla completamente de toda relación de tiempo y lugar, y
anticipa por momentos la hora mística y solemne de la libertad del
espíritu.
¡Desgraciado mil veces el que no fuma!--¿Qué hará este sér incompleto,
en la orilla del mar, en aquellas horas de infinito éxtasis que siguen á
la puesta del sol? ¿Qué velas llevarán su imaginación hacia lo
desconocido? ¿Qué alas lo subirán al cielo durante las espléndidas
noches de verano? ¿Qué hará en los entreactos de una ópera? ¿Qué,
después de comer? ¿Qué, al despertar por la mañana? ¿Qué, durante una
larga navegación? ¿Qué, en la ausencia, cuando cierre los ojos para ver
las personas queridas? ¿Qué, para no acatarrarse á la salida de un baile
en provincias, donde no suele haber coches, si tiene que ir charlando
con la beldad que aceptó su brazo para volver á casa? ¿Qué, cuando viaje
á caballo por solitarios montes? ¿Qué, cuando convalezca de una
enfermedad? ¿Qué, en fín, en aquella hora que sigue al logro de
cualquier deseo; cuando, si no fuera por el tabaco, ya no habría razón
ninguna para seguir viviendo en un mundo donde _todo es igual y acaba
del mismo modo_?
¡Ah! lo repito: ¡desgraciado mil veces el que no fuma! ¡Y más
desgraciado todavía el que fuma... y no tiene buenos cigarros!
Madrid 1858.



EL CARNAVAL
EN MADRID.

I.
LOS BAILES DE CAPELLANES.
Vox _populi, vox Dei._--Cuando la fama lo dice, verdad será.--Pero,
aunque no lo sea, nadie negará que los confesores, las madres del
antiguo régimen, las damas educadas á la inglesa y los hombres que
observan un buen método higiénico-moral, ponen las cruces á los _Bailes
de Capellanes_.
--¡Conque anoche estuvo V. en _Capellanes_!... ¡Vaya una vida!--exclama
maliciosamente nuestra presunta madre política, en tanto que nuestra
futura esposa calla y cose, más seria que la siempre escamada Juno.
--¡La Vizcondesa estaba anoche en _Capellanes_!!!--se dicen al oido sus
adoradores, llevándose las manos á la cabeza, sin que lo vea el marido.
--¡No me lo niegues! (grita otra mujer arreglando la corbata á su
consorte). ¡Tú vienes de _Capellanes_!
--Pero ¿qué pasa en _Capellanes_?--me preguntará el benévolo lector.
Va V. á saberlo, amigo mío.--Hoy habrá baile, pues desde Navidad hasta
Ceniza, rara es la noche que se cierra aquel local...--Va usted á
acompañarme esta noche... La función principiará á las nueve; pero
nosotros no iremos hasta la hora de la salida de los teatros, que es
cuando la danza se halla en todo su apogeo.--Desde entonces hasta las
dos de la madrugada, que se apagan las luces, tiempo tendremos de
conocerlo todo...
Ya hemos llegado.--Comience V. á admirar prodigios...
El primero es de baratura...--Lo digo, porque la entrada cuesta diez
reales.--La salida... es á gusto del consumidor.
No hay necesidad de quitarse el abrigo, ni la bufanda; pero, si tiene V.
calor, puede dejarlos en el guarda-ropa.
¡Vea V. qué galería tan cómoda para descansar!... Es un diván de cien
metros que da la vuelta al salón... Aquí se fuma, se duerme, se
pronuncian discursos ó se pasea filosóficamente.
Penetremos en el paraninfo ó para... ninfas.
Aquí tiene V. un salón cuadrado, sostenido el techo por cuatro columnas,
y muy semejante á un gran patio de Andalucía.
En el espacio comprendido entre los cuatro cenadores, se
baila...--¡Porque eso que mira usted asombrado es bailar!
Al rededor se ama á cuarenta grados Reaumur.
Por lo demás, yo creo que en Madrid no hay un local más bonito ni más á
propósito para un baile.
El aspecto de la concurrencia recuerda los buenos tiempos de las
máscaras.--Aquí, no sólo se viene disfrazados, sino vestidos. ¡Es un
baile de trajes en toda la extensión de la palabra!--Aquí tiene V. todo
el guarda-ropa de los teatros: Moros, templarios, griegas, manolas,
escoceses, Isabeles de Inglaterra, Franciscos primeros, Motezumas,
Reinas-Católicas, puritanos, Federicos, Raqueles y Semíramis, andan
amigablemente del brazo, ó polkan que se las pelan, ó se ponen como hoja
de peregil si llega la mano.
