Arroz y tartana - 09

Total number of words is 4670
Total number of unique words is 1644
32.1 of words are in the 2000 most common words
46.0 of words are in the 5000 most common words
54.0 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
aunque fuese en el cafetín; pero no; ¡firme allí! aunque muriese de pie,
como los antiguos romanos.
Obscurecía. La plaza estaba llena; las calles adyacentes seguían
vomitando nuevas muchedumbres, y iodos cabían a fuerza de codazos y
empujones, como si fuesen elásticas las paredes de las casas. En torno
de la _falla_ agitábase un oleaje de relamidos peinados, de gorras con
visera amarilla y de blusas blancas. Las señoras refugiábanse en los
portales, empinándose sobre las puntas de los pies para ver mejor; los
maridos cogían a sus pequeñuelos por los sobacos y los sostenían a pulso
para que contemplasen las últimas contorsiones de los monigotes.
Aún era de día y ya se impacientaba la muchedumbre.
--¡Fueeego...! ¡fueeego...!--gritaban a coro los de la blusa blanca.
Y los dos borrachos, agarrados fraternalmente de los hombros, con las
húmedas nances casi juntas, asomábanse a la puerta del cafetín con
risita maligna al pensar que molestaban al dueño.
--¡Fuego...! ¡fuego...!
Y después de gritar se metían apresuradamente en la taberna, fingiendo
susto, como chicuelos que acaban de hacer una travesura.
Los organizadores de la _falla_ se resistían. Había que esperar a que
cerrase la noche. Pero la muchedumbre estaba dominada por esa
impaciencia que, entre la gente levantina, basta que sea manifestada por
uno para que los demás se sientan contagiados.
--¡Fueeego..! ¡fueeego...!--seguían aullando de los cuatro lados de la
plazoleta. Y de la desembocadura de un callejón sin adoquinar salió una
pedrada certera, que dejó trémulo al monigote del centro, llevándosele
medio tupé. Aplausos y carcajadas, y a los pocos minutos servían de
blanco todos los bebés de la orquesta. Había que comenzar en, seguida.
El cafetinero lo ordenaba a gritos desde su puerta, y los cofrades
braceaban y se desgañitaban en torno de la _falla_ pidiendo un poco de
calma, mientras un compañero se introducía en el cuadrado de lienzo con
dos botellas de petróleo. Cuando los biombos transparentaron una mancha
roja que rápidamente se agrandaba entre incesante chisporroteo, la
muchedumbre lanzó un «¡oh!» de satisfacción. Comenzaban a arder las
esteras viejas, las sillas cojas y demás muebles recogidos en los
desvanes del barrio y amontonados en el interior de la _falla_. El rojo
resplandor iluminaba la parte baja de los figurones.
--¡Que toquen la _Marsellesa_!--gritó un vozarrón anónimo con acento
imperioso.
Un estremecimiento pareció correr por la muchedumbre, saltando después
de balcón en balcón.
--¡Sí, la _Marsellesa_... venga la_Marsellesa_!--repitieron miles de
voces con expresión amenazante, como si alguien se negase por anticipado
a sus exigencias.
Los músicos, que enfundaban sus instrumentos, miraron asustados al
amenazador gentío. Intentaban negarse; pero el pensamiento de que
quedaban piedras en el callejón desvaneció sus propósitos de
resistencia. La música rompió a tocar, chillaron los cornetines, sonaron
el bombo y los platillos como una tempestad lejana, y por toda la plaza
se esparció un ambiente de bienestar, reflejándose en los rostros.
La _Marsellesa_... ¡y el gobierno en la hoguera! ¿Qué más podían pedir?
Y el entusiasmo meridional, caldeando los cerebros, hacía pasar ante los
ojos risueños espejismos. Todos se sentían dominados por un optimismo
meridional.
Las lenguas de fuego comenzaban a salir del interior de la _falla_,
lamiendo la ropa de los monigotes.
--¡Bravooo...! ¡Vítooor!
Nadie pensaba que aquello era madera y cartón. El entusiasmo les hacía
feroces; creían que era el mismo gobierno lo que quemaban al son de la
_Marsellesa_, y los industriales soñaban despiertos en la rebaja de la
contribución; los de las blusas blancas en la supresión de los Consumos
y el impuesto sobre el vino, y las mujeres, enternecidas y casi
llorosas, en que acabarían para siempre las quintas.
