Arroz y tartana - 04

Total number of words is 4772
Total number of unique words is 1786
32.8 of words are in the 2000 most common words
46.4 of words are in the 5000 most common words
53.4 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
relaciones de amistad, buscando un final más íntimo; pero la hija del
_Fraile_ era vengativa: no se borraba fácilmente de su memoria el
recuerdo de una infidelidad, y acogió siempre al médico con una frialdad
burlona. A pesar de esto, doña Manuela no quería consultar su voluntad
ni revolver los recuerdos del pasado, pues sospechaba que todavía sentía
algún afecto por aquel hombre.
Un día murió el _Fraile_ de apoplejía fulminante al convencerse de que
en la quiebra de uno de sus corresponsales había perdido más de veinte
mil duros.
Sus negocios no marchaban bien en los últimos años de su vida. La
industria de la seda iba arruinándose con la competencia que la hacían
los franceses; uno tras otro se cerraban los talleres montados a la
antigua que durante un siglo habían sostenido la supremacía industrial
de Valencia, y don Manuel, que a pesar de su buen sentido comercial
tenía empeño en mantener testarudamente la lucha con el exterior, sufrió
grandes pérdidas y murió de un berrinche antes que la ruina viniese a
coronar su desesperada resistencia.
Setenta mil duros aproximadamente heredaron en dinero, géneros e
inmuebles cada uno de los hijos del _Fraile_, y mientras el primogénito
se quedó con la casa solariega, contento con su posición y dispuesto a
aumentar lo heredado, doña Manuela, al verse rica, sólo pensó en salir
de su estado de tendera.
Para ella, la sociedad estaba dividida en dos castas: los que van a pie
y los que gastan carruaje; los que tienen en su casa gran patio con
ancho portalón y los que entran por estrecha escalerilla o por obscura
trastienda. Quería subir, saltar de la clase de los parias dedicados al
trabajo a la de las «personas decentes»; y con el imperio y la concisión
de la señora absoluta que no admite réplicas, expuso a su marido el
futuro plan de vida. Puesto que el dependiente mayor, Antonio Cuadros,
se había casado con Teresa, la criada, y por tener algunos ahorrillos
pensaba establecerse, que se quedara con la tienda y con don Eugenio,
que quería acabar su vida agarrado a ella como una lapa. El precio del
traspaso ya lo iría pagando Antonio poco a poco, y ellos levantarían el
vuelo inmediatamente para ir a formar un nido en una gran casa cerca del
Mercado, una finca soberbia, con ancho portal, gran patio, cuadras
profundas, y en el piso superior magníficas habitaciones; inmuebles que
el difunto _Fraile_ había adquirido por poco dinero, prestando
usurariamente a un conde tronado.
Todo se realizó tal como lo dispuso doña Manuela, y ésta, a los pocos
días, recordaba como un sueño la estancia de seis años en la tienda del
Mercado, y se consideraba feliz pudiendo pasear en berlina por la
Alameda y teniendo un lacayo a sus órdenes para enviar recaditos a las
nuevas amigas, esposas de magistrados y militares, señoras a las cuales,
por ser rica, trataba con aire protector.
Lo único que la entristecía era su grandeza en el carácter del marido.
¡Pobre don Melchor! La riqueza purgábala como un delito, y su vida de
rentista ocioso y de acompañante en paseos y ceremonias resultábale un
infierno.
Desde por la mañana tenía que endosarse el chaqué y el sombrero de copa,
para estar dispuesto a acompañar a la señora; oíase llamar torpe a todas
horas porque en las visitas cerraba la boca, o si la abría era para
soltar ingenuidades y franquezas que recordaban su origen; y... ¡oh
tormento insufrible! Su Manolita no le permitía jamás que se quitara los
guantes y hasta quería que comiese con ellos, para ir--según ella
decía--acostumbrándose a los usos de la gente elegante. ¡Y el diario
paseo por la Alameda...! ¡Dios, qué sonrojo! Tenía ella empeño en
entablar grandes amistades, y no pasaba cerca de su berlina autoridad o
persona conocida sin que Melchor le saludase solemnemente con un
sombrerazo hasta las rodillas, ruborizándose muchas veces al ver el
gesto de extrañeza con que aquellas personas contestaban a la reverencia
de un ente desconocido. Esto de que le mirasen como un pájaro raro no
estaba en su carácter, pero tenía miedo a Manolita y a los iracundos
pellizcos con que acogía sus desobediencias.
