Cartas americanas. Primera serie - 04

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Muy señor mío: Hace ya más de dos años que tuvo Ud. la bondad de
enviarme un ejemplar de su precioso tomo de poesías, impreso en 1885. El
ejemplar ha estado, como otros muchos libros y cartas, aguardándome en
mi casa de Madrid, mientras que andaba yo por esos mundos, sin saber que
tal obsequio me había Ud. hecho. No extrañe Ud., pues, y perdone que yo
acuda tan tarde á darle las gracias.
El libro de Ud. agrada antes de leerle. El libro de Ud. excitaría,
además, cierta envidia en mi alma, si yo fuese propenso á sentir tan
mala pasión. Nunca hubo poeta en España que lograse ó soñase siquiera
con tener tan elegante edición de sus versos. El magnífico retrato de
Ud. y los demás grabados y viñetas son modelo de buen gusto y de gracia.
El papel, la impresión, todo es bellísimo.
Declaro mi ignorancia cándidamente. Yo no había oído hablar de Ud.
hasta que recibí el tomo. Y, al verle, en lo material tan lindo, pues no
creo que exagero si digo que no vi tomo de versos de ningún país que
esté mejor impreso que el de Ud., me entró desazón y recelo de que los
versos fuesen malos y de que todo el valor del libro estuviese en la
estampa. Por fortuna, recelo y desazón pasaron pronto. Leí los versos, y
hallé que merecen estar tan bien impresos y tan ricamente adornados de
primorosas láminas.
Al escribir á Ud. hoy, agradeciéndole el presente, me he de permitir
también poner aquí mi juicio sobre los versos y darlos á conocer á la
generalidad de los españoles que no saben de usted sin duda.
Gran satisfacción es para todos nosotros cualquiera gloria literaria que
adquieran en América los ciudadanos de las repúblicas que salieron de
nuestras antiguas colonias. Es algo que viene á acrecentar el tesoro de
nuestra civilización castiza y á probar su vitalidad fecunda. Tan
nuestras, tan españolas considero yo las poesías de usted, que me
avergüenzo de no entender por completo aquellos vocablos que significan
objetos de por ahí, como _aberemoa_, _guayacán_, _pacará_, _quinchar_,
_burucuyá_, _seibo_, _ombú_, _payador_, _chaja_, _ñandubay_, _molle_,
_chañar_, _achiras_, _totoral_, _camalote_, _quena_ y otros; y si no
están en nuestro Diccionario, como sospecho, quisiera definirlos bien é
incluirlos en él.
La lisonjera impresión que recibe un natural de esta Península,
aficionado á las letras, al recibir poesías tan bellas como las de Ud.,
venidas de tierra tan remota, es como la que recibiría un ciudadano de
Atenas cuando llegasen á su noticia las obras en griego de algún insigne
sabio, poeta ó historiador de su casta que viviese en el Asia central,
en Egipto, en Libia ó en alguna ciudad helénica de la misma Hesperia,
hasta donde la civilización, el habla y todo el ser de Grecia habían
penetrado, creando nuevas repúblicas y Estados independientes, si bien
conservando la unidad superior de la sangre, del lenguaje y de la
cultura.
Así también, cuanto se escriba en América, salvo en el Canadá y en los
Estados Unidos, es de esperar que siga siendo literatura española. Y
mientras más adelanten los ingenios de ahí y superen en lo futuro á los
ingenios de la antigua metrópoli, más sello castizo, más aire de
parentesco, más color y sabor españoles tendrán sus obras. Sólo por
decadencia podrá ocurrir que se borre ó esfume en Uds. el ser propio
nuestro, y que sean Uds. otros de los que son. Y no es de temer que las
razas indígenas prevalezcan, ni que las lenguas guarani ó quichua
destierren la castellana, ni tampoco se ha de presumir y pronosticar que
los primitivos colonizadores pierdan ahí su virtud asimilante y
plástica, y se fundan en los nuevos colonos é inmigrados, en vez de
fundir en sí á cuantos acudan á esas regiones, desde Alemania, Francia,
Bélgica é Italia.