Estas espléndidas máscaras, varones y hembras, son la parte peligrosa
del baile... Porque observe V. que los Federicos, los templarios y los
Motezumas son también mujeres disfrazadas de hombre!--Yo sé de un amigo
mío que logró fijar la atención de una de esas máscaras ilustres, y
consiguió á fuerza de muchas instancias (las instancias fueron de él: y
lo advierto... porque también ellas suelen instarle á uno), consiguió,
digo, llevarla al ambigú.
--Pide algo...--exclamó mi amigo.
Era la una de la noche.
--Mozo, ¿hay puchero?--preguntó Isabel de Inglaterra.
¡Y no es esto lo peor que puede acontecer en _Capellanes_!...--Pero
hablemos de cosas más apetecibles. El lado novelesco y digno de atención
de estos bailes lo constituyen ciertas modestas tapadas vestidas de
negro, con largos mantos ó anchurosos capuchones, que andan de acá para
allá buscando á un marido más ó menos infiel ó á un amante más ó menos
afortunado.
Y es que á _Capellanes_ va también la dama non sancta del gran mundo,
que ama á un gallardo estudiante del sexto de Leyes y no le ve nunca con
desahogo, ni tuvo jamás la dicha de bailar con él.--Para estos, la noche
es ideal, sublime, romántica á sumo grado. ¿Qué les importa el mundo que
les rodea? ¡Allí está ella, la deidad cuyo coche sigue penosamente en el
Prado, cuya mano puede apenas coger en los corredores del teatro Real, y
con la que no se ve á solas más que alguna vez en detestable coche
simón! ¡Y allí está el incauto joven que la aristócrata aburrida
distinguió entre la muchedumbre y elevó á un cielo que nunca
soñara!--¡Al fín son libres; al fín andan del brazo por en medio de la
multitud! ¡Todo el mundo es testigo de su dicha, y sin embargo, nadie
los ve!...--¡He aquí un goce que sólo lo proporcionan las máscaras!
A las dos menos cuarto nadie ve más allá de sus narices.--Se ha bebido,
se ha perdido la cabeza á fuerza de bailar, se ha dado el alma al
diablo, se ha obtenido la cita, se han marchado las tapadas _decentes_,
se han confundido en un vértigo febril la mentira y la verdad, y las
caretas son inútiles, y los respetos sociales una farsa, y los
desconocidos se tutean, y las feas parecen hermosas, y todos gritan,
todos bailan, todos sueñan, todos reducen el pasado y el porvenir á
aquel instante pasajero de locura y fascinación.
--¡Huyamos, amigo mío: huyamos de esta jaula de monos!

II.
LOS BAILES DEL TEATRO REAL.
Las tres noches en que estos bailes presentan su caracter propio,--el
segundo día de Carnaval, la noche de Piñata y la consagrada á los
Establecimientos de Beneficencia,--el regio coliseo ofrece un aspecto
moral y material enteramente distinto del de Capellanes.
En él no hay trajes pintorescos ni aparatosos disfraces. Las mujeres van
cubiertas de largos dominós ó mantos negros: los hombres vestidos de
media sociedad.--Casi nadie baila: los que se dedican á este placer, ó
son tránsfugas de Capellanes ó provincianos inespertos.--Al teatro Real
se va más que á nada á desenlazar dramas y poemas ó á empezar novelas
sumamente interesantes.
Hay, pues, algo de lúgubre y melancólico en estos bailes de máscaras;
algo de serio y de imponente. Allí se dan ciertas quejas, y se hacen
ciertas recriminaciones. Allí hablan los que se amaron durante mucho
tiempo, riñeron después y dejaron de verse al cabo... De allí salen á
veces reconciliados los novios, los amantes y hasta los esposos... Allí
tropieza uno con los amigos secretos, con las simpatías ignoradas, con
las desconocidas entusiastas que no se ponen en balde la careta...
Consejos, noticias, censuras, declaraciones, desengaños..., salen como
un vendabal de labios de las mujeres, yendo á turbar la mente de los
hombres... La infidelidad, los celos, la venganza, la calumnia, los
recuerdos de amor andan encarnados, por decirlo así, en aquellas
sombras negras cuyos funerales chillidos van sembrando la desolación y
la muerte.
Por lo demás, el local es lujosísimo, la orquesta maravillosa, la
concurrencia innumerable. A cierta hora los palcos se llenan, ó de
parejas que siguen el drama _tête á tête_, sin que la protagonista se
haya quitado el antifaz, ó de familias pacíficas que han arrojado la
inútil máscara y contemplan desde allí el animado espectáculo del salón,
como los que ven desde un balcón artificial la catarata del Niágara.
