Cañas y barro: Novela - 12

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_Cañamèl_ gemía, dominado por el carnal instinto. Era su única
diversión, su constante pensamiento en medio de la dolorosa
inmovilidad del reuma. Por la noche se ahogaba al tenderse en el
lecho: tenía que esperar el amanecer sentado en un sillón de cuerda
junto á la ventana, con doloroso resuello de asmático. De día
sentíase mejor, y cuando se cansaba de tostar sus piernas ante el
fuego, entrábase con paso vacilante en las habitaciones interiores.
--¡Neleta... Neleta!--gritaba con voz ansiosa, en la que su mujer
adivinaba una súplica.
Y Neleta iba allá con gesto resignado, abandonando el mostrador á
su tía, permaneciendo oculta más de una hora, mientras sonreían los
parroquianos, enterados de todo por su vida casi en común con los
taberneros.
El tío _Paloma_, que así como se aproximaba el término de la
explotación del _redolí_ era menos respetuoso con su consocio, decía
que _Cañamèl_ y su mujer se perseguían en la taberna como los perros
en plena calle.
La _Samaruca_ afirmaba que estaban asesinando á su cuñado. La tal
Neleta era una criminal y su tía una bruja. Entre las dos habían dado
algo al tío Paco que le trastornaba el juicio: tal vez los _polvos
seguidores_ que sabían fabricar ciertas mujeres para vencer el desvío
de los hombres. Así andaba el pobre, rabioso tras ella, sin apagar
nunca su sed, perdiendo cada día un nuevo jirón de salud. ¡Y no
había justicia en la tierra para castigar este crimen!...
El estado del tío Paco justificaba las murmuraciones. Los
parroquianos le veían inmóvil junto al hogar, aun en pleno verano,
buscando el fuego en el que hervían las _paellas_. Las moscas
revoloteaban junto á su cara, sin que mostrase voluntad para
espantarlas. En los días de sol se envolvía en la manta, gimiendo
como un niño, quejándose del frío que le producían los dolores. Sus
labios tomaban un color azulado; las mejillas, flácidas y abultadas,
tenían la palidez amarillenta de la cera, y los ojos saltones estaban
rodeados de una aureola negra, en la que parecían hundirse. Era
un fantasma enorme, grasiento y temblón, que entristecía con su
presencia á los parroquianos. El tío _Paloma_, que había terminado
con _Cañamèl_ el negocio del _redolí_, no iba por la taberna.
Aseguraba que el vino le parecía menos gustoso mirando aquel fardo de
dolores y gemidos. Como el viejo tenía ahora dinero, frecuentaba una
tabernilla adonde le habían seguido sus amigos, y la concurrencia de
casa _Cañamèl_ sufrió gran disminución.
Neleta aconsejaba á su marido que fuese á los baños que recomendaban
los médicos. Su tía le acompañaría.
--_Més avant_--respondía el enfermo--. _Después... después._
Y seguía inmóvil en la silleta de esparto, sin voluntad para
separarse de la mujer y de aquel rincón, al que parecía agarrada su
existencia.
Los tobillos comenzaron á hinchársele, tomando monstruosas
dimensiones. Neleta esperaba esto. Era la hinchazón de los
_maleolos_ (esto es, recordaba bien el nombre) que le había anunciado
un médico en su último viaje á Valencia.
Esta manifestación de la enfermedad sacó á _Cañamèl_ de su sopor. Ya
sabía él lo que era aquello. La humedad maldita del Palmar que se le
metía por los pies al permanecer quieto. Y obedeció á Neleta, que le
ordenaba trasladarse á otro terreno. En Ruzafa tenían, como todos los
ricos del Palmar, su casita alquilada para casos de enfermedad. Allí
podría valerse de los médicos y las farmacias de Valencia. _Cañamèl_
emprendió el viaje, acompañado de la tía de su mujer, y estuvo
ausente unos quince días. Pero apenas la hinchazón decreció un poco,
el tío Paco quiso volver, afirmando que ya estaba bueno. No podía
vivir sin su Neleta. En Ruzafa sentía el frío de la muerte cuando,
al llamar á su esposa, se presentaba la tía, con su cara arrugada y
hocicuda de anguila vieja.
Volvió á reanudar los antiguos hábitos, sonando en la taberna el
débil quejido de _Cañamèl_ como un continuo lamento.
Á principios del otoño tuvo que volver á Ruzafa en peor estado.
