Belarmino y Apolonio - 12

Total number of words is 4737
Total number of unique words is 1806
30.3 of words are in the 2000 most common words
41.3 of words are in the 5000 most common words
46.4 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
todavía por el espanto y rigidez patéticos, y no poder recobrar la
elasticidad y movilidad de los músculos de la expresión. Polus, actor
griego, cuéntase que, representando _Electra_, de Sófocles, sacó a
escena la urna con las cenizas de su propio hijo, porque el sentimiento
de su dolor fuese sincero y comunicativo. De seguro don Guillén, al
representar aquella tarde el drama del Calvario, había conducido en la
urna recóndita del corazón las cenizas de su propia vida; cenizas
ardientes aún. Horas después, todavía los ojos, las mejillas, la boca,
la posición de cabeza, torso y brazos, eran como signos gráficos de
fácil interpretación, en donde se podía leer un traslado de las divinas
palabras: _Tristis est anima mea usque ad mortem_; triste está mi alma
hasta la muerte.
Yo pensé que si don Guillén perseveraba en aquel modo de espíritu, no
proseguiría narrándome la interioridad de su vida. Recordé lo que él me
había dicho la noche anterior: que su padre, Apolonio, creía, de
conformidad con la sapiencia búdica, que cada hombre lleva su destino
escrito en la frente, con caracteres invisibles. Acaso, pensaba yo, los
caracteres que don Guillén lleva escritos en la frente no son por entero
invisibles, y la diversidad de sus nombres bautismales indica
correspondiente diversidad de personalidades. Y así, esperé que, pasado
un lapso de tiempo prudencial, la personalidad del hombre sereno y
expansivo se sobrepusiese a la del hombre apasionado, triste y
taciturno, y que don Guillén reanudase su cuento. Le hablé, por
favorecer el tránsito, de cosas indiferentes a su preocupación actual,
pero no tan indiferentes que resultasen frívolas o necias. Advertí que
la cerrazón de la máscara trágica se abonanzaba. Se insinuó una sonrisa.
Era el advenimiento del hombre efusivo.
--Anoche--dijo al fin don Gillén--comencé a contarle innumerables
futesas, sin interés o de muy escaso interés. Pero este asomo de interés
se desvanecerá si dejamos truncada la historia. Anoche me despedí de
usted desde las puertas del Seminario conciliar de la diócesis de
Pilares. Ahora, le invito a entrar conmigo. Doce añitos de estancia;
pero, no se asuste usted. Comprimiremos estos años hasta dejarlos
reducidos al volumen de un cuarto de hora. La consideración del tiempo
por venir mete miedo; y, sin embargo, el tiempo no ocupa lugar; pero no
nos damos cuenta de que no existe hasta que ha pasado. Nos afanamos por
apoderarnos de prisa, de prisa, trozo a trozo, del gran bloque del
tiempo venidero, y estamos en la situación de un avaro que no hiciese
sino guardar onzas de oro en un arca, y que cada onza se le desvaneciese
sin llegar al fondo. Fíjese usted en la impropiedad del lenguaje, en lo
que respecta al tiempo y a la edad de los hombres. Se dice: «Este niño
tiene muy pocos años», o «este viejo tiene muchos años». ¡Qué disparate!
El niño es el que tiene muchos años y el viejo el que tiene pocos años,
poquísimos, quizás meses, quizás días, quizás horas, porque el tiempo
pasado ya no existe.
Aquellas consideraciones, aunque sutiles y originales, no me parecían
pertinentes. Lo que yo quería conocer no eran las ideas de don Guillén,
sino su vida y sentimientos. Le atajé, con cauta ironía:
--Tiene usted razón. No presumía que en los seminarios enseñaban a
discurrir de esa manera sintética y plástica, por paradojas.

[Nota: DISQUISICIÓN DE DON GUILLÉN ACERCA DE LA POESÍA DEL BREVIARIO]
--¡Qué han de enseñar...!--exclamó don Guillén, riéndose alegremente--.
