Arroz y tartana - 13

Total number of words is 4708
Total number of unique words is 1788
32.9 of words are in the 2000 most common words
47.0 of words are in the 5000 most common words
53.7 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
circunstancias que se muestren tales como son. Ahora no me cabe duda de
quién es Antonio. Hubiese hecho con tu madre una excelente pareja. Los
dos son iguales. Unos «fachendas», hambrientos de figurar, deseosos de
meterse en una esfera superior a la suya, aunque se pongan en ridículo.
Tu madre arruinándose y Antonio subiendo locamente camino de la suerte,
son exactamente lo mismo. Capaces de derrochar una fortuna; la una por
mantener lo que llama su «rango», y el otro por meterse entre gentes que
de seguro se burlan de él.... Esto no puede seguir así.... Vamos a ver
grandes cosas, y... ¡ay! me dice el corazón que mi tienda, mi pobrecita
tienda, naufraga en esta borrasca, y yo me muero.
El viejo hablaba melancólicamente, como si viese ya la ruina del brazo
con la muerte rondando en torno de él.
Juanito se fastidiaba.... ¡Bah! Aprensiones de viejo.


VII

Los domingos, a las siete de la mañana, salía Juanito de su casa con el
alegre desembarazo del colegial que en día de fiesta todo lo ve de color
de rosa.
Iba estirado, satisfecho dentro de su traje de lanilla inglesa, algo
incómodo por el cuello de la camisa almidonado y de bordes punzantes;
pero le bastaba lanzar una mirada a sus botas de charol y a la corbata,
siempre de colores vivos, para darse por satisfecho de todas las
molestias que le causaba su transformación. La mamá y las hermanitas le
contemplaban con asombro. ¿Qué creían ellas? El Juanito de ahora estaba
muy lejos del de los tres meses antes. Ya era hora de dedicar a rodillas
de cocina las levitas viejas de su padrastro el doctor Pajares, prendas
que la mamá le había hecho usar para mayor economía.
El amor había transformado a Juanito. Su alma vestía también nuevos
trajes, y desde que era novio de Tónica, parecía como que despertaban
sus sentimientos por primera vez y adquiría otros completamente nuevos.
Hasta entonces había carecido de olfato. Estaba segurísimo de ello; y si
no, ¿cómo era que todas las primaveras las había pasado sin percibir
siquiera aquel perfume de azahar que exhalaban los paseos y ahora le
enloquecía, enardeciendo su sangre y arrojando su pensamiento en la
vaguedad de un oleaje de perfumes? No era menos cierto que hasta
entonces había estado sordo. Ya no escuchaba el piano de sus hermanas
como quien oye llover; ahora la música le arañaba en lo más hondo del
pecho, y algunas veces hasta le saltaban las lágrimas cuando Amparito se
arrancaba con alguna romanza italiana de esas que meten el corazón, en
un puño.
El muchacho, antes tan sólido y bien equilibrado, mostrábase inquieto y
nervioso, lloraba a solas por cualquier cosa o se entregaba a
expansiones infantiles; pero a pesar de esto, era más feliz que nunca.
Su antigua vida parecíale la existencia soñolienta de una bestia
amarrada a la estaca, rumiando la comida o durmiendo, sin noción alguna
de un más allá.
Ahora, el amor por un lado y por otro la primavera, parecían incubar en
él un nuevo ser, y de la ruda cáscara del antiguo dependiente, con la
inteligencia muerta y la voluntad atrofiada, surgía un hombre nuevo, en
el cual despertábase el mismo romanticismo de su padre cuando era joven.
El Mercado le atraía los domingos en las primeras horas de la mañana, e
iba a lucir sus arreos entre los puestos de las floristas. Allí
permanecía confundido en el grupo de curiosos que atisbaban las caras
hermosas, y lo mismo abrían paso a las señoritas que volvían de misa con
el devocionario en la mano, que echaban piropos a las criadas
emperejiladas, que, doblándose al peso de las cestas, metíanse entre la
varonil barrera para comprar un mazo de flores.