La hinchazón comenzaba á extenderse por sus piernas, enormes,
desfiguradas por el reuma, verdaderas patas de elefante, que
arrastraba con dificultad, apoyándose en el más cercano y lanzando un
quejido al colocar el pie en el suelo.
Neleta acompañó á su marido hasta la barca-correo. La tía había ido
delante, por la mañana, en el _carro de las anguilas_, para preparar
la casita de Ruzafa.
Por la noche, al acostarse, después de cerrada la taberna, Neleta
creyó oir por el lado que daba al canal un silbido tenue que conocía
desde niña. Entreabrió una ventana para mirar. ¡Él estaba allí!
Paseaba como un perro triste, con la vaga esperanza de que le
abrieran. Neleta cerró, volviéndose á la cama. Resultaba una locura
el propósito de Tonet. No era tonta para comprometer su porvenir
en un rapto de apasionamiento juvenil. Como decía su enemiga la
_Samaruca_, ella sabía más que una vieja.
Halagada, sin embargo, por el apasionamiento de Tonet, que corría
á ella tan pronto como la consideraba sola, la tabernera se durmió
pensando en su amante. Había que dejar correr el tiempo. Tal vez,
cuando menos lo esperasen, retoñaría la antigua felicidad.
La vida de Tonet había sufrido un nuevo cambio. Volvía á ser bueno,
á vivir con su padre, á trabajar en los campos, que estaban casi
cubiertos de tierra, gracias á la tenacidad del tío Tòni.
Los desmanes del _Cubano_ en la Dehesa habían terminado. La Guardia
civil de la huerta de Ruzafa visitaba con frecuencia la selva.
Aquellos soldados bigotudos, de cara inquisitorial, hacían llegar
hasta él su resolución de contestar con una bala de mauser el primer
escopetazo que disparase entre los pinos. El _Cubano_ aprovechó
la advertencia. Las gentes del correaje amarillo no eran como los
guardas de la Dehesa: podían dejarlo tendido al pie de un árbol
y después pagaban con un pedazo de papel dando cuenta del hecho.
Licenció á _Sangonera_, y otra vez volvió el vagabundo á su vida
errante, coronándose de flores de los ribazos cuando estaba ebrio
y buscando por el lago la mística aparición que tanto le había
impresionado.
Tonet, por su parte, colgó la escopeta en la barraca de su padre y
juró ante éste un arrepentimiento eterno. Quería que le tuvieran por
hombre grave. Sería para el tío Tòni respetuoso y bueno, como éste lo
había sido con el abuelo. Acababan para siempre las calaveradas. El
padre, enternecido, abrazó á Tonet, lo que no había hecho desde que
volvió de Cuba, y juntos se entregaron al enterramiento de los campos
con el ardor del que ve su obra próxima á terminar.
La tristeza daba nuevas fuerzas á Tonet, endureciendo su voluntad.
Impulsado por la pasión, que le roía las entrañas, había rondado
varias noches en torno de la taberna, sabiendo que Neleta estaba
sola. Había visto entreabrirse levemente las hojas de una ventana y
volver á cerrarse. Sin duda le había reconocido, y á pesar de esto
permanecía muda, inabordable. Nada debía esperar. Sólo le quedaba el
cariño de los suyos. Y cada vez se unía más al tío Tòni y la _Borda_,
participando de sus ilusiones y sus penas, compartiendo con ellos
la miseria y admirándoles con la sencillez de sus costumbres, pues
apenas bebía y pasaba las veladas relatando al padre sus aventuras de
guerrillero. La _Borda_ mostrábase radiante de felicidad, y cuando
hablaba con alguna vecina era para elogiar á su hermano. ¡El pobre
Tonet! ¡cuán bueno era! ¡cómo alegraba al padre cuando quería!...
Neleta abandonó repentinamente la taberna para ir á Ruzafa. Tan
grande fué su prisa, que no quiso esperar la barca-correo, y llamó
al tío _Paloma_, para que en su barquito la condujese al Saler, al
puerto de Catarroja, á cualquier punto de tierra firme desde donde
pudiera dirigirse á Ruzafa.
