Cartas americanas. Primera serie - 01

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BIBLIOTECA DE AUTORES CÉLEBRES

I

OBRAS DE DON JUAN VALERA
DE VENTA EN ESTA CASA

PEPITA JIMÉNEZ; octava edición; un volumen
en 12.º 2,50 ptas.
LAS ILUSIONES DEL DOCTOR FAUSTINO;
dos volúmenes en 12.º 5 »
DAFNIS Y CLOE (traducción del griego); un
volumen en 12.º 3 »
ESTUDIOS CRÍTICOS; segunda edición; tres
volúmenes en 12.º 9 »
DISERTACIONES Y JUICIOS LITERARIOS;
dos volúmenes en 12.º 6 »
CUENTOS Y DIÁLOGOS; un volumen en 12.º 2,50 »
ALGO DE TODO: un ídem íd. 2,50 »
PASARSE DE LISTO; un ídem íd. 2,50 »
POESÍA Y ARTE DE LOS ÁRABES EN ESPAÑA
Y SICILIA (traducción del alemán);
tres volúmenes en 12.º 9 »
DOÑA LUZ; un volumen en 8.º 2,50 »
TENTATIVAS DRAMÁTICAS; un ídem íd. 2,50 »
CANCIONES, ROMANCES Y POEMAS; un
ídem íd. 5 »
CUENTOS, DIÁLOGOS Y FANTASÍAS; un
ídem íd. 5 »
NUEVOS ESTUDIOS CRÍTICOS; un ídem íd. 5 »
PEPITA JIMÉNEZ y EL COMENDADOR
MENDOZA; un ídem íd. 5 »
DOÑA LUZ y PASARSE DE LISTO; un ídem íd 5 »
APUNTES SOBRE EL NUEVO ARTE DE
ESCRIBIR NOVELAS; un tomo en 8.º de
263 páginas 3 »
* * * * *
Á la primera serie de las =Cartas americanas= de D. Juan Valera seguirá
muy en breve un tomo conteniendo poesias inéditas del gran poeta D. José
Zorrilla.
Para los tomos sucesivos de esta _Biblioteca_ contamos con obras de los
Sres. D. José Zorrilla, don Juan Facundo Riaño, D. Gaspar Núñez de Arce,
don Manuel del Palacio, D. Ramón Rodriguez Correa, D. Jacinto Octavio
Picón, D. Salvador Rueda y otros.


BIBLIOTECA DE AUTORES CÉLEBRES
CARTAS AMERICANAS
DON JUAN VALERA
PRIMERA SERIE
[Illustration]
MADRID
FUENTES Y CAPDEVILLE
M DCCC LXXXIX

ES PROPIEDAD
MANUEL MINUESA DE LOS RÍOS, IMPRESOR
Miguel Servet, 13--Teléfono 651


