Cosas que fueron: Cuadros de costumbres - 02

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_Posteriormente, el Autor ha ido escribiendo, y publicando acá y acullá,
otros muchos artículos de cada clase, que, unidos á los anteriores, dan
hoy materia para tres tomos y que nos permiten clasificarlos por géneros
y darlos á luz como tres obras distintas._
_La que ahora ofrecemos al público contiene todos los_ artículos de
costumbres, _y á ella es á la que de derecho corresponde llevar el
título de_ COSAS QUE FUERON, _tan discretamente analizado por el Sr.
Rodriguez Correa en el_ Prólogo _de la edición primitiva.--A cambio de
los trabajos que han pasado á otros tomos, figuran aquí tres nuevos,
que son_: El Carnaval de Madrid, Mis recuerdos de agricultor _y_ Un
Maestro de antaño, _coleccionados hoy por primera vez_.
_Con la denominación de_ JUICIOS LITERARIOS Y ARTÍSTICOS _publicaremos
en seguida los artículos críticos é históricos del Sr. Alarcon,
referentes á Letras y Artes, así como su_ Discurso de entrada en la Real
Academia Española _y algunos otros escritos de estos últimos años_.
_Y, bajo el nombre de_ VIAJES POR ESPAÑA, _daremos después á luz un
tercer tomo, que contendrá, además de los relatos de viajes que
figuraron en la primera edición de_ COSAS QUE FUERON, _otros nuevos,
como la_ Visita al Monasterio de Yuste, De Madrid á Murcia y Cartagena
(_inédito_), Dos días en Salamanca, De cómo yo he estado en Cuenca,
_etc._
_Compondrán, pues, estas tres obras, aunque sueltas é independientes
entre sí, una especie de conjunto de los trabajos del Sr. Alarcon, como_
articulista _ó_ folletinista, _papel que desempeñó muy asíduamente en
nuestra literatura desde 1854 á 1860_.


LA NOCHE-BUENA
DEL POETA.
«En un rincon hermoso
de Andalucía
hay un valle risueño...
¡Dios lo bendiga!
Que en ese valle
tengo amigos, amores,
hermanos, padres.»
(De _El Látigo_.)

I.
Hace muchos años (¡como que yo tenía siete!) que, al oscurecer de un día
de invierno, y después de rezar las tres Ave-Marías al toque de
Oraciones, me dijo mi padre con voz solemne:
--Pedro: esta noche no te acostarás á la misma hora que las gallinas: ya
eres grande, y debes cenar con tus padres y con tus hermanos
mayores.--Esta noche es _Noche-buena_.
Nunca olvidaré el regocijo con que escuché tales palabras.
¡Yo me acostaría tarde!
Dirigí una mirada de desprecio á aquellos de mis hermanos que eran más
pequeños que yo, y me puse á discurrir el modo de contar en la escuela,
después del día de Reyes, aquella primera aventura, aquella primera
calaverada, aquella primera disipación de mi vida.