_Cañamèl_ estaba muy grave: agonizaba. Para Neleta no era esto lo
más importante. Su tía había llegado por la mañana con noticias que
la dejaron inmóvil de sorpresa tras el mostrador. La _Samaruca_
estaba en Ruzafa hacía cuatro días. Se había metido en la casa
como parienta, y la pobre tía no osaba protestar. Además llevaba
con ella á un sobrino, al que quería como un hijo, y que vivía con
ella: el mismo á quien Tonet había pegado la noche de _les albaes_.
Al principio, la enfermera calló, con su bondad de mujer sencilla:
eran parientes de _Cañamèl_, y no tenía tan mal corazón que fuese á
privar al enfermo de estas visitas. Pero después oyó algunas de las
conversaciones de _Cañamèl_ y su cuñada. Aquella bruja se esforzaba
por convencerle de que nadie le quería como ella y el sobrino.
Hablaba de Neleta, asegurando que, tan pronto como él emprendió
el viaje, el nieto del tío _Paloma_ entraba en su casa todas las
noches. Además... (aquí vacilaba de miedo la vieja) el día anterior
se presentaron en la casa dos señores conducidos por la _Samaruca_ y
su sobrino: uno que preguntaba á _Cañamèl_ con voz queda y otro que
escribía. Debía ser cosa de testamento.
Ante esta noticia, Neleta se mostró tal como era. Su vocecita mimosa,
de dulzonas inflexiones, se tornó ronca; brillaron como si fuesen de
talco las claras gotas de sus ojos, y por su piel blanca corrió una
oleada de verdosa palidez.
--_¡Recordóns!_--gritó como un barquero de los que concurrían á la
taberna.
¿Y para esto se había casado ella con _Cañamèl_? ¿Para esto aguantaba
una enfermedad interminable, esforzándose por aparecer dulce y
cariñosa? Vibraba en pie dentro de ella, con toda su inmensa fuerza,
el egoísmo de la muchacha rústica que coloca el interés por encima
del amor.
En el primer impulso quiso golpear á su tía, que le comunicaba tales
noticias á última hora, cuando tal vez no había remedio. Pero la
explosión de cólera le haría perder tiempo, y prefirió correr á la
barca del tío _Paloma_ con tanta prisa, que ella misma empuñó una
percha para salir cuanto antes del canal y tender la vela.
Á media tarde entró como un huracán en la casita de Ruzafa. Al verla
la _Samaruca_ palideció, é instintivamente fué de espaldas á la
puerta; pero apenas intentó retirarse, la alcanzó una bofetada de
Neleta, y las dos mujeres se agarraron del pelo mudamente, con sorda
rabia, revolviéndose, yendo de un lado á otro, chocando contra las
paredes, haciendo rodar los muebles con las manos crispadas hundidas
en el moño, como dos vacas uncidas que se pelearan con las cabezas
juntas sin poder separarse.
La _Samaruca_ era fuerte é inspiraba cierto miedo á las comadres del
Palmar, pero Neleta, con su sonrisita dulce y su voz melosa, ocultaba
una vivacidad de víbora y mordía á su enemiga en la cara con un furor
que la hacía tragarse la sangre.
--_¿Qué es això?_--gemía en una habitación inmediata la voz da
_Cañamèl_, asustado por el estruendo--. _¿Qué pasa?..._
El médico, que estaba con él, salió del dormitorio, y ayudado por el
sobrino de la _Samaruca_, pudo separar á las dos mujeres, después de
grandes esfuerzos y de recibir no pocos arañazos. En la puerta se
agolpaban los vecinos. Admiraban el ciego ensañamiento con que riñen
las mujeres, y alababan el coraje de la rubia pequeñita, que lloraba
por no poder _desahogarse_ más.
La cuñada de _Cañamèl_ huyó, seguida de su sobrino; cerróse la puerta
de la casa, y Neleta, con los pelos en desorden y la blanca tez
enrojecida por los arañazos, entró en el cuarto del marido después de
limpiarse la sangre ajena que manchaba sus dientes.
_Cañamèl_ era una ruina. Las piernas hinchadas, monstruosas: el
edema, según decía el médico, se extendía ya por el vientre, y la
boca tenía la lividez azul de los cadáveres.
Parecía aún más enorme sentado en un sillón de cuerda, con la cabeza
hundida entre los hombros, sumido en un sopor de apoplético, del que
sólo lograba salir á costa de grandes esfuerzos. No preguntó la causa
del estruendo, como si la hubiese olvidado instantáneamente, y sólo
al ver á su mujer hizo un torpe gesto de alegría y murmuró:
--_Estic molt mal... molt mal._
No podía moverse. Tan pronto como intentaba acostarse se ahogaba, y
había que correr á levantarlo como si hubiese llegado su última hora.
