Años de juventud del doctor Angélico - 17

Total number of words is 4695
Total number of unique words is 1770
35.0 of words are in the 2000 most common words
48.5 of words are in the 5000 most common words
54.8 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
poder del arte.
«¿Por qué esa mujer odiosamente maltratada no se substraía a sus
tormentos? ¿por qué no huía de una vez del domicilio conyugal?, nos
preguntaba el representante del ministerio fiscal. ¡Que respondan por mí
las madres que en este momento me hacen el honor de escucharme! Ese
monstruo había prometido a su infeliz esposa proseguir en su hijo los
martirios que a ella le infligía si algún día le abandonaba. Y ésta no
era una vana amenaza ¡no! Ella sabía bien de lo que era capaz porque ya
se había asomado al abismo de su corazón y conocía sus negruras.»
Después, aludiendo al acto criminal que le había expulsado del ejército,
decía:
«Si todo el peso de la ley cayera en aquella ocasión sobre ese hombre
hubiera quedado en el presidio con una cadena al pie y su víctima no
gemiría todavía largos años bajo el tormento de sus crueles
tratamientos. Mas por un sarcasmo de la suerte el recuerdo venerado del
general Reyes le arrancó del calabozo donde debería purgar su delito. El
padre desde la tumba protegía al verdugo de su hija.»
Y cuando llegó a la escena final que dió origen al acto de Natalia tuvo
frases aceradas que impresionaron hondamente al auditorio.
«En este momento aparece el rufián, el hombre de los diamantes en los
dedos, que después de una noche de crápula viene todavía babeando de
lujuria a comprar de ocasión la honra de una desgraciada mujer. Y el
vendedor está allí, solícito, risueño, obsequioso, tratando de sacar el
mejor partido de su mercancía. El ceñudo mercader de Damasco cuando
lleva la esclava al mercado se desarruga, se muestra blando con ella
para hacerla subir de valor. El comprador la examina atentamente
mientras se come, se bebe y se fuma y al final desliza en los dedos del
hediondo traficante algunos billetes que son el precio del honor de
aquella mujer que un día, revestida del blanco velo de las vírgenes,
ceñidas sus cándidas sienes con la corona de azahar, le hizo entrega de
su cuerpo inmaculado y de su inocente corazón ante el altar.»
Por fin terminó su discurso con estas palabras que quedaron grabadas a
buril en mi cerebro:
«Algunos de vosotros, señores jurados, tendrán o habrán tenido la dicha
de ser padres. Vuestro corazón habrá saltado de gozo cuando al trasponer
la puerta de casa escucháis la voz adorada de una niña que con gritos de
alegría corre a recibiros; la levantáis en vuestros brazos, cubrís de
apasionados besos su rostro amasado con rosas y leche, la sentáis sobre
vuestras rodillas, acariciáis sus cabellos murmurando en su oído
palabras de amor mientras ella os tiene pendientes y embelesados con su
charla infantil y os hace olvidar por algunos instantes vuestras penas y
cuidados. Allí está vuestro tesoro. Ninguna vigilancia os parece
suficiente, ningún trabajo duro, ningún sacrificio bastante grande para
asegurar a aquel ángel un porvenir dichoso... Pues bien, señores
jurados, pensad por un momento que ese ángel caerá tal vez mañana en las
garras de un sér diabólico que va a satisfacer sobre ella sus feroces
instintos de crueldad, pensad que aquel afectuoso corazón, en vez de
saltar de alegría como ahora al escuchar el ruido de la puerta se
estremecerá de terror, pensad que aquellas cándidas mejillas donde
tantos besos habéis depositado serán cobardemente abofeteadas, que
aquellas tiernas manos que se introducían en vuestra barba acariciándola
se verán cubiertas de sangrientos cardenales, que aquellos celestiales
ojos en que os miráis retratados nunca dejarán de estar enrojecidos por
el llanto, que de aquellos labios donde fluían frescas carcajadas que os
inundaban de placer ya no saldrán más que gemidos. Y cuando esa criatura
llegando al término de sus sufrimientos ya no pueda más, cuando un día
impulsada por el instinto de conservación, que no abandona jamás a los
seres vivos, pues hasta las aves más tímidas del cielo se defienden con
su inofensivo pico, cuando un día sedienta de justicia arme su brazo con
el arma de los débiles para inutilizar a su verdugo, entonces como un
vulgar criminal se verá arrastrada a la cárcel y el representante de la
justicia pública pedirá para ella la pena infamante del presidio... Pues
bien, señores jurados, esa inocente criatura que os recibía con gritos
de alegría, que saltaba sobre vuestras rodillas y acariciaba con sus
dedos de rosa vuestras mejillas y gorjeaba en vuestros oídos palabras
de amor, esa hermosa niña que en un día de ofuscación entregasteis a un
miserable indigno de poseerla, esa joven escarnecida, martirizada,
ultrajada de cuantos modos es posible, ya ha sido arrastrada a la
cárcel, ya está en vuestro poder... Ahí la tenéis (_apuntando a
Natalia_). ¡Condenadla!»