La música seguía rugiendo la _Marsellesa_, y en la multitud, alguno de
los ardorosos, trastornado por la ilusión y por el himno, creyendo que
la cosa ya estaba en casa, gritaba a todo pulmón: «¡Viva la República!»,
lo que azoraba a los pobres municipales y les hacía mirar en derredor,
buscando un hueco en el gentío por donde escapar.
La hoguera crecía rápidamente. Las inquietas llamas, moviéndose de un
lado para otro, agitaban como abanicos los faldones del frac, los bajos
de blanca muselina y las cintas de raso de los bebés. El fuego
jugueteaba como una fiera con sus víctimas antes de devorarlas. De
repente, hizo presa en aquellos adornos, y en un segundo los devoró,
escupiéndolos después como negras pavesas, que revoloteaban sobre las
cabezas de la muchedumbre. Los monigotes, firmes y en pie, ardían como
grandes antorchas con un inquieto plumaje de llamas. Andresito recordaba
los cristianos embreados que iluminaban con sus cuerpos el camino de
Nerón.
Había llegado la hora de destruir, de ayudar al incendio, y los
organizadores de la _falla_ con pesados puntales, golpeaban el armazón
de los bastidores o daban tremendos palos a los ardientes monigotes para
que cayeran en el rojo cráter.
La muchedumbre, legítima descendiente del pueblo que dos siglos antes
presenciaba los autos de fe, aplaudía con gozosa ferocidad la caída de
los monigotes en la hoguera. Cada vez que, volteando en el aire sus
piernas y sus brazos chamuscados, se zambullía uno en las llamas, oíanse
risas y berridos.
La _falla_ se derrumbó con todo su armazón medio carbonizado, y un
torbellino de chispas y pavesas se elevó hasta más arriba de los
tejados. El enorme brasero daba a la plaza una temperatura de horno,
tiñéndolo todo de color de sangre. La gente, tostada, con las ropas
humeantes, retirábase a las inmediatas calles; los de los pisos bajos
cerraban las puertas, huyendo de aquella atmósfera ardiente que abrasaba
los ojos y esparcía por la piel intolerable picazón, y en los balcones
las vidrieras se cerraban, y los cristales flojos, caldeados por el
ambiente abrasador, saltaban con estrépito.
Más de media hora ardió con toda su fuerza el informe montón de leños
ennegrecidos, que al carbonizarse se cubrían de rojas escamas. Algunos
maderos estaban erizados de innumerables y pequeñas llamas, como si
fuesen cañerías de gas.
La muchedumbre se alejaba, con la esperanza de ver algo en las otras
_fallas_. La temperatura bajaba, el incendio iba achicándose, la
frescura de la noche penetraba en la plazuela, y balcones y puertas
volvían a abrirse.
En casa de doña Manuela, terminado el espectáculo público, había su
poquito de fiesta, sin duda para amenizar el chocolate «suntuoso» que la
rumbosa viuda daba a sus amigos. La gran lámpara del salón, reservada
para las solemnidades, había sido encendida; y Andresito, desde la
plaza, veía los trajes claros y los _bouquets_ de las amigas pasar por
el iluminado balcón, moviéndose con el ritmo del baile.
El pobre muchacho estaba firme en su puesto. El fuego le había empujado
a un extremo de la plaza; pero apenas se refrescó el ambiente, volvió a
la puerta del cafetín, cerca del laurel cargado de buñuelos, cuyas ramas
se habían tostado. La _falla_ seguía ardiendo, con sus estallidos de
leña vieja, que sonaban como tiros.
La plaza quedaba en poder de la gente menuda, chiquillos desarrapados,
que, tomando carrera, saltaban la hoguera con agilidad de monos, cayendo
al lado opuesto envueltos en las chispas. Los municipales intentaban
oponerse a tan peligroso ejercicio; pero la pareja de pobres hombres era
impotente ante tales diablillos, y al fin adoptó la sabia determinación
de sonreír con tolerancia y retirarse a un portal.
