Arroz y tartana - 10

Total number of words is 4801
Total number of unique words is 1750
33.7 of words are in the 2000 most common words
46.1 of words are in the 5000 most common words
53.9 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
vivir en paz con la familia de mi marido y que me respeten. ¿Qué menos
puedo pedir? ¿No es verdad...?
No; no era verdad que ella corriese tantos peligros casándose con él. Lo
juraba a fe de Juanito Peña. ¡Su familia...! ¿Pero es que hacía gran
caso de él? Podría casarse con quien quisiera, sin miedo a disgustos ni
protestas. Él formaba aparte, se sentía aislado en medio de los suyos. Y
el pobre muchacho, como si de pronto apreciase toda la verdad de su
situación, decía esto con tal amargura, casi con lágrimas en los ojos,
que Tónica se conmovió, mostrándose más blanda.
Ella le apreciaba; se creía muy honrada con merecer su atención; no
entendía de amoríos, pues sólo los había visto en las novelas; pero le
permitía seguir hablando con ella, como amigos más que como novios, y si
el tiempo demostraba que sus caracteres se comprendían y compenetraban,
entonces....
El rubor de la joven completó sus palabras. Juanito no necesitó más para
soltar el chorro de su verbosidad comprimida; y atropelladamente, habló
de su porvenir, trazando con furiosos brochazos el cuadro de su
felicidad. Tenía dinero... venderían el huerto de Alcira... compraría
una tienda. _Las Tres Rosas_ por ejemplo... se casarían... tendrían
niños, muchos niños, porque él, con sus gustos de joven tímido, adoraba
los muñecos... él sería un modelo de maridos.... Pero paró en seco al
ver que Tónica se ruborizaba, dirigiéndole miradas de reproche por la
libertad con que formulaba sus ilusiones. En fin, ya vería lo que era
bueno, y qué vida tan rica iban a darse cuando vivieran casados y fuera
del círculo de estúpidas pretensiones de su familia.
Por de pronto, no era mala la vida que hacía Juanito. Pasaba el día
pensando en su Tónica; abandonaba la tienda a las horas en que aquélla
tenía que salir por algún encargo de sus parroquianas, y por la calle
iba al lado de ella, orgulloso como un triunfador, temiendo que le
viera la mamá y deseando al mismo tiempo encontrarse con sus hermanas,
para que éstas aprendiesen «a distinguir» y no le tuvieran por un
pazguato incapaz de tener novia. Por ella, por Tónica, reñía con la
planchadora, él, que era antes tan descuidado, deseando ostentar unos
cuellos duros y lustrosos como el mármol; y con gran asombro de las
hermanitas, se emancipaba de la dirección de la mamá, siempre tacaña con
él, y se hacía un traje igual a los de su hermano Rafael.
Todo iba bien: Juanito se encontraba más joven y fuerte. Le parecía que
algo nuevo circulaba por su venas; era vino caliente y espumoso que
arrollaba y barría la antigua horchata. Ya había conseguido que Tónica
le llamase Juanito, y no señor Peña, con aquel acento ceremonioso que
hacía reír; pero aún no se había decidido a corresponder a su tuteo, y
le plantaba siempre un «usted» como una casa, asegurando que le causaba
rubor hablarle de otro modo.... ¡Qué inocente! ¡Como si él no fuese hijo
de un antiguo tendero del Mercado! En fin, todo se andaría.
Lo que inquietaba algo a Juanito, en medio de su felicidad, eran las
atenciones que con él tenía su mamá, las miradas cariñosas, los «¡hijo
mío!» dichos en un tono halagador, con la suavidad mimosa de una
caricia. ¡Malo, malo! Juanito temblaba viendo aproximarse la afligida
demanda, el «sablazo» maternal, acompañado con lágrimas y conmovedoras
lamentaciones sobre lo mucho que cuesta la educación de los hijos. Y la
petición fue formulada, por fin, a principios de Semana Santa, una tarde
en que Juanito, después de comer de prisa, iba a salir para avistarse
con Tónica antes de entrar en la tienda.
El pobre muchacho quedó anonadado por las maternales confidencias....