Comprendo, comprendo.... Quiere usted darme a entender que le he metido
en el Seminario para un cuarto de hora solamente y que no desea usted
dilatarse en este lugar ni un minuto más de lo imprescindible. Pues ya
se ha cerrado la puerta a nuestra espalda. En las narices, en los ojos,
en los oídos, en la lengua, en el tacto, en el alma, recibe usted una
impresión de verdín, lo que en Pilares llaman verdín; ese moho fofo y
viscoso que nace, junto con las lombrices de tierra, en los rincones
húmedos, sombríos y silenciosos. Estaremos en uno de esos rincones un
cuarto de hora justo; viviremos luego cien años, y no se despegará de
nuestros sentidos aquella sensación de verdín, de cardenillo vegetal, de
frío en los tuétanos y de contigüidad con exangües lombrices, dúctiles y
ondulantes cirios de cera amarilla. Estos cirios eran, claro está, mis
compañeros. Los más provenían de extracción humildísima, de las breñas y
entrañas del terruño labriego; pertenecían a familias de aldeanos
pobres, con el peculio preciso para pagar a uno de los varones la
modicísima pensión del Seminario, por entonces poco más de una peseta
diaria; eran de una raza intermedia entre la pura animalidad y un
rudimento de especie humana. ¡Qué facies y qué cogote, señor...! Había
colodrillos perfectamente planos y obtusos, en cuya intimidad no era
posible que cupiese un cerebelo. Otros colodrillos eran exageradamente
apepinados y piramidales. Yo me preguntaba: ¿Dónde se les va a situar a
éstos la tonsura, si no tienen espacio? Algunos de los dueños de estos
colodrillos se sientan hoy a mi lado en el cabildo catedral; todos ellos
están revestidos de autoridad, e imperan, en alguna medida, sobre el
régimen privado de las familias y el régimen público de la sociedad. Lo
curioso es que aquellas selváticas y fornidas criaturas, de frente
angosta, cejas unidas, ojos montaraces y piel bronceada, apenas entraban
en el Seminario adquirían el color incoloro y exangüe de la lombriz y de
la cera. Y lo cierto es que, aunque muy mal (garbanzos agusanados,
lentejas entreveradas con guijas, sebáceos pendejos de carne, queso
ratonado, avellanas y nueces vanas), comían mejor que en sus casas.
¡Inexplicable fenómeno! Éramos unos doscientos. Entre tantos, por de
contado que había hijos de familias mejor paradas de hacienda; de
menestrales prósperos, de tenderos y tal cual de la clase media. De
estos últimos había un Estanislao Correa, hijo de un procurador de los
Tribunales, tímido y delicado como una virgen o como un lirio, al cual
llamaban, groseramente, por mofa, San Estanislao de Cuesco, y le
amargaban de continuo la vida. ¡Qué bárbaros! También yo pasé mis malos
ratos. Lo que señaladamente les molestaba era que yo no perdía los
buenos colores. Siempre fuí tan coloradete como ahora soy. Los más
cerriles y pobretones caían sobre los que teníamos algún dinero, nos los
ordeñaban por las buenas o por las malas, y después de sobornar a los
criados les encargaban sustancias de comer y de beber, sobre todo vino
blanco. Eran aficionadísimos al vino blanco. Como estaba prohibido el
vino en el Seminario ni se consentía tener botellas, servíanse, para
guardar el vino, de un expediente repugnante: lo metían en orinales, y
de ellos bebían, a modo de cuenco. Dormíamos en grandes dormitorios
comunes, que casi nunca barrían. El suelo estaba sembrado de mondas de
castañas, naranjas y otros frutos, según la estación. Algunos de los
medianos, y aun de los mayores, por la noche se escapaban «de mozas»,
como allí se decía. Solíamos asistir los demás a la escapatoria; quiero
decir, al acto de escaparse. El Seminario, por la parte de los
dormitorios, caía sobre un profundo barranco, ya en las afueras de la
ciudad. El prófugo tenía que ser mozo recio y de cabeza firme contra el
vértigo. El instrumento de la evasión se aparejaba con no menos de
veinte sábanas, que algunos de los seminaristas, procedentes de pueblos
costeños, unían por medio de nudos de marinero. Cuáles veces, por
embromar al juerguista, le retiraban la escala de sábanas y no se la
echaban sino de mañana, con el tiempo preciso para que se presentase a