Un escalofrío corrió por toda la sala cuando sonaron estas vehementes
palabras. El público guardó un silencio profundo y los ojos de todos se
clavaron con ansiedad en los jurados. Estos, inmóviles y pálidos, tenían
los suyos en el suelo. A mi lado oí murmurar a mis compañeros: «¡Está
salvada, está salvada!» El corazón me dijo también: «¡Está salvada!»
--¿Tiene alguna otra cosa que alegar la acusada?--preguntó el
Presidente.
--Nada, señor Presidente--respondió Natalia.
--Yo soy el que tengo algo que decir todavía--profirió una voz áspera,
estridente, la voz de Céspedes.
Todas las miradas se volvieron con sorpresa hacia él.
--¿Qué es lo que usted tiene que decir?
--Tengo que decir que ese señor que de tal manera me acaba de insultar
ha sido novio de mi mujer y ahora es su amante.
Se produjo un fuerte rumor en la sala, casi un tumulto. Moro y Natalia
empalidecieron. Yo sentí que toda mi sangre fluía al corazón. «¡Está
perdida!», me dije pasando en un instante de la alegría a la
desesperación.
El Presidente hizo sonar la campanilla.
--¿Puede usted probar la acusación que acaba de formular?
--No puedo probarla, pero es cierta.
El Presidente se encogió levemente de hombros.
--Señor Presidente, deseo decir solamente unas palabras--manifestó Moro
irguiéndose fieramente.
--El señor Abogado defensor no necesita responder a una acusación que no
trae aparejada prueba alguna. No obstante, puede hablar, aunque
brevemente.
--Como hijo que soy de un humilde obrero que a costa de enormes
sacrificios ha logrado procurarme un título académico, me he visto
necesitado en mi primera juventud a dar lecciones particulares. El
general Reyes me llamó para dárselas de francés a su hija. Que he
cumplido fielmente mi cometido lo prueba el que jamás me faltó su
estimación hasta su muerte. Si hubiera osado poner los ojos en su hija,
no sólo no la hubiera obtenido, sino que me hubiera arrojado de su casa.
Después de celebrado el matrimonio de la procesada no he vuelto a verla,
como me es fácil probar, ni siquiera a tener noticia de ella hasta
después de realizado el acto que la ha conducido a la prisión... Por lo
demás--añadió con gesto arrogante--si hubiera tenido el honor de hacerla
mi esposa no sería ciertamente para infligirla un bárbaro martirio de
diez años y concluir ultrajándola villanamente.
«--¡Muy bien! ¡muy bien!»--dijeron algunas voces.
El Presidente agitó la campanilla. Después de las formalidades
reglamentarias el Jurado se retiró a deliberar.
No es fácil representarse en qué estado de inquietud y congoja permanecí
cuando los jurados hubieron traspuesto la puerta. Mis esperanzas
batallaban con mis temores un combate sin tregua. El discurso
maravilloso de Sixto, la actitud abiertamente favorable del público me
hacía esperar un veredicto absolutorio; pero la corta inteligencia de
muchos hombres, el espíritu rutinario, tan poderoso en la sociedad, la
falta de valor que nos acomete a todos cuando debemos romper con el
derecho constituído y tradicional me hacían temer un fallo
condenatorio. Sobre todo, la flecha envenenada que aquel malvado había
disparado a la conclusión ¿qué efecto produciría en el ánimo de los
jurados?