¡Diablo! La situación era más grave que él imaginaba. Ya no eran diez o
doce mil reales los que ponían a su mamá con agua al cuello; ahora se
trataba de miles de pesetas, de miles de duros, y era preciso pagar o
resignarse a que la situación de la familia se hiciese pública, pues los
acreedores, gente grosera y sin entrañas, sin otra pasión que la del
dinero, eran capaces de desacreditar por dos cuartos a una señora
decente.
--Yo me muero de ésta, Juanito mío; estas cosas no son para mí. ¡Ay,
Dios! ¡Cuánto cuesta criar a los hijos y sostener el rango de una
familia! Tú, hijo mío, sólo tú puedes sacar a tu madre de apuros....
¡Tres mil duros...! ¿Sabes lo que es eso? Pues los tres mil duros he de
tener a punto para el día siguiente de las Pascuas. Me han amenazado; me
han llamado tramposa porque no puedo pagar... ¡tramposa! ¡a una señora
como yo...! No puedo sufrir tanta vergüenza. Y si mis hijos me
abandonan, me moriré, sí señor... presiento que estos disgustos me van a
quitar la vida.
Juanito, a pesar de que estaba en guardia para librarse de los halagos
de su mamá, y se proponía no adquirir compromisos, sintió en su interior
algo que se sublevaba, subiendo hasta su rostro como una ola
caliente.... ¡Tramposa su madre! No estaba mal aplicado el calificativo;
pero el cariño ciego, que le hacía adorar a su madre, rebelábase ante
tal ofensa; le conmovía hasta el punto de que sus ojazos tranquilos y
bondadosos se velasen con lagrimones de ira.
Con movimientos de cabeza asentía a todas las afirmaciones de su madre.
Sí; era preciso arreglar aquello; el honor de la familia no podía quedar
a voluntad de cuatro usureros, que, merced a ciertos papelotes firmados
por doña Manuela con tanta irreflexión como frescura, exigían quince mil
pesetas por un préstamo de once mil. Había que pagar; pero... ¿y el
dinero? ¿dónde encontrar el dinero?
Y la viuda, al llegar a esta conclusión, le miraba fijamente, dándole a
entender que en él estaba la solución.
--Hay que buscar el dinero, mamá. Podía usted hablar coa doña Clara, esa
amiga que, según dice el tío, es la arregladora de todos estos enredos.
--¡Doña Clara...! ¡valiente apunte! Hijo mío, tú, como eres tan buenazo,
no conoces a las personas. Esa doña Clara es una tal, que sólo va donde
puede sacar, y vuelve las espaldas a una persona decente al verla en un
apuro. Nuestra situación es muy mala, rematadamente mala.
Y en los oídos del joven agolpáronse en tropel las vergonzosas
confidencias, hechas en voz baja, temblorosa, no por el remordimiento,
sino por la humillación que suponía confesar la situación de la casa,
aun a su propio hijo. Las fincas todas hipotecadas, y si las vendía, no
llegaría su importe a la mitad de las deudas. Su firma en un sinnúmero
de pagarés, y tan desacreditada, que a su mismo portero le prestarían un
duro los usureros mejor que a ella. Vencimientos ineludibles que había
que satisfacer, so pena que la familia se desacreditara... y nada con
que pagar, absolutamente nada; la carencia más completa de medios para
salvar la situación.
Las necesidades de la casa lo arrebataban todo. Ella había acudido ya a
los procedimientos más penosos para su dignidad. Si ahora fuese la
temporada de ópera, ni ella ni sus hijas podrían lucir las joyas que
enorgullecían y admiraban al pobre Juanito. Estaban en una casa de
préstamos. Y la vajilla de plata, que daba al comedor un aire tan
señorial, los grandes candelabros del salón, no habían salido de casa
para blanquearlos el platero; donde estaban era naciendo compañía a las
joyas. Todo por unos cuantos miles de reales, que se habían escurrido
como agua en aquella criba de deudas y gastos, de infinitos agujeros.
--Esto te lo digo, Juanito, porque eres el más formal de la casa y
necesito tus consejos. Pero ¡por Dios! ni una palabra a las niñas; que
no sepan las pobrecitas la situación. Se sentirían humilladas, y no
quiero que mis hijas se consideren inferiores a sus amigas.
