Cartas americanas. Primera serie - 11

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se los saben de memoria casi todos los niños de la América española. Y
si esto es así, yo me pregunto: ¿cómo es que en España, donde tan pobre
es esta clase de literatura para niños, no han penetrado los tales
cuentos y no se ha hecho de ellos alguna edición?
Colócase también á Rafael Pombo entre los mejores traductores de
Horacio. Dice Añez que el eminente Menéndez Pelayo da gran valer á su
traducción, pero no nos dice si es ó no completa. Yo lo ignoro, y
buscando además en el _Horacio en España_ lo que dice Menéndez de Pombo,
nada he hallado. Tal vez sea una edición posterior á la que yo tengo.
En la que yo tengo, aun no conocía Menéndez sino poquísimo de la poesía
hispano-americana contemporánea, lamentándose de que no exista historia
de la literatura de la América española, ni aun colección de poetas
americanos medianamente hecha. Se ve que entonces aún no había leído
Menéndez sino el tomito, publicado en Leipzig por Brockhaus, que
encierra, en su harto severo sentir, «piezas detestables que no pueden
pasar por buenas ni en América ni en parte alguna del mundo civilizado».
Volviendo á Pombo, diré que, como otros varios americanos de nuestra
raza, ha ejercido muchas profesiones en su vida de acción, y en su vida
especulativa ha estudiado y escrito de todo. Pombo es ingeniero civil;
ha sido militar, y profesor, y diplomático, y periodista; y como
escritor, es polígrafo. Contraigámonos aquí á hablar de él sólo como
poeta. Su lira posee todas las cuerdas y todos los tonos: es mística,
erótica, elegíaca, jocosa, satírica y descriptiva; pero ni siquiera
conocemos una muestra de cada género.
En lo que conocemos hay originalidad, naturalidad y gracia. Sus
redondillas al _bambuco_, que llegan á ochenta, muestran cuán fácil y
abundante es el autor, sin pecar de pesado ni de rastrero. La música y
la danza del _bambuco_ están muy bien calificadas, y ponderadas con
chiste todas sus excelencias y la desapoderada afición que le tienen los
colombianos:
Porque ha fundido aquel aire
La indiana melancolía
Con la africana ardentía
Y el guapo andaluz donaire.
Su ritmo vago y traidor
Desespera á los maestros;
Pero acá nacemos diestros
Y con patente de autor.
* * * * *
Hay en él más poesía,
Riqueza, verdad, ternura,
Que en mucha docta obertura
Y mística sinfonía.
Y así respóndele fiel
El corazón donde llega:
Con él el alegre juega
Y el triste llora con él.
Mágico el más obediente,
Camaleón musical,
Siempre el mismo original,
Pero siempre diferente.
Eterna variación
En que hallamos por instinto
Acento propio y distinto
Para cada sensación.
* * * * *
Y si ordenase un tirano
La abolición del _bambuco_,
Pronto viera cuán caduco
Es todo poder humano.
Aun es más linda, en la misma composición, la pintura de una fiesta
popular al aire libre, en que se baila el _bambuco_.
Era una noche de aquellas
Noches de la patria mía
Que bien pudiera ser día
Donde no hay noches como ellas.
El terciopelo mejor
Al del cielo no igualaba;
Ni estrella alguna faltaba
A la gran cita de amor.
Oíanse los bramidos
Del Cauca y sus reventones
Como enjambre de leones
Celosos y mal dormidos.
Y el aura circunvolante
Embalsamaba el lugar
De albahaca y de azahar
Y de jazmín embriagante.
_Yapangas_ que por modelo
Las quisiera un escultor,
Giraban al resplandor
De las lámparas del cielo.
De indianas y de españolas
Las perfecciones lucían,
Tan lindas que parecían
Enamorarse ellas solas.
Bajo una gran cabellera
Un blanco busto imperial.
Y una forma amplia y cabal
Cuanto elástica y ligera.
Rica tez, mórbido pecho,
Nada de afeite ó falsía:
Que el arte no enmendaría
Lo que hizo Dios tan bien hecho.