II.
Eran ya _las Animas_, como se dice en mi pueblo.
¡En mi pueblo: á noventa leguas de Madrid: á mil leguas del mundo: en un
pliegue de Sierra-Nevada!
¡Aún me parece veros, padres y hermanos!--Un enorme tronco de encina
chisporroteaba en medio del hogar: la negra y ancha campana de la
chimenea nos cobijaba: en los rincones estaban mis dos abuelas, que
aquella noche se quedaban en nuestra casa á presidir la ceremonia de
familia; en seguida se hallaban mis padres, luego nosotros, y entre
nosotros, los criados...
Porque en aquella fiesta todos representábamos la _Casa_, y á todos
debía calentarnos un mismo fuego.
Recuerdo, sí, que los criados estaban de pié y las criadas acurrucadas ó
de rodillas. Su respetuosa humildad les vedaba ocupar asiento.
Los gatos dormían en el centro del círculo, con la rabadilla vuelta á la
lumbre.
Algunos copos de nieve caían por el cañón de la chimenea, ¡por aquel
camino de los duendes!
¡Y el viento silbaba á lo lejos, hablándonos de los ausentes, de los
pobres, de los caminantes!
Mi padre y mi hermana mayor tocaban el arpa, y yo los acompañaba, á
pesar suyo, con una gran zambomba que había fabricado aquella tarde con
un cántaro roto.
¿Conocéis la canción de los _Aguinaldos_, la que se canta en los pueblos
que caen al Oriente del _Mulhacem_?
Pues á esa música se redujo nuestro concierto.
Las criadas se encargaron de la parte vocal, y cantaron coplas como la
siguiente:
Esta noche es Noche-buena,
y mañana Navidad;
saca la bota, María,
que me voy á emborrachar.
Y todo era bullicio; todo contento. Los roscos, los mantecados, el
alajú, los dulces hechos por las monjas, el rosoli, el aguardiente de
guindas circulaban de mano en mano... Y se hablaba de ir á la _Misa del
Gallo_ á las doce de la noche, y á los _Pastores_ al romper el alba, y
de hacer sorbete con la nieve que tapizaba el patio, y de ver el
_Nacimiento_ que habíamos puesto los muchachos en la torre...
De pronto, en medio de aquella alegría, llegó á mis oidos esta copla,
cantada por mi abuela paterna:
La Noche-buena se viene,
la Noche-buena se vá,
y nosotros nos iremos
y no volveremos más.
A pesar de mis pocos años, esta copla me heló el corazón.
Y era que se habían desplegado súbitamente ante mis ojos todos los
horizontes melancólicos de la vida.
Fué aquel un rapto de intuición impropia de mi edad; fué milagroso
presentimiento; fué un anuncio de los inefables tedios de la poesía; fué
mi primera inspiración... Ello es que ví con una lucidez maravillosa el
fatal destino de las tres generaciones allí juntas y que constituían mi
familia. Ello es que mis abuelas, mis padres y mis hermanos me
parecieron un ejército en marcha, cuya vanguardia entraba ya en la
tumba, mientras que la retaguardia no había acabado de salir de la cuna.
¡Y aquellas tres generaciones componían un siglo! ¡Y todos los siglos
habrían sido iguales! ¡Y el nuestro desaparecería como los otros, y como
todos los que vinieran después!...
La Noche-buena se viene,
la Noche-buena se vá...
Tal es la implacable monotonía del tiempo, el péndulo que oscila en el
espacio, la indiferente repetición de los hechos, contrastando con
nuestros leves años de peregrinación por la tierra...
¡Y nosotros nos iremos
y no volveremos más!
¡Concepto horrible, sentencia cruel, cuya claridad terminante fué para
mí como el primer aviso que me daba la muerte, como el primer gesto que
me hacía desde la penumbra del porvenir!
Entonces desfilaron ante mis ojos mil _Noches-buenas_ pasadas, mil
hogares apagados, mil familias que habían cenado juntas y que ya no
existían; otros niños, otras alegrías, otros cantos perdidos para
siempre; los amores de mis abuelas, sus trajes abolidos, su remota
juventud, los recuerdos que les asaltarían en aquel momento; la infancia
de mis padres, la primera Noche-buena de mi familia; todas aquellas
dichas de mi casa anteriores á mis siete años... Y luego adiviné, y
desfilaron también ante mis ojos, mil _Noches-buenas_ más, que vendrían
periódicamente, robándonos vida y esperanza; alegrías futuras en que no
tendríamos parte todos los allí presentes,--mis hermanos, que se
esparcirían por la tierra; nuestros padres, que naturalmente morirían
antes que nosotros; _nosotros_ solos en la vida; el siglo XIX sustituido
por el siglo XX; aquellas brasas hechas ceniza; mi juventud evaporada,
mi ancianidad, mi sepultura, mi memoria póstuma, el olvido de mí; la
indiferencia, la ingratitud con que mis nietos vivirían de mi sangre,
reirían y gozarían, cuando los gusanos profanaran en mi cabeza el lugar
en que entonces concebía todos aquellos pensamientos...
Un río de lágrimas brotó de mis ojos. Se me preguntó por qué lloraba, y,
como yo mismo no lo sabía, como no podía discernirlo claramente, como de
manera alguna hubiera podido explicarlo, interpretóse que tenía sueño y
se me mandó acostar...
Lloré, pues, de nuevo con este motivo, y corrieron juntas, por
consiguiente, mis primeras lágrimas filosóficas y mis últimas lágrimas
pueriles, pudiendo hoy asegurar que aquella noche de insomnio, en que oí
desde la cama el gozoso ruido de una cena á que yo no asistía por ser
demasiado niño (según se creyó entonces), ó por ser ya demasiado hombre
(según deduzco yo ahora), fué una de las más amargas de mi vida.
Debí al cabo de dormirme, pues no recuerdo si quedaron ó no en
conversación la Misa del Gallo, la de los Pastores y el sorbete
proyectado.

