Cartas americanas. Primera serie - 07

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cual interpretación vienen á dar más fuerza las palabras en que explica
Hesíodo la buena voluntad con que Júpiter perdona; porque «así se
difundía con mayor gloria sobre la tierra la virtud de su Hijo muy
amado».
En el poema de Andrade, más lírico que épico, donde se narra poco y hay
muchos versos en que habla el Titán, esta confusión, ó más bien
oscuridad entre lo impío y lo piadoso, persiste y no se disipa.
¿Será á Júpiter, ó á Dios mismo, á quien por boca del Titán dice el
poeta todos estos insultos y amenazas?
¡Oh Dios caduco! grita
El titán impotente:
Como esta negra carne que renace
Bajo el pico voraz del cuervo inmundo,
Renacerá fulgente
Para alumbrar y fecundar el mundo
La chispa redentora
Que arrebaté á tu cielo despiadado.
Germen de eterna aurora
Del caos en las entrañas arraigado!
Desata, Dios caduco,
La turba ladradora de tus vientos;
Sacude los andrajos de tus nubes,
Y acuda á tus acentos
La noche con sus sombras,
Con montañas de espuma el Oceano:
No apagarán la luz inextinguible
Del pensamiento humano.
¿Qué importa mi martirio,
Mi martirio de siglos, si aun atado,
Júpiter inmortal, yo te provoco,
Júpiter inmortal, yo te maldigo?
¿Si el viejo Prometeo, el titán loco,
El mártir de tu encono,
Siente tronar la ráfaga tremenda
Que va á tumbar tu trono?
Otro punto hay también, en el cual los opuestos y discordantes elementos
que entraron en la fábula, argumento de la tragedia de Prometeo, hacen
oscura su significación en Esquilo. Todavía, después de tantos siglos,
queda en el poema de Andrade la misma oscuridad, vaguedad ó indecisión,
la cual sería grave falta en cualquiera obra didáctica en prosa; pero en
verso está bien y tiene singular hechizo, pues pinta la indecisión, las
dudas, las contradicciones de la mente humana, así cinco ó seis siglos
antes de Cristo, como diez y nueve después.
Entonces y ahora los hombres no estaban ni están contentos y satisfechos
de lo presente; y así, ya fingen la edad de oro en lo pasado, de la cual
hemos descendido por nuestra culpa hasta esta mísera edad de hierro; ya
pintan, en lo pasado, una humanidad bestial y feroz, que ha ido y va
levantándose, poco a poco, hacia el bien, la luz y la perfección; ya,
concertando la antinomia, aseguran la caída primera, creen en una
redención ulterior, y en pos de esta redención en el progreso.
De todo esto hay vagamente en Esquilo; y de todo esto hay también
vagamente en Andrade.
A la verdad, cuando el Prometeo de este último, atado siempre y
padeciendo su martirio, llega á descubrir sobre el Gólgota la Cruz del
Salvador, el poeta argentino nos alucina por un momento y nos parece
completamente cristiano. Se puede imaginar que la significación
profética que da Augusto Nicolás á Prometeo es la que le inspira. El
Prometeo de Andrade dice algo por el orden de las santas y hermosas
palabras del viejo Simeón: _Nunc dimittis servum tuum, Domine, in pace,
quia viderunt oculi mei salutare tuum._
«¡Al fin puedo morir--grita el gigante
Con sublime ademán y voz de trueno.--
Aquella es la bandera de combate,
Que en el aire sereno
Ó al soplo de pujantes tempestades
Va á desplegar el pensamiento humano,
Teñida con la sangre de otro mártir,
Prometeo cristiano,
Para expulsar del orgulloso Olimpo
Las caducas deidades.
Es un nuevo planeta que aparece
Tras los montes salvajes de Judea
Para alumbrar un ancho derrotero
Á la conciencia humana:
El germen fulgurante de la idea
Que arrebaté al Olimpo despiadado;
La encarnación gigante de mi raza,
La raza prometeana.
¡Al fin puedo morir! Hijo de Urano,
Llevo sangre de dioses en las venas.
¡Sangre que al fin se hiela!
Aquel que me sucede, hijo del hombre,
Lleva el fuego sagrado,
Que eternamente riela,
Ya le azoten los siglos con sus alas,
Ó el viento furibundo;
El fuego del espíritu, heredero
Del imperio del mundo.»
