Cosas que fueron: Cuadros de costumbres - 08

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periódicos,--escribí dos cartas,--almorcé,--acabé de vestirme,--fuí á
casa de Antonio,--disputé sobre geología,--comí,--dí un paseo,--fuí al
café,--tomé un sorbete,--entré en casa de la baronesa,--me dió té,--vine
acá,--me senté al balcón al fresco,--y ahora voy á acostarme.
Ya dijo Iriarte:
Levantóme á las mil, como quien soy.
Me lavo. Que me vengan á afeitar.
Traigan el chocolate; y á peinar.
Un libro... Ya leí... Basta por hoy.
Si me buscan, que digan que no estoy...
Polvos... Venga el vestido verdemar...
¿Si estará ya la misa en el altar?
¿Han puesto la berlina?... Pues me voy.
Hice ya tres visitas; á comer...
Traigan barajas: ya jugué. Perdí.
Pongan el tiro. Al campo; y á correr...
Ya Doña Eulalia esperará por mí...
Dió la una. A cenar y á recoger.
¿Y es esto un racional?...--Dicen que sí.
¡Ah! ¿Qué es la vida?... me preguntaba hace poco, contemplando la eterna
luna.--Y en verdad que no he sabido responderme.
Heme con un día menos... ¿En qué lo he pasado?--¡Vive Dios que me
avergüenzo cuando lo medito!
¡Y si pienso en que esto es ser feliz; en que ocho mil días como el de
hoy constituyen todo mi tesoro; en que la magestad del hombre se reduce
á tan mezquinas tareas; en que el porvenir es una multiplicación de
vanidades que desprecio, de placeres que ya conozco y de dolores
mayores que los que he sufrido!...
Decididamente, yo necesito tener un hijo, escribir un libro y plantar un
árbol.

VIII.
LOCOMOCIÓN.
Viernes 6 de Agosto, al amanecer.
Son las cuatro de la mañana.
De hoy no pasa sin que me marche.
Pero, ¿á dónde?
Esto es lo que no sé todavía.
Tengo hecho el equipaje, la carta de vecindad en el bolsillo, la bolsa
de viaje pendiente del cuello, el dinero... donde yo me sé, las pistolas
en la faltriquera, un guante puesto y el otro quitado, el libro de
memorias debajo del brazo izquierdo, el mapa de Europa en la mano
derecha, cuartos para los pobres en el bolsillo del pantalón, cartas de
recomendación... no las quiero ni las necesito; provisiones de boca en
un cesto muy grande, pasaporte para el extranjero en la cartera,
espolines en su estuche, y agujeros para ellos en las botas.--Nada me
falta: puedo marchar inmediatamente...
Pero ¿á dónde? (vuelvo á preguntarme). Cómo? ¿En qué forma? ¿Hasta
cuándo? ¿Para qué?
Pláceme mucho hacer cosas nuevas; de modo que, por mi gusto, este viaje,
que emprendo en busca de árboles, de frescura y de agua en qué meter el
cuerpo, lo llevaría á cabo, si pudiera, de un modo raro y
extraordinario.
Recapitulemos, á ver si doy con algo original.
Yo he viajado ya en barco de vela,
en barco de vapor,
y en barco de remo...
Por consiguiente, no es cosa de embarcarme en el Canal de Manzanares.
Tambien he viajado en ferro-carril,
en diligencia,
en posta,
en coche particular..., ajeno,
á caballo,
en galera,
en calesa,
en carro de bueyes,
en mula,
y en asno.
(De todo lo cual me alegro mucho, yo el editor de el _Diario de un
Madrileño_, porque, escribiendo así, en parrafitos tan cortos, cunden
mucho los artículos literarios).
He patinado y andado en trineo.
He sido llevado á cuestas para pasar algunos ríos.
Me han conducido en brazos, primero mis once nodrizas, y en cierta
ocasión las masas populares.
He bajado á varias minas colgado de una cuerda.
He trepado por escalas de nudos.
He andado sobre zancos de madera.
Me he arrastrado, como una serpiente, por cañerías morunas, buscando
tesoros.
He andado á cuatro piés por los tejados.
He cabalgado cuando niño en carneros merinos, perros de Terranova y
cerdos en pelo, es decir, cerdos en cerda.
También he nadado; lo que me gusta más que andar.
Porque se me olvidaba decir que he andado.