Los versos, bien hechos también y sin afeite ni falsía como las
_yapangas_, siguen adelante; pero yo no puedo citarlos todos. Dejemos,
pues, bailar á las _yapangas_, que
Ya evitan á su mitad
Y ya le buscan festivas,
Provocadoras ó esquivas
Como la felicidad,
y cambiemos de escena. Pasemos volando, desde las orillas del Cauca á
las del Hudson, y pongámonos en la Broadway ó Calle Ancha de Nueva
York. Nuestro poeta se entusiasma más aún, si cabe, que por las
_yapangas_, por todas las _misses yankees_ que por allí se pasean.
Verdad es que empieza por ensalzar á las españolas bonitas de Ambos
Mundos. Ni pueden quejarse las limeñas, en cuyos ojos dan aún los
hombres culto al astro de Manco Capac, ni las sirenas de Maracaibo, ni
las sílfides de Cuba, ni las huríes de Chile, de corazón volcánico; ni
las argentinas, tremendas en toda lid; ni otras muchas, de diversos
países, á quienes el poeta, con tino, gala y primor, va calificando.
Pero todo esto se olvida, porque el hombre es ingrato, y la sangre
española es pólvora, y las _yankees_, que pasean en la Broadway, forman
una legión fulminante, que prende fuego á los corazones, y se los
anexiona, y quema todos los títulos de propiedad, memorias, y demás
documentos y compromisos.
Los que no me creáis, los que entre lágrimas
Eterno amor jurasteis al partir
A la que, ondeando el pañuelito, cándida
Desde la playa os quiso bendecir,
Venid, llegad, y bajo el níveo pórtico
Del imperial _Saint Nicholas Hotel_,
Donde se alivia el trovador nostálgico
Y se llora la ausencia última vez,
Ved desfilar el majestuoso ejército
Que anida en sus cuarteles Nueva York.....
En la pintura del tal ejército, Pombo se muestra sinceramente inspirado.
Allá van algunas estrofas, aunque sea saltando:
Para ataviar á esta legión seráfica,
Todo el mundo, Este, Oeste, Norte y Sur,
Viene á verter la copa de sus dádivas
Que puja el oro en arrogante albur.
Blondas que teje para reinas Bélgica
Realzando senos de alabastro van,
Y nido á cuellos de nevada tórtola
Da con sus chales la opulenta Iram.
Ondas de seda de Damasco espléndida,
Que el _musnud_ no ajaría en el harem,
Barren el polvo..... haciendo aquella música
Que suspiran las aguas del Zemzem.
Y para estos cabellos, á sus náyades
Robó tan ricas perlas Panamá,
Y á sus zafíreas mariposas fúlgidas
Sus lechos de esmeraldas Bogotá.
* * * * *
¡Ah! cada hermosa es un amable autócrata,
Ley su sonrisa, sus palabras ley,
Y una marcha triunfal entre sus súbditos
Cada excursión por la imperial Broadway.
Los fieros amos de la Gran República
Son sus siervos humildes: ¡ya se ve!
¿Quién no lo fuera de tan lindos déspotas?
¿Y quién podrá decir no lo seré?
Los versos serios de Pombo son aún más bellos que los ligeros y jocosos.
En _Preludio de primavera_, ni imita el poeta á nadie, ni parece que
lleva ninguna intención literaria. Se diría que canta sin querer,
excitado por sentimientos dulcísimos y por las primeras auras vernales,
después de un invierno rigoroso de Nueva York.
¡Oh qué brisa tan dulce! Va diciendo:
«Yo traeré miel al cáliz de las flores:
Y á su rico festín ya irán viniendo
Mis veraneros huéspedes cantores.»
¡Qué luz tan deliciosa! Es cada rayo
Larga mirada intensa de cariño;
Sacude el cuerpo su letal desmayo,
Y el corazón se siente otra vez niño.
Esta es la luz que rompe generosa
Sus cadenas de hielo á los torrentes
Y devuelve su plática armoniosa
Y su alba espuma á las dormidas fuentes.
Esta es la luz que pinta los jardines
Y en ricas tintas la creación retoca;
La que devuelve al rostro los carmines
Y las francas sonrisas á la boca.