¡Pobre don Melchor! ¡Cuan caro le costaba ser esposo de una mujer
hermosa y rica! Aburríase con el trato de unas personas a las que no
podía entender, su esposa sólo le hablaba para proporcionarle nuevos
tormentos, y únicamente se sentía feliz cuando, puesto de veinticinco
alfileres, huía de casa, buscando en el Mercado a sus antiguos amigos.
Aparentaba gran conformidad con su nueva posición. Amaba a Manolita y no
quería decir la verdad sobre su carácter; pero con el astuto don Eugenio
no valían disimulos.
--Mira, muchacho, tú nos engañas. No, no eres feliz... aunque me lo
jures. Tú tienes, como yo, sangre de comerciante, y el que nos saque de
este mostrador y nuestras costumbres, nos mata. De seguro que ahora,
siendo rico, levantándote tarde y paseando en carruaje, te acuerdas con
envidia de los tiempos en que bajabas a barrer la tienda a las seis de
la mañana y echabas un párrafo con las criadas que van a la compra. Yo
sé bien lo que es eso.... ¡Ah! ¡Esa Manuela...! ¡Esa Manolita! El otro
día se lo decía yo a su hermano. Ella te ha de matar, y ya estás en
camino. Tú no puedes tirar con una vida así.... Jaula nueva, pájaro
muerto.
Y estas profecías fúnebres, que, dichas con franqueza, a lo aragonés,
espeluznaban al infeliz Melchor, se iban cumpliendo poco a poco.
Don Melchor languidecía visiblemente. Su buen humor había desaparecido
junio con los colores de su cara; una obesidad grasosa y amarillenta
hinchaba su cuerpo; y al fin, un año después de abandonar la tienda,
murió sin que los médicos supieran con certeza su enfermedad. Fue cosa
del hígado, del corazón o del estómago; sobre esto no se pusieron de
acuerdo los doctores; lo único indiscutible fue que cayó lánguidamente y
sin ruido, como esos pájaros a quienes el lazo traidor arranca del
espacio para encerrarlos en una jaula.
Fue un luto estrepitoso el de doña Manuela. Misas a centenares,
funerales a toda orquesta, limosnas a porrillo, y lágrimas y lamentos
que afortunadamente tenía el poder de evitar con sus frases chistosas el
doctor don Rafael Pajares, quien, como médico de alguna fama, había sido
llamado en los últimos días de la enfermedad del marido, lo que aumentó
la languidez de éste y su desesperado desaliento.
Ya sabía doña Manuela que no era muy correcta la presencia del antiguo
novio en los primeros días de su viudez. Pero al fin era su primo, y
trataba con tanto cariño al huérfano Juanito, con tales cosas sabía
alegrar al pequeñín, que éste no podía pasar sin el tío Rafael.
Quien más murmuraba contra tales visitas era don Juan, el hermano
austero, huraño y de pulcra rectitud; pero sus quejas fueron, recibidas
tan acremente, que acabó jurando no volver a poner los pies en aquella
casa.
Quedó el médico dueño del campo. Tan complaciente era, que para
entretener al sobrino no vacilaba en despojarse de su dignidad
profesional, y las criadas oían sonar en el salón una guitarra y la voz
de don Rafael cantando las cancioncillas de sus buenos tiempos de
estudiante. Primero sólo visitaba a la viuda por las tardes; después
prolongó las entrevistas, saliendo de la casa a media noche; y por fin,
llegó un día en que no salió.
Don Eugenio y don Juan estaban escandalizados, diciéndose que el buen
_Fraile_ conocía perfectamente a su hija; y aunque los dos tenían poco
afecto al médico, experimentaron cierta satisfacción al saber que la
viuda y el primo se casaban apenas transcurriera el plazo marcado por la
ley.
A los tres meses de casados tuvieron una niña, Conchita; un año después
un muchacho, al que pusieron por nombre Rafael, y por fin, la menor,
Amparito, último fruto de unos amores que se extinguieron tras rápidas e
intensas llamaradas.