Lo que menos preocupaba a Juanito era lo que pudiesen pensar sus
hermanas. Sus instintos de comerciante honrado, amigo de la regularidad,
sublevábanse al pensar en un medio tan vergonzoso de adquirir dinero.
Para él, las casas de préstamos eran antros horribles, guaridas de
latrocinio; acudir a ellas era contaminarse, perder la propia dignidad.
--¿Y usted ha ido allí?--preguntó con expresión dolorosa--. ¿Ha entrado
en esas casas?
Doña Manuela contestó con altivez. ¡Quién! ¿Ella...? ¿Por quién la
tomaba su hijo? Aunque arruinada, no por esto había perdido su dignidad.
Para tales comisiones se valía de doña Clara, que tenía amigos entre los
prestamistas, y hacía las «operaciones» diciendo que los objetos eran de
una señora distinguida cuyo nombre no podía revelar. Lo que doña Manuela
callaba eran las sospechas vehementes de que su amiga explotaba sus
apuros, guardándose los «picos» de las cantidades facilitadas por los
prestamistas. La viuda tenía la altivez de los grandes señores que creen
de buen tono dejarse robar descaradamente por sus criados.
Cuando terminaron las revelaciones sobre la situación de la casa, la
viuda aguardó la respuesta de su hijo. Él era su única esperanza. Su
hermano la detestaba; ¿a quién podía confiar sus penas? A Juanito
únicamente, a su querido Juanito; pues Rafael, el pobre muchacho, metido
en el mundo elegante, nada sabía de las «materialidades » de la vida, ni
tenía bienes propios como su hermano mayor. Pero el bondadoso hortera se
mostró más duro que su madre esperaba. El amor le había transformado;
mas en vez de hacerlo soñador excitaba sus instintos de economía,
predominando en él las aficiones de su padre, lo que su tío y don
Eugenio llamaban «sangre comercial».
Que nadie le tocase su huerto de Alcira. Y no es que amase gran cosa una
finca que sólo veía una o dos veces por año. Deseaba convertirla pronto
en dinero; pero los ocho mil duros limpios que pensaba sacar de ella
eran la base de su porvenir, la realización de sus ilusiones, el medio
de establecerse y convertir a Tónica en dueña de una gran tienda de
telas.
Doña Manuela experimentó gran extrañeza al tropezar con una tenacidad
que nunca había supuesto en su hijo. Se negaba resueltamente a firmar
otro pagaré garantizando el crédito de su madre, y menos consentía aún
en hipotecar su huerto para adquirir los tres mil duros.
--No, mamá--decía tímidamente, pero con firmeza--; no puedo. Ya sabrá
usted más adelante que eso no es posible. Necesito mi dinero; y además,
a mí me repugna eso de hipotecas, pagarés y préstamos de los usureros.
Como dice el tío, eso queda para las gentes perdidas.
Pero deseaba salvar a su madre del compromiso; encogíasele el corazón al
verla tan hermosa, tan «señora», con los ojos llorosos y la frente
surcada por dolorosas arrugas, y buscaba mentalmente un medio para
sacarla de la situación.
Era posible que don Antonio Cuadros, que tan rápidamente se
enriquecía.... Pero no. El enérgico gesto de su madre le dio a entender
que no consentía auxilios que lastimasen su amor propio. Tal vez más
adelante ella no diría que no, cuando se reanudasen las amistades;
ahora, desde la despedida de Andresito, eran bastante frías.
Y Juan, no atreviéndose a nombrar a su tío, dejó de proponer soluciones.
--Lo del huerto no lo consiento.... Pero no llore usted, mamá.... No
llore.... ¡Qué demonio! Para todo hay remedio en este mundo. ¡Si no se
gastase tanto en esta casa...! No se enfade usted, mamá. Sí; ya sé todo
lo que va a decirme; el decoro de la familia, la necesidad de sostener
el buen nombre, la conveniencia de colocar bien a las niñas.... La
verdad es que se necesitan tres mil duros, y que no se adquieren en unos
cuantos días economizando. Lo del huerto no lo consiento, lo vuelvo a
repetir.... Pero en fin, para que usted no esté triste, le prometo
encargarme del asunto. Yo lo arreglaré, y poco he de poder o la próxima
semana tendremos ese dinero.