AL EXCMO. SEÑOR
Don Antonio Cánovas del Castillo

Mi querido amigo: Como pobre muestra de la buena amistad que, desde hace
años, me une á Ud., y de la gratitud que le debo por el benigno prólogo
que escribió para mis novelas, dedico á Ud. este librito, donde van
reunidas algunas de mis cartas sobre literatura de la América española.
Espero que sea Ud. indulgente conmigo y que acepte gustoso la ofrenda, á
pesar de su corta ó ninguna importancia.
Yo entiendo, sin afectación de modestia, que mi trabajo es ligerísimo;
pero la intención que me mueve y el asunto de que trato le prestan
interés, del cual Ud., que con tanto fruto cultiva la historia política
de nuestra nación, sabrá estimar el atractivo.
Breve fué la preponderancia de los hombres de nuestra Península en el
concierto de las cinco ó seis naciones europeas que crearon la moderna
civilización y por toda la tierra la difundieron; mas, á pesar de la
brevedad, la preponderancia fué gloriosa y fecunda. Completamos casi,
gracias á navegantes y descubridores atrevidos y dichosos, el
conocimiento del planeta en que vivimos; ampliando el concepto de lo
creado, despertamos é hicimos racional el anhelo de explorarlo y de
explicarlo por la ciencia; abrimos y entregamos á la civilización
inmensos continentes é islas; y luchamos con fe y con ahinco, ya que no
con buena fortuna, porque la excelsa y sacra unidad de esa civilización
no se rompiera.
Nuestra caída fué tan rápida y triste como portentosa fué nuestra
elevación por su prontitud y magnificencia. Tiempo há que usted, con
tanto saber como ingenio crítico, procura investigar las causas. Yo, por
mi parte, ora me inclino á imaginar que lo colosal del empeño nos agotó
las fuerzas; ora que por combatir en favor de principios que iban á
sucumbir, sucumbimos con ellos; ora que la perseverante energia de la
voluntad nos dió el imperio, en momento propicio, cuando por la
invención de la pólvora y de la imprenta prevalecieron las calidades del
espíritu sobre la fuerza material y bruta; imperio, que perdimos pronto,
cuando vino á prevalecer otra fuerza, también material, aunque más
alambicada: la que nace de las riquezas, creadas por la industria y por
el trabajo metódico, bien ordenado, y combinado con el ahorro, en todo
lo cual no descollamos nunca.
No son mías, sino en muy pequeña parte, esta atrevida opinión y esta más
atrevida explicación de tan alto punto histórico: son de aquel
discretísimo fraile dominicano Tomás Campanella, que dice: _At postquam
astutia plus valuit fortitudine, inventaeque typographiae et tormenta
bellica, rerum summa rediit ad hispanos, homines sane impigros, fortes
et astutos._
Como quiera que sea, nuestra decadencia llegó, á mi ver, á su colmo, en
el primer tercio de este siglo, cuando acabó de desbaratarse el imperio
que habíamos fundado, naciendo de la separación de las colonias muchas
independientes Repúblicas.
Continuas guerras civiles, y estériles y sangrientas revoluciones, aquí
y allí, nos trajeron á tan mísero estado, que nuestros corazones se
abatieron, y del abatimiento nació la recriminación desdeñosa.
Los americanos supusieron que cuanto malo les ocurría era transmisión
hereditaria de nuestra sangre, de nuestra cultura y de nuestras
instituciones. Algunos llegaron al extremo de sostener que, si no
hubiéramos ido á América y atajado, en su marcha ascendente, la cultura
de Méjico y del Perú, hubiera habido en América una gran cultura
original y propia. Nosotros, en cambio, imaginamos, ya que las razas
indígenas y la sangre africana, mezclándose con la raza y sangre
españolas, las viciaron é incapacitaron; ya que bastó á los criollos el
pecado original del españolismo para que, en virtud de ineludible ley
histórica, estuviesen condenados á desaparecer y perderse en otras razas
europeas, más briosas y entendidas.
El mal concepto que formamos unos de otros, al transcender de la
desunión política, estuvo á punto de consumar el divorcio mental,
cimentado en el odio y hasta en el injusto menosprecio.
Miras y proyectos ambiciosos, renacidos en España, en ocasiones en que
esperábamos salir de la postración, como los conatos de erigir un trono,
en el Ecuador ó en Méjico, para un príncipe ó semipríncipe español, y
empresas y actos impremeditados, como la anexión de Santo Domingo, la
guerra contra Chile y el Perú y la expedición á Méjico, aumentaron la
malquerencia de la metrópoli y de las que fueron sus colonias.
Durante este período, si la cultura inglesa hubiese sido más
comunicativa, hubiera penetrado en las repúblicas hispano-americanas;
pero no lo es, y así apenas se sintió su influjo. Francia, por el
contrario, ejerció poderosamente el suyo, que es tan invasor, é informó