Gran dolor sería esto para nosotros. Esto daría indicio de que somos de
raza inferior, y quitaría fundamento al orgullo legítimo con que,
después de la gente inglesa, nos consideramos como la primera de todas
las gentes civilizadas en haber difundido sobre la faz de este planeta
su lenguaje, sus creencias, su saber, sus artes y todas las demás
manifestaciones de su espíritu. Esto nos quitaría la esperanza que hoy
tenemos de nuestra inmortalidad colectiva, aun cuando ocurriese el
grande infortunio de que se hundiera España ó quedase desierta, ya que
ahí, ó del otro lado de los Andes, ó en el rico Anahuac, renacería
España, joven, poderosa y lozana, y pondría los recuerdos de nuestra
gloria como digno principio de la que nuestros hijos hubiesen ya
adquirido ó adquiriesen en lo futuro.
A pesar de cierto americanismo, que tal vez á algunos de los habitantes
de esta vieja España nos parezca sobrado, veo yo con viva satisfacción
que el espíritu de Ud. y el de su crítico, encomiador é intérprete D.
Calixto Oyuela, poeta asimismo de mucho mérito, coinciden en esto que
afirmo. Poco importa, como el Sr. Oyuela confiesa y deplora, que su
patria esté aquejada de cosmopolitismo. El medio millón de italianos á
que ascenderá pronto la inmigración, los ciento cincuenta mil franceses
y los demás hombres llegados ahí de distintas partes de Europa para
aumentar la riqueza, la industria y el comercio de esa república,
tendrán que españolizarse, ó, si usted quiere mejor, que _argentinarse_.
La vitalidad de nuestra raza debe salir triunfante de esta prueba.
Libros como el de Ud. vienen en corroboración de mi pronóstico. Dejemos
hablar al señor Oyuela, cuyas palabras hago mías: «Los nobles
sentimientos é ideas que Ud. expresa son tales como deben ser, y son
naturalmente imaginados y sentidos por un argentino de raza española. La
lengua en que están es pura lengua española. Aunque Ud. conoce y estima,
como toda persona de buen gusto, la literatura francesa, no se deja
dominar por su influjo. Ni el más leve soplo francés corre por las
delicadas páginas de su libro. Tampoco hay en él nada italiano, nada
inglés ni nada alemán. En cambio, sin que Ud. lo haya solicitado, quizá
desconociéndolo, y con sólo dar rienda suelta á su naturaleza americana
y á su carácter argentino, tiene el libro de Ud. no poco de andaluz. De
ahí que maneje Ud. el castellano con tanta pureza, soltura y gallardía.»
El mismo Sr. Oyuela añade: «Somos, es cierto, un país colonizador, y
necesitamos de la inmigración para engrandecernos; pero á condición de
asimilárnosla y de fundirla en nuestra nacionalidad propia. Las
naciones, como los individuos, sólo valen y significan algo por su
carácter, por su personalidad. Un país sin sello propio es como un
escritor sin estilo: no es nadie. El cosmopolitismo no ha engendrado ni
engendrará jamás nada fecundo, ni en política, ni en literatura.»
El Sr. Oyuela, pues, comentando los versos de usted, y Ud.
escribiéndolos, reniegan de ese cosmopolitismo estéril y procuran que
brote de la raíz española, trasplantada á ese suelo, la originalidad
nacional que anhelan, y que ya tienen sin duda.
A este fin, además, se puede ir por muy distintos caminos, y tanto Ud.
como el Sr. Oyuela siguen, á mi ver, el más seguro, recto y hermoso.
Dentro de la afición á lo castizo desechan Uds. la equivocada distinción
entre el arte gentílico y el arte cristiano. No hay verdaderamente más
que un arte bueno y legítimo, en cuya forma pagana ó griega no cabe hoy
sólo el espíritu racionalista de Goethe, de Leopardi, de Chénier, de
Fóscolo y de Carducci, sino que puede también vivir y vive el espíritu
español y católico. Así lo entendió y lo realizó fray Luis de León, á
quien usted y su amigo ensalzan y siguen; y así lo proclama hoy Menéndez
Pelayo, á quien el señor Oyuela llama «_el gran ortodoxo_, griego en
arte hasta la medula de los huesos»: Ni se opone esto á lo popular y
castizo; porque, como su crítico de usted dice muy bien, los buenos
poetas griegos hubieran sido en América tan americanos como usted; y
Echevarría, que señala el punto de partida de la literatura nacional
argentina, es en sus aciertos clásico sin saberlo; y más lo hubiera sido
si, al libertarse del pseudo-clasicismo francés, no hubiera imitado el
romanticismo francés, no hubiera pensado en francés y no hubiera escrito
en castellano de baja ley.
