Cosas que fueron: Cuadros de costumbres - 01

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OBRAS
DE
D. PEDRO ANTONIO DE ALARCON
DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA.


COSAS QUE FUERON.
_Es propiedad del autor.--Quedan hechos los depósitos que marca la
Ley._


COSAS QUE FUERON.
CUADROS DE COSTUMBRES
POR
D. PEDRO A. DE ALARCON.

LA NOCHE-BUENA DEL POETA.
LAS FERIAS DE MADRID.--EL PAÑUELO.--SI YO TUVIERA
CIEN MILLONES....--CARTAS Á MIS MUERTOS.--LO QUE SE VE
CON UN ANTEOJO.--EL AÑO NUEVO.--LA FEA, AUTOPSIA.--EL
AÑO MADRILEÑO.--VISITAS Á LA MARQUESA.--EL COMETA NUEVO.
Á UNA MÁSCARA.--BOCANADA DE HUMO.--EL CARNAVAL DE
MADRID.--MIS RECUERDOS DE AGRICULTOR.
UN MAESTRO DE ANTAÑO.
_Sunt lacrymæ rerum._
(VIRGILIO.)

MADRID.
IMPRENTA Y FUNDICIÓN DE M. TELLO,
IMPRESOR DE CÁMARA DE S. M.
Isabel la Católica, 23.
1882.



AL EXCMO. SEÑOR
D. MANUEL M. DE SANTA ANA,

_Padrino que fué de la primera edición del presente libro, publicada el
año de 1871, dedica también esta segunda edición_
Su afectísimo amigo y compañero,
EL AUTOR.



PRÓLOGO
DE LA PRIMERA EDICIÓN.
* * * * *
El genio há menester del eco, y no se produce
eco entre las tumbas.
* * * * *
La palabra escrita necesita retumbar, y como
la piedra lanzada en medio del estanque,
quiere llegar repetida de onda en onda, hasta
el confín de la superficie.
* * * * *
Escribir como escribimos en Madrid
es tomar una apuntación, es escribir en
un litro de memorias, es realizar un monólogo
desesperado y triste para uno solo...
Ni escribe uno siquiera para los suyos.
¿Quiénes son los suyos? ¿Quién oye aquí?...
* * * * *
Lloremos, pues, y traduzcamos.
(MARIANO JOSÉ DE LARRA.)