Pero Juanito, como enamorado, tardó en cumplir sus promesas. Sus amores
con Tónica, aquella luna de miel ideal, el afán de acompañarla a todas
partes, hablando de su porvenir, le tenían tan distraído, que si no
olvidó sus promesas, fue difiriendo su cumplimiento siempre para el día
siguiente.
Su madre le lanzaba en la mesa miradas interrogantes; le llamaba aparte
para saber cómo iba «aquello»; y cuando él se excusaba con sus
ocupaciones en la tienda, estremecíase ante el gesto de dolor de doña
Manuela.
Fue el Jueves Santo por la mañana cuando Juanito se decidió a emprender
el asunto. La tienda estaba cerrada. Tónica saldría de casa con su vieja
amiga; y él, no sabiendo qué hacer, decidióse a ir en busca de su tío.
A las once salió a la calle. La mamá y las hermanitas estaban dando la
última mano al tocado de circunstancias: el crujiente vestido de seda,
el velo de blonda, y al puño el rosario de oro y nácar. Iban a una de
las principales iglesias a sentarse tras la mesa petitoria de una
comunidad de origen extranjero, a la hora en que la gente elegante reza
las estaciones.
Juanito, a pesar de la ¡anual costumbre, sintióse impresionado por el
aspecto de la ciudad. Las tiendas cerradas, el adoquinado silencioso,
sin que una rueda lo conmoviese; las gentes vestidas de negro, con aire
solemne. Parecía que por la ciudad pasaba una epidemia, despoblando las
casas y ahuyentando el ruido de las calles. El profundo silencio
turbábanlo de vez en cuando los tercetos de ciegos que, agarrados del
brazo y golpeando el suelo con sus garrotes para orientarse, iban por el
arroyo sin miedo a ser atropellados, prorrumpiendo en lamentaciones
poéticas que, en tono quejumbroso, relataban la pasión y muerte del
Redentor. Los pasos de los transeúntes sonaban en las aceras como un
áspero y ruidoso frotamiento, y aglomerábase la gente en las puertas de
los templos, negras y profundas bocas que lanzaban a la fría calle el
denso vaho de su interior.
Los soldados, con uniforme de gala y las manos yertas dentro de los
guantes de algodón, iban a visitar las estaciones, turbando el general
silencio con el arrastre acompasado de sus pies e impregnando el
ambiente de ese olor de salud, mezcla de carne sudada, cuero y lana
burda. Los caballeros maestrantes lucían sus uniformes obscuros, los
sanjuanistas su cruz roja, y hasta los oficiales de reemplazo y los del
batallón de Veteranos se adosaban los arreos militares para acompañar a
la señora en la visita a los templos y lucir de paso sobre el pecho las
recién frotadas cruces. Era un desfile brillante de autoridades y
uniformes, que admiraba a los papanatas; grupos de chicuelos y mujeres
se agolpaban ante los Eccehomos que se exhibían en las calles sobre un
pedestal: imágenes manchadas con brochazos de sangriento bermellón, la
corona de espinas sobre las lacias y polvorientas melenas que agitaba el
viento, una caña entre las manos y a los pies una bandeja con céntimos y
un viejo pedigüeño.
Al llegar Juanito al barrio de las Escuelas Pías entró en una calle
estrecha donde estaba el caserón de sus abuelos, una interminable
fachada pintada de azul claro, en la cual, corrió por compasión,
rasgaban el grueso muro algunos balcones y ventanas, a gran distancia
unos de otros.
Juanito recordaba su niñez. Se veía muchacho pelón jugando con los
chicos de la vecindad--los días en que su tío lo convidaba a comer--en
aquel portal inmenso, obscuro, rezumando humedad por entre su empedrado
de guijarros. Los recuerdos de la niñez seguían despertándose en él a la
vista de la vieja escalera con su pasamano de caoba, rematado por un
leoncito borroso y gastado, y de sus peldaños de azulejos del siglo
anterior, en los cuales veíanse navios sobre un mar morado, con banderas
más grandes que el casco, embozados de gruesas pantorrillas blancas con
sombrero de picos y huertanas con cestos de frutas, todo en colores
tostados y chillones.