Por dicha, Ud. tiene lo que faltó á Echevarría. Como él, posee Ud. la
facultad de reflejar, á modo de claro y mágico espejo, la naturaleza
circunstante, hermoseándola y depurándola en la imagen; pero Ud. posee
además el arte y la forma adecuada para que esta imagen pase, sin
disiparse ni afearse al pasar, desde la mente de Ud. á las mentes de los
demás hombres, hiriéndolas y penetrándolas. Se diría que todo el
concierto, toda la magnificencia y toda la hermosura de la tierra de
Ud., aunque conocidos por la geografía y por la estadística, eran
ignorados por el sentimiento, ya que no habían llegado á reflejarse en
el alma de un poeta, ni habían aparecido en sus cantos. Así es que mucha
parte del elogio que hace Ud. de Echevarría, podemos nosotros con más
razón aplicarle á Ud., y repetir:
Como surgiendo de silente abismo,
El mundo americano
Alborozado se escuchó á sí mismo:
El Plata oyó su trueno;
La Pampa, sus rumores;
Y el verjel tucumano,
Prestando oído á su agitado seno,
Sobre el poeta derramó sus flores.
Desde la hierba humilde
Hasta el ombú de copa gigantea;
Desde el ave rastrera que no alcanza
De los cielos la altura,
Hasta el chajá que allí se balancea,
Y á cada nube oscura
A grito herido sus alertas lanza;
Todo tiene un acento
En su estrofa divina,
Pues no hay soplo, latido, movimiento,
Que no traiga á sus versos el aliento
De la tierra argentina.
En todos los versos de Ud. hay inspiración propia, por donde, sin buscar
la originalidad, Ud. la tiene. Se conoce que ha leído Ud. los poetas
españoles, hasta los más recientes, como Campoamor, Núñez de Arce y
Velarde. En trozos descriptivos, sobre todo en décimas, creo notar
cierto confuso recuerdo del estilo de los dos últimos. En varias
composiciones amorosas de Ud. hay también algo del modo de Bécquer.
Siempre, no obstante, la imitación ó la coincidencia es tan vaga, que no
está uno seguro de que no sea ilusión.
Por lo demás, nada tan opuesto como su espíritu de Ud., sano, optimista,
lleno de esperanzas en el progreso y en la grandeza de la patria, y de
todo el humano linaje, al espíritu de Bécquer, pesimista y hondamente
herido. Hasta en las poesías más melancólicas de Ud. hay consuelo, hay
bálsamo, hay luz celestial que lo alegra é ilumina todo. Así, por
ejemplo, en _El hogar vacío_, donde tan sentida y tiernamente llora Ud.
la muerte de una joven, dulce compañera de su niñez acaso, termina Ud.
con esta estrofa, cuya sencillez no deja comprender bien el efecto que
produce al terminar la composición, si antes no se ha leído la
composición toda:
Así mi lira llorará tu ausencia.
Tu cándida existencia
Cual blanca nube se elevó del suelo
Y en lo infinito desplegó sus galas.....
Los que nacen con alas,
¡Cuán pronto suben de la tierra al cielo!
Tal vez cuando, en mi sentir, recuerda Ud. más á Bécquer por la forma,
es cuando por el fondo dista Ud. más de él; cuando hay en Ud., no ya la
luz y la gloria del _amor que pasa_, sino el júbilo y el dulce contento
del amor que vive y queda en el alma para siempre, haciéndola dichosa:
Porque el amor es dueño
De todo Paraíso;
Porque toda belleza de la tierra
Es un fragmento del Edén perdido.
Por eso, sin duda, hay más alegría, más resplandores beatificantes que
en la aparición momentánea del amor de Bécquer, en la aparición, en el
bosque, que se mostraba mustio, de la mujer por Ud. amada:
Pero llegas....., y el agua,
El bosque, el cielo mismo,
Es como una explosión de mil colores,
Y el aire rompe en sonorosos himnos.
Así la primavera
Del trópico vecino
Desciende, y canta repartiendo flores
Y colgando en las vides los racimos.
