Años de juventud del doctor Angélico - 12

Total number of words is 4697
Total number of unique words is 1702
36.2 of words are in the 2000 most common words
48.6 of words are in the 5000 most common words
55.2 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
la verdad sea separada del error. La religión cristiana ha gozado
repetidas veces de los beneficios celestes del gran Emperador y si ha
sido perseguida en ciertas ocasiones débese, más que a otro motivo, a la
arrogancia misma de los cristianos, que no han sabido mantenerse en los
límites de la moderación y la prudencia. La China es el país más
tolerante de la tierra en materia de religión. Un súbdito chino puede
ser, a su capricho, discípulo del Buda, de Confucio o de Mahoma. Si no
ha podido serlo de Cristo alguna vez se debe a que hemos sospechado con
razón que los misioneros cristianos no venían al Oriente con un fin
puramente religioso, sino que eran agentes de sus Gobiernos para
introducirse y preparar la conquista. ¿No hemos visto a los españoles en
las islas Filipinas, a los holandeses en Java, a los ingleses en todas
partes? Es natural que nos defendamos. Cuando en los comienzos del siglo
anterior el gran emperador Youngtching proscribió la religión cristiana
que su antecesor había permitido, tres misioneros de ustedes fueron a
suplicarle que revocase el edicto. El gran Emperador, perfectamente
enterado de todo, les respondió: «Yo he proscrito vuestra religión de mi
Imperio, porque he sabido que algunos de vosotros querían aniquilar
nuestras leyes y sembraban el espíritu de rebelión en los pueblos.
Vosotros pretendéis que todos los chinos se hagan cristianos, y vuestra
religión, al parecer, así lo exige; pero si así sucediese, pronto
seríamos todos nosotros súbditos de vuestros reyes. Los cristianos que
vosotros hacéis no reconocen más autoridad que la vuestra. En tiempo de
revolución no escucharían más que a vosotros... Ya sé que por ahora nada
hay que temer, pero vendrán vuestros barcos por cientos y luego por
miles y entonces todo se puede esperar. Habláis mucho de tolerancia y la
pedís y la exigís, pero ¿qué diríais si yo enviase a vuestro país una
partida de bonzos y de lamas a predicar su ley? ¿Cómo los recibiríais
vosotros?»
--¡A puntapiés, y con razón!--exclamó el General--. ¡Tendría gracia que
viniesen a predicarnos religión y moral unos hombres ignorantes que
viven poco menos que en el estado salvaje, sin ferrocarriles, sin
telégrafos, sin ejército regular, sin Marina y que se mantienen con
algunos granos de arroz!
El Secretario sonrió tristemente y repuso con calma:
--Es verdad; los hombres de Occidente pueden gloriarse de haber dado
pasos gigantescos de cien años a esta parte. ¿Pero es todo gigantesco y
digno de admiración en Europa? Entre nosotros se inculcan a los niños
desde su más tierna edad las reglas de la urbanidad de tal modo, que aun
los rústicos campesinos y los obreros se tratan entre sí con un respeto
y una cortesía, que aquí no observo ni en las clases más elevadas.
Habéis adelantado mucho en el dominio de la naturaleza exterior, pero la
interior no pocas veces ha quedado intacta. Tenéis mayores comodidades
que nosotros, ¿pero sois más felices? En los años que llevo en Europa
observo en la mayoría de las personas un deseo jamás satisfecho de algo
más, un afán y un ardor que turba su existencia como si ésta fuese
siempre provisional. No se goza aquí del presente. Se diría que todos
tienen ganas de morir. Allá en nuestro país el segundo libro clásico que
en las escuelas nos hacen estudiar tiene un título que en español
significa _El invariable medio_. Este libro se halla basado sobre el
principio fundamental de que toda exageración es nociva para la
felicidad y que en el medio armónico se halla la fuente del bien, de la
verdad y de la belleza. Tal principio parece desconocido en Europa y
acaso por eso he hallado aquí más hombres desgraciados que en China.
«Tratar ligeramente lo principal--dice Confucio--y seriamente lo
secundario es un modo de obrar que jamás se debe seguir.» La gran
superioridad que las naciones occidentales han adquirido sobre nosotros
desde hace un siglo no consiste en otra cosa, si bien lo examináis, que
en haber encontrado y haber utilizado dos fuerzas naturales: el vapor de
agua y la electricidad, merced a las cuales fabricáis pronto y bien una
multitud de objetos, os alumbráis, os comunicáis y os trasladáis de un
punto a otro. Este adelanto es puramente exterior. Para ponerse a
vuestro nivel bastan pocos años. El Japón ha comenzado ya a marchar y
antes de mucho será tan civilizado, en el sentido que aquí se da a la
palabra, como vosotros. Los chinos, más apegados a nuestras costumbres y
a nuestros antiguos procedimientos industriales, nos mostramos más
reacios, pero al cabo también copiaremos vuestra civilización. Tendremos
ferrocarriles y telégrafos, navíos de guerra y máquinas y armas
primorosas... ¿Y entonces qué sucederá? ¡Ah! entonces puede suceder que
la vieja China se acuerde de los agravios que le habéis hecho, de las
crueles humillaciones por donde nos hacéis pasar, de vuestros
latrocinios, de vuestros desprecios... Somos cuatrocientos millones y
más disciplinados que los europeos y tenemos menos miedo a la muerte
porque nos educan en el desprecio de ella; somos sobrios y astutos y
sufridos...