la primera inspección, haciéndole pasar varias horas de congoja en el
barranco, entre maleza e inmundicia, acaso bajo la lluvia. Pues en aquel
ambiente se estaban incubando los futuros ministros de Dios. ¿Cuántos
tenían vocación? ¿Cuántos se habían encaminado al Seminario siguiendo
una voz interior persuasiva, una estrella ineludible? Yo les oía contar
chascarrillos de curas de aldea, de lo mucho que tragaban, de lo
majamente que vivían, de los amores con que se distraían, del respeto y
obediencia que se les tenía; y se refocilaban de antemano con la
esperanza de arrastrar una existencia a lo regalado y holgón en una
parroquia rústica, con el ama y la sobrina, pues casi todos profesaban,
teórica y cínicamente, la poligamia. ¿Tenía yo vocación? No sé si, por
reacción y enojo contra mis compañeros, llegué a estar convencido de
sentir una gran vocación. A ratos soy muy sentimental. Entonces, lo era
mucho más. Los oficios canónicos, las ceremonias del culto, el canto del
órgano, el resplandor de las luces, el misterioso recato de las
imágenes; todo esto me enternecía y agitaba hasta los posos del alma, y
tanto más en la medida que iba entendiendo el latín. Verdaderamente, la
liturgia de la Iglesia católica es muy bella, muy bella, muy sensual, a
propósito para temperamentos delicadamente voluptuosos. Leyendo vidas de
santos, y sobre todo de santas, se observa que los arrebatados fervores
y movimientos místicos del alma coinciden con las edades críticas: la
pubertad y la menopausia. A este fenómeno, un materialista le daría un
sentido bajo y torpe; diría que el sentimiento religioso es una emoción
sexual disfrazada. Para un espiritualista, el fenómeno tiene una
explicación más natural y profunda. Puesto que en esas edades críticas
el cuerpo, con infatigable tenacidad, impone su hegemonía sobre el alma,
es natural que en los seres de fina textura espiritual, el espíritu
intente divorciarse desesperadamente de la materia y oponer a las
precarias y fugitivas apetencias de la carne un objeto absoluto e
incorruptible, adonde se concentren los anhelos elevados, y de él
extraigan los más puros e inefables deleites. Se me dirá que esto no
acontece sino a las naturalezas enfermizas y anormales. Concedo. Pero es
que la inteligencia extraordinaria, los sentimientos nobilísimos y fuera
de lo común, la peregrina aptitud para producir belleza, ¿no son
anormalidades, enfermedades, como la perla es una enfermedad de la
ostra? La materia en equilibrio, en inercia, es realidad a medias. La
materia en transformación, en descomposición, es realidad íntegra,
porque está creando vida y nuevas energías. Y la energía es el elemento
espiritual del universo. Yo, sin jactancia, ¿qué jactancia puede caber
en esto?, soy un hombre bastante normal y equilibrado. Pero mucho más
equilibrados eran mis cerriles compañeros. Yo asistía a los oficios con
emoción, aunque sin subir al deliquio ni al arrobo; ellos estaban como
los perros en misa. Durante los cuatro primeros años de seminario, en
los cuales se estudia con preferencia el latín, me apliqué a dominar
esta lengua: ellos concluyeron los cuatro cursos sabiendo menos latín
que un toro de Miura. Yo tenía afición a los idiomas. El francés había
comenzado a enseñármelo la duquesa. Luego, por mi cuenta, perfeccioné su
conocimiento. Me inicié también en el inglés. Mis únicas distracciones
eran el estudio y la lectura, cosa inexplicable para mis compañeros. Mi
lectura favorita, los himnos del Breviario. Ahora tiene usted que
perdonarme si le hablo con alguna extensión del Breviario. ¡Sus himnos
han influído de tal suerte en mi vida...! Me sé muchos de memoria, y he
traducido algunos en lengua castellana. ¡Lástima que yo no sea un buen
poeta! Los españoles no conocen la poesía cristiana. Los grandes poetas
franceses, Corneille, Racine y otros, han vertido los himnos del
Breviario en deliciosos versos franceses. En la manera de amar y
preferir decláranse espontáneamente las personas y desnudan su alma. El
ardiente Corneille traduce siempre al ardiente San Ambrosio; Racine, más
