Cosas que fueron: Cuadros de costumbres - 06

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lo registre en sus páginas; que la historia es casi siempre una lección
inútil, escrita con lágrimas y sangre!
He reparado que los niños se burlan de los viejos.
He reparado también que los ancianos que llegan á ver viejos á sus
hijos, los tratan con aquella oficiosa ternura, aquel miedo y aquella
consideración que tenemos á las personas que nos deben sus desgracias.
He reparado, por último, que las madres sienten que sus niños se
conviertan en hombres _hechos_ y _derechos_...
¡Salud! ¡salud á 1859!
Será este año tan largo como el 14 del siglo IV, salvo el déficit que
cubrió después la Corrección Gregoriana. Y tan perdido quedará en el
tiempo el año que empieza hoy, como cualquiera otro que pudiera citar.
Y lo veremos después en la moneda, en las portadas de los libros y en
las losas de los sepulcros, como á esas amadas de ocho días, cuyo
imperio sobre nosotros no comprendemos al cabo de ocho años.
¡Ay! sí... ¡Pero vendrá la Primavera de 1859! La creación empezará á
retozar como un potro de seis meses. Los valles y las laderas de los
montes abrirán al público sus perfumerías. De Africa y de Oriente
llegarán compañías de pájaros á cantar _gratis_ lo que Dios les haya
enseñado: se tenderán alfombras de yerba en los campos: doseles de
verdura cubrirán los bosques: el sol atizará sus caloríferos, y el
ambiente se dilatará tibio y amoroso como un animal acariciado. La Luna
y el Sol, que habrán andado cada uno por un Trópico durante seis meses,
se encontrarán en el Ecuador y saldrán á pasear del brazo por un mismo
punto del Oriente. ¡Entonces se armará la de Dios es Cristo! Desde las
hormigas hasta las águilas empezarán á hacer de las suyas: todo será
luz, aroma y armonía: todo amor y reproducción. El aire se poblará de
aves, de insectos y de átomos bulliciosos. Y todos se dirán: _¿Me
quieres?_--¡Y ni de noche habrá silencio ni quietud! Las mismas
estrellas se requebrarán en lo alto: sólo que, como más sublimes, se
dirán: _¡te adoro!_--A todo esto los ríos se desperezarán contra las
guijas de su lecho, dando estirones para llegar pronto á la mar salada,
coquetona que los acoje á todos en su seno y les chupa su caudal, que
gasta luego en vistosas papalinas de nubes y anchos peinadores de
niebla.
Tal será la Primavera de 1859.
Pues bien: en esos días tentadores, persuadidos por esas músicas,
embriagados con esos aromas, desvanecidos en ese aire voluptuoso, los
adolescentes que no han amado todavía sentirán escaparse de su corazón
la primera bocanada de fuego; notarán que serpea por sus venas una
sangre más activa; verán en el aire luces de colores, y llorarán sin
saber por qué.--¡Amarán entonces por vez primera!--¡Año dichoso para
ellos! ¡Año inolvidable! ¡Año verdaderamente _nuevo_! ¡nuevo para ellos
solos!... Ya me parece que les oigo decir estas dos palabras infinitas,
que brotan de nuestra alma en los mementos solemnes: «_¡Siempre!_»
«_¡nunca!_».
«¡_Siempre_» y «_nunca_» hemos dicho todos! «¡_Siempre_» y «_nunca_» nos
han dicho también!--Pero luego llega el _año-nuevo_, y después el otro
año..., ¡y acaba uno por extremecerse al pensar que hay _años-nuevos_!
Así va siguiendo el argumento de la tragedia.--Yo lo tengo al dedillo,
y en verdad que no me alegro mucho.
Pero, en fín, por conocida que sea la función, por triste que sea oirla
de nuevo, sabiendo en qué ha de venir á parar, siempre habrá un consuelo
para nuestro corazón y una moraleja para este artículo.
Son del tenor siguiente:

III.
Figuraos que ayer, día 31 de Diciembre de 1858, á eso de las once de la
noche (de esa noche que parece más tenebrosa que ninguna, porque es la
noche de un año al par que la de un día), volvisteis á la antigua maña
de pensar en la brevedad de la existencia. Figuraos que además estabais
tristes, porque habíais perdido para siempre alguna prenda adorada (la
madre que rizaba vuestros cabellos cuando niño, ó el padre que os
explicó la naturaleza, ó la mujer que iluminaba vuestra alma, ó el amigo
que hospedabais confiados en lo más íntimo del corazón): figuraos, en
fín, que aún eran los tiempos del romanticismo, en que se estilaba ir á
llorar de noche á los cementerios, y que vos erais romántico y os
dirigisteis allá á la vaga luz de los luceros...