El Secretario, que había dado señales de agitación al pronunciar las
últimas palabras, se alzó del sofá.
--¡Ah, entonces, quién sabe!--continuó--. Ahora nos dicen en las
escuelas los maestros: «Mostraos sumisos, bajad vuestra cabeza hasta la
tierra, apretad vuestro corazón y haceos pequeños.» Pero entonces quizá
alguno nos diga: «Levantad la cabeza porque sois hijos del Cielo,
ensanchad vuestros corazones, haceos grandes, acordaos de vuestros
padres... No faltará, no, quien haga la señal... ¡Ah! entonces os
gritaremos como los ministros inferiores de la justicia gritan allá en
China a los acusados cuando entran en la sala del tribunal: «¡Temblad!
¡temblad! ¡temblad!»
--¡Socorro!--gritó la suegra de Pérez de Vargas lanzándose hacia la
puerta.
Su esposa y la hija del General la siguieron presas igualmente de terror
pánico. No tenía nada de extraño. La estatura, la fealdad, la voz
formidable y el ademán airado del Secretario eran bien capaces de
infundir grima a cualquiera.
Acudimos inmediatamente en su auxilio para tranquilizarlas. Los chinos,
asustados, se alzaron del asiento. El Secretario, pálido, inmóvil como
una estatua, no sabía qué hacer ni decir, mientras el General se
desternillaba de risa en la butaca lanzando nuevas carcajadas.
Al cabo logramos sosegar a las señoras y las redujimos a que volvieran
al salón. El desgraciado Secretario comenzó a balbucir excusas, y ellas
también. Todos estaban avergonzados, pero muy particularmente aquél,
como debe suponerse.
El Embajador dió al fin la señal de partida y nuestros chinos se
despidieron sensiblemente humillados, aunque por su parte Pérez de
Vargas hizo los mayores esfuerzos por disipar su molestia.


IV
UN HOMBRE DEMASIADO FELIZ

Cuando la adversidad se empeña en perseguir a un hombre, todo el mundo
sabe que no ceja hasta dar buena cuenta de él. Lo que muy pocos saben es
que otro tanto sucede cuando la dicha se propone favorecerle.
Este fué el caso de mi amigo Pérez de Vargas.
Quince o veinte días después de la singular aventura de los chinos,
recibí de él una tarjeta anunciándome su partida para los Estados
Unidos, adonde le llevaba un asunto de interés. Este asunto, como pude
enterarme pronto, era el fallecimiento de un tío de su esposa que había
muerto dejándola por única y universal heredera.
La herencia era colosal, según comenzó a susurrarse. Unos hablaban de
doce millones de dólares; otros la hacían subir a veinte; y había
alguno, puesto a disparatar, que no paraba hasta los cuarenta.
De todos modos se trataba de una fortuna verdaderamente fantástica.
Pocos meses después el afortunado Pérez de Vargas y su esposa arribaban
a la bahía de Vigo en un soberbio _yacht_ que reunía, al decir del
corresponsal gallego de un periódico de la corte, «la mayor suntuosidad
y las más exquisitas y refinadas comodidades que pueden verse en esta
clase de navíos».
En cuanto se trasladó a Madrid comenzó a ostentar un lujo escandaloso.
Porque el amigo Pérez de Vargas era por temperamento liberal y
magnífico. Trenes a la Dumont, fiestas espléndidas, palco en todos los
teatros, cacerías, banquetes, etc., etc.
Los revisteros de salones sudaban tinta describiendo tanta opulencia.
Fué en esta ocasión cuando los españoles se enteraron de que Pérez de
Vargas era un sabio. Salieron a relucir sus trabajos geológicos, sus
libros, y se hicieron de ellos hiperbólicos elogios, aunque nadie los
había leído ni pensaba en leerlos.
Naturalmente, la Academia de Ciencias le abrió de par en par sus
puertas.
Tengo la satisfacción de declarar que, en medio de tanta grandeza, no me
olvidó por completo. Repetidas veces me envió su tarjeta invitándome ora
a una _garden-party_, ora a una comida o a un baile. Como el brillo me
ofusca y no me agradaba encontrarme en medio de tanto y tanto personaje,
rehusé siempre estas invitaciones. Porque la casa de Pérez de Vargas fué
durante aquel invierno el sitio de moda donde se daba cita la sociedad
más ilustre de Madrid.