Con estas dolorosas palabras, arrancadas á la conciencia de su genio,
quejábase el malogrado Fígaro hace años del indiferentismo de aquella
época en que, sin embargo, brotaban á su vista las maravillas del arte
romántico, repetía el aire las armoniosas desesperaciones de
Espronceda, y esparcíanse los ánimos con las sales y agudezas de Breton
de los Herreros. Quien no creaba, aspiraba á crear, ó tenía, como timbre
de su vida pública, á gala y blasón cultivar algún género de literatura,
ó rozarse al menos con los sacerdotes del arte, enorgulleciéndose si
alguna vez lograba penetrar en el _sancta-sanctorum_ ante cuyo dintel se
detenían con respeto los profanos.
¿Qué hubiera dicho Larra, viendo el oficio sustituir al arte y el
desprecio á la indiferencia de que tanto se condolía, y que sólo llorar
le era ya dado, pues ni necesidad hay hoy de traducir? ¿No se venden más
libros franceses que españoles?
Las letras van de caida: el vulgo, que tanto atormentaba á Horacio, ha
ingresado en la orquesta, y con su ruido de gigante apaga todas las
melodías. No hay á quien acusar de indiferente, porque no es posible que
nadie se deje oir entre semejante barahunda, ver entre nivel tan
constante, ni admirar entre igualdad tan deseada. Publicar un libro de
recreo en este pobre país desvencijado, es convidar á mieles al
hambriento ó á hacer cuadros vivos al desnudo. Cuando nuestras
revoluciones han provenido de fuera, han traído entre sus negros
pliegues de desventuras momentaneas algo fecundo que, semejante al
polen acarreado por las tempestades, debía producir frutos iguales á
aquellos que en campos más dichosos confiaron sus semillas al hálito del
huracán pasajero.
Así vimos venir con la influencia del poder absoluto de Luis XIV los
reglamentistas literarios que fustigaron á los autores de pasadas
anarquías, y con la revolución é invasión francesas la libertad de
pensamiento y el instinto de independencia artístico y propio,
triunfante en aquella lucha, como el territorial y político.
Pero cuando las revoluciones no provienen de influencias generales, sino
de exclusivas y fatales desesperaciones, el vulgo desconfiado á nadie
reconoce por jefe, teme encontrar el engaño donde está la autoridad, la
celada misteriosa donde le enseñan el deleite, y sin fiarse de nadie,
temeroso de todo el mundo, no consiente en ser espectador de nada.
Queriendo intervenir en todo, todo se degrada á su contacto, hasta que,
convencido, como el niño que quiere acariciar la luna, de su libre
impotencia, resígnase escarmentado, oye razones, atiende á consejos y
confía, áun amenazando con su cólera, á manos más expertas que las
suyas, lo que estas rompen ó desbaratan para que aquellas construyan ó
edifiquen. Entonces los sabios crean, los cantores modulan, los poetas
cantan y el vulgo, replegándose como en las tragedias antiguas á las
filas del coro, deja que le enorgullezcan sus héroes ó que le
entusiasmen y glorifiquen sus artistas.
Promovida, á mi ver, nuestra aún no terminada revolución política, más
bien por la desesperación que en todos causaban constantes causas de
seguros males, que por el deseo de nuevos ideales filosóficos, antes fué
acto de cólera y término de paciencia, que meditado deseo de nuevas y
radicales formas. Así es que la sociedad no tuvo que extremecerse en sus
cimientos, y, más bien como axioma que como problema revolucionario,
continuó siendo un hecho en sus primeros días la anterior forma del
Estado. No sólo no cambiaron las ideas, sino que conquistaron para sí
adversarios antiguos: pero lo que la común desgracia había derrocado
tenía que reconstruirlo la desconfianza común. El número fué _Deus ex
machina_, la cantidad engendró la calidad, y ufana y orgullosa de su
anterior potencia, largo tiempo ha de durar la tutela de todos sobre el
hijo que todos engendraron. Este será periodo de vulgo, que vulgo es la
desconfianza, erigida en sistema, y no otra cosa impele á los que están
por diversos empujes combatidos. Entre tanto, sólo una forma artística
extravagante ó la conveniencia de los más darán triunfo pasajero á todo
aquello que en artes, ciencias ó gobierno se elabore.
Quisiera engañarme; pero hablo con entera convicción. No há mucho se
publicaron las excelentes obras del malogrado Becquer. Leed las
colecciones de los periódicos. Pocas plumas se han deslizado sobre el
papel en su alabanza ó censura, y aquel conjunto de sublimes creaciones
ó delicadísimos detalles pasa inadvertido ante la grosera mirada del
vulgo. ¿Qué escritos han acogido los admirables poemas de Campoamor?
¿Cuáles las poesías del autor de este libro? Algún saludo amigable,
apoyo más bien á la especulación industrial que reflejo de atención
literaria, es todo el triunfo que puede prometerse el autor del mejor
libro en estos prosaicos días. ¿Significa tal cosa que estas obras no se
lean? No por cierto. Hay quien las lee, hay quienes las aprenden de
memoria; pero escribir sobre ellas, manifestar pública admiración,
declarar que se ha dejado uno dominar por algo... ¿A qué conduce eso?
¿Qué ventajas trae? ¿Por qué aumentar una piedra al pedestal sobre que
ha de colocarse un individuo, á quien mañana quizás convenga no ver tan
elevado? En las épocas en que reina el vulgo, la humanidad se parece á
los líquidos por su fluida tendencia al nivel constante. Si elige un
jefe, si aplaude un concepto, si compra un libro, es por hallar
representada en ellos su propia vulgaridad. En semejantes momentos el
genio sólo se eleva sobre la multitud, tiranizándola como Napoleón,
engañándola como Sixto V, ó esperando en el reposo del retiro ó de la
tumba á que tiempos mejores le hagan completa justicia.
Una cosa es popularidad y otra vulgaridad. Ser amado de las multitudes
no es ir envuelto entre ellas. Popular fué Moratín, y Comellas fué
vulgar. Más tuvo que luchar Washington para no dejarse arrastrar por el
vulgo, que para conquistar su gloria inmarcesible, y en tales momentos
es cuando debe apreciar el hombre recto, en todo lo que vale, la
fortaleza de los que se resisten á exigencias del momento, prestando
fidelidad á los eternos principios de lo bueno y de lo bello.
No dejarse, pues, dominar por el vulgo, ni por huir de él separarse de
la verdad para dar en la extravagancia, es el punto matemático, el fiel
justo é infranqueable donde debe desarrollarse el espíritu. Quien logra
conseguir empresa tan dificil ha hecho una gran cosa; pero el que lo
ejecuta en España, donde sólo su propia conciencia le avisa que ha
obrado bien, es un héroe.
Al número de estos, y no me ciega el cariño, pertenece el autor de este
libro, D. Pedro Antonio de Alarcon.