Pasemos por alto el frío que anoche haría á esa hora fuera de puertas, y
supongamos que os sentasteis en una sepultura, en la sepultura querida,
y que fijasteis los ojos en el cielo.
Miles de astros ardían en el sitio de siempre, como arderán el día de
San Silvestre del año de 1858, si entonces no se ha trasladado esta
fiesta á otro mes, y como ardían hace cinco mil años, cuando San
Silvestre no había venido todavía al mundo.
El cielo, infinito y transparente; la tierra, oscura y limitada; la
capital de los vivos, que dejasteis á vuestra espalda bailando y echando
los _años_; la capital de los finados, tan inmóvil y silenciosa como si
no la habitara nadie; la poca historia que habéis leido y la mucha
poesía que tenéis en el alma..., todo se agolpó en aquel momento á
vuestra imaginación, y empezasteis á pensar en cosas tan grandes y
extraordinarias, que la lengua no tendría palabras para verterlas...
Las almas de los muertos, encarnando en vuestra memoria (permitidme la
frase), vagaban entre vos y el cielo, y lágrimas ardientes bañaban
vuestras megillas. Todo el amor, toda la caridad, toda la virtud que
economizáis en el mundo, y la justicia que echáis de menos en la tierra,
daban gritos por salir de vuestro corazón... Ello es que sollozabais
sin saber por qué.
--¡No han muerto, no (decíais), ni los seres que lloro ni las virtudes
que no practico! ¡No han muerto ni mi fé, ni mi entusiasmo, ni mis
padres y maestros, ni mis amigos y mis amores! ¡No han muerto, no, mi
inocencia, mi esperanza, mis creencias, mi alma, en fín! ¡Mentira y
vanidad es cuanto ansié en la tierra: mentira y vanidad aquella vida;
mentira y vanidad son el poder y las riquezas y los honores; pero mi
alma, pero mi llanto, pero mi Dios no son ni vanidad ni mentira!
Supongamos que en este momento dieron las doce los relojes de Madrid.
¡Era _año-nuevo_!
Los muertos no añadieron un guarismo á la losa de su sepultura, ni los
astros brillaron más ni menos que el día de la creación.
Entonces dijisteis:
--Para las tumbas y para el cielo, el tiempo no tiene medida. El alma
carece de edad; y, mientras caen deshechos los ídolos de barro que erige
la soberbia del hombre, el espíritu se purifica en el destierro para
asistir al banquete de la Inmortalidad. El tiempo es el verdugo del que
duda y el amigo del que espera.
A lo que añado yo:
--La división del tiempo significa miedo á la muerte. Para el alma no
hay más siglos, ni más años, que una noche de miedo y pesadilla, y un
día de gloria y bienaventuranza.
¡Si hoy nos cercan las tinieblas, esperemos confiados la aurora del
nuevo día!
Madrid.



LA FEA.
AUTOPSIA.
--¡Creo en el diablo!...
--¡Y yo en Dios!...
Ambos estaban en su papel.
(BALZAC.)

I.
En la dilatada familia de las _feas_, lo mismo que en todas las
clasificadas por los naturalistas, hay un arquetipo, un ejemplar de
_pura sangre_, un modelo ideal, figura clásica en su especie, como la
Venus de Milo ó como el bacalao de Escocia.
Este dechado es el que nos proponemos estudiar hoy; y, para encontrarlo,
imitaremos á Linneo.
Primeramente: hay _fea-natural_ y _fea-accidental_.
_Fea-natural_ es la destinada y preparada _ab-initio_ por el Creador
para mártir.
_Fea-accidental_ es la que, por resultas de las viruelas, de una
epilepsia, ó de cualquier otro accidente, se vuelve _fea_ después de
nacer.
Por consiguiente, la _fea-natural_ es la genuina, dado que trae en el
alma todo lo que no trae en el cuerpo: es decir; dado que la naturaleza,
siempre próvida, la ha dotado de un alma de _fea_.
En cuanto á la _fealdad accidental_, ya comprenderéis que no imprime
carácter. ¡Es un error de la fortuna, como la riqueza de ciertos
hombres!
