Cartas americanas. Primera serie - 02

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En el espacio infinito hay innumerable muchedumbre de soles. Poco nos
importa determinar aquí si estos soles giran en torno de otros soles
centrales, se están quietos, ó qué es lo que hacen. Nuestro sol, que es
medianejo, no ha de ser privilegiado ni el único que gaste el lujo de
tener planetas y cometas. Luego habrá de fijo planetas y cometas en
otros soles, y cada uno de ellos formará un sistema solar. Como el globo
en que vivimos, con ser bastante ruin, tiene plantas, animales y
hombres, no podemos negar, sin injusticia y sin soberbia, plantas,
animales y hombres á los otros planetas de nuestro sol, y á los planetas
de otros soles, y á los soles mismos. El modo de vivir, los usos y
costumbres y el ser orgánico de los vivientes serán muy diversos en cada
astro, porque el clima debe de serlo también; pero en cuanto á entender
y á discurrir, por todas partes habrá identidad. En todas partes, tres y
dos serán cinco; dos cosas iguales á una tercera, serán iguales entre
sí; nada podrá ser y no ser al mismo tiempo, etc.
En lo que nos diferenciaremos será en la cantidad y no en la calidad del
entendimiento. Podemos presumir que en tal planeta están más atrasados
que en éste, y en tal otro están más adelantados. Y podemos presumir
también que hay castas de animales racionales, en otros planetas,
superiores por naturaleza á los que aquí hay; ya que, aun aquí mismo, en
la tierra, hay castas de hombres más listos y capaces que otros, pues no
hemos de negar que los ingleses, por ejemplo, son, hasta por naturaleza,
y no sólo por educación, superiores á los zulúes.
Dadas ya esta variedad y abundancia de seres que vemos, columbramos ó
suponemos, y con asiento nosotros en este teatro, donde asistimos á un
espectáculo que no tiene fin, ni en el espacio, ni en el tiempo, ó, si
le tiene, va más allá ese fin de la más audaz imaginación y no sólo de
los ojos, tratemos de explicar el origen del espectáculo mismo, si
origen tuvo, y cuál podrá ser su término ó su desenlace, si alguna vez
le tiene. Si hacemos bien esto, construiremos, sin duda, una filosofía
verdadera, y por lo tanto perenne, lo cual no será sólo para mera
curiosidad, sino será asunto de inmenso interés para todos los hombres,
ya que nos hará ver claro cuál es nuestro destino futuro y las causas y
propósitos de cuanto existe.
Yo creo que, á pesar del telescopio y del espectroscopio, no estamos aún
muy al corriente de lo que pasa en el universo, y que, por arte
experimental ó de observación, sólo conocemos del universo un mezquino
rinconcillo, y éste mal y de modo somero. Me allano, no obstante, á
aceptar con Ud. lo que Ud., no por experiencia, sino por analogía
infiere, y doy por verdad el progreso como ley cósmica.
Dice Ud. que nada sale de la nada, y que la sustancia, la materia prima,
lo que es, llámese como se llame, existe _ab aeterno_. Sea así. Aunque
se me ocurre una grave dificultad, no quiero reparar en ella. Toda la
sustancia ha estado en el caos hasta que el universo empezó á formarse.
Salió del caos el calor, salió la luz y empezó el progreso. Si
supusiésemos ó imaginásemos que antes de este universo progresivo, y
antes del caos, hubo algún otro universo que volvió á dicho caos, todo
nuestro sistema se hundiría. Adiós, progreso seguro, infalible y sin
fin. Así como pudo destruirse otro universo anterior, podría éste
destruirse también, y entonces todas nuestras esperanzas de inmortalidad
saldrian hueras. Volveríamos al caos todos. Decidamos, pues, que no ha
habido ni podido haber otro universo sino el presente, y que antes de él
sólo hubo caos eterno, hasta que, hará un millón, un billón ó más de
años, se le antojó al caos organizarse, convertirse en universo y ser
progresista.
Aquí tropiezo con otra dificultad; pero voy á dar un rodeo para pasar
adelante y no quedarme atascado en medio del camino.
En el caos estaban, en potencia, en germen, el calor, la luz, la vida,
la inteligencia, la conciencia, etc.; pero desde el germen al
desarrollo, desde la potencia al acto, hay una distancia, hay un abismo
que no se rellena con el tiempo sólo. Por muchísimos siglos que pongamos
entre un ser que casi es no ser, entre el caos ó la materia prima y el
universo de ahora, no pondremos puente, y será menester dar un salto
audaz é inexplicable.