Sin embargo, después de la atenta lectura de estos versos, se nota harto
bien que el sentimiento cristiano ha entrado en ellos en pequeñísima
dosis.
Cristo, según el poeta, vale más que Prometeo, no porque es Dios, sino
porque es menos Dios y más hombre que el titán. Para el poeta, Prometeo,
Cristo, Galileo, Sócrates, en suma, todo sabio que haya sido algo
perseguido ó muy perseguido por clérigos y frailes, por inquisidores ó
por dioses de cualquiera laya, viene á ser un titán, un Prometeo de
mayor ó menor calibre, la personificación ó la encarnación del
pensamiento humano, que es el verdadero Dios que inspira su poema y á
quien le dedica.
El Prometeo de Andrade muere en cuanto ve morir á Jesús, y muere porque
mueren los dioses todos para que reine sin rival el espíritu del hombre.
El poeta termina su obra entonando á este espíritu un cántico triunfal
muy entusiasta. Todos los pensadores futuros serán otros tantos
Prometeos, que es de suponer que no llegarán á padecer, ni con mucho, lo
que padeció el titán, ni serán crucificados como Cristo, ni beberán
cicuta como Sócrates, ni tendrán que sentir ninguna otra desazón
mayúscula, como no hagan alguna tunantería ó algún disparate. Estos
nuevos pensadores contribuirán á que amanezca pronto el claro día
En que el error y el fanatismo espiren
Con doliente y confuso clamoreo.
Los poetas harán también brillante papel en este drama del porvenir.
Andrade no cree, por dicha, como creen y sostienen ahora algunos
pensadores del Ateneo de Madrid, que la poesía, al menos la rimada ó
metrificada, va á morir por inútil. Los poetas serán las aves que
cantarán la venida de esa aurora mental y social, y que secarán con sus
alas la sangre y el sudor de los pensadores, perseguidos ó afanosos, si
ellos se afanan y si alguien los persigue.
Para mí es evidentísimo que hay en todo este poema de Andrade portentoso
brío y gran vuelo de inspiración. Lo que se echa muy de menos, y ¿por
qué no decirlo con franqueza? es el estudio para prepararse á escribirle
y el estudio al escribirle.
No quiero pararme en el desaliño ni en las rarezas del lenguaje. No
gusto de disputar, y alguien hallará bien quizás lo que yo hallo
deplorable; pero quede consignado, sin atreverme á decir que no está
bien, que no me suena el que Cristo sea _planeta_, y que preferiría que
fuese _estrella_ ó _sol_; que la raza _prometeana_ me choca y lastima
los oídos, y que celebraría yo que Prometeo viese la Cruz y no la
_silueta_ de la Cruz. La _silueta_ me hace pensar en seguida en
figurillas de papel recortadas con tijeras.
Las fábulas gentílicas no merecen el respeto que merece la historia. El
poeta puede modificarlas á su antojo y bordar sobre ellas; pero aun en
esta licencia se han de poner condiciones: de no observarlas, surgirán
inconvenientes en daño del poema licencioso. Mientras más clara y
transparente sea en Prometeo la representación del genio del hombre ó
del pensamiento humano, menos vida poética tendrá el personaje: más se
acercará á la fría abstracción: más se esfumará como mera é insustancial
alegoría. Para Esquilo y para los atenienses, público de Esquilo,
Prometeo era persona de verdad; y Júpiter y las ninfas del Océano, y
todos los seres que aparecen en el drama, distan mucho de ser
abstracciones y vanas prosopopeyas. Por esto sólo, aunque no lo fuese
por más, sería el Prometeo de Esquilo superior á todos los Prometeos que
se han escrito más tarde.
Los denuestos del poeta griego contra su Zeus ó Júpiter, vivo y
reinante, debían de pasmar por su audacia: eran la protesta hermosa del
derecho y de la razón contra la violencia y el poder. En el día nada
significa hablar mal de Júpiter. Y si Júpiter es la superstición, el
fanatismo, la idea de Dios ó un Dios en quien no se cree, y es como si
no fuera, todo elemento dramático y épico se desvanece, y se reduce el
poema á la lucha de una abstracción contra otra.