El matrimonio fue al poco tiempo de realizado un motivo de satisfacción
para don Juan, que aunque no odiaba a su hermana se alegraba de sus
desgracias, hijas de la imprevisión.
El primo Rafael, amante rabioso de los placeres y obligado a reprimir
sus deseos en la atmósfera de sórdida avaricia en que se había educado,
lanzóse sin temor a saciar sus apetitos al verse dueño de la fortuna de
su esposa. La supeditación amorosa de doña Manuela le hacía ser dueño
absoluto de la casa, y no tardó en hacer sentir su tiranía.
Egoísta hasta la brutalidad, era derrochador para sus placeres y tacaño
feroz cuando se trataba de las necesidades de los demás. Encontró
ridículos los gustos aristocráticos de su esposa, y los suprimió
despóticamente. Vendió el carruaje y los caballos, y doña Manuela, que
tan exigente se mostraba en materia de ostentación con su primer esposo,
acató servil y gustosa las órdenes del segundo. Ignoraba que aquel
hombre tan avariento en los gastos de la casa arrojaba el dinero fuera
de ella, y cubriéndose con el velo de la hipocresía, llevaba una vida de
calavera, tal como la había soñado en su juventud.
La ceguera de la esposa duró algunos años. Cuando supo toda la verdad,
tuvo un momento de indignación y de protesta valiente, como al dar su
mano a Melchor; pero ya era tarde para remediar el mal.
El doctor había jugado fuerte, perdiendo miles de duros; mantenía
queridas costosas por pura ostentación y emprendía viajes divertidos por
toda España con audaces compañeros de bureo. La fortuna de doña Manuela
estaba casi destruida. Su marido, en momentos de expansión amorosa,
cuando ella se sentía más supeditada, habíala arrancado firmas
comprometedoras y tenía que pagar, so pena de ver sus bienes embargados.
Para dar en la cabeza a su marido--según ella decía--volvió a sus
antiguos gastos, a la ostentación falsa de una fortuna que no existía;
contrajo, por su parte, deudas y guiada por el engañoso pundonor de las
gentes que se arruinan, en vez de vender fincas y ponerse a flote,
prefirió gravar sus inmuebles con hipotecas y echarse en brazos de la
usura, buscando préstamos con intereses aplastantes.
Por fortuna, un sinnúmero de enfermedades provenientes de la vida
crapulosa del doctor surgieron en su gastado organismo, y murió cuando
ya su mujer, si no le odiaba, veíase separada para siempre de él por sus
infidelidades y desvíos.
La muerte del primo Rafael hizo que don Juan volviera a casa de su
hermana y se dignase ocuparse en sus asuntos. Con su buen instinto de
hombre práctico, puso orden en aquel maremágnum: vendió fincas, canceló
hipotecas, pagó a los usureros con harto pesar de éstos, que querían ver
correr los intereses hasta devorar al cliente, y al fin, un día pudo
decir a su hermana:
--Mira, chica, ya tienes libre y sano lo que te queda, pero te advierto
que no eres rica. Tienes, a lo sumo, veinte mil duros, más ocho mil que
pertenecen a Juanito, por ser la herencia de su padre. Se acabaron,
pues, las locuras. Ahora mucho orden y mucha economía, y así podrás ir
tirando. Sobre todo, no cuentes conmigo en los apuros. Si fueras pobre
te tendería la mano; pero tienes para comer, y a mí no me gusta amparar
a los derrochadores. Se acabaron las berlinitas y los demás gastos con
los que se aparenta lo que no se tiene. Una vida arreglada, gastando
conforme a la renta, es lo decente y lo digno. Esa fanfarronería, ese
afán de aparentar con cuatro cuartos lo que la gente llama «arroz y
tartana», es ridículo... ¿lo entiendes bien? soberanamente ridículo.
Doña Manuela sintióse impresionada por los consejos de su hermano, y por
mucho tiempo los siguió escrupulosamente.
Dedicóse a criar a sus hijos, es decir, a los hijos de su segundo
matrimonio, pues el pobre Juanito siempre había sido tratado con falso
cariño, con un desvío encubierto, como si doña Manuela quisiera vengar
en el pobre chico el haber sido poseída por su difunto padre.