Transcurrieron diez minutos; transcurrieron quince. Mi angustia había
llegado al extremo límite: mis manos y mis pies se movían sin cesar
convulsivamente; los compañeros me hablaban y no les oía; en fin, me
sentía inundado de sudor y estaba a punto de ponerme enfermo.
En cambio, Moro, con el codo apoyado sobre la mesa y la mejilla sobre la
mano, con los cabellos sobre la frente y los estáticos ojos clavados en
el vacío parecía la estatua del reposo. ¡Quién hubiera podido sospechar
que en tal momento se estaba decidiendo, no sóla la dicha, sino la vida
misma de aquel hombre! Natalia, igualmente inmóvil, con la vista fija en
el suelo, no acusaba agitación alguna. Eran dos almas del mismo temple.
Transcurrieron veinte minutos; transcurrió media hora. Por fin, la
puerta se abrió y apareció el tribunal y tomó asiento. ¡Momento supremo!
El Secretario se puso en pie y leyó el veredicto:
«¿Natalia de los Reyes Giráldez es responsable de haber arrojado un
frasco conteniendo ácido sulfúrico al rostro de su marido Rodrigo
Céspedes y Sotolongo ocasionándole graves heridas y la pérdida absoluta
y definitiva de la vista?
Hizo una pausa, durante la cual se hubiera podido escuchar el vuelo de
una mosca en la sala, y dijo con voz recia:
--¡No!
Un aplauso estruendoso, atronador, inmenso, que hizo vibrar los
cristales de los balcones y retemblar las paredes acogió este
monosílabo. Yo, por un movimiento automático, salté de mi silla y me
lancé a abrazar a Moro; pero éste había saltado también de la suya para
socorrer a Natalia que había caído desmayada. Fué tan grande la
confusión que se produjo que apenas se oyeron las restantes preguntas
del veredicto. Un médico que se hallaba en el público acudió a Natalia
que fué transportada fuera de la sala. Yo también salí y estuve presente
hasta que recobró el conocimiento. Cuando abrió sus ojos extraviados, al
tropezar con los míos sonrió dulcemente y me tendió la mano murmurando:
«Gracias, Angel». Después paseó la vista por la estancia con inquietud
buscando otra persona. Yo le dije al oído: «No puede venir ahora. Espera
unos instantes.»
El fiscal, abrumado por la unanimidad de la opinión, se abstuvo de pedir
la revisión del juicio por nuevo Jurado. La sentencia del Tribunal de
derecho absolviendo libremente a la procesada quedó firme. Moro
consiguió que se diesen inmediatamente las órdenes para ponerla en
libertad. Al cabo entró en la estancia donde nos hallábamos. Natalia
extendió sus dos manos y sus pálidas mejillas se tiñeron levemente de
carmín.
--Gracias, Moro.
--He cumplido con mi deber--respondió éste con noble sencillez.
Esperamos todavía largo rato allí dando tiempo a que el público evacuase
el edificio y se llenasen las últimas formalidades necesarias. Yo bajé
un momento a la calle para explorar los alrededores y ver si el coche de
Moro estaba en su sitio. Cuando pude cerciorarme de que la salida de
Natalia no llamaría la atención, subí de nuevo y se lo comuniqué a Moro.
Bajamos, al fin, la escalera. Natalia, entre los dos, apoyada en el
brazo de ambos. Sixto hizo montar a Natalia; después, juntándose a ella,
gritó al cochero:
--¡A casa!
Los caballos, cual si participasen del gozo y el triunfo de su amo,
partieron arrancando chispas de los adoquines. Yo me arrimé a la pared
del edificio sofocado por la alegría.


