Cartas americanas. Primera serie - 12

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¿Quién sabe
Si aré en la mar y edifiqué en el viento?
* * * * *
¿Si caerán sobre mí las maldiciones
De cien generaciones?
No. Es evidente que no caerán. Las repúblicas que de España nacieron
serán grandes también como la que nació de Inglaterra; y la gloria de
Bolívar no será inferior á la de Washington. Todo, si Dios quiere, y
Dios querrá, habrá de ser, sin que sea necesario para ello que se nos
trate mal en malas coplas.
La gloria de Bolívar, por sus hechos, sin consideración á los últimos
resultados, y el crecimiento de esta gloria, en lo porvenir, cuando las
repúblicas hispano-americanas se engrandezcan, están en perfecta
consonancia con nuestro interés y con nuestra vanidad patriótica de
peninsulares. Mientras más se encomien el tino político, la pericia
militar, el valor y la actividad infatigable del Libertador, más
cohonestada y ennoblecida quedará nuestra derrota.
No hay español, que sepa de Bolívar, que, movido de estos sentimientos,
no levante á Bolívar á la altura de Washington. Y aun le pondría por
cima, como lo desea, si no se midiese la magnitud de los héroes por el
producto de sus heroicidades. Es tan bella, tan simpática y tan generosa
la vida de Bolívar, sobre todo en sus últimos años, que Bolívar, que
murió joven aún, infundiéndonos admiración por sus proezas, por su
desprendimiento y por su amor sincerísimo á la libertad, é
infundiéndonos piedad sublime por la ingratitud que ulceró su pecho,
resplandecería por cima de Washington, si las repúblicas de la América
del Sur llegasen, como es probable que lleguen, á ser tan poderosas
como la república por Washington fundada.
El liberalismo es hermosa doctrina. Yo soy, he sido y seré siempre muy
liberal; pero no desconozco que el liberalismo ha sido tan manoseado y
vulgarizado en discursos y peroratas, en brindis de comidas patrióticas
y en artículos para rellenar columnas de periódicos, que es difícil ser
_liberal_ en verso sin caer en la prosa más plebeya. Y si el poeta
liberal escribe en romance endecasílabo, peor que peor. Fiado en el
sonsonete de la continuada asonancia, descuida la dicción, y no sabe ó
no quiere saber que hay una forma ó una construcción propia de la
poesía. Lastimosa muestra de esto que digo dan los versos _Catón en
Utica_, de Luis Vargas Tejada.
El pobre Catón larga, antes de matarse, un romance tan pedestre como los
de muchas tragedias clásicas españolas del siglo pasado.
Inútiles han sido mis esfuerzos:
Al fin triunfar el despotismo logra,
Y delante del César abatida
Yace en el polvo la soberbia Roma.
Un hombre, un hombre solo usurpa el fruto
De tantos sacrificios y victorias.
Y así continúa Catón ensartando cerca de doscientos versos, sin que haya
razón para que no ensarte dos ó tres mil: para que cese el aguacero y
escampe.
Pero baste de censura.
El _Parnaso Colombiano_ prueba que en la tierra de Ud. hay un rico y
hermoso florecimiento literario, y lo probaría muchísimo mejor si el
señor Añez hubiera suprimido acaso una tercera parte ó más de lo que
inserta; y no para que el _Parnaso_ contuviese menos, sino para
sustituir lo suprimido con muchísimas composiciones buenas, como yo sé
que las hay.
Dispense Ud. que sea franco y que no todo lo que digo sea lisonjero, y
créame su amigo afectísimo.


AZUL.....

_22 de Octubre de 1888._
Á D. RUBÉN DARÍO
I
Todo libro que desde América llega á mis manos excita mi interés y
despierta mi curiosidad; pero ninguno hasta hoy la ha despertado tan
viva como el de Ud., no bien comencé á leerle.
Confieso que al principio, á pesar de la amable dedicatoria con que Ud.
me envía un ejemplar, miré el libro con indiferencia....., casi con
desvío. El título _Azul_..... tuvo la culpa.
