Cartas americanas. Primera serie - 08

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composiciones de más de cien poetas y de quince ó diez y seis poetisas,
contemporáneos todos, ó sea posteriores á la independencia. Pero como
Ud. amplifica é ilustra la colección hecha por Julio Añez con un extenso
discurso preliminar, que puede considerarse como compendio de la
historia literaria de Colombia, por fuerza, aunque no quiera, tendré que
hablar de todo, si he de dar mi opinión á Ud.; y á los demás que leyeren
estas cartas, cierta idea de lo que es ese pueblo y de lo que importa y
vale su vida intelectual.
Y ya se entiende que lo que yo diga ha de ser muy somero, por dos
razones: porque yo, de mío, soy muy poco profundo, y porque debo ser
breve para no cansar.
Aseguro á Ud. que si no fuese por esta invencible _scribendi cacoethes_
que me aqueja, la tal cuestión de lo profundo y de lo somero me hubiera
hecho arrojar la pluma lejos de mí desde hace años. Yo necesito un
público mediano en lo tocante á sabidurías: que sepa algo para que no le
parezca pesada mi corta erudición; que no sea muy desdeñoso é
indiferente para el saber, á fin de que el mío le interese; y que no
sepa mucho, á fin de que algo de lo que yo le diga le coja de nuevas, y
no lo considere como sabido y resabido, y que ya no se debe ni
recordar. Como aquí, ó el público es muy sabio, sobrado sabio, ó no se
le da un comino de todas las sabidurías, yo estoy perdido, y con las
cosas que he publicado me han ocurrido mil desengaños.
Pondré ejemplos.
Cuando traduje del alemán la obra de Schack titulada _Poesía y arte de
los árabes en España_, imaginaron muchos que todas aquellas coplas y
todos aquellos poetas eran creación mía, y como creación mía, los
desdeñaron; pero en cambio los profundos orientalistas españoles
despreciaron, no sólo la traducción, sino el original que yo había
traducido. Los versos todos estaban tomados por Schack, que no sabe
árabe, de no sé cuántas traducciones en lenguas modernas de Europa. En
suma, mi trabajo era superficialísimo y no enseñaba nada.
Con mis cartas á D. Jesús Ceballos Dosamantes me ha pasado algo más
gracioso aún, si no fuese tan lamentable. Para muchos, yo soy el
inventor de D. Jesús Ceballos Dosamantes y de su _Perfeccionismo
absoluto_, imaginado adrede por mí para decir algunas burlas, como si
mil sistemas filosóficos europeos no se prestasen á más burlas, si está
uno de humor para hacerlas; pero en cambio el público re-sabio nada
halla nuevo ni peregrino en D. Jesús Ceballos Dosamantes, ni en su
impugnador ó expositor tampoco: todo lo han leído y releído, y casi se
lo tienen ya olvidado, por saberlo tan bien desde que tomaban papilla.
Así, escribir para mí es como navegar entre dos escollos; pero yo he de
escribir sin remedio. No puedo curarme de mi afición á escribir. Lo que
procuro inculcar siempre en el ánimo de mis lectores es que no pretendo
enseñar, sino entretener un rato, si puedo, y además divulgar algunos
conocimientos que los sabios están ya hartos y aun tifos de saber, pero
que varias personas cándidas y de buena fe ignoran y no desdeñan que
lleguen á su noticia.
En estas cartas, pues, nada trato yo de enseñar á los sabios; pero me
daré por pagado de que á Ud. contenten y de que esas varias y pocas
personas cándidas sepan por ellas que hay del otro lado del Atlántico,
en el corazón de la América meridional, sobre esa elevada meseta ó nava
de los Andes, cierta agrupación de españoles emancipados, nación nueva,
hija de la nuestra, donde nuestro idioma se cultiva y se habla y se
escribe con primor, elegancia y pureza, y donde brillan nuestras artes y
antigua cultura, transfiguradas y modificadas por otro cielo, por la
distancia y por diversas condiciones sociales.
Con tan buen propósito seguiré escribiendo estas cartas, sin arredrarme
ni desanimarme, si bien procurando que no sean muy largas, ni muchas.
Y aquí termino la primera, asegurando á usted que soy su agradecido
amigo.