Aquella mujer resultaba incomprensible. Al marido fiel y bondadoso
apenas lo nombraba, como si su matrimonio hubiese sido de algunos días;
y en cambio, de aquel calavera que tanto la hizo sufrir habíase forjado
después de muerto una figura ideal, y ya que no de sus virtudes, hablaba
a todos de su talento, pintándolo como un sabio ilustre, cuya ciencia no
había podido apreciar el mundo.
El pobre hijo de Melchor, con su carácter apocado y dulce y su afán de
cariño, era el paria de la casa. El doctor, viéndole siempre callado,
contemplando a su madre con estúpida adoración, había declarado que el
niño era tan bruto como su padre, y cuando más, podría servir para el
comercio. Y como el muchacho, por su parte, le tenía gran afecto a don
Eugenio y cierta querencia a _Las Tres Rosas_, que era donde habían
transcurrido los primeros años de su vida, de aquí que Juanito, a los
trece años, entrase en la tienda como aprendiz distinguido, con la
ventaja de comer y dormir en su casa.
En cambio, los hijos del doctor Pajares gozaron una niñez rodeada de
atenciones. Las dos hijas estuvieron hasta los catorce años en un
colegio y Rafaelito fue dedicado al estudio, pues doña Manuela v quería
hacer de él una lumbrera médica como su padre.
Estas predilecciones irritaban a don Juan, que había sentido un afecto
fraternal por su primer cuñado, trabajador infatigable como él y amigo
del ahorro. Además, Juanito era su ahijado. Pero callaba viendo que la
hermana seguía sus consejos económicos y--según sus palabras--no
estiraba el pie fuera de la sábana.
Pero llegó el momento en que las niñas se convirtieron en unas
señoritas, conservando sus relaciones amistosas con sus antiguas
compañeras de colegio, y doña Manuela sintió el afán de ostentación de
toda madre que tiene hijas casaderas. Renovó su mobiliario, abandonó las
modistas anónimas, y en su afán de no andar a pie, si no tuvo berlina y
tronco como en sus buenos tiempos, compró una galera elegante y ligerita
y tomó como cochero a Nelet, el hijo de la nodriza de Amparo, un bárbaro
de la, huerta, a quien puso por condición no tutear a la señorita menor
y olvidarse de que era su hermano de leche.
--¡Que rabie ese rancio!--decía doña Manuela, indignada al saber la
furia con que su hermano había acogido tales reformas--. ¿Cree que toda
la vida la hemos de pasar como unos miserables, con pan y cebolla y un
vestido viejo?
Don Juan también hablaba, y había que oírle.
--Tu madre está loca--decía algunas veces a Juanito en la puerta de _Las
Tres Rosas_--. Si esto sigue más tiempo, todos iréis a pedir limosna.
¡Ah, qué cabeza...! ¡Parece imposible que sea mi hermana! Para ella lo
principal es aparentar, y del mañana que se acuerde el diablo. Lo que yo
digo: «arroz y tartana...» y trampa adelante.


III

El primer día del año, a las ocho de la mañana, Concha y Amparo ya
habían abandonado el lecho, extraña diligencia en ellas, que por lo
común no se levantaban hasta las diez.
Ligeritas de ropa a pesar de la estación, revoloteaban alegremente por
su cuarto, que ofrecía el desorden del despertar, en torno de las dos
camitas de inmaculada blancura, que en sus arrugadas sábanas guardaban
el calor de los cuerpos jóvenes y ese perfume de salud y de vida que
exhalan las carnes sanas y virginales.
Gorjeaban alegremente, como pájaros que despiertan, pero sus trinos no
podían ser más vulgares.
--¿Dónde estarán mis botinas?
--Mis medias... me falta una.... ¿La has escondido tú?
--¡Ay, Dios...! ¡Tengo una liga rota!
Y así continuaba el diálogo de exclamaciones sueltas, lamentos y
protestas, mientras las dos jóvenes, en chambra y enaguas, mostrando a
cada abandono rosadas desnudeces, iban de un lado a otro, como aturdidas
por el ambiente cálido y pesado de la habitación cerrada.