Andresito seguía con mirada triste las evoluciones de aquellas
bulliciosas salamandras con blusa, que saltaban por entre las llamas
como si tal cosa, sacudiéndose las chispas como los perros.
La plazuela estaba solitaria y el rojo ambiente del incendio hacía más
lóbregas las calles inmediatas. Algunos chuscos arrojaban en la hoguera
manojos de cohetes, que salían como rayos, culebreando su rabo de
chispas, arrastrándose de una pared a otra y remontándose en caprichosas
curvas hasta la altura de los balcones, para estallar con estampido de
trabucazo. Los municipales no veían los cohetes, pues al fijarse en el
aire matón de la chavalería que los disparaba, permanecían metidos en el
portal, sordos y ciegos. Andresito pensaba que si alguno de aquellos
rayos baratos le pillaba en su sitio, no le dejaría ganas en una
temporada de ser frailecito blanco y llorar los desdenes de su hermosa;
pero permaneció inmóvil. Irse de allí era renunciar a su venganza. Él
esperaba algo, sin saber qué; y allí permanecía mirando el balcón, a
pesar de que sus piernas apenas podían sostenerle, y en la cabeza y el
estómago sentía un vacío anonadador.
Ahora cantaban arriba. Era Amparito, que acometía con su vocecita de
seda una romanza de Tosti, coreada por el estallido de los cohetes y los
berridos burlones de la pillería, a quien le hacían gracia los lamentos
musicales, verdaderos chillidos de ratita asustada.
Las llamas iban extinguiéndose, la plaza estaba cada vez más obscura y
los chiquillos desertaban en grupos, bucando otras _fallas_ que no
hubiesen llegado al período de la agonía.
Dos hombres salieron del cafetín agarrados del brazo, con paso lento y
vacilante. Eran los viejos borrachos, con la gorrilla en la nuca y el
eterno pañuelo de hierbas en la mano. Volvieron el rostro al cafetín, y
como personajes de tragedia, lanzaron una eterna maldición sobre la
cabeza de _Espantagosos_, un ladrón que, al quedarse sin dinero dos
hombres honrados, les echaba a la calle sin más miramientos.
El humo de la _falla_, denso y pegajoso, les hizo toser; pero se
detuvieron ante el rescoldo enorme como un brasero de gigantes.
Soltáronse del brazo y saltaron la _falla_, uno tras otro, con una
agilidad inesperada y ademanes tan grotescos, que los municipales reían
y hasta el desconsolado poeta dejó de mirar al balcón. El cafetinero y
sus vecinos estaban en las puertas, celebrando aquel espectáculo
grotesco e inesperado.
Las carcajadas del público enardecían a los borrachos, les hacían
sonreír con orgullo, y los dos redoblaban sus saltos y contorsiones.
Corrían en torno del gran montón de brasas, saltaban por todos los
lados, y en el furor del movimiento que les dominaba, ninguno de los dos
se acordaba del otro.
¡Ahora iba lo bueno! Y saltando al mismo tiempo los dos, cada uno por
lado distinto, encontráronse en lo más alto de su salto; chocaron los
cuerpos como proyectiles y cayeron en el rescoldo, hundiéndose entre
las brasas la parte más carnosa del individuo.
La plazuela pareció animarse, lanzando interminables carcajadas. A
patadas y puñetazos los sacaron los municipales, y una vez libres del
rescoldo, empujáronlos fuera de la plaza. ¡A sus casas o al Asilo...!
¡Lo que quisieran!
Andresito vio cómo se alejaban los dos viejos, mostrando una nueva cara
por el revés chamuscado de su pantalón, riendo su postrera hazaña,
dándose besos y abrazos para afirmar la fraternidad del cafetín y
hablando a gritos para que quedase bien sentado que la «casa grande» era
una cueva de ladrones, y ellos, desengañados, se retiraban a la vida
privada.
Y el poeta, envidiando su alegría, seguía en su puesto, iluminado por la
última crepitación de la hoguera, desfallecido de hambre y de dolor,
llorando de veras ahora que comenzaba a verse en la obscuridad,
esperando algo vago e indeterminado, sin fuerzas para hacer nada y
estremeciéndose al oír aquella voz tenue como un hilillo de seda, que se
quebraba al llegar a lo más alto de la romanza, ahogándola con sus
aplausos los complacientes convidados de la mamá.