cerebral y refinado, traduce a Prudencio, meticuloso artífice de la
poesía litúrgica. En la segunda estrofa del himno a Laudes, de la quinta
Feria, dice Prudencio: _Volvamus obscurum nihil_, y en la tercera
estrofa: _Ne noxa corpus inquinet_. Racine, en estos dos versos, creyó
ver un como remoto antecedente de la estética de Boileau, y tradujo,
respectivamente: _Et que la vérité brille en tous nos discours_, y
_qu'un frein legitime--Aux lois de la raison asservisse les sens_. Yo no
sé de ningún gran poeta español a quien se le haya ocurrido ungirse con
el óleo denso y aromoso de la poesía cristiana. Los himnos más
primitivos y arcaicos eran los que con más dulce violencia me movían los
afectos. Ya desde aquellos primeros años de seminario me he atrevido a
pensar que la Iglesia cristiana, en el curso de los siglos, fué mudando
de condición; de potencia espiritual y apostolado de caridad social, se
trocó en potencia política. Con esta mudanza, lo que ganó en poderío e
influencia lo perdió en eficacia y estabilidad, porque todas las
potencias políticas son perecederas, por ser odiosas. Aquellos himnos
originarios e infantiles correspondíanse con las almas simples e
inflamables que los cantaban a coro en los humildes templos. Aquellas
almas inocentes y piadosas consideraban decoroso y prudente que los
clérigos viviesen con mujer, y la Iglesia consentía el concubinato
eclesiástico. ¿Por qué la Iglesia, pensaba yo entonces, no ha de
permitir ahora el matrimonio de los clérigos? Cuántos daños se
evitarían.... Y lo pensaba, no porque yo sintiera deseos, ni estuviese
enamorado de mujer alguna, sino porque miraba y compadecía a mis
compañeros. El enamoramiento vino después; y el Galeoto, el Breviario.
El primer cantor cristiano fué San Ambrosio de Milán, cuyo corazón era
como un grano de incienso entre brasas. Un autor dice que San Ambrosio
enseñó a la lengua latina a orar. En el himno _Aeterna Christi munera_,
que se canta a maitines el día de los Apóstoles, se expresa así San
Ambrosio:
_Devota sanctorum Fides,
Invicta spes credentium,
Perfecta Christi charitas
Mundi triumphat principem._
«En vosotros, la fe religiosa de los santos, la esperanza invicta de los
creyentes, la caridad perfecta de Cristo, triunfa sobre los príncipes
del mundo.» ¿No es admirable de sencillez y de claridad? Nada de
autoridad ni potencia política. Fe, esperanza y caridad, esto es, amor
gracioso y no debido. Estas tres virtudes teologales le bastan al
cristiano para triunfar sobre los caducos principados de la tierra. Tal
era la misión social y espiritual de la Iglesia primitiva, de la Iglesia
apostólica. El día de los apóstoles San Pedro y San Pablo, consta en el
Breviario un himno compuesto por Elpis, siciliana, mujer del filósofo
Boecio. Este himno se canta en el Vaticano, con música de Palestrina,
por un coro numerosísimo, sobre la tumba de San Pedro, bajo la cúpula de
Miguel Ángel. Dice la última estrofa:
_O felix Roma, quae tantorum Principum
Es purpurata pretioso sanguine:
Non laude tua, sed ipsorum meritis
Excedis omnem mundi pulchritudinem._
«Oh Roma afortunada, estás enrojecida con la sangre preciosa de aquellos
mártires (príncipes cristianos). No por tus esplendores, sino por sus
méritos (los de ellos), excedes la hermosura de todo el mundo.» ¿No está
aquí claramente acusada la contraposición de la Iglesia primitiva, como
potencia espiritual, frente al fausto de las potencias temporales y
caedizas? Sin duda, debe de ser magnífico, imponente y maravilloso el
aparato y circunstancias de contorno con que actualmente se canta este
himno en Roma; pero, ¿qué dirían Boecio y su mujer si levantasen la
cabeza? No se impaciente usted, que vuelvo en seguida a mi historia;
pero estos preámbulos son esenciales. No le hablaré a usted de las
diferentes recensiones, refundiciones y manejos que el Breviario padeció
a manos de sucesivos pontífices, porque esto, probablemente, no le
interesa, y, aun cuando le interesase, aquí estaría fuera de lugar. Sólo
quiero decirle que la segunda edición tipo del Breviario fué publicada
bajo Clemente VIII, con el concurso y dirección del cardenal Belarmino.