Luego pasaron al tocador, un cuartito en el que la luz de la ventana,
después de resbalar sobre la luna biselada de un gran espejo, quebrábase
en el cristal azulado o rosa de las polveras y los frasquitos de
esencia. La pieza no era un modelo de curiosidad y delataba el desorden
de una casa donde falta dirección. Los peines de concha guardaban
enredadas en sus púas marañas de cabellos; muchos frascos estaban
desportillados, y el blanco mármol tenía pegotes formados por el amasijo
de gotas de esencia con los residuos de polvos.
Las dos muchachas soltaron sus cabellos, largos y ondeantes como
banderas; sacudiéronlos, haciendo caer sobre el mármol las horquillas
como una lluvia metálica, y después, cual buenas hermanas, ayudáronse
mutuamente en la difícil tarea del peinado de un día de ceremonia.
La clara luna retrataba en su fondo ligeramente azulado las cabezas de
las dos hermanas, con la cabellera suelta y vestidas de blanco, como
tiples de ópera en el momento de volverse locas y cantar el aria final.
Sus rostros no eran gran cosa; hubieran resultado insignificantes a no
ser por los ojos, unos verdaderos ojos valencianos que les comía gran
parte de la cara, rasgados, luminosos, sin fondo, con curiosidad
insolente algunas veces, lánguidos otras, y cercados por la ojera tenue
y azul, aureola de pasión.
La mayor, Conchita, veintitrés años, era la más parecida a su madre.
Tenía su mismo aire majestuoso, y comenzaba a iniciarse en ella un
principió de gordura, lo que la hacía parecer de más edad. En la casa
gozaba fama de genio violento, y hasta doña Manuela la trataba con
ciertas reservas para evitar sus explosiones iracundas; pero fuera de
esto era seductora, con su frescura de carnes a lo Rubens y las
arqueadas líneas que a cada movimiento delatábanse bajo la blanca tela.
La menor, Amparito, dieciocho años; linda cabeza de bebé, boca graciosa,
hoyuelos en la barba y las mejillas, un puñado de rizos sobre la frente
y ojos que en vez de mirar parecían sonreír a todo, revelando el inmenso
contento de ser joven y que la llamasen bonita. Era la toquilla de la
casa, la señorita aturdida que aprende de todo sin saber hacer nada; la
que por la calle no podía ver una figura ridícula sin estallar en
ruidosa carcajada; la que tenía en sus gustos algo de muchacho y
aseguraba muy formal que sentía placer en hacer rabiar a los hombres; la
que se escapaba a cada instante del salón, para ir a la cocina a charlar
con las criadas, gozando en ser su amanuense, sólo por intercalar en
las cartas al novio soldado terribles barbaridades, con las que estaba
riéndose toda una semana.
Profesábanse gran cariño las dos hermanas; pero esto no impedía que
algunas veces Amparo esgrimiese su carácter burlón contra Concha y ésta
sacase a luz su impetuosidad iracunda; conflictos que terminaban siempre
yendo la pequeña en busca de la mamá, llorando, con la mejilla roja de
un bofetón o un par de pellizcos en los brazos. Otras veces armábase la
guerra por si la una se había puesto la ropa blanca de la otra o por si
se habían robado objetos de su exclusiva pertenencia; pero una ráfaga de
autoridad pasaba por la madre: había bofetadas, llantos y pataleos; las
criadas reían en la cocina, y a la media hora todos tan contentos:
Concha en el balcón, Amparo corría por la casa cantando como una
alondra, y doña Manuela arrellanábase en su butaca con aire de soberana
que acaba de administrar recta justicia.
Las dos ofrecían un seductor grupo mirándose en el espejo del tocador,
despechugadas, con los brazos al aire y oliendo a carne refrescada por
una valiente ablución de agua fría. Sus cabelleras, fuertemente
retorcidas, apelotonábanse sobre la testa con la forma del peinado
frigio, y quedaba al descubierto, sobre el extremo de la espalda
nacarada, cubierta de una película tenue y fina de melocotón sazonado,
la nuca morena, de un delicioso color de ámbar, erizada de pelillos
rebeldes y rizados que parecían estar puestos allí para estremecerse
nerviosamente con los suspiros de amor.