* * * * *
Al fin soltó su garra áspera y fría
El concentrado y taciturno invierno,
Y entran en comunión de simpatía
Nuestro mundo interior y el mundo externo.
Como ágil prisionero pajarillo
Se nos escapa el corazón cantando,
Y otro como él, y un verde bosquecillo
En alegre inquietud anda buscando.
* * * * *
Tú, que aun eres feliz; tú, en cuyo seno
Preludia el corazón su Abril florido,
Vaso edenal sin gota de veneno,
Alma que ignoras decepción y olvido;
Deja, oh paloma, el nido acostumbrado
Enfrente de la inútil chimenea;
Ven á mirar el sol resucitado
Y el milagro de luz que nos rodea.
Ven á ver cómo entre su blanca y pura
Nieve, imagen de ti resplandeciente,
También á par de ti la gran Natura
Su dulce Abril con júbilo presiente.
No verás flores. Tus hermanas bellas
Luego vendrán, cuando en el campo jueguen
Los niños coronándose con ellas;
Cuando á beber su miel las aves lleguen.
Verás un campo azul, limpio, infinito,
Y otro á sus pies de tornasol de plata,
Donde, como en tu frente, angel bendito,
La gloria de los cielos se retrata.
En toda esta composición, de que citamos trozos, sería tan fácil cuanto
ingrata tarea señalar algunos defectos; pero todo se perdona en gracia
de la espontaneidad y del sincero, puro y profundo sentir con que está
el asunto comprendido y expresado. Lo que sobre todo es de admirar en
Pombo es la sencillez, al parecer al menos sin arte, con que dice cosas
muy bellas, que por lo mismo que están dichas tan sencillamente parecen
más bellas y penetran mejor y más hondo en el alma. En París, sin duda,
aunque el poeta no lo declara, compuso unos versos á una joven que se
suicidó arrojándose en el Sena. La sacan muerta del río y exclama el
poeta:
¡Ni una burla, ni un agravio
Le hagan mente, ó tacto, ó labio!
Pensad de ella como hermanos,
Como débiles humanos;
Pensad sólo en sus angustias
Y sus manchas olvidad.
¿Qué hay en esas formas mustias
Que no implore caridad?
No hagáis honda, cruel pesquisa
Del conflicto que insumisa
La encontró con el deber:
Ya la muerte en su torrente
Llevó el fango, y solamente
Queda el oro de su ser.
Es singular que otro poeta colombiano, Hermógenes Saravia, haya tratado
muy bien, aunque por diverso estilo, un asunto semejante. Es una actriz,
en su primera juventud, María Herrera, española tal vez, que va á
Colombia y allí se envenena. Allí, como le dice el poeta:
De tu guirnalda destrozando el lazo,
Levantas ¡ay! la copa del suicida,
Y el don horrible de la amarga vida
Llorando vas á devolver á Dios.
La composición está llena de bellos sentimientos e ideas briosamente
expresados:
En el concierto de las leves auras,
En el rumor de la onda estremecida,
¿No hubo un consuelo para tu alma herida?
¿No hubo una nota para ti de amor?
¡Cuando en la alegre y bulliciosa escena
De flores coronada aparecías,
En vano tus sollozos comprimías,
Pobre proscrita de un sonado Edén!
Del pecho herido por el vil engaño
Se adivinaba la honda pesadumbre
En tu mirada, triste cual la lumbre
Que deja el sol al esconder su sien.
* * * * *
Yo no te execro, niña infortunada,
Ya que cercada de siniestras brumas,
Cual ave herida, tus deshechas plumas
Viniste en los desiertos á dejar.
Están, por último, noble y poéticamente exigidas á las mujeres honradas
y felices la piedad y la compasión hacia la pobre suicida:
No condenéis á la infeliz criatura
Que de la muerte en el piadoso lecho,
Cruzando ya las manos sobre el pecho,
Como final recurso se adurmió.
Jamás pudierais sospechar siquiera
Todo el supremo horrible desencanto,
Todo el raudal de contenido llanto
Que amontonar su corazón debió.