Víctor Hugo dice: _L’art c’est l’azur_; pero yo ni me conformo ni me
resigno con que tal dicho sea muy profundo y hermoso. Para mí tanto vale
decir que el arte es lo azul como decir que es lo verde, lo amarillo ó
lo rojo. ¿Por qué, en este caso, lo azul (aunque en francés no sea
_bleu_, sino _azur_, que es más poético) ha de ser cifra, símbolo y
superior predicamento que abarque lo ideal, lo etéreo, lo infinito, la
serenidad del cielo sin nubes, la luz difusa, la amplitud vaga y sin
límites, donde nacen, viven, brillan y se mueven los astros? Pero
aunque todo esto y más surja del fondo de nuestro ser y aparezca á los
ojos del espíritu, evocado por la palabra _azul_, ¿qué novedad hay en
decir que el arte es todo esto? Lo mismo es decir que el arte es
imitación de la naturaleza, como la definió Aristóteles: la percepción
de todo lo existente y de todo lo posible, y su reaparición ó
representación por el hombre en signos, letras, sonidos, colores ó
líneas. En suma, yo, por más vueltas que le doy, no veo en eso de que
_el arte es lo azul_ sino una frase enfática y vacía.
Sea, no obstante, el arte azul, ó del color que se quiera. Como sea
bueno, el color es lo que menos importa. Lo que á mí me dió mala espina
fué el ser la frase de Víctor Hugo, y el que usted hubiese dado por
título á su libro la palabra fundamental de la frase. ¿Si será éste, me
dije, uno de tantos y tantos como por todas partes, y sobre todo en
Portugal y en la América española, han sido inficionados por Víctor
Hugo? La manía de imitarle ha hecho verdaderos estragos, porque la
atrevida juventud exagera sus defectos, y porque eso que se llama
_genio_, y que hace que los defectos se perdonen y tal vez se aplaudan,
no se imita cuando no se tiene. En resolución, yo sospeché que era Ud.
un Víctor Huguito, y estuve más de una semana sin leer el libro de Ud.
No bien le he leído, he formado muy diferente concepto. Usted es Ud.:
con gran fondo de originalidad, y de originalidad muy extraña. Si el
libro, impreso en Valparaíso, en este año de 1888, no estuviese en muy
buen castellano, lo mismo pudiera ser de un autor francés, que de un
italiano, que de un turco ó de un griego. El libro está impregnado de
espíritu cosmopolita. Hasta el nombre y apellido del autor, verdaderos ó
contrahechos y fingidos, hacen que el cosmopolitismo resalte más. Rubén
es judaico, y persa es Darío: de suerte que, por los nombres, no parece
sino que Ud. quiere ser ó es de todos los países, castas y tribus.
El libro _Azul....._ no es en realidad un libro; es un folleto de 132
páginas; pero tan lleno de cosas y escrito por estilo tan conciso, que
da no poco en qué pensar y tiene bastante que leer. Desde luego se
conoce que el autor es muy joven: que no puede tener más de veinticinco
años, pero que los ha aprovechado maravillosamente. Ha aprendido
muchísimo, y en todo lo que sabe y expresa muestra singular talento
artístico ó poético.
Sabe con amor la antigua literatura griega; sabe de todo lo moderno
europeo. Se entrevé, aunque no hace gala de ello, que tiene el concepto
cabal del mundo visible y del espíritu humano, tal como este concepto ha
venido á formarse por el conjunto de observaciones, experiencias,
hipótesis y teorías más recientes. Y se entrevé también que todo esto ha
penetrado en la mente del autor, no diré exclusivamente, pero sí
principalmente, á través de libros franceses. Es más: en los perfiles,
en los refinamientos, en las exquisiteces del pensar y del sentir del
autor, hay tanto de francés, que yo forjé una historia á mi antojo para
explicármelo. Supuse que el autor, nacido en Nicaragua, había ido á
París á estudiar para médico ó para ingeniero, ó para otra profesión;
que en París había vivido seis ó siete años, con artistas, literatos,
sabios y mujeres alegres de por allá; y que mucho de lo que sabe lo
había aprendido de viva voz, y empíricamente, con el trato y roce de
aquellas personas. Imposible me parecía que de tal manera se hubiese
impregnado el autor del espíritu parisiense novísimo, sin haber vivido
en París durante años.