Al terminar el peinado comenzó el arreglo del rostro. ¡Oh estupideces de
la moda! A las dos incomodábalas su color pálido de arroz, aquel color
puramente valenciano que hace recordar las delicadas tintas de la
camelia.
«Tenemos caras de muertas», se decían todas las mañanas al mirarse al
espejo, y martirizaban su fresca y jugosa piel con los polvos cargados
de plomo, el bermellón que teñía levemente las mejillas y los lóbulos
de las orejas; y como si sus ojos no fueran bastante grandes todavía
enmendaban la plana a la Naturaleza, trazando leves líneas al extremo de
los párpados. La frescura juvenil, la hermosura natural, era cursi; la
elegancia exigía careta.
Y mientras llevaban a cabo este retoque criminal, eran las exploraciones
sin término, las rebuscas furiosas sobre el mármol del tocador, al
través del bosque de frascos y cajas, persiguiendo objetos que
aturdidamente tocaban sin reconocerlos. ¿Dónde estaba el polvo rosa? ¿Y
el paño de Venus? ¡Adiós! ¡ya no quedaba una gota de «piel de España»!
La mamá, con la manía de embellecerse que la había acometido a última
hora, era una calamidad para las niñas. Ella sola se llevaba medio
tocador, y después, para hacerla entrar en la perfumería, había que
importunarla toda una semana.
La _toilette_ acabó con poca alegría. Las deficiencias del tocador
habían malhumorado a las dos hermanas. Lanzábanse miradas de sorda
hostilidad. Amparo pensaba que, por ser la más pequeña y la más débil,
tenía que contentarse con el sobrante de la otra, y Concha retocaba su
moño nerviosamente, murmuraba y daba furiosas pataditas, mirando de
soslayo, sin poder copiar el perfil gracioso del peinado de aquella
muñeca.
Por fin llegó el momento en que volvieron a su cuarto para ponerse los
vestidos más bonitos. Eran los días de la mamá; iban a tener visitas y
había que estar presentables, para que las amigas, en vez de sonreírse
compasivamente, se mordieran los labios.
Cuando volvieron al tocador y se miraron en la clara luna, su alegría
reapareció. Vamos, no estaban del todo mal; y con un retoque al peinado
y a la cara, un _bouquet_ en el pecho y dos tirones al talle para que no
hiciese arrugas, se dieron por satisfechas y se lanzaron al público.
Eran ya cerca de las diez. La mamá estaba en el salón hablando con doña
Clara, una señora antipática y ordinaria que la visitaba con frecuencia,
y las niñas, huyendo de tal visita, pasaron al comedor.
Hasta allí llegaban los preparativos de la fiesta. Sobre la mesa
veíanse, formando círculo, varias bandejas con pasteles de espuma,
blancos en su base, destilando almíbar, dorados suavemente en sus
dentelladas crestas, y entre los cuales asomaba la tarjeta del que
enviaba el dulce recuerdo; dos grandes tortadas ostentando en su
superficie de azúcar pulido como un espejo frutas confitadas en
caprichosos grupos; y en el centro de la mesa el ramillete de casa
Burriel, arquitectura de turrón, y merengue que afectaba la forma de un
castillo surgiendo de un montón de flores y rematado por una bailarina
que, montada sobre un alambre, danzaba temblorosa sobre la obra maestra
de confitería.
En torno de la mesa, husmeando con aire goloso, estaba una diminuta
perra inglesa, que, con su piel de porcelana, sus ojillos de cristal y
las patas de alambre, parecía escapada de una tienda de juguetes.
Al ver a sus amas, el liliputiense animal sacó la roja lengua, lanzando
un ladrido que parecía un estornudo.
--¡_Miss_...! ¡mi querida _Miss_!--gritó Amparito, queriendo tomarla en
brazos. Pero ya Concha se había adelantado a tal deseo, apoderándose de
ella, y desde lo alto de sus brazos enseñábale la mesa cubierta de
pasteles, al mismo tiempo que la besaba en el hocico.
Hubo brega entre las dos hermanas sobre el mejor derecho a la posesión
de _Miss_, y Concha la dejó caer, con tan mala fortuna, que chocando
sobre la mesa aplastó un par de pasteles, y manchada con la espuma del
merengue emprendió una furiosa carrera hacia el salón.