V

Juanito era feliz. Próximo al ocaso de su juventud, a los malditos
treinta años de que hablaba Espronceda, en vez de tristes desengaños
experimentaba la alegría de saber que en el mundo hay algo más grato que
adorar a la mamá como un ídolo y plegarse a todos los caprichos de los
hermanitos.
El entusiasmo de la juventud, el ansia de vivir, manifestábanse en él
con extraordinaria fuerza, como frutos tardíos del árbol de su vida, que
había pasado invierno tras invierno sin conocer hasta ahora la
primavera.
Al reunir y ordenar sus recuerdos, no se daba cuenta de cómo había
ocurrido su transformación. Sin duda, el amor era más fuerte que su
característica timidez. En la soledad, al recordar a Tónica,
avergonzábase como el que ha cometido una acción punible; las palabras
intencionadas que había deslizado en la conversación martilleábanle
después los oídos, y tan pronto las consideraba ridículas como
exageradamente audaces.
--¡Dios mío...! ¡Qué dirá de mí esa chica!
Pero cuando estaba cerca de ella, el rubor desaparecía y sentía en su
interior audacias que le asombraban.
Ya no se conformaba con esperar que Tónica fuese a la tienda de _Las
Tres Rosas_. Enterábase de dónde trabajaba, y con una astucia de las más
torpes, salíale al paso por la mañana al ir al trabajo y por la noche al
regresar a su casa; hacíase el encontradizo y le desesperaba la
dificultad de su lengua tímida, que parecía rebelarse, no queriendo ser
conductora de sus pensamientos.
Pasó más de una semana para Juanito sin adelantar gran cosa en su
propósito. Tónica le hablaba como un amigo y le hacía confidente de
todos sus pensamientos: las exigencias de sus parroquianas, los consejos
de «las señoritas», que eran las hijas de su difunta protectora, y hasta
las dolencias de aquella mujer casi ciega que vivía con ella,
sirviéndola de madre. Con estas confidencias, Juanito iba penetrando
lentamente en la vida de la joven y la consideraba ya como algo propio,
a pesar de que todavía la picara lengua seguía negándose a obedecerle.
Tónica tenía en ciertos momentos rasgos de ingenuidad, que turbaban al
joven, sin dejar por esto de experimentar alegría.
Llegó a relatarle las aficiones de su infancia, el placer indefinible
que experimentaba pasando horas enteras arrodillada ante un Cristo,
rezando rosarios tras rosarios. En aquella época, llevarla a la capilla
de la Virgen de los Desamparados era para ella la mayor de las
diversiones, y rezaba con tal devoción, que las viejas beatas se la
comían a besos, asegurando que iba para santa.
--¡Qué época aquélla!--decía la joven con ligera sonrisa--. Ahora la
recuerdo con cierta extrañeza y no menos envidia. Las estampitas de mi
devocionario me hablaban; y por la noche, una Virgen que tenía en mi
cuarto bajaba de su cuadro para arrullarme hasta que me dormía. Usted,
Juanito, se burlará seguramente de que yo fuese tan tonta.... En fin,
cosas de niñas. Pero mi madrina la condesa, en vista de tan ardiente
devoción, quería hacerme monja; y el otro día, «las señoritas»,
recordando los deseos de su mamá, todavía me ofrecieron costearme el
dote para que entrase en un convento.
--¿Y usted acepta?--preguntó el joven con visible ansiedad.
--¡Yo...! No pienso en ello por ahora. Aquella santidad voló, creo que
para siempre. Ahora soy mala, muy mala. Rezo cuando estoy triste, oigo
misa los domingos, tengo mucho miedo al diablo, pero me gusta bastante
el mundo y voy siendo algo impía, pues algunas veces me digo que no es
tan pésimo como lo pintan los predicadores.... Además, ¿quién cuidaría
de mi pobre Micaela, sola y casi ciega? Sería cometer un horrible pecado
de ingratitud por salvar mi alma. No señor, no pienso hacerme monja;
prefiero ser pecadora y cuidar de mi pobre amiga.