En el caos estaba el germen de todo, como en la bellota está el germen
de la encina; pero, así como la bellota se quedará bellota y no llegará
á ser encina nunca si no le dan jugos la tierra, el agua y el aire, y
luz y calor el sol, así también el caos se hubiera quedado caos sin algo
extraño que moviese sus gérmenes. Ponga Ud. el caos como quien pone un
huevo; pero, si alguien no le empolla, huevo se quedará y no saldrá de
él pajarillo. Repito, con todo, que yo soy de buen componer, y hago la
vista gorda, y paso porque el caos, por sí y ante sí, sin nada de fuera
que lo sacuda, tiene en un momento memorable el capricho de organizarse
y de dejar de ser caos.
Lo primero que el caos saca entonces de sí mismo es una cosa que Ud.
llama _agente cósmico_ ó _causa creadora_, como si dijéramos, un
_demiurgo_.
Raro é inexplicable ser es este _demiurgo_. Tiene poder é inteligencia,
y no es persona. Desde que aparece hasta hoy, su inteligencia y su poder
van creciendo, pero sin llegar nunca á la personalidad y á la
conciencia. La conciencia y la personalidad sólo aparecen en nosotros y
sólo están en nosotros: los hombres.
Mucho queda que andar al caos y al _demiurgo_ ó agente cósmico, que en
él reside, para llegar á producirnos, á nosotros, seres humanos. Dejo de
señalar aquí los pasos que dan caos y _demiurgo_; y si alguien quiere
saberlos, le remito á la _Historia de la creación de los seres
organizados_, donde Ernesto Haeckel lo explica todo con tanta
puntualidad y exactitud como si hubiera seguido la pista al _demiurgo_ y
hubiera presenciado sus hábiles é inteligentes, aunque inconscientes,
operaciones.
Baste saber en compendio que, allá en la edad primordial, nuestro padre
común fué el _protoplasma_, organismo sin órganos: un moco, con perdón
sea dicho. Este moco, que no era moco de pavo, va progresando, á través
de las edades, y llega á ser gusano, con forma de saco. A fuerza de
trabajar y luchar por la vida, consigue luego el gusano tener vértebras,
pero sin cráneo ni sesos aún. Luego se proporciona cráneo y sesos. Más
tarde adquiere mamas ó tetas. En seguida vienen los marsupiales,
transición entre el ovíparo y el vivíparo. Síguese el animal que ya pare
de veras, y de aquí el mono, y luego el mono catarrinio y con cola,
durante el período eoceno; el catarrinio pierde, en el mioceno, la cola;
y, por último, en el periodo plioceno, surge el hombre pitecoide,
_alalo_ ó sin palabra. De este hombre pitecoide nacen luego, siguiendo
el progreso, los _ulotrixos_, ó gente de pelo crespo, y los
_lisotrixos_, ó gente de pelo liso; y de éstos, todas las razas humanas,
de las cuales las más bien dotadas, hasta hoy, parecen ser las
_euplocamas_, ó de cabello suave y con bucles; y de estas gentes
_euplocamas_, las más nobles son las que vinieron á establecerse á
orillas del Mar Mediterráneo, á saber: semitas, vascos, indo-europeos y
caucásicos.
Yo acepto todo esto como si no hubiese la menor objeción que hacer.
Tenemos, pues, los datos para nuestra filosofía. Filosofemos.
El progreso es evidente y constante.
Desde la monera, desde el protoplasma, desde el moco, hemos llegado á un
organismo tan complicado como el de nuestro cuerpo, y en él, por vez
primera, ha aparecido la persona, la conciencia y la reflexión, por cuya
virtud nos entendemos á nosotros mismos y á todo lo que es ó puede ser
fuera de nosotros.
¿Acabará aquí el progreso, ó seguirá adelante? Seguirá adelante. La
historia de la humanidad lo demuestra. Ahí están todos los primores,
lindezas, galas y artefactos, leyes, vestimentas, casas y música, que
hemos inventado, desde que dejamos de ser _alalos_ y rompimos á hablar,
hasta hoy, que tenemos telégrafo, teléfono, fotografía, torpedos y
dinamita.