XI
EL CORO DE LAS EUMÉNIDES

No podían ser más felices. Su vida, en los primeros meses, fué un
verdadero éxtasis, la apoteosis del amor triunfante. Sixto experimentó
una transformación que el más indiferente no dejaría de observar: su
marcha era más resuelta, su voz más clara, sus ojos, hasta entonces
melancólicos, brillaban siempre risueños. Y como suele acaecer, a esta
exaltación feliz de su naturaleza correspondió inmediatamente el
resultado exterior de su actitud. El éxito resonante del proceso de
Natalia contribuyó no poco a acrecentar su popularidad y la importancia
de su bufete. Los negocios fluyeron abundantes y lucrativos; ganaba
cuanto dinero quería, y este dinero le parecía aún poco para
proporcionar a Natalia una vida opulenta. Vivían con un lujo que me iba
pareciendo escandaloso.
Pero la transformación de Natalia fué mucho más visible. Volvieron las
rosadas tintas a sus mejillas, volvieron aquellas antiguas redondeces de
niña obesa a sus hombros y a sus caderas, volvió aquella dulce expresión
infantil a sus ojos, aquella graciosa impetuosidad a sus gestos. La flor
de su hermosura se abrió por completo, llegó al apogeo de su atractivo.
Yo les acompañaba algunas veces a almorzar. Sixto me enviaba también con
frecuencia un billetito diciéndome el teatro a que pensaban asistir y me
reunía con ellos en un palco y pasábamos los tres la noche
deliciosamente entretenidos. Otras veces, las menos, porque Sixto
trabajaba como un negro, me llevaban de paseo en su coche por los
alrededores de Madrid. Natalia huía de la gente; vivía en alejamiento
absoluto de la sociedad sin una sola amiga. Esto me causaba pena; me
dolía verla separada del mundo como si fuese una réproba, la sentía
humillada y pensaba de buena fe que no había motivo para ello. Por eso
un día en que Sixto nos dejó solos en el comedor para ir a su despacho,
donde le reclamaba un cliente, me atreví a decirle:
--¿Por qué vives tan retirada, Natalia? ¿Por qué no anudas alguno de tus
antiguos conocimientos? Debes de tener amigas de colegio. En tu casa
entraba en otro tiempo mucha y buena gente. Yo creo que lo que te ha
ocurrido y te ocurre no puede deshonrarte a los ojos de ninguna persona
que tenga corazón.
Una arruga surcó su frentecita tersa. Quedó unos instantes silenciosa
mirando al vacío y me dijo con acento grave:
--Hay desgracias, Angel, que son irremediables: es en vano luchar contra
ellas.
--Yo pienso que la tuya no lo es.
--Pues no piensas bien. El mundo actualmente me mira con malos ojos. Si
pretendiese de nuevo entrar en sociedad, segura estoy de que sería
rechazada y humillada. Es posible que no haya motivo para ello como tú
imaginas; puede ser que muchas de las mujeres que me rechazasen hayan
tenido en su vida faltas menos disculpables que la mía; pero el mundo es
así y nosotros no podemos cambiarlo.
--Pienso, Natalia, que son aprensiones tuyas. El público se puso
resueltamente de tu lado desde un principio, te ha compadecido, te ha
disculpado, te ha estimado. No es posible que ahora te rechace. Aún
suenan en mis oídos aquellos aplausos clamorosos, aquellos gritos de
entusiasmo con que se acogió tu absolución.
--Sí; los hombres cuando se reúnen son buenos--replicó con sonrisa
triste--. ¿No ves lo que ocurre en el teatro? O porque les complazca
aparecer justos y nobles ante los demás o porque en realidad se les
hiera en la cuerda sensible, que todos o casi todos tenemos, es lo
cierto que en las grandes reuniones basta que alguno pronuncie palabras
de justicia y de bondad para que los demás aplaudan. Por un momento
todos se creen seres nobles, excelentes; en realidad puede que lo sean.
Pero se separan, se marcha cada uno a su casa y aquella cuerda delicada
deja de vibrar y vuelven a sonar otras muy distintas, la de la vanidad,
la de la envidia, la de la crueldad.
--Quizá tengas razón: no está mal observado lo que me acabas de decir.
Sin embargo, en este caso hay circunstancias que desvirtúan tu
observación, mejor dicho, que se oponen a ella. Sixto es un hombre tan
respetado y admirado en Madrid a la hora presente, que su nombre basta
para protegerte y te serviría de escudo contra cualquier humillación.