Vicenta, la vieja criada del tío, fue quien abrió la reja que obstruía
la escalera. Juanito era el único pariente del señor a quien toleraba la
vieja sirvienta. Le saludó con una sonrisa de su boca obscura y
desdentada, y como de costumbre, no preguntó por su mamá ni sus
hermanas. Aborrecía a aquellos parientes del amo, sabiendo la poca
estima en que éste los tenía. Don Juan estaba arriba, en los porches,
dando de comer a los palomos y a las gallinas.
La criada y el sobrino hablaban en un rellano de la escalera, desde el
cual se veían algunas habitaciones. Él las conocía perfectamente, y
subsistían en su memoria con todos sus detalles estrambóticos. Desde
allí percibía el tufillo de las habitaciones cerradas años enteros;
aquel ambiente rancio, húmedo, cargado de polvo, que con la diaria
limpieza mudaba de sitio sin salir de la casa, y expulsado por la escoba
de los rincones iba a caer un poco más allá.
La afición de don Juan a visitar almonedas, comprándolo todo con tal que
fuese barato, había convertido su casa en una prendería. Las salas eran
grandes como plazas, las alcobas podían servir de salones de baile; y a
pesar de esto, no había un palmo de pared libre de muebles o adornos.
Los armarios colosales se contaban a docenas, todos de roble viejo, con
tallas tan complicadas como sus enormes cerraduras; los cuadros, buenos
o malos, llegaban hasta el techo; las sillerías incompletas y de
distintos colores, no encontrando espacio junto a las paredes,
esparcíanse por el centro; todo estaba ocupado, como si la casa fuese un
almacén, un depósito de rapiñas verificadas al azar; y aunque todas las
piezas estaban abarrotadas, la casa sonaba a hueco, y la soledad
despertaba esos ecos misteriosos de las grandes viviendas abandonadas.
Mirando los salones interminables que parecían iglesias, pensábase
involuntariamente en la noche, cuando las sombras ahogaban la macilenta
luz de la candileja del avaro y los pasos del viejo y su criada sonaban
como en el ulterior de una cripta, en un medroso silencio interrumpido
por los crujidos de la madera vieja y las veloces carreras de las ratas.
La manía de adquirir todo lo barato daba a la casa un tono grotesco.
Sobre la puerta de la escalera destacábase una testa de toro disecada,
con unas astas que daban frío. Juanito tenía presente los enormes monos
trepando por un tronco, con el lomo apelillado y calvo, y los pájaros
vistosos, a quienes no se podía quitar el polvo sin que cayesen las
plumas; adquisiciones de almoneda, que convertían en un arca de Noé el
gran salón, con su techo al fresco, donde jugueteaban amorcillos
descoloridos y macilentos por la pátina de un siglo entero, y con sus
enormes consolas doradas sobre las cuales se ostentaban grupos de frutas
contrahechas, uvas y melocotones, cuya cera perdía los vivos colores
bajo la capa de los años.
--¿Conque el tío está arriba?
--En los porches lo encontrarás, Juanito.... Sube, que yo voy a la
cocina. Creo que se quema el potaje.
Y el muchacho siguió subiendo la escalera, que ya no era de azulejos
vistosos, sino de tostados baldosines. Aquellos peldaños habían sido
cincuenta años antes el camino de una gran industria. Centenares de
obreros los pisaban todas las mañanas, y por allí descendían, recién
salidos del telar, los floreados damascos, los brillantes rasos, la seda
listada, todas las magnificencias de una industria oriental que daba a
Valencia fama y prosperidad. Ahora era la escalera de un panteón, y se
sentía malestar oyendo cómo el eco repetía y agrandaba los pasos.
Los porches eran inmensos. Un taller que se perdía de vista, ocupando
todo el último piso del caserón; un bosque de maderos y cuerdas,
invadidos por las telarañas; una confusión de telares que, inactivos y
muertos, parecían siniestras guillotinas, complicadas máquinas de
tormento.
Juanito tardó en ver a su tío, agachado entre dos telares, en mangas de
camisa, ocupado en armar una ratonera. A pocos pasos de él, una docena
de gallinas picoteaban en un barreño, y por encima de los travesaños y
redes de los telares aleteaban los palomos, lanzando su arrullo
adormecedor.