Neleta hizo sus preparativos para quedarse allí. La _Samaruca_ no se
burlaría más. No soltaba á su marido hasta llevárselo bueno al pueblo.
Pero ella misma hacía un gesto de incredulidad ante la esperanza
de que _Cañamèl_ pudiera volver á la Albufera. Los médicos no
ocultaban su triste opinión. Se moría de un reumatismo cardíaco, de
_asistolia_. Era enfermedad sin remedio; el corazón quedaría falto de
contracción en el momento menos esperado y acabaría la vida.
Neleta no abandonaba á su marido. Aquellos señores que habían escrito
papeles cerca de él no se apartaban de su pensamiento. La enfurecía
el amodorramiento de _Cañamèl_; quería saber qué es lo que había
dictado bajo la maldita inspiración de la _Samaruca_, y le sacudía
para hacerle salir de su sopor.
Pero el tío Paco, al reanimarse un momento, contestaba siempre lo
mismo. Todo lo había dispuesto bien. Si ella era buena, si le quería
como tantas veces se lo había jurado, nada debía temer.
Á los dos días murió _Cañamèl_ en su sillón de esparto, asfixiado por
el asma, hinchado, con las piernas lívidas.
Neleta apenas lloró. Otra cosa la preocupaba. Cuando el cadáver hubo
salido para el cementerio y ella se vió libre de los consuelos que le
prodigaban las gentes de Ruzafa, sólo pensó en buscar al notario que
había redactado el testamento y enterarse de la voluntad de su esposo.
No tardó en lograr su deseo. _Cañamèl_ había sabido hacer bien las
cosas, como afirmaba en sus últimos momentos.
Declaraba su heredera á Neleta, sin mandas ni legados. Pero ordenaba
que si ella volvía á casarse ó demostraba con su conducta sostener
relaciones amorosas con algún hombre, la parte de su fortuna de que
podía disponer pasase á su cuñada y á todos los parientes de la
primera esposa.


VIII

Nadie supo cómo volvió Tonet á la taberna del difunto _Cañamèl_.
Los parroquianos le vieron una mañana sentado ante una mesilla,
jugando al truque con _Sangonera_ y otros desocupados del
pueblo, y nadie lo extrañó. Era natural que Tonet frecuentase un
establecimiento del que era Neleta única dueña.
Volvió el _Cubano_ á pasar allí su vida, abandonando de nuevo al
padre, que había creído en una total conversión. Pero ahora ya
no se reproducía entre él y la tabernera aquella confianza que
escandalizaba al Palmar con sus alardes de fraternidad sospechosa.
Neleta, vestida de luto, estaba tras el mostrador, embellecida por
cierto aire de autoridad. Parecía más grande al verse rica y libre.
Bromeaba menos con los parroquianos; mostrábase de una virtud arisca;
acogía con torvo ceño y apretando los labios las bromas á que estaban
habituados los concurrentes, y bastaba que algún bebedor rozase al
tomar el vaso sus brazos arremangados, para que Neleta sacase las
uñas, amenazando con plantarlo en la puerta.
La concurrencia aumentaba desde que había desaparecido el doliente é
hinchado espectro de _Cañamèl_. El vino servido por la viuda parecía
mejor, y las tabernillas del Palmar volvían á despoblarse.
Tonet no osaba fijar sus ojos en Neleta, como temiendo los
comentarios de la gente. ¡Ya hablaba bastante la _Samaruca_, viéndole
otra vez en la taberna! Jugaba, bebía, se sentaba en un rincón, como
lo hacía _Cañamèl_ en otros tiempos, y parecía dominado á distancia
por aquella mujer que á todos miraba menos á él.
El tío _Paloma_ comprendía con su habitual astucia la situación del
nieto. Estaba siempre allí por no disgustar á la viuda, que deseaba
tenerle bajo su vista, ejercer sobre él una autoridad sin límites.
Tonet «montaba la guardia», como decía el viejo, y aunque de vez
en cuando sentía deseos de salir á los carrizales á disparar unos
cuantos escopetazos, callaba y permanecía quieto, temiendo sin duda
las recriminaciones de Neleta cuando se viesen á solas.