Lo extraño es, y vuelvo á uno de mis temas, que el _agente cósmico_, la
_causa creadora_, como usted la llama también, haga todo esto con
sabiduría estúpida, y sin saber lo que hace; pues si lo supiera, diría
con más razón que Virgilio: _Sic vos non vobis_. Da inteligencia, da
personalidad, da mil cosas más, y se queda sin nada. La antigua
sentencia que reza, _nemo dat quod in se non habet_, pierde aquí todo su
valor.
Pero si la conciencia y la personalidad no están en el _agente cósmico_
y están sólo en cada uno de nosotros, seres humanos, como quiera que
nosotros vivimos unos cuantos años y nos morimos luego, la ley del
progreso se realizará en todo, menos en la conciencia y en la
personalidad individuales.
Usted quiere que dicha ley se cumpla en todo, y para ello afirma que una
vez que tenemos persona y conciencia, y aun antes, en la sustancia donde
la conciencia y la persona están en preparación, hay inmortalidad. Según
Ud., de la materia más sutil y etérea se forman concreciones y
organismos sutilísimos, y éstas son las almas de todo; las cuales almas
van progresando, educándose y pasando de unos cuerpos en otros, desde
el helecho, por ejemplo, hasta el cuerpo de Darwin. Así este ser sutil
logra aprenderlo todo por experiencia y desenvuelve sus facultades.
Si estos cuerpos fluidos y etéreos son indestructibles, equivalen á lo
que antes llamábamos almas. Así se destruye el dualismo que se ponía
entre espíritu y materia. Y á la verdad, como ni de la materia ni del
espíritu conocemos la esencia, y sólo sabemos de ellos por los atributos
y efectos, yo no quiero, ni debo por lo pronto, suscitar disputa.
Si Ud. da al alma humana todos los caracteres y atributos que al
espíritu dábamos antes; si usted reconoce que es una, indivisible,
sutilísima é inmortal, nada importa el nombre. Llamémosla, pues, cuerpo
fluido, ya que este cuerpo ha de correr con más que eléctrica velocidad,
por donde venga á ser como ubicuo, y ha de sustraerse á la corrupción y
á la muerte, y ha de cruzar el éter y toda la amplitud de los cielos, y
ha de conocer y ha de amar cuanto en ellos se contiene de bueno,
verdadero y hermoso.
Muy bien me parece además que estas almas, para ir ascendiendo á la
perfección, necesiten de más de una vida, y hasta considero razonable la
sospecha que tiene Ud. de que el Flammarión de ahora sea Giordano Bruno
redivivo, y de que el benemérito repúblico Benito Juárez, á quien tanto
debe la democracia y autonomía mexicanas, no haya sido otro sino el rey
ó emperador Cuauhtemoc, de gloriosa memoria.
Lo que se me resiste bastante es eso de que nuestra alma sea neutra, y
ora se encarne en cuerpo de mujer, ora en cuerpo de hombre. Alguna
fuerza tiene el raciocinio que Ud. hace de que, si fuéramos hombres ó
mujeres siempre, no sabríamos por experiencia sino la mitad de lo que
hay que saber; pero, ¿qué quiere Ud.?....., á pesar de todo, me repugnan
esos cambalaches.
Noto ahora que mi carta va siendo demasiado larga; y como tengo
muchísimo que decir aún sobre su libro de Ud., lo dejo para otras, y
termino ésta asegurando á Ud. que ha de quedar menos disgustado de lo
que me queda por decir que de lo que he dicho hasta ahora. De todos
modos soy su atento y seguro servidor y deseo ser su amigo.
* * * * *

_19 de Marzo de 1888._
II
Muy estimado señor mío: Á pesar de todo mi escepticismo, es tanto lo que
me agrada y consuela eso que Ud. asegura de que tenemos un cuerpo fluido
inmortal, que me inclino muchísimo á darlo por probado.
No se contenta Ud. con aducir argumentos teóricos en favor de tal
aserto, sino que sostiene que la existencia de dichos cuerpos fluidos,
sutiles é indivisibles (que, si Ud. me permite, seguiremos llamando
almas, por ser más breve), se sabe por experiencia; esto es, que desde
muy antiguo estamos en comunicación con las almas, y que no es delirio,
sino realidad, la _psicogogia_ ó nigromancia: el arte de evocar á los
muertos y de traerlos á que hablen con los vivos. Las historias profanas
y sagradas están llenas de casos semejantes. Saúl evoca, por medio de la
Pitonisa de Endor, la sombra ó alma de Samuel; Pausanias de Bizancio, la
de su querida Cleonice; y Periandro, la de su esposa Melisa. Con el
andar del tiempo, parece que este arte ha adelantado mucho, y hoy se
llama _espiritismo_.
