Cartas americanas. Primera serie - 06

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descendientes de europeos que fueron á colonizar á América, de que el
porvenir de la humanidad está allí: de que, si en Asia, cuna de la
civilización, hizo la humanidad grandes cosas, y de que, si más tarde,
tal vez desde las guerras médicas, Europa adquiere la hegemonía,
civiliza, domina el mundo y obra mil portentos, todavía América los
obrará mayores en lo futuro, eclipsando las glorias de las más ilustres
naciones de Asia y de Europa. Hasta este punto, el pensar y el aspirar
son razonables y nada tienen de odiosos. Nada hay que decir, pongo por
caso, de que un ciudadano de Chicago espere que el esplendor de su
ciudad anuble dentro de poco el esplendor de la memoria de Roma, ó de
que Nueva York haga olvidar á Sidón y á Tiro, ó de que por Boston se
venga á oscurecer la fama de Atenas. Pero ya es de censurar, si
traspasando este límite se advierte la impaciencia, que tiene algo de
antinatural, como cuando un hijo piensa en que se le muera pronto su
padre para heredarle, de que decaiga Europa, á fin de que se levanten
las naciones de América con superior y no disputada grandeza.
De todos modos, yo no apruebo esta especie de naciente rivalidad entre
el mundo nuevo y el viejo, y creo compatible la grandeza de ambos mundos
y posible el florecimiento de las naciones de por allá y de las de por
acá; pero como de la emulación nacen los grandes hechos, y no hay éxito
dichoso donde no hay confianza, aplaudo el júbilo soberbio con que
Andrade parece que espera más de su raza que de Europa y que de los
_yankees_, asegurando que su raza va á cumplir las promesas de oro del
porvenir, el cual está reservado (en América se entiende)
Á la raza fecunda
Cuyo seno engendró para la historia
Los Césares del genio y de la espada.
Andrade quiere decir con esto, y yo me alegraría de que tuviese razón,
pues aunque quiero bien á los _yankees_, quiero más á la gente de mi
casta y sangre, que lo grande que tiene aún que hacer la humanidad lo
van á hacer los hispano-americanos. Ojalá, repito, que sea así. Pero
¿qué necesidad hay para ello de que nos considere ya muertos ó
arruinados?
Andrade, profetizando en favor de su raza, que él llama latina, exclama:
Aquí va á realizar lo que no pudo
Del mundo antiguo en los escombros yertos:
La más bella visión de las visiones:
Al himno colosal de los desiertos,
La eterna comunión de las naciones.
Supongo que el poeta intenta decir, aunque, francamente, lo dice mal,
que, escuchando el himno colosal de los desiertos, esto es, en medio de
la magnífica, exuberante y hermosa naturaleza de aquel nuevo é inmenso
continente, la raza latina realizará al cabo
La eterna comunión de las naciones,
ó sea una confederación y consorcio de pueblos libres, prósperos,
fuertes, ricos y llenos de altísima cultura.
A nada de esto debe oponerse, sino aplaudir, todo _latino_ de por acá.
Lo que yo no apruebo, y lo que no aprobará ningún _latino_ de los de
esta banda, es que los _latinos_ de la otra banda pongan como condición,
á lo que parece, el que se convierta en _escombros yertos_ este mundo
antiguo, en el que hemos nacido y en el que vivimos.
