Belarmino y Apolonio - 02

Total number of words is 4672
Total number of unique words is 1732
30.1 of words are in the 2000 most common words
40.7 of words are in the 5000 most common words
45.3 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
puesto en sus réplicas acritud, ni fuego polémico, ni aire de desdén.
Con esto, nuestra simpatía hacia él se robusteció. Al salir del comedor,
don Celedonio murmuró a mi oído:
--Es un tío juncal. Así me gustan a mí los presbíteros.
Después de la comida, supe que don Guillén era lectoral en la catedral
de Castroforte, y que venía a predicar los sermones de Semana Santa en
la capilla del Palacio Real. De seguro era un pico de oro.
El hospedaje de doña Trina lo patronizaban tantos pupilos y huéspedes
flotantes, que no bastando para contenerlos el amplio y profundo piso
de la calle de Hortaleza, como si dijéramos la metrópoli hospederil, la
señora había alquilado otros cuartos, al modo de colonias, en los
aledaños y calles contiguas, uno de ellos en la calle de la Reina, que
es donde yo tenía mis aposentos. Apunto este pormenor para dar a
entender que quienes se alojaban en las colonias gozaban
consiguientemente de mayor libertad, especialmente de noche, que los de
la metrópoli. En las horas nocturnas, tales calles y callejuelas eran
por aquellos tiempos lonja de contratación pública de mercenarios
deleites y lugar asiduo de feas prostitutas y chulos marchosos. Antes de
llegar a mi vivienda era fuerza que atravesase por entre el
multitudinoso ejército de ocupación, recibiendo continuos dardos
meretricios y padeciendo asechanzas y requerimientos, así orales como de
hecho, puesto que alguna se asía de mi brazo; de manera que, por zafarme
de estorbos y reponerme de la fatiga, solía yo algunas veces acogerme a
un cafetín, que era donde las individuas vivaqueaban, y allí convidaba a
las que más me atosigaban, con que las dejaba mansas, nutridas y
satisfechas. Como me inspiraban dolor y lástima, las trataba siempre con
benignidad. Convengo en que la prostitución es una grande y hedionda
úlcera. Pero, ¿qué culpa tiene la úlcera por pertenecer a un cuerpo
corrompido, cuyo es manifestación franca y fatal resultado? Donde todo
está prostituido, la prostitución femenina casi es loable, porque es un
síntoma claro. Con frecuencia, y ya que estaban apaciguadas, dilatábame
largo rato en el cafetín departiendo con las desdichadas, y del coloquio
extraía provecho espiritual, puesto que la compasión, a que me movían,
es un depurativo del alma; y también observaba los tipos, casi todos
estrafalarios, que concurrían en el antro. Atrajo desde el principio mi
curiosidad una mujer agraciada, paciente, trigueña, sin adobos ni
rosicleres como las otras, que estaba siempre sola e inmóvil en un
ángulo, ante sí un vaso de recuelo, que jamás se llevaba a la boca. Se
parecía a una virgen de Rafael, algo ajada. Como una noche la mirase
largamente, la Piernavieja, la unidad más alharaquienta y ofensiva del
ejército de ocupación, conocida por aquel remoquete a causa de renquear
un poco, me dijo:
--¿Qué miras; aquella panoli? Es Angustias, la Pinta. Está con el
Tirabeque, un golfo y fullero, que la tiene aquí hasta que pasa a
recogerla de madrugada.
--Convídala a que venga y tome algo--dije a la Piernavieja.
--¡Eh!--gritó la Renca--. Tú, la Pinta, que este señorito te convida.
La Pinta, ruborizada, se excusó. La Piernavieja insistió en balde.
--Y eso de la Pinta, ¿es mote?--pregunté.
--Quia; es su verdadero nombre. Se llama así, Angustias Pinto. También
es capricho conservar la filiación natural en este negocio. Es una
simple que no sirve _pal_ caso.
Poco a poco y noche tras noche fuí entablando amistad con la Pinta. Era
una mujer dulce, triste y reconcentrada, o, según el tecnicismo de la
Piernavieja, una simple que no servía _pal_ caso. Apenas se comunicaba.