II.
Cosas que fueron titula su libro, y á la lectura de tan sencillo lema ya
se conoce que habla un artista. _¡Lacrimæ rerum!_ exclamaba Virgilio en
su hermosísimo idioma para dar idea de ese mundo de melancolías en que
se cierne el espíritu, recordando tiempos que huyeron, á presencia de
los mudos objetos que fueron testigos de risueños planes y
desengañadoras alegrías. COSAS QUE FUERON, es decir, esperanzas
convertidas en realidades, reflejos de aquella época que fué la juventud
del autor, la mía, la de todos los que hoy van encaneciendo; sueños que,
gracias al milagro de la imprenta y á la fantasía del narrador, jamás
perderán su magia; muertos que vivirán siempre; artistas que
conquistarán inextinguibles aplausos; sucesos idos que no pasarán nunca;
retratos que no se borrarán jamás; frases, suspiros, notas, lineas,
paises, aventuras, galanteos, puerilidades, llantos, risas, profecías,
historias, toda un alma rica de ilusiones y de observación, de gloria y
de sentimientos; toda una colección de años encerrados en un libro,
siempre frescos y coloreados con su vigor primitivo, á la manera que el
trasparente y bruñido cristal encierra en corto espacio olorosas y puras
las mil flores cuyos gérmenes, esparcidos por el extenso llano, nacieron
al beso del ardiente sol de un día de primavera.
COSAS QUE FUERON, es decir, cosas que serán siempre: pues, como dice
Augusto Ferrán en sus Cantares:
No otra cosa es un recuerdo
que una esperanza perdida.
Este es el libro á que he de poner prólogo, condenado á perpetuo
encierro, ante la continuada espectación del público, entre un título
que lleva en sí mil promesas y una colección de trabajos que son la
ejecutoria brillante de uno de los escritores más personales, más
distinguidos y más espontaneos que honran nuestra moderna literatura. No
sé qué mala pasada habré jugado á Alarcon, siendo niños; ignoro si
querrá vengarse de algún artículo político mío, siendo hombres, ó si
intentará desacreditarme para burlarse de mí, siendo viejos; pero es el
caso que escribiendo estoy y aún vacilo; pues para honra mía es mucho y
para mi autoridad poco, ser yo precisamente designado por él para abrir
las puertas del edificio de su ingenio. ¡Quizás no teniendo otra cosa
que darme en premio del afecto que le profeso, quiera regalarme un
pedazo de su fama, encadenándome á sus escritos! ¡Si esto es así, sea!
Ya que no pude edificar el templo de Efeso, lo destruiré. Ya que no
puedo publicar un libro como éste, emborronarelo.