De las tres á las cuatro hay una hora de sosiego, en que ni se baila ni
suena la música.
Es que cenan los alegres de corazón.
Pero más excitan la envidia de los tristes y de los solitarios algunas
parejas que se pasean por los corredores ó por las escaleras.--Muchos
toman un coche y se marchan..., y luego vuelven.--No pocos se sientan á
filosofar, y acaban por dormirse.
A última hora, á las seis de la mañana, se alumbra el teatro con luces
de Bengala, que le dan un aspecto fantástico: báilase la _galop
infernal_, perfectamente llamada así; condénsase en vivísimas
expresiones, en tumultuosos pensamientos, en rápidos compases, en
frenéticos giros, toda la poesía diabólica de la noche, y entonces, los
que se han reunido por casualidad, los que sólo pueden hablarse con el
rostro cubierto, los que no esperan verse ya lo menos en un año, sienten
un hondo vacío en el corazón, como si les faltase la vida, como si se
acabase el mundo...
Entretanto, la aurora se abre paso en el horizonte, alumbrando calles y
tejados cubiertos de nieve, de escarcha ó de ceniciento lodo.

III.
EL CARNAVAL EN EL PRADO.
La decoración ha cambiado completamente.
Las damas llevan la cara descubierta. Los hombres más elegantes van
vestidos de mujeres y con la cara tapada. Ellas pasean en coche, ó á
pié, ó están sentadas en las sillas del Ayuntamiento. Ellos se hallan á
un mismo tiempo en todas partes.
Desde la Fuente Castellana hasta la iglesia de Atocha, esto es, en un
espacio de media legua, fluye incesantemente un río de carne y trapo.
Los más lujosos trajes de nuestras madrileñas sirven de disfraz á los
jóvenes más traviesos y distinguidos.
Ha llegado la hora del desquite. Los embromados del teatro Real se
cobran con usura de todo el daño que allí recibieron del bello sexo.
El pueblo, por su parte, acude con danzas, estudiantinas y mojigangas.
Entonces aparece también la mascarada política, la filosófica, la
epigramática en el orden moral. Trajes fantásticos, ingeniosas
caricaturas, burlas sangrientas, tipos cómicos, biografías en acción,
nada falta en el gran escándalo de esos días.
Uno pronuncia discursos, otro os dirige á voz en grito apóstrofes que os
ponen colorado; quién os nombra, quién os señala con el dedo; cuál os
adula, cuál otro os manifiesta todo lo que os conviene saber.
Estas máscaras pregoneras, que son las más terribles, suelen ir hasta en
coche, ó asaltar el que primero encuentran: á veces van á caballo:
hablan con las gentes que ven en los balcones; penetran en algunas
casas; acuden á los cafés; paran á los transeuntes; nada perdonan, en
fín, de cuanto puede contribuir á su tremenda incontrastable soberanía.
Tal es el Carnaval en Madrid, donde, á consecuencia de nuestras
revoluciones y áun de nuestro caracter nacional, la sociedad se compone
de un solo vastísimo círculo que incluye todas las clases cultas y en
que todos se conocen y tratan.
No: no es el Carnaval entre nosotros la desaforada orgía de otras
capitales de Europa, en que millares de individuos que no se han visto
nunca, convierten las plazas y los teatros en otras tantas casas de
locos: es una innumerable tertulia de personas que se aman, se temen, se
odian ó se necesitan, en la cual se ha apagado la luz y andan las gentes
á tientas diciendo verdades como puños y relajando en lo posible los
vínculos estrechos de las conveniencias sociales.
1859.



MIS RECUERDOS
DE AGRICULTOR.

Posible es, y hasta casi seguro, pues cosas más raras se ven todos los
días en España, que algunos de los pacíficos labradores á quienes
especialísimamente va dedicado este artículo[5], tengan así como una
vaga idea de que yo existo en el mundo, por haber llegado á la
envidiable soledad de sus casas de campo tal ó cual periódico madrileño
ó de provincias en que se me citara, probablemente para censurarme, como
teólogo, como poeta, como soldado, como periodista, como diputado á
Cortes, ó como cualquiera de las demás cosas que he sido consecutiva y
áun simultáneamente, por falta de mérito bastante para ser una sola...