La _fea-natural_ se subdivide en _graciosa_ y _sin-gracia_.
La _fea-graciosa_ no tiene tampoco mérito alguno. La _gracia_ es una
segunda belleza, que suple por la primera, y que á veces la aventaja,
neutralizando los efectos de la fealdad.
La _fea-natural-sin-gracia_ se acerca ya á la perfección del tipo, y
todavía se divide en _discreta_ y en _tonta_.
La _fea-natural-sin-gracia-tonta_ no existe en realidad; mas, cuando se
da este fenómeno, acontece que las cualidades se desvirtúan mútuamente,
produciendo un resultado neutro.
Lo probaremos en pocas palabras.
La tontería de la _fea_ no es más que un velo de ilusión colocado ante
sus ojos, mediante el cual se ve bonita y atribuye á _respeto_ el
desvío de los hombres, propalando que no quiere casarse: ¡cosas todas
que la infeliz se cree á puño cerrado!--Esta _variedad_ híbrida, estéril
y pedantesca, en que no obra el espíritu corrosivo de la fealdad, y que
pasa la vida en un anticipado Limbo, abunda poco en las _naturales_,
siendo muy común en las _accidentales_.
Por el contrario, la _fea-natural-sin-gracia-discreta_; la _fea
consciente_; la _fea_ lúcida; la _fea_ convencida de que lo es, casi
realiza ya el ideal trágico y sublime que vamos buscando.
Pero aún puede perfeccionarse más la especie, haciendo una cuarta
clasificación en _rica_, _pobre_ y _de la clase media_.
La _fea-natural-sin-gracia-discreta-rica_ no existe para la fisiología
moral.
_Fea_ y _rica_ no puede ser.--El oro es la luz, y la luz disipa las
tinieblas.--La fealdad, ceñida con la aureola de D. Felix Utroque, se
convierte en hermosura: quiero decir, es adulada, festejada, mimada,
acariciada por los codiciosos...--La _fea-rica_ se casa, y por lo tanto
degenera, se frustra, se malogra.--Convengamos en que no hay
_ricas-feas_.
_Fea-natural-sin-gracia-discreta-pobre_ es ya demasiado decir.--_Pobre_
equivale á _fea_.--(Hablo de las pobres de solemnidad).--Los harapos, la
suciedad, el mal olor, la miseria en todos sus dolorosos aspectos,
constituyen _fealdad_ por sí mismos.--Además, las bocas con hambre nunca
son bellas.--La lástima es enemiga del amor.
Esto, en cuanto al que las ve.--Por lo que hace á las mismas _pobres_,
no padecen casi ninguno de los especialísimos dolores inherentes á la
deformidad.--Cuando se piensa en el estómago, se olvida el resto.
Por otra parte: la fealdad evita tormentos á la pobreza, dado que libra
de ciertos pretendientes y de ciertas ambiciones á las doncellas
indigentes, privándolas también de los peligrosos refinamientos de gusto
que proporciona la educación.--O, lo que es lo mismo: les evita la
infamia, la envidia y hasta mucha parte de la conciencia de su
desgracia.--De consiguiente, queda el tipo desnaturalizado.
¡Henos, pues, ya enfrente de nuestra heroina, ó sea de la
_fea-natural-sin-gracia-de-la-clase media_!
¡De la clase media!...--¡Pesad esta última circunstancia!--¡Ni noche ni
día!--¡Siempre crepúsculo!--¡Agonía eterna!

II.
La fealdad es necesaria: sin fealdad no hay belleza: donde todo es
igual, nada es sublime: de la comparación brota el mérito; si todas las
mujeres que hay sobre la tierra fuesen Helenas, Frines ó Cleopatras, se
buscaría una _fea_ como inapreciable joya, ó, mejor dicho, lo _feo_
sería entonces lo _hermoso_.
Á más de esto (ya lo hemos indicado), la _fea_ nata, que es como si
dijéramos la _fea innata_, recibe en el vientre de su madre un alma
hermosa, sensible, rica de ingenio y de abnegación.
No desconocemos que después estas _almas_ de _fea_ son torcidas,
escépticas, lúgubres, desconfiadas...
¡Pero es que la sociedad las vicia! ¡La _fea_ que no sea santa tiene que
ser diablo!