III.
Los artículos que contiene esta obra no fueron escritos con la previsión
de verlos nunca juntos. Como si fueran pedazos de las entrañas de un
internacionalista, cada uno es hijo de una casualidad, y todos fueron
publicados en tal ó cual periódico, á medida que el autor los iba
escribiendo, no enjuta muchas veces la tinta del original, cuando ya
estaban impresos y eran del dominio público. En cualquier país rico ó no
indiferente, hubiera bastado la favorable acogida que obtuvieron sus
repetidas inserciones en otros periódicos, y el ingenio y originalidad
que revelaban para que algún editor hubiera tratado, en aras de su
propio interés, de convertir al periodista en base de su fortuna, al
propio tiempo que formaba la suya. Pero si Fortuny, Rico, Zamacois y
otros pintores, han encontrado en el extranjero un Goupil para sus
cuadros, aún no han florecido para los escritores de España los Levy,
Dentu y demás inteligentes libreros de vecinas y de luengas tierras, á
pesar de ser el habla de Cervantes la más extendida por ambos
hemisferios, gracias al esfuerzo de nuestros valerosos é intrépidos
progenitores. Trasformado en editor de novelas de á dos cuartos la
entrega, prosigue aún su intrépido camino á través del populoso vulgo el
antiguo publicador de romances de ciego, viniendo á sustituir á esta
literatura en verso, su digna hermana, la que aseguraba hace poco _que
siendo de noche, sin embargo llovía_, y otros milagros por el estilo.
Todavía no ha entrado el público español por eso de comprar un libro de
un tirón, aunque debo decir, en honor á la verdad, que de cada vez se va
operando un saludable trastorno en nuestras rancias y poco civilizadas
costumbres, pues las gentes vanse convenciendo de que más vale comprar
un libro bueno por un duro, que no ir realito á realito, como quien lo
da con miedo, depositando 80 rs. en manos de un editor por otras tantas
entregas, llenas de más dislates que trazos de buril contiene la madera
de los grabados. Gracias á este pordioserismo de la industria librera,
solo el periódico es el punto donde de cuando en cuando, y si lo
permiten los extractos del Congreso ó del Senado, las noticias del
extranjero, de las provincias y de la capital, los anuncios, la bolsa y
algún que otro comunicado, de esos que se pagan bien, es permitido
hacer pinitos literarios á algún escritor de buen gusto, con cuyos
trabajos tendría en Francia, Inglaterra ó Alemania lo bastante para ser
solicitado de editores por todo el resto de su vida, mientras el limón
tuviera jugo, y éste produjera con el laboreo de la industria sendos
capitales para el productor y el industrial.
Escribiendo artículos, pues, ha pasado muchos años el Sr. Alarcon; por
consiguiente, figúrese el público si serán innumerables. Aparte los
políticos, que formarán acaso otro tomo, ha prescindido de centenares de
revistas de Madrid, de críticas de teatros, de folletines, de polémica,
etc., etc., donde, así como Bukingham dejaba caer perlas á su paso, él
tiene desparramadas, entre un estilo siempre bello y facil, profundas
observaciones, peregrinas ocurrencias ó genialidades tan propias y
exclusivas, como encantadoras y felices.--Colecciónanse únicamente aquí
los artículos que tienen algo genérico, los que retratan costumbres, los
didácticos ó los que son literarios por sí mismos.
Para poder apreciarlos en todo lo que valen como estilo, basta leerlos;
mas, para hacerse cargo de las facultades intelectuales de su autor,
unidas á la claridad del juicio ó á la intuición del genio, preciso es
retrotraer la imaginación á la época en que se escribieron.
Hace quince años España continuaba siendo el mismo territorio que hacía
exclamar á Espronceda:
¡Cuán solitaria la nación que un día
poblara inmensa gente:
la nación cuyo imperio se extendía
del Ocaso al Oriente!
Víctima del egoísmo europeo, después de haber herido en medio del
corazón al tirano que oprimía el continente, y desangrada en la guerra
civil, su política exterior era nula, su industria exígua, sus vías de
comunicación vergonzosos anacronismos, y la voz de sus cañones, que
habían atronado al mundo lo mismo en su apogeo que en su agonía, no