Ya se entiende que digo esto como consideración general, que afecta poco
al mérito del poema de Andrade. El, ó reflexivamente ó por instinto,
pensó como yo, é hizo su poema lírico, y no epopeya ni drama.
Y no es esto decir que, en nuestra edad moderna, no sea posible una
epopeya ó un drama sobre Prometeo; pero, á mi ver, ha de ser de uno de
estos tres modos: ya poniendo en parodia y en solfa el asunto, como en
las operetas de Offenbach; ya ciñéndose con inspiración erudita al
espíritu y pensar de los antiguos, sin bastardear ni mezclar las ideas
anacrónicamente. Por tal estilo, bien podría un poeta muy helenista y
muy sabio restaurar la trilogía, completando lo que de Esquilo nos
falta, así como Leopardi compuso el himno á Neptuno, que parece
traducción literal de uno de los himnos que se atribuyen á Homero.
Puede, por último, y más bien pudo hará doscientos ó más años, cuando la
filosofía de la historia no se había popularizado tanto, y cuando los
poetas no metafisiqueaban tanto como hoy á sabiendas y reflexivamente,
dar la fábula de Prometeo asunto para un drama, que no fuese bufo como
las operetas, ni arqueológico tampoco, sino con moderno significado.
Calderón, á mi ver, nos dejó lindo ejemplo de esto en su precioso drama
_La estatua de Prometeo_. Su intento fué sólo escribir una gran comedia
de magia con mucha vistosa pompa, música y canto; pero la inspiración
fué más allá del intento. Informada é iluminada la fábula terrible por
la luz del cristianismo y por sus alegres esperanzas, toma el aspecto
más risueño y tiene el desenlace más dichoso. El coro canta, con razón,
al terminar:
Feliz quien vió
El mal convertido en bien
Y el bien en mejor.
Prometeo, así como Epimeteo su hermano, no son figuras alegóricas, sino
personajes reales. Prometeo, sabio; Epimeteo, guerrero. Representan, no
obstante, la lucha de las armas y las letras, de la razón y de la
pasión, de la ciencia y del instinto violento y ciego. Aunque rodeados
de personajes simbólicos y mitológicos, hay realidad y vida en ambos
protagonistas.
La lucha que entre ellos estalla viene á parar en reconciliación
interviniendo Minerva, ó la sabiduría misma, y Apolo, ó el padre de la
luz, los cuales interceden con el sumo Jove, quien perdona antes de que
Prometeo padezca el suplicio á que estaba condenado. Pandora no es
causa de todos los males, como en Hesíodo, tan aborrecedor de las
mujeres.
Para el galante Calderón, que rendía culto á la mujer, y para quien
.....Si el hombre es breve mundo,
La mujer es breve cielo,
Pandora, que representa á la mujer, completa la dicha del sabio,
casándose con él y amándole. Robar el fuego del cielo resulta chico
pecado y perdonable atrevimiento, en vista de los bienes que acarrea, y
sobre todo
Porque nunca niega
Piedades un Dios.
La maravillosa y estupenda fantasía de Calderón despliega toda su virtud
en el robo mismo del fuego, en la aparición de Prometeo, cuando ya le
trae del cielo, y en la repentina y milagrosa vivificación de la estatua
que se convierte en mujer, hermosa y sabia, hasta el punto de
confundirse con Minerva, cuando Prometeo le da la llama celestial, que
la penetra y la anima.
Un crítico de buena voluntad y transcendente, como hoy se usan, pudiera
sacar de _La estatua de Prometeo_ mil deliciosas, amenas y hasta
profundas filosofías.
No me incumbe á mí hacerlo ahora; y me vuelvo á Andrade.
En éste no son tan atinadas como en Calderón las modificaciones ó
innovaciones. Algunas van contra todo razonable simbolismo y le truecan
en embolismo. El Titán, hijo de Japeto, es y quiere Andrade que sea el
pensamiento humano. ¿Por qué, pues, le hace pelear contra Júpiter, con
los otros titanes, que significan las fuerzas cósmicas, fatales é
ininteligentes, en las que Júpiter pone orden y ejerce imperio? Prometeo
aconsejó á los titanes que no se rebelasen contra Júpiter.