* * * * *
_20 de Agosto de 1888._
II
Muy estimado señor mío: En mi sentir, y ya lo he dicho no pocas veces,
sin que crea yo que mi aserto pueda ofender al colombiano más celoso de
su nacional autonomía, la literatura de su país de Ud. es parte de la
literatura española, y seguirá siéndolo, mientras Colombia sea lo que es
y no otra cosa. No quita esto que se dé diferencia dentro del género,
que en la unidad quepa la variedad con holgura; que sobre la condición
general de españolismo se note en toda obra del ingenio de Colombia un
sello especial y característico; y menos impide que, con el andar del
tiempo, pueda llegar lo que Colombia intelectualmente produzca á igualar
y aun á superar en mérito y en abundancia la producción literaria de
esta Península.
Entendidas las cosas así, es doble falta por parte de España el
desconocimiento general (y no niego que hay excepciones y personas que
saben aquí cuanto de ahí hay que saber) del movimiento intelectual de
esa República. Ustedes nos leen, nos conocen, nos estudian, pero en
España se sabe poquísimo de los autores colombianos. A remediar esto ha
venido la creación de la Academia colombiana de la lengua,
correspondiente de nuestra Real Academia Española. Así la fraternidad se
restablece, y así revive la comunicación entre España y su antigua
colonia, hoy emancipada. De esperar es que este elevado comercio,
digámoslo así, se extienda y divulgue algo más, para honra y provecho de
los que escribimos, y que un libro de historia, una novela ó un poema de
un ingenio de Colombia halle su público en Madrid, sea objeto de nuestra
crítica, llame aquí la atención é interese, y se venda en nuestras
librerías, con relación á su mérito, como cualquiera obra de un escritor
peninsular.
Mi deseo es que todo libro colombiano, de algún valer, deje de ser una
curiosidad bibliográfica en España, y naturalmente que también los
libros españoles lleguen á tener en Colombia más público del que tienen
hoy.
Aun distamos mucho de que se logre esta harto modesta aspiración. Y casi
me atrevo á asegurar que en toda nuestra Península é islas adyacentes no
hay, ni en poder de los libreros, ni en manos de aficionados á versos,
más ejemplares del _Parnaso Colombiano_ que los que Ud. y el Sr. Añez
hayan enviado de presente, entre los cuales está el mío.
Al dar yo cuenta aquí del _Parnaso Colombiano_ me parece, pues, que doy
cuenta de una rareza literaria.
Toda literatura tiene sus precedentes, y la de ustedes, que puede
decirse que empieza con esta centuria, los tiene nobilísimos desde que
nació la Colonia.
Ya anuncia y augura la vocación literaria de esa nación que el
descubridor, conquistador y fundador D. Gonzalo Jiménez de Quesada fuese
letrado á par que guerrero, que tomase _ora la espada, ora la pluma_, y
que dejase escritos un _Compendio historial_, y lo que peor parece que
se aviene con su carácter y condición de batallador y aventurero, una
obra devota: _Colección de sermones con destino á ser predicados en las
festividades de Nuestra Señora_.
También fué aventurero y soldado el ilustre Juan de Castellanos, que
igualmente fué por ahí desde España.
Después de larga vida militar, llena de azares y aventuras, se hizo
sacerdote, y retirado en Tunja, empleó los ocios de su sana y robusta
vejez en escribir todo cuanto sabía, ó por lectura, ó de oídas, ó por
haberlo presenciado, y aun representado en ello su papel, «de la
variedad y muchedumbre de cosas acontecidas en las islas y costas del
mar del Norte de estas Indias Occidentales, donde, añade él en su
dedicatoria á Felipe II, he gastado yo lo más y mejor del discurso de mi
vida,» etc.
No diremos que Juan de Castellanos sea un Virgilio, ni llegue siquiera
en pasaje alguno á la alta é inspirada entonación de Ercilla; pero son
asombrosos y simpáticos su facilidad, el candor de su estilo, la frase
natural y castiza, y á veces la gracia y el primor con que lo va
refiriendo todo en octavas reales ó de versos endecasílabos. Su obra es
inmensa, pues no sólo compuso las _Elegías de varones ilustres de
Indias_, que llenan un tomo de 565 páginas de la compacta edición de
_Autores Españoles_ de Rivadeneira, y contienen muy cerca de noventa mil
versos, sino también una _Historia del Nuevo Reino de Granada_, que
andaba inédita y como perdida, y que há poco publicó por vez primera D.