Una noche me dijo que tenía poco más de treinta años; aparentaba menos
de treinta. Otra me declaró el lugar de su nacimiento: la ciudad de
Pilares. La noche--bien lo recuerdo--de aquel Martes Santo en que el
canónigo encendido y campechano surgió en la casa de huéspedes, la Pinta
se mostró sobremanera comunicativa.
--Mi padre era zapatero y otra cosa, que él decía filósofo bilateral.
Como he oído, siendo niña, estas palabrejas tantas veces, no se me han
borrado de la memoria. Los profesores de la Universidad venían a oírle
al cuchitril en donde vivíamos. Mi madre, que tenía mal carácter, decía
que mi padre era un zángano, y que los que venían a oírle le tomaban el
pelo. Pero mi padre es un santo.
Involuntariamente pensé en don Pedro, Guillén, Eurípides, hijo de un
zapatero y autor dramático. Prosiguió la Pinta:
--A mí me perdió un cura.--Estaba con la cabeza baja y el pensamiento en
lejanía.
--¡Pillo!--murmuré, a pesar mío.
--No, no era un pillo--corrigió la Pinta, volviéndose a mirarme con
gesto dolido--. No era cura todavía; seminarista nada más. Quería
casarse conmigo. Nos escapamos. El padre de él le cogió. Mi madre no
quiso admitirme en casa. Después, claro está.... Estoy segura que mi
novio sigue queriéndome. La cosa fué, ¿sabe usted?, que su padre no
podía ver a mi familia. ¿Qué habrá sido de Perico?
--¿Se llama Perico?
--Sí, Perico Caramanzana. ¡Y qué bien le iba el nombre! Tenía la cara
fresca, coloradina y alegre, como una manzana.
--¿Por eso le decían Caramanzana?
--Es su verdadero apellido. El padre se llamaba Apolonio Caramanzana. Le
habrá oído usted mentar. ¡Ah!, era el mejor zapatero de España. Iban a
hacerse el calzado con él hasta los señores de Bilbao y de Barcelona.
Además, componía dramas.
Aquella noche salí bastante preocupado del cafetín. Me acosté y tardé en
dormirme. Oí en la habitación de al lado un carraspeo seguido de un
poderoso suspiro. Era la voz de don Guillén. Se me ocurrió una idea
diabólica: «Si yo mañana por la noche trajese a la Pinta y la hiciese
entrar en la habitación de don Guillén». Me dormí dando vueltas a
aquella idea.
Al día siguiente, día de vigilia, don Guillén no se sentó a la mesa.
--¿Qué le sucede al señor Caramanzana?--inquirió la viuda vejancona, que
ya se había enterado del apellido del canónigo.
--No come hoy, porque está algo delicado del estómago--respondió
Fidel--. ¿No vió usted el color arrebatado que tiene?
--Será pirosis--entró a decir don Celedonio--.Todo el clero y las
órdenes regulares padecen de pirosis, a causa del abuso de las comidas
suculentas y de las bebidas alcohólicas.
--Calle usted, herejote--amonestó doña Emerenciana, amenazando con el
abanico.
--Y a propósito, Fidel; no habrás olvidado mi encarguito. Le habrás
dicho a la señora que yo no me someto a esa asquerosa farsa de la
vigilia, y en estos santos días de Semana Santa quiero comer carne y
pescado. Yo promiscuo, o promiscúo, que no sé a ciencia cierta cómo se
pronuncia--dijo don Celedonio.
--¡Jesús, María y José! ¡Qué Judas Iscariote! Más vale que don Guillén
no haya acudido a la mesa, porque le abochornaría esa abominación.
A todo esto, Fidel, el mozo, se reía cazurramente.
Terminada la comida, salí de la metrópoli y me encaminé a mi colonia.
Como cosa de veinte pasos delante de mí iba Fidel, conduciendo una gran
bandeja, cubierta con un mantelillo. Nos juntamos en el pasillo adonde
daba mi habitación.
--Psss...--bisbiseó Fidel, requiriéndome con cabezadas a que me
acercase más--. Levante usted el mantelillo.
Levanté una punta. Descubrí abundancia de guisos y viandas, entre
otras, un opulento trozo de _roastbeef_.