En un porvenir remoto, todo, sin embargo, es posible. Tal vez dentro de
algunos siglos, en vez de venir los chilenos, peruanos, brasileños,
etc., á estudiar, á divertirse y á gozar, en escuelas, teatros y
bullicios de París, de Roma y hasta de Madrid y Sevilla, aunque decaídas
ya estas poblaciones, vengan á visitar sus ruinas como visitan ahora los
europeos las ruinas de Persépolis, Palmira, Nínive y Babilonia. Lo que
casi no es posible, y vuelvo á mi tema, es que los hispano-americanos,
aun después de ocurrido todo lo que dejo consignado, se conviertan en
_latinos_. ¡Cuidado que á mí me encantan Horacio y Virgilio, y los
Gracos y los Scipiones, y Paulo Emilio y Régulo, y los Fabios y los
Decios! Aunque propiamente no sean latinas, todas las grandes cosas de
la Italia moderna me maravillan también y me atraen. Yo reconozco y
bendigo el influjo civilizador de Italia, la cual, hasta el siglo XVI, y
desde siete siglos antes de Cristo, y aun desde más temprano si contamos
con el florecimiento de la Etruria y de la Magna Grecia, es la maestra
de las gentes; pero los discípulos no han perdido su ser y dejado de ser
lo que eran. Un cordobés, paisano de Lucano y de Séneca; un señorito de
Sevilla, paisano casi de Silio Itálico y de los emperadores Trajano,
Adriano y Teodosio el Grande, ó un natural de Cádiz, paisano de los
Balbos, me chocaría á mí que saliese con la tonada de que era latino,
cuando tal vez no supiese decir en latín sino el _Gloria Patri_ y el
_Sicut erat_. Hágase Ud. cargo si me chocará que un ciudadano de Buenos
Aires, ó de Montevideo, ó de Quito, salga con que es latino ó de raza
latina, como si tuviese á menos ó se avergonzase de ser de raza
española.
Pero, en fin, nada de esto destruye el mérito de los versos de Andrade,
de que seguiré hablando otro día.
Perdone Ud. que por hoy haya perdido yo tanto tiempo en mi inocente
desahogo contra esta _latinidad_ postiza que por moda científica nos han
colgado á todos.
* * * * *

_14 de Mayo de 1888._
V
Mi distinguido amigo: Confieso que el canto _Atlántida_ hace que me
asalten con vigor mis dudas y cavilaciones sobre la poesía _docente_ en
nuestra edad, en que todas las ciencias están metodizadas y ordenadas.
Es de toda evidencia que existe aún sublime poesía _docente_, la cual,
no sólo enseña el camino del progreso al linaje humano, sino que habla
de Dios, revela los misterios del universo y de la historia, y mueve y
levanta los corazones para que realicen nobles y útiles empresas. El
influjo de esta poesía es hoy como nunca poderoso, y da un mentís á los
que afirman que vivimos en época positiva y prosaica. Más que Tirteo en
la antigua Grecia, influyen Whittier en la guerra civil de los Estados
Unidos para dar libertad á los esclavos, y Quintana, en España,
sosteniendo á la vez, con idéntico brío y en maravillosa y rica
combinación, las ideas y los sentimientos que habían producido la
revolución en Francia y el fervoroso patriotismo que abominaba de los
que, por fuerza y sometidos ya á un tirano, aparentaban divulgar esos
sentimientos y esas ideas á costa de la dignidad y de la independencia
de las otras naciones.
Jamás como ahora, á pesar de la manía de afirmar que estamos en la edad
de la razón y que ha pasado la edad de la fe, ha sido el entusiasmo más
contagioso, ni ha tenido más eficacia, precediendo á la acción el
pensamiento, y revistiéndose para propagarse y transformarse en obras de
la palabra rítmica, sonora y alada.
Pero todo esto no es porque los poetas patenticen los arcanos que antes
sabían sólo asociaciones secretas, ni hagan raros descubrimientos de que
nadie se hubiera enterado hasta que ellos lo dijeron, sino porque á lo
sentido, á lo imaginado y á lo pensado por muchos, tal vez informe y
confusamente, aciertan á dar forma divina, sintiéndolo con más energía,
imaginándolo con mayor lucidez, pensándolo con más limpia y pura
claridad y comunicándolo así á las muchedumbres.
Todo depende, pues, de una feliz forma íntima, de la oportunidad y del
tino.
Cierto escritor israelita ha compuesto un libro donde trata de probar
que no hay sentencia alguna en el _Sermón de la Montaña_ que no hubieran
pronunciado antes de Cristo estos ó aquellos doctores de la Sinagoga ó
de sectas judaicas en disidencia. Miremos el asunto con mirada
racionalista y profana, y concedamos por un instante que dice verdad el
autor del libro. El mérito de Jesús no se menoscabará por eso; antes
crece en nuestra mente y se magnifica. ¡Con qué inspiración
imperiosamente persuasiva, con qué soberano magisterio, con qué arte
prodigioso no diría Jesús su Sermón, cuando de un tejido de frases
olvidadas ó desdeñadas de rabinos obscuros, y de los que nadie hacía ya
caso, compuso una obra moral y social que ha renovado el mundo y que
hace cerca de dos mil años es como el fundamento ideal de la vida y de
las costumbres entre las naciones que gobiernan y dirigen los destinos
humanos!