--¿Eres tú, Juanito?--exclamó el tío al levantar la cabeza--. No te
esperaba. ¿Vienes para que hagamos juntos las estaciones? Pues no pienso
salir hasta la tarde.
Y don Juan, abandonando la ratonera, rué hacia su sobrino con la sonrisa
paternal, bondadosa, que reservaba para Juanito aquel hombre duro y
malhumorado con todos.
La mirada curiosa e interrogante del sobrino llamó su atención.
--¿Desde cuándo no has estado aquí...? Creo que desde que eras un
chicuelo y subías a enredar con tus compinches. Lo menos hace veinte
años.... Está bien arreglado, ¿verdad? Las ventanas cerradas, los
postigos de arriba alambrados, para que entre el sol y el aire.... Me he
gastado una barbaridad de dinero: lo menos doce duros; pero tengo un
palomar en el que se criarían perfectamente todos los animales de pluma
que entran en la plaza Redonda durante medio año. El único inconveniente
son las malditas ratas. No hay ratonera ni polvos que puedan con ellas.
Parece que los telares paran las ratas a montones. ¡Y qué atrevidas!
¡Degüellan a los polluelos, se comen las crías, y cualquier día creo que
bajarán para devorarnos a Vicenta y a mí! ¿Y lo desvergonzadas que
son...? ¡Mira... mira!
Y al mismo tiempo que señalaba a un extremo del vasto taller, cogió un
pedazo de madera y lo arrojó con fuerza al lugar donde se agitaba el
terrible roedor. El proyectil, pasando por entre los telares, rebotó
sobre un poste, cayendo casi a los pies del tío.
--¡Se escapó...! ¡Figúrate lo que harán esas malditas cuando estén
solas! Se comen más palomas y gallinas que yo, rompen los huevos, y
resulta que hago gastos para mantenerlas regaladamente. El día menos
pensado mato todos los animalitos, y se acabó la diversión.
Y mientras decía esto, por no estar inactivo, cogía de un telar la
cazuela llena de granos, lanzando con voz de falsete un ¡_pul_!
¡_pul_...! interminable, y arrojaba puñados al suelo, arremolinándose en
torno de él las gallinas y palomos, escandalosas, agresivas,
disputándose aquel maná con furiosos picotazos.
Juanito seguía contemplando el aspecto desolado del porche: el techo, de
cuyas viguetas pendían largos pabellones de telarañas; los telares, que
en sus superficies planas tenían capas de polvo cuya formación suponía
docenas de años; las ventanas, con sus cerraduras enmohecidas y arriba
unos enrejados por los que lanzaba el sol barras de luz en cuyo interior
danzaba un mundo de moléculas.
El joven recordaba confusamente las grandezas que había oído de boca de
don Eugenio: los recuerdos gloriosos del arte de la seda, los brillantes
trabajos de los _velluters_ que cincuenta años antes hacían danzar las
lanzaderas allí mismo, del amanecer hasta la noche; y sentía cierta
pena, un malestar extraño, como si se encontrara ante las ruinas de una
ciudad muerta y todavía vibrasen en el espacio los últimos estallidos de
la catástrofe. Aquello era un panteón al que no se había quitado el
andamiaje; la ruina y el silencio habían pasado por allí, petrificando
el taller, antes ruidoso y ensordecedor.
La melancolía del joven parecía comunicarse a don Juan, que ya no
arrojaba granos a sus aves.
--¡Cómo está esto! ¿No es verdad que entristece...? Y menos mal para ti,
que no has conocido los buenos tiempos, cuando desde el amanecer reinaba
aquí un estrépito de dos mil demonios, y abajo, tu abuelo y yo sentíamos
temblar el techo al empuje de los telares, mientras arreglábamos cuentas
o sacábamos de los armarios las ricas piezas para enseñarlas a los
compradores.... ¡Ah, qué tiempos aquéllos...!
Y el viejo se conmovía, coloreábase su tez, gesticulaba con entusiasmo,
y sus ojos brillaban como si viese en movimiento aquel centenar de
telares y una turba activa y laboriosa en torno de ellos.