--Es la comida de don Guillén--indicó el camarero--. Si no promiscua, o
promiscúa, que yo tampoco sé cómo se pronuncia, al menos come de carne.
En esto, se abrió la puerta de don Guillén, y él mismo, en persona,
destacó por obscuro sobre el cuadro de grisácea luz, sorprendiéndome en
vergonzosa y vergonzante fisgonería. Estaba vestido de paisano, revuelta
la pelambre, que, embebiendo el claror, le hacía halo en torno a la
cabeza. Llevaba zapatillas de marroquín rojo. Estos dos pormenores me
hirieron como notas agudas en los segundos de suspensión y silencio a
que nos indujo la sorpresa: la aureola radiante y los pies sangrientos.
--Pasen ustedes; pase usted--particularizó, dirigiéndose a mí. Obedecí,
no recobrado aún de la sensación humillante--. Siéntese usted--me instó.
Quise disculparme y salir. El canónigo añadió, con tono que yo
interpreté como implorante:
--¿No me concederá usted el favor, si se lo ruego, de hacerme un poco de
compañía?
La súplica y el acento me repusieron en mi equilibrio habitual. Me senté
junto a una mesa con unos libros, unos papeles, unas cachimbas, unos
lentes, y presidiendo todos aquellos utensilios y accesorios de la faena
intelectual, encerrado en un marquito de plata repujada, como relicario,
una fotografía de mujer, que me incliné a mirar discretamente. Parecía
una virgen niña de Rafael, de las de su época umbriana.
--Pon aquí la comida, Fidel. ¿Has traído vino? Llévatelo. Tengo yo vino
algo mejor.--Y torciendo la cabeza hacia mi lado:--¿Qué mira usted, el
marco? Es un relicario del siglo XV, una joya.
--No; miraba el retrato.
--Es una hermana mía que desapareció.
--¿Que desapareció?
--Que se perdió en la sombra.
--¡Ah! Se murió...--indiqué de manera dubitativa, empujándole a que se
clarease.
--Hace algunos años.--Y después de una pausa:--Tomará usted una copita
de coñac.
Sacó una botella de coñac viejo y otra de bon vino, de un maletín de
piel de cerdo, elegante prenda de mundano antes que de clérigo. Se sentó
a comer. Cuanto más le miraba, menos me parecía un cura y más un hombre
de mundo.
--Por obra del acaso--dijo, a tiempo que comía despacio--, me ha
sorprendido usted en mi intimidad de hombre. Si hace unos momentos, al
hallarle a usted....
--Fisgando--interrumpí--; pero a instancias del mozo, y sin presumir de
qué se trataba.
--¿Qué importa? Digo que si entonces me hubiera retirado, creería usted
que yo era un cura sinvergüenza y falsario. Yo no podía dejarle ir sin
ofrecerle alguna explicación.
--Yo era el que debía....
--Usted, ¿por qué? Usted, a lo sumo, incurría en un exceso de
curiosidad. Yo, en opinión de las personas timoratas, estoy cometiendo
un grave pecado.
--Yo no soy timorato.
--Pero debo darle una explicación. Así como en el Estado hay delitos
artificiales, en la Iglesia hay pecados artificiales. Son delitos y
pecados artificiales los actos que no lastiman ni menoscaban la justicia
o el dogma (ejes, respectivamente, del Estado y de la Iglesia), pero que
contravienen y desobedecen ciertas disposiciones disciplinarias,
accidentales, pasajeras. Una de esas disposiciones pasajeras es la
obligación de comer de vigilia cuatro días de la Semana Santa. Quizá al
Papa actual, o al que le suceda, se le ocurrirá amenguar, tal vez
suprimir, esta obligación. El Estado es una comunidad material que se
mantiene por la mutua conveniencia, y la Iglesia una comunidad
espiritual que se sustenta por el mutuo amor. Por lo tanto, el espíritu
de disciplina de la Iglesia es de naturaleza distinta del espíritu de
disciplina del Estado. En el Estado, el espíritu de disciplina pertenece
al orden de los sentimientos interesados, pues sin disciplina no cabe
conveniencia mutua. En la Iglesia, el espíritu de disciplina se engendra
en el ámbito de los afectos generosos; es la voluntad de sacrificio. No
de otra suerte que los amantes, por certificarse del amor recíproco,
ponen el amor del otro a prueba, por medio de ordenamientos y
exigencias caprichosas, por aquello de que obedecer es amar, así la
Iglesia impone a sus fieles algunas obligaciones disciplinarias, por
espolear a los tibios a que ejerciten y muestren el amor. Para las
personas de bien afirmada fe y claro sentido, sean clérigos, sean
seglares, huelgan estas obligaciones disciplinarias; lo esencial es el
dogma. El Estado concede de buen grado la libertad de ideas (el
pensamiento no delinque), pero no transige con la libertad de acciones,
porque romperían la disciplina. La Iglesia es intransigente en materia
de ideas y tolerante en materia de acciones: sólo el pensamiento peca.