el movimiento intelectual y fomentó el progreso de la América española,
aunque sin borrar, por dicha, ni desfigurar su ser castizo y las
condiciones esenciales de su origen.
Hoy parecen ó terminados ó mitigados, tanto en América como en España,
aquella fiebre de motines y disturbios, y aquel desasosiego incesante
de la soldadesca, movida por caudillos ambiciosos, no siempre ilustrados
y capaces, y aquel malestar que era consiguiente.
Más sosegados y menos miserables, así los pueblos de la América española
como los de esta Península, se observan con simpática curiosidad,
deponen los rencores, confían en el porvenir que les aguarda; y, sin
pensar en alianzas ni confederaciones que tengan fin político práctico,
pues la suma de tantas flaquezas nada produciría equivalente á los
medios y recursos de cualquiera de los cuatro ó cinco Estados que
predominan, piensan en reanudar sus antiguas relaciones, en estrechar y
acrecentar su comercio intelectual, y en hacer ver que hay en todos los
países de lengua española cierta unidad de civilización que la falta de
unidad política no ha destruído.
Así va concertándose algo á modo de liga pacífica. Para los
circunspectos y juiciosos es resultado satisfactorio el reconocer que la
literatura española y la hispano-americana son lo mismo. Contamos y
sumamos los espíritus, y no el poder material, y nos consolamos de no
tenerle. Todavía, después de la raza inglesa, es la española la más
numerosa y la más extendida por el mundo, entre las razas europeas.
A restablecer y conservar esta unidad superior de la raza no puede
desconocerse que ha contribuído como nadie la Academia Española. Las
Academias correspondientes, establecidas ya en varias Repúblicas, forman
como una confederación literaria, donde el centro académico de Madrid,
en nombre de España, ejerce cierta hegemonía, tan natural y suave, que
ni engendra sospechas, ni suscita celos ó enojos.
En esta situación, se diría que nos hemos acercado y tratado. Apenas hay
libro, que se escriba y se publique en América, que no nos le envíe el
autor á los que en España nos dedicamos á escribir para el público. Yo,
desdo hace seis ó siete años, recibo muchos de estos libros, pocos de
los cuales entran aún en el comercio de librería, aquí desgraciadamente
inactivo.
Cualquiera que procure darlos á conocer entre nosotros, creo yo que
presta un servicio á las letras, y contribuye á la confirmación de la
idea de unidad, que persiste, á pesar de la división política.
La América española dista mucho de ser mentalmente infecunda.
Desde antes de la independencia compite con la metrópoli en fecundidad
mental. En algunos países, como en Méjico, se cuentan los escritores por
miles, antes de que la República se proclamase. Después, y hasta hoy, la
afición á escribir y la fecundidad han crecido. En ciencias naturales y
exactas, y en industria y comercio, la América inglesa, ya
independiente, ha florecido más; pero en letras es lícito decir sin
jactancia que, así por la cantidad como por la calidad, vence la
América española á la América inglesa.
Tal vez se acuse á la América española de exuberancia en la poesía
lírica; pero ya se advierten síntomas de que esto habrá de remediarse,
yendo parte de la savia que hoy absorbe el lirismo á emplearse en
vivificar otras ramas del árbol del saber y del ingenio. La crítica, la
jurisprudencia, la historia, la geografía, la lingüística, la filosofía
y otras severas disciplinas cuentan ya en América con hábiles,
laboriosos y afortunados cultivadores. Baste citar, en prueba, y según
acuden á mi memoria, los nombres de Alamán, Calvo, García Icazbalceta,
Bello, Montes de Oca, Rufino Cuervo, Miguel Antonio Caro, Arango y
Escandón, Francisco Pimentel, Liborio Cerda y Juan Montalvo.
Mis cartas carecen de verdadera unidad. Son un conato de dar á conocer
pequeñísima parte de tan extenso asunto. Las dirijo á autores que me han
enviado sus libros. No son obra completa, sino muestra de lo que he de
seguir escribiendo, si el público no me falta. Como noticias y juicios
aislados, sólo podrán ser un día un documento más para escribir la
historia literaria de _las Españas_ en el siglo presente. Porque las
literaturas de Méjico, Colombia, Chile, Perú y demás repúblicas, si bien
se conciben separadas, no cobran unidad superior y no son literatura
general hispano-americana, sino en virtud de un lazo, para cuya
formación es menester contar con la metrópoli.
En fin, tal cual es este librito, yo tengo verdadera satisfacción en
dedicársele á Ud., aprovechando esta ocasión de reiterarle el testimonio
de la gratitud que le debo y de la amistad que siempre le he
consagrado.