había vuelto á resonar desde muchos años. La marina, que iba renaciendo,
estaba virgen y deseaba, para probar sus bríos, las cuestiones que luego
llegaron de Africa, América y Occeanía. No había renacido la pintura
española. Madrid se moría de sed, las zarzuelas levantábanse prepotentes
y pretenciosas, el francés era fiel contraste de los héroes de salones,
no se sospechaba la caida de una monarquía y de un imperio, el poder
temporal sosteníase firme y enhiesto; la Internacional era una profecía
horrible, un fantasma del miedo, y los gérmenes de la disolución social
que hemos visto y que el autor señalaba, no eran, ni mucho menos, datos
seguros para raciocinar con acierto, en medio del desaliento y de la
desesperación que mudos reinaban en las almas.
Era preciso hallarse dotado de gran fé en el arte, de excepcional
inteligencia y de una perspicuidad de juicio admirable, para escribir
entonces esto que va á leerse coleccionado, sin que ninguno de los
sucesos ocurridos sea mentís inexorable de las fantasías del escritor.
Todo lo que este deseaba ó temía se ha verificado ya. La modesta linea,
cuya inauguración describía en el artículo _De Alicante á Valencia_[1],
es una red de ferro-carriles, y los doce años de silencio que median
entre las profecías del autor y la publicación de este libro, son el
cable submarino, el istmo de Suez roto, la perforación del Mont-Cenis,
la caida de Francia, la formación de Italia y de Alemania, la gloria del
Callao, la revolución de España, todo, en fin, lo que antes era un
siglo. Vese, además, en estos artículos el tedio del soltero, su
ardiente afán de descifrar un porvenir que hoy (digna recompensa á
tantas penalidades) es una casa tranquila, una mujer hermosa, pura y
buena, y una familia encantadora. En su estilo bullen la agitación de un
hijo del siglo XIX, la tristeza de un español que no sabe de qué
ufanarse, la angustia de un corazón afectuoso que llora sobre todo lo
que desaparece; que en _La Noche-buena_ clama por el hogar; en _Las
ferias de Madrid_ se resuelve contra esta vida de hotel que vamos
adoptando, gimiendo sobre los muebles profanados ó las reliquias santas,
vendidas al peso, y en el _Mapa poético de España_ conduélese viendo
desaparecer los varios caracteres, trages y costumbres de las
provincias. La cualidad que más revela el autor en este libro, formado,
como las diversas capas geológicas de la tierra, por diversas
influencias é impresiones, es su idoneidad para todos los géneros de
literatura.
Si queréis ver un crítico, más libre de la tutela de los preceptistas
que el eminente Larra, leed los artículos sobre _Fanny_, _Edgar Poe_,
_Los Pobres de Madrid_, _La desvergüenza_, _Las zarzuelas_[2]. En ellos,
más que con el cartabón y la escuadra de los preceptos, hácese la
crítica depurando en un crisol filosófico la esencia moral y social de
las cosas.
Si queréis deleitaros con un espiritualismo lúcido y con un ascetismo
inteligente, los veréis relucir en su _Carta á Castelar_, en _De
Villahermosa á la China_ y en el _Año nuevo_.
Los artículos _Bellas Artes_, _La Ristori_, y el viaje _De Alicante á
Valencia_ son la ejecutoria de un artista.
Como escritor analítico, son muestras de admirable observación y
claridad de percepciones _El pañuelo_, _La fea_, _autopsia_, _A una
máscara_, _Cartas á mis muertos_, etc.
Como estilista sin rival, como personalidad sin parecido en el terreno
de las letras, donde brilla la figura de Alarcon con luz propia y
bellísima, sirven de ejemplos constantes _Las ferias_, _El pañuelo_, los
trozos del _Diario de un madrileño_ y las _Visitas á la marquesa_, donde
hay diálogos, descripciones y discursos que bastan por sí solos á hacer
este libro una joya más de nuestra literatura, y un digno modelo para
los que se dediquen en España á esta forma tan dificil y compleja, tan
sin reglas y sin criterio, como que responde á la manera pública que
tienen de manifestarse cosas tan difíciles de manosear, como el hogar
doméstico, la fiesta de familia, la aventura galante, y todo ese mundo
de acciones individuales que, por medio de la imprenta periódica, tienen
su crítica constante en las columnas de los periódicos.