Mariano Catalina en su _Colección de Escritores castellanos_. Todo esto
lo hacía el historiador-poeta sin esperar remuneración alguna, sino la
de su beneficio, y, como dice con cándida sencillez, «para no comer el
pan de balde».
Y no se imagine que la lectura de las obras de Juan de Castellanos sea
fatigosa é inútil. Contienen las obras un precioso tesoro de noticias, y
no rara vez caen muy en gracia la inocente malicia, el desenfado y la
soltura con que refieren algunas cosas cómicas ó les ponen comentarios.
Así, al hablar de cierta fuente milagrosa que devolvía doncellez y vigor
á mujeres y á hombres, pondera Castellanos la multitud de gente que iría
en peregrinación allí, si el hecho fuera indudable, para recobrar _sus
antiguas gallardías_, y añade:
Cierto, no se tomaran pena tanta
Por ir á visitar la Tierra Santa.
Parece, á la verdad, un cuento de Lafontaine aquel episodio del
portugués, enamorado de la india, que no gustaba de él y quería
abandonarle. El portugués, para gala y como principio de civilización y
de púdico decoro, había revestido á la india de una camisa. Era de
noche: la india estaba al lado de su amigo, y para alejarse pretextó
cierto indispensable negocio. Como la india era ladina, pensó en que la
camisa blanqueaba en la obscuridad, y quitándosela á escape, se quedó
con el traje que fué de su crianza. Así se escapó de entre las manos
del portugués, el cual, contemplando siempre la camisa, que había dejado
ella tendida en unas matas, creía que allí estaba la señora de sus
pensamientos. Impaciente ya de que tardase tanto, el portugués decía:
_Ven ya á os brazos do galan que te deseia._
Viendo no responder, tomó consejo
De levantarse con ardiente brío,
Diciendo: _¿Cuidas tú que non te vejo?_
_¡Vejot muyto ben pelo atavio...!_
Echóle mano, mas halló el pellejo
De la querida carne ya vacío:
Tornóse, pues, con sólo la camisa,
Y más lleno de lloro que de risa.
A más de Juan de Castellanos habla Ud. en su _Estudio preliminar_ de
otros muchos escritores que hubo ahí durante el período colonial,
descollando entre los poetas Hernando Domínguez Camargo, autor de un
poema sobre San Ignacio de Loyola; D. Francisco Alvarez de Velasco y una
inspirada y mística monja llamada la Madre Castillo.
Por lo demás, la historia literaria de ahí sigue un curso paralelo al de
la nuestra: idéntico culteranismo ó gongorismo en el siglo XVII;
idéntica decadencia prosaica hasta mediado el siglo XVIII, y hacia fin
del siglo XVIII y en el primer tercio del siglo XIX, cierto renacimiento
y gusto más puro y elevado, aunque debido al menoscabo de la
originalidad castiza y á la imitación, si no de las composiciones, de
los preceptos del pseudo-clasicismo francés.
El romanticismo penetró ahí, como en España, por medio de la literatura
francesa. Y justo es confesar que si durante el imperio pseudo-clásico
seguimos los preceptos franceses, y nuestra poesía estuvo impregnada,
así como la política, de la ligera filosofía sensualista, liberalesca y
filantrópica ó humanitaria de Francia, la poesía era, en la forma, menos
imitadora que lo fué después de la francesa. El pseudo-clasicismo
francés no había tenido un Víctor Hugo que darnos por modelo. De aquí
que nuestros poetas peninsulares anteriores al romanticismo, aunque
estén inspirados por Rousseau ó por Voltaire ó por otros autores de
Francia, son castizos en la forma; y si á alguien imitan, es á los
clásicos griegos y latinos, á los italianos y á nuestros mismos clásicos
del siglo XVI. Lo propio puede decirse de los poetas hispano-americanos
del citado período. Con el romanticismo perdimos, sobre todo en América,
en la castiza originalidad de la forma. Y digo _sobre todo en América_,
porque ahí, como en tierra de menos recuerdos y que mira más al
porvenir, prevaleció el romanticismo de las ideas modernas sobre el
romanticismo retrospectivo é histórico, que nos dió en España al duque
de Rivas y á Zorrilla, y que prestó á Arolas, á Hartzenbusch, á García
Gutiérrez y á muchos otros un fondo y un color castizos y populares, los
cuales vinieron á extenderse hasta por las obras de los poetas más
cosmopolitas, como Espronceda.