Juanito tenía en los labios una pregunta audaz. ¿Qué hacía? ¿La
soltaba...? Tembló; pero vacilando, diola curso, al fin, con voz de
agonizante.
--¿Y no piensa usted casarse?
Tónica contestó con una carcajada.
--¡Casarme yo...! ¿Y quién ha de ser el valiente? Se necesita mucho
corazón para cargar con una mujer sin otra renta que la aguja y que
lleva tras sí el bagaje de una amiga vieja y enferma.
Juanito estuvo a punto de gritar que ese valiente era él; pero, por su
desgracia, se detuvo. Tónica estaba seria y decía con triste ingenuidad:
--Reconozco que si encontrase un hombre honrado, trabajador y humilde
como yo, que quisiera admitir a mi desgraciada amiga, me tendría por muy
feliz.... Pero en fin, hoy por hoy no hay que pensar en tonterías.
Y cambió con tal arte el curso de la conversación, que a Juanito se le
quedó en el cuerpo lo que quería decir, y antes llegaron a la pobre
escalerilla de la calle de Gracia, que pudo manifestar su valor para ser
esposo de Tónica y encargarse de la pobre ciega.
Aquella noche fue cruel para Juanito. La pasó en vela, revolviéndose
inquieto en su cama, y declarando en voz alta que era el más cobarde de
los hombres. Parecía imposible que un mocetón con unas barbas que
causaban espanto fuese tímido como un seminarista. ¡Y pensar que todos
tenían valor en tales casos, todos, hasta Andresito, aquel pazguato que
se declaró a Amparo con la mayor facilidad...! ¡Cristo! ¡Cómo se reirían
de él sus hermanas si conocieran sus timideces! Sólo esto faltaba para
que todos los de casa le creyesen un imbécil.... Pero pronto se sabría
quién era él. Y animado por una resolución hija del amor propio, pasó
todo el día siguiente en la tienda distraído, sin atender a las ventas,
ansiando que llegase la hora de acompañar a su casa a Tónica.
Caía una lluvia fina cuando fue a apostarse en la calle de Serranos,
cerca de la casa donde trabajaba la joven. A las ocho la vio salir,
andando con su paso ligero y gracioso, rozando la pared y casi oculta en
la penumbra de un alumbrado macilento, que en vez de luz parecía
esparcir tinieblas.
Bien comenzaba la entrevista. Tónica se resistió a aceptar el paraguas
de Juanito; no podía consentir que el joven se mojase por complacerla a
ella; y en cuanto a ir los dos juntos bajo aquella cúpula de seda...
sólo en pensarlo la producía rubor y hacía que echase su cuerpo atrás,
como para huir de un peligro.
Pero la expresión de angustioso ruego de Juanito pareció convencerla.
Bueno; aceptaba su invitación porque le creía un joven formal y honrado.
Pero ¡Dios mío! ¡qué diría la gente...! Y comenzó a andar con timidez al
lado del joven, que no se sentía menos conmovido. Nunca había estado tan
próximo a Tónica. Rozaba al andar un lado de su busto, se sentía
envuelto en el ambiente embriagador que exhalaba su cuerpo sano, y veía
cerca de sus ojos el rostro de Tónica, su boca fresca, mostrando la
brillante dentadura con graciosas sonrisas.
Juanito, entusiasmado por su buena fortuna, no pensaba ya en la
resolución que tan inquieto le había tenido durante todo el día.
Bastábale para ser feliz y considerarse dueño de Tónica oír su voz,
trémula por la emoción que le causaba un paseo tan íntimo.
De pronto, Juanito pareció despertar. ¡Qué diablo! Ya estaban casi en la
mitad del camino, cerca del Mercado, y él callaba, sin atreverse a decir
lo que tan pensado tenía.
Pero la maldita timidez retardaba con ridículos pretextos su
declaración.
Bueno; aguardaría a llegar a aquella esquina, y una vez en ella, ¡zas!
soltaba su demanda, aunque cortase a Tónica en lo mejor de sus
confidencias.
Ya estaban en la esquina. ¡Allá va...! Pero no; no hablaba. Iba tras
ellos un señor por la acera, resguardándose de la lluvia; podía oír su
declaración... ¡y quién sabe de lo que son capaces esas gentes burlonas,
que miran el amor como cosa de risa!