Todos los pecados, por monstruosos que sean, reciben absolución en el
confesonario; pero la más mínima duda del confeso en materia de fe nos
impide absolverlo. Ahora bien: como todo esto es de sentido común, debe
permanecer en secreto para los que no tienen sentido común, sean
clérigos, sean seglares. ¿Comprende usted?
--Comprendo, comprendo--asentí. Y, en efecto, había comprendido lo que
me había dicho, nada difícil de comprender; pero a él no le comprendía.
¿Qué era aquel hombre que ante mí estaba, deglutiendo y raciocinando al
propio tiempo, masticando y discurriendo, con tanta frialdad, escrúpulo
y elegancia, vestido como un hombre de sociedad, sin una insinuación
sensible del estado eclesiástico a que pertenecía, y que, de vez en vez,
según hablaba, se asía con la mirada al retrato de una mujer a quien él
mismo había empujado a la anónima sima prostibularia? ¿Qué era aquel
hombre? ¿Un hedonista? ¿Un incrédulo? ¿Un hipócrita y un sofista, para
consigo mismo y los demás? ¿Un desengañado? ¿Un atormentado? Lo que
menos me interesaba era la explicación que me había ofrecido. ¿Qué se me
daba a mí si comía de vigilia o dejaba de comer de vigilia?
Como si por un raro don de receptividad inmediata, frecuente en los
duólogos íntimos e intensos, don Guillén hubiera trasegado en su cabeza
mi pensamiento, dijo:
--Lo de menos, para usted, es si yo guardo la vigilia o no. Lo
importante es que usted, por obra del acaso, ya se lo he dicho antes, me
ha sorprendido en mi intimidad de hombre. Todos, frailes, curas y
magnates eclesiásticos, por debajo de la estameña, el merino y la
púrpura, escondemos un hombre. _Homo sum_, digo con el pagano.
Y yo volví a verle, en mi imaginación, con la aureola radiante y los
pies enrojecidos.
--Me ha sorprendido usted despojado de mi ministerio. No como ministro
del Señor, sino como criatura del Señor, cuitada e imperfecta como todas
ellas. Dentro de unas horas, hablaré ante el rey, mejor dicho, sobre el
rey; no varios palmos, los que se alce el púlpito, sobre la testa
coronada y ungida, sino infinitos palmos, porque represento la
conciencia indeleble y eterna, que está a inaccesible altura por encima
de tronos, cetros y soberanías. Pero aquí, en este triste cuartucho y
frente a usted, no puedo incorporar la voz de la conciencia, sino que
soy una pobre concavidad sombría en donde la voz de la conciencia hace
eco.
Aquello se iba poniendo serio. No sabiendo qué decir, permanecí con la
cabeza gacha y los ojos fijos en un punto, que por ventura resultó ser
el retrato del relicario.
--¿Le gusta el marco?--preguntó don Guillén.
--Miraba el retrato. Conozco a esa mujer--afirmé en seco.
Don Guillen no se conturbó.
--Está usted equivocado--dijo--. Será otra fisonomía semejante la que
usted conoce. A esa mujer no la puede conocer usted. Ya le dije que es
mi hermana y que no existe--y subrayó la palabra hermana y el verbo
existir.
Después de los postres, don Guillén se sirvió una copita de coñac y
fustigó la conversación hasta ponerla en un aire de alacridad y
humorismo. Era un hombre tan ingenioso como inteligente.