Mucho había sufrido ella en los últimos tiempos, aguantando las
exigencias del dolorido _Cañamèl_, y ahora que era rica y libre se
resarcía, haciendo pesar su autoridad sobre Tonet.
El pobre muchacho, asombrado de la prontitud con que la muerte
arreglaba las cosas, dudaba aún de su buena fortuna al verse en casa
de _Cañamèl_, sin miedo á que apareciese el irritado tabernero.
Contemplando aquella abundancia, de la que Neleta era única dueña,
obedecía todas las exigencias de la viuda.
Ella le vigilaba con duro cariño, semejante á la severidad de una
madre.
--_No begues més_--decía á Tonet, que, incitado por _Sangonera_, se
atrevía á pedir nuevos vasos en el mostrador.
El nieto del tío _Paloma_, obediente como un niño, se negaba á beber
y permanecía inmóvil en su asiento, respetado por todos, pues nadie
ignoraba sus relaciones con la dueña de la casa.
Los parroquianos, que habían presenciado su intimidad en tiempos
de _Cañamèl_, encontraban lógico que los dos se entendiesen. ¿No
habían sido novios? ¿No se habían querido hasta el punto de excitar
los celos del cachazudo tío Paco?... Se casarían ahora, tan pronto
como pasasen los meses de espera que la ley exige á la viuda, y el
_Cubano_ daríase aires de legítimo dueño tras aquel mostrador que ya
había asaltado como amante.
Los únicos que no aceptaban esta solución eran la _Samaruca_ y
sus parientes. Neleta no se casaría: estaban seguros de ello. Era
demasiado mala aquella mujercita de melosa lengua para hacer las
cosas como Dios manda. Antes que realizar el sacrificio de ceder á
los parientes de la primera esposa lo que era muy suyo, preferiría
vivir enredada con el _Cubano_. Para ella nada tenía esto de nuevo.
¡Cosas más grandes había visto el pobre _Cañamèl_ antes de morir!...
Espoleados por el testamento que les ofrecía la posibilidad de ser
ricos y por la convicción de que Neleta no había de allanarles el
camino casándose, la _Samaruca_ y los suyos ejercían un minucioso
espionaje en torno de los amantes.
Por las noches, á altas horas, cuando se cerraba la taberna, la
feroz mujerona, arrebujada en su mantón, espiaba la salida de los
parroquianos, buscando entre ellos á Tonet.
Veía á _Sangonera_ que se retiraba á su barraca con paso inseguro.
Los compañeros le perseguían con sus burlas, preguntándole si
había vuelto á encontrar al afilador italiano. Él, en medio de su
embriaguez, se serenaba... ¡Pecadores! ¡Parecía imposible que siendo
cristianos se burlasen de aquel encuentro!... Ya vendría el que todo
lo puede, y su castigo sería no reconocerlo, no seguirlo, privándose
de la felicidad reservada á los escogidos.
Algunas veces, al quedarse solo _Sangonera_ ante su barraca, lo
abordaba la _Samaruca_, surgiendo de la obscuridad como una bruja.
¿Dónde estaba Tonet? Pero el vagabundo sonreía maliciosamente,
adivinando las intenciones de la mujerona. ¡Preguntitas á él! Y
extendiendo sus manos con un gesto vago, como si quisiera abarcar
toda la Albufera, contestaba:
--_¿Tonet? Per lo mon; per lo mon._
La _Samaruca_ era infatigable en sus averiguaciones. Antes de romper
el día ya estaba frente á la barraca de los _Palomas_, y al abrir la
puerta la _Borda_ entablaba conversación con ella, mientras lanzaba
ávidas miradas al interior de la vivienda para ver si Tonet estaba
dentro.
La implacable enemiga de Neleta adquirió la convicción de que el
joven se quedaba por las noches en la taberna. ¡Qué escándalo!
¡Cuando sólo hacía unos meses que había muerto _Cañamèl_! Pero lo
que más le irritaba de esta audacia amorosa era que el testamento
del tabernero quedase sin cumplir y la mitad de sus bienes siguiera
en poder de la viuda, en vez de pasar á los parientes de la
primera mujer. La _Samaruca_ hizo viajes á Valencia: se enteró de
personas que conocían las leyes por la punta de las uñas, y pasó
el tiempo en continua agitación, acechando noches enteras por los
alrededores de la taberna, acompañada de parientes que habían de
servirla de testigos. Esperaba que Tonet saliese de la casa antes
del amanecer, para probar de este modo sus relaciones con la viuda.