Recordará usted, anoche se lo referí, otro Belarmino, zapatero y
filósofo, padre de una chiquilla amiga mía, Angustias. Pues bien: yo no
podía por menos de ver en el cardenal Belarmino algo así como la
paternidad putativa o adoptiva del Breviario. El nombre de Belarmino
aparece con frecuencia, y no me era dado eximirme de esta idea
caprichosa. Por otra parte, yo me había enterado que Belarmino, el
zapatero, no era padre, en la carne, de Angustias, sino padre putativo o
adoptivo. Él decía profesar la filosofía, pero yo digo que tenía mucho
de poeta; así como mi padre, Apolonio, que decía profesar la
dramaturgia, tenía mucho de filósofo. Extraña y misteriosa asociación de
ideas y sentimientos se fué operando poco a poco en mi espíritu; la
poesía del Breviario, la esencia indecible, penetrativa, mareante, que
brota de sus melodías y se adhiere para siempre en el corazón donde se
derrama, eran la misma poesía y esencia que se exhalaban del alma de
Angustias, la niña que en su candor y pulcritud parecía una rosa dilecta
del Hacedor Supremo. El Breviario me traía, no ya la presencia
espiritual de Angustias, sino también la presencia sensible. El
Breviario abunda en locuciones e imágenes de extremada visibilidad y
plasticidad, y lo que no residía en la virtud plástica y evocadora del
Breviario, lo suplía mi imaginación adolescente. Además, los melodas
litúrgicos, enamorados congojosos de la castidad, hacen a menudo grandes
gestos de conjuro para ahuyentar las visiones impuras. Estos recios
conjuros son, sin duda, de sumo provecho para lustrar y aquietar las
almas donde se encierran recuerdos de la propia experiencia impura, en
las cuales las imágenes torpes son, o recuerdos materiales, o fragmentos
de recuerdos, aderezados y embellecidos por la fantasía. Pero en las
almas blancas, vírgenes de experiencias y recuerdos, los tales conjuros,
lejos de ahuyentar visiones turbadoras, que no existen, las sugieren.
Como ya le he indicado más arriba, los himnos del Breviario nacieron en
diferentes períodos de la vida de la Iglesia: unos, al período infantil
y mozo, que son los de la Iglesia primitiva; otros, al período adulto y
de madurez, y otros, poquísimos, al período senil, que es un período
estéril. Como quiera que la substancia de la poesía es, necesariamente,
el amor, así también los himnos litúrgicos son expansiones de amor, de
un amor sobremanera copioso y ambicioso, puesto que aspira a un objeto
absoluto e incorruptible. Se advierte que los himnos de la Iglesia
primitiva y moza están inspirados en un amor concebido en el corazón, y
los de la Iglesia ya madura, en un amor concebido en la cabeza. Contra
lo que piensan y dicen las inteligencias superficiales, es más natural
en el mozo ser inclinado al pesimismo y a la desesperación, que no en el
hombre maduro, como lo prueban los suicidios, que la mayoría son de
personas jóvenes. Chamfort habla de un joven que, a pesar de no tener
edad para conocer el mundo, estaba tan triste como si ya lo conociese
todo. Liviana observación; pues por eso precisamente estaría tan triste.
Para el joven inteligente y sensitivo, el mundo es un caos sumido en
lobreguez. El joven posee deseos vastos, quiere poner orden y luz en las
cosas, un orden suyo, a la luz que de su propio corazón dimane. Esta
luz, luz y lumbre, claridad y ardor, es el amor. Si alguien de fuera, el
espíritu malo, extingue esta luz, el mundo se ha derrumbado
irremisiblemente. Tal era la psicología de la Iglesia primitiva; tal era
la mía, en los cinco primeros años de seminario. Miedo a la tiniebla, al
frío caos, al soplo del espíritu malo; deseo desesperado de luz, de
calor, de amor. Todos los primeros himnos del Breviario son un clamor
continuo y angustioso hacia la luz. Cada vez que yo leía, con el corazón
en suspenso: _claritas, lux lucis, lux refulgens sensibus, lucis aurora
rutilans_; claridad, luz de luces, luz que ilumina los sentidos,
rutilante luz auroral..., veía en presencia la imagen de Angustias, y
exclamaba, con San Ambrosio: _os, lingua, mens, sensus,
vigor--confessionem personent_; que resuene mi confesión de amor en mi
boca, en mi lengua, en mi mente, en mis sentidos, con todas mis fuerzas.