--¡Qué inocente eres, Angelito! Precisamente el nombre y el prestigio de
Sixto atraería sobre mi cabeza todas las humillaciones posibles. Parece
mentira que no sepas por experiencia que lo más difícil de hacerse
perdonar en el mundo es la superioridad de la inteligencia. ¿No has
visto las fieras? El domador se impone, se hace respetar; pero es a la
fuerza y por el temor. Las fieras rugen de cólera y al menor descuido se
arrojan sobre él y le clavan los dientes. Esto mismo pasa con el hombre
de genio en nuestra sociedad: se le respeta, se le adula, pero siempre
de mal grado y espiando con afán la ocasión de poder tirarle un zarpazo.
¡Cuántos le tirarían a mi querido Sixto, con qué placer aprovecharían
la ocasión de humillarle si se atreviese a presentarse en público
conmigo!... Es decir, él sí se atreve y me lo ha suplicado muchas veces,
pero yo me niego y me negaré siempre, porque antes de exponerle a la más
leve molestia me dejaría despedazar resueltamente.
No insistí mucho tiempo porque le daba la razón en el fondo de mi alma.
Así continuaron viviendo tranquilos, gozando de una íntima y envidiable
felicidad, que aún vino a acrecerse con el nacimiento de una niña. Sixto
estaba loco de alegría; Natalia dejaba traslucir en su rostro la dicha
más pura. Yo apenas era menos feliz que ellos. Aquella niña, que se
parecía asombrosamente a su madre y se llamó como ella, fué nuestro
dulce recreo: pasábamos los tres largos ratos espiando sus progresos con
embeleso; cuando empezó a dar los primeros pasos, yo fuí su maestro
paciente y asiduo; cuando empezó a balbucear las primeras palabras,
también me puse al frente del curso de filología. De tal suerte, que la
pequeña Natalia apenas hacía diferencia entre su mamá, su papá y yo: a
todos nos quería por igual.
Pero he aquí que cuando contaba ya poco más de un año y correteaba por
la casa sin necesidad de ayuda y pronunciaba con mediana corrección
hasta docena y media de palabras comencé a observar con inquietud un
cambio en el carácter de su madre. Se hizo más seria, la encontré más
triste. Ella, cuyas carcajadas fluían de su boca tan frescas y
espontáneas que provocaban en cuantos la escuchaban la gana de seguirle
el humor, rara vez nos las dejaba oír: le agradaba estar sola; aun de mí
parecía retraerse: a menudo observé en sus ojos señales de haber
llorado.
Sixto observaba como yo y con mayor pena, como era natural, tales
modificaciones, pero se abstenía de comunicarme sus inquietudes.
Aparentaba no darles importancia. Si con tal motivo había tenido con
ella alguna explicación yo no lo supe. Una vez me dijo, sin embargo, que
Natalia sufría del sistema nervioso, que acaso estuviese débil y que
desde luego no le convenía seguir lactando a la niña. En efecto, dejó de
hacerlo, lo cual no causó a ésta quebranto alguno porque ya tenía quince
meses. La madre tomó algunos tónicos; pero su tristeza y decaimiento, a
pesar de todo, fueron en aumento. Yo sospechaba algo de su causa, pero
no me atreví a insinuarlo a Sixto. Al fin, éste se espontaneó un día
conmigo.
--Pienso, Jiménez, que la enfermedad de Natalia es de naturaleza
psíquica y pienso también que no radica en las facultades superiores de
su espíritu, sino en el psiquismo inferior. Tú sabes que fué educada en
un convento por monjas. En esa edad recibió inspiraciones religiosas,
ideas de perfección, anhelos místicos que se fueron depositando en su
cerebro y quedaron almacenados en aquella región donde, según los
psicólogos, se localiza nuestra actividad inconsciente. Dormidos por
largo tiempo, cualquier incidente, que yo ignoro, ha venido a
despertarlos, se alzaron con nuevo vigor, hicieron irrupción en su
actividad consciente y la trastornaron por completo. Mi tarea (y espero
que tú me ayudarás en ella) es contrarrestar esos impulsos ciegos que
parten del lugar oscuro donde se alojan los escrúpulos. Natalia es una
mujer sensata y si se la hace ver la vanidad de ellos su razón volverá a
recobrar el imperio que ha perdido.