CARTAS AMERICANAS


SOBRE VÍCTOR HUGO

_27 de Febrero de 1888._
Á UN DESCONOCIDO
Muy señor mío: La carta que Ud. me dirige, ocultando su nombre, llegó á
mi poder pocos días há con el periódico en que viene inserta, _La
Miscelánea_, revista literaria y científica que se publica en Medellín,
república de Colombia. A pesar de lo indulgente, fino y hasta cariñoso
que está Ud. conmigo, lo cual me lisonjea en extremo, no he de negar,
aunque lo achaque Ud. á soberbia, que me han dolido sus impugnaciones y
que me siento picado y estimulado á replicar á ellas. Ya hace meses que
recibí otra revista colombiana, que también me impugnaba y por el mismo
motivo. El que escribió este otro artículo en contra mía y le publicó en
la revista de Bogotá titulada _El Telegrama_, daba su nombre: era el Sr.
Rivas Groot, á quien debe Ud. de conocer.
A él y á Ud. voy á contestar en esta carta, á ver si logro justificarme.
No es posible que Ud. se figure bien cuánto nos halaga, á los que en
esta Península, donde se lee poquísimo, nos dedicamos á la literatura,
que por esas regiones transatlánticas nos lean ustedes y nos hagan algún
caso.
Así es que deseamos conservar el buen concepto en que Uds. tan
generosamente nos tienen, y defendernos de cualquiera inculpación que
tire á menoscabarle.
Usted y el Sr. Rivas Groot me acusan de Zoilo; de que procuro rebajar el
mérito de Víctor Hugo. Pero aunque fuera así, ¿es Víctor Hugo
inexpugnable y está por cima de toda crítica? Los fallos que se han dado
en su favor, ¿son tan sin apelación que le dejen más á salvo de todo
ataque que á Calderón ó á Shakspeare, pongo por caso? Pues bien: el
valor de estos dos insignes poetas ha sido de harto distinta manera
ponderado y tasado. ¿Qué distancia no hay entre el mediano aprecio que
concede Sismondi á Calderón y la idolatría con que le veneran Schack y
ambos Schlegel? ¿Seguiremos á Voltaire y á Moratín, ó á Emerson y á
Carlyle, para marcar los grados de entusiasmo que debe inspirarnos el
autor de _Hamlet_?
La verdad es que si hay una inconcusa filosofía del arte, una estética
perenne, no se funda en ella hasta ahora ningún inalterable código
universal, ó sea ordenada recopilación de reglas con sujeción á las
cuales se ejerza la crítica. Y aun dado que el código exista, yo creo
que ha de ser difícil de interpretar y de aplicar, cuando tanta
discrepancia se nota en los juicios, no ya sobre un singular autor, sino
sobre siglos enteros de la literatura de todas las naciones.
Hasta hace pocos años la critica ilustrada afirmaba que casi toda
literatura era bárbara é insufrible, salvo en los cuatro siglos de
Pericles, Augusto, León X y Luis XIV, á los cuales correspondían las
cuatro Poéticas de Aristóteles, Horacio, Vida y Boileau. Ahora hemos
venido á dar en el extremo contrario. El _Mahabarata_, el _Ramayana_,
los _Edas_ y el _Nibelungenlied_, parecen á muchos mejor que la
_Eneida_, y el _Minnegesang_ mejor que las Odas de Píndaro y del
Venusino.
Sin duda que se ha adelantado mucho en Estética. Sin duda que la
erudición ha traído de remotos países ó ha desenterrado del polvo de las
Bibliotecas ignorados tesoros literarios. Idiomas, civilizaciones
enteras, himnos, dramas, epoyeyas, todo ha vuelto á la luz. Ha habido y
hay renacimiento universal y cosmopolita. Pero ¿no recela Ud. que tanta
novedad nos deslumbre y atolondre? ¿No podremos decir, citando lo del
antiguo romance,
Con la grande polvareda
Perdimos á don Beltrane?
Y este don Beltrane, en el caso presente, ¿no será quizás el sentido
común, ó, mejor dicho, el recto y reposado juicio?
La crítica antes no era tan profunda: no se fundaba en filosofías, que
el crítico á menudo no entiende, sino que se fundaba en cualquiera de
las cuatro ya citadas Poéticas, ó en todas ellas, á cuyos preceptos,
convengo en que muy literalmente interpretados, solía ceñirse el que
criticaba; pero hoy se va éste por los cerros de Úbeda, arma un
caramillo de sutilezas, abre abismos rellenos de inefables sentimientos
y pensamientos, y se empeña en convencernos de todo lo que se le antoja,
haciéndonos tragar como sublimidades mil rarezas y como maravillas del
_genio_ mil extravagancias.
Contra estas extravagancias y rarezas, que yo no quiero tragar, y de
cuya bondad no logra nadie convencerme, es contra lo que yo voy. A
Víctor Hugo, aunque abunda en ellas como el conjunto de mil autores de
los más extravagantes, yo le celebro, tal vez en demasía. Yo he llegado
á decir que pongo á Víctor Hugo en el trono como rey de los poetas de