III.
¿Dónde está mi niñez?
Paréceme que acabo de contar un sueño.
¡Qué diablo! ¡Ancha es Castilla!
Mi abuela paterna, la que cantó la copla, murió hace ya mucho tiempo.
En cambio mis hermanos se casan y tienen hijos.
El arpa de mi padre rueda entre los muebles viejos, rota y descordada.
Yo no ceno en mi casa hace algunas _Noches-buenas_.
Mi pueblo ha desaparecido en el oceano de mi vida, como islote que se
deja atrás el navegante.
Yo no soy ya aquel Pedro, aquel niño, aquel foco de ignorancia, de
curiosidad y de angustia que penetraba temblando en la existencia.
Yo soy ya... nada menos que un hombre, un habitante de Madrid, que se
arrellana cómodamente en la vida, y se engríe de su ámplia
independencia, como soltero, como novelista, como voluntario de la
orfandad que soy, con patillas, deudas, amores y tratamiento de
_usted_!!!
¡Oh! cuando comparo mi actual libertad, mi ancho vivir, el inmenso
teatro de mis operaciones, mi temprana experiencia, mi alma descubierta
y templada como un piano en noche de concierto, mis atrevimientos, mis
ambiciones y mis desdenes, con aquel rapazuelo que tocaba la zambomba
hace quince años en un rincón de Andalucía, sonríome por fuera, y hasta
lanzo una carcajada, que considero de buen tono, mientras que mi
solitario corazón destila en su lóbrega caverna, procurando que no la
vea nadie, una lágrima pura de infinita melancolía...
¡Lágrima santa, que un sello de franqueo lleva al hogar tranquilo donde
envejecen mis padres!

IV.
Conque vamos al negocio; pues, como dicen los muchachos por esas calles
de Dios:
Esta noche es Noche-buena
y no es noche de dormir,
que está la Virgen de parto
y á las doce ha de parir.
¿Dónde pasaré la noche?
Afortunadamente, puedo escoger.
Y, si no, veamos.
Estamos á 24 de Diciembre de 1855--en Madrid.
Conocemos por su nombre á los mozos de los cafés.
Tratamos tú por tú á los poetas aplaudidos,--semidioses, por más señas,
para los aficionados de lugar.
Visitamos los teatros por dentro, y los actores y los cantantes nos
estrechan las manos entre bastidores.
Penetramos en la redacción de los periódicos, y estamos iniciados en la
alquimia que los produce.--Hemos visto los dedos de los cajistas
tiznados con el plomo de la palabra, y los dedos de los escritores
tiznados con la tinta de la idea.
Tenemos entrada en una tribuna del Congreso, crédito en las fondas,
tertulias que nos aprecian, sastre que nos soporta...
¡Somos felices! Nuestra ambición de adolescente está colmada. Podemos
divertirnos mucho esta noche. Hemos tomado la tierra. Madrid es país
conquistado. ¡Madrid es nuestra patria! ¡Viva Madrid!
Y vosotros, jóvenes provincianos, que, á la caida de la tarde, en el
otoño, solitarios y tristes, sacáis á pasear por el campo vuestros
impotentes deseos de venir á la corte; vosotros, que os sentís poetas,
músicos, pintores, oradores, y aborrecéis vuestro pueblo, y no habláis
con vuestros padres, y lloráis de ambición, y pensáis en suicidaros...;
vosotros... ¡reventad de envidia, como yo reviento de placer!

V.
Han pasado dos horas.
Son las nueve de la noche.
Tengo dinero.
¿Dónde cenaré?
Mis amigos, más felices que yo, olvidarán su soledad en el estruendo de
una orgía.
--«¡La noche es de vino!»--exclamaban hace poco rato.
Yo no he querido ser de la partida.--Yo he atravesado ya, sin ahogarme,
ese mar rojo de la juventud.
--«La noche es de lágrimas»--les he contestado.
Mis tertulias están en los teatros.--¡Los madrileños celebran la
Natividad de Nuestro Señor Jesucristo oyendo disparatar á los
comediantes!
Algunas familias, en las que soy extranjero, me han querido dar la
limosna de su calor doméstico, convidándome á comer,--¡porque ya no
cenamos!...--Pero yo no he ido; yo no quiero eso; yo busco mi cena
pascual, la colación de _Noche-buena_, mi casa, mi familia, mis
tradiciones, mis recuerdos, las antiguas alegrías de mi alma... ¡la
Religión que me enseñaron cuando niño!