¡Mas conseguid meteros alguna vez en el corazón de una _fea_: atravesad
con vuestro afecto ó vuestra compasión aquellas cortezas de desengaños,
aquellas cicatrices de desprecios, aquellas escorias de decepciones
horribles, y encontraréis el más puro oro, las más celestiales lágrimas!

III.
Nace la _fea_. Todos le ponen mala cara: el padre retrocede: la madre se
abochorna: después la compadece...: finalmente la oculta.
¡No está orgullosa de su hija!... Acaso teme también que diga alguna
comadre:--_¡Vecina! ¡Cómo se parece á usted!_
A la hijastra de la naturaleza se la cree indigna de un nombre francés ó
italiano: se llamará (nada de Julia, nada de Eduarda, nada de Isolina,
nada de Amelia) Anselma, Bonifacia, Cuasimoda ó cosa de este jaez.
Los primeros años de la _fea_ están descritos admirablemente por
Honorato Balzac en aquellos tipos relegados, encogidos, tímidos,
dolientes, víctimas de la doméstica tiranía y juguetes de la cruel
hermosura que figuran en muchas de sus obras.
Y aquí debemos advertir que hay feas de _¡Jesús!_, de _¡Jesús María!_ y
de _¡Jesús, María y José!_
Esta última (que es aquella que no tiene nariz, ó que la tiene de á
tercia, y que es bizca, y jorobada, y coja, y cuyos dientes cuelgan
fuera de los labios como los colmillos del elefante) vive libre y exenta
de las mortales dudas, de los crueles engaños y de otros sinsabores
propios y privativos de _la fea perfecta_, de _la fea_ por
antonomasia.--Un monstruo no es mujer.--Su desventura causa general
compasión, y esto le basta al triste aborto que hemos descrito.
La primera (que, sin ser hermosa, ni tan siquiera _pasable_, llega á
_pasar_ alguna vez, ó porque tropieza con un hombre de gusto revesado,
ó porque un filósofo dispensa lo grotesco del dibujo por la buena
calidad, ó buenas cualidades, del género); la _fea_ de _¡Jesús!_, digo,
no merece tampoco que hablemos de ella.
¡La de _¡Jesús María!_, la de _en medio_, es la fatal, la predestinada,
la elegida del dolor, la víctima de los dioses!
¡Otra vez el _término medio_!
Desgarbada, verde, larga de piernas y brazos, con el cuello de
agarrotada, las manos huesosas, la mirada repugnante, aunque impregnada
de cierta melancolía, la boca inútil para la risa,--meteoro fisonómico
que en ella es una atroz descomposición,--sin armonía en las facciones,
con la boca algo distante de la nariz, con la nariz demasiado cerca ó
demasiado lejos de los ojos, con los dientes dislocados, con las orejas
un poco grandes...--¡Hela ahí!
Es hábil, ingeniosa: ella sola se ha enseñado á leer, á escribir, á
coser, á bordar, á hacer calceta, á picar papel y á fabricar dulces,
flores de trapo y otras manufacturas primorosas.
Sabe religión y moral; tiene todo el almanaque en la memoria y el _Flos
sanctorum_ en la punta de los dedos; conoce muchos cuentos de vieja y es
muy beata.
No hay para qué deciros que todas estas habilidades son nuevas
ridiculeces á los ojos de sus hermanos, de sus amigos y de todo el
mundo, excepto á los de su madre.
Su madre le tiene un rencoroso amor, una profunda lástima: comprende su
situación, y adivina su porvenir... La esconde, pues, la proteje, y la
quiere más que á todos sus hijos... al cabo de cierto tiempo.--¿Sabéis
por qué?--¡Porque la hermosura no llega nunca á la abnegación santa de
la fealdad, y la abnegación de los hijos es la delicia de los
padres!--Fuera de que ya ha dicho Luis Eguílaz, con muchísima razón, que
siempre el padre quiere más
al hijo que vale menos.
Una _fea_ no tiene _amor propio_. ¡He aquí la fuente de mil virtudes!
Pero no adelantemos los sucesos.
Entre su niñez de angel y su mayor edad de santa, nuestra heroina tiene
que pasar algunos años de demonio, ó más bien algunos años de infierno.
Durante su niñez, la sin ventura no cambiaría sus habilidades y su
talento por la estúpida belleza de sus hermanas...
¡Aún no sabe lo que le espera!
Aún no conoce el amor...
Así llega á los catorce años.
Y aquí principia el poema del alma: aquí principia la tragedia del
corazón: aquí principia el martirio de la _fea_.