nuestro siglo por su fecundidad, por su pujanza de imaginación y por
otras prendas, si bien Goethe era más profundo y más sabio; y Leopardi,
que también sabía más, era más elegante, y más sentido, y más limpio y
hermoso en la forma; y Manzoni y Whittier y Quintana, más firmes,
constantes, fieles y sinceramente convencidos en sus opiniones y
doctrinas; y Zorrilla, más espontáneo, más rico de frescura y menos dado
á rebuscar pomposidades enormes para llamar la atención.
Sin rayar en delirio no se puede hacer mayor elogio de Víctor Hugo, á
pesar de las cortapisas. Ni Ud. ni el Sr. Rivas Groot debieran ponerme
pleito, sino los aficionados de Espronceda, de Heine, de Shelley, de
Byron, de Moore, de Tennyson, de Garrett, de Miskiewicz, de Lermontoff,
de Puschkin y de tantos otros á quienes dejo tamañitos.
Y no hay contradicción en mí, como supone el Sr. Rivas Groot. Si hay
contradicción, está en la misma naturaleza de las cosas. Ni yo me
contradigo elogiando en general y tratando luego, en los pormenores, de
hacer añicos el ídolo que he levantado. El ídolo quedaría en pie, aunque
de mi voluntad dependiese derribarle; pero lo que hay en él de feo y de
deforme no se lo quitarán de encima sus más elocuentes adoradores.
¿Fué ó no fué Góngora un excelente é inspirado poeta? ¿Quién se atreverá
á negar que lo fué? Sus romances, sus letrillas, algunos sonetos, la
canción á la Invencible Armada, dan de ello claro é irrefragable
testimonio. Hasta en el _Polifemo_ y en las _Soledades_ su ingenio
resplandece. Pero ¿será menester, á fin de no incurrir en contradicción,
cerrar los ojos y no ver los desatinos, las extravagancias y el perverso
gusto que afean las _Soledades_, el _Polifemo_ y otras obras de mi
egregio paisano?
Hágase Ud. cuenta de que Víctor Hugo es algo semejante: es un Góngora
francés de nuestros días. Ha escrito más que Góngora, y ha tenido más
aciertos, y ha creado más bellezas que Góngora; pero también ha dicho
muchísimos más disparates. Si me pusiera yo á sacarlos á relucir, ni en
cuatro ó cinco tomos gordos lo conseguiría. Me remito, por lo tanto, y
para abreviar, á los que ya puse en mis _Apuntes sobre el nuevo arte de
escribir novelas_. Si todo lo citado allí no es desatinado, por la forma
ó por el fondo, ó por forma y fondo á la vez, sin duda que soy yo el
desatinado, y no discuto y me doy por vencido. Al público imparcial y
juicioso apelo. Aquí sólo voy á replicar á las razones que da Ud. para
demostrar que dos ó tres de esas frases, que cito yo como grotescas,
encierran pensamientos profundos y son como un pozo de insondables
filosofías.
Á Nuestro Señor Jesucristo se le representa simbólicamente bajo el
nombre de _león_ y bajo la figura de _cordero_. Es el León de Judá, es
el Cordero de Dios, que lleva los pecados del mundo; pero ambos nombres
están ya consagrados: por cerca de veinte siglos el de _cordero_, y el
de _león_ por mucho más: lo menos desde los tiempos de Isaías. Ambos
nombres de _león_ y de _cordero_ responden á un simbolismo propio de las
lenguas y costumbres del antiguo Oriente. Y en el día de hoy no chocan,
antes gustan, bien empleados, aunque no se apliquen á Cristo. De un
militar animoso y fuerte se dice que es un león, y de un joven inocente
y manso se puede decir, en son de elogio, que es un cordero. Pero, señor
desconocido, por las ánimas benditas, ¿habilita esto y faculta á nadie
para llamar también á Cristo _inmensa lechuza de luz y de amor_, aunque
en francés sea más eufónico que en castellano el nombre de lechuza? Las
comparaciones de dioses, de héroes, de semidioses y hasta de hombres con
animales no se aguantan hoy, ni se oyen sin risa, como no sean de las ya
consagradas por miles de años, ó de las que se hacen con suma habilidad,
entre las cuales no es posible poner la de lechuza aplicada á Cristo,
aunque la lechuza sea emblema de vigilancia, de sabiduría y de otras
cosas muy estimables. En lo antiguo había cierta candidez que consentía
esto; pero ¿cómo tomar hoy la misma venia? Homero compara á los
guerreros á las moscas, que acuden á un tarro de leche, y á las grullas,
que van á combatir á los pigmeos, y compara á Ulises con un carnero
lanudo, y á Ayax, defendiendo el cuerpo de Patroclo, á pesar de tanto
troyano como embiste y cae sobre él, á un burro terco y hambriento, que
sigue pastando, á pesar de los muchos villanos armados de estacas que le
sacuden para alejarle del pasto. Todo esto es precioso, y nos hace
muchísima gracia en Homero; pero ¿quién no se burlaría ó se indignaría