También es raro que los titanes para escalar el cielo monten á caballo y
galopen como gauchos por la pampa, y en corceles de semoviente y animado
granito. Para subir al asalto de una fortaleza, á un monte enriscado ó
al cielo, no valen corceles si no tienen alas como el Pegaso. Además, yo
creo que la lucha de los titanes contra Júpiter es difícil de pintar sin
que el poeta moderno quede deslucido, cuando esta lucha inspiró en la
Teogonía los versos más sublimes y verdaderamente titánicos al vate de
Ascra.
A pesar de todo lo expuesto, y para terminar sin cansar demasiado ni al
público ni á Ud., diré que, tanto por las composiciones de que he
hablado, como por _El nido de cóndores_, _A Paisandú_ y otras que no
cito, Andrade es uno de los más ilustres poetas que ha habido en
América, y valdría más que Olmedo ó que Bello, y tanto como Quintana, si
hubiese cursado más humanidades y hubiese tenido más y mejores lecturas.
Andrade, por último, como otros poetas argentinos, como Mármol,
Echevarría y Obligado, tiene en su lira cuerdas que á Quintana le
faltan. Andrade siente, ve y comprende, con profundo sentimiento
poético, la naturaleza que le rodea. Si hubiera él olvidado ó
descuidado más á Víctor Hugo y engolfado menos su alma en la filosofía
de la historia, hubiera sido aún más notable poeta pintando la
naturaleza americana y cantando de amor y de hermosura, mejor que de
evoluciones y de progreso.


EL PARNASO COLOMBIANO

_13 de Agosto de 1888._
Á D. JOSÉ RIVAS GROOT
I
Muy distinguido señor mío: Vergüenza me da de no haber contestado aún á
la amabilísima carta de Ud. fecha en Bogotá el 29 de Octubre de 1887.
Pido á Ud. por ello mil perdones y le ruego que crea que en parte mi
desidia y en parte mil quehaceres y cuidados han tenido la culpa de mi
tardanza.
La carta de Ud., que recibí á su debido tiempo, me alegró y lisonjeó
mucho. Con ella recibí el estimable presente que me hizo Ud. de un
ejemplar del _Parnaso Colombiano_.
En la carta me pide Ud. ó muestra deseos de saber mi opinión sobre los
poetas cuyas composiciones contienen los dos tomos del _Parnaso_. Y
pensando yo en darla, después de reflexivo estudio, y con el mejor tino
que pudiese, he dejado hasta hoy correr el tiempo, sin hacer nada de la
tarea que me había prescrito.
Pocos meses há empecé á escribir estas _Cartas americanas_, y claro
está que de uno de los libros de que yo más detenidamente deseaba hablar
en ellas era del que Ud. me había remitido; pero más fáciles asuntos me
han salido al paso, y todavía no he satisfecho mi deseo.
Entre tanto, he recibido, sin saber quién me los envía, los números de
_La Nación_, de Bogotá, fechas 18 y 25 del último Mayo, donde contesta
usted muy discreta y amablemente á mi primera _Carta americana_,
defendiendo con gran calor y habilidad á Víctor Hugo é impugnando mi
crítica en lo que á Víctor Hugo es adversa.
En la impugnación se muestra Ud. tan cortés, tan benigno y tan amable
conmigo, que la gratitud me desarma, y casi me siento capaz, á fin de
ser á Ud. grato, de confesar que me he equivocado: que la musa de Víctor
Hugo no tiene falta ni mácula, y que, si la tiene, la hermosea en vez de
afearla, como velloso lunar á una linda moza, haciendo resaltar más con
su negrura lo sonrosado de la mejilla ó la limpia candidez de la desnuda
espalda, donde el lunar campea y descuella como matita de bambúes en
prado de flores.
Los artículos de Ud. me llevan además á hacer escrupuloso examen de
conciencia. ¿Señor--me digo,--habré yo pecado denigrando, ó rebajando al
menos, el mérito del gran poeta por odio y envidia de español contra lo
francés en particular, y en general contra todo lo extranjero? Raro es
el español que sintió jamás tal odio ni tal envidia, y no soy yo ese
español raro.
Hasta cuando estábamos muy soberbios y engreídos y no cesábamos de
hablar de Pavía, Otumba, San Quintín y Lepanto, y de que el sol no se
ponía en nuestros dominios, no nos dió jamás por denigrar á nadie.