V.
Es de noche.
Estamos en un baile de confianza de cualquier ciudad subalterna; en uno
de esos bailes improvisados que empiezan los domingos por la tarde,
después de tal ó cual procesión religiosa.
Un velón de cuatro mecheros, fabricado en Lucena, alumbra la sala
principal de la casa del alcalde.--El barbero de éste toca la guitarra
en un rincón, y diez ó doce señoritas, vestidas con trajes de lana, y
sin guantes ni prendidos, forman la femenil constelación del sarao.--Son
hijas de lo mejor, de lo principalito del pueblo.--Quince ó veinte
jóvenes las están bailando hace dos horas. El júbilo es inmenso; la
media luz favorable; el wals loco, rápido, juguetón...--Ya se
atropellan, ya se caen...--Las esteras de esparto tienen esta ventaja.
Las madres, sentadas al brasero en un gabinete contiguo, velan por la
inocencia de sus hijas.
Casi todas las muchachas allí reunidas son agradables: algunas... hasta
bonitas.
Hay una de estas que sobresale entre las demás por su gracia y por su
gallardía tanto como por su hermosura.--Todos desean bailar con
ella.--Es una de esas beldades que donde quiera reinan, donde quiera
dominan...
En cambio hay en un rincón cierta joven que todavía no ha bailado ni una
sola vez.
¡Es la _fea_!
Desde allí acecha, mira, devora.
¿Por qué no _la sacan_ á ella? ¿Por qué no le dicen aquellas tonterías
tan deliciosas que alegran á las demás? ¿Por qué no se sientan los
galanes á su lado?
¡Qué bello es aquel joven! ¡Qué grato será ir en sus brazos, empujada
por la música!
¡Ah! Se acerca á ella... La mira con lástima...
¡Oh, nuevo puñal! ¡La compasión solamente lo impulsó hacia aquel
sitio!...
Ya llega...
¡Qué milagro! ¡La ha sacado á bailar!
¡Pero cuán levemente coge su talle! ¡Su talle que tiembla de
placer!--Apenas toca su mano...--¡Qué frialdad! ¡Está haciendo una obra
de misericordia!
¡Y, sin embargo, ella tiene quince años y encierra más amor en su alma
que olas amargas el Océano!
Y, á pesar de esto, ella agradece aquel nuevo insulto. ¡Ella ama á
quien la ha compadecido!...
¡Si se atreviera á hablarle!
Pero él está distraido... tal vez fastidiado...
Se acaba el wals. ¡Todas se han reido de ella!
El que _fué_ su pareja huyó sin saludarla.
Ahora todas tienen á su lado un galanteador... un enamorado...
Ella está sola y callada, crispada y lúgubre, como el reo en el
banquillo después de la ejecución.
¡Y aquí terminan los placeres de su juventud!--Ya no volverá á bailar en
toda su vida.--¡Esta _vez_... ha sido la primera y la última.

V.
¡Qué amable, qué política, qué complaciente es una fea!
¡Y qué cruel es el hombre!
¡Ni una palabra, ni una mirada, ni un consuelo para la hijastra de la
naturaleza!
La deja consumirse de amor, de sed, de desesperación..., y no le dice:
--«¡Generoso corazón, ensánchate! ¡Toma mi alma, que vale menos que la
tuya!»
Así se pasan los días de la juventud de la _fea_.
¡Cuántas quimeras habrá forjado en su imaginación!
¡De cuántos hombres se habrá enamorado!
¡Cuántas veces se habrá consentido!
¡Cuántas otras habrá querido morir!
--«¡Doquier hay amor, goces, casamientos, hijos!... (habrá exclamado,
loca de dolor). ¡Para mí, nada!»
Y luego las novelas... ¡las novelas!
Vedla hecha una poetisa.--Pero ¡qué poetisa!--Vedla sí, envenenada,
mordaz, perversa, diabólica, esgrimir una pluma y una lengua comparables
á dos aguijones.
¡Venganza! ¡Venganza!--¡Su corazón ha muerto!
¡Infeliz lunar, infeliz defecto, infeliz debilidad, infelices todas las
faltas que tenga la hermosura!
La crítica, la murmuración, la calumnia levantan sus cabezas de
serpiente...
He aquí su grito de guerra: «_¡Desprecio á los hombres! ¡Guerra al
amor!_»
¡Desdichada!