Cuando leía: _Virgo super omnes speciosa, flos, dulcedo_; doncella más
gentil que todos, flor, dulcedumbre; o como decía Prudencio, aquel
esteta de la Iglesia antigua: _Thesaurus et fragans odor--Thuris Sabaei
ac myrrheus_; tesoro, aroma fragante del incienso sabeo y de la
mirra..., veía en presencia la imagen de Angustias. Otras veces, cuando
leía el conjuro de San Gregorio el Magno a la concupiscencia: _Absint
faces libidinis--Me foeda sit vel lubrica--Compago nostri corporis_;
lejos de mí las antorchas de la libidinosidad; que la sucia lubricidad
no se asiente en las articulaciones de mi cuerpo..., la imagen de
Angustias se me presentaba más linda, cándida y adorable que nunca, y
mis brazos, involuntariamente, se tendían para asirla contra mi pecho. Y
cuando leía en San Fortunato: _Membra pannis involuta--Virgo mater
alligat--Et manus pedesque et crura--Stricta cingit facia_; de cómo la
Virgen madre envuelve en pañales los torpes miembros del recién nacido y
le ciñe con vendas las manos, los pies, las piernas..., veía también a
Angustias, con un hijo; y mi corazón se derretía de ternura.
Preguntábame, en la soledad de mi conciencia; ¿son éstas malicias de
Satanás, que me inducen a imaginaciones impías? ¿O son, por el
contrario, insinuaciones divinas con que se me hace patente que debo
servir al Señor antes como buen casado que como sacerdote melancólico?
Consulté con el confesor, el cual respondió afirmativamente a la
primera pregunta; eran malicias de Satanás, que yo vencería sin
esfuerzo. Sin esfuerzo.... Mi confesor era un santo varón, albino y
adiposo, que no tenía ni sospecha de lo que fuese un esfuerzo. Sin
embargo, me atuve al consejo y parecer del confesor, sabiendo que la voz
de Dios busca a manera de instrumento en donde articularse esas almas
huecas y limpias, que son como albogues de madera sana, no obstruídos,
resecos, ni agrietados; y me esforcé, ¡con qué frenético ahinco!, en
rechazar de mi frente y de mi pecho imágenes y blanduras amorosas. Pero
cuanta mayor era mi diligencia, con tanta más insidia, suavidad y mimo
me perseguían, me cercaban, me penetraban. Alcancé el ápice doloroso de
este estado de espíritu cuando cursaba el quinto año de seminario y
primero de filosofía. Acentuóse el malestar a medida que se acercaban
las vacaciones. En las vacaciones posteriores a los dos primeros cursos,
y aun en las del tercero, Angustias era todavía una chiquilla, y yo,
aunque prematuramente apersonado con mi temo de paño negro, un mozuelo.
Nada tenía de particular que reanudásemos cada estío la añeja amistad,
si bien no tan asidua, porque nos faltaba Celesto, el aprendiz, el cual,
al pasar Belarmino a zapatero remendón, había entrado de zagal en una
cochera de carruajes de alquiler. A pesar de la separación, el zagal
conservaba mucho afecto a Belarmino, a Angustias y a mí. Mi trato con
Angustias era del todo inocente. Mi pasión no se me hizo patente hasta
el cuarto curso de seminario. Aquel año, al salir del Seminario, hallé a
Angustias hecha ya una mujercita. La primera vez que nos cruzamos en la
calle, me sentí tan turbado que no acerté a moverme ni a hablarle.