Al despedirnos me dijo:
--Estos días no asistiré a la mesa redonda. ¿Quiere usted que comamos
juntos, aquí, en mi cuarto? Lo que le va a envidiar a usted doña
Emerenciana....
En aquellas comidas subrepticias y ociosas sobremesas, mi amigo don
Guillén me fué contando a retazos su historia, la de Angustias Pinto y
la de los padres de ella y él, Belarmino y Apolonio. Después, por mi
cuenta, hice averiguaciones tan importantes, que la historia de
Caramanzanita y la Pinta pasan a segundo término.


CAPÍTULO II.
RÚA RUERA, VISTA DESDE DOS LADOS.

_(El lector impaciente de acontecimientos recorra con mirada ligera este
capítulo que no es sino el escenario donde se va a desarrollar la
acción.)_
De la zona profunda, negra y dormida de la memoria, laguna Estigia de
nuestra alma, en donde se han ido sumiendo los afectos y las imágenes de
antaño, se levantan, de raro en raro, inesperadamente, viejas voces y
viejos rostros familiares, a manera de espectros sin corporeidad. Así
como en la noche los lóbregos e inmóviles pantanos respiran niebla
blanca y fantasmal, así nuestra interior laguna Estigia deja en libertad
sus vaporosos espectros a las horas en que la tiniebla del sueño satura
nuestro espíritu. Pero, en ocasiones, las criaturas incorpóreas del más
allá de la memoria se alzan a la luz del día.
Ahora mismo me apercibía yo a describir la Rúa Ruera, de la muy ilustre
y veterana ciudad de Pilares, en donde vivía Belarmino Pinto, llamado
también monxú Codorniú, zapatero y filósofo bilateral, cuando, al
pronto, en el umbral u orilla de mi conciencia, se yergue el espectro de
don Amaranto de Fraile, enarbolando un tenedor de peltre, que a mí se me
ha figurado tridente de Caronte, ese Neptuno del mar de la eternidad.
Como Bruto a la silueta de César en la tragedia shakespeariana, digo a
la sombra incorpórea del excelente don Amaranto:
--_¡Speak!¡Speak!_
Y la sombra rompe a hablar, con la propia gracia y penetración que hace
tantos años me deleitaban:
--¿Vas a describir la Rúa Ruera? ¿Vas a describirla, o vas a
pintarla?--Advierto dos novedades. Primera, que don Amaranto ahora me
trata de tú. Segunda, que la voz se le ha ahilado y suena como la de un
eunuco. Prosigue la voz:--Los cíclopes veían el mundo superficialmente,
porque sólo tenían un ojo. Los cíclopes, por ver el mundo
superficialmente, quisieron asaltar el Olimpo; pero los dioses los
precipitaron en el hondo Tártaro.--Don Amaranto siempre con sus
mitologías.--El novelista es como un pequeño cíclope, esto es, como un
cíclope que no es cíclope. Sólo tiene de cíclope la visión superficial y
el empeño sacrílego de ocupar la mansión de los dioses, pues a nada
menos aspira el novelista que a crear un breve universo, que no otra
cosa pretende ser la novela. El hombre, con ser más mezquino, aventaja
al cíclope, a causa de poseer dos ojos con que ve en profundidad el
mundo sensible. Ahora bien: describir es como ver con un ojo, paseándolo
por la superficie de un plano, porque las imágenes son sucesivas en el
tiempo, y no se funden, ni superponen, ni, por lo tanto, adquieren
profundidad. En cambio, la visión propia del hombre, que es la visión
diafenomenal, como quiera que, por enfocar el objeto con cada ojo desde
un lado, lo penetra en ángulo y recibe dos imágenes laterales que se
confunden en una imagen central, es una visión en profundidad. El
novelista, en cuanto hombre, ve las cosas estereoscópicamente, en
profundidad; pero, en cuanto artista, está desprovisto de medios con
que reproducir su visión. No puede pintar: únicamente puede describir,
enumerar. La misión de ver con mayor profundidad, delicadeza y emoción y
enseñar a los otros a ver de la propia suerte, le toca al pintor. La
maldición originaria del novelista cífrase en que necesariamente se ha
de extender sobre sinnúmero de objetos. El pintor, por el contrario,
escoge un solo objeto, o, si toma varios, los agrupa en reducido
espacio, los concentra y sensibiliza. El pintor, a la inversa del
novelista, no se deja dominar por la vastedad del objeto, sino que lo
domina. Que sea el objeto vértice del ángulo de visión del pintor, y no
el pintor vértice del ángulo de contemplación del panorama, como lo es
el novelista. El pintor que pinta cuadros de más de dos metros
cuadrados, es inexorablemente un pintor superficial. La cuestión, para
el pintor de grandes dimensiones, es de concepto; de que se dé cuenta
que debe ser artísticamente superficial, o de que sea superficial e
inartístico sin darse cuenta. Los famosos pintores de frescos, así
antiguos como modernos, dándose cuenta de esto, pintaron por largos
planos, con tintas monótonas, esquivando la sensación obvia de volumen y
profundidad; fueron deliberadamente superficiales.