VI.
¡Ah! Madrid es una posada.
En noches como esta se conoce lo que es Madrid.
Hay en la corte una población flotante, heterogenea, exótica, que
pudiera compararse á la de los puertos francos, á la de los presidios, á
la de las casas de locos.
Aquí hacen alto todos los viajeros que van de paso al porvenir, al reino
fantástico de la ambición, ó los que vuelven de la miseria y del
crimen...
La mujer hermosa viene aquí á casarse ó á prostituirse.
La pasiega deshonrada á críar.
El mayorazgo á arruinarse.
El literato por gloria.
El diputado á ser ministro.
El hombre inutil por un empleo.
Y el sabio, el inventor, el cómico, el gigante, el enano; así el que
tiene una rareza en el alma, como el que la tiene en el cuerpo; lo mismo
el monstruo de siete brazos ó de tres narices, que el filósofo de doble
vista; el charlatán y el reformador; el que escribe melodías y el que
hace billetes falsos, todos vienen á vivir algún tiempo á esta inmensa
casa de huéspedes.
Los que logran hacerse notar, los que encuentran quién los compre, los
que se enriquecen á costa de sí mismos, se tornan en posaderos, en
caseros, en dueños de Madrid, olvidándose del suelo en que nacieran...
Pero nosotros, los caminantes, los inquilinos, los forasteros, nos damos
cuenta esta noche de que Madrid es un vivac, un destierro, una prisión,
un purgatorio...
Y por la primera vez en todo el año conocemos que ni el café, ni el
teatro, ni el casino, ni la fonda, ni la tertulia son nuestra casa...
Es más; ¡conocemos que nuestra casa no es nuestra casa!

VII.
La _Casa_, aquella mansión tan sagrada para el patriarca antiguo, para
el ciudadano romano, para el señor feudal, para el árabe; la Casa, arca
santa de los penates, templo de la hospitalidad, tronco de la raza,
altar de la familia, ha desaparecido completamente en las capitales
modernas.
La _Casa_ existe todavía en los pueblos de provincia.
En ellos, nuestra casa es casi siempre nuestra...
En Madrid, casi siempre es del casero.
En provincias, cuando menos, la casa nos alberga veinte, treinta,
cuarenta años seguidos...
En Madrid, se muda de casa todos los meses, ó á más tardar todos los
años.
En provincias, la fisonomía de la casa siempre es igual, simpática,
cariñosa: envejece con nosotros; nos recuerda nuestra vida; conserva
nuestras huellas...
En Madrid, se revoca la fachada todos los años bisiestos, se visten las
habitaciones con ropa limpia, se venden los muebles que consagró nuestro
contacto.
Allí, nos pertenece todo el edificio: el yerboso patio, el corral lleno
de gallinas, la alegre azotea, el profundo pozo, terror de los niños, la
torre monumental, los anchos y frescos cenadores...
Aquí, habitamos medio piso, forrado de papel, partido en tugurios, sin
vistas al cielo, pobre de aire, pobre de luz.
Allí, existe el afecto de la vecindad, término medio entre la amistad y
el parentesco, que enlaza á todas las familias de una misma calle...
¡Aquí, no conocemos al que hace ruido sobre nuestro techo, ni al que se
muere detrás del tabique de nuestra alcoba, y cuyo estertor nos quita el
sueño!
En provincias, todo es recuerdos, todo amor local: en un lado, la
habitación donde nacimos; en otro, la en que murió nuestro hermano; por
una parte, la pieza sin muebles en que jugábamos cuando niños; por otra,
el gabinete en que hicimos los primeros versos...; y, en un sitio dado,
en la cornisa de una columna, en un artesonado antiguo, el nido de
golondrinas, al cual vienen todos los años dos fieles esposos, dos
pájaros de África, á críar una nueva prole...
En Madrid, se desconoce todo esto.
¿Y la chimenea? ¿Y el hogar? ¿Y aquella piedra sacrosanta, fría en el
verano y durante las ausencias, caliente y acariciadora en el
invierno,--en aquellas noches felices que ven la reunión de todos los
hijos en torno de sus padres, pues hay vacaciones en el colegio, y los
casados han acudido con sus pequeñuelos, y los ausentes, los hijos
pródigos, han vuelto al seno de su familia?--¿Y ese hogar?...
decidme... ¿dónde está ese hogar en las casas de la corte?
¿Será un hogar acaso la chimenea francesa, fábrica de bronce, marmol ó
hierro, que se vende en las tiendas al por mayor y al por menor, y hasta
se alquila en caso necesario?
¡La chimenea francesa! ¡He aquí el símbolo de una familia cortesana! ¡He
aquí vuestro hogar, madrileños! ¡Hogar sujeto á la moda; que se vende
cuando está antiguo; que muda de habitación, de calle y de patria:
hogar, en fín (y esto lo dice todo), que se empeña en un día de apuro!