En escala inferior, así es toda obra de un gran poeta. Nada explica
mejor esto que dos palabras que no sé por qué han caído en desuso en
nuestra lengua: la virtud de la _concinidad_ y el poder del
_concionador_, en su acepción más elevada.
Por una concinidad inspirada por el cielo, suponiendo fundada la crítica
del autor israelita, hizo Jesús ley de la humanidad de un centón de
máximas rabínicas; y por concinidad semejante, aunque en más baja
esfera, influye un poeta en el porvenir de su pueblo con otro centón de
lugares comunes.
Todo estriba, más que en lo que se dice, en el modo de decirlo; pero
este modo no está sujeto á reglas, ni se aprende estudiando la poética y
la retórica, sino que brota del alma humana, altamente iluminada,
predestinada y escogida. Así se concibe que sea poeta docente, poeta
concionador, Olegario Andrade, que al cabo, en prosa, sabía poquísimo, y
no tenía, por consiguiente, mucho que enseñar.
Dos terribles escollos tiene que evitar el poeta que se engolfa por este
mar de la poesía _docente_: el de mostrar enfático y falso sentimiento,
que en vez de entusiasmar mueve á risa, y en este escollo Andrade, que
es sincero, no tropieza jamás; y el de aspirar inocentemente á lo muy
didáctico y caer en el prosaísmo, en lo cual no he de ocultar que
Andrade alguna vez tropieza.
Para enseñar de cierto modo, no vale ya ni sirve la verdadera poesía,
aunque el metro y los consonantes valgan aún como recurso mnemotécnico.
Cuando se apela á este recurso, en vez de crear versos áureos, como los
de Pitágoras, ó máximas solemnes, como las de los antiguos sabios y
poetas gnómicos, se suelen hacer versos, cuya utilidad yo no niego, pero
que hacen reir de puro ramplones. Menester fué de todo el talento y buen
gusto de Martínez de la Rosa para que sus dísticos del _Libro de los
Niños_ no parezcan ridículas aleluyas, y suenen bien como suena:
La conciencia es á la vez
Testigo, fiscal y juez.
Las máximas del barón de Andilla, por ejemplo, pueden ponerse en solfa,
aunque enseñan cosas útiles, como la que dice:
Niña, en la iglesia la cabeza tapa:
San Lino lo ordenó, segundo Papa.
Y en versitos, útiles también, viven en boca de las personas cultas las
diferentes formas del silogismo, los impedimentos dirimentes del
matrimonio, los requisitos que debe tener toda demanda de un abogado,
los pretéritos y supinos y otras reglas de la gramática latina, y no
pocos aforismos de medicina casera, como
_Post prandium, dormire;_
_Post cenam, mille passus ire._
Ya, con mayor amplitud, se ha escrito en verso la Historia; y de ello
nos da muestra notable el reverendo padre Isla, escribiendo la de
España, que aprendí yo cuando chiquillo, desde
Libre España, feliz é independiente,
Se abrió al cartaginés incautamente,
hasta
Logre el cetro español años completos
En Felipe, en sus hijos y en sus nietos.
El canto _Atlántida_, si bien realzado con vuelos filosóficos, tiene
algo de compendio de la historia de los pueblos latinos. Empieza el
poeta con Roma, cuyo origen, crecimiento y grandeza nos pinta. Luego
trae su decadencia y caída. Después de Roma, se levanta España, y el
poeta encarece con amor nuestros grandes actos en la vida de la
humanidad. Caemos también, y el poeta lamenta nuestra caída, y la
atribuye á que cayó sobre nuestro espíritu
La sombra enervadora del Papado,
lo cual me desagrada, no tanto porque dude yo de que el Papado tenga
_sombra enervadora_, ni de que esta sombra sea como la del manzanillo,
causa de perdición y muerte, cuanto por el feísimo vocablo _Papado_, que
hace pensar en la _papada_, y que se me resiste en verso heroico.