Yo interrumpo a la sombra locuaz, de voz de eunuco:
--En la iglesia vecina ha sonado el _Ángelus_ meridiano. En una hora
interrumpiré mi trabajo. Si te escuchase, jamás haría otra cosa que
dejarme arrastrar en el curso ocioso de la deleitación discursiva. Dime,
en resolución, cómo he de describir la Rúa Ruera, y que te plazca la
descripción.
--No describiéndola. Busca la visión diafenomenal. Inhíbete en tu
persona de novelista. Haz que otras dos personas la vean al propio
tiempo, desde ángulos laterales contrapuestos. Recuerda si en alguna
ocasión te aconteció ser testigo presencial de cómo ese mismo objeto, la
Rúa Ruera, suscitó duplicidad de imágenes e impresiones en dos
observadores de genio contradictorio; y tú ahora amalgama aquellas
imágenes e impresiones.
--¡Recuerdo, recuerdo...!--exclamo; pero ya la sombra del excelente don
Amaranto se ha desvanecido, al hombro el tenedor de peltre, emblema del
ascetismo de las casas de huéspedes.
--Sí; recuerdo que....
En rigor, ¿qué importa describir o pintar? ¿Qué importa obtener una
visión de dos o de tres dimensiones? Lo importante es comunicarse,
manifestarse, darse a entender, siquiera sea por alusiones remotas,
gestos mudos y palabras volanderas. Mas, porque no me importune
nuevamente la silueta magistral e imperiosa del admirable don Amaranto,
me doblegaré esta vez a seguir su pauta.
Recuerdo que, viviendo yo en la ilustre y veterana Pilares, vinieron a
visitar la urbe mis amigos madrileños Juan Lirio, pintor, y Pedro Lario,
que no sé lo que era; él decía que espenceriano. Les acompañé como
guía. Al llegar a la acrópolis, o parte alta de la ciudad, cuya calle
más antigua y señalada es la Rúa Ruera, Lirio dijo, haciendo
descompuestos ademanes de entusiasmo:
--¡Qué calle más hermosa!
--¡Qué calle tan horrible!--corrigió Lario, frunciendo un gesto
desabrido. Añadió:--¡Qué calle tan absurda!
--Por eso es hermosa.
--¿Lo absurdo es lo hermoso?... ¿Qué diría de esa opinión un griego,
para quien la belleza era el resultado más meticuloso y fino de la
lógica? El mundo es hermoso, pulcro, porque es lógico.
--En cuanto a la belleza de los griegos, te respondo que a la nariz, en
mármol de Paros, de una estatua, prefiero la nariz respingadilla y de
aletas palpitantes de esa chatunga que sube por la calle. Y en cuanto a
la belleza lógica del mundo, te respondo que me atraen más las obras del
hombre que las de la Naturaleza. Me gusta más una góndola que un
tiburón, y si me apuras, admiro más un cacharro de Talavera que el
Himalaya. En la Naturaleza, transijo mejor con lo caprichoso y absurdo,
o que tal parece. Una jirafa me divierte más que el terreno terciario.
--Has caído en contradicción. Prefieres la chata a la estatua; y la
chata es una obra de la Naturaleza. Prefieres la góndola al tiburón,
porque la góndola es obra del hombre.