si comparásemos hoy á Napoleón I á un carnero lanudo, y á Daoiz y á
Velarde, que se defienden con igual obstinación que Ayax, á lo mismo que
Homero compara á Ayax?
Además, Víctor Hugo no se limita á comparar. Con su estilo enfático hace
más: transforma. No es Cristo como una lechuza ó semejante á una
lechuza, sino que es lechuza.
Sobre otra de mis citas trata Ud. de darme una lección, pero sin motivo.
El vocablo francés _crachat_ significa vulgarmente placa de comendador ó
de caballero gran cruz. Convenido. ¿Cómo he de ignorar yo esto, por
poquísimo francés que sepa? Lo que me sucedió es que al traducir
_L’univers étoilé est un crachat de Dieu_,
hallé más grotesca aún la traducción que usted hace que la que yo hice.
Yo no podía figurarme al Padre Eterno de uniforme, con sus grandes
cruces colgando, y hasta con espadín y sombrero de tres picos. Vea usted
por qué no traduje que el cielo estrellado era la placa de Dios. Pase
porque sea el cielo estrellado el manto de Dios, su vestidura, su
túnica; pero su _crachat_....., vamos, esto es ya demasiado. Todavía, á
pesar del alto concepto metafísico y todo espiritual que hoy tenemos de
Dios, se consiente que, por la larga costumbre, nos le representemos,
valiéndonos de imagen material, como un anciano venerable, con luengas y
flotantes vestiduras. Lo que no se puede sufrir es representarle con
uniforme de ministro y con placas, aunque sean estas placas soles. Sin
duda que uniforme y placas tan desmedidos tienen cierta sublimidad
matemática, y corresponden á la inmensidad de Dios por lo extenso; pero
hay bastante grosería materialista y risible en figurarse á Dios así,
como un ser excesivamente corpulento y vestido á la moda de nuestros
días.
Además, habiendo en francés la palabra _placa_, valerse de la palabra
_crachat_, más innoble y muy anfibológica, me pareció tan fuera de lo
que se usa, que no quise yo persuadirme de que Víctor Hugo hacía de Dios
un _Monsieur décoré_. Entendí, pues, que la intención de Víctor Hugo era
la de buscar, no la sublimidad matemática extensa, sino la sublimidad
dinámica, y traduje suavizando, y aun creo que no traduje mal, _El cielo
estrellado es un esputo de Dios_. La imagen tiene de esta suerte sabor á
poema indio, y hace más grande y poderoso á Dios escupiendo el mundo
que llevándole colgado en el uniforme como una venera.
Más natural que llevar colgado el universo, es en un Dios creador
lanzarle de su boca. Algo, aunque al revés, recuerdo yo haber leído en
el _Ramayana_. Siva, el dios destructor, se encoleriza contra los
sesenta mil hijos del rey Sagara y de su legitima esposa Sumatis,
hermana de Garuda, rey de los pájaros, porque estos príncipes han hecho
doscientas mil insolencias y travesuras, y, sin respeto ni consideración
á las tortugas y elefantes colosales que sostienen la pesadumbre del
mundo, han bajado al abismo. Entonces Siva da un resoplido con las
narices, y los sesenta mil héroes quedan reducidos á ceniza.
En edades primitivas, cuando, para el vulgo al menos, la idea de la
Divinidad tenía no poco de infantil, es esto extremadamente sublime;
pero en nuestra edad, el poeta que nos quiera representar á Dios
valiéndose de imágenes materiales, por gigantescas que sean, se expone,
á mi ver, á dar en lo ridículo al ir á buscar lo sublime.
En resolución, y como Ud. mismo declara, yo elogio mucho á Víctor Hugo.
La diferencia entre usted y el Sr. Rivas Groot por un lado, y yo por
otro, está en que yo le elogio á pesar de sus pecados, y Ud. y su
compatriota encarecen el elogio hasta declararle impecable.
Acaso consista esta diferencia en que Ud. se deja guiar en sus juicios
por una estética muy encumbrada, mientras que yo, aunque gusto de la
estética, y creo que para cierta crítica afirmativa es indispensable,
todavía estimo los antiguos preceptos de las Poéticas, fundadas sólo
acaso en el sentido común, en el buen gusto y en la observación y el
estudio, y creo que dichos preceptos, si no valen para descubrir
bellezas y sublimidades, son infalibles y seguros en lo tocante á
señalar los verdaderos defectos. Y es indudable que estos defectos deben
señalarse, sobre todo en los autores famosos, á quienes suelen imitar
los que empiezan, imitando con más frecuencia los extravíos, porque son
más fáciles de imitar.
Sólo me queda por decir que agradezco á usted mucho las muestras de
afecto y de estimación que me da en su carta, la cual, aunque no sea
sino por esto, no he querido dejar sin contestación.