--¡Mi pobre perrita! ¡Animal...! ¡la has muerto!--gritó Amparito, como
si hubiese ocurrido una desgracia. Y levantó su puño amenazante contra
su hermana.
Pero al ver la extraña figura que presentaba _Miss_ con sus pegotes de
merengue y corriendo medrosa, una carcajada de atolondramiento hinchó su
lindo cuello, y como si nada hubiese sucedido, se agarró del talle de
Concha, dándola un sonoro beso.
--¡Qué gracioso...! ¿eh? ¡Qué cara va a poner mamá cuando la vea entrar
en el salón con esa facha...!
Pero la intensa risa que esto la producía desvanecióse al oír un cacareo
angustioso, un estertor de muerte que salía de la cocina.
Allá fueron ellas, y al entrar vieron a Nelet el cochero en mangas de
camisa, con un cuchillo en la mano, ocupado, con la gravedad de un
sacrificador, en abrirle el gañote a un robusto capón que sostenía
Visanteta por las patas. La otra criada de la casa, que la echaba de
sensible y ejercía cerca de las señoritas las funciones de doncella,
volvía la espalda al sacrificio y vigilaba las marmitas y cazuelas que
hervían sobre los fogones del banco.
Las dos hermanas, inclinadas y recogiéndose las faldas entre las
piernas--para evitar rozamientos con el suelo grasoso--, contemplaban
atentamente el degüello, contaban las convulsiones de la agonía y
seguían las últimas gotas de sangre desde que asomaban a la herida,
erizada de pelos coagulados, hasta que caían en una cazuela.
Este trabajo ponía alegre a Nelet y excitaba su jocosidad brutal.
--Qué gordito, ¿eh?--decía palpando la pechuga del cadáver--. Cuando lo
pelen parecerá un canónigo.... Si yo fuera rico, todas las mañanas haría
una muerte así. Vale más esto que limpiar el caballo.
Y para completar sus gracias agitaba el capón en el aire como si
incensase el rostro de las dos criadas, lo que las hacía correr
asustadas por toda la cocina, con gran algazara de las señoritas.
La broma cesó al aparecer doña Manuela, vestida con una bata de seda
negra, amplia, con larga cola y mangas perdidas que completaba su
apostura de reina de teatro. Se había librado de doña Clara, aquella
posma que nunca terminaba relato alguno, saltando de una conversación a
otra, lo que hacía sus visitas interminables.
La mamá y las niñas volvieron al comedor y dieron vuelta a la mesa,
leyendo las tarjetas que acompañaban a los regalos.
Allí estaba la del tío don Juan. Siempre el mismo. El muy tacaño, a
pesar de sus millones, se había contentado con media docena de pasteles:
total, tres pesetas. No se arruinaría. El lindo ramillete era de don
Antonio Cuadros y su señora, los propietarios de la tienda de _Las Tres
Rosas_.
--Ahí tenéis unas personas sin educación, pero que saben hacer bien las
cosas.
Y doña Manuela, después de esta reflexión hija del agradecimiento,
siguió enseñando las tarjetas. Don Eugenio García, una tortada... no
estaba mal; la otra era de «las magistradas»; y los demás pasteles no
llevaban señales de procedencia; pero doña Manuela adivinaba que eran de
Juanito, aquel hijo que la obsequiaba con tanto cariño como sí fuese su
novia.
--¿Y Juanito, dónde está mamaíta?
--En la tienda; pero vendrá antes de las doce. Rafael también ha salido.
En la puerta de la escalera sonó un campanillazo, que denotaba el tirón
brutal de una mano burda.
Nelet salió rápido de la cocina, y haciéndolo retemblar todo con sus
zapatos, corrió a abrir. Hubo en la antesala exclamaciones como
berridos y caricias que parecían golpes, cual si alguien riñese a brazo
partido.
--¿Qué es eso?--dijo doña Manuela, avanzando hacia la puerta.
Pero se detuvo al oír la voz cascada y chillona que sonó en la antesala.
--¡Es el ama...! ¡el ama!--gritó Amparito con ingenua alegría.