Yo no he de negar aquí el _espiritismo_; pero he de apuntar ciertas
dudas que me asaltan.
Esos espíritus ó cuerpos tenues, imperceptibles á nuestros sentidos, en
el estado normal de éstos, ¿por qué han de ser precisamente almas
humanas separadas de sus cuerpos? ¿No podrán ser otro linaje de seres?
Como Ud. desecha toda religión positiva, yo me guardaré bien de suponer,
ni por medio minuto, que puedan ser diablos ó ángeles; pero ¿por qué no
serán duendes, ondinas, sílfides, driadas, gnomos, ó algo así? Ya que
Ud. da por segura la existencia de esos cuerpos orgánicos, tenues y
etéreos, debe Ud. ser consecuente y no creer que los tales cuerpos sólo
se crían para envainarse en cuerpos sólidos humanos y animarlos. ¿Por
qué no los ha de haber que vaguen por el aire, ó penetren en las
entrañas de la tierra, ó vivan en el seno de los mares, y hasta en la
luz y en el fuego, y desdeñen encerrarse en ese forro ó guardapolvo de
nuestros cuerpos sólidos y visibles? Ello es que las historias están
llenas también de amores, amistades y tratos de estos seres con personas
de nuestra especie, que han tenido bastante perspicacia y agudeza en los
ojos ó en los oídos para verlos ó para hablar con ellos.
El padre Fuente la Peña ha escrito con buen tino sobre estas relaciones
de hombres y de mujeres con entes racionales no humanos, y por lo común
invisibles, que viven en nuestro planeta. Y más singular y luminosamente
ha tratado el asunto, en una obra eruditísima, el reverendo padre
Sinistrari del Ameno. Aseguro á Ud. que son divertidísimos los verídicos
amoríos que refiere este último padre de mujeres con duendes y de
hombres con sílfides y salamandras. ¿Quién sabe si el precioso cuento de
Carlos Nodier, del duende escocés enamorado de la joven casada, será un
sucedido?
Pero, en fin, para facilitar nuestra filosofía, demos por de ningún
valer las objeciones anteriores, y declaremos que los tales cuerpos
fluidos, inteligentes y con conciencia, sólo se crían para informar
nuestros cuerpos sólidos; y que dichos cuerpos fluidos, que son
inmortales, ó están cesantes y de bureo y huelga hasta colarse en un
cuerpo nuevo, ó están empaquetados, _incorporados_ y en activo servicio.
Da Ud. tales señas y tales pruebas sobre dichos cuerpos fluidos, que es
menester creer ó reventar, como vulgarmente se dice.
El gran sabio inglés Guillermo Crookes, de la Sociedad Real de Londres,
acude muy á tiempo en auxilio de Ud. con su _radiómetro_. La sustancia
contenida en el tubo de vidrio del aparato llega al más asombroso estado
de rarefacción, y despliega entonces sus propiedades y su energía. Esto
es lo que llaman _materia radiante_, pero inorgánica. Y Ud. raciocina
con excelente lógica al suponer que hay otra _materia radiante_
orgánica, y que de ella están confeccionadas nuestras almas. Esta
_materia radiante_ orgánica ha de ser más difícil de estudiar, á causa
de su extrema sutileza; pero, á lo que Ud. asegura, el citado sabio
Guillermo Crookes, que rarifica la materia, acertó á condensar un
espíritu que iba de tapadillo á oir sus lecciones, y logró hacerle
patente á los ojos de todos sus discípulos. Siete fotógrafos que estaban
allí, con sendas máquinas ó cámaras oscuras, sacaron retratos del
espíritu desde diversos puntos de vista.
Ya, pues, no cabe duda. Hay seres _monocorpóreos_, como Ud. los llama,
organismos sutiles inteligentes, cuerpos fluidos vivos, que se han visto
y que hasta se han fotografiado.