Aquí pensaba yo terminar esta carta y todo lo que había de decir sobre
el _Parnaso Colombiano_. Las tristes poesías sobre mujeres que mueren
víctimas de un amor desventurado, me recuerdan el admirable y tremendo
canto de Olivia, de Olivero Goldsmith:
_The only art her guilt to cover,_
_To hide her shame from every eye,_
_To give repentance to her lover,_
_And wring his bosom, is to die._
En la poesía colombiana, en la más original, en la más castiza, en la
más española, hay un vago perfume, un dejo sabroso de poesía inglesa,
que yo celebro, porque le da un gusto verdadera y naturalmente
sentimental y le conviene muy bien, refrenando la propensión á lo
redundante y á lo hueco.
Pero esta consideración me trae á la mente á un poeta colombiano de
origen inglés, á Diego Fallon, del cual, si yo no hablase con elogio,
sería la mayor injusticia.
De otros varios poetas pienso lo mismo, y los escrúpulos de mi
conciencia se sobreponen al miedo de cansar, y me deciden á escribir á
usted otra carta todavía, que será definitivamente la última.
* * * * *

_15 de Octubre de 1888._
VII
Mi distinguido amigo: Vuelvo á leer las dos únicas poesías que de Diego
Fallon inserta el _Parnaso Colombiano_, y reconozco más claro todavía
cuán indisculpable hubiera sido mi falta si no hubiese yo hablado de
ellas. No me atreveré á decir que sean las mejores de la Colección; pero
son sin duda las más originales, y cada una de ellas de muy extraña y
distinta originalidad.
En la sangre, en el ser, en la educación de Fallon, hay cierta mezcla de
inglés y de hispano-americano que, á mi ver, se refleja en sus obras.
Nació Diego Fallon en el Estado de Tolima, se educó en Bogotá en el
Colegio de los Padres Jesuítas, y fué á terminar su educación en
Inglaterra, patria de su padre. Es gran matemático, músico é ingeniero.
Es profesor en la Escuela militar de Colombia. Se habla con mucho
encomio de un nuevo sistema de notación musical por él inventado.
Sus poesías han sido publicadas en un tomo con prólogo del sabio D.
Miguel Antonio Caro; y si todas son como las dos que conocemos, las
alabanzas del Sr. Caro tienen fundamento razonable.
En _Las rocas de Suesca_ vuela con gracia y tino la imaginación alegre y
caprichosa del poeta para describir un lugar alpestre, prestando vida,
palabra y animación á los peñascos enormes. Lo grotesco colosal de aquel
conjunto de gigantes petrificados, que recobran la vida conjurados por
el poeta, se infunde en el espíritu del lector, el cual se siente
transportado á un mundo fantástico, donde en lo esquivo y solitario de
las montañas, lejos de los hombres, hablan y discurren las piedras, y
refieren sus lances de amor y fortuna de hace muchísimos siglos, allá
en las edades primeras de este globo que habitamos.
En mi sentir, las ciencias oscuras é informes, en que la conjetura y la
hipótesis entran por más que la observación y la experiencia, se prestan
aún á la poesía didáctica, si el poeta acierta á cifrar y sintetizar en
pocas palabras un sistema, y á explicarle con imágenes vivas y verdadera
dicción poética. Así es como el ilustre poeta y filósofo Terencio
Mamiani compuso su poema _De la Cosmogonia_. Meli, el gran poeta de
Sicilia, que escribió en dialecto siciliano, aparece en el poema de
Mamiani explicando el origen del mundo á un gracioso
_Drappel di garzonetti e di fanciulle_
_Che riserbo si fean d’ ogni suo verso_
_Nella tacita mente._
Á la vista estaba Catania, enfrente los mares Jonio y Tirreno, y más
lejos, hacia el Sur, alzaba la cima majestuosa el Etna, que, humeante
aquel día, arrojaba de su cráter gran cantidad
_Di roventi faville ed un muggito_
_Di sotterranei tuoni che lunghesso_
_Il mare e per le valli di Simete_
_Con rombo interminabile correa._
La escena y la ocasión no podían ser más á propósito para que explicase
el origen y las transformaciones del globo terráqueo aquel vate y sabio
profundo
_che il nome_
_Tolse dai favi iblei, quelli che a grande_
_Pastor di Siracusa avean l’agresti_
_Labbra rigate d’inmortal dolcezza._
Pero si los versos de Mamiani son elegantísimos y sublimes, los de
Fallon, por otro camino, como desate portentoso de fantasía, tienen no
muy inferior valer.