EL PERFECCIONISMO ABSOLUTO

_12 de Marzo de 1888._
Á D. JESÚS CEBALLOS DOSAMANTES

I
Muy estimado señor mío: Con grande contento y satisfacción de amor
propio he recibido la carta de Ud. y el ejemplar, que la acompañaba, del
interesante libro que Ud. acaba de publicar en esa ciudad de México, y
cuyo título es _El perfeccionismo absoluto. Bases fundamentales de un
nuevo sistema filosófico._
Harto bien comprendo el enorme disgusto de usted, después de haber
condenado todas las creencias de sus mayores, renegado de ellas y
quedándose sin fe en nada, sin religión y sin filosofía. Pero si lo que
Ud. piensa ahora no es ilusión, nunca el refrán _no hay mal que por bien
no venga_ pudo ser traído más á cuento. Lícito es afirmar entonces que
la tristísima situación de ánimo en que Ud. se puso, sus dudas y
negaciones ultracartesianas, y el vago y vacilante punto de apoyo que
sólo sostenía, al borde de un abismo el inseguro ingenio de Ud., fueron
á modo de trampolín, que dió empuje á dicho ingenio para brincar y
encaramarse á una altura adonde en balde han aspirado á subir los
sabios, desde Pitágoras, ó desde mucho antes, hasta nuestros días.
El triunfo de que Ud. se jacta es tan estupendo, es tan soberbio el
_eureka_ de Ud., y es tan precioso el hallazgo, que no ha de extrañar
Ud. ni tomar á mal que yo dude de todo y no acepte nada sin examen.
Usted me honra y me lisonjea mucho consultándome; pero me consulta á
titulo de escéptico, y yo desempeñaría pérfidamente mi papel si no
mostrase mi escepticismo, en lo esencial al menos.
En lo restante, para no pecar de prolijo, voy á convenir con Ud., y aun
voy á ir más allá: voy á dar por demostrado é innegable, así lo que Ud.
supone descubierto ya por la ciencia experimental, como las hipótesis
plausibles que Ud. aventura.
De esta suerte, Ud. y yo coincidiremos en la idea que de todo el
universo formamos, y en la marcha que siguen cuantas cosas hay en él, y
principalmente el humano linaje, aproximándose cada vez más á la
perfección.
Yo sé poquísimo de ciencias naturales y exactas; pero el saber de los
otros suplirá mi saber, y yo me fiaré de lo que Ud. y otros aseguren, y
lo tomaré por cierto.
No es del caso entrar en pormenores. Voy á decir, en resumen, lo que
tenemos averiguado.
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