Comprendí que me ponía pálido como un muerto. En todo aquel verano no
nos dirigimos la palabra. Siempre que nos veíamos, yo me ponía pálido y
ella encendida. Y así llegó el quinto año de seminario, nueve meses de
martirio; y salí nuevamente de vacaciones. Me espantaba tener que volver
a ver a Angustias. Estuve tentado de rogar a la duquesa que me
permitiese pasar las vacaciones en su casa de campo, aunque fuera como
fámulo; pero desistí en un principio. Y ocurrió que una solterona,
llamada Felicita Quemada, que vivía dos puertas más abajo de mi padre, y
que cuando niño me solía llevar a merendar a su casa, un día que nos
tropezamos en la calle me dijo: «Querido don Pedrito, estás hecho un
guapo mozo, un hombre hecho y derecho. Ante todo, no te enojará que te
siga tratando de tú. Para mí, siempre serás un niño, aunque te hagan
obispo de la ínsula Barataria. Pero, vaya, que eres un mozo garrido.
Lástima que vayas para cura, que si no, las niñas andarían detrás de ti
despepitadas. Y aun así y todo..., ¿quién sabe? Es decir..., yo creo
saber.... Pero, cambiemos de palique. No sé por qué no has de venir por
mi casa, como otros años, como siempre. Cierto que yo soy una mujer
soltera y tú un guapo galán, y hay lenguas de avispa; pero esto no debe
importarnos, porque quien a mí me importa sé que no lo toma a mal, y
además eres ya medio cura, y los curas tienen vía libre en todas partes.
Conque mañana te espero a merendar....» Y fuí al día siguiente. Aquella
mujer era víctima de un amor imposible, y no pudiendo dar feliz término
a su amor, se perecía porque todas las demás criaturas del universo se
confundiesen en estrecho e indisoluble abrazo amoroso. Su charla era
bastante para marear a cualquiera, pero aquella tarde, lo que realmente
anduvo a pique de hacerme caer sin sentido, no fué la forma, sino el
fondo y asunto de su charla. Aunque muy velado y desmenuzado en
minúsculas alusiones, que entreveraba y envolvía entre vanas parrafadas,
vino a decirme que Angustias estaba locamente enamorada de mí y que no
podía vivir sin mí. Yo no ignoraba que Angustias venía con frecuencia
por casa de la solterona, y que a veces dormía allí. Volví por la casa.
A cada merienda, la solterona se clareaba más. Un día me propuso que me
reuniese allí mismo con Angustias; ella lo prepararía bien y nadie lo
sabría. Me negué, en redondo, Dios sabe a costa de cuánto esfuerzo y
agonía. ¡Y mi confesor me persuadía que cercenar las inclinaciones
amorosas no cuesta ningún esfuerzo! La solterona me replicó: «No te
apures, don Pedrito; estoy convencida que tienes verdadera vocación de
cura.» Harto comprendía ella mi amor y mi dolor. Prosiguió: «No había
mal en lo que te proponía, ni peligro, ya que es tan firme tu vocación
religiosa. Era una caridad, una limosna que harías a la pobre Angustias.
Sólo con verte de cerca, por última vez, quedaría dichosa para el resto
de su vida. Hasta podías inculcarle la vocación, y que se meta
monja....» Insistí en mi negativa. Dijo la solterona: «Sea. Cada cual es
dueño de sus actos.» ¿Yo, dueño de mis actos...? «Pero lo que hemos
hablado no será obstáculo para que de vez en cuando me visites. Yo
procuraré que no coincidáis aquí ni por casualidad. ¿Cuándo volverás?
¿El jueves próximo?» Aquel jueves, al salir de mi casa para ir a la de
la solterona, vi que entraba en ella una mujer. No es que la viese. Sólo
alcancé a ver el vuelo de una falda y un pie que subía de la losa al
umbral. Me bastaba. Era Angustias. Salí huyendo, fuera de la ciudad,
aldea adelante, andando, andando varias horas, y me encontré en casa de
la duquesa. Cuando llegué, me duraba todavía el aturdimiento, la
insensatez. Dije a la duquesa que no me hallaba bien de salud y que iba
a la aldea a reponerme. La señora me preguntó si había tenido algún
disgusto con mi padre. Por el gesto de mi respuesta, la duquesa, que era
un lince, presumió la oculta causa. «Pobre Pedrín, hijito--dijo, dándome
una palmada en el cogote--; ahora, a pasear, a pescar, a cazar;
distráete, embrutécete. No des excesivo valor a las cosas de poca
monta. Ya se te pasará esa pequeña enfermedad.» Pero no se pasó.