--Sobre las obras de la Naturaleza pongo las del hombre, y sobre las del
hombre, la vida misma, y con preferencia la fuente de la vida: la mujer.
Pero concedo que me contradigo con frecuencia. ¿Y qué? Así me siento
vivir. Si no me contradijese y obedeciese a pura lógica, sería un
fenómeno de naturaleza y no me sentiría vivir. Las obras del hombre, y
más todavía las de arte, son estimables en la medida que se las siente
animadas de esa necesidad de contradicción, que es la vida. Esta calle
es hermosa y tiene vida, porque es contradictoria. Déjame que tome un
apunte de ella; no me voy sin pintarla. La única nota molesta y
detonante es aquella casa nueva y afrancesada.
--Te has mostrado al desnudo. Los pintores y los filólogos y eruditos
sois bestias de la misma especie, y me irritáis tanto los unos como los
otros. Unos y otros os alimentáis de vejeces. Os fascina lo caduco, lo
carcomido, lo apolillado. Entre un mamotreto momia y un gustoso tratado
de sociología, recién salido del horno, el filólogo y el erudito eligen
el primero. Entre un mancebo apolíneo y un vejete horrendo, de verrugosa
nariz, el pintor elige el segundo y disputa de buena fe que es más
hermoso pictóricamente. ¡Qué aberración! Pero hay algo que me exaspera
aún más. Y es que el erudito se figura que los libros no cumplen una
misión social de amenización y perfeccionamiento del espíritu, sino que
existen sólo para que él tome notas. Y el pintor se figura que las cosas
y los seres carecen de finalidad propia y utilidad colectiva, y que
existen nada más para que él tome apuntes.--A todo esto, Lirio se
ocupaba en dibujar la Rúa Ruera. Como no le atajaban, Lario
prosiguió:--He aquí esta calle absurda y odiosa. ¿Por qué se le ha de
denominar calle? Cada casa es el producto impulsivo del arbitrio de cada
habitante. No hay dos iguales. No se echa de ver norma ni simetría. Todo
son líneas quebradas, colorines desvaídos y roña, que tú quizá llames
pátina. Está, además, en una pendiente de 45°, losada de musgosas
lápidas de granito. Por ella no pueden subir carruajes, ni caballerías,
ni cardíacos. Soledad, soledad. El sol no penetra por esta angostura,
que parece un intestino aquejado de estreñimiento. Ahora tañen las
campanas de la catedral y nos atruenan. Probablemente están tañendo a
todas horas, desde esa mole hinchada, de alargado cuello, que gravita
sobre las prietas casucas, como una avestruz clueca que empollase una
nidada de escarabajos. ¿Y esto es una calle, una calle hermosa? Una
calle es una arteria de una ciudad, por donde deben circular la salud y
la vida. Ahora bien: la idea, el concepto de ciudad aparece cuando el
hombre comprende que por encima del capricho impulsivo de su arbitrio
personal están la utilidad y el decoro colectivos, el propósito común de
prosperidad, cultura y deleite, en los cuales participan por obligación
y derecho cuantos en la ciudad conviven. Antes de llegar a este punto,
el hombre arraiga en aldehuelas salvajes o posa en aduares nómadas. Mas
ya que el individuo se aplica a realizar el concepto de ciudad, es
decir, de un esquema, una estructura, con propósitos ideales, de la cual
él no es sino subordinada partícula, surge la ciudad helénica, arquetipo
de urbes, surgen la norma, el canon, la simetría, las calles soleadas,
regulares y homogéneas, las viviendas civiles de hospitalario pórtico e
inviolable hogar, los jardines, el mercado, el ágora, el templo
armonioso, que no esa catedral bárbara y campanuda.
--El bárbaro eres tú--interrumpió Lirio, mirando con ojos desdeñosos a
Lario--.¿De suerte que, para ti, una ciudad hermosa, una ciudad
civilizada, una ciudad lógica, es una ciudad regular y homogénea?
--Claro está.
--Si el hombre no pudiera dar de sí más que eso, la ciudad homogénea,
entonces holgaba que las especies hubieran evolucionado y ascendido
hasta fructificar en el género humano. Las abejas y los castores
construyen ciudades homogéneas.