Pero las puertas de la taberna no se abrían en toda la noche: la
casa permanecía obscura y silenciosa, como si todos durmiesen en su
interior el sueño de la virtud. Por la mañana, cuando la taberna se
abría, Neleta mostrábase tras el mostrador tranquila, sonriente,
fresca, mirando á todos frente á frente, como la que nada tiene que
reprocharse; y mucho tiempo después, Tonet aparecía como por arte de
encantamiento, sin que los parroquianos supiesen ciertamente si había
entrado por la puerta que daba á la calle ó la del canal.
Era difícil pillar en falta á aquella pareja. La _Samaruca_ se
desesperaba, reconociendo la astucia de Neleta. Para evitar
confidencias, había despedido á la criada de la taberna,
reemplazándola con su tía, aquella vieja sin voluntad, resignada á
todo, que sentía cierto respeto no exento de miedo ante el genio
violento de la sobrina y las riquezas de su viudez.
El vicario don Miguel, enterado de los sordos trabajos de la
_Samaruca_, agarró más de una vez á Tonet, sermoneándole para
que evitase el escándalo. Debían casarse: cualquier día podían
sorprenderles los del testamento y se hablaría del hecho en toda
la Albufera. Aunque Neleta perdiese una parte de su herencia, ¿no
era mejor vivir como Dios manda, sin tapujos ni mentiras? El
_Cubano_ movía los hombros. Él deseaba el matrimonio, pero ella
debía resolver. Neleta era la única mujer del Palmar que, con su
acostumbrada dulzura, hacía frente al rudo vicario: por esto se
indignaba al oir sus reprimendas. ¡Todo eran mentiras! Ella vivía sin
faltar á nadie. No necesitaba hombres. Le precisaba un criado en la
taberna y tenía á Tonet, que era su compañero de la niñez... ¿Es que
no podía escoger en una casa como la suya, llena de _intereses_, al
que le mereciese más confianza? Ya sabía ella que todo eran calumnias
de la _Samaruca_ para que la regalase los campos de arroz de _su
difunto_; la mitad de una fortuna á cuya creación había contribuído
como esposa honrada y laboriosa. Pero ¡estaba fresca aquella bruja si
esperaba la herencia! ¡primero se secaría la Albufera!
La avaricia de la mujer rural se revelaba en Neleta con una fogosidad
capaz de los mayores arrebatos. Despertábase en ella el instinto de
varias generaciones de pescadores miserables roídos por la miseria,
que admiraban con envidia la riqueza de los que poseen campos y
venden el vino á los pobres, apoderándose lentamente del dinero.
Recordaba su niñez hambrienta, los días de abandono, en los que se
colocaba humildemente en la puerta de los _Palomas_ esperando que la
madre de Tonet se apiadase de ella; los esfuerzos que tuvo que hacer
para conquistar á su marido y sufrirle durante su enfermedad; y ahora
que se veía la más rica del Palmar, ¿tendría por ciertos escrúpulos
que repartir su fortuna con gentes que siempre la habían hecho daño?
Sentíase capaz de un crimen antes que entregar un alfiler á los
enemigos. La posibilidad de que pudiese ser de la _Samaruca_ una
parte de las tierras de arroz que ella cuidaba con tanta pasión la
hacía ver rojo de cólera, y sus manos se crispaban con la misma furia
que en Ruzafa la hizo arrojarse sobre su enemiga.
La posesión de la riqueza la transformaba. Mucho quería á Tonet,
pero entre éste y sus bienes, no dudaba en sacrificar al amante. Si
abandonaba á Tonet, volvería más ó menos pronto, pues su vida estaba
encadenada para siempre á ella; pero si soltaba la más pequeña parte
de su herencia, ya no la vería nunca.
Por esto acogió con indignación las tímidas proposiciones que le hizo
por la noche Tonet en el silencio del piso alto de la taberna.
Al _Cubano_ le pesaba esta vida de huídas y ocultaciones. Deseaba ser
dueño legal de la taberna; deslumbrar á todo el pueblo con su nueva
posición, hombrearse con las gentes que le habían despreciado. Además
(y esto lo ocultaba cuidadosamente), siendo marido de Neleta, le
pesaría menos el carácter dominador de ésta, su despotismo de mujer
rica que puede poner al amante en la puerta y abusa de la situación.
Ya que le quería, ¿por qué no se casaban?