«_¡Viva la libertad, la independencia, el celibato!_»
¡Qué ironía!
¡Sarcasmos sangrientos de un orgullo despedazado!
Tiene treinta años: ¡treinta siglos de amargura!
A su alrededor todo es luz; ella sombra: todo melodía; ella silencio:
todo vida; ella muerte.
¿Cómo no ha de renegar del mundo?
¿Qué le debe, sino dolor?
¡Cuántos ríos de lágrimas habrá derramado la infeliz en la soledad de su
lecho!
¡Qué fiebres habrá sofocado en su corazón!
¡Qué horrorosas envidias habrán mordido las túnicas de su cerebro!
¡Qué violencia para disimular!
¡Qué torrentes de amor habrán corrido ocultos en lo más recóndito de su
alma!
¡La mujer tiene que callar!--El hombre ansía, y busca: la mujer ansía, y
sufre...
La hez de la sociedad es á lo menos un refugio para el _feo_ ávido de
placeres.
Pero la _fea_ no encuentra postor en Constantinopla, ni lances de amor y
fortuna en ninguna parte.

VI.
¡Respiremos!
Estamos en los cuarenta años.
La _fea_ ha vuelto á ser un angel.
Es capaz de los sacrificios más heróicos.
Como no se agrada, se desvive por agradar.
Como no se ama, es toda abnegación.
¡Es la mejor amiga... hasta de las mujeres!
El mejor consuelo de los ancianos...
La mejor confidente de los niños...
¡Y la mejor protectora de los mozos! A la edad que ya tiene, cobra un
maternal afecto á los galanes de las muchachas nuevas; se deja llamar
_fea_ por ellos, y les ayuda en sus empresas amorosas, con tal que sean
lícitas y honestas.
Llora en los duelos de todo el mundo.
Vuelve á amar su talento, y explota sus habilidades de niña para
subsistir.--¡Sus padres han muerto! ¡Sus hermanos _se han casado_!
Se hace querer por su docilidad, por su amable trato, por sus buenas
costumbres, por su bondad exquisita.
Se vuelve filósofa; pero filósofa cristiana.
Aspira al cielo, donde no hay feas ni bonitas.
Ama á Dios, porque sabe que para Dios su fealdad es un mérito.
«_¡Bienaventurados los que lloran!_» dijo el Salvador del Mundo.
Visita mucho las iglesias.
Va á misa mayor á la catedral, si hay catedral, y, si no, á la
colegiata, y, si tampoco hay colegiata, al templo más concurrido.
Es jugadora.
Casi siempre avara.
Algunas veces maestra de miga... (_de amiga_ dicen los que hablan en
toda regla.)
Viste muy oscuro.
Cuenta mil aventuras amorosas de su juventud.
Es muy atendida de los clérigos y de las madres de familia.
Va de tertulia á la oración, á casa de las vecinas, y nadie va á su
casa.
Da días, y no los recibe.
Envejece sin haber vivido, como otoño sin primavera.
Muere, y nadie la llora.
El Evangelio le promete el cielo.
Guadix 1853.



DIARIO DE UN MADRILEÑO[3].

I.
SONRISAS HIPOCRÁTICAS.--SOLES DE INVIERNO.
Día 5 de Enero de 1858.
Según mis corresponsales, el Sol (que, como es sabido, se marchó á
_veranear_ al Paraguay y al canal de Mozambique poco antes de Ferias)
llegó sin novedad el día 21 de diciembre próximo pasado al Trópico de
Capricornio, donde ha permanecido algunos días tomando baños de mar.
Esta residencia del Astro-rey en aquel punto es lo que solemos llamar
desde aquí _solsticio de invierno_. Por consiguiente, Su Majestad Solar
debe de haber emprendido ya su regreso á nuestro Trópico, al cual no
llegará hasta el 21 de Junio.
Seguirán entretanto haciendo sus veces en esta villa y corte las pieles,
la lana, el carbón de piedra, la leña y las mujeres bonitas; á pesar de
cuyo auxilio Madrid continuará tiritando como un perro del Celeste
Imperio, é inspirando serios temores de morir hecho un carámbano.
Afortunadamente, los helados mueren con la sonrisa en la boca.--Así es
que Madrid, á medida que se va enfriando, ríe á más y mejor, goza y se
divierte como nunca, y ni afonías, ni dolores de costado, ni pulmonías,
ni pleuresías, ni ataques apopléticos bastan á borrar de sus labios la
mencionada hipocrática sonrisa.