¡Cuán suenan gratamente
Acordes, en un ritmo,
Del agua el melancólico murmullo
Y el leve susurrar de tu vestido!
Difícil es dar á conocer á un poeta citando así trozos arrancados de sus
obras. Más que darle á conocer es esto despedazarle. Por eso no gusto yo
de hacer muchas citas.
A más de excelente poeta lírico me parece Ud. buen poeta narrativo,
según el testimonio brillante que de ello da en la leyenda de Santos
Vega. Las décimas en que está escrita esta leyenda son no menos fluidas,
bien hechas y ricas de rimas que las décimas empleadas por Núñez de Arce
y por Velarde en descripciones y narraciones. Las de Ud. tienen además
para mí algo de peregrino y nuevo: me pintan, con el colorido y la
precisión de la verdad, la pampa y la vida primitiva de sus habitantes;
me traen como un aroma sutil de sus flores y un eco suave y adormido de
sus músicas y de sus rumores misteriosos.
Santos Vega es el _payador de larga fama_: el más celebrado poeta,
cantor y tocador de guitarra que ha habitado en la pampa entre los
gauchos. Su contienda con otro trovador exótico, medio hechicero, que
aparece obrando prodigios, y el triunfo de este nuevo trovador sobre el
antiguo, que muere de pesar del vencimiento, todo es sin duda simbólico:
es el triunfo de la vida moderna, y de la industria, y de los
ferrocarriles, y de las ciudades, sobre el modo agreste de vivir en lo
antiguo, en aquel florido y verde desierto, en aquella extensa llanura
que los Andes limitan; pero si bien Ud., como poeta, lamenta la pérdida
de un poco de poesía, harto deja conocer que sobre esa poesía perdida,
si es que se pierde, ha de florecer otra, y ya florece en la mente y en
el libro de Ud., que vale muchísimo más que la del _payador_ Santos
Vega.
Justo es, no obstante, que Ud. dé á Santos Vega las alabanzas que
merece, por más que, al dárselas, se las dé escribiendo tan preciosa
leyenda, y dándole envidia de la que el pobre Santos Vega sería capaz de
morirse, si ya en la lucha con el trovador y mago intruso no hubiera
muerto.
Como por el retrato veo que es Ud. joven, espero que seguirá escribiendo
poesías líricas y leyendas no menos bonitas que las que aquí con tanta
justicia he celebrado.
* * * * *

_16 de Abril de 1888._
Á D. ENRIQUE GARCÍA MÉROU
II
Muy señor mío y distinguido amigo: Cuando en el verano pasado de 1887
tuve el gusto de conocer y de tratar en Spa á Ud. y al general don Julio
Roca, hablamos mucho de la patria de usted, de su próspera situación y
del brillante porvenir que todo el mundo le augura.
Bien puede afirmarse que el general D. Julio Roca ha sido quien más ha
contribuído á disipar las nubes que oscurecían y velaban el horizonte, y
quien así nos ha dejado ver el cielo de ese porvenir despejado y claro.
Dicho general, venciendo definitivamente á los indios, errantes por la
inmensa soledad de la Pampa, aumentó el territorio de la república con
muchos millones de hectáreas, preparó todos aquellos campos para el
advenimiento de la civilización y de la colonización europea, y,
libertándolos de las invasiones y rapiñas de los salvajes, les dió un
valor que sólo puede significarse por centenares de millones de pesetas.
Todo esto se hizo humana y hábilmente, sin disparar un tiro, sin
derramar una gota de sangre. Los indios fueron perseguidos, cazados y
confinados en sitios donde tendrán que reducirse á la vida civil, ó
morir y extinguirse como raza. Quichuas, guaranies, tehuelches,
pehuenches y araucanos, todo va á desaparecer y á ceder por completo la
tierra, desde el límite occidental de la dilatada provincia de Buenos
Aires y los límites meridionales de las de Córdoba, San Luis y Mendoza,
á fin de que por allí se explaye y se difunda la civilización
americano-española, hasta el estrecho de Magallanes.