Con estos cuerpos se explica todo, y el progreso individual no es
quimera. Hasta se me pasa el susto, que yo había tenido á veces, de que
todo este trabajo que estamos dando los hombres, fuese inútil para
nosotros, porque pudiese sobrevenir otra raza que fuera con relación á
nosotros lo que nosotros somos con relación al gorila, y que nos mandase
á paseo ó tal vez nos destruyese. Ahora ya importa poco esto. Nuestros
cuerpos fluidos inmortales saldrán ganando siempre, y tendrán por
estuche ó envoltura, si nueva raza aparece, cuerpos sólidos más
gallardos y primorosos.
En el movimiento ascensional y en la transformación de las especies, lo
que hay en nosotros de individual (el cuerpo fluido) saldrá siempre
mejorado.
Me parece que Ud. sabrá, como yo, que no fué Darwin el primero á quien
se le ocurrió el transformismo. Ya desde muy antiguo le habían imaginado
otros sabios. Algo indica de ello el ilustre Juan Bautista Porta en su
_Magia natural_; y todavía es más explícito, aunque vivió mucho antes,
en tiempo de León X, el elegante y docto poeta Fracastoro, el cual
expresamente predice que aun han de aparecer en su día y sazón nuevos
seres.
_Certa dies animalia terris_
_Mostrabit nova: nascentur pecudesque feracque,_
_Sponte sua, primaque animas ab origine sument._
Y para salvar la dificultad y quitarnos el recelo de que si los seres
nuevos son de naturaleza superior y titánica, nos dejen vencidos,
acoquinados y humillados, Fracastoro tiene cuidado de advertir que las
almas de estos titanes serán las mismas que ya informaron ó que informan
hoy seres de orden inferior, pues no es otra la interpretación que
debemos dar al _primaque animas ab origine sument_.
Vengan en hora buena nuevas castas más briosas y adelantadas. Nuestros
cuerpos fluidos las animarán, y cada día irán haciéndose más listos y
aprendiendo más habilidades. Lo que hasta hoy no ha logrado hacer sino
tal cual sujeto muy aventajado, lo hará en las venideras edades
cualquiera niño de la doctrina.
Hasta hoy, y va de ejemplo, sólo sabios de primera magnitud, como
Pitágoras, Apolonio de Tyana, Hermotimo de Clazomene, Miss Wilkinson,
profetisa _yankee_, y ciertos anacoretas del Tibet, aciertan á
desprenderse de sus cuerpos sólidos cuando se les antoja, y van á
millares de leguas de distancia para saber lo que sucede allí, ó para
hacer una visita á un amigo, ó para acudir á algún negocio urgente y
volverse al cuerpo sólido. En lo futuro, hasta las personas menos
distinguidas y más ignorantes harán esto con la misma facilidad con que
se beben ahora un vaso de agua. Así es que, á primera vista, como todo
se hará con maravillosa rapidez, parecerá que habremos adquirido el don
de la ubicuidad.
Otra de las gracias que luciremos, una vez desprendidos ya del cuerpo
sólido, será la de la compenetrabilidad. Nos meteremos por el ojo de una
aguja, nos filtraremos al través de un muro, podremos celebrar un
_meeting_ de miles de personas en el hueco de una cáscara de avellana.
Nuestras conversaciones ó conferencias con los cuerpos fluidos cesantes,
ó dígase con lo que vulgarmente se ha llamado hasta hoy almas de los
muertos, sombras ó manes, serán más frecuentes, fáciles y luminosas. Nos
instruiremos más de este modo; no nos costará fatiga ninguna la
evocación, y no nos aterrará la vista del espectro del difunto, como
ahora suele aterrar á los más valerosos. Sea testigo de esta verdad el
ilustre Eliphax Levi, que no pudo resistir la presencia de Apolonio, á
quien había evocado, y perdió la voz, y sintió un frío horrible, y no
pudo hacer nada de provecho, según él mismo confiesa.
Es verdad, sin embargo, que lo terrorífico de la aparición tal vez
consista en que ésta se hace por medios reprobados, apelando á la magia
y valiéndose de conjuros, á los que las sombras ó manes no pueden
desobedecer, pero que las traen harto enojadas y aun furiosas. Cuando la
evocación es natural, cortés y lícita, las sombras ó cuerpos fluidos
acuden de buen talante y de apacible humor; y hay ya bastantes hombres
de mérito que han tenido así entrevistas y conferencias amenas é
instructivas.