Todo nos parecía mejor en tierra extranjera, ó porque era mejor, ó
porque el atractivo de la novedad hacía que así nos pareciese. Hasta los
poetas, que por lo común son arrogantes, eran humildes en España al
compararse con los extranjeros. Lope de Vega, por ejemplo, que no me
parece que era un poeta de tres al cuarto, decía, refiriéndose á los
italianos, que no se atrevía á competir con ellos,
Que son solos y soles,
Él con sus rudos versos españoles.
Lo que es en el día andamos tan abatidos, que no hay objeto que no nos
parezca mejor siendo extranjero que siendo español; y de cuanto
admiramos, es lo francés lo que admiramos más, por ser lo que menos mal
conocemos. Siguiendo esta regla y esta propensión nuestra, aseguro á
usted que mientras más hondamente lo considero, más me persuado de que,
lejos de escatimar á Víctor Hugo la alabanza, me he excedido en ella; y
llamando á Víctor Hugo rey de los poetas de nuestro siglo, he agraviado
á Byron, á Goethe y á no pocos otros, que tal vez tuvieran más derecho
que él á esa corona.
¿Qué es, pues, lo que yo puedo y debo replicar á los artículos de Ud.
insertos en _La Nación_? Lo mejor es dar el punto por suficientemente
discutido. Dejemos á Víctor Hugo que descanse en paz sobre sus laureles,
y hablemos de los poetas que escriben en mi propio idioma, y cuyas
obras usted me envía, como me dice en su carta, desde un rincón de los
Andes.
No puede Ud. imaginar cuánto me agrada y qué gran curiosidad me inspira
ese rincón, como usted le llama.
Cuantas descripciones he leído de su tierra de usted, hechas por
Alejandro Humboldt, por García Mérou, por el barón de Japurá, padre de
una simpática marquesa, española por adopción, y mujer de un antiguo y
excelente amigo mío, y por Miguel Cané, discreto escritor y viajero
argentino, hoy ministro de su república en esta corte, todo me atrae y
cautiva; y aseguro á usted que, si yo no fuese ya y no estuviese ya tan
viejo, había aún de ir á Bogotá á hacer á Ud. una visita y á ver el
estupendo salto del Tequendama, de tan superior elevación al del
Niágara, que he visto.
Lejos de parecerme Bogotá un rincón, se me figura que Bogotá va á ser el
centro del mundo en lo venidero, cuando el canal interoceánico acabe de
abrirse, y sea en el seno de esa república donde se celebre el gran
consorcio de la civilización, besándose y abrazándose, dentro de la
zona,
Que el sol enamorado circunscribe,
las ondas del Atlántico y del Pacífico.
Y no crea Ud. que lo que más me encantaría ahí, aunque soy muy
apasionado á la hermosura y sublimidad de la naturaleza, serían los
fértiles y exuberantes valles y vegas por donde corren el Magdalena y
el Cauca; ni la riqueza y variedad de frutos, plantas y flores que hay
en la hermosa patria de Ud.; ni la misma catarata, vencedora del
Niágara, y una de las maravillas que hay que ver en este planeta,
catarata en que se derrumban las aguas del Bogotá desde una altura de
180 metros, y pasan por el aire, desde la tierra fría, desde un clima
como el del centro de España, á la tierra caliente, poblada de
naranjales y de palmas, y donde revolotean los loros y guacamayos. Todo
esto, con un poco de imaginación, se ve en espíritu, leyendo las
descripciones de los viajeros, casi como si se viese materialmente con
los ojos del cuerpo y se tocase con las manos. Lo que á mí me encantaría
más sería ver trasplantada, en esa meseta de los Andes, con hondas
raíces, lozana y llena de savia y de vida, la antigua civilización de la
metrópoli; sería ver en Bogotá como un foco de luz propia, como un
primer móvil de inteligencia castiza, que sin desechar, sino conociendo
y estimando todo el moderno saber de los demás pueblos de Europa,
imprime en cuanto hace el sello y el carácter de la raza española, con
algo además de singular y exclusivo que la determina y distingue como
colombiana.