¿Debemos recelar que amenace ahora cierto peligro á esta civilización, y
á la raza que la representa, y al lenguaje que la expresa? Yo creo que
no, á pesar de lo que sostienen y pronostican autores de nota, entre los
cuales sobresale el francés Emilio Daireaux, cuya obra, _Vida y
costumbres en la Plata_, Ud. mismo me ha dado á leer.
Suponiendo que en el día cuenta la República Argentina con una población
de cerca de cuatro millones de hombres, sólo podremos considerar la
cuarta parte, un millón, como inmigrados extranjeros, y aun en este
número habrá que contar más de 160.000 españoles. Los italianos son los
más numerosos entre estos inmigrados. Los franceses vienen después, casi
en el mismo número que los españoles. Y hay, por último, ingleses,
alemanes y de otros países de Europa.
A la verdad que no es corta esta inmigración. Para el pronto
crecimiento y grandeza de la República se ha de presumir que irá la
inmigración en aumento constante, pues hay tanto terreno desierto que
poblar y que cultivar; pero ni aun así creo yo que deba pronosticarse
que ha de fallecer la virtud absorbente de la raza española criolla, que
forma ya una nación perfecta y entera, y que del aluvión y conjunto de
gentes que acuden y acudirán de todas partes, habrá de surgir una
nacionalidad nueva y distinta, con otro idioma, con otra manera de ser y
con otros rasgos y caracteres que los que tienen hoy los argentinos y
llevaron allí los primeros colonos que fueron de España.
Para dar por seguro ó por probable lo contrario es menester suponer,
como sin duda supone Daireaux, que en la Plata no hay verdaderamente
nación todavía, sino gérmenes de nación, cuya elaboración definitiva
dice él que ha empezado, si bien se ignora qué elemento prevalecerá, y
qué lenguaje y qué modo de ser tendrán ustedes. Por lo pronto, afirma el
Sr. Daireaux que la raza, que era española en un principio, aunque con
mucha mezcla de judíos y de moros (lo cual pongo yo en duda, y si lo
concediese, no concedería que esos moros y esos judíos no fuesen ya al
ir á la Plata enteramente españoles), ha dejado de ser española y se ha
hecho latina, y afirma también que la lengua va sufriendo allí rápidas
modificaciones. Dentro de poco no podremos entendernos. Hablarán Uds. en
latín, ya que son ustedes latinos, ó en francés, que es la lengua más de
moda entre las neolatinas, ó tal vez en una lengua franca y flamante,
que saldrá de la mezcla de los diversos idiomas que hablen los que vayan
allí de inmigrados.
De nada de esto veo yo, por dicha, ni señales. Y digo por dicha, ya que,
si para nosotros, habitantes de esta Península ibérica, sería terrible
mortificación de amor propio que desapareciese hasta la huella de que
esa república es hija de España, para Uds. la mortificación sería mayor
al quedar tan absorbidos y tan desaparecidos como tendrán que quedar los
pehuenches ú otras tribus así.
La actividad, la energía y la riqueza que muestran hoy los argentinos,
hasta en empresas que parecen aventuradas y de inseguro buen éxito, nos
quitan todo recelo de esa á modo de desnaturalización con que el autor
francés amenaza á Uds. Sola la provincia de Buenos Aires, privada de su
capital, que se ha hecho neutra para ser capital de toda la república,
se ha creado en cinco años una nueva y magnífica capital, La Plata,
llena de soberbios edificios, monumentos y palacios, y poblada ya de
50.000 ciudadanos.
Pero ni esta bizarría y alarde de poder material, ni el comercio
floreciente, ni los adelantos en las varias industrias, prueban tanto el
arraigo en aquella tierra del ser argentino, español de origen, que
conservan y conservarán Uds., como el movimiento intelectual, cada día
más castizo, rico y fecundo, en todas las provincias de la república, y
en Buenos Aires sobre todo. El mismo Sr. Daireaux da testimonio del
valer é importancia de este movimiento, encomiando las obras del
general Mitre y del doctor V. F. López, que trazan la historia de la
independencia sudamericana; las de otros autores, como los doctores
Vicente Quesada, Navarro Viola y Trelles, que publican documentos sobre
los orígenes y la vida social; las de los estadistas y economistas
Agote, Latzina, Coni y Navarro; las de los antropólogos, etnógrafos y
exploradores Moreno, Ceballos, Lista y Fontana, y las de los
jurisconsultos Alcorta, Montes de Oca, Tejedor, Obarrio, Segovia, y
Carlos Calvo singularmente, «cuyo tratado de Derecho internacional
público y privado resume los progresos de esta ciencia oscura, en la
época moderna, figura entre las obras maestras de esta clase, y es
consultado por todas las cancillerías y por todos los diplomáticos».