Esperaría a que el molesto transeúnte se fuese por otra calle. Y
mientras tanto, escuchaba a Tónica, cuidando de ladear el paraguas para
que la cubriera bien, y mirando al suelo, como encantado por el trozo de
enagua blanca al descubierto y las pequeñas botinas que saltaban los
charcos con una graciosa ligereza de pájaro.
Ella hablaba mientras tanto, desahogando el enfado que le causaban sus
parroquianas. Sólo una pobre como ella podía sufrir tantas exigencias.
Era costurera, y querían que trabajase como una modista famosa. Por dos
pesetas diarias la explotaban las parroquianas de un modo irritante;
mostraban un ansia furiosa para exprimir todas sus habilidades; la
hacían cortar y probar como una maestra y coser o zurcir como una
oficiala; obligábanla, con falsos mimos, a no levantar la cabeza del
trabajo ni un solo instante; se mordían los labios con rabia y dudaban
de su laboriosidad cuando no podía convertir en vestido flamante un
guiñapo viejo; y después de todo, cuando la costurera terminaba,
despedíanla sin cariño alguno, como un mueble inútil, y no se acordaban
de ella al darse tono en paseos y teatros, asegurando que era de una
modista francesa el vestido cuya confección les costaba unas cuantas
pesetas.
--¿No es verdad, señor Peña, que eso es una ingratitud?--preguntaba
Tónica muy animada, olvidando los escrúpulos que había manifestado antes
de admitir el paraguas.
Juanito contestaba con vehemencia, pero su pensamiento se hallaba a cien
leguas de lo que decía. Sí señor, era una infamia; personas tan ingratas
nada merecían. Y al mismo tiempo miraba atrás, viendo con gozo que el
transeúnte importuno había desaparecido.
Ahora sí que se lanzaba; esperaría a pasar la plaza del Mercado, y así
que entrase en la calle de Gracia, soltaría su declaración. Tónica vivía
en esta calle, poco tiempo le quedaba para espontanearse, pero cuando se
lleva una cosa bien pensada, basta con pocas palabras. Y mientras
atravesaban el Mercado con pasos tímidos, resbalando en el barro
pegajoso que cubría las losas, el joven oía a Tónica con la falsa
atención del cómico en la escena, que finge escuchar mientras piensa en
lo que va a decir.
Juanito se indignaba sin saber por qué. ¡Qué manera de explotar aquellas
señoras a la pobre Tónica! ¡Era insufrible! Y mientras matizaba con sus
exclamaciones la relación de la joven, pensaba con alarma que ya estaban
en la calle de Gracia y él todavía guardaba en el cuerpo, completamente
inédita, la declaración que tanto le inquietaba.
En cuanto llegasen a la próxima esquina, interrumpía a la joven, aun a
riesgo de ser descortés. Bueno, ya estaban en la esquina, pero por un
poco más nada se perdía; prolongaría el plazo hasta un farol que estaba
tan próximo. Pero en llegando allí no había excusa. Hablaba, o era capaz
de arrancarse la lengua.
Y así pasaba la pareja por todas las etapas que la maldita timidez de
Juanito iba marcando, sin llegar a decidirse. En la imaginación del
joven, aquella calle había sido mutilada de un modo horroroso; le
parecía extremadamente corta, y la pequeña puerta por donde desaparecía
Tónica todas las noches estaba ya a la vista.
Para mayor desgracia, la joven seguía hablando; pero Juanito tembló,
pensando que podía quedarse solo y desesperado dentro de pocos minutos
por culpa de su timidez, y al fin se sintió hombre.
--¡Tónica!
Dijo esto con acento tan ahogado y angustioso que la joven calló,
mirando en derredor, como si les amenazase un peligro.
--¿Qué ocurre?
--Que la quiero a usted mucho; que....
--¡Ah! ¡era eso...!--exclamó Tónica sonriendo--. Yo también le quiero a
usted como un buen amigo, como un joven formal; sobre todo como formal.
No siendo así, no consentiría que me acompañase con tanta frecuencia, lo
que puede dar lugar a suposiciones. Mire usted, el otro día decían las
vecinas....