Pero en la obscuridad de la alcoba, al decir esto Tonet, sonaban los
jergones de maíz del lecho con los movimientos impacientes de Neleta.
Su voz tenía la ronquera de la rabia... ¿Él también?... No, hijo;
sabía lo que necesitaba hacer, y no pedía consejos. Bien estaban así.
¿Le faltaba algo? ¿no disponía de todo como si fuera el dueño? ¿Para
qué darse el gusto de que los casase don Miguel, y después, tras la
ceremonia, abandonar la mitad de su fortuna en las manos puercas
de la _Samaruca_? Antes se dejaría cortar un brazo que amputar su
herencia. Además, ella conocía el mundo; salía algunas veces del
lago, iba á la ciudad, donde los señores admiraban su desparpajo, y
no se le ocultaba que lo que en el Palmar aparecía como una fortuna,
fuera de la Albufera no llegaba á una decorosa miseria. Tenía sus
pretensiones de ambiciosa. No siempre había de estar llenando copas
y tratando con beodos; quería acabar sus días en Valencia, en un
piso, como una señora que vive de sus rentas. Prestaría el dinero
mejor que _Cañamèl_, se ingeniaría para que su fortuna se reprodujese
con incesante fecundidad, y cuando fuese rica de veras, tal vez
se decidiera á transigir con la _Samaruca_, entregándola lo que
ella miraría entonces como una miseria. Cuando esto llegase podía
hablarla de casamiento si seguía portándose bien y obedeciéndola sin
disgustos. Pero en el presente no, _¡recordóns!_ nada de casorios ni
de dar dinero á nadie: primero se dejaba abrir por el vientre como
una tenca.
Y era tanta su energía al expresarse de esta manera, que Tonet no
osaba replicar. Además, aquel mozo que pretendía imponerse por su
valor á todo el pueblo sentíase dominado por Neleta y la tenía miedo,
adivinando que no estaba tan seguro de su afecto como creyó al
principio.
No era que Neleta se cansase de aquellos amores. Le quería, pero su
riqueza la daba sobre él una gran superioridad. Además, la mutua
posesión durante las noches interminables del invierno, en la taberna
cerrada y sin correr riesgo alguno, había amortiguado en ella la
excitación del peligro, la temblorosa voluptuosidad que la dominaba
en tiempos de _Cañamèl_ al besarse tras las puertas ó tener sus
citas rápidas en los alrededores del Palmar, siempre expuestos á una
sorpresa.
Á los cuatro meses de esta vida casi marital, sin otro obstáculo que
la vigilancia de la _Samaruca_, fácilmente burlada, Tonet creyó por
un momento que podrían realizarse sus deseos matrimoniales. Neleta
se mostraba preocupada y grave. La arruga vertical de su entrecejo
delataba penosos pensamientos. Por los más insignificantes pretextos
reñía con Tonet; lo insultaba, repeliéndolo y lamentándose de su
amor, maldiciendo el momento de debilidad en que le había abierto los
brazos; pero después, á impulsos de la carne, lo aceptaba de nuevo,
entregándose con abandono, como si la pena que la dominaba fuese
irreparable.
Su humor desigual y nervioso convertía las noches de amor en agitadas
entrevistas, durante las cuales alternaban las caricias con las
recriminaciones, y faltaba poco para que se mordieran las bocas que
momentos antes se besaban. Por fin, una noche, Neleta, con palabras
entrecortadas por la rabia, reveló el secreto de su estado. Había
enmudecido hasta entonces, dudando de su desgracia; pero ahora,
tras dos meses de observación, estaba segura. Iba á ser madre...
Tonet se sintió aterrado y satisfecho al mismo tiempo, mientras ella
continuaba sus lamentaciones. Aquello podía haber ocurrido viviendo
_Cañamèl_ sin peligro alguno. Pero el demonio, que sin duda andaba de
por medio, había creído mejor hacer surgir el obstáculo en momentos
difíciles, cuando ella estaba interesada en ocultar sus amores para
no dar gusto á los enemigos.
Tonet, pasado el primer momento de sorpresa, la preguntó con timidez
qué pensaba hacer. En el temblor de su voz adivinó ella los ocultos
pensamientos del amante y rompió á reir con una carcajada irónica,
burlona, que revelaba el temple de su alma. ¡Ah! ¿creía que por
esto iba á casarse? No la conocía. Podía estar seguro de que antes
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