Los de Mamiani, más filosóficos y didácticos en el fondo, son más poesía
por la forma, por la elegancia de la dicción, mientras que en los de
Fallon, donde hay otra facilidad y tal vez cierto desaliño, hay poesía
de conceptos y de imágenes, aunque lo grotesco predomine. Y las cosas no
podían ser de otra suerte. En los versos del italiano es maestro de
geología un sabio, para quien otros más antiguos sabios y el propio
ingenio habían levantado gran parte del triple
_Vel che nasconde a tutte ciglia umane_
_D’Iside santa l’ineffabil volto;_
y en los versos de Fallon son los peñascos mismos los que hablan y
cuentan lo que les ha sucedido. Yo no entraré á discutir aquí si es más
verdad lo que dice Meli que lo que dicen los peñascos; pero lo que dice
Meli es más bello. El mérito de los versos de Fallon está más en lo
descriptivo y en el efecto total de la pintura que su fantasía anima. Es
aquello un aquelarre de brujas de pasmosa magnitud. La más anciana y la
más ilustre es la que da la lección de geología, aunque, en mi sentir,
la pintura vale más que la lección.
Y de sus pergaminos no se puede
Dudosa hacer la antigüedad presunta,
Que, al herirlos, burlada retrocede
Del taladro tenaz la recia punta.
¡Mas contempladla! ¡Sobre su ancha frente
En vano el sol sus dardos ha lanzado;
En vano, al par, la lluvia disolvente,
El rayo, el aquilón la han azotado!
¡Ved! De sus cejas trazan la figura
Sendos cordones de erizadas pencas,
Y he visto fulgurar en noche oscura
Del cazador la hoguera entre sus cuencas.
Es de su alta nariz el bloque corvo
Atalaya del buitre carnicero,
Que desde allí condena, inmóvil, torvo,
Su presa á muerte en el lejano otero.
Su boca, agreste ermita donde vierten
Mortal sudor las piedras: do se llaman
A iglesia los conejos cuando advierten
Que los hambrientos galgos los reclaman;
Y es sacristán de aquella gruta pía
Un armadillo que á la mansa vieja
Le ha perforado interna galería
Que comunica oreja con oreja.
Los otros versos de Fallon, _A la luna_, son mucho mejores que _Las
rocas de Suesca_, sin que ninguna extravagancia caprichosa contribuya á
su originalidad, que es grande, si bien más en la meditación, á que la
contemplación induce, que en la misma contemplación. Aun así, en la
parte descriptiva hay notables bellezas, y el poeta nos hace sentir la
calma magnífica de una noche de entre trópicos, á la falda de los Andes.
¡Cuán bella ¡oh luna! á lo alto del espacio
Por el turquí del éter lenta subes,
Con ricas tintas de ópalo y topacio
Franjando en torno tu dosel de nubes!
Cubre tu marcha grupo silencioso
De rizos copos, que tu lumbre tiñe;
Y de la noche el iris vaporoso
La regia pompa de tu trono ciñe
De allí desciende tu callada lumbre
Y en argentinas gasas se despliega
De la nevada sierra por la cumbre
Y por los senos de la umbrosa vega.
Con sesgo rayo por la falda oscura
A largos trechos el follaje tocas,
Y tu albo resplandor sobre la altura
En mármol trueca las desnudas rocas;
O al pie del cerro do la roza humea,
Con el matiz de la azucena bañas
La blanca torre de vecina aldea
En su nido de sauces y cabañas.
Después, provocado el poeta por el silencio y reposo nocturnos, siente y
expresa más alta inspiración: es teósofo primero y luego místico.
El que vistió de nieve la alta sierra,
De oscuridad las selvas seculares,
De hielo el polo, de verdor la tierra
Y de hondo azul los cielos y los mares,
Echó también sobre tu faz un velo,
Templando tu fulgor para que el hombre
Pueda los orbes numerar del cielo,
Tiemble ante Dios y su poder le asombre.