--No, no es eso. Yo no la quiero a usted sólo como amigo: yo la amo...
¿sabe usted? la amo, y soy ese hombre valiente de que usted hablaba
anoche, capaz de hacerla mi esposa sin dejar abandonada a la pobre
Micaela.
Tónica mostrábase aturdida por la declaración. La presentía desde mucho
tiempo antes, pero habla llegado a dudar de ella en vista de la timidez
de aquel niño grande. Intentaba sonreír como sí tomase a broma las
palabras de Juanito, pero estaba ruborizada; se había detenido mirando
al suelo, y tan turbados estaban los dos en medio de la calle, que el
paraguas los dejaba al descubierto y la lluvia caía sobre sus hombros.
El silencio era penoso. Juanito estaba asustado por la seriedad de
Tónica. La costurera reflexionaba, y al fin habló.
Ella agradecía el ofrecimiento del señor Peña, pero no podía aceptar.
Era el hombre honrado y modesto que deseaba; si no fuese más que un
dependiente de comercio, tal vez aceptase... ¿pero es que ella ignoraba
quién era su familia? Estaba enterada por una parroquiana amiga de su
mamá y de sus hermanitas. Eran unas señoras de las que viven con
verdadero lujo, sin apelar a costureras ni a adornos caseros; tenían
carruaje... en fin, _una gran familia_--esto subrayado por una expresión
entre admirativa y respetuosa--, y no era justo ni legal que ella, una
pobre jornalera, aspirase a tanto.
Juanito sentía alegría y compasión a un tiempo. Regocijábale el saber
que no era indiferente a Tónica y que en la posición de su familia
estaba el único obstáculo. ¡Valiente posición! Compadeció la ignorancia
de la joven y estuvo próximo a decirle que todo aquel lujo era imbécil
fatuidad, pura bambolla; pero sintióse dominado por sus temores de niño
sumiso y obediente, y hasta en el vacilante resplandor del inmediato
farol creyó ver el rostro de mamá contraído por un gesto de indignación
majestuosa.
No negaba que su familia estuviera en «buena posición»; pero ¿qué
importaba esto? Él la quería, y no era necesario más. No pensaba dejar
de ser comerciante; su porvenir consistía en ser dueño de una tienda; ¿y
qué mejor que casarse con una mujer hacendosa, aleccionada en la escuela
del trabajo y la economía, y que supiera ser ama de su casa? El pobre
muchacho, roto el freno de su timidez, hablaba con vehemencia, meneaba
los brazos para afirmar sus palabras, sin ver que hacía danzar locamente
el paraguas, que conservaba abierto, y que varias veces estuvo próximo a
meter una varilla por los ojos de la joven.
Pero Tónica no se convencía. Impresionábale el acento de verdad del
dependiente; pero no podía dominar el temor respetuoso que le inspiraba
una familia rodeada de los prestigios de la riqueza y de la elegancia.
Por esto a todos los argumentos de Juanito contestaba moviendo la cabeza
negativamente.
Así pasaron más de un cuarto de hora en medio de la calle, bajo la
lluvia, llamando la atención de los escasos transeúntes, que ante una
pareja tan olvidada de sí misma hacían comentarios maliciosos.
Por fin, la costurera pareció ablandarse. Lo pensaría; tal vez al día
siguiente pudiera contestarle. Y tras esta promesa, que para Juanito fue
una felicidad. Tónica dio seis golpes en la aldaba de su casa y
desapareció, cerrando la puerta de la escalerilla.
El joven estaba deslumbrado. La última sonrisa de Tónica revoloteaba
delante de él con sus alas de oro, alumbrándole el camino. Sentíase
impregnado del indefinible perfume de la joven, y andaba con timidez,
como si se hubiese adherido a su exterior algo precioso y frágil que
podía desprenderse al acelerar su marcha.
La dulce borrachera del amor correspondido trastornaba a Juanito. En
concreto, nada le había dicho Tónica; pero a pesar de esto, el joven,
con instintiva confianza, creía en su felicidad, y aquella noche fue la
primera de satisfacción y calma, después de las rabietas e inquietudes
que le había producido la timidez de su carácter apocado. Ahora... ¡oh!
ahora era todo un hombre, y así lo reconocía satisfecho y un tantico
orgulloso de su audacia.