¡Qué bien se estaba allí! El sol comenzaba a caldear la plaza;
esparcíase por el ambiente el tufillo de las verduras recalentadas; pero
bajo la techumbre de cinc que resguardaba los puestos de flores, entre
las cortinas rayadas que tapaban los lados del mercadillo, notábase una
frescura de subterráneo, el vaho húmedo de las baldosas regadas con
exceso. Y luego, ¡qué orgía para el olfato en esta atmósfera fresca!
Experimentábase la misma impresión que en una tienda de perfumería,
donde, al entrar, toda una avalancha de esencias distintas sale de
cuantos huecos tiene la anaquelería, asaltando el olfato.
Sobre las mesas pintadas de verde amontonábanse las flores como si
fuesen comestibles, o agrupadas en pirámides, sobre una base de papel
calado, erguíanse formando ramos monumentales con los colores en
caprichosos arabescos. Allí estaban las jardineras: hermosas unas, con
la esplendidez de las vírgenes morenas; viejas y arrugadas otras, con
esa fealdad de bruja que es final rápido e inesperado de la belleza de
las razas meridionales. Acostumbradas todas ellas a la vida común con
las flores, tratábanlas con confianza ruda y desdeñosa. Recortaban
cruelmente sus tiernos rabos mientras hablaban con los compradores, o
aprisionaban sus finos tallos con el hilo, sin que les enterneciera el
perfume que en son de protesta les arrojaban al rostro.
Un mosaico deslumbrador se extendía sobre las mesas. Las azucenas, con
su túnica de blanco raso, erguíanse encogidas, medrosas, emocionadas,
como muchachas que van a entrar en el mundo y estrenan su primer traje
de baile; las camelias, de color de carne desnuda, hacían pensar en el
tibio misterio del harén, en las sultanas de pechos descubiertos,
voluptuosamente tendidas, mostrando lo más recóndito de la fina y rosada
piel; los pensamientos, gnomos de los jardines, asomaban entre el
follaje su barbuda carita burlona cubierta con la hueca boina de morado
terciopelo; las violetas coqueteaban ocultándose para que las denunciase
su olorcillo que parecía decir: «¡Estoy aquí!»; y la democrática masa de
flores rojas y vulgares extendíase por todas partes, asaltaba las mesas,
como un pueblo en revolución, tumultuoso y desbordado, cubierto de
encarnados gorros.
Allí esperaba Juanito la aparición de Tónica, que todos los domingos,
por hallarse libre del trabajo, se encargaba de la compra, evitando esta
operación a su compañera, cada vez más falta de vista. Formaban una
original pareja el hortera endomingado y aquella muchacha, que por estar
cerca su casa iba de trapillo, sin perder por esto el aire de distinción
adquirido en la niñez y llevando su cesta con la desenvoltura de una
colegiala que comete una travesura.
Hablaron un buen rato en la entrada del mercadillo, sin fijarse en
miradas maliciosas ni darse cuenta de los rudos encontronazos de la
multitud; él la cargaba con el ramo más hermoso que veía, seguíala en su
correteo por el Mercado, de puesto en puesto, y después la acompañaba
hasta su casa, lentamente, saludando a los vecinos de los pisos bajos,
que consideraban a Juanito como un conocido y se hacían lenguas,
especialmente las mujeres, del «gancho» de la costurerilla, una mosquita
muerta que había sabido «pescar» un novio rico, según aseguraban los
mejor informados de la calle.
Juanito, poco a poco, había logrado estrechar sus relaciones con Tónica.
No subía a la casa, eso no; ¿qué dirían los vecinos? pero si le estaba
vedado entrar en aquella escalerilla, que se le antojaba camino de
misterioso santuario, podía acompañar a Tónica y su amiga los domingos
por la tarde.
El dependiente había entablado amistad con Micaela, una criatura
insignificante que pasaba por el mundo como un fantasma, anulada la
voluntad, lamentándose de no vivir, como en su juventud, en la
servidumbre doméstica. Sentía una tierna simpatía por aquella mujer casi
ciega, con sus ojazos claros siempre inmóviles, como si experimentara
eterno asombro. Entre el dependiente y ella establecíase el lazo de la
igualdad de caracteres. Los dos eran seres débiles, pacientes, sin
voluntad: acostumbrada ella a la obediencia de la servidumbre,
supeditado él por la adoración a su madre.