--Querido Sixto--le respondí con un poco de amargura--, esa explicación
que acabas de dar es, en efecto, la más flamante, la de última hora, la
que está a la moda entre los sabios en estos momentos. Pero mañana
vendrá otra, y después otra... Y a pesar de todo, tratándose de la vida
del alma, el misterio se alzará siempre delante de nosotros como un muro
infranqueable.
--Pero ésta es la explicación más natural.
--Para mí nada hay natural en este mundo; todo es sobrenatural, porque
todo es incomprensible. ¿Qué es esa actividad inconsciente? ¿Qué es la
actividad consciente? ¿Dónde está el lazo que las une? Nuestra alma, una
e indivisible, existe siempre. Lo que hay es que muchos la ignoran,
viven cerca de ella como al lado de un ser extraño sin conocerla. Pero
los vaivenes incesantes de la vida les sacuden un día con más rudeza; la
muerte de un ser querido, una enfermedad peligrosa, una separación, una
lectura, un espectáculo... Y de repente el alma despliega sus alas, las
bate sobre ellos y les grita: «¡Aquí estoy! ¡aquí estoy!...» Por el
contrario, otros viven cerca de ella en íntimo consorcio, son seres
buenos, amables, virtuosos... Pero en un instante aciago cometen una
acción reprobable, hieren, desgarran aquella misma alma con la cual
vivían dulcemente unidos y entonces ésta se retira, gimiendo, al fondo
más obscuro y misterioso de su sér.
--¿Qué quieres decir con eso?--profirió alzando vivamente la cabeza y
mirándome con ojos irritados.
Yo comprendí inmediatamente mi indiscreción. Me apresuré a
tranquilizarle. La dolencia de Natalia, aunque tuviese una procedencia
psíquica, no había duda que radicaba en un estado momentáneo de
debilidad.
¿No había duda? ¡Ay! para mí sí la había.
Moro bajó la cabeza nuevamente y permaneció un rato silencioso; después
profirió sordamente:
--De todos modos, mi corazón está triste, muy triste, y vivo agitado por
negros presentimientos.
Hice lo posible por disiparlos, aunque yo participara abundantemente de
ellos y no pudiese menos de pensar que la felicidad de aquellos dos
seres para mí tan queridos había concluído.
«La alegría que proviene de que imaginemos que el objeto aborrecido ha
sido destruído o alterado de algún modo, no viene jamás sin mezcla de
tristeza.»
Una vez más este sublime teorema de Spinosa quedó demostrado en el
corazón de un sér humano. Sixto me confió más adelante cómo se fué
desarrollando. Aquellas fatales Euménides que atormentaron a Orestes
después del asesinato de su madre vinieron también tumultuosas,
aullantes, con la pupila sangrienta, agitando en sus manos el látigo, a
torturar el alma de Natalia. Orestes, al sacrificar a Clitemnestra para
vengar el asesinato de su padre, había obedecido las órdenes del dios
Apolo, pero ella sólo había obedecido al odio y este dios infernal jamás
deja una rama de olivo en las almas por donde pasa.
Comenzó por una vaga tristeza que se iba mezclando a los placeres de su
vida, una secreta amargura que los envenenaba todos. Nada se
representaba en los primeros tiempos: sólo le acometía repentinamente en
los momentos álgidos de diversión y alegría. Por eso se retrajo
obstinadamente del teatro y de todo otro recreo, encerrándose
exclusivamente en la vida de familia, en el amor de Sixto y de su hija,
donde se veía segura y pensaba estarlo para siempre. Pero aquellas
implacables sacerdotisas del Destino, olfateando su presa no tardaron en
seguirla allí también. Su tristeza se fué acentuando; se hizo profunda,
mezclándose hasta en las caricias de su hija. Y una voz de lo profundo
comenzó a argumentar: «¿Por qué lo has hecho? ¿Tenías necesidad de ello?
¿No pudiste haber huído?»