En pos de España, que
..... duerme acurrucada
Al pie de los altares,
Calentando su espíritu aterido
En la hoguera infernal de Torquemada,
viene Francia, recoge el cetro de los latinos, produce á Voltaire, y nos
da en seguida su magnífica revolución, hoguera de efecto contrario al de
la hoguera inquisitorial:
Hoguera en cuya lumbre soberana
Va a forjar, como en fragua ciclopea,
Su eterno cetro la razón humana.
Francia cae también en Sedán, y ya le llega su turno á la América.
Andrade, con todo, no nos da por muertos aún. Cree que aun tenemos ser,
y lo expresa en estos versos generosos:
Anteos de la historia,
Los pueblos que el espíritu y la sangre
Llevan de aquella tribu aventurera
Que encadenó á su carro la victoria,
Ya los postre ó abata
La corrupción ó la traición artera,
No mueren aunque caigan. Así Roma
En su tumba de mármol se endereza
Y renace en Italia, como planta
Que el polvo de los siglos fecundiza.
Así España sacude la cabeza
Tras largas horas de sopor profundo,
Y arroja los fragmentos
De su pasada lápida mortuoria,
Para anunciar al mundo
Que no ha roto su pacto con la gloria.
Y Francia, la ancha herida
Del pecho no cerrada,
En la sombra se agita cual si oyera
Rumores de alborada.
Á pesar de todo, América se adelanta y se apercibe ya á hacer el primer
papel:
Á celebrar las bodas del futuro
En sus campos de eterna primavera,
y á dar
Ámbito y luz en apartadas zonas
Al genio inquieto de la vieja raza,
Debelador de tronos y coronas.
Nada falta ya en América á este genio latino. Allí va á realizar
prodigios que en balde hemos pugnado por realizar nosotros: el poeta
sueña hasta con una nueva religión más comprensiva y sublime que las
profesadas hasta ahora.
Y el Andes, con sus gradas ciclopeas,
Con sus rojas antorchas de volcanes,
Será el altar de fulgurantes velos
En que el himno inmortal de las ideas
La tierra entera elevará á los cielos.
En la descripción de esta América, ocupada por la _raza latina_, campo
abierto á su afán, pone Andrade rasgos brillantes y espléndidos colores.
La enumeración y la calificación de las diversas repúblicas tienen
hermosos versos.
Allí vemos á
..... Colombia adormecida
Del Tequendama al retemblar profundo;
Colombia la opulenta,
Que parece llevar en las entrañas
La inagotable juventud del mundo;
Á Venezuela, cuna de Bolívar; al Perú, aunque vencido, no humillado; á
Chile, el vencedor, que
..... fuerte en la guerra,
Pero más fuerte en el trabajo, vuelve
A colgar en el techo
Las vengadoras armas, convencido
De que es estéril siempre la victoria
De la fuerza brutal sobre el derecho;
al Brasil,
Á quien sólo le falta
El ser más libre para ser más grande;
y, por último, á la patria del poeta, á la rica y extensa patria
argentina:
La patria, que ensanchó sus horizontes
Rompiendo las barreras
Que en otrora su espíritu aterraron,
Y á cuyo paso en los nevados montes
Del Génesis los ecos despertaron.
La patria, que, olvidada
De la civil querella, arrojó lejos
El fratricida acero,
Y que lleva orgullosa
La corona de espigas en la frente,
Menos pesada que el laurel guerrero.
¡La patria! En ella cabe
Cuanto de grande el pensamiento alcanza:
En ella el sol de redención se enciende;
Ella al encuentro del futuro avanza,
Y su mano, del Plata desbordante
La inmensa copa á las naciones tiende.
Los últimos versos, á pesar de las asonancias repetidas, y que ya no se
sufren, son un bellísimo y entusiasta llamamiento á los europeos, de
_raza latina_, para que vayan á colonizar en la Plata.
¡Ámbito inmenso, abierto
De la raza latina al hondo anhelo!
¡El mar, el mar gigante, la montaña
En eterno coloquio con el cielo.....
Y más allá desierto!
¡Acá ríos que corren desbordados;
Allá valles que ondean
Como ríos eternos de verdura,
Los bosques á los bosques enlazados;
Doquier la libertad, doquier la vida
Palpitando en el aire, en la pradera,
Y en explosión magnífica encendida!