Usted cita muchos libros en que los señores que han tenido
conversaciones con espíritus las han redactado y publicado. Confieso
modestamente mi ignorancia: no he leído ninguno de esos libros que Ud.
cita; pero deseo leerlos, porque deben de contener mucha y alta
doctrina. No habían de molestarse los muertos en venir á hablar con los
vivos para decir tonterías y vulgaridades. Y no las dirá de seguro ese
libro, titulado _Ley de amor_, recogido por el doctor Chaves Aparicio, y
publicado por el Círculo de estudios psicológicos de San Luis de Potosí,
ya que está lleno, según Ud., de pensamientos profundos y es prueba
palmaria de la inmortalidad de nuestro ser.
Siguiendo ahora por el camino de perfección que nuestro ser lleva, creo
que, después de estas comunicaciones con los cuerpos fluidos ó
espíritus, viene, como grado superior, el adquirir la memoria y la clara
percepción de cuanto nos sucedió en las vidas pasadas, desde que
empezamos á tener conciencia, tal vez desde que fuimos hombres
pitecoides.
Los sujetos de mediano valer sólo tienen hasta hoy vaguísimos y confusos
recuerdos de sus vidas pasadas, los cuales recuerdos dan á veces cierta
luz de sí en sueños, y nos acuden y ayudan también en el estudio, ya que
hay ciencias y artes que aprendemos á escape, como si antes las
hubiéramos sabido, y otras, acaso más fáciles en absoluto, que se nos
hacen más difíciles, por la novedad completa que para nosotros tienen.
Pero si tal es el grado de progreso al que, en este punto, se ha llegado
por lo general, ya, desde muy antiguo, empezando por el Sabio de Samos,
hubo y hay hombres que recuerdan todas sus vidas, y están dotados, por
lo tanto, de la sublime prudencia y del profundo saber que da la
experiencia de miles de años.
Lo que más me encanta y seduce, como resultado útil de este saber
profundo á que todos hemos de llegar, es eso de que Ud. habla sobre la
transformación del dolor en placer. Ahora somos tan torpes, que no
sabemos hacer que no nos duela, sino que nos dé gusto cuando nos duela.
En lo futuro no será así. Y en vez de quejarnos, por ejemplo, de que á
media noche nos despertemos con un dolor de muelas, exclamaremos muy
satisfechos: «He tenido un regalado _placer de muelas_ á media noche.» Y
esto no porque la impresión recibida en los nervios deje de ser la
misma, sino porque el cuerpo fluido, no lerdo ya, sino ágil y muy
instruído, sabrá recibir la impresión por el lado que conviene,
aprendiéndola con tal arte que, en vez de serle ingrata, le sea grata y
aun deleitosa.
No teniendo ya necesidad de sufrir dolor, y siendo placer todo, seremos
todos bonísimos; medraremos en inteligencia y amor, según usted augura.
Pero como tanto bien se encerraría en muy ruin vivienda si jamás
pudiésemos salir de este globo, Ud. afirma que otro paso más de la
educación del cuerpo fluido es el adiestrarse en salir de la tierra, y
volar por los espacios interplanetarios é intersiderales, visitando á
los habitadores de los demás mundos que pueblan el éter. A fin de
alcanzar esta virtud es menester tanto requisito, que apenas hay hombre,
en el estado actual de la cultura humana terrestre, que valga para ello.
Lo que sí es indudable es que en otros soles ó planetas están ya más
adelantados que aquí, y hay cuerpos fluidos vivos que viajan de mundo en
mundo cuando quieren.