Nada, pues, más _delicioso_ (ya véis que hablo en francés puro); nada
más higiénico y divertido, en estos crudísimos días de invierno, que dar
un par de vueltas á pié por la Fuente-Castellana, desde las tres hasta
las cuatro de la tarde, y áun por el mismo Prado, de cuatro á
cinco--esto último si no es de fiesta,--bien abrigadito uno _por dentro
y por fuera_, como suele decirse; sin dejar el cigarro de la boca, á no
ser para encender otro; con las manos y el puño del bastón metidos en
los bolsillos de un gabán que se le _deba_ á Caracuel, y pensando en la
gloria, en el amor y en los indispensables cien millones...
La Fuente-Castellana, con su dilatado horizonte de lontananzas
espléndidas, con su diáfano, vastísimo cielo, con sus fantásticas
perspectivas, en que se destacan á lo lejos las torres y las cúpulas de
Madrid; con sus áridas cercanías donde proyectan largas sombras los
endebles y desarropados árboles heridos por los rayos horizontales del
sol poniente, no es un paraiso que digamos para los que nacimos en la
feraz Andalucía; pero tiene--y esto nadie podrá negarlo--no sé qué
belleza propia de las llanuras, no sé qué majestad, no sé qué embeleso,
no sé qué melancolía peculiar del Desierto y del Océano, de las
soledades del frío y de las soledades del calor, del Polo y del Africa,
que me agrada soberanamente.
¡Dulce es, repito, dar un par de vueltas por este paseo de tres á cuatro
de la tarde!--La flor de las mujeres de Madrid (que es como si dijéramos
la flor de las mujeres de España, dado que toda España nos remite
anualmente la flor de sus hermosuras), la flor de las españolas, pues,
y, por consiguiente, las mujeres más bellas ó más seductoras del mundo,
recorren á pié, en coche ó á caballo aquellas larguísimas calles
arrecifadas. Las damas principales de la corte; las que menos se
prodigan; aquellas que los profanos sólo alcanzan á ver alguna noche,
durante una hora, en el teatro Real; las flores de invernadero; las
mortales, en fín, de quienes está uno por creer que _hadas misteriosas_
las sacan del lecho á las dos de la tarde, las bañan, perfuman y visten,
y las tienden sobre un sofá ó sobre una carretela, donde siguen pensando
en su hermosura...; esas reinas de la moda, emperatrices del gusto y
diosas del amor, revolotean por allí como brillantes mariposas, y óyese
el crugido de sus botas sobre la arena ó de su vestido contra vuestro
pantalón, y aspírase un fugitivo aroma de violeta, y óyese acaso una
codiciada voz, y véselas por ultimo montar en su carruaje...--operación
que no ejecutan sin dar al propio tiempo el golpe de gracia á los que
las miran...
Me parece que me he explicado.

II.
LA SEMANA SANTA.
«_Per troppo variar natura é bella_»--dicen hasta los que no saben el
italiano: y es la pura verdad.
El mundo--entendiendo por _mundo_ á los habitantes de la Tierra, y no á
todos, sino á esos _bípedos-implumes_ que los optimistas han dado en
llamar _racionales_ (lo cual, dicho en absoluto, es tan temerario como
llamar oro á todo lo que reluce),--los hombres, digo, lo han comprendido
así: esto es, han comprendido que la Naturaleza es bella por lo
demasiado varia, y, á fín de no ser menos que su madre, han puesto todo
su prurito en dar variedad á la vida civil, á la vida social, ó como
queráis llamarle á esta vida de perros que llevamos los pueblos
civilizados.
En su consecuencia, tenemos (ciñéndonos ahora á lo que pasa en Madrid)
que de los doce meses del año no hay dos en que los descendientes del
gran _cesante_ llamado Adan distraigamos nuestros ocios de una misma
manera.
_Enero_ es el mes de _los estrechos_, de los aguadores y cocheros que
creen en la venida periódica de los Santos Reyes, del cerdo de San
Antón, del tarjeteo, de los bailes aristocráticos, de los patinadores, y
de la toma de posesión de los concejales nuevos.
_Febrero_ brilla por sus bailes de máscaras, por sus teatros caseros,
por su rifa de la Inclusa y por su Carnaval plagado de estudiantinas y
de hombres vestidos de mujer.
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