Micaela encontraba aceptables las relaciones entre Juanito y su amiga.
El dependiente era para ella un ser de casta superior; causábala respeto
la posición social de su familia; y mientras Tónica le llamaba por su
nombre, ella, con sus costumbres de criada antigua, nombrábale siempre
«señor de Peña», ceremoniosamente, a estilo de comedia.
¡Qué tardes tan hermosas las de aquella primavera! Salían de casa a la
hora en que correteaban por las calles los grupos de criadas, con sus
faldas almidonadas y al cuello el ondeante pañuelito de seda, seguidas
por los soldados de caballería, de escandalosas espuelas, torpe paso y
embarazados por el sable, como si fuese un pesado garrote.
Sus diversiones eran siempre las mismas. Iban donde va la gente que no
quiere gastar dinero, y se les veía por el pretil del río, camino de
Monte-Olivete, los dos jóvenes delante, hablando tranquilamente,
mientras se acariciaban con la mirada, y detrás Micaela, con aire de
inconsciente, abismada en el crepúsculo eterno que la envolvía y
levantando la cabeza, sin sentir la menor molestia por los rayos del sol
que se quebraban en sus ojazos hermosos y muertos.
Deteníanse a contemplar los incidentes del tiro de palomo establecido en
el cauce del río, pedregoso, inmenso, surcado por unas cuantas venillas
de agua, que se cruzaban caprichosamente, formando verdes archipiélagos.
La afición meridional al estruendo, el instinto de raza, ansioso de
correr la pólvora, revelábase en el inmenso corro, donde se contaban las
escopetas a centenares y el tirador de chaqué disparaba junto al
aficionado de blusa. En el centro del corro los enormes jaulones, donde
aleteaban inquietos los pajarracos de la Albufera o los pardos palomos,
estremeciéndose a cada descarga, temiendo que les tocase el turno de
volar por entre la lluvia de plomo; y junto a ellos el héroe de la
fiesta, el _colombaire_, un mocetón despechugado, al aire los bíceps de
hércules, limpiándose el sudor, girando como una peonza, haciendo toda
clase de muecas y voceando la frase sacramental «¡_a pacte_!» antes de
soltar las alas que oprimía entre sus manos ¡Allá va...! Y aquello era
una batalla. Primero el disparo aislado del preferido que paga mejor;
después tiroteo graneado; y al fin descargas cerradas, mientras el
_colombaire_ se agitaba como un energúmeno, con la fiebre de la
destrucción, y rugía «¡_a ell_, _a ell_!» como si su voz fuese el
ladrido de toda una jauría. El rojizo humo envolvía al corro; y arriba,
en el espacio azul, puro, ideal, deshonrado por un crimen, veíase caer
al palomo inerte, apelotonado, atravesado por veinte tiros, como un
miserable puñado de plumas. Los curiosos, enardecidos por el tiroteo,
seguían con mirada ansiosa al pájaro que lograba escapar; interesábanse
en las terribles disputas de los cazadores, reclamando todos la misma
pieza; no se fijaban en la lluvia de perdigones fríos que caían en torno
de ellos; y si «por casualidad» se perdía un ojo o se sentía escozor en
el cuerpo... ¿qué iban a hacer? esto entraba en la diversión.
La enamorada pareja seguía su paseo, sintiendo a sus espaldas el paso
leve de la resignada Micaela. En Monte-Olivete sentábanse en el banco de
piedra que circunda la ovalada plaza; henchíase el moquero de Tónica de
cacahuetes y altramuces, y volvían a emprender la marcha, siempre por la
orilla del río, más agreste ahora, con filas de seculares álamos y
verdes cañares, que se estremecían rumorosos al viento con un quejido
triste.