Pero pasó de moda el romanticismo, como el pseudo-clasicismo había
pasado, y tanto en España cuanto en Colombia, realizada esta revolución
literaria, indispensable y bienhechora, se sintieron sus saludables
efectos, y apareció una filosofía del arte, y por lo tanto una crítica,
más comprensiva y transcendente.
En este punto, y guiado Ud. por esta más alta crítica, habla y juzga á
los autores, todos sus contemporáneos y compatricios, que el _Parnaso
Colombiano_ encierra.
En el fondo de sus ideas, como en el fondo de las nuestras, ¿quién
negará que hay mucho elemento filosófico y científico, importado de
Francia, de Inglaterra y de Alemania? Vamos detrás de estas naciones, y
el abatimiento y la modestia nos inducen á creer que vamos aún más
rezagados. Pero el sentimiento y la forma, y el medio ambiente y los
recuerdos históricos salvan y dan realce á la propia originalidad, y
producen una poesía que no carece de ser y de índole peculiares.
Aunque Uds., como nosotros, se dejan influir por poetas extranjeros,
siendo los que más han influído últimamente, tanto ahí cuanto aquí,
Byron, Víctor Hugo y Enrique Heine, yo noto con mucho gusto que, contra
esta corriente de extranjerismo, luchan en Colombia, no sin éxito, la
buena tradición española y el ejemplo y el modelo que ofrecen poetas
peninsulares del día, conocidos todos en América, y tal vez más
queridos, encomiados y estudiados que en España.
Nuestros poetas, de los que veo más huella y sabor en los novísimos
colombianos, son Bécquer, Campoamor y Núñez de Arce.
Los que Ud. más celebra y los que antes han tenido ahí más influjo son
Quintana, el duque de Rivas, Espronceda, García Gutiérrez, Tassara y
Bermúdez de Castro. Y al que Ud. pone por las nubes, como
contradiciéndonos, pero no á mí, que sigo casi su opinión, es á
Zorrilla, á quien Ud. llama _la primera figura poética de España en este
siglo_.
Con lo dicho se empieza á formar idea de la fisonomía general del
_Parnaso Colombiano_. Hay que añadir ahora otros rasgos singulares. A
pesar de la extraordinaria facilidad con que en Colombia se versifica, y
aunque es Colombia una república democrática, su poesía es
aristocrática, culta y atildada. Se ve que es producto de algo como una
casta superior, dominadora aún, no por las leyes que á todos hacen
iguales, sino por la inteligencia, el saber y la cultura, que importó en
el país, sobre otra casta inferior, que no se ha extinguido ni ha
desaparecido casi, como en las que fueron colonias inglesas, sino que
vive en cierta subordinación patriarcal y suave.
Las ideas, los sentimientos, el habla, la religión, las costumbres y
tradiciones importados de España por los que vinieron á fundar la
colonia, persisten, pues, y son tenidos en gran veneración. Son como los
dioses penates, que no ahuyentaron ni la revolución, ni la guerra de la
independencia contra la metrópoli, ni las ulteriores guerras civiles.
De aquí que el hombre quizá más eminente en Colombia por el pensamiento,
en el vigor de su edad aún (nació en 1843), sea un ultraconservador, un
tradicionalista, lo que llamábamos pocos años há en España un
neocatólico; pero un neocatólico, un _retrógrado_, que, como dice el
liberal Sr. Cané, «ha leído cuanto es posible leer en treinta años de
vida intelectual. Su alta inteligencia ha entrado á fondo en la
literatura moderna, y pocos como él podrían hablar con tal autoridad de
lo que en materia de ciencias y letras se ha hecho en el mundo en los
últimos cien años.»
Este hombre, además, es un sabio filólogo y humanista, muy versado en
los autores clásicos; griegos y latinos, como lo demuestra su hermosa
traducción de Virgilio.