--La ciudad de las abejas es la república ideal. Ya te he dicho que el
mundo es hermoso, es pulcro, porque es lógico; eso quiere decir la voz
mundo, _mundus_, si no me equivoco. Todo en el universo está sujeto a
maravillosa ordenación. Lo inorgánico se rige por leyes serenas, no
contingentes. Lo orgánico y zoológico, hasta el hombre, se atiene al
instinto, que procede siempre en derechura y sin dubitaciones. En
cambio, el símbolo del hombre fué el jumento de Buridán, que poseía una
vislumbre o premonición de inteligencia discursiva, y por esto mismo
murió de inanición entre dos montones de heno, dudando por cuál
decidirse. Antes de que las especies evolucionen y produzcan, el género
humano, antes del orto del hombre con su conciencia, la Naturaleza se
desarrolla en un sentido ideológico de coordinación y finalidad. Seres y
cosas ensamblan por algún modo sutil. La jirafa, ese animal que te
agrada, por absurdo, no es nada absurdo; tiene el cuello largo, para
poder alcanzar los dátiles de las altas palmeras. El tigre tiene
chorreada la piel para poder disimularse entre los cañaverales.
--Y las palmeras son altas--cortó Lirio--, porque la jirafa tiene el
cuello largo. Los cañaverales existen para que el tigre, confundiéndose
con el medio, adquiera una piel bonita. Esa calle existe para que yo la
pinte, porque la juzgo preciosa y porque me da la gana.
--Prosigo sin hacer caso de tus chocarrerías. El advenimiento del
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Belarmino y Apolonio - 03
  • Parts
  • Belarmino y Apolonio - 01
    Total number of words is 4696
    Total number of unique words is 1821
    29.4 of words are in the 2000 most common words
    39.9 of words are in the 5000 most common words
    45.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 02
    Total number of words is 4672
    Total number of unique words is 1732
    30.1 of words are in the 2000 most common words
    40.7 of words are in the 5000 most common words
    45.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 03
    Total number of words is 4554
    Total number of unique words is 1747
    27.2 of words are in the 2000 most common words
    38.1 of words are in the 5000 most common words
    44.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 04
    Total number of words is 4636
    Total number of unique words is 1752
    30.4 of words are in the 2000 most common words
    42.2 of words are in the 5000 most common words
    48.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 05
    Total number of words is 4852
    Total number of unique words is 1773
    30.8 of words are in the 2000 most common words
    43.0 of words are in the 5000 most common words
    49.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 06
    Total number of words is 4831
    Total number of unique words is 1732
    32.3 of words are in the 2000 most common words
    44.5 of words are in the 5000 most common words
    50.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 07
    Total number of words is 4718
    Total number of unique words is 1710
    30.3 of words are in the 2000 most common words
    42.7 of words are in the 5000 most common words
    48.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 08
    Total number of words is 4657
    Total number of unique words is 1758
    30.1 of words are in the 2000 most common words
    40.6 of words are in the 5000 most common words
    47.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 09
    Total number of words is 4481
    Total number of unique words is 1711
    29.9 of words are in the 2000 most common words
    42.0 of words are in the 5000 most common words
    47.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 10
    Total number of words is 4792
    Total number of unique words is 1728
    32.2 of words are in the 2000 most common words
    43.9 of words are in the 5000 most common words
    49.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 11
    Total number of words is 4690
    Total number of unique words is 1684
    30.8 of words are in the 2000 most common words
    42.1 of words are in the 5000 most common words
    48.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 12
    Total number of words is 4737
    Total number of unique words is 1806
    30.3 of words are in the 2000 most common words
    41.3 of words are in the 5000 most common words
    46.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 13
    Total number of words is 4850
    Total number of unique words is 1729
    32.3 of words are in the 2000 most common words
    45.1 of words are in the 5000 most common words
    50.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 14
    Total number of words is 4819
    Total number of unique words is 1719
    32.4 of words are in the 2000 most common words
    43.8 of words are in the 5000 most common words
    50.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Belarmino y Apolonio - 15
    Total number of words is 4466
    Total number of unique words is 1610
    31.5 of words are in the 2000 most common words
    43.6 of words are in the 5000 most common words
    48.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.