Extraordinaria ha sido mi sorpresa cuando he sabido que Ud., según me
aseguran sujetos bien informados, no ha salido de Nicaragua sino para ir
á Chile, en donde reside desde hace dos años á lo más. ¿Cómo, sin el
influjo del medio ambiente, ha podido Ud. asimilarse todos los elementos
del espíritu francés, si bien conservando española la forma que auna y
organiza estos elementos, convirtiéndolos en sustancia propia?
Yo no creo que se ha dado jamás caso parecido con ningún español
peninsular. Todos tenemos un fondo de españolismo que nadie nos arranca
ni á veinticinco tirones. En el famoso abate Marchena, con haber
residido tanto tiempo en Francia, se ve el español: en Cienfuegos es
postizo el sentimentalismo empalagoso á lo Rousseau, y el español está
por bajo. Burgos y Reinoso son afrancesados y no franceses. La cultura
de Francia, buena y mala, no pasa nunca de la superficie. No es más que
un barniz transparente, detrás del cual se descubre la condición
española.
Ninguno de los hombres de letras de esta Península, que he conocido yo,
con más espíritu cosmopolita, y que más largo tiempo han residido en
Francia, y que han hablado mejor el francés y otras lenguas extranjeras,
me ha parecido nunca tan compenetrado del espíritu de Francia como Ud.
me parece: ni Galiano, ni don Eugenio de Ochoa, ni Miguel de los Santos
Alvarez. En Galiano había como una mezcla de anglicismo y de filosofismo
francés del siglo pasado; pero todo sobrepuesto y no combinado con el
ser de su espíritu, que era castizo. Ochoa era y siguió siendo siempre
archi y ultraespañol, á pesar de sus entusiasmos por las cosas de
Francia. Y en Alvarez, en cuya mente bullen las ideas de nuestro siglo,
y que ha vivido años en París, está arraigado el ser del hombre de
Castilla, y en su prosa recuerda el lector á Cervantes y á Quevedo, y en
sus versos á Garcilaso y á León, aunque, así en versos como en prosa,
emita él siempre ideas más propias de nuestro siglo que de los que
pasaron. Su chiste no es el _esprit_ francés, sino el _humor_ español de
las novelas picarescas y de los autores cómicos de nuestra peculiar
literatura.
Veo, pues, que no hay autor en castellano más francés que Ud. Y lo digo
para afirmar un hecho, sin elogio y sin censura. En todo caso, más bien
lo digo como elogio. Yo no quiero que los autores no tengan carácter
nacional; pero yo no puedo exigir de Ud. que sea nicaragüense, porque
ni hay ni puede haber aún historia literaria, escuela y tradiciones
literarias en Nicaragua. Ni puedo exigir de Ud. que sea literariamente
español, pues ya no lo es políticamente, y está además separado de la
madre patria por el Atlántico, y más lejos, en la república donde ha
nacido, de la influencia española, que en otras repúblicas
hispano-americanas. Estando así disculpado el galicismo de la mente, es
fuerza dar á Ud. alabanzas á manos llenas por lo perfecto y profundo de
ese galicismo; porque el lenguaje persiste español, legítimo y de buena
ley, y porque si no tiene Ud. carácter nacional, posee carácter
individual.
En mi sentir, hay en Ud. una poderosa individualidad de escritor, ya
bien marcada, y que, si Dios da á Ud. la salud que yo le deseo y larga
vida, ha de desenvolverse y señalarse más con el tiempo en obras que
sean gloria de las letras hispano-americanas.
Leídas las 132 páginas de _Azul_....., lo primero que se nota es que
está Ud. saturado de toda la más flamante literatura francesa. Hugo,
Lamartine, Musset, Baudelaire, Leconte de Lisle, Gauthier, Bourget,
Sully Proudhomme, Daudet, Zola, Barbey d’Aurevilly, Catulo Méndes,
Rollinat, Goncourt, Flaubert y todos los demás poetas y novelistas han
sido por Ud. bien estudiados y mejor comprendidos. Y Ud. no imita á
ninguno: ni es Ud. romántico, ni naturalista, ni _neurótico_, ni
decadente, ni simbólico, ni parnasiano. Usted lo ha revuelto todo: lo ha
puesto á cocer en el alambique de su cerebro, y ha sacado de ello una
rara quinta esencia.