He volado en sueños.
Me he mecido á mi sabor en campestres columpios, recibiendo el impulso
de manos hermosísimas.
He dado vueltas en el _tío Vivo_.
He resbalado voluntariamente de espaldas, apoyado en un bastón ferrado,
desde heladas cumbres á nevados valles.
He rodado sin querer, como una pelota, por la ladera de cierto abismo.
Me he arrojado desde una Montaña rusa.
He botado con _b_, pues con _v_ no he podido (tal estaban las listas
electorales...)--he _botado_, digo, siendo presa de una convulsión que
suele visitarme.
He caido, de piés, de una respetable altura.
He saltado más de cuatro arroyos.
Y he hecho la _belica_.
Hasta aquí lo que conozco.
Veamos ahora lo que no conozco.
No he viajado en globo aereostático.
Ni en ataud.
Pero tengo esperanzas de viajar de una y otra manera, porque yo soy de
los que saben que han de morirse y de los que creen y esperan que se
dará dirección á los globos.
Tampoco he caminado sobre la joroba de un camello, como los árabes.
Ni sobre el lomo de un elefante, como los indios.
Ni en litera, como las damas del siglo XVI.
Tampoco he sido llevado _todavía_ en andas.
Y digo _todavía_, no porque entre en mis proyectos ir á la China (sobre
todo desde que ya va todo el que quiere, gracias á los cañones de
Inglaterra y Francia), sino porque puedo llegar á ser Santo y salir en
procesión,--que Santos hubo, ó, por mejor decir, hay en el almanaque,
que á mi edad eran mucho más malos que yo, como pueden atestiguar San
Agustín, San Pablo, San Francisco de Borja y otros.
Tampoco me han paseado en la punta de una pica como á la Princesa de
Lamballe; pero todo me lo temo...; y eso que no soy príncipe
_todavía_...
(De este _todavía_ digo lo mismo que del anterior).
¿De cuál de estas maneras emprenderé mi viaje?
De ninguna.
Recurramos, pues, á lo ya conocido.
Me marcho en diligencia.
El _dónde_ no lo sé; pero ello dirá. Por lo pronto me dirijo al Norte,
cosa muy natural en quien busca _fresco_.--Mañana á estas horas estaré
en Valladolid.
No siento pena por lo que dejo en la corte. Tengo la seguridad de que,
yéndome, no me privo absolutamente de nada agradable. De aquí al otoño,
que pienso volver, todo seguirá como se encuentra hoy,--dormido,
asfixiado, muerto, y enterrado en polvo por añadidura.
¡Dios mío, que me salgan ladrones; que volquemos; que encuentre alguna
compañera de viaje muy bonita; que pasemos hambres y
tormentas!--¡_Emociones_, Dios mío, _emociones_ á toda costa!
¡Conque esto es hecho!--¡Adios, Madrid! Te dejo ensayando zarzuelas y
discursos parlamentarios; disponiéndote á levantar la Puerta del Sol y á
reunir un nuevo Congreso de diputados; esperando la del cielo, esto es,
agua llovediza que temple el rigor de tu caliginoso ambiente, y
confiando en la venida del Lozoya y de una buena compañía de ópera
italiana.--¡Que Dios escuche tus votos!
¡Adios, noches del Prado, tardes de la Fuente Castellana, mañanas del
Retiro! ¡Adios, sol de la Mancha, luna de Julio, horchata de chufas,
pretendientes que concurrís á los cafés, bailes del _Tíboli_, baños del
ex-Manzanares!--¡Hasta las Ferias, si el tiempo lo permite!
Pero no creo haberme despedido lo bastante de la _Puerta del Sol_, y
retrocedo sobre mis pasos para decirle:
--¡Adios, nueva Palmira; fruto precioso de la revolución de Julio;
cascajal perdurable; Proteo geográfico, tan pronto laguna como pantano,
hoy montaña si ayer derrumbadero; Maelstrom de los coches; digno atrio
del ministerio de la Gobernación de España; moderna Troya, en cuyo
centro mueren los Ministros demasiado arrogantes; barricada eterna, en
que los menestrales acechan á los ministriles; manzana, no de casas,
sino de la discordia, entre académicos, ingenieros y capitalistas;
Puerta Otomana, que has dado margen á toda una guerra, que empezó por
donde concluyó la de Oriente (por la demolición de algunos edificios), y
terminará Dios sabe cómo!--¡Adios!--¡Quieran los cielos que, cuando yo
vuelva, te hayas convertido en un lago como Pentápolis!