--Aquí, en estos talleres, estaban la riqueza y la honra de Valencia;
aquí trabajaban los _velluters_, aquella gente que por su tonillo docto
era el prototipo de la pedantería, pero que resultaba respetable por ser
la fiel guardadora de las costumbres tradicionales, la sostenedora de
ese carácter valenciano, sobrio, alegre y dicharachero, que casi ha
desaparecido. ¡Qué hombres aquéllos! Tenían sus defectos, Juanito; pero
así y todo, no los cambiaría yo por los hombres de hoy. Su carácter era
sutil como la seda; acostumbrados a las labores difíciles, menudas y
complicadas, eran meticulosos, y tan amantes de la equidad, que hasta se
cuenta como chiste que uno de los del gremio hizo parar una vez la
procesión para recoger del palio una pasita que se le había caído
comiendo en la ventana. Esto sería ridículo, pero a mí me entusiasma.
Con hombres así no había miedo a ser robado, y la confianza entre amos y
obreros era completa. El tejedor entraba de aprendiz en un taller, y
sólo lo abandonaba para irse al cementerio. Todos los trabajadores de la
casa me vieron nacer. Eran como de la familia.... ¡Oh, qué tiempos
aquéllos...!
Y don Juan, animado por sus rancios entusiasmos, entornaba los ojos,
como para ver mejor el hermoso cuadro del pasado.
--Ahora--continuó, apoyando sus palabras con pataditas nerviosas--,
ahora, todo muerto por culpa del maldito Lyón, de esos gabachos que con
sus máquinas endiabladas nos han arruinado.... Ya no hay moreras en la
huerta; en las barracas se ha perdido la memoria de las cosechas de
capullo, y ha muerto una industria... industria no; un arte que
nosotros, aunque cristianos viejos, heredamos directa y legítimamente de
nuestros abuelos los moros.... ¿Y en esto consiste el progreso? ¿En que
unos pueblos roben a otros sus medios de vida...? Pues me _futro_ en él
y en los que le defienden.
Y el viejo, siempre circunspecto y bien portado, animándose con la
imaginación, hacía ademanes tan enérgicos como incorrectos para
manifestar el desprecio que le merecía el progreso condenado.
--Y no es que yo maldiga los adelantos--dijo después, como si se
arrepintiese--; sobre todo me gusta que vayan a Madrid en menos de un
día, cuando en mis tiempos se necesitaba nueve de galera y hacer
testamento. Pero me enfurece que lo que estaba bien, y muy en su punto,
venga el señor Progreso y lo eche a perder con su afán de revolucionarlo
todo. Callaría si el arte de la seda hubiese ganado algo con nuestra
ruina; pero me sublevo al ver que lo de allá, que es lo que priva, ni es
arte ni nada. Industrialismo vil: estafa y nada más. ¿Dónde están los
tejidos de pura seda que un puñal no podía atravesar? ¿Dónde los
terciopelos que pasaban de abuelos a nietos, como si acabasen de salir
de la tienda? Aquello acabó, y ahora sólo queda la sedería de Lyón,
«mírame y no me toques», algodón malo, géneros que no duran un año,
porquerías con las que van tan orgullosas estas señoritas del día....
¿No es esto, Juanito? ¿No lo ves tú así?
Y el sobrino contestaba a todo con afirmativas cabezadas, muy preocupado
en su interior por el modo como expondría la pretensión que le llevaba
allí. La aprobación de Juanito templó las iras del viejo.
--No creas por eso que me forjo ilusiones. Esto está muerto y bien
muerto. No es culpa de los de allá, sino de la gente de aquí. Se acabó
el buen gusto. Hoy se tiene horror a lo que es rico y vistoso; los
señores visten como los criados; todos van de obscuro, como sacristanes;
el chaleco, que es la prenda que da majestad a la persona y pregona su
clase, es de la misma tela que los pantalones; ya no se ostenta sobre el
vientre el terciopelo floreado, aquellas rayas de cien colores que tanto
golpe daban en mi juventud, y hasta los labradores se encajan la blusa
y el hongo, como asistentes, y se ríen cuando sacan del fondo del arca
el chupetín de raso de sus abuelos, la faja de seda y el pañuelo de
flores, que tanto lucían en los bailes de la huerta.... ¿Y las mujeres?