Teatro, á lo que parece, no tienen Uds. aún.
De novelas, yo sólo conozco la _Amalia_, de Mármol; pero el Sr. Daireaux
cita _Pablo ó el hijo de las Pampas_, de doña Eduarda García, y varias
otras novelas de D. Eduardo Gutiérrez, como _Juan Moreira_ y _El tigre
de Quequen_, cuyos lances tremendos, crímenes y horrores, compara á los
de Eugenio Sue.
Donde, á la verdad, así en la República Argentina como en los demás
Estados de la América del Sur, se muestra más el genio castizo ó español
de origen, es en la poesía lírica y narrativa. Varias causas contribuyen
á esto. Las generales son las que en el siglo presente, aunque se llama
_positivo_, hacen que florezca la poesía en todas las regiones de la
tierra, como no ha florecido nunca. Y en cuanto á lo castizo y propio,
las causas son especiales. Ya sea porque nuestro lenguaje poético está
más trabajado y formado, ya sea porque nuestra prosodia es tan distinta
de la francesa, ello es que, aun queriendo, el poeta español más
entusiasta de los franceses no acertará á imitarlos en la forma si
escribe en castellano. Los galicismos de toda clase son más frecuentes
en prosa que en verso. Y en cuanto á los galicismos de fondo ó de
pensamiento, también en verso tienen que ser más raros; porque aun
cuando el poeta siga ó adopte sistemas ó doctrinas que estén de moda en
París, como en la poesía entra por mucho el sentimiento nacional y el
individual, éstos se combinan con lo que tal vez se aceptó por moda y le
presta fisonomía y valer castizos.
En cierto sentido no hay sabios _populares_; pero hay y hubo siempre
poetas populares que llevan la voz del pueblo y hacen oir con grata
resonancia y ritmo adecuado las palpitaciones del grande corazón
colectivo. De aquí que la ciencia sea cosmopolita y la poesía no.
En la República Argentina ha existido y existe esta poesía del pueblo ó
del vulgo al lado de la poesía sabia. Desde muy antiguo, desde que hubo
gauchos en la Pampa, los cuales no me puedo persuadir--á pesar de cuanto
dice Daireaux--de que sean más árabes ó más moros que cualquier
habitante de mi lugar ó de otro cualquier lugar de Andalucía ó de
Extremadura, hubo entre dichos gauchos cantadores y tocadores de
guitarra, músicos y poetas á la vez, que han lucido y nos han dejado en
sus coplas y canciones tesoros de inspiración original y fieles pinturas
de la vida nómada que en aquellos campos se hacía. Los poetas de esta
clase eran llamados ó se llaman _payadores_, y se citan como los más
ilustres entre ellos á Estanislao del Campo, á José Hernández y á
Ascasubi. Ignoro si el famoso payador simbólico Santos Vega, de quien
escribió Rafael Obligado leyenda tan preciosa, es personaje histórico ó
mítico; pero esto importa poco á mi propósito. Basta con que haya habido
otros _payadores_.
Coincidiendo con su poesía popular y agreste, produjo la tierra
argentina, como el resto de la América española, aun antes de la
independencia, otra poesía erudita y clásica, la cual siguió siempre la
manera de ser de la poesía de la metrópoli; y yo creo que esta poesía,
sobre todo la lírica, apenas se dejó influir por el gusto francés en
tiempo del _clasicismo_, ni en España, ni en sus colonias, ni en los
Estados independientes que de ellas nacieron. Hasta los poetas más
ajustados, en la teórica, á los preceptos de Boileau, que al cabo no
eran exclusivos de Francia, son muy españoles cuando escriben versos.
Meléndez, Jovellanos, Lista, Gallego, Quintana, todo el estol de líricos
españoles del siglo pasado y de principios del presente, no se parecen
más á los poetas franceses que fray Luis de León, Garcilaso, Herrera y
Rioja, de quienes son dignos sucesores. Lo mismo se puede afirmar de los
líricos hispano-americanos de aquella escuela y período: de Olmedo y de
Bello, por ejemplo.