Ya se entiende que hablo de Miguel Antonio Caro, hijo de José Eusebio,
poeta ilustre también, y de cuyas poesías ha hecho linda edición,
agotada ya, el Sr. D. Mariano Catalina, en su _Colección de Escritores
castellanos_.
Miguel Antonio ha escrito mucho en prosa, así de ciencias morales y
políticas como de filología. En pocos escritos modernos resplandece más
que en los de este autor lo que podemos llamar el españolismo.
Por ello le censuran no pocos americanos, pero no hemos de ser los
españoles los que también le censuremos. Además que los mismos
americanos más liberales empiezan ya á calificar de injusta y de cansada
y de falsa tanta y tanta declamación contra los descubridores y
conquistadores de América. Sus culpas, si por herencia se transmiten,
más pesan sobre los americanos, si no son indios, que sobre nosotros, ya
que nuestros padres, salvo el caso de algunas familias históricas, como
Colón, Pizarro, Cortés y Orellana, se quedaron por acá, y no cometieron
las atrocidades feroces que á los conquistadores se atribuyen.
Y aun dando por evidentes todas esas atrocidades, ¿es de presumir que á
fines del siglo XV y principios del siglo XVI hubieran sido más humanos,
más benignos y más generosos los ingleses ó los alemanes, por ejemplo,
si les hubiera tocado hacer nuestro papel, descubrir ese continente, y
el mar del Sur, y los Andes, y echar por tierra los imperios del Perú y
de Méjico? ¿Habría en Colombia tanto indio vivo si en vez del literato y
autor de sermones D. Gonzalo Jiménez de Quesada, y de los frailes, entre
los cuales hubo más Las Casas que Valverde, hubiera ido por ahí un
aventurero tudesco con buen golpe de _lasquenetes_?
Estas y otras consideraciones por el estilo, que se le ocurren á
cualquiera, valen para disculpa, suponiendo que necesite disculpa el
_retrogradismo_ ó _tradicionalismo_ de D. Miguel Antonio Caro, y prueban
que no se puede acusar á este señor de que defiende hasta la
Inquisición, y de que su prurito de santificar lo pasado es
irreconciliable con la clara luz de su elevado entendimiento.
Este entendimiento elevado brilla en todas las obras de D. Miguel
Antonio, le ha hecho célebre y muy estimado en toda América, y aun entre
nosotros, é ilumina singularmente sus poesías, de las que en el _Parnaso
Colombiano_ hay hermosísimas muestras. No sin motivo califica Ud. al
autor de gran poeta, y considera sus mejores versos _La vuelta á la
patria_. En lo que no estoy conforme con Ud. es en que no hay nada por
el estilo de esta composición en la poesía castellana y en colocarla en
el género de poesía inglesa. Ferviente admirador soy yo también de la
poesía inglesa, y la creo, por lo general, más concisa que la nuestra y
muy hondamente sentida. Para lo de la concisión hasta hay razones
materiales. En inglés bien se puede afirmar que la mitad ó menos de
sílabas que en castellano basta á expresar las mismas cosas.
Y, sin embargo, yo nada veo de exótico en _La vuelta á la patria_ del
Sr. Caro. No es menester dejar de ser español para ser sencillo, sentido
y profundo. No eran ingleses, ni habían leído poesía inglesa, fray Luis
de León y Jorge Manrique. Dejando, no obstante, esta discusión á un
lado, convengo en que es preciosa _La vuelta á la patria_. Aquella dulce
y mística melancolía, aquella vaguedad esfumada con que percibimos como
verdadera patria la que está más allá de la muerte, y aquella pintura,
tan natural y verdadera, de la patria terrenal, de la casa de nuestros
padres, del valle tranquilo en que pasó nuestra niñez; y aquella mengua
y abatimiento del corazón enfermo, que vuelve á su antigua soledad, que
la desea y que ya no la halla, porque ya no existe sino en su mente como
ideal divino: todo, en suma, en esta composición, en que hay más
sentidos y más ideas que palabras, la hacen en mi opinión perfecto
dechado de poesía de sentimiento en cualquier idioma. No se puede citar
un solo verso sin citarlos todos. Nada huelga en la composición. Todo
está primorosamente enlazado y forma el más armonioso conjunto.