Resulta de aquí un autor nicaragüense, que jamás salió de Nicaragua sino
para ir á Chile, y que es autor tan á la moda de París y con tanto
_chic_ y distinción, que se adelanta á la moda y pudiera modificarla é
imponerla.
En el libro hay _Cuentos en prosa_ y seis composiciones en verso. En los
cuentos y en las poesías, todo está cincelado, burilado, hecho para que
dure, con primor y esmero, como pudiera haberlo hecho Flaubert ó el
parnasiano más atildado. Y, sin embargo, no se nota el esfuerzo, ni el
trabajo de la lima, ni la fatiga del rebuscar: todo parece espontáneo y
fácil y escrito al correr de la pluma, sin mengua de la concisión, de la
precisión y de la extremada elegancia. Hasta las rarezas extravagantes y
las salidas de tono, que á mí me chocan, pero que acaso agraden en
general, están hechas adrede. Todo en el librito está meditado y
criticado por el autor, sin que esta su crítica previa ó simultánea de
la creación perjudique al brío apasionado y á la inspiración del que
crea.
Si se me preguntase qué enseña su libro de usted y de qué trata,
respondería yo sin vacilar: no enseña nada, y trata de nada y de todo.
Es obra de artista, obra de pasatiempo, de mera imaginación. ¿Qué enseña
ó de qué trata un dije, un camafeo, un esmalte, una pintura ó una linda
copa esculpida?
Hay, sin embargo, notable diferencia entre toda escultura, pintura, dije
y hasta música, y cualquier objeto de arte cuyo _material_ es la
palabra. El mármol, el bronce y el sonido no diré yo que sutilizando
mucho no puedan significar algo de por sí; pero la palabra, no sólo
puede significar, sino que forzosamente significa ideas, sentimientos,
creencias, doctrinas y todo el pensamiento humano. Nada más factible, á
mi ver (acaso porque yo soy poco agudo), que una bella estatua, un lindo
dije, un cuadro primoroso, sin transcendencia ó sin símbolo; pero ¿cómo
escribir un cuento ó unas coplas sin que deje ver el autor lo que niega,
lo que afirma, lo que piensa y lo que siente? El pensamiento en todas
las artes pasa con la forma desde la mente del artista á la sustancia ó
materia del arte; pero en el arte de la palabra, además del pensamiento
que pone el artista en la forma, la sustancia ó materia del arte es
pensamiento también, y pensamiento del artista. La única materia extraña
al artista es el Diccionario con las reglas gramaticales que siguen las
voces en su combinación; pero como ni palabras ni combinaciones de
palabras pueden darse ni deben darse sin sentido, de aquí que materia y
forma sean en poesía y en prosa creación del escritor ó del poeta: sólo
quedan fuera de él, digámoslo así, los signos hueros, ó sea abstrayendo
lo significado.
De esta suerte se explica cómo, con ser su libro de Ud. de pasatiempo, y
sin propósito de enseñar nada, en él se ven patentes las tendencias y
los pensamientos del autor sobre las cuestiones más transcendentales. Y
justo es que confesemos que los dichos pensamientos no son ni muy
edificantes ni muy consoladores.
La ciencia de experiencia y de observación ha clasificado cuanto hay, y
ha hecho de ello hábil inventario. La crítica histórica, la lingüística
y el estudio de las capas que forman la corteza del globo han
descubierto bastante de los pasados hechos humanos que antes se
ignoraban; de los astros que brillan en la extensión del éter se sabe
muchísimo; el mundo de lo imperceptiblemente pequeño se nos ha revelado
merced al microscopio: hemos averiguado cuántos ojos tiene tal insecto y
cuántas patitas tiene tal otro: sabemos ya de qué elementos se componen
los tejidos orgánicos, la sangre de los animales y el jugo de las
plantas: nos hemos aprovechado de agentes que antes se sustraían al
poder humano, como la electricidad; y gracias á la estadística, llevamos
minuciosa cuenta de cuanto se engendra y de cuanto se devora; y si ya no
se sabe, es de esperar que pronto se sepa, la cifra exacta de los
panecillos, del vino y de la carne que se come y se bebe la humanidad de
diario.