No me hables de ellas.... ¡Valientes imbéciles! Ni en las aleluyas del
mundo al revés.... Se visten como los hombres, con lanilla inglesa; van
feas como demonios con esos colores de enterrador, apagados, sombríos; y
en el verano gastan, cuanto más, percal de tres reales, con lo que creen
ir tan elegantes. ¡Oh, aquellos tiempos míos! Se estrenaba menos, era
menor la variedad, pero se lucían cosas buenas y sólidas, que pasaban
docenas de años en los roperos sin que hubiera polilla con valor para
hincarlas el diente. ¡Todo se ha perdido! ¡Adiós, cortinajes de damasco!
¡Abur, seda chinesca! Ahora adornan los salones con unas telas ásperas,
de tejido burdo y borroso; y cuando no, para que la cosa tenga
«carácter» (¡vaya una palabra!), echan mano de las mantas jerezanas y
arman una decoración de taberna.
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Arroz y tartana - 11
  • Parts
  • Arroz y tartana - 01
    Total number of words is 4620
    Total number of unique words is 1837
    29.4 of words are in the 2000 most common words
    42.6 of words are in the 5000 most common words
    50.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 02
    Total number of words is 4704
    Total number of unique words is 1782
    33.4 of words are in the 2000 most common words
    45.9 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 03
    Total number of words is 4753
    Total number of unique words is 1778
    31.6 of words are in the 2000 most common words
    45.7 of words are in the 5000 most common words
    52.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 04
    Total number of words is 4772
    Total number of unique words is 1786
    32.8 of words are in the 2000 most common words
    46.4 of words are in the 5000 most common words
    53.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 05
    Total number of words is 4804
    Total number of unique words is 1734
    33.2 of words are in the 2000 most common words
    46.4 of words are in the 5000 most common words
    53.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 06
    Total number of words is 4810
    Total number of unique words is 1767
    30.7 of words are in the 2000 most common words
    42.5 of words are in the 5000 most common words
    49.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 07
    Total number of words is 4733
    Total number of unique words is 1746
    32.6 of words are in the 2000 most common words
    47.0 of words are in the 5000 most common words
    54.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 08
    Total number of words is 4693
    Total number of unique words is 1751
    33.5 of words are in the 2000 most common words
    46.7 of words are in the 5000 most common words
    52.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 09
    Total number of words is 4670
    Total number of unique words is 1644
    32.1 of words are in the 2000 most common words
    46.0 of words are in the 5000 most common words
    54.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 10
    Total number of words is 4801
    Total number of unique words is 1750
    33.7 of words are in the 2000 most common words
    46.1 of words are in the 5000 most common words
    53.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 11
    Total number of words is 4701
    Total number of unique words is 1790
    31.3 of words are in the 2000 most common words
    44.4 of words are in the 5000 most common words
    50.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 12
    Total number of words is 4704
    Total number of unique words is 1802
    32.3 of words are in the 2000 most common words
    45.8 of words are in the 5000 most common words
    52.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 13
    Total number of words is 4708
    Total number of unique words is 1788
    32.9 of words are in the 2000 most common words
    47.0 of words are in the 5000 most common words
    53.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 14
    Total number of words is 4698
    Total number of unique words is 1754
    31.8 of words are in the 2000 most common words
    44.6 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 15
    Total number of words is 4644
    Total number of unique words is 1698
    30.7 of words are in the 2000 most common words
    45.1 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 16
    Total number of words is 4746
    Total number of unique words is 1636
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    48.9 of words are in the 5000 most common words
    56.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 17
    Total number of words is 4763
    Total number of unique words is 1706
    33.8 of words are in the 2000 most common words
    46.6 of words are in the 5000 most common words
    54.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 18
    Total number of words is 4651
    Total number of unique words is 1734
    31.3 of words are in the 2000 most common words
    46.1 of words are in the 5000 most common words
    53.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 19
    Total number of words is 4715
    Total number of unique words is 1665
    34.7 of words are in the 2000 most common words
    48.5 of words are in the 5000 most common words
    55.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 20
    Total number of words is 1383
    Total number of unique words is 640
    42.1 of words are in the 2000 most common words
    54.0 of words are in the 5000 most common words
    60.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.