Transcurrió un mes. Iba de vencida el verano. El cielo estaba ya
desvaído y triste. En veinte días escasos debía entrar en el Seminario.
No pude resistir más. Volví a Pilares y a casa de Felicita. Antes de que
ella hablase, me adelanté a decir: «Quiero ver a Angustias.» Respondió
la solterona: «Lo esperaba. Tienes un corazón de oro. Vuelve mañana a la
hora de la merienda, como de costumbre.» Llegué al día siguiente.
Felicita me condujo a su gabinete, cerró la puerta y me dejó dentro.
Estaba Angustias en pie. Yo, en pie, a tres pasos de ella. Nos mirábamos
sin decir palabra. Brillaban sus ojos con lágrimas; se empañaban los
míos. Y nos mirábamos sin decir palabra. ¿Cuánto tiempo? No lo sé. Ni sé
cómo la hallé ya entre mis brazos; las bocas unidas. ¿Cuánto tiempo?
Tampoco lo sé. Había en el gabinete una cómoda; sobre la cómoda, una
imagen de la Virgen de Covadonga, con una lamparilla ardiendo. Nos
arrodillamos ante la imagen, tomé la mano de Angustias y dije: «Ante la
reina de los cielos, te prometo casarme contigo.» Entró Felicita:
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Belarmino y Apolonio - 13
  • Parts
  • Belarmino y Apolonio - 01
    Total number of words is 4696
    Total number of unique words is 1821
    29.4 of words are in the 2000 most common words
    39.9 of words are in the 5000 most common words
    45.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 02
    Total number of words is 4672
    Total number of unique words is 1732
    30.1 of words are in the 2000 most common words
    40.7 of words are in the 5000 most common words
    45.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 03
    Total number of words is 4554
    Total number of unique words is 1747
    27.2 of words are in the 2000 most common words
    38.1 of words are in the 5000 most common words
    44.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 04
    Total number of words is 4636
    Total number of unique words is 1752
    30.4 of words are in the 2000 most common words
    42.2 of words are in the 5000 most common words
    48.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 05
    Total number of words is 4852
    Total number of unique words is 1773
    30.8 of words are in the 2000 most common words
    43.0 of words are in the 5000 most common words
    49.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 06
    Total number of words is 4831
    Total number of unique words is 1732
    32.3 of words are in the 2000 most common words
    44.5 of words are in the 5000 most common words
    50.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 07
    Total number of words is 4718
    Total number of unique words is 1710
    30.3 of words are in the 2000 most common words
    42.7 of words are in the 5000 most common words
    48.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 08
    Total number of words is 4657
    Total number of unique words is 1758
    30.1 of words are in the 2000 most common words
    40.6 of words are in the 5000 most common words
    47.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 09
    Total number of words is 4481
    Total number of unique words is 1711
    29.9 of words are in the 2000 most common words
    42.0 of words are in the 5000 most common words
    47.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 10
    Total number of words is 4792
    Total number of unique words is 1728
    32.2 of words are in the 2000 most common words
    43.9 of words are in the 5000 most common words
    49.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 11
    Total number of words is 4690
    Total number of unique words is 1684
    30.8 of words are in the 2000 most common words
    42.1 of words are in the 5000 most common words
    48.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 12
    Total number of words is 4737
    Total number of unique words is 1806
    30.3 of words are in the 2000 most common words
    41.3 of words are in the 5000 most common words
    46.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 13
    Total number of words is 4850
    Total number of unique words is 1729
    32.3 of words are in the 2000 most common words
    45.1 of words are in the 5000 most common words
    50.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 14
    Total number of words is 4819
    Total number of unique words is 1719
    32.4 of words are in the 2000 most common words
    43.8 of words are in the 5000 most common words
    50.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 15
    Total number of words is 4466
    Total number of unique words is 1610
    31.5 of words are in the 2000 most common words
    43.6 of words are in the 5000 most common words
    48.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.