Pero de seguro que ningún campesino ni cortesano me ha oido mentar nunca
como _agricultor_, ni tiene el más leve barrunto de que yo haya pasado
años enteros de mi vida labrando la dura tierra, sembrando, regando,
escardando, segando, podando, etc., etc.; todo ello con anterioridad á
los tiempos actuales, en que he venido á ser un poquito _jardinero_ y
otro poquito _hortelano_ en la villa de Valdemoro, de donde hace pocos
meses me nombró _Patriarca_, en letras de molde, mi pícaro y buen amigo
Alfredo Escobar, con gran asombro de las personas que todavía me tomaban
por un muchacho.
¡Pues sí, mis queridos lectores técnicos del _Almanaque agrícola_! En
los primeros años de mi varia y complicada existencia, yo he sido tan
labriego como vosotros: yo he manejado millares de veces la azada, el
almocafre, la hoz y otros muchos instrumentos de labranza: yo he
confiado el grano de oro del trigo ó el grano de topacio del maiz á la
generosa madre Tierra, y la he visto devolverme al poco tiempo el ciento
por uno: yo he sepultado el _hueso_, que es como quien dice el
esqueleto, del albaricoque ó de la guinda que me había comido, y luego
he visto brotar un verde tallo por el grieteado suelo que cubría aquella
fosa, y convertirse el tallo en tronco, y vestirse el tronco de hojas y
flores, y trocarse las flores en frutos tan bellos y tan opimos como los
del primer año de la Creación: yo he plantado el árido sarmiento que,
andando los años, había de ser lujosa parra y darme fresca sombra y
apretados racimos: yo he comido pimientos y tomates de las matas que
planté y cultivé, y cebollas, y ajos, y calabazas y pepinos sembrados
por mí, y... (¿por qué no he de decirlo todo, aunque tenga que acusarme
de contrabando?) ¡yo he fumado tabaco de mi cosecha! ¡yo he criado la
preciosa planta, la he secado, la he prensado, la he arrollado, y, una
vez enjuto el resultante cigarro casero, lo he encendido y me lo he
fumado con el mayor gusto, bien que á escondidas..., no de la Real
Hacienda, sino de mis Padres (Q. E. P. D.)
Porque habéis de saber que apenas tendría yo nueve años cuando hacía
todas estas cosas, es decir, cuando estaba dedicado en cuerpo y alma á
la agricultura.--Poco después entré en el Seminario, no en busca de
simientes, sino á estudiar latín: la lectura de los Clásicos me aficionó
á las Bellas Letras, y ¡adios, mi azada! ¡adios, mi almocafre! ¡adios,
mi _huerta_! ¡adios, mis calabazas!... Ya tenía mayores cuidados: ya
tenía que pensar en no recoger cosecha de estas cucurbitáceas cuando
llegase Junio con sus exámenes!
¡Mi _huerta_!--Mi huerta mediría seis varas cuadradas de extensión, y
constituía la décima parte de un corral que de nada servía (por haber
otros mejor acondicionados para gallinas y demás animales comestibles)
en el viejo y destartalado caserón que ya no puedo llamar _mi hogar_
paterno...
Pero explicaré eso que he dicho de _décima_ parte.
Eramos diez hermanos..., como quien no dice nada, y no había local, ni
juguetes, ni paciencia, ni oidos que bastasen á resistir nuestros
juegos, reyertas y espíritu de destrucción.--Desde los gatos que
discurrían por los tejados hasta los conejos que tenían sus madrigueras
bajo los cimientos de la casa; desde las mismas tejas y chimeneas del
edificio y de los demás de la manzana hasta el agua misteriosa de los
profundos pozos, todo sufría el incesante azote de aquellos diez
guerreros, cuya edad se escalonaba entre dos y quince años, y cuyo único
descanso era el pelear. ¡No se nos tenía por tan malos como los _cuatro_
hijos de un nuestro vecino á quienes todo el barrio llamaba _los
cuatrocientos_; pero, áun así, cabía en lo posible que, de no buscarse
mejor empleo á nuestra vertiginosa actividad, acabáramos por destruir la
casa en que habíamos nacido y por matar á disgustos á los padres que nos
habían engendrado!
En tal aprieto, decidieron sus mercedes regalarnos en propiedad y en
usufructo el mencionado corral sobrante, para que lo convirtiéramos en
teatro exclusivo de nuestras hazañas, é hiciésemos de él lo que se nos
antojase, incluso levantar sus tapias hasta las nubes ó cavar su suelo
hasta los antípodas, bien que aconsejándonos prudentemente que nos lo
repartiésemos por lotes y que lo cultiváramos hasta convertirlo en una
especie de jardín-huerta, cuyos frutos y flores perteneciesen de derecho
al dueño de cada pedazo.--Á este fín, nuestros padres nos comprarían los
necesarios instrumentos de labor y permitirían á los hortelanos y
hortelanas mayores de ocho años sacar agua de los pozos con acetres de
poco peso y con las debidas precauciones, dando además á un criado orden
de regar la tierra de los minúsculos, quienes también podrían
arrendarlas á sus hermanos más crecidos.