No es menester acudir á sabios profundos: cualquiera sabio adocenado y
medianejo de nuestra edad conoce hoy, clasifica y ordena los fenómenos
que hieren los sentidos corporales, auxiliados estos sentidos por
instrumentos poderosos que aumentan su capacidad de percepción. Además
se han descubierto, á fuerza de paciencia y de agudeza, y por virtud de
la dialéctica y de las matemáticas, gran número de leyes que dichos
fenómenos siguen.
Natural es que el linaje humano se haya ensoberbecido con tamaños
descubrimientos é invenciones; pero, no sólo en torno y fuera de la
esfera de lo conocido y circunscribiéndola, sino también llenándola, en
lo esencial y sustancial, queda un infinito inexplorado, una densa é
impenetrable oscuridad, que parece más tenebrosa por la misma
contraposición de la luz con que ha bañado la ciencia la pequeña suma de
cosas que conoce. Antes, ya las religiones con sus dogmas, que aceptaba
la fe, ya la especulación metafísica con la gigante máquina de sus
brillantes sistemas, encubrían esa inmensidad incognoscible, ó la
explicaban y la daban á conocer á su modo. Hoy priva el empeño de que no
haya ni metafísica ni religión. El abismo de lo incognoscible queda así
descubierto y abierto, y nos atrae y nos da vértigo, y nos comunica el
impulso, á veces irresistible, de arrojarnos en él.
La situación, no obstante, no es incómoda para la gente sensata de
cierta ilustración y fuste. Prescinden de lo transcendente y de lo
sobrenatural para no calentarse la cabeza ni perder el tiempo en balde.
Esta eliminación les quita no pocas aprensiones y cierto miedo, aunque á
veces les infunde otro miedo y sobresalto fastidiosos. ¿Cómo contener á
la plebe, á los menesterosos, hambrientos é ignorantes, sin ese freno
que ellos han desechado con tanto placer? Fuera de este miedo que
experimentan algunos sensatos, en todo lo demás no ven sino motivo de
satisfacción y parabienes.
Los insensatos, en cambio, no se aquietan con el goce del mundo,
hermoseado por la industria é inventiva humanas, ni con lo que se sabe,
ni con lo que se fabrica, y anhelan averiguar y gozar más.
El conjunto de los seres, el universo todo, cuanto alcanzan á percibir
la vista y el oído, ha sido, como idea, coordinado metódicamente en una
anaquelería ó casillero para que se comprenda mejor; pero ni este orden
científico, ni el orden natural, tal como los insensatos le ven, los
satisface. La molicie y el regalo de la vida moderna los han hecho muy
descontentadizos. Y así, ni del mundo tal como es, ni del mundo tal como
le concebimos, se forma idea muy aventajada. Se ven en todo faltas, y no
se dice lo que dicen que dijo Dios: _que todo era bueno._ La gente se
lanza con más frecuencia que nunca á decir que todo es malo; y en vez de
atribuir la obra á un artífice inteligentísimo y supremo, la supone obra
de un prurito inconsciente de fabricar cosas que hay _ab aeterno_ en los
átomos, los cuales tampoco se sabe á punto fijo lo que sean.
Los dos resultados principales de todo ello en la literatura de última
moda son:
1.º Que se suprima á Dios ó que no se le miente sino para insolentarse
con él, ya con reniegos y maldiciones, ya con burlas y sarcasmos.
Y 2.º Que en ese infinito tenebroso é incognoscible perciba la
imaginación, así como en el éter, nebulosas ó semilleros de astros,
fragmentos y escombros de religiones muertas, con los cuales procura
formar algo como ensayo de nuevas creencias y de renovadas mitologías.
Estos dos rasgos van impresos en su librito de usted.--El pesimismo,
como remate de toda descripción de lo que conocemos, y la poderosa y
lozana producción de seres fantásticos, evocados ó sacados de las
tinieblas de lo incognoscible, donde vagan las ruinas de las destrozadas
creencias y supersticiones vetustas.
Ahora será bien que yo cite muestras y pruebe que hay en su libro de
Ud., con notable elegancia, todo lo que afirmo; pero esto requiere
segunda carta.