IV.
Clasificados ya por géneros los diferentes artículos que esta obra
contiene, preciso se hace que justifiquemos nuestras alabanzas,
ocupándonos de la importancia del escritor y sometiendo al análisis el
conjunto de sus inspiraciones para deducir el caracter general que en
ellos se revela, la resultante, por decirlo así, que producen fuerzas á
tan opuestos fines dirigidas, y encontrar la unidad literaria y
progresiva que dé justo título al Sr. Alarcon para figurar entre
nuestros primeros escritores.
Así como el término de todos nuestros juicios son ideas absolutas, así
todas nuestras acciones, por diversas y complejas que hayan sido, deben
contener un fín único, invariable; y si tal cosa no se ha realizado,
puede decirse del individuo que no ha vivido ó que ha derrochado su vida
y dejado evaporar su espíritu entre la duda y la impotencia. Las ideas
sin forma son delirios: las formas sin ideas son mecanismos del
instinto animal. Arte, sin independencia, sin libertad, sin progreso, es
cadaver embalsamado, marioneta, cuyos movimientos compasados y rígidos
dejan traslucir lo inerte de la materia. Cuando toda la idea que del
arte se tiene es prestar culto ciego á una forma antigua, el arte muere
entre el ridículo de sus propias hechuras; porque lo plástico, lo
material no es más que el ropaje y atavío exterior de la idea, y mal
puede ésta, nueva, variable y progresiva, contenerse y adaptarse á
moldes únicos y constantes. Pero así como en el progreso del cuerpo
humano se llega á la pubertad, conservando todo lo integrante del niño,
así en las nuevas formas que la idea se busca para manifestarse clara y
artísticamente no hay que renegar de lo ya conquistado y poseido.
Progresar no es destruir, sino continuar la perfección de una forma y de
una idea anteriores, y esta noción tan clara y sencilla es la
desesperación de los soberbios y la dificilfacilidad que sorprende á
todas las multitudes.
La prosa española, á cuya formación contribuyeron afluentes tan ricos,
fué poco á poco mostrándose con un carácter peculiar y propio; pero,
detenida en mitad de su progreso por causas extrañas, tuvo que dedicarse
á asuntos esencialmente casuísticos ó ascéticos, ó á la representación
exacta de lo material y de costumbres rebajadas y groseras. Mientras
tanto, la Europa continuaba su marcha, y España, que había estado á su
cabeza, fué poco á poco quedándose más distante en el camino del
progreso. Costumbres más francas, atrevimientos felices, asociaciones
más cultas, investigaciones más profundas, especulaciones menos
temerosas de la Inquisición ó del despotismo, osadías científicas, iban
depositando en lenguas extrañas palabras y giros que no se implantaban
al mismo tiempo en nuestro idioma. Este se hizo extravagante, después
vulgar, luego rígido y severo con los preceptistas, ó libre y
desenfrenado con la licencia, pero nunca natural, como el de Cervantes,
ni conciso y claro como el de Melo y fray Luís de Granada, con el
natural progreso de tiempos é ideas modernas y distintas.
Tras de Moratín vino Larra, cuya educación en el extranjero, su estudio
de nuestros escritores y su genio propio marcaron en inmortales obras un
nuevo progreso para el habla de Cervantes, en que por primera vez se
pensaba libremente y se expresaba el resultado del pensar bajo la
garantía del derecho del hombre.
La prensa periódica, al mismo tiempo que con la grosería del obrero
señalaba por medio de giros extraños la falta de costumbre en el
lenguaje para decir ciertas cosas, indicaba, sin embargo, al hablista
culto una necesidad que era preciso satisfacer, dentro del caracter
genérico y tradicional del idioma, y sometida la lengua á esta
revolución diaria, si se corrompía por un lado con el uso de extraños
giros, ganaba por otro con el culto que se rendía á la verdad y á lo
gráfico de la expresión, sacrificando, si se quiere, tradicionales
fórmulas y conceptuosas y pueriles sentencias, perífrasis y regímenes