VIII.
He pasado por una calle, y he oido cantar sobre mi cabeza, entre el
ruido de copas y platos y las risas de alegres muchachas, la copla
fatídica de mi abuela:
La Noche-buena se viene,
la Noche-buena se vá,
y nosotros nos iremos
y no volveremos más.
--He ahí (me he dicho) una casa, un hogar, una alegría, una sopa de
almendra y un besugo, que pudiera comprar por tres ó cuatro napoleones.
En esto, me ha pedido limosna una madre que llevaba dos niños: uno en
brazos, envuelto en su deshilachado mantón, y otro más grande, cogido de
la mano.--¡Ambos lloraban, y la madre también!

IX.
No sé cómo he venido á parar á este café, donde oigo sonar las doce de
la noche, la hora del Nacimiento!
Aquí, solo, aunque bulle á mi alrededor mucha gente, he dado en analizar
la vida que llevo desde que abandoné mi casa paterna, y me ha
horrorizado por primera vez esta penosa lucha del poeta en Madrid; lucha
en que sacrifica á una vana ambición tanta paz, tantos afectos.
Y he visto á los vates del siglo XIX convertidos en gacetilleros, á la
Musa con las tijeras en la mano despedazando _sueltos_, á los que en
otros siglos hubieran cantado la epopeya de la patria, zurcir hoy
_artículos de fondo_ para rehabilitar un _partido_ y ganar cincuenta
duros mensuales!...
¡Pobres hijos de Dios! ¡Pobres poetas!
Dice Antonio Trueba (á quien dedico este artículo):
Hallo tantas espinas
en mi jornada,
que el corazón me duele,
me duele el alma!...
¡He aquí mi _Noche-buena_, del presente, mi _Noche-buena_ de hoy!
Luego he tornado otra vez la vista á las _Noches-buenas_ de mi pasado,
y, atravesando la distancia con el pensamiento, he visto á mi familia,
que en esta hora patética me echará de menos; á mi madre,
extremeciéndose cada vez que gime el viento en el cañón de la chimenea,
como si aquel gemido pudiese ser el último de mi vida; á unos diciendo:
«¡tal año estaba aquí!»; á otros: «¿dónde estará ahora?...»
¡Ay! ¡no puedo más! ¡Yo os saludo á todos con el alma, queridos míos!
Sí: yo soy un ingrato, un ambicioso, un mal hermano, un mal hijo... Pero
¡ay otra vez y ay cien mil veces! yo siento en mí una fuerza
sobrenatural que me lleva hacia adelante y que me dice: «¡tú serás!»
¡Voz de maldición que estoy oyendo desde que yacía en la cuna!!
¿Y qué he de ser yo, desdichado? ¿Qué he de ser?
Y nosotros nos iremos,
y no volveremos más.
¡Ah! yo no quiero irme: yo quiero volver: inmolo demasiado en la
contienda para no salir victorioso: triunfaré en la vida y triunfaré de
la muerte... ¿No ha de tener recompensa esta infinita angustia de mi
alma?
* * * * *
Es muy tarde.
La copla de la difunta sigue revoloteando sobre mi cabeza.
La Noche-buena se viene...
¡Ah! ¡sí! ¡Vendrán otras _Noches-buenas_!--me he dicho, reparando en mis
pocos años.
Y he pensado en las _Noches-buenas_ de mi porvenir.
Y he empezado á formar castillos en el aire.
Y me he visto en el seno de una familia venidera, en el segundo
crepúsculo de la vida, cuando ya son frutos las flores del amor.
Ya se había calmado esta tempestad de amor y lágrimas en que zozobro, y
mi cabeza reposaba tranquila en el regazo de la paciencia, ceñida con
las flores melancólicas de los últimos y verdaderos amores.
¡Yo era ya un esposo, un padre, el jefe de una casa, de una familia!
El fuego de un hogar desconocido ha brillado á lo lejos, y á su
vacilante luz he visto á unos seres extraños que me han hecho palpitar
de orgullo.
¡Eran mis hijos!...
Entonces he llorado...
Y he cerrado los ojos para seguir viendo aquella claridad rojiza,
aquella profética aparición, aquellos seres que no han nacido...
La tumba estaba ya muy próxima... Mis cabellos blanqueaban...
Pero ¿qué importaba ya? ¿No dejaba la mitad de mi alma en la madre de
mis hijos? ¿No dejaba la mitad de mi vida en aquellos hijos de mi amor?
¡Ay! en vano quise reconocer á la esposa que compartía allí conmigo el
anochecer de la existencia...
La futura compañera que Dios me tenga destinada, esa desconocida de mi
porvenir, me volvía la espalda en aquel momento...
¡No: no la veía!... Quise buscar un reflejo de sus facciones en el
rostro de nuestros hijos, y el hogar empezó á apagarse.
Y cuando se apagó completamente, yo seguía viéndolo...
¡Era que sentía su calor dentro de mi alma!
Entonces murmuré por última vez:
La Noche-buena se va...
Y me quedé dormido..., quizá muerto.
Cuando desperté, se había ido ya la _Noche-buena_.
Era el primer día de Pascua.
1855.