Tampoco estoy conforme con Ud. en calificar de germánica _La flecha de
oro_. Aquello es original, es nuevo; pero ¿por qué no ha de haber nada
español que tenga algo de original y de nuevo, que no esté vaciado en
los antiguos moldes, y que no por eso sea germánico ó inglés? El asunto
de _La flecha de oro_, el _cuento_, es tan poco germánico, que está
tomado del principio de un _cuento_ de _Las mil y una noches_. Lo
inventado por Caro es el valor simbólico y transcendente, que adquiere
en su breve poesía la antigua leyenda india, persa ó arábiga. El
príncipe, en los versos de Caro, no vuelve á encontrar la flecha, como
la encuentra en el cuento de _Las mil y una noches_. No hubo hada
Parabanú, que, enamorada de él, la extraviase para atraerle. La _flecha_
del antiguo cuento nada significa: la _flecha_ del poemita de Caro tiene
alta significación. Y la sobriedad artística con que esta significación
queda indeterminada, hace aún más poéticos los versos, abriendo la
puerta á la fantasía del lector, para que se lance volando por todos los
libres, infinitos espacios de las filosofías y de las religiones, en
busca de la perdida flecha, sin envidiar al hermano que, por apuntar más
bajo, tocó en el blanco y heredó el reino terrenal de su padre.
De aquí que toda alma soñadora y entusiasta pueda creerse el héroe ó la
heroína de los versos, y decir:
Yo busco una flecha de oro
Que, niño, de una hada adquirí,
Y «Guarda el sagrado tesoro»,
Me dijo; «tu suerte está ahí.»
Mi padre fué un príncipe: quiere
Un día nombrar sucesor,
Y á aquel de dos hijos prefiere
Que al blanco tirare mejor.
A liza fraterna en el llano
Salimos con brío y con fe:
La punta que arroja mi hermano
Clavada en el blanco se ve.
En tanto mi loca saeta,
Lanzada con ciega ambición,
Por cima pasó de la meta
Cruzando la etérea región.
En vano en el bosque vecino,
En vano la busco doquier:
Tomó misterioso camino
Que nunca he logrado saber.
El cielo me ha visto horizontes
Salvando con ávido afan,
Y mísero á valles y á montes
Pidiendo mi infiel talismán.
Y escucho una voz ¡_Adelante_!
Que me hace incansable marchar:
Repítela el viento zumbante:
Me sigue en la tierra y el mar.
Yo busco la flecha de oro
Que, niño, de una hada adquirí,
Y «Guarda el sagrado tesoro»,
Me dijo; «tu suerte está ahí.»
No he sabido resistir á la tentación de poner aquí _La flecha de oro_,
aunque me acuse Ud. de impertinente y de copiarle lo que de memoria
sabe.
Yo soy tardío, pero cierto. Hace cerca de un año que debo contestación á
la carta de Ud.; pero ahora voy á pagar con usura, escribiéndole una
serie de ellas, pues no se requieren menos para dar alguna idea de lo
que es el _Parnaso Colombiano_.
* * * * *

_27 de Agosto de 1888._
III
Muy estimado señor mío: Entre las varias dificultades con que tropiezo
al emitir mi juicio sobre el _Parnaso Colombiano_, cuenta por mucho (¿y
por qué no confesarlo?) mi corto saber de los hombres y las cosas de ese
país. En una recopilación de versos escogidos de varios sujetos, que son
además personajes políticos, y que han escrito en prosa, en periódicos,
y que han compuesto novelas, y libros de derecho, de filosofía, de
filología y de historia, que no conozco, es menester que yo adivine
mucho, y toda adivinación está sujeta á graves errores.
La mayoría de los poetas, de quienes el señor Añez pone tres ó cuatro
composiciones en su _Parnaso_, han escrito tomos enteros. ¿Quién me
asegura que lo que inserta el Sr. Añez sea lo mejor y lo más
característico? ¿Y cómo, por las breves noticias biográficas que
preceden á las composiciones de cada autor, y por lo que él dice en
ellas, averiguar con plena certidumbre sus doctrinas y creencias y tasar
su valer en lo justo?