Andaban, devoraban distraídamente el contenido del pañuelo. Juanito
llevaba en su bigote cortezas de cacahuet; y a pesar de esto, los dos se
sentían en un ambiente ideal y caminaban como si no pusiesen los pies en
el suelo. En el fondo de los ojos de Tónica veía él la reducción del
paisaje, las verdes charcas del río, los cañares, la arboleda, el
azulado cielo; y las nubecillas que resbalaban veloces antojábansele,
vistas en tal espejo, el alma de su amada, que pasaba y repasaba tras
las pupilas envuelta en vaporosas vestiduras. ¡Oh, qué bien se sentía
caminando junto a la mujer amada, rozándola el codo a la menor
disigualdad del terreno, aspirando el perfume indefinible de Tónica,
distinto de todas las esencias de este mundo! Olvidábase de todo, de su
familia, de su porvenir, de la pobre Micaela, que iba a sus espaldas
rumiando altramuces, y su atención reconcentrábase en los ojos negros,
que a cada momento reproducían un rincón del paisaje; en la blanca y
sana dentadura, tan hermosa, tan brillante, que al reír parecía iluminar
la morena cara de la joven.
Y sin embargo, su conversación no podía ser más vulgar. Tónica era un
espíritu práctico, que, en medio de sus escapes de pasión, no olvidaba
el porvenir con todas sus miserias y monotonías. Insensible a los
encantos del paisaje, a la soledad rumorosa que los rodeaba, trazaba
planes para lo futuro, para cuando fuesen dueños de una tienda en el
Mercado y ella tuviese que desarrollar las facultades de ama de casa. Ya
vería él de lo que era capaz su mujercita. Y la linda costurera, con su
aire grave de mujer formal, con la misma expresión vaga y soñolienta que
si hablase de amor, marcaba punto por punto el programa de su vida
futura. Se levantaría a la misma hora que él, y mientras Juan vigilase
la limpieza de la tienda, ella ayudaría a la criada en «lo de arriba»;
trabajar mucho y ahorrar más, pues esto es lo que da salud; y después, a
la hora de comer... ¡qué felicidad hablar de los negocios devorando el
clásico puchero con el buen apetito que da la actividad! Dependientes
pocos y buenos, tratados como de la familia, comiendo todos en la misma
mesa, a estilo patriarcal. Y la casa adelante, siempre adelante,
Queriéndose ellos mucho y amasando ochavo tras ochavo la fortuna para la
vejez, en aquel nido estrecho atestado de fardos y piezas de tela. Esto
al principio, cuando aún no hubiesen novedades y la casa permaneciese
tranquila y en reposo; pero después... ¡figúrate tú! vendrá lo que es
natural... uno, dos o más, ¿quién sabe? Y entonces tendrá que ver que al
digno comerciante don Juan Peña, cuando suba a almorzar, se le cuelguen
de los brazos unos cuantos angelitos cabezudos, de hinchados mofletes, y
no le dejen tragar bocado con tranquilidad.
Pero Tónica se detenía, ruborizándose como si sintiera haber dicho
demasiado, y miraba a su no vio confusa y avergonzada, mientras éste
buscaba la linda manecita de ella para besarla repetidas veces, sin
importarle la presencia de Micaela.
La costurera consentía estas caricias. Conocía bien a Juanito. No había
cuidado que pasase de ellas. Besábale las manos, sin que sus labios
dejasen la ardorosa huella del deseo contenido, y todo el exceso de
Juanito consistía en morder las duricias de la epidermis producidas por
el contacto de las tijeras o las rozaduras y pinchazos de la aguja.
Estas marcas del diario trabajo las adoraba Juanito como cuarteles de
nobleza, y las yemas de los rosados dedos, ligeramente encallecidas,
chupábalas con tanta delicia como si fuesen caramelos.
Tónica, con dulce coquetería, extendía sus manos, dejándoselas besar. Si
alguna vez, al saltar un ribazo, quedaba al descubierto algo de su
blanca media, veía cómo Juanito volvía a otro lado su mirada con cierta
expresión de sorpresa y disgusto. La quería bien: estaba en el período
de la adoración extática. Tónica era para él como esas vírgenes de
cabeza hermosísima, que bajo la deslumbrante vestidura sólo tienen para
sostenerse tres feos palitroques. Él, que en la cocina de su casa
estremecíase hasta la raíz de los cabellos al menor roce con las
fornidas fregonas, nunca había llegado a pensar que Tónica tenía algo
más que su gracioso rostro.