IX.
EL OTOÑO EN LA CORTE.
(Carta que el «Madrileño» recibió, ó más bien _supuso haber recibido_,
estando en el campo.)
¡No nos escribas más cartas acerca de los valles y montañas de
Santander!--¿Qué pueden interesar ya á los suscritores de _La Epoca_ las
delicias del campo, ni los baños de Ontaneda, ni los de mar, ni los
saltos de los pasiegos, ni las apuestas de los barreneros de esas minas,
ni las proezas de los tiradores de _barra_, ni los triunfos de los
jugadores de _bolos_, si el verano puede darse por concluido, si pasado
mañana principia el otoño, si nadie piensa ya en los placeres de la
naturaleza, si todos suspiran ya por los placeres del arte, si no hay
quien desee salir de Madrid; si, por el contrario, los que salieron
están preparándose á volver, y si tú mismo comienzas á aburrirte y á
echar de menos la vida de la sociedad?
¡Vente, pues, mi querido _amigo_! ¡Vente á este _mare-magnum_, que ya
principia á encrespar sus olas! ¡Ven, que ya amanece _el año madrileño_
de 1859!... ¡Ven, y lánzate á este torbellino de ambiciones, de
novedades, de espectáculos, de peligros, de grandezas, de miserias y de
locuras, fuera del cual no podemos vivir un año entero los que ya lo
conocemos á fondo!--Y es que Madrid se parece á esas coquetas
encantadoras que despreciamos tanto como las apetecemos, y que
abandonamos _para siempre_ todas las noches, sin perjuicio de volver á
buscarlas todos los días.
A la hora en que te escribo, ya se empiezan á hacer los preparativos de
la feria, y da gusto andar por el paseo de Atocha entre pilas enormes de
exquisitas frutas.
Me dirás á esto que tú las tienes ahí más exquisitas, y colgadas de los
árboles como su madre las parió, y yo te replicaré que aquí las frutas
sirven de fondo á un cuadro animadísimo de muchachas _como se
preciso_..., ya que no muy _comm' il faut_; pero muchachas, al fín, muy
bonitas y elegantes, entre las que figuran A... E... I... O... U... y
otras varias y diversas, que ya han regresado de Chamberí, el Molar,
Carabanchel y demás residencias veraniegas... de tercera clase.
¡Oh! ¡sí! Las diligencias y los correos vienen atestados hasta los
topes, es decir, hasta los cupés...
El Prado se puebla de emigrados que ostentan las últimas modas de París,
Lóndres y Viena...
Los teatros ensayan...
Los conciertos preludian...
En las horchaterías se venden esteras de esparto...
Sacúdense y tiéndense algunas alfombras...
¡La resurrección, la rehabilitación, la restauración cortesana es ya un
hecho consumado!
El uno llega con los bolsillos llenos del oro que ganó en el garito
europeo llamado Baden Baden.
El otro nos trae noticias de los hombres de órden que gimen en un
ostracismo espontáneo, allá _en las tristes márgenes del Sena_...
Quién ha hecho acopio de salud que derrochar;
Quién de dinero, arrancado á su patriarcal familia;
Quién de libros, para emprender otro año universitario;
Quién de novias, _en el primer grado del amor_, ganadas á punta de lanza
en el Cabañal de Valencia ó en las orillas del lago de Enghien; en los
Pirineos ó en Andalucía.
D. G... tiene en cartera un drama, que piensa hacer representar.
D. H... trae una máquina para aprender el idioma chino sin necesidad de
maestro.
D. J... un discurso contra la Situación, que ya le quita el sueño á los
siete ministros.
D. X... hace gárgaras, preparándose á contestar á D. M.
Los cantantes del Teatro Real asoman por Chamberí vestidos de invierno,
á fín de no constiparse hasta que les convenga.