Es lástima que no lleguen por aquí ni leamos nosotros sino poquísimos de
los libros en prosa que Uds. escriben. Yo, lo confieso, aun no he leído
más que una novela de Bogotá: _Tránsito_, de Silvestre. Y aseguro á Ud.
que han quedado vivamente impresas en mi mente las escenas que describe,
en las fecundas márgenes del Magdalena; las fiestas populares, las
alegres cabalgatas, los apasionados amoríos, y el poético baile y tonada
y canto á la vez que llaman _bambuco_, y que se me figura que no ha de
ser inferior á nuestros fandangos, boleros, jotas y seguidillas. Todo lo
que leo de ahí me parece más que español. Tal vez nosotros vamos
degenerando, ó por decirlo así destiñéndonos y como perdiéndonos
modestamente en la cola de la cultura europea, mientras que Uds.
conservan mejor el individualismo, la autonomía de raza. Ahí puede
llamarse aún _cachaco_ un _dandy_ y _cachaquería_ la _high life_. Ahí
siguen los _coliches_ ó _asaltos_, como los había en mi mocedad en
nuestras ciudades de provincia cuando improvisábamos un baile en la casa
de algún amigo, invadida de repente. Y ahí se canta, se baila y se toca
el _bambuco_ en coro, por galanes y damas, que comprenden, estiman y
ejecutan, la música más sabia de Schubert, de Chopín y de Beethoven, y
aun compiten con ella, escribiéndola, como nos cuenta el Sr. Cané de la
señorita doña Teresa Tanco.
El mismo Sr. Cané, en su precioso libro de impresiones titulado _En
viaje_, nos describe con tal entusiasmo la cultura, la hospitalidad y el
trato afable y discreto de la sociedad elegante de Bogotá, que pone
deseo de ir á gozar de ella y de ver en el riñón de América, en una
planicie ó extensa nava en el centro de los Andes, á la altura de 2.700
metros sobre el nivel del mar, algo como un paraíso terrestre, de clima
apacible, de perenne primavera, donde existen todos los refinamientos
que la vida moderna puede dar al espíritu; y no pocos de los regalos,
comodidades y _conforts_, como dicen ahora, de que pueden disfrutar
nuestros cuerpos.
Todo lo que el Sr. Cané cuenta de este paraíso lo creo yo á pie
juntillas; y no es exceso de fe, pues está confirmado por las relaciones
de otros viajeros, como el Sr. García Mérou, el barón de Japurá y el
mismo Humboldt, á quienes ya he citado, y sobre todo por los libros que
Uds. escriben, que son la mejor y más irrefragable prueba de dicha
cultura.
En lo que yo creo descubrir cierta exageración es en los graves
peligros, dificultades enormes y rudas fatigas que hay que arrostrar,
superar y sufrir para llegar á esa ciudad, capital de los Estados Unidos
de Colombia, donde tan agradablemente se vive. Bien dijo el divino poeta
Ludovico Ariosto:
_Chi va lontan dalla sua patria, vede_
_Cose da quel, che già credea, lontane,_
_Che, narrandole poi, non se gli crede_
_E stimato bugiardo ne rimane,_
_Ch’il vulgo sciocco non gil vuol dar fede_
_Se non le vede e tocca chiare e piane._
Y así, si bien yo no quiero pasar por alguien del _volgo sciocco_, y
menos aún por poner en duda la exactitud de las noticias del Sr. Cané, y
no niego nada de lo que cuenta, todavía me atrevo á disminuir un poco en
mi mente de los calores infernales que pasó desde Barranquilla hasta
Honda; de la violencia de los chorros ó rápidos del Magdalena; de la
multitud de caimanes que se ven en el río y por las orillas del río, por
manadas á veces de sesenta, y cada uno con cinco ó seis metros de
longitud; de las feroces picaduras de los mosquitos, de que es víctima
quien sube en vapor contra la corriente del Magdalena, navegación que
dura doce ó catorce días; y de la expedición á caballo ó en mulas desde
Honda ó Bodegas, al borde del río, hasta la nava ó planicie de Bogotá,
pasando por espantosos desfiladeros, capaces de poner de punta los
cabellos del mismo Cid Campeador.
A la verdad que á tanta costa, y exponiéndome á tanto percance, tal vez
ni aun cuando yo estuviese ahora en la flor de la juventud, me atrevería
á ir á Bogotá. El Sr. Cané pinta la empresa casi como sobrehumana para
un hombre civilizado. Hubo momentos en que dice que se apoderó de su
espíritu una desesperación infinita y en que sintió deseos de arrojarse
al río á pesar de los caimanes, ó de pegarse un tiro y acabar con aquel
martirio sin gloria, sin excitación moral, sin propósito alentador.