Por lo citado y expuesto, se ve que, á pesar de todo su desaliño y demás
faltas, era Andrade un inspirado y original poeta; pero tal vez
resplandecen más sus buenas cualidades cuando desecha la serenidad
didáctica, es lírico puro y se deja llevar de la pasión que le agita.
Habrá acaso en esta pasión algo de poco razonable; pero esto no importa
cuando la pasión no es singular, sino de muchas gentes, de las cuales el
poeta se hace eco y es órgano.
Así, más que el patriotismo, el americanismo de Andrade.
Justo es que todo Estado independiente ponga el mayor empeño en
conservar y hacer respetar su autonomía. Justa es también cierta
mancomunidad de intereses entre todas las repúblicas de origen español,
y así lamentamos las guerras, harto crueles con frecuencia, que se han
hecho entre sí estas repúblicas. Chile ha asolado y arruinado el Perú.
El Paraguay ha quedado medio desierto después de la última guerra. Justo
es que todas estas repúblicas, ya que se separaron de la metrópoli y de
los Estados de Europa, se enojen de toda tutela ó curatela que aspiremos
á imponerles. Nada más impolítico, absurdo y deplorable que nuestra
guerra del Pacífico y que la expedición á México, que puso al infeliz
Maximiliano sobre su instable y peligroso trono.
Delirio fué, en mi sentir, el más ó menos vago proyecto, no nacional,
sino palaciego, que hubo, tiempo há, en España, ya de levantar en la
misma México, ya en Quito, un trono para algún príncipe ó semipríncipe
de nuestra dinastía. España, por dicha, no piensa ya, si es que pensó
alguna vez, en nada semejante, y hasta abomina de ello.
Las demás naciones de Europa, escarmentadas con el cruelísimo ejemplo de
Maximiliano, y convencidas de que no es posible, ni conveniente, que
reine en América un príncipe europeo, no acometerán ya jamás tales
empresas, y no se dejarán seducir, y se taparán las orejas para no oir
las excitaciones, los ruegos y las promesas de los americanos
monárquicos, si aun los hubiere después del escarmiento último. Pero
concediendo esto, no podemos conceder que haya nada de juicioso en el
americanismo exagerado. ¿Dónde está, ni cómo puede concebirse este
antagonismo ó contraposición entre Europa y América, cuando la América
civilizada no es, ni puede ser, sino la prolongación, el complemento,
una parte del triunfo de la civilización europea y cristiana sobre la
naturaleza bravía y no domada aún por el hombre; y sobre las razas
bárbaras y salvajes, que, al contacto de los europeos, ó se mezclan con
ellos y se regeneran y levantan, ó perecen y se hunden?
Alzar en América un reino ó imperio nuevo sería locura. Admirémonos de
la previsión astuta de D. Juan VI, ó de sus consejeros, que habilitó á
D. Pedro de Braganza para decir su famoso _fico, me quedo_, y quedar en
efecto de emperador del Brasil; pero lo que no se hizo en sazón no se
remedia cuando fuera de sazón quiere hacerse. La América española debe
ya ser, y es menester que siga siendo republicana y señora de sí misma.
No autoriza esto, con todo, ni menos justifica los arbitrarios asertos
de que la virtud, el desinterés y la libertad se fueron al Nuevo Mundo,
y el hablar con horror de la tiranía de los reyes y de la bajeza
lacayuna de los pueblos que los sufren, cuando en América se han
sufrido dictadores y tiranos más zafios, ruines, sanguinarios y
codiciosos que nuestros peores reyes. En ninguna nación civilizada de
Europa ha habido, desde hace un siglo, sobre ningún trono, más
aborrecible y cruel tirano que Rosas. Y, por otra parte, el sufrir los
desmanes, los vicios, los crímenes y las insolencias de un rey no
humilla tanto, ya que, en virtud de una ficción legal, aquel hombre
está, para bien de todos, colocado aparte, y como por cima de los demás,
y es monumento vivo de antiguos héroes y caudillos y de mil gloriosos
hechos; mientras que un tirano improvisado sale á veces de la hez, del
cieno, del más hondo sedimento de las cloacas sociales, y se encumbra,
por fuerza ó astucia, no en virtud de ley antigua y veneranda, sino
hollando todas las leyes, para plantar su rudo pie sobre el pescuezo de
sus iguales y de sus superiores.