En fín: los templos de la gloria, del amor, del dinero y del poder
entreabren ya sus puertas: la cucaña de la dicha se levanta otra vez en
medio de la corte, y cien mil combatientes esperan la señal del
asalto.--¡Ven á las filas!--La inteligencia, la hermosura, la intriga,
el valor, los billetes de Banco y hasta la honradez son las armas del
combate...--_Acude, corre, vuela_; elige tu sitio; esgrime el arma que
debas al cielo; cierra los ojos y baja la cabeza; envuelve tu corazón en
un frac, como en una mortaja, y ¡adelante!...; que, según dijo un _sprit
fort_ de la antigüedad:--_Vitæ summa brevis spem nos vetat inchoare
longam._

X.
LA APERTURA DEL TEATRO REAL.
El mundo madrileño _se constituyó_ al fín la noche del sábado pasado.
Estamos en pleno 1859, aunque todavía no haya terminado 1858.
Tanto correr por esos caminos, los billetes del correo y de la
diligencia tomados con anticipación, la confluencia espantosa de
viajeros que vió Madrid á fines de Setiembre, la actividad que se notaba
en el comercio y en casa de los sastres y modistas, los encargos hechos
por telégrafo, las mil disputas en las aduanas, aquel afán porque todo
estuviese concluido y por hallarse todos presentes en la corte para un
día fijo, para un día dado, para el 1º de Octubre, no significaba otra
cosa (puerilidad parece, pero apelamos á la conciencia de cada uno) sino
que en ese día se inauguraba la temporada del Teatro Real.
Y, pues el Teatro Real abrió ya sus puertas, dicho se está que ha
principiado un nuevo _año madrileño_.
Esto que digo no es opinión exclusivamente mía, sino proverbio ya, que
corre de boca en boca: «_hasta que se abre el Teatro Real, Madrid no es
Madrid_.»
En vano es que deje de hacer calor; que truene y que llueva; que se
abran otros teatros; que se haga la vendimia; que aparezcan algunos
abrigos; que dé la oración á las seis y media; que se cuajen de noticias
los periódicos; que empiecen ó acaben las ferias; que vengan los
estudiantes y los pretendientes; que se caigan las hojas de los árboles,
y que el Prado, el Casino y los salones estén llenos de gente...--Parece
que hay un convenio tácito en no dar importancia á estos hechos hasta
que se entra _oficialmente_ en Madrid; esto es, hasta que se aparece en
el Teatro Real.
Esta es la gran cita, el gran congreso, la hora solemne en que se toma
posesión del cargo de _madrileño_ y se abre la legislatura de la
sociedad elegante.--Después de esta sesión inaugural, ya puede uno decir
en voz alta que _ha llegado_. Ya recibe: ya visita: ya está en la
corte.--Decirlo antes, fuera exponerse á hacer sospechar que _no se ha
salido_, y esto es imperdonable.
Por lo demás, la apertura del regio coliseo ha sido este año tan solemne
como de costumbre.
Desde ocho días antes no se encontraba un billete ni por un ojo de la
cara, y la Contaduría y la casa del empresario hallábanse sitiadas por
filarmónicos de ambos sexos que mendigaban hasta una delantera de palco.
¡Tratábase de la _Traviata_, ópera popular como pocas, que tiene el
privilegio de sacar de sus palacios y de sus casillas (entiéndase
buhardillas) á los habitantes de Madrid, sobre todo á las señoras de
medio pelo!
A las siete de la noche, ya batían las puertas del suntuoso teatro las
oleadas de la muchedumbre, que, habiendo de conquistar su asiento por
derecho de prioridad, se disponía á subir de seis en seis los doscientos
escalones que conducen al _paraiso_.
A las ocho, esta marea creciente había ya inundado aquel sotabanco del
templo de la música; y rugía, silbaba, reñía, gritaba _¡sentarse!_,
reía, golpeaba en la madera y palmoteaba á compás, como en la plaza de
toros, mientras que la orquesta templaba y concertaba los
instrumentos...
Entretanto, en palcos y butacas salían de entre los pliegues de sus
capuchones mil elegantísimas damas, como otras tantas flores que abrían
su caliz al primer gorjeo de los pájaros (alusión á los violines), para
tomar el sol (alusión al gas) revelador de su hermosura.
Y todo fué durante aquel cuarto de hora reconocimientos, sorpresas,
saludos, apretones de mano y miradas de azúcar derretido...
El uno venía de Alemania, la otra de Suiza, fulana de París, mengano de
los Pirineos...
En esto comenzó el preludio de la _Traviata_.
* * * * *
1858.



VISITAS Á LA MARQUESA.

INTRODUCCIÓN.