De estos viajantes ha habido no pocos que se han quedado en la tierra
por larga temporada, y nos han hecho inmensos beneficios, promoviendo
nuestra ilustración y enseñándonos artes, virtudes y disciplinas de
subido precio. Yo no puedo menos de convenir con Ud. en que Sócrates,
Zoroastro, Sakiamuni, Confucio, Merlín, Numa y otros sabios, profetas y
fundadores de religiones, tuvieron por almas cuerpos fluidos,
descendidos de algún astro, donde se había progresado más que entre
nosotros; y dichos cuerpos fluidos, encarnando aquí en el seno de alguna
joven honrada, hermosa y pura, cumplieron benéfica misión. Provino de
estos hechos repetidos la creencia, persistente entre todos los pueblos,
de que hay ó hubo semidioses, _avatares_, ó hijos del cielo, venidos á
la tierra. Y así, cuando los poetas querían adular á algún soberano ó
poderoso magnate, le decían, aunque no fuese verdad, que era hijo de
este ó del otro dios, como dijeron de Rama ó de Alejandro de Macedonia;
y como cantó Virgilio del hijo del cónsul Polión, suponiendo que bajó
del cielo:
_Jam nova progenies coelo demittitur alto._
Esta habilidad de escaparse de la tierra é irse por el éter, de mundo en
mundo, es aún rarísima en nuestro globo. Lo que es yo no sé sino de un
hombre de quien se pueda creer que la ha tenido: el famoso filósofo
sueco Manuel Swedenborg. Sabido es, no obstante, que este varón
admirable no acertó á pasar de nuestro sistema planetario; y si bien le
recorrió casi todo, sus visitas más frecuentes fueron á Mercurio, que
está cerca, y cuyos habitantes están más adelantados que nosotros,
aunque por lo mismo ni nos estiman, ni nos quieren bien. En cambio, en
Venus, donde Swedenborg también estuvo, es cosa de no poder vivir siendo
persona decente, porque Venus está poblada de una raza descomedida y
grosera de gigantes, que no piensan en nada elevado y bueno, sino en
holgarse por manera bestial y sucia.
Como quiera que ello sea, lo que sí es lícito afirmar es que dentro de
pocos siglos hará cualquiera ser humano de esta tierra lo que hizo
Swedenborg pocos años há, con general asombro de los nacidos. Es más: la
mayoría de los seres humanos nos adelantaremos á Swedenborg, y
dispararemos nuestros cuerpos fluidos mucho más allá de la órbita de
Urano á través de los frigidísimos espacios intersiderales, é iremos á
parar en planetas de mil soles remotos.
Creo que Ud. ha de confesar que me muestro enterado de su doctrina, y
que voy llegando bien á las últimas consecuencias, sobre las cuales he
de dar mi opinión. Hoy ya no es posible, porque se ha hecho larguísima
esta carta. El lunes que viene escribirá á Ud. de nuevo su afectísimo
amigo y admirador.
* * * * *

_2 de Abril de 1888._
III
Según lo que va expuesto, se cumple por arte indefectible hasta hoy, y
es de esperar que siga cumpliéndose en lo futuro, la ley del progreso
que Ud. afirma y que nos lleva hacia la perfección.
Todos los problemas que Ud. procura resolver en su libro tienen el
mayor interés para mí y me atraen y me encantan. El libro de Ud. me
gusta. Lo digo sin la menor ironía.
Entre gustar de un sistema, admirando el saber y el esfuerzo de
imaginación con que fué construído, y creer en él y darle por cierto,
hay enorme diferencia. De esta distinción, que me parece que no se
quiebra de sutil, no se han hecho cargo muchas personas que han leído
las dos primeras cartas que he escrito á Ud., y han supuesto que yo me
burlaba.
Me ha dolido tanto dicha suposición, que he estado á punto de no
continuar escribiendo á Ud., á pesar de lo mucho que tengo que decir
aún. Si su libro de Ud. fuese un trabajo de ningún valer, sería necio
emplear en él la crítica y hasta la sátira para impugnarle. Y de todos
modos, habría en mí algo de moralmente censurable y poco digno en tratar
mal á Ud., que me honra y me lisonjea escribiéndome, consultándome y
enviándome su libro desde tan lejos. Pero, bien mirado el asunto, yo
creo que los lectores de las cartas han ido más allá de mi intención y
han puesto en estas cartas una malicia de que carecen y que yo nunca
tuve. Nada hay de común entre mi escéptico buen humor y la mofa
ofensiva. ¿Cabe, acaso, en el entendimiento de nadie que sea yo tan
presumido y tan soberbio que considere mentecatos á Darwin, á Haeckel, á
Swendenborg, y á otros sabios y filósofos de quienes hablé ya en mis
cartas, examinando sus doctrinas con no menor desenfado y broma que las
de Ud.? Yo no poseo el entusiasmo, la fe, la fantasía poderosa que
tuvieron ó tienen ellos, y me resisto á dar por demostrado lo que ellos
dan por demostrado; y así, en nombre de cierto sentido común, tal vez
burdo y rastrero, y en virtud de mi corta ciencia, y con la autoridad
que nos tomamos hoy todos, pues hay libre examen, tiro á invalidar esas
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