LAS FERIAS DE MADRID.
_Sunt lachrimae rerum._
(VIRGILIO.)

I.
No creais que es un _artículo de costumbres_, á la manera de los
discretísimos y famosos de nuestro _Curioso Parlante_, lo que me
propongo escribir hoy. Ni yo tendría fuerzas para tanto, ni,
teniéndolas, incurriría en semejante anacronismo. Y digo esto, porque
los _artículos de costumbres_ no están ya de moda...--¡Cómo han de
estarlo (perdonadme la rudeza de la expresión), _si no se estilan ya las
costumbres_!!!... ¡Las costumbres, que son, ó que _eran_, el alma de la
vida y la vida toda de la sociedad!
Propóngome aquí únicamente sacar una especie de fotografía de las
_Ferias de Madrid_ (este año que, faltando también á su _costumbre_
inveterada, se han trasladado de la calle de Alcalá al paseo de Atocha)
y consignar algunas reflexiones melancólicas, por las cuales he venido
á deducir que, si de la moderna sociedad van desapareciendo las
_costumbres_, no acontece lo propio con los _vicios_.
Manos, pues, á la obra.

II.
Como caen de los árboles las hojas secas, para abonar la tierra que
embellecieron y sombrearon, y cooperar al florecimiento de otra
primavera futura, así los trastos viejos de las _Ferias de Madrid_
(impelidos por aquel mismo viento de _la caida de la pámpana_ que
arranca á los tísicos de las alcobas y se los lleva al campo-santo) se
desprenden, todos los otoños, de los sotabancos y bohardillas de la
corte, y se convierten en lúgubres mueblajes para casas de huéspedes, ó
en ajuares de media tijera para matrimonios nuevos.--Tal es la ley
universal de lo creado.
Yo he visto (y sirva de prólogo esta digresión) hacer la testamentaría
de un soltero, menor de treinta años, mantenedor _de la buena causa_ en
el Prado y en los salones, muy distante de su familia y de su aldea, y
muerto repentinamente al salir de un baile de máscaras.
Era una mañana de invierno, y á la pálida luz de un día de nieve, manos
profanas revolvían pañuelos bordados, cuellos de casa de Dubost,
guardapelos, cartas de distintas letras, guantes, algunos napoleones y
cuatro ó cinco retratos, uno de ellos conocido (lo cual costó la honra á
una mujer), los demás de buenas gentes de provincia (quizá padres y
hermanos), y uno, en fín, del difunto, sacado cuando era niño y dirigía
sus pasos al templo de Minerva...
Flores marchitas, fechas misteriosas, nombres adorados, reliquias
venerandas, el libro predilecto, el afeite malicioso, el _pagaré_ que le
quitó el sueño algunas noches, los versos que se empeñó en hacer y no
supo, todo pasó ante nuestros ojos como capítulos sueltos de varias
novelas, ó como números atrasados de un periódico.
Diríase que íbamos descubriendo con un escalpelo, fibra por fibra, los
ventrículos de un corazón todavía caliente. Quién rompía lo peligroso;
quién apartaba lo útil: esto se destinaba á la familia; aquello á la
sola, á la triste, á la desconsolada amante; el dinero se dió á la
Parroquia para el Entierro, y se convirtió al día siguiente en pan,
legumbres y chocolate; la ropa fué á la aldea en busca del hermano
menor, á quien con el tiempo le valió una conquista; tal pariente deseó