Pero, por cima de todas estas consideraciones, vienen á ponerse el brío
patriótico, la noble independencia, y el orgullo, para mí digno de
aplauso, que prefiere hasta la mayor infelicidad en casa, á un bien, á
una ventura, á una felicidad que acudan á traernos los extraños; por
todo lo cual aplaudo yo á Andrade, más que cuando adoctrina á todo el
humano linaje, cuando se revuelve contra nosotros los europeos y nos
injuria elegantemente, en el ardor de su lírica vehemencia, y nos llama
enflaquecidos, corrompidos, lacayos, esclavos y otras lindezas.
Su poesía _La Libertad y la América_ es á la vez una diatriba contra
nosotros, un himno triunfal al Nuevo Mundo y un cartel de desafío á los
europeos.
Y, sin embargo, ésta es la composición que más me agrada de Andrade. En
la facilidad, en la riqueza y en la fluidez, parece de Zorrilla; y
parece de Víctor Hugo en la crudeza y en el furor con que ensalza á los
suyos y á nosotros nos vilipendia y deprime.
Aquí donde algún día vendrán las razas parias
A entrelazar sus brazos en fraternal unión,
A despertar acaso las selvas solitarias,
Con el sublime acento de místicas plegarias,
Cantando los esclavos su eterna redención.
Aquí la vieja Europa con mano enflaquecida,
Con la altanera audacia de la codicia vil,
Quiere injertar su sangre, su sangre corrompida,
Que se derrama á chorros por anchurosa herida,
En la caliente sangre de un pueblo varonil.
Y allá en la blanca cima do el cóndor aletea,
Clavar sobre los cielos su roto pabellón;
Y acá sobre su espalda robusta y gigantea
Colgar de sus lacayos la mísera librea,
Colgar de sus esclavos la insignia de baldón.
Contra este supuesto propósito de Europa, el poeta se alza lleno de
indignación, y llama al combate, así á los héroes vivos, como á los
héroes muertos; á aquellos que, durante la guerra de emancipación,
En el mar, en el valle, en las montañas,
Revolcaban al león de las Españas,
Que bramaba de rabia y de coraje.
Volviendo luego al primer metro, continúa el cántico triunfal y
profético americano, vaticinando un porvenir glorioso para el Nuevo
Mundo, é implícitamente al menos, la ruina del Mundo Antiguo.
¡América! tus ríos te ofrecen ancha copa;
La túnica del iris, espléndido dosel;
Las selvas seculares son pliegues de tu ropa;
En tus desiertos cabe la vanidad de Europa:
Las razas del futuro te buscan en tropel.
¡Ni siervos, ni señores, ni estúpido egoísmo!
Al Universo anuncia tu gigantesca voz.
En vez de las almenas del viejo feudalismo,
Con la frente en el cielo, la planta en el abismo,
Los Andes se levantan para tocar á Dios.
Y, por último, el poeta asegura que la historia va á terminar allí; que
el _non plus ultra_ de todos los ideales está en su continente; que no
hay otro más allá de bello, de bueno, de noble, ni de santo, que lo que
su América realice:
Tus Andes son el templo de cúpula de hielo,
En que, después de rudo y ardiente batallar,
Vendrá á colgar sus armas con religioso anhelo
La caravana humana para elevar al cielo
El himno sacrosanto de amor y libertad.
Claro está que en todo esto hay mil parabienes agoreros que deben
lisonjear á los argentinos; justas aspiraciones y egregias esperanzas, y
además lirismo y pompa poética que á todos nos hechizan. Hay también
extravagancias, así en el fondo como en la forma, de cuyas tres cuartas
partes, lo menos, hago yo responsable á Víctor Hugo y á la manía que
inspira de imitarle.
Veremos aún el _Prometeo_ y otros poemas. Temo cansar á Ud. con tan
largo examen crítico; pero Ud. lo ha querido, y ya no hay más sino
llevarlo con paciencia.