Mientras los novios, sentados en los pendientes ribazos, con los cañares
a la espalda, hablaban del porvenir, acariciándose castamente, y en
pleno idilio daban fin al puñado de altramuces, Micaela permanecía
inmóvil, con la mirada mate fija en el sol, que, como una bola candente,
resbalaba por la inmensa seda del cielo sin quemarla, y al acercarse en
su descenso majestuoso al límite del horizonte, se sumergía en un lago
de sangre.
Algunas veces, la pobre mujer sonreía, como si ante sus ojos moribundos
pasasen seductoras visiones.
--¿Qué piensa usted, Micaela?--preguntaba Tónica--. ¿Ve usted algo?
--Nada, hija mía; veo el sol, que es lo único que puedo ver.
Pero mentía. Veía con los oídos. Las palabras de los jóvenes, aquellos
desahogos de un amor tranquilo, le alegraban, y su fantasía poblaba de
imágenes las muertas retinas. Veía a la _siñá_ Antonia, la madre de la
costurera, tal como era quince años antes, cuando Micaela iba de visita
a su portería para charlar como antiguas amigas. Pero ahora ya no hacía
calceta, ni aparecía dentro de sus ojos patiabierta ante el brasero,
echando firmas en la lumbre; la veía en el cielo, justamente ganado con
sufrimientos y miserias, vestida de blanco, como van los
bienaventurados, y desde allí, asomándose a una ventana de nubes,
lanzaba una sonrisa como una bendición sobre los dos jóvenes, que
parecía decir: «Gracias, Micaela; cuídamela, sacrifícate un poco más, no
la abandones hasta verla esposa de Juanito, que es un buen muchacho. Yo,
en agradecimiento, te guardaré un rinconcito para cuando subas.»
Y la pobre mujer conmovíase tanto al soñar despierta, que las lágrimas
titilaban en sus ojos, haciendo brillar las pupilas sin vida.
--¿Ahora Hora usted...?--preguntaba Tónica--. Pero ¿qué le pasa?
Nada, absolutamente nada. Se sentía feliz y lloraba de alegría, de
agradecimiento, satisfecha de sí misma, de la bondad con que la trataba
Dios.
Juanito miraba con asombro no exento de envidia a la pobre mujer casi
ciega, que saldría del mundo tan inocente como había entrado, después de
arrastrar la más monótona y abrumadora de las existencias, siempre
amarrada a la argolla de la domesticidad, sumisa y automática, y que
todavía sentíase dominada por el agradecimiento, como si la vida de
descanso puramente animal que ahora gozaba fuese una felicidad de que no
se consideraba digna.
Aquella primavera fue el período más feliz de la existencia de Juanito.

Amaba, era amado, tenía fe en el porvenir, sentíase a cien leguas de las
miserias de su familia, y para mayor felicidad, el tío don Juan,
enterado de su noviazgo, lo toleraba, reservándose dar su aprobación
definitiva cuando conociese a Tónica.
Un domingo, por exigencias de los arrendatarios, tuvo que ir a su huerto
de Alcira, y pasó el día como un desterrado, mirando melancólicamente
hacia Valencia y sintiendo un inocente enfurruñamiento contra el sol
porque marchaba despacio, retrasando la hora del regreso. Por la noche,
¡con qué placer saltó al andén de la estación, hendiendo a codazos la
muchedumbre que obstruía la salida! Con los zapatos llenos de polvo,
llevando en las manos dos ramas de naranjo cargadas de bolas de oro que
esparcían fresco perfume, pasó como un hombre satisfecho de la vida ante
los revisores y dependientes de Consumos que vigilaban la puerta, y
corrió a la calle de Gracia, metiéndose en la escalerilla con un
arranque de audacia que a él mismo le causaba asombro. Micaela perdonó
al «señor de Peña» esta transgresión de lo pactado, en gracia a su viaje
y al regalo del ramo de naranjas; y desde aquel día, el enamorado, sin
abusar de la tolerancia, continuó sus visitas.
Juanito ya no sentía miedo al pensar lo que diría la mamá cuando
conociese sus amores. Tenía el convencimiento de que ella lo sabía todo.