que están reñidos con la ideología universal.
Además, sería en muchos casos difícil, si no imposible, decir cuándo,
entre idiomas del mismo origen etimológico y gramatical, es extraña en
el uno la irrupcion del otro, ó cuándo se verificó esta, habiendo estado
recíprocamente sometidos entre sí á influencias poderosas.
Palabras y giros hay en francés y en italiano que son españolicismos en
dichos idiomas, al paso que arcaismos en el nuestro, y lo mismo puede
decirse en contrario sentido.
Así como las personas se diferencian, no por las partes de que están
compuestas, sino por la fisonomía general, así, á mi modo de ver, los
idiomas congénitos se distinguen por su sintaxis y su prosodia, más que
por su etimología. Conste, pues, que es arriesgado tildar de galicismo
el uso de una palabra, que por no existir ó por haber caido en desuso,
deja de representar una idea de necesaria emisión, al referir un
concepto.
Con lo expuesto basta para deducir que, así como España necesitaba
unirse por su política y por sus costumbres al ideal de la civilización
de que había estado separada, hacía falta al idioma esa libertad de
acción, esa _moralidad_, esa honradez con que la forma debe servir á la
idea, no como esclava sumisa ni como señora imperante, sino como hermana
dulce y bondadosa compañera.
A poco que se examinen los escritos de Alarcon, vése en ellos una
genialidad propia, una felicidad de expresión, una tan natural y suave
manera de ir sirviendo con el lenguaje á las ideas más espirituales ó á
las transiciones más bruscas, que, aparte de lo que se dice en ellos,
sus artículos vivirán siempre como una nueva eminencia que señala
moderno adelanto en el idioma. No conocemos escritor compatriota que
disponga de una forma más ductil y exacta para expresar de pronto y con
rapidez pensamientos más distintos. Si la pereza del trabajo material no
se apoderase de nuestra mano, citaríamos en montón trozos de riquísima
prosa, en que con la rapidez del relámpago pasa una idea brillante, una
observación cáustica, un gemido seco, una alegría infantil, sobre el
tranquilo reposo de un periodo, ajeno á tales sensaciones por el objeto
que describe ó el sentimiento que analiza.
Son, pues, estos trabajos, no sólo museo exquisito de _cosas que
fueron_, sino expresión exacta del modo mejor de escribir, más artístico
y más en consonancia con su tiempo y con la prosa castellana en mitad
del siglo XIX: si defectos tienen son los de su época, como sus bellezas
y sus giros. Habrá escritores más correctos que Alarcon, pero no más
contemporaneos; que, si mérito tiene hoy quien esculpa una estatua de
Júpiter Olímpico, no le vá en zaga el escultor que logre representar
fielmente la grandeza de un Washington, de un Nelson ó de un Cavour.
Si se me tacha de exagerado, responderé con Chanford: «Acúsaseme de
alabar á mis amigos; ¡como si antes de ser amigos mios no se hubieran
conquistado mi amistad con esas mismas cualidades que en ellos alabo, y
que no conocía!»
Lo que sí puedo asegurar, sin temor á que la experiencia me haga
arrepentirme, es que el lector puede abrir este libro por cualquiera de
sus páginas, sin miedo á hallar una vulgaridad de pensamiento ó una
grosería de estilo.
Al frente de la obra del Sr. Alarcon podría estamparse el siguiente
verso de Horacio, tan de común aplicación en la época presente
_¡Odi profanum vulgus et arceo!_
si en ella no figurase, á guisa de protuberancia escrita, este baladí
prólogo mío.
RAMON RODRIGUEZ CORREA.
1871.



ADVERTENCIA
DE LOS EDITORES.

_Con este mismo título de_ COSAS QUE FUERON _publicó el Sr. Alarcon hace
once años una Colección de artículos literarios, hoy agotada, en la cual
estaban revueltos y confundidos los cuadros de_ costumbres, _los
folletines de_ crítica _y las relaciones de_ viajes, _componiendo todo
ello un tomo, por demás complicado y heterogéneo_.
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