Pero este Dios, que entrevé el poeta en el éter infinito, poblado de
estrellas, se deja ver mejor en el fondo del alma, hecha á su imagen. El
alma es más grande que el universo todo, y más capaz que el universo de
contener á Dios.
Y si del polvo libre se lanzara
Esta que siento, imagen de Dios mismo,
Para tender su vuelo no bastara
Del firmamento el infinito abismo;
Porque esos astros, cuya luz desmaya
Ante el brillo del alma, hija del cielo,
No son siquiera arenas de la playa
Del mar que se abre á su futuro vuelo.
Sin duda hay en la colección que voy examinando algunos poetas más de
los ya citados que merecerían alabanzas no muy inferiores á las que he
dado hasta ahora; pero mi revista va siendo sobrado larga, y conviene
terminar.
No es justo callarse que hay también en el _Parnaso Colombiano_
bastantes composiciones que sólo demuestran la cultura general de
Colombia y la extremada afición que tienen á la poesía los ciudadanos de
aquella república. Hay bastantes composiciones correctas, pero
insignificantes é incoloras, que todo joven ó todo viejo, de algunos
estudios, puede hacer si en ello se empeña.
Tal vez será prevención mía; pero así como yo creo que el romance
octosílabo es propio para la poesía en nuestro idioma, así también, á
pesar de _El moro expósito_ y de otros ejemplos brillantes en contra de
mi opinión, yo entiendo que el romance endecasílabo se presta mucho al
prosaísmo más desmayado. En el _Parnaso Colombiano_ hay sobra de estos
romances.
Noto además que las Musas justicieras se inclinan á ponerse foscas con
los poetas de Colombia, cuando, por mal entendido patriotismo, ofenden é
injurian á la antigua madre patria, España. Sus versos entonces son casi
siempre malos. El más patente ejemplo de esta verdad le dan unas
estrofas de D. José María Torres Caicedo _A Policarpa Salabarriela_, que
fué la Mariana Pineda de por allá.
De lamentar es que, en el primer tercio de este siglo, así porque
Fernando VII no era rey muy blando ni muy amoroso, como porque la
enemistad y el furor entre liberales y absolutistas eran violentísimos,
y la lucha tremenda y desapiadada, hubiese tantas y tantas víctimas que
nos son simpáticas, y que hoy consideramos con razón como héroes ó
mártires. Mas no por eso está bien decir en pícaros versos:
Torres, Cabal, Torices y Camacho,
Casa-Valencia, Mutis y Mejía,
Caldas, mil libres más á muerte impía
Condenólos _el bárbaro español_.
Por desgracia, se podría llenar una hoja con los nombres de los
ajusticiados españoles que ajustició _el bárbaro español_, hacia la
misma época, aquí, en la Península, y con mucho menor motivo, pues al
cabo no es lo mismo querer cambiar la forma de gobierno de la patria que
deshacer y descuartizar la patria. Es indudable que de este
_descuartizamiento_ han nacido pueblos y Estados nuevos, por virtud de
una ley providencial ineludible: pueblos y Estados nuevos, por cuya
prosperidad y grandeza todo español peninsular hace hoy fervientes
votos, hasta por vanidad y amor propio de casta; pero entonces, cuando
se rebelaban ahí, ¿era posible que un rey absoluto y un gobierno
tiránico, de que los mismos peninsulares eran víctimas, no castigase con
dureza á los rebeldes?
Todos los horrores, todas las crueldades de la guerra de la
independencia americana, que no fueron mayores que los de cualquiera
otra guerra civil en la Península, no justifican la condenación y la
injuria que lanza sobre los españoles el Sr. Torres Caicedo. El Sr.
Torres Caicedo se ofende á sí mismo y á todo su linaje, pues yo presumo
que será tan español como cualquiera de nosotros, y que, si él no lo es,
lo fué su padre ó lo fué su abuelo.
No tiene la menor disculpa que el Sr. Caicedo califique todo el tiempo
que Colombia estuvo unida á España de
Centurias de baldón y afrenta
En que yació la tierra americana.