un libro, tal amigo una _acuarela_, fulano la petaca, mengano la pluma
y el sello... Y se lloró, se habló, se rió, se terminó el acto, se
enterró al joven (que nada sabía de lo que pasaba), y llegó la primavera
al poco tiempo, y la naturaleza no se dió por entendida de la muerte de
nuestro amigo...

III.
Conque prosigamos.
Ni los puestos de fruta que cambian de domicilio en estos días, ni las
tiendas de juguetes que se salen al arroyo, ni las muchísimas
encantadoras cursis en edad de merecer que andan de acá para allá,
seguidas de sus madres ó empresarias, en busca de un mediano casamiento,
son suficientes á quitar al mortuorio mercado del otoño madrileño su
aspecto repugnante y desconsolador.
Quédense para otros pueblos las ferias animadas y bulliciosas en que,
como en los tiempos primitivos, acuden de lejas tierras caravanas de
mercaderes con grandes ejércitos de ganado lanar, asnal, caballar,
mular, de cerda, vacuno y cabrío; en que se hacen grandes negocios,
compras, ventas, cambios, robos y hurtos, dando lugar á cuantiosas
emigraciones é inmigraciones de reses; en que se ven tantos bailes como
tiendas de campaña, tantos cuadros de costumbres como familias de
mercaderes, tantas comilonas como tratos cerrados; en que el uno acude
para lucir á su serrana de negros ojos y terciado pañolón, el otro para
lucir su yegua vistosamente enjaezada, todos de lujo y de fiesta, todos
con un cinto lleno de oro, dispuestos á beber, y á reñir, y á jugar, y á
dejar sin corazón á una docena de mujeres: quédense también para otros
pueblos las ferias en que se compra lo nuevo, lo exótico, lo desconocido
en todo el año, y lo tradicional, lo superfluo, lo util y lo
imprescindible (la yunta, el caballo de regalo, el cerdo para la
_matanza_, la vajilla, la ropa de invierno, el abrigo de la cama, los
cuadros del estrado, los pendientes, el collar, la sortija, los
cubiertos de plata); ferias deseadas, temidas, festejadas, memorables,
que hacen época en la vida, que marcan el plazo de los casamientos, que
terminan el ajuste de los criados, que señalan, por último, el fín de
los días de huelga, alegría y reposo posteriores á la cosecha, y el
principio del recogimiento y de los nuevos trabajos que constituyen el
_arreglo de las casas_ durante _los cuarteles de invierno_ de las
familias...
Las _Ferias de Madrid_ son todo lo contrario. ¡Doquiera que se vuelven
los ojos no se ve más que tristeza, miseria, dolor, profanaciones,
olvido!
Prescindamos del contingente que las _Américas_ y el _Rastro_
suministran á esa pavorosa exposición... Pasemos con los ojos cerrados y
las narices tapadas por delante de los puestos en que se hallan de venta
las ropas lavadas del que murió en el hospital, la ropa perdida por el
jugador, la ropa execrada que llevó un ahorcado y la ropa ensangrentada
del suicida desconocido...--Entre esos puestos hay algunos que pueden
compararse á una cesta de trapero, á un montón de mugre, á un tiesto de
basura. En ellos se ven mezclados la mitad de unas tijeras, media cruz
de Isabel la Católica, la peana de un Santo, unas hilas _ya usadas_, el
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