* * * * *

_4 de Junio de 1888._
VI
Mi distinguido amigo: Incompleto quedaría mi examen de las obras
poéticas de Andrade si no hablase yo de la más transcendental: de su
_Prometeo_, inspirado por el de Esquilo.
La crítica literaria dictó en el siglo pasado sentencias tan contrarias
á las que dicta en el nuestro, que sería largo demostrar aquí que hoy es
cuando tenemos razón, y que los críticos de entonces se equivocaban.
Así, pues, suprimo pruebas en gracia de la brevedad, y doy por
demostrado que tenemos razón ahora: que ahora toda sentencia que recae
sobre libros de la clásica antigüedad es definitiva é irrevocable.
El _Prometeo_ de Esquilo, por lo tanto, drama para los críticos
franceses pseudoclásicos, como Voltaire y La Harpe, bárbaro, sin acción
y sin caracteres, es para nosotros, y en realidad y para siempre, un
prodigio de poesía: una de las obras más sublimes que ha producido el
ingenio humano. Dicen que Esquilo consagró sus tragedias al Tiempo, y
tuvo razón, ya que el Tiempo agradecido le hace justicia. Hoy las
admiramos todas, y sobre todas la de _Prometeo_, aunque es la segunda
parte de su trilogia, de la cual, salvo cortos fragmentos, se han
perdido la primera parte y la tercera. En traducir el _Prometeo_, en
comentarle, en explicarle, en completarle ó en imitarle, se han empleado
los más egregios poetas, críticos, filólogos y pensadores de nuestra
edad: Shelley, Byron, Edgardo Quinet, Goethe, Bunsen, A. Maury, Patin y
mil otros. Unos han puesto en verso cuanto suponen que Esquilo dejó por
decir, ó cuanto dijo y se perdió; otros han dado sentido nuevo á la
fábula; otros han disertado largamente para desentrañar todos los
misterios que la fábula esconde.
Tal vez esta fábula, entendida de cierto modo, se aviene con el prurito
de impiedad y de rebeldía blasfema que hoy atosiga muchos espíritus, y
que ha inspirado, por ejemplo, el himno á Satanás de Josué Carducci: tal
vez se aviene con la suposición de que en el Supremo Dispensador de los
destinos humanos hay tiranía y malevolencia, y de que la gloria y la
grandeza del audaz linaje de Japeto está en rebelarse contra esa tiranía
y su bienaventuranza en sacudir el yugo.
Aun antes de nuestro siglo, entre los vates precursores, aparece Milton,
el cual, en medio de su fe cristiana, sentía ya ese espíritu de rebelión
y simpatizaba con él; por donde pone noble grandeza y egregia hermosura
en su Príncipe de los demonios, y aun toma para pintarle rasgos del
Prometeo del trágico griego.
La sospecha ó la acusación contra la impiedad de Esquilo hubo de
mostrarse ya cuando él vivía, y dar origen á la historia de que le mató
el águila de Júpiter, dejando caer sobre su calva frente una tortuga que
llevaba entre sus garras por el aire.
Críticos y comentadores hay, con todo, que, lejos de ver impiedad en
Esquilo, le consideran piadosísimo, y explican la trilogia de Prometeo
dándole significación profundamente religiosa. Si el poeta pecó en algo,
fué en divulgar doctrinas esotéricas, que se transmitían sólo á los
iniciados en los misterios y que se custodiaban en el seno de colegios
sacerdotales.
Por lo demás, como todas las mitologías, y singularmente la griega, se
formaron por amalgama ó fusión de opuestas y encontradas creencias y
modos de sentir y entender, resulta que en esta fábula de Prometeo hay
varias y aun opuestas interpretaciones, según se la considere, y aun
según sea el autor de que se tome, pues también antes de Esquilo la
trató Hesíodo.
De aquí que muchos, apoyándose en la idea de que hubo una revelación
primitiva, cuya luz aparece, aunque ofuscada, en el seno del paganismo,
ya ven en el Titán filántropo, que padece por amor de los hombres, una
confusa prefiguración del Redentor; y ya ven lo mismo en el hijo de
Júpiter, en Hércules, que mata el buitre ó el águila que devoraba el
renaciente hígado de Prometeo, y reconcilia á éste con Júpiter, á la
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