La costurera no fue más explícita al día siguiente. La «posición
brillante» de la familia de Juanito era una idea que se le había
atravesado en el cerebro. Ella no era nadie: una pobre costurera que,
acostumbrada a sufrir las impertinencias de las señoras, no podía
permitirse el lujo de mostrar susceptibilidad ni amor propio... pero eso
de casarse para ser la víctima resignada y humilde sobre la cual cayeran
los desprecios de la familia, estaba fuera del límite de su paciencia.
--No diga usted que no. Adivino lo que sucedería; como si lo viese. Las
hermanas de usted, unas señoritas, se avergonzarían de tener por cuñada
a la que remendaba los vestidos de sus amigas; su mamá, toda una señora,
me consideraría un poquito más que a sus criadas. Y yo, aunque sea
pobre, no tengo fuerzas para tanto. Para salir de esta vida, quiero
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Arroz y tartana - 10
  • Parts
  • Arroz y tartana - 01
    Total number of words is 4620
    Total number of unique words is 1837
    29.4 of words are in the 2000 most common words
    42.6 of words are in the 5000 most common words
    50.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 02
    Total number of words is 4704
    Total number of unique words is 1782
    33.4 of words are in the 2000 most common words
    45.9 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 03
    Total number of words is 4753
    Total number of unique words is 1778
    31.6 of words are in the 2000 most common words
    45.7 of words are in the 5000 most common words
    52.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 04
    Total number of words is 4772
    Total number of unique words is 1786
    32.8 of words are in the 2000 most common words
    46.4 of words are in the 5000 most common words
    53.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 05
    Total number of words is 4804
    Total number of unique words is 1734
    33.2 of words are in the 2000 most common words
    46.4 of words are in the 5000 most common words
    53.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 06
    Total number of words is 4810
    Total number of unique words is 1767
    30.7 of words are in the 2000 most common words
    42.5 of words are in the 5000 most common words
    49.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 07
    Total number of words is 4733
    Total number of unique words is 1746
    32.6 of words are in the 2000 most common words
    47.0 of words are in the 5000 most common words
    54.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 08
    Total number of words is 4693
    Total number of unique words is 1751
    33.5 of words are in the 2000 most common words
    46.7 of words are in the 5000 most common words
    52.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 09
    Total number of words is 4670
    Total number of unique words is 1644
    32.1 of words are in the 2000 most common words
    46.0 of words are in the 5000 most common words
    54.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 10
    Total number of words is 4801
    Total number of unique words is 1750
    33.7 of words are in the 2000 most common words
    46.1 of words are in the 5000 most common words
    53.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 11
    Total number of words is 4701
    Total number of unique words is 1790
    31.3 of words are in the 2000 most common words
    44.4 of words are in the 5000 most common words
    50.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 12
    Total number of words is 4704
    Total number of unique words is 1802
    32.3 of words are in the 2000 most common words
    45.8 of words are in the 5000 most common words
    52.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 13
    Total number of words is 4708
    Total number of unique words is 1788
    32.9 of words are in the 2000 most common words
    47.0 of words are in the 5000 most common words
    53.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 14
    Total number of words is 4698
    Total number of unique words is 1754
    31.8 of words are in the 2000 most common words
    44.6 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 15
    Total number of words is 4644
    Total number of unique words is 1698
    30.7 of words are in the 2000 most common words
    45.1 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 16
    Total number of words is 4746
    Total number of unique words is 1636
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    48.9 of words are in the 5000 most common words
    56.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 17
    Total number of words is 4763
    Total number of unique words is 1706
    33.8 of words are in the 2000 most common words
    46.6 of words are in the 5000 most common words
    54.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 18
    Total number of words is 4651
    Total number of unique words is 1734
    31.3 of words are in the 2000 most common words
    46.1 of words are in the 5000 most common words
    53.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 19
    Total number of words is 4715
    Total number of unique words is 1665
    34.7 of words are in the 2000 most common words
    48.5 of words are in the 5000 most common words
    55.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 20
    Total number of words is 1383
    Total number of unique words is 640
    42.1 of words are in the 2000 most common words
    54.0 of words are in the 5000 most common words
    60.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.