El día de la Virgen fue con Tónica y su amiga a la primera misa en la
capilla de los Desamparados. Dentro del templo sonaba la música; la
multitud, oprimida en la mezquina rotonda, esparcíase por la plaza hasta
la fuente, adornada con un ridículo templete que parecía de confitería.
Todos estaban en actitud reverente, sin ver otra cosa de la misa que las
obscuras puertas, en cuyo fondo brillaban como chispas de oro las luces
de los altares, sintiendo en sus descubiertas cabezas el vientecillo de
primavera, semejante al halago de una mano invisible, tibia y olorosa.
En esta confusión, cuando Juanito, sacando los codos, guardaba de
empujones a las dos mujeres, vio a corta distancia a su familia y la
del señor Cuadros.
Desde las Pascuas que era grande la intimidad entre las dos familias;
Juanito había oído hablar la noche anterior de cierto plan de
esparcimiento matutino, como principio de fiesta, por ser los días de
Amparito. Oirían la primera misa en la capilla de los Desamparados,
porque a doña Manuela, como buena valenciana, le parecía que ninguna
misa del resto del año valía tanto como aquélla y después tomarían
chocolate en un huerto de fresas, bajo un toldo de plantas trepadoras,
recreándose el olfato con el olor de los campos de flores y el humillo
del espeso soconusco.
Doña Manuela vio a su hijo, Juanito la sorprendió fijando los ojos en
Tónica con expresión curiosa e interrogante. La altiva señora aparentó
después no haber visto a su hijo; pero al volver a casa, Juanito
sentíase trémulo e inquieto pensando en lo que diría su mamá, tan amante
del prestigio de la familia.
Pasó aquel día y pasaron muchos sin que doña Manuela dijese una palabra
sobre el noviazgo de su hijo. Este silencio entristecía a Juanito en
ciertos momentos. Veía una vez más hasta dónde llegaba el afecto de
aquella madre a la que idolatraba. Era un paria, un advenedizo de
procedencia inferior que el azar había introducido en la familia. Para
Rafaelito y las hermanas, todas las alianzas eran medianas; pero
tratándose del hijo de Melchor Peña, el tendero del Mercado, todo
resultaba bien. Podía casarse con una criada de la casa, sin que doña
Manuela sintiera un leve roce en aquella susceptibilidad tan despierta
para los otros hijos.
La buena señora llegó por fin a darle a entender con palabras sueltas lo
que él se recelaba. Conocía sus amores; se había informado de quién era
Tónica, y no le parecía gran cosa; pero si Juanito se mostraba conforme,
todos contentos. Esta indiferencia anonadaba a Juan; y a pesar de que
nadie en la casa se preocupaba de sus amoríos--pues cuando más, merecían
alguna burla de Amparito--, siguió recatándose, como si temiera las
maternales censuras.
Desde la noche que subió a casa de Tónica, fue estrechando su intimidad
con las dos mujeres. Ya se atrevía algunas noches a hacerles tertulia
hasta las diez, y como la presencia de Micaela daba a la conversación un
tinte de seriedad, Juanito hablaba del comercio, de los triunfos de la
Bolsa, de la buena fortuna de su principal, y sobre todo, de don Ramón
Morte, su grande hombre, al que cada vez tributaba una adoración más
vehemente.
Si él se sintiera con fuerzas bastantes, sería de ellos; ingresaría en
el batallón audaz que, guiado por Morte, marchaba de jugada en jugada a
la conquista de los millones; y decía esto con la fiebre de explotación
adquirida en la tienda oyendo a los bolsistas, fiebre que comunicaba a
las dos mujeres, que le escuchaban como un oráculo.
La falta de valor era lo que le retenía en su posición mediocre; en
cuanto al éxito, no era posible dudar. El que ahora no se hacía rico,
era porque no quería serlo. Bastaba un poco de dinero y la sabia
dirección de Morte para despertar un día millonario.
Y Tónica le escuchaba con la mirada fija, el entrecejo fruncido, los
labios apretados, como si dentro de su cabecita se agitase una idea
tenaz, mientras Micaela abría sus muertos ojazos con la expresión de una
niña que oye un cuento de hadas.