Menor fué la independencia y mayor fué el remedo de lo francés cuando
vino el romanticismo. En la vieja España fué más fácil que algunos
poetas se libertasen de este remedo, refugiándose en lo pasado; en la
edad media, en nuestros romances, en nuestras tradiciones y en nuestro
teatro del siglo XVII; pero en América hubo menos reparo y defensa, y la
imitación de lo francés tuvo que ser mayor entre los románticos.
José Mármol es excepción de la regla. La vehemente energía de su odio
contra el tirano Rosas presta robusta entonación á sus versos, é imprime
en los mejores un sello característico y original, que les da grandísimo
valor á pesar de las incorrecciones y desaliños.
En cuanto á Echevarría, ¿cómo negar que malogró en parte sus no comunes
prendas? No lo digo yo: lo dice su compatriota de Ud. D. Calixto Oyuela:
«precisamente por haberse apartado de lo español y castizo más de lo que
nuestra propia naturaleza consiente, no pudo ser bastante americano.» Y
Oyuela añade luego: «Si Echevarría quiso renegar de esta índole y de
estas afinidades naturales, debió ser lógico, y renegar también del
idioma, que es su consecuencia necesaria, proponiendo que hablásemos en
francés ó en quichua.»--«Y no se alegue la quimera de formar nuevo
dialecto, desprendido del castellano: la historia nos enseña que de los
idiomas formados y fijados sólo pueden salir jergas informes.»
A pesar del pesimismo que muestra el señor Oyuela en este punto, bien
podemos afirmar, y más aún poniéndole á él y á su amigo Rafael Obligado
por claros y vivos testimonios, que en la Plata no se hablará jerga
nueva, ni francés, ni quichua, sino castellano puro y limpio.
Ni siquiera valdrá para torcerle, italianizándole, la gran colonia
italiana; porque si el influjo de la rica y noble literatura clásica de
Italia se deja sentir en la literatura argentina, será de modo benéfico,
como se dejó siempre sentir en la triple literatura española, en
Portugal, en Cataluña y en Castilla, tanto en los siglos XV y XVI,
cuanto en el XVIII y en el XIX.
Dispense Ud. que me valga de tan largos preámbulos y rodeos para llegar
al verdadero asunto.
Me pidió Ud., y yo prometí, un juicio franco sobre el poeta argentino
Olegario Andrade.
Sus obras, reunidas en un tomo elegantísimo, fueron impresas en el año
pasado (1887) en Buenos Aires, á expensas del Tesoro nacional, que
consignó por ley 16.000 pesos para la adquisición de los originales y
6.000 para su impresión. Tan espléndido favor á este poeta y á sus obras
hace patente la altísima estimación de que gozan en su país de Ud. Yo he
prometido decir sin disimulo mi parecer sobre estas obras, que bien se
ve, por lo que queda expuesto, que son el reflejo más popular y el eco
más vivo del sentir y del pensar argentino en este momento y del gusto
literario que allí prevalece.
Como prenda y señal de lo prometido, el general D. Julio Roca me dió el
mismo ejemplar que él tenía por no haber otro á mano. No puedo, pues,
excusarme.
Mi empeño es ineludible y muy arduo y comprometido. Confieso que lo que
más temo es que no parezca mi crítica bastante encomiástica. Por la
incorrección, por el descuido á veces de la forma, tendré que censurar
no poco en las poesías de Olegario Andrade; pero me consuela y anima que
mis alabanzas han de ser grandes, sinceras y fervorosas, y muy
superiores á las que tributé ya á D. Rafael Obligado, poeta sin duda más
elegante y correcto, pero que jamás se remontó hasta ahora tan alto en
sus canciones como Andrade se remonta, ni tomó para ellas, como toma
Andrade, asuntos que mueven ó deben mover el ánimo de toda la nación
para quien canta. Andrade, á veces, movido por el asunto mismo que trata
y por su elevada inspiración, es más que un poeta nacional, es uno de
aquellos pocos poetas que aciertan á dirigir la voz dignamente á todo el
linaje de los hombres, excitando en ellos el amor de las teorías, la fe
en los propósitos que le son más caros, y la sublime esperanza de que
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