Con indecible entusiasmo y frenética alegría fué aceptada tan oportuna
idea. Inmediatamente se dividió el corral en diez lotes iguales, dejando
en medio una calle para _vía pública_. Hiciéronse escrituras que
sirviesen de título á cada cual. Redactáronse leyes y ordenanzas sobre
huertos, riegos, servidumbres, etcétera, y ya en adelante no dimos á
nuestros padres más trabajo que el de impedir que echásemos raices en
nuestra respectiva pertenencia. Todas las horas que nos dejaban libres
escuelas y colegios, las pasábamos con el azadón ó el escardillo en la
mano, ó sacando agua del pozo, ó haciendo estanques y acequias, ó
construyendo pozos en el paseo que corría entre las dos series de
huertecillas, ó pintando verjas en las tapias, con almagra y almazarrón,
ó labrando encañados para acotar cada propiedad y defenderla de los
gatos, ó cambiando entre nosotros tales ó cuales frutos ó semillas;
cuando no convidándonos recíprocamente á comer _sobre el terreno_, y
hasta en la mata, las lechugas, las habas ó los pimientos que habíamos
criado.--¡Hubo allí agricultor que recogió más de una libra de algunas
cosas!
Dicho se está que las primicias de cada cosecha eran llevadas
solemnemente á nuestros padres, quienes las celebraban por todo extremo,
dispensándoles la honra de disponer, como si fueran _frutos de verdad_,
que se trasportasen á la cocina, y se sirviesen luego á la mesa, en el
frito, cocido ó ensalada correspondiente.--Ni dejó de suceder, sino que
ocurrió en varias ocasiones, el que los muy amados de nuestra alma
fueren á ayudarnos por las tardes ó los días de fiesta en aquellas
infantiles tareas agrícolas, ó sea á jugar con nosotros á labradores y
hortelanos, prendados al igual de cada huertecillo, por ser obra y
llevar el nombre de un hijo de su corazón...
¡Oh! no quiero seguir... Comencé en broma á hablar de mis juegos de la
niñez, y ya no caben las lágrimas en mis ojos...
Pasaron ¡ay! aquellos años... Los hermanos más pequeños fueron heredando
las abandonadas huertas de los mayores, según que estos iban casándose,
ó yéndose del hogar paterno.--Uno murió, y su propiedad fué toda
sembrada de siempre-vivas...--Pronto no quedaron hortelanos ni
hortelanas que cultivasen, riendo, aquellas liliputienses fincas, y dos
ancianos, ya casi solos, tuvieron que cultivarlas llorando, mientras que
sus hijos creaban nuevas familias en otras casas, ó recorrían el mundo
cargados con el fardo de tan santas memorias...--Apagóse, en fín, aquel
hogar: murieron nuestros padres: secóse aquel jardín; ¡desapareció todo!
Mudáronse después los horizontes de nuestra vida, y, por lo que á mí
toca, ví á mi alrededor nuevos seres amados, otros niños, muy parecidos
á los que jugaban conmigo en la casa paterna, y que jugaban á los mismos
juegos que nosotros...--¡Eran mis hijos, no mis hermanos!--Eran estos
pedazos del alma que han de sobrevivirme, como yo he sobrevivido á los
honrados cónyuges que me dieron el ser...
Así es que, al pensar en los años de mi infancia, paréceme que ahora
vivo en otro mundo; pues de mi historia de niño y de agricultor, ya no
me queda más que la dulce tristeza con que recuerdo alegrías tan
inocentes, dichas tan puras, placeres tan benditos...
Digo mal: también me queda este amor al campo y este culto á la
Naturaleza de que dan testimonio mis pobres obras literarias; amor que
profeso asímismo á cuantos viven en íntimo contacto con la Madre
Tierra,--depositaria de las cenizas de mis padres, que en plazo no muy
remoto lo será también de las mías.
1880.



UN MAESTRO DE ANTAÑO.
(FRAGMENTO DE LAS «MEMORIAS INÉDITAS DEL BACHILLER PADEAYA,» QUE SE
PUBLICARÁN ÍNTEGRAS DESPUÉS DE SU MUERTE).

I.
Ahora me toca retratar (dice el Bachiller, comenzando el segundo
cuaderno de su manuscrito) á otro de los personajes de mayor bulto y
trascendencia que figuran en la historia de mi niñez; al más
caracterizado sin duda alguna, después de los autores de mis días, del
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