Aquellos millones fantásticos, saliendo de la boca de Juanito, rodaban
sobre el pobre tapete de la mesa, parecían infundir por la mísera
habitación un ambiente de aplastante opulencia, algo semejante a la
sonora vibración de montones de oro. Y esta conversación fue repetida un
día y otro, hasta que Juanito quedó desconcertado e indeciso ante una
proposición de las dos mujeres.
Aunque era partidario de las audacias financieras, siempre que pensaba
en la posibilidad de poner en práctica sus entusiasmos surgían en él la
prudencia y la desconfianza, los escrúpulos de la rutina comercial, como
una herencia de raza. Por esto sintió cierta inquietud al oír a Micaela
que deseaba dedicar sus ahorros a un negocio tan afortunado. Eran ocho
mil reales, amasados trabajosamente entre las dos mujeres, arañados al
jornal de Tónica y a la pobre pensión de Micaela, adquiridos a fuerza de
alimentarse con arroces insípidos los más días de la semana, remendar
los trajes hasta que se deshilachaban de puros viejos y pasar las
veladas a obscuras para evitar el gasto de luz.
Juanito dudó. No le parecía mal el propósito. Ya que tenía dinero, mejor
que guardarlo en el fondo del arca era emplearlo como cebo, para que la
suerte mordiese en él. Y repitió varias veces esta frase oída a su
principal.
--Pero...--añadió con marcada indecisión--no sé hasta qué punto
convendrá a ustedes exponer un dinero que tanto les cuesta. Don Ramón es
infalible, pero ¿quién sabe lo que reserva la suerte...? ¿Quieren
ustedes creerme? Nada de jugadas. Esto queda para mi principal y sus
amigos, que tienen mucho corazón. Lo mejor es llevarle el dinero al
señor Morte y rogarle que lo invierta en papel del. Estado. Es un tío
muy largo. Adivina el papel que puede subir y el que va a bajar. Sí él
quiere, el capitalito de ustedes quedará bien colocado; cobrarán ustedes
su renta todos los trimestres, y es fácil que lo que adquieran por cinco
valga diez dentro de poco. Quedamos, pues, en que iremos a ver a don
Ramón.
¡Afortunado mortal! Desde entonces, su nombre pareció llenar la
habitación, y las dos mujeres le aposentaron en su memoria, imaginándolo
como un ser poderoso, todo bondad, que peloteaba los millones y se
divertía haciendo ricos a los pobres.
--¿Cuándo vamos a ver a don Ramón?--era la pregunta que hacían las dos
mujeres apenas entraba Juanito en la casa.
Y la visita la hicieron una mañana que Tónica no tenía trabajo y su
novio pudo abandonar _Las Tres Rosas_. ¡Qué emoción! En la plaza de la
Reina ya le temblaban las piernas a Micaela, pensando en el arrugado
papel de estraza que contenía los billetes mugrientos, y más aún en que
iba a verse ante aquel señor de quien todos se nacían lenguas. Entraron
en un patio suntuoso, embellecido por la industria más que por el arte
arquitectónico, en el que el escayolado imitaba al mármol y el yeso
moldeado a máquina fingía un artesonado antiguo. En el primer tramo de
la escalera estaba el despacho de don Ramón.
La antesala parecía de ministerio, y apenas si en los bancos forrados de
terciopelo quedaba espacio libre para los que iban llegando. Los
clientes aguardaban con resignación el turno. Eran curas en su mayoría,
pues don Ramón, persona piadosa y amiga de hacer limosnas por mano de la
Iglesia, figuraba como el banquero del clero, y en las sacristías su
nombre alcanzaba gran prestigio. Los hábitos negros, la discreta media
luz que filtraba al través de los cortinajes de los balcones, esfumando
los adornos de la antesala en una dulce penumbra, y la calma discreta
que reinaba en toda la casa, daban a ésta un ambiente conventual de
profunda paz, dulce y atractivo.
Juanito y las dos mujeres, después de una hora de espera viendo las
entradas y salidas de los clientes, que andaban con aire discreto, como
influidos por aquel ambiente de seráfica calma, fueron admitidos a la
presencia del gran hombre. Atravesaron la oficina, donde media docena de
pobres diablos plumeaban encorvados, levantando la cabeza para lanzar a
Tónica una mirada rápida. Abriendo una mampara negra, entraron en el
despacho, pieza empapelada de obscuro, con estantes de carpetas verdes y
grandes cromos franceses de santos y santas, que parecían acicalados y
perfumados para asistir a un baile.