Pero inmediatamente se contuvo, ruborizada, como si hubiese cometido una
terrible inconveniencia.
Precedida de Nelet, entró en el comedor, balanceándose y atronándolo
todo con sus chillones «¡buenos días!», una labradora gruesa y hombruna.
Era la nodriza de Amparito, una huérfana de las inmediaciones de
Alboraya, madre del cochero, y que había criado en su barraca a la
señorita. Nelet era un retoño digno de tal árbol, pues en el rostro
pecoso, mofletudo y de tirante piel que mostraba la tía Quica bajo su
pañuelo de hierbas notábase la misma brutalidad jocosa y resuelta de su
rústico vástago. Abultaban su volumen una docena de zagalejos bajo la
rameada falda, y cuando se sentaba abría las piernas de tal modo, que,
combándose las ropas, formábase entre sus muslos de yegua rolliza un
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Arroz y tartana - 05
  • Parts
  • Arroz y tartana - 01
    Total number of words is 4620
    Total number of unique words is 1837
    29.4 of words are in the 2000 most common words
    42.6 of words are in the 5000 most common words
    50.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 02
    Total number of words is 4704
    Total number of unique words is 1782
    33.4 of words are in the 2000 most common words
    45.9 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 03
    Total number of words is 4753
    Total number of unique words is 1778
    31.6 of words are in the 2000 most common words
    45.7 of words are in the 5000 most common words
    52.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 04
    Total number of words is 4772
    Total number of unique words is 1786
    32.8 of words are in the 2000 most common words
    46.4 of words are in the 5000 most common words
    53.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 05
    Total number of words is 4804
    Total number of unique words is 1734
    33.2 of words are in the 2000 most common words
    46.4 of words are in the 5000 most common words
    53.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 06
    Total number of words is 4810
    Total number of unique words is 1767
    30.7 of words are in the 2000 most common words
    42.5 of words are in the 5000 most common words
    49.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 07
    Total number of words is 4733
    Total number of unique words is 1746
    32.6 of words are in the 2000 most common words
    47.0 of words are in the 5000 most common words
    54.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 08
    Total number of words is 4693
    Total number of unique words is 1751
    33.5 of words are in the 2000 most common words
    46.7 of words are in the 5000 most common words
    52.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 09
    Total number of words is 4670
    Total number of unique words is 1644
    32.1 of words are in the 2000 most common words
    46.0 of words are in the 5000 most common words
    54.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 10
    Total number of words is 4801
    Total number of unique words is 1750
    33.7 of words are in the 2000 most common words
    46.1 of words are in the 5000 most common words
    53.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 11
    Total number of words is 4701
    Total number of unique words is 1790
    31.3 of words are in the 2000 most common words
    44.4 of words are in the 5000 most common words
    50.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 12
    Total number of words is 4704
    Total number of unique words is 1802
    32.3 of words are in the 2000 most common words
    45.8 of words are in the 5000 most common words
    52.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 13
    Total number of words is 4708
    Total number of unique words is 1788
    32.9 of words are in the 2000 most common words
    47.0 of words are in the 5000 most common words
    53.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 14
    Total number of words is 4698
    Total number of unique words is 1754
    31.8 of words are in the 2000 most common words
    44.6 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 15
    Total number of words is 4644
    Total number of unique words is 1698
    30.7 of words are in the 2000 most common words
    45.1 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 16
    Total number of words is 4746
    Total number of unique words is 1636
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    48.9 of words are in the 5000 most common words
    56.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 17
    Total number of words is 4763
    Total number of unique words is 1706
    33.8 of words are in the 2000 most common words
    46.6 of words are in the 5000 most common words
    54.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 18
    Total number of words is 4651
    Total number of unique words is 1734
    31.3 of words are in the 2000 most common words
    46.1 of words are in the 5000 most common words
    53.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 19
    Total number of words is 4715
    Total number of unique words is 1665
    34.7 of words are in the 2000 most common words
    48.5 of words are in the 5000 most common words
    55.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Arroz y tartana - 20
    Total number of words is 1383
    Total number of unique words is 640
    42.1 of words are in the 2000 most common words
    54.0 of words are in the 5000 most common words
    60.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.