* * * * *

_29 de Octubre de 1888._
II
En la cubierta del libro que me ha enviado usted, veo que ha publicado
Ud. ya ó anuncia la publicación de otros varios, cuyos títulos son:
_Epistolas y poemas_, _Rimas_, _Abrojos_, _Estudios críticos_, _Albumes
y abanicos_, _Mis conocidos_ y _Dos años en Chile_. Anuncia igualmente
dicha cubierta que prepara Ud. una novela, cuyo solo título nos da en
las narices del alma (pues si hay ojos del alma ó tiene el alma ojos,
bien puede tener narices) con un tufillo á pornografía. La novela se
titula _La carne_.
Nada de esto, con todo, me sirve hoy para juzgar á Ud., pues yo nada de
esto conozco. Tengo que contraerme al libro _Azul_.....
En este libro no sé qué debo preferir: si la prosa, ó los versos. Casi
me inclino á ver mérito igual en ambos modos de expresión del
pensamiento de Ud. En la prosa hay más riqueza de ideas; pero es más
afrancesada la forma. En los versos, la forma es más castiza. Los versos
de usted se parecen á los versos españoles de otros autores, y no por
eso dejan de ser originales: no recuerdan á ningún poeta español, ni
antiguo, ni de nuestros días.
El sentimiento de la naturaleza raya en Ud. en adoración panteística.
Hay en las cuatro composiciones (_á_ _ó_ más bien _en_ las cuatro
estaciones del año) la más gentílica exuberancia de amor sensual, y en
este amor, algo de religioso. Cada composición parece un himno sagrado á
Eros, himno que, á veces, en la mayor explosión de entusiasmo, el
pesimismo viene á turbar con la disonancia, ya de un ay de dolor, ya de
una carcajada sarcástica. Aquel sabor amargo, que brota del centro mismo
de todo deleite, y que tan bien experimentó y expresó el ateo Lucrecio,
_medio de fonte leporum_
_Surgit amari aliquid, quod in ipsis floribus angat,_
acude á menudo á interrumpir lo que Ud. llama
La música triunfante de mis rimas.
Pero, como en Ud. hay de todo, noto en los versos, además del ansia de
deleite y además de la amargura de que habla Lucrecio, la sed de lo
eterno, esa aspiración profunda é insaciable de las edades cristianas,
que el poeta pagano quizá no hubiera comprendido.
Usted pide siempre más al hada, y.....
El hada entonces me llevó hasta el velo
Que nos cubre las ansias infinitas,
La inspiración profunda
Y el alma de las liras.
Y lo rasgó. Y allí todo era aurora.
Pero aun así, no se satisface el poeta, y pide más al hada.
Tiene Ud. otra composición, la que lleva por título la palabra griega
_Anagke_, donde el cántico de amor acaba en un infortunio y en una
blasfemia. Suprimiendo la blasfemia final, que es burla contra Dios, voy
á poner aquí el cántico casi completo.
Y dijo la paloma:
Yo soy feliz. Bajo el inmenso cielo,
En el árbol en flor, junto á la poma
Llena de miel, junto al retoño suave
Y húmedo por las gotas del rocío,
Tengo mi hogar. Y vuelo,
Con mis anhelos de ave,
Del amado árbol mío
Hasta el bosque lejano,
Cuando al himno jocundo
Del despertar de Oriente,
Sale el alba desnuda, y muestra al mundo
El pudor de la luz sobre su frente.
Mi ala es blanca y sedosa;
La luz la dora y baña
Y céfiro la peina.
Son mis pies como pétalos de rosa.
Yo soy la dulce reina
Que arrulla á su palomo en la montaña.
En el fondo del bosque pintoresco
Está el alerce en que formé mi nido;
Y tengo allí, bajo el follaje fresco,
Un polluelo sin par, recién nacido.
Soy la promesa alada.
El juramento vivo;
Soy quien lleva el recuerdo de la amada
Para el enamorado pensativo.
Yo soy la mensajera
De los tristes y ardientes soñadores,
Que va á revolotear diciendo amores
Junto á una perfumada cabellera.
Soy el lirio del viento.
Bajo el azul del hondo firmamento
Muestro de mi tesoro bello y rico
Las preseas y galas:
El arrullo en el pico.
La caricia en las alas.
Yo despierto á los pájaros parleros
Y entonan sus melódicos cantares:
Me poso en los floridos limoneros
Y derramo una lluvia de azahares.