Sus noches eran agitadas. En el lecho, en los momentos que preceden al
sueño se le aparecían repentinamente cabezas gesticulantes haciéndole
muecas espantosas, escuchaba voces estridentes. Se estremecía, dejaba
escapar un grito que asustaba a Sixto ya dormido y después permanecía
largas horas despierta sin poder conciliar el sueño. Con esto su salud
descaecía a ojos vistas; empezó a sufrir del estómago y las consultas y
remedios con que Sixto pretendió atajar la enfermedad sirvieron de muy
poco.
Una cosa la trastornaba profundamente: la presencia de un ciego. Cuando
la casualidad le deparaba alguno en sus paseos se la veía ponerse
pálida, la voz se le alteraba y no acertaba a coordinar sus palabras.
Moro procuraba llevarla por sitios donde no tropezase con ninguno.
Inútilmente: la fatalidad se los presentaba siempre delante. Entonces se
fué encerrando más y más en casa y Moro ya no insistió mucho en hacerla
salir.
Afligido hasta lo más hondo de su alma y no sabiendo ya qué remedio
poner a aquel estado de cosas que acibaraba su existencia y amenazaba
concluir con la de Natalia, ideó y llevó a cabo prontamente el alquilar
una casita en las afueras de Madrid, en pleno campo ya. El sitio era de
lo más ameno que podía verse en los alrededores de la capital, donde
ciertamente no abundan las bellas perspectivas. La casa, en forma de
_chalet_, tenía un jardín poblado de árboles, regado por un fresco
arroyo; había un rústico cenador guarnecido de jazmín y madreselva; en
fin, la casa misma era de reciente construcción y, aunque pequeñita,
ofrecía comodidad y aspecto risueño.
Natalia se trasladó allí con la niña y la servidumbre necesaria. Sixto
pasaba el día en su bufete, comía en un restaurán y venía a cenar y
dormir en el _chalet_. Nada logró, sin embargo, con aquel sacrificio.
Allí también, en aquel dulce, lejano retiro, vinieron pronto aullando
las crueles Euménides a perseguir a su víctima. Aquellas perras
vengadoras, como las llama el poeta, giraban en torno suyo repitiendo
sin cesar: «¿Por qué lo has hecho? ¿Tenías necesidad de ello? ¿No
pudiste haber huído?»
Recuerdo que un domingo después de almorzar con ellos salimos al jardín
para tomar café. Nos sentamos a una mesa rústica. La tarde de primavera
era tibia, el cielo estaba limpio de nubes: frente a nosotros, allá en
los confines del horizonte, se extendía la crestería del Guadarrama
envuelta en un vapor azulado. Reinaba la alegría en todo aquel campo que
el sol matizaba; una brisa suave acariciaba nuestras sienes; las notas
de un pianillo lejano llegaban a nuestros oídos, mezcladas con los
gritos de alegría de unos niños que jugaban en un jardín vecino. Yo me
sentía impresionado tan gratamente por aquella escena campestre, que
olvidaba completamente los motivos tristes por los cuales allí estábamos
reunidos, gozaba de su encanto y juzgaba felices a mis amigos. De
pronto, Natalia se inclinó a mi oído y me dijo en voz baja:
--Qué feo es todo esto, ¿verdad, Angel?
Yo levanté la cabeza estupefacto.
--¿Qué estás diciendo, Natalia? Este es uno de los sitios más alegres
que he visto en mi vida.
--Yo lo encuentro horrible--repuso ella con un suspiro, bajando la
cabeza.
Quedé consternado y no pude menos de dirigir una mirada de compasión a
Sixto, que se hallaba en aquel momento distraído arreglando las flores
de una maceta. ¡Pobre amigo mío!
Transcurridos algunos días después de esto, entró Sixto en su despacho
una tarde después de haber estado ausente algunas horas. El criado le
dijo que la señorita había estado allí hacía poco. Quedó sorprendido de
que no le esperase para irse juntos. Impulsado por un vago
presentimiento, se dirigió a su mesa de noche, abrió el cajón y quedó
yerto al observar que faltaba un pequeño revólver que allí estaba
siempre. Natalia no había venido desde su instalación en el _chalet_;
tampoco se lo había anunciado aquella mañana al despedirse. Tembloroso y
acongojado pidió de nuevo el coche, aunque todavía no era la hora en que
acostumbraba a trasladarse al _chalet_, y ordenó al cochero que partiese
a toda velocidad.