Allí, tras la mesa-ministro, sobre la cual todo estaba arreglado con
nimia pulcritud, mostrábase el famoso banquero. Tónica experimentó una
decepción. Habíalo imaginado majestuoso, imponente, y veía un hombre
raquítico, amarillento, cargado de espaldas, con la cabeza cana y un
bigote recortado, que parecía despegarse de su rostro clerical. Hablaba
golpeando cadenciosamente con una mano el dorso de la otra, y sus ojos
pardos, brillando tras las gafas de oro, eran lo más notable del rostro,
por su expresión extremadamente bondadosa y atenta. Su facilidad de
fisonomista le hizo reconocer inmediatamente a Juanito.
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Arroz y tartana - 14
  • Parts
  • Arroz y tartana - 01
    Total number of words is 4620
    Total number of unique words is 1837
    29.4 of words are in the 2000 most common words
    42.6 of words are in the 5000 most common words
    50.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 02
    Total number of words is 4704
    Total number of unique words is 1782
    33.4 of words are in the 2000 most common words
    45.9 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 03
    Total number of words is 4753
    Total number of unique words is 1778
    31.6 of words are in the 2000 most common words
    45.7 of words are in the 5000 most common words
    52.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 04
    Total number of words is 4772
    Total number of unique words is 1786
    32.8 of words are in the 2000 most common words
    46.4 of words are in the 5000 most common words
    53.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 05
    Total number of words is 4804
    Total number of unique words is 1734
    33.2 of words are in the 2000 most common words
    46.4 of words are in the 5000 most common words
    53.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 06
    Total number of words is 4810
    Total number of unique words is 1767
    30.7 of words are in the 2000 most common words
    42.5 of words are in the 5000 most common words
    49.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 07
    Total number of words is 4733
    Total number of unique words is 1746
    32.6 of words are in the 2000 most common words
    47.0 of words are in the 5000 most common words
    54.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 08
    Total number of words is 4693
    Total number of unique words is 1751
    33.5 of words are in the 2000 most common words
    46.7 of words are in the 5000 most common words
    52.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 09
    Total number of words is 4670
    Total number of unique words is 1644
    32.1 of words are in the 2000 most common words
    46.0 of words are in the 5000 most common words
    54.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 10
    Total number of words is 4801
    Total number of unique words is 1750
    33.7 of words are in the 2000 most common words
    46.1 of words are in the 5000 most common words
    53.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 11
    Total number of words is 4701
    Total number of unique words is 1790
    31.3 of words are in the 2000 most common words
    44.4 of words are in the 5000 most common words
    50.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 12
    Total number of words is 4704
    Total number of unique words is 1802
    32.3 of words are in the 2000 most common words
    45.8 of words are in the 5000 most common words
    52.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 13
    Total number of words is 4708
    Total number of unique words is 1788
    32.9 of words are in the 2000 most common words
    47.0 of words are in the 5000 most common words
    53.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 14
    Total number of words is 4698
    Total number of unique words is 1754
    31.8 of words are in the 2000 most common words
    44.6 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 15
    Total number of words is 4644
    Total number of unique words is 1698
    30.7 of words are in the 2000 most common words
    45.1 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 16
    Total number of words is 4746
    Total number of unique words is 1636
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    48.9 of words are in the 5000 most common words
    56.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 17
    Total number of words is 4763
    Total number of unique words is 1706
    33.8 of words are in the 2000 most common words
    46.6 of words are in the 5000 most common words
    54.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 18
    Total number of words is 4651
    Total number of unique words is 1734
    31.3 of words are in the 2000 most common words
    46.1 of words are in the 5000 most common words
    53.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 19
    Total number of words is 4715
    Total number of unique words is 1665
    34.7 of words are in the 2000 most common words
    48.5 of words are in the 5000 most common words
    55.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 20
    Total number of words is 1383
    Total number of unique words is 640
    42.1 of words are in the 2000 most common words
    54.0 of words are in the 5000 most common words
    60.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.