Por todo esto, y porque no me es dable extenderme demasiado, mi crítica
tiene que ser incompleta: no será crítica; me limitaré á participar á
usted mis impresiones en general, sin detenerme á decir algo en
particular sobre tanto poeta.
He empezado por Miguel Antonio Caro, porque es el más conocido entre
nosotros. Es fundador de la Academia Colombiana, correspondiente de la
Española; director de la Biblioteca Nacional en su país, y ahí y en
todas partes muy notable polígrafo y erudito, lo cual no impide que sea
también elegante, inspirado y entusiasta poeta. Las dos composiciones
suyas, que ya hemos citado, lo demuestran bien, y no lo desmienten otras
cuatro que inserta de él el _Parnaso_: una _A la estatua de Bolívar_,
obra admirable de Teneranni, que está en la Plaza Mayor de Bogotá, y
otra de ellas _A la gloria_, donde yo admiro y envidio el fervor amoroso
del poeta que la canta y la desea, exento de aquella mala vergüenza con
que por Europa tratamos de encubrir ese entusiasmo, si por acaso le
sentimos. Todos los que componen versos le sienten aún, pero con más
tibieza, y no todos se atreven á decir, ni dicen tan bien á la gloria:
A cantar me obligaste con levantado aliento,
Y en premio me ofreciste tu divinal favor.
Hoy á buscarme vuelves. Yo conozco tu acento
Y sé de tus miradas el mágico fulgor.
* * * * *
¡Oh! ¡cumple tus promesas: alza mi nombre al cielo:
Lleva los cantos míos al último confín,
Y dales, incansable en tu radioso vuelo,
La heroica resonancia de tu inmortal clarín!
En casi todos los poetas de que hay obras en el _Parnaso Colombiano_
debo decir, en honor de la verdad, que se advierte un sabor castizo, una
corrección y una elegancia sencilla, que, no en todos, sino sólo en
nuestros mejores y más cultos peninsulares se nota. Claro se ve que en
Colombia es cultivado con amor y con atinado ahinco nuestro patrio
idioma; que en Colombia ha nacido Rufino Cuervo. Todas las locuciones
vulgares, todas las adulteraciones que pueblo tan remoto de España ha
introducido en el lenguaje español, quedan tan estudiadas y corregidas
en las _Apuntaciones críticas sobre el lenguaje bogotano_ de Cuervo, que
no hay rastro de ello en la buena poesía.
De este respeto general al idioma aun da Cuervo otra prueba más
brillante, viniendo á constituirse, como Ud. dice, desde un rincón de
los Andes, en maestro excelente y superior del habla de Castilla. Su
_Diccionario de construcción y régimen_ es un portento de erudición, de
buen gusto, de tenacidad y de paciencia.
Imposible parece que, en medio de las faenas de una fábrica de cerveza,
donde Rufino, auxiliado por su hermano Angel, creó los bienes de fortuna
que no tenía, le sobrasen tiempo y medios para leer, conocer á fondo y
poder citar todo libro escrito en castellano desde la formación del
lenguaje hasta ahora. Así será su obra alto monumento literario, honra
de Colombia, de él y de la raza á que pertenece. Al mismo tiempo da
Rufino Cuervo noble ejemplo de vivir, cuando, hijo del que fué
presidente de la república, no se avergüenza de emplearse en bajos y
mecánicos menesteres para ganarse la vida, y, ya ganada, la consagra por
completo á competir con Littré, si no á vencerle, haciendo un
_Diccionario de autoridades_, con tal copia de ejemplos, que pasma y
aturde, y donde está la historia de cada palabra y de todas sus
acepciones, desde el siglo XII hasta el XIX.
Hablo aquí de Cuervo para consagrarle este testimonio de mi admiración,
y para que sea como muestra y garantía de que en su tierra se sabe la
lengua castellana, lo cual importa mucho en la alabanza de sus poetas.
El crítico circunspecto, digan lo que digan los entusiastas y sublimes,
tiene que ir con pies de plomo en eso de conceder ó de negar patentes de
_genio_ y en disponer de la inmortalidad gloriosa para otorgarla ó
rehusarla, según su antojo; pero bien puede afirmar, y yo lo afirmo del
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