En la pintoresca lista de mis relaciones sociales--que comprende todos
los colores políticos, todas las gerarquías, todas las edades, y _todos
los sexos_...
A propósito de sexos: necesito revelaros una cosa que ignoraréis, y que
justifica ese «_todos_» que os habrá chocado.
Los sexos no son dos, como se había creido hasta aquí. Cierto
arquitecto, que había construido un hospital, decía al señor Gobernador
de la provincia, explicándole dicha obra:
--Como ve V., he dividido la enfermería en tres departamentos
aislados... para los tres sexos.
--¡Hombre! ¿De qué tres sexos me habla usted? (exclamó la autoridad).
¡Yo no conozco más que dos!
--¡Ah! ¡ya lo creo! (respondió el constructor). Pero este hospital es
_general_, y vendrán á él los tres sexos... ó, lo que es lo mismo, los
hombres, las mujeres y la tropa.
Pues bien: la lista de mis relaciones comprende desde la tropa hasta los
artistas, desde los periodistas hasta los académicos, desde los
autónomos hasta los autócratas, desde el clero hasta los bohemios más
trasnochadores, desde las niñas más inocentes hasta los ancianos
semifósiles que ya no pertenecen á este mundo.
Tal es Madrid, y ya explicaré alguna vez en qué consiste esto. Básteme
por hoy observar que la alta sociedad madrileña es esencialmente
democrática; que todas las clases están confundidas en una sola, cuyo
nombre podría ser _la gente tratable_, y que este _potpourrí_ tiene sus
grandes ventajas y sus pequeños inconvenientes.
Conque prosigo.
Entre mis relaciones figura, y en lugar muy preferente por cierto, una
_Marquesa_ viuda, que ha sido morena, pero que ya no lo es, gracias á
los progresos de la química; poseedora de cincuenta miércoles de ceniza;
catalana de nacimiento y francesa de educación; mujer que ha sido muy
hermosa, y que, como todas las morenas, ha envejecido demasiado pronto;
muy aficionada al _mundo_, pero que ya no va á él, sino que lo recibe, y
á la cual visitan todas las noches (desde las seis, que se abre su
comedor, hasta las tres de la mañana, que se cierra su tertulia) unas
ochenta á cien personas de todos tamaños y matices.--Unas la acompañan á
la mesa; otras á tomar café mientras es hora del teatro; otras pasan
allí la _soirée_, cuando no hay funcion en el teatro Real; otras van á
pedirle té después de la ópera; otras juegan al tresillo de diez á doce,
y otras se presentan allí de media noche para abajo, ganosas de contar ó
de saber las noticias políticas de última hora.
Esta _marquesa_ no visita á nadie; no va al teatro ni á paseo; oye misa
en su casa; no viaja hace muchos años, y, por último, no lee ningún
periódico...--Verdad es que esto no le hace falta, pues que en su
reunión se habla más y de mejores cosas que en todos los periódicos
juntos.
La popularidad de esta señora y la afluencia de gente á sus salones
están muy justificadas...
Primeramente, en ellos no falta nunca media docena de señoritas de
primer empuje, bonitas... como casi todas las mujeres, bien educadas,
aunque en París; que cantan, tocan el piano, bailan, etc., etc., y que
no son las mismas todas las noches, ni tan siquiera dos noches seguidas,
dado que van allí cuando no les toca el turno del teatro Real, cuando
no hay baile en ninguna de las casas que frecuentan, ó cuando están de
luto... aparente.
En segundo lugar: de los sesenta hombres, v. g., que concurren allí, por
lo menos quince han amado á la _Marquesa_ en sus años verdes, ó sea en
sus verdes años; lo cual aumenta la cordialidad del trato y anima mucho
la conversación algunos momentos,--sobre todo cuando no oyen las
señoritas.
En tercer lugar, es indudable que la juventud se adiestra en aquella
casa para más rigorosas sociedades: los hombres de mérito se dan á
conocer; los curiosos saben todo lo que pasa en la villa; los
murmuradores siembran sus observaciones de toda la semana; los viejos
cuentan la historia secreta de todo el mundo (cosa que no está demás
saber en los tiempos que alcanzamos); los diputados dicen _lo que
piensan decir_ ó _lo que hubieran dicho_; otros explican su _voto_ ó su
_abstención_; otros revelan aquello que harán cuando sean ministros...