La noche estaba cerrando. Un poco antes de llegar a la casita, Sixto
hizo parar y despidió el coche. Se acercó jadeante a la puerta del
jardín y lo inspeccionó con ojos ansiosos. La calma volvió a su corazón
cuando vió blanquear entre los árboles la figura de Natalia. Estaba
sola, sentada en una butaca de mimbre y se hallaba inmóvil y
profundamente absorta en sus pensamientos. No sintió abrirse la puerta
enrejada de hierro y Moro pudo avanzar sin ser notado. Cuando al cabo
percibió sus pasos levantó vivamente la cabeza y en sus ojos se pintó un
espanto singular; pero inmediatamente hizo un esfuerzo para sonreír, se
alzó con presteza y le echó los brazos al cuello como tenía por
costumbre.
--Hoy has venido más temprano. ¿Y el coche?
--Como la tarde estaba apacible y me hallaba mareado quise venir a pie y
refrescar un poco la cabeza.
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Años de juventud del doctor Angélico - 18
  • Parts
  • Años de juventud del doctor Angélico - 01
    Total number of words is 4637
    Total number of unique words is 1656
    33.0 of words are in the 2000 most common words
    46.0 of words are in the 5000 most common words
    51.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 02
    Total number of words is 4778
    Total number of unique words is 1787
    33.4 of words are in the 2000 most common words
    47.6 of words are in the 5000 most common words
    54.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 03
    Total number of words is 4635
    Total number of unique words is 1731
    35.1 of words are in the 2000 most common words
    49.1 of words are in the 5000 most common words
    55.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 04
    Total number of words is 4689
    Total number of unique words is 1689
    32.1 of words are in the 2000 most common words
    46.0 of words are in the 5000 most common words
    53.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 05
    Total number of words is 4548
    Total number of unique words is 1705
    31.6 of words are in the 2000 most common words
    44.4 of words are in the 5000 most common words
    50.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 06
    Total number of words is 4710
    Total number of unique words is 1676
    33.5 of words are in the 2000 most common words
    47.0 of words are in the 5000 most common words
    54.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 07
    Total number of words is 4719
    Total number of unique words is 1700
    35.0 of words are in the 2000 most common words
    49.9 of words are in the 5000 most common words
    56.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 08
    Total number of words is 4698
    Total number of unique words is 1615
    34.4 of words are in the 2000 most common words
    47.5 of words are in the 5000 most common words
    54.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 09
    Total number of words is 4630
    Total number of unique words is 1672
    33.7 of words are in the 2000 most common words
    47.1 of words are in the 5000 most common words
    53.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 10
    Total number of words is 4798
    Total number of unique words is 1713
    34.9 of words are in the 2000 most common words
    47.6 of words are in the 5000 most common words
    53.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 11
    Total number of words is 4789
    Total number of unique words is 1681
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    46.9 of words are in the 5000 most common words
    52.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 12
    Total number of words is 4697
    Total number of unique words is 1702
    36.2 of words are in the 2000 most common words
    48.6 of words are in the 5000 most common words
    55.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 13
    Total number of words is 4719
    Total number of unique words is 1709
    34.0 of words are in the 2000 most common words
    45.6 of words are in the 5000 most common words
    52.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 14
    Total number of words is 4780
    Total number of unique words is 1719
    35.2 of words are in the 2000 most common words
    47.9 of words are in the 5000 most common words
    54.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 15
    Total number of words is 4759
    Total number of unique words is 1609
    37.6 of words are in the 2000 most common words
    50.0 of words are in the 5000 most common words
    55.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 16
    Total number of words is 4855
    Total number of unique words is 1702
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    48.3 of words are in the 5000 most common words
    54.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 17
    Total number of words is 4695
    Total number of unique words is 1770
    35.0 of words are in the 2000 most common words
    48.5 of words are in the 5000 most common words
    54.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 18
    Total number of words is 4739
    Total number of unique words is 1751
    36.3 of words are in the 2000 most common words
    49.2 of words are in the 5000 most common words
    56.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 19
    Total number of words is 3421
    Total number of unique words is 1332
    36.7 of words are in the 2000 most common words
    50.5 of words are in the 5000 most common words
    56.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.