Yo soy toda inocente, toda pura.
Yo me esponjo en las ansias del deseo,
Y me estremezco en la íntima ternura
De un roce, de un rumor, de un aleteo.
¡Oh inmenso azul! Yo te amo. Porque á Flora
Das la lluvia y el sol siempre encendido:
Porque, siendo el palacio de la Aurora,
También eres el techo de mi nido.
¡Oh inmenso azul! Yo adoro
Tus celajes risueños,
Y esa niebla sutil de polvo de oro
Donde van los perfumes y los sueños.
Amo los velos tenues, vagarosos,
De las flotantes brumas,
Donde tiendo á los aires cariñosos
El sedeño abanico de mis plumas.
¡Soy feliz! Porque es mía la floresta,
Donde el misterio de los nidos se halla;
Porque el alba es mi fiesta
Y el amor mi ejercicio y mi batalla.
Feliz, porque de dulces ansias llena,
Calentar mis polluelos es mi orgullo;
Porque en las selvas vírgenes resuena
La música celeste de mi arrullo;
Porque no hay una rosa que no me ame,
Ni pájaro gentil que no me escuche,
Ni garrido cantor que no me llame!.....
--¿Sí?--dijo entonces un gavilán infame,
Y con furor se la metió en el buche.
Suprimo, como dije ya, los versos que siguen, y que no pasan de ocho,
donde se habla de la risa que le dió á Satanás de resultas del lance y
de lo pensativo que se quedó el Señor en su trono.
Entre las cuatro composiciones en las estaciones del año, todas bellas y
raras, sobresale la del verano. Es un cuadro simbólico de los dos polos
sobre los que rueda el eje de la vida: el amor y la lucha; el prurito de
destrucción y el de reproducción. La tigre virgen en celo está
magistralmente pintada, y mejor aún acaso el tigre galán y robusto que
llega y la enamora.
Al caminar se vía
Su cuerpo ondear con garbo y bizarría.
Se miraban los músculos hinchados
Debajo de la piel. Y se diría
Ser aquella alimaña
Un rudo gladiador de la montaña.
Los pelos erizados
Del labio relamía. Cuando andaba,
Con su peso chafaba
La hierba verde y muelle,
Y el ruido de su aliento semejaba
El resollar de un fuelle.
Síguense la declaración de amor, el sí en lenguaje de tigres y los
primeros halagos y caricias. Después..... el amor en su plenitud, sin
los poco decentes pormenores en que entran Rollinat y otros en casos
semejantes.
Después el misterioso
Tacto, las impulsivas
Fuerzas que arrastran con poder pasmoso,
Y ¡oh gran Pan! el idilio monstruoso
Bajo las vastas selvas primitivas.
El príncipe de Gales, que andaba de caza por allí con gran séquito de
monteros y jauría de perros, viene á poner trágico fin al idilio.
El príncipe mata á la tigre de un escopetazo. El tigre se salva, y luego
en su gruta tiene un extraño sueño:
Que enterraba las garras y los dientes
En vientres sonrosados
Y pechos de mujer; y que engullía
Por postres delicados
De comidas y cenas,
Como tigre goloso entre golosos,
Unas cuantas docenas
De niños tiernos, rubios y sabrosos.
No parece sino que, en sentir del poeta, tendría menos culpa el tigre,
aunque fuese ser responsable, devorando mujeres y niños, que el príncipe
matando tigres. El afecto del poeta se extiende casi por igual sobre
tigres y sobre príncipes, á quienes un determinismo fatal mueve á
matarse _recíprocamente_, como el ratón y el gato de la fábula de
Alvarez.
Los cuentos en prosa son más singulares aún. Parecen escritos en París,
y no en Nicaragua ni en Chile. Todos son brevísimos. Usted hace gala de
laconismo. _La Ninfa_ es quizá el que más me gusta. La cena en la quinta
de la cortesana está bien descrita. El discurso del sabio prepara el
ánimo del lector. Los límites, que tal vez no existan, pero que todos
imaginamos, trazamos y ponemos entre lo natural y sobrenatural, se
esfuman y desaparecen. San Antonio vió en el yermo un hipocentauro y un
sátiro. Alberto Magno habla también de sátiros que hubo en su tiempo.
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