(háse notado que estos últimos nunca llegan á serlo); los Ministros, que
también suelen concurrir (y no lo digo precisamente por los actuales),
se justifican como Dios les da á entender ante la oposición con faldas,
que es la más lógica y temible, y, en fín, con estas y las otras,
resulta que en casa de la _Marquesa_ se habla todas las noches de
música, de política, de literatura, de modas, de viajes, de amores, de
amoríos, de caballos, de casamientos, de defunciones, de bailes, de
conciertos, de patinación, de esgrima, de jurisprudencia, de medicina
legal é ilegal, de tauromaquia, de llegadas, de partidas, de historias,
de teatros, de la temperatura, y de _todo lo nacido y demás_, como dice
un amigo mío.
Ahora bien; obligado yo, como lo estoy desde que se jubiló PEDRO
FERNÁNDEZ, á escribir semanalmente en el folletín de _La Epoca_ algo que
agrade á sus lectoras (que suelen serlo las damas principales y las
niñas más bonitas de Madrid), y careciendo de idoneidad para tan
espinoso cargo, sobre todo después de las obras maestras que el
FERNÁNDEZ ha producido en tal género, he caido en la cuenta de que,
yendo una noche por semana á casa de la _Marquesa_, y apuntando en un
papel todo lo que allí oiga referente á los altos intereses femeninos,
me encontraré con mi trabajo hecho y no tendré más que remitirlo al
periódico.
Después de este prefacio, pasemos á ver á la _Marquesa_, y refiramos
todo lo que se diga en su tertulia.

PRIMERA VISITA.
EL FÍN DEL MUNDO.--DOCE MUJERES DE CORAZÓN.
--A los piés de V., Marquesa.
--Adios, joven: ¿cómo vá?
--A la orden del día y á la orden de V.: tosiendo y adorándola.--¿Y V.?
¿cómo tan sola?
--Acaba de irse al teatro mi primera tertulia. El Vizconde está en mi
cuarto escribiendo una exposición á las Cortes contra los toros, y yo,
mientras, filosofaba.--Pero ¡vamos! cuénteme V... ¿Dónde tan perdido?
Hace ocho días que no lo vemos...
--¡Qué sé yo, Marquesa!... ¡qué sé yo!--Una semana menos y una semana
más.--La he pasado entretenido en mil cosas, y hoy no me acuerdo de
ninguna...
--Conque... ¿aburrido? ¿eh?
--¡Ni tan siquiera eso! ¡Hasta el fastidio, aquel noble compañero que
nunca me abandonaba, empieza á serme infiel!
--Según eso, ¿se divierte V. en el _mundo_?
--No, señora; me distraigo; que es lo peor que puede sucederme.--La
_indiferencia_ es el sublimado del _spleen_.
--¡Pobre juventud!
--No comprendo esa exclamación, Marquesa.--Esta noche vengo decidido á
disputar hasta en el filo de una espada.--Perdone usted, pues, que la
contradiga á cada paso...
--He dicho: _¡pobre juventud!_...
--Pues bien; yo creo que esa frase no está en su lugar.
--¿Por qué?
--¡Porque ya no hay juventud! (En el mundo moderno, se entiende:--que en
nuestras provincias, donde aún queda algo de la antigua sociedad,
todavía tropieza uno con esos anacronismos.) Pero en la sociedad
moderna; en la que nosotros frecuentamos; en esta, amiga mía, no sólo no
hay ya jóvenes; pero ni muchachos, ni viejos, ni mujeres...
--¡Ave María purísima! Pues ¿qué hay?
--Hablo formal, Marquesa: ya no hay más que _hombres_.
--¿Qué? ¿Las mujeres de ahora?...