Repito que todo esto me parece exagerado. Los argentinos deben de ser
más vivos de imaginación y más dados á ponderar que los andaluces. Pero
como quiera que sea, en vista de esos peligros, de ese abrasado país que
rodea el paraíso de Bogotá, y que es menester atravesar para penetrar en
él, me representaba yo á Bogotá, al leer el libro del Sr. Cané, como á
la hermosa Walquiria Brunequilda, á quien el dios su padre, á fin de que
nadie pudiese gozar de su gentil presencia, trato y afecto, sin mostrar
antes el ánimo más esforzado, circundó de un espantoso círculo de
voraces llamas, en cuyo centro ella quedó dormida durante siglos, como
puede verse en la bella ópera de Ricardo Wagner.
Asimismo, representándome todo el cúmulo de obstáculos que para llegar á
Bogotá deben allanarse, y después lo agradable y ameno de la vida en
Bogotá, donde hay tanto músico y tanto poeta, recordaba yo la
antiquísima fábula griega del país de los Hiperbóreos, para llegar al
cual se necesita pasar más allá de las Montañas rifeas, donde Bóreas
vive y donde hay tremendos peligros y todo es inhospitable. Pero,
salvados la aspereza y el horror de las referidas montañas, hallábase el
viajero en medio de un pueblo excelente, predilecto del dios Apolo,
donde casi todos los habitantes cantaban y tocaban deliciosamente la
lira, y donde las lindas mujeres eran también cantoras, y bailaban con
rara gallardía, y cautivaban los corazones con su ingenio y con su
gracia.
En resolución, yo acepto, sin rebajar un ápice y sin borrar un tilde,
todo lo bueno que en alabanza de Bogotá dice el Sr. Cané en su divertido
é interesante libro; pero si no borro, rebajo bastante de los trabajos y
de los casos peligrosos de la peregrinación hasta allí desde
Barranquilla. ¿Quién sabe si dentro de diez ó doce años, ó antes, ya
desde Barranquilla, ya desde un punto cualquiera de la costa, se subirá
por ferrocarril hasta Bogotá con la misma facilidad con que se va ahora
desde París á Bruselas?
Por lo pronto, no podemos negar, aunque sí atenuar algo, las penalidades
de la ascensión. Y, por cierto, que lo que apenas puede concebir la
fantasía, y supone un valor sobrenatural, es la hazaña de llegar hasta
allí, y de descubrir y conquistar aquello, como lo hicieron en 1556 un
puñado de españoles, á las órdenes de D. Gonzalo Jiménez de Quesada.
Cerca de un año duró la peregrinación, y en ella murió la mitad de los
aventureros que mandaba D. Gonzalo, vencidos por el hambre, los animales
ponzoñosos, las fiebres y las inclemencias del cielo; pero, como dice el
Sr. Martín García Mérou en sus _Impresiones_, «al alcanzar la elevada
planicie, hallaron la recompensa de sus fatigas. Aquel era el país de
los chibchas, el más opulento y el más civilizado que habían encontrado
hasta entonces, con sus verdes sementeras, sus poblaciones indígenas,
los palacios de sus caciques, la fecundidad de sus campos y la
abundancia de sus aguas».
La planicie de Bogotá fué, pues, desde antes que los españoles la
descubrieran, centro y foco de civilización. Los chibchas ó muiscas de
entonces no eran inferiores en cultura á los súbditos de Atahualpa y de
Moctezuma, así como los bogotanos de ahora son el pueblo más aficionado
á las letras, ciencias y artes de toda la América española.
Desde que el Nuevo Reino de Granada se cristianizó y se españolizó han
abundado en él poetas é historiadores, que algo nos han descubierto de
su antigua manera de ser, de su mitología, leyendas y vida anterior á la
conquista.
De todo esto quisiera yo hablar extensamente, porque todo esto es muy
curioso; pero si empiezo tan _ab ovo_, ¿qué infinidad de cartas no
tendré que escribir si he de llegar á decir algo del _Parnaso
Colombiano_ que Ud. me ha remitido?
El _Parnaso Colombiano_ consta de dos tomos de cerca de 400 páginas cada
uno, impresos el tomo I en 1886 y el tomo II en 1887, y que contienen
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