Eso estaría sólo bien en boca de los indios triunfantes, si se hubiesen
levantado contra el Sr. Torres Caicedo y contra todos los de origen
español y los hubiesen arrojado de la América que invadieron y
colonizaron.
Esos improperios contra España quizá parecerían fundados en boca del
Zipa, del Zaque y del Pontífice de Iraca, restablecidos, desechadas
nuestra lengua y nuestra cultura, y adorando otra vez á Chibchacum y á
Chiminigagua.
Por lo demás, no podemos perdonar al Sr. Torres Caicedo, diplomático
ilustre, hombre político, notable escritor en prosa sobre todas
materias, filosóficas, literarias, económicas, etc., que sea tan
desaforadamente encomiador de doña Policarpa. El encomio, por merecido
que sea, debe tener su medida. Pase que Leonidas y Temístocles no valgan
más que Bolívar y Sucre, y pase que Ayacucho y Junin equivalgan á
Maratón y á Salamina. Ojalá (y lo digo sin ironía, movido del amor de
raza, superior al amor de patria), ojalá que el porvenir justifique la
que es hoy exageración, dando á las batallas de Ayacucho y Junin la
transcendencia que Salamina y Maratón tuvieron, siendo como el punto de
partida, en el terreno político de la acción, de una cultura y de una
fuerza civilizadora más fecundas y más grandes que las conocidas hasta
entonces, fuera de Grecia, y que en Salamina y en Maratón fueron
vencidas. Pase, por último, que doña Policarpa valga tanto ó más que
Débora, Judith, Mad. Roland, Juana de Arco y Carlota Corday; pero no se
puede tolerar, aun sin ser buen católico, y siguiendo un criterio
racionalista, que el Sr. Torres Caicedo compare también á doña Policarpa
con la Virgen María, porque la Virgen María
La muerto vió del Redentor divino,
Del que derechos, libertad trajera;
Del Hombre-Dios que al hombre enalteciera,
_Donando_ al mundo la igualdad, la luz.
Precisamente porque Cristo _donó_ al mundo todas esas cosas y otras
muchas más, y puso con su doctrina la base de una civilización que ha
durado siglos y que comprende á la más noble parte del linaje humano,
Cristo no puede compararse con ninguno de los insurgentes,
revolucionarios y conspiradores, por gloriosos que hayan sido. Y en
cuanto á la Virgen María, aun mirado todo ello con impía mirada, negando
el ser real de la Virgen y suponiéndola semidiosa simbólica, supremo
ideal, en quien se cifran todas las excelencias de la mujer, la
maternidad, la pureza virgínea y la piedad compasiva, no veo paridad, ni
buen gusto en que la comparemos ni con Policarpa, ni con la Mariana
Pineda, ni con Carlota Corday, ni con ninguna otra heroína de armas
tomar ó de pelo en pecho.
En general, en los versos patrióticos colombianos hay sobrada hipérbole,
así en alabar á los héroes de la independencia, como en denigrar á los
españoles y á España. No se considera bien que antes de la
independencia, los que más tiranizaron á la tierra y á la gente
americanas fueron los padres ó los abuelos de los que se sublevaron
contra esa tiranía, y que después ha habido un no corto período de
guerras civiles en que se ha derramado más sangre que la derramada por
los españoles, y ha habido tiranos en casi todas las repúblicas, que
nada tienen que envidiar en punto á crueldad, ni á Fernando VII, ni á
ningún otro rey, ni á ninguno de los virreyes ó generales y gobernadores
que los reyes enviaban. En varios poetas, á pesar del orgullo
patriótico, aparecen estas confesiones arrancadas por el dolor y el
enojo. Santiago Pérez dice:
No resta acaso un punto
Do la sangre que vierte nuestra mano
No cubra ya la que vertió el hispano.
Y en D. Miguel Antonio Caro llegan ya estos sentimientos de disgusto
hasta el extremo, que yo no puedo ni quiero aplaudir, de hacer que el
propio espíritu de Bolívar vacile entre si debe gloriarse ó arrepentirse
de haber dado á la América su independencia. Bolívar exclama:
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