--¡Son _hombres_; como los niños, y como los viejos... y como todos los
seres creados ó imaginados!--Ya no hay dioses, ni semidioses, ni héroes,
ni ángeles, ni almas del otro mundo, ni brujas, ni hechiceros, ni
astrólogos, ni profetas, ni santos, ni Belcebúes: ¡ya no hay más que
_hombres_! Y, como ya no hay más que _hombres_, se propende lógicamente
á que sólo exista _un hombre_ repetido, es decir, á que todos los
hombres sean iguales. ¡Pronto desaparecerán, pues, las variedades que
quedan en la especie humana, desde los esclavos de Cuba hasta los reyes
de Europa!--No diré que los sacerdotes católicos lleguen á usar con el
tiempo barbas, mujer y levita, como los protestantes; pero lo que sí
aseguro es que se acabarán los moros, los judíos, los chinos y hasta los
negros: las razas se cruzarán, unificándose: todos vestiremos un mismo
traje, y hablaremos el mismo idioma: habrá moda _universal_, lengua
_universal_, cámara _universal_, elegida por el sufragio _universal_, y
dinero, y comida, y costumbres, y hasta mujeres _universales_. Después
de esto, la humanidad la tomará con los irracionales..., y Dios sabe lo
que inventaremos para mejorar su suerte, para igualarlos á nosotros,
para redimirlos, para emanciparlos!--¡Ah! ¡la igualdad! La igualdad es
la barbarie, es el estado salvaje, es el estado animal. En algunos
bosques del interior de Africa todos los séres son iguales, incluso el
hombre.--Créalo V., Marquesa: la igualdad es la muerte de la actual
civilización.--Bien decía Voltaire: _¡Si no hubiera Dios, sería
necesario inventarlo!_--Ahora bien; yo creo que se acerca otra vez el
día de la justicia de ese Dios sobre la soberbia y el olvido del
hombre.--Preveo el fín del mundo.
--¡Por piedad, amigo mio! ¡explíquese V.!--Bajo palabra de honor le
digo, que si no estuviera acostumbrada á sus extravagancias, creería que
se había V. vuelto loco.
--Es muy posible, Marquesa; y ya hablaremos de eso más adelante.--Por lo
demás, mi anterior razonamiento es muy sencillo. Desde que nuestra
flamante civilización se olvidó del alma; desde que todo nuestro empeño
se redujo á procurar comodidades al cuerpo y sublimar nuestras
facultades físicas; desde que sólo pensamos en ferro-carriles para andar
más deprisa, en telégrafos para hablar más alto, en máquinas para
trabajar menos, en inventos para dormir mejor, en preservativos contra
el calor y el frio, y en buscar medios de comer á una misma hora
langostas del mar del Norte, chirimoyas de América y nidos de
golondrinas del Japón; desde que nuestras casas están tan bien
amuebladas, nuestros cuerpos tan adobados, perfumados, empolvados y
reteñidos, nuestros dientes tan seguros en las encías, nuestros cabellos
tan inamovibles en la cabeza, nuestra seguridad individual tan garantida
por la Guardia civil, y nuestro derecho al Poder tan protegido por la
Constitución, los dioses se han ido... y detrás de ellos las artes... y
detrás de las artes el amor... y detrás del amor las mujeres... y detrás
de las mujeres los niños... y con los niños los duendes, los viejos y
los santos.--¿Me comprende V. ahora?
--Algo más claro lo veo... Quiere V. significar que la civilización
presente ha descuidado el corazón y la fantasía; se ha hecho
materialista, y mata de hambre á los jóvenes y á los poetas, que sólo
viven y pueden vivir de sentimientos y preocupaciones...
--¡Justo! La mujer se ha vuelto materialista y sabia; el niño fuma en el
vientre de su madre, blasfema en la cuna y escribe contra las
_creencias_ y las _supersticiones_ antes de llegar á la edad en que la
ley le permite hacer testamento; el viejo se remoza y remienda para
seguir representando algún papel en el _único mundo_ de que tiene
noticias.--¡No... no hay más poder que el del hombre, ni más gloria que
la suya, ni otro criterio que la razón humana, ni otra verdad que la que
nosotros nos hacemos!--De aquí la muerte de la literatura.--¡Pobre
literatura! ¿Qué pueden cantar hoy los poetas sin que el público se les
ría? ¿Han de cantar al _hombre_?--¡Cerca le anduvieron, cuando, en la
agonía de su inspiración, se dedicaron por completo á la mujer!--Aludo
al romanticismo.--Los románticos, que negaban sus himnos á la divinidad,
hicieron un dios de cada mujer, y cifraron en ella todo lo eterno, todo
lo infinito, todo lo ideal que presiente el alma.--La mujer, por su
parte, agradecida á estos hombres, bebió vinagre y mascó yeso, fingió
que no comía ni hacía nada prosáico, adelgazó y palideció (todo á fín de
sostener en su ilusión á los poetas); pero al cabo se portó como lo que
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