Sin embargo, Pérez de Vargas no estaba satisfecho de su casa. Le parecía
que ya no cabía dentro de ella. En su consecuencia, determinó edificar
otra más amplia, un grandioso palacio en el ensanche de Madrid.
Por esta época fuí a visitarle una mañana. Me dijo que mientras la casa
se construía pensaba dedicarse a viajar. Le hallé un poco distraído y
agitado. No me sorprendió, pues tantos millones eran bien capaces de
marear la cabeza más sólida.
En efecto, salió de Madrid pocos días después acompañado de su esposa,
algunos criados y dos o tres parásitos que le servían de secretarios. En
un año no se volvió a oír hablar de él. Viajó por Europa y una parte del
Asia. Tuve conocimiento de que había estado en la India y había cazado
tigres por una fotografía que me envió en traje de musulmán con uno de
estos animalitos muerto a sus pies.
Al cabo del año, poco más o menos, se presentó de nuevo en Madrid
cargado de objetos raros y preciosos y de una colección de cuadros que
desde luego se consideró por los inteligentes como la más rica que un
particular poseyera hasta entonces en España. Además, había escrito un
libro acerca de sus viajes y lo publicó inmediatamente, revelándose como
un escritor ingenioso y ameno. Se hicieron de este libro dos ediciones:
una de lujo, otra barata, y las dos se agotaron rápidamente.
Su palacio estaba terminado. En alhajarlo se tardó todavía algunos
meses, pero al cabo resultó una maravilla de suntuosidad y buen gusto.
Comenzaron de nuevo las fiestas y a la primera de ellas asistieron los
reyes en persona. No se habló de otra cosa en Madrid durante algunos
días. Se dijo que sólo en flores se había gastado una suma fabulosa. El
rey le concedió el título de conde del Malojal, una finca que poseía no
muy lejos de Madrid. Poco después fué elegido diputado por un distrito
de la provincia de Sevilla.
Yo no asistía a sus famosos saraos, como he dicho, pero una que otra vez
iba a sorprenderle por la mañana. Hallábale siempre cordial y afectuoso,
charlábamos placenteramente y recordaba con entusiasmo los _buenos
tiempos_ en que repasando nuestras asignaturas nos quedábamos dormidos
de bruces sobre la mesa, aunque para evitarlo habíamos ingerido unas
cuantas tazas de café puro. Yo no podía menos de sonreír oyéndole
calificar de _buenos_ aquellos tiempos. ¡Como si los que ahora
atravesaba fuesen malos!
No obstante, su rostro no dejaba traslucir tanta prosperidad como en
poco tiempo se había amontonado sobre su vida. Si he de decir la
verdad, le hallaba más grave y un poco distraído y fatigado. Se me
ocurrió que podría experimentar algún desabrimiento en el seno de su
familia; pero muy pronto deseché tal idea. No tenía hijos y su
encantadora esposa estaba profundamente enamorada de él. Lisonjeado por
grandes y pequeños, rodeado de un respeto sincero, no sólo a causa de
sus inmensas riquezas, sino igualmente por su reputación de sabio. Nada,
pues, le faltaba. Por fin, leí en los periódicos que el rey le había
hecho merced de la grandeza de España añadida a su título de conde.
Al día siguiente recibí de su puño y letra el siguiente billetito:
«Querido Angel: ¿Quieres venir a comer mañana conmigo para celebrar la
flamante grandeza? Se trata de una comida íntima. Sólo unos cuantos
viejos amigos como tú. Ninguna señora más que la de la casa. Traje de
calle. A las ocho. Creo que esta vez no rehusarás.--_Martín._»
Claro está que no podía rehusar. Aunque receloso siempre, y si he de
confesar la verdad un poco cohibido, entré en su palacio a las ocho en
punto. Un criado con librea y calzón corto me condujo hasta un salón
donde ya estaban reunidos con los dueños de la casa los quince o veinte
invitados.
En efecto, Pérez de Vargas no me había engañado. Ninguno vestía traje de
etiqueta y por lo que pude entender la mayoría de ellos eran oficiales
del ejército. Pérez de Vargas hacía ya tiempo que había pedido la
licencia absoluta, pero no dejaba de considerarse como militar y
mantenía las mismas relaciones de afectuoso compañerismo con los jefes y
oficiales de su tiempo. Nos dijo riendo que había tenido particular
empeño en invitar solamente a aquellos amigos a quienes tuteaba. A más
de estos militares había algunos paisanos como yo, un escultor famoso,
un abogado, dos catedráticos y un agente de Bolsa.
Mi amigo Martín parecía hallarse extremadamente alegre. No obstante,
como hacía ya más de dos meses que no le había visto, me sorprendió su
palidez y el círculo oscuro que rodeaba sus ojos. No quise preguntarle
si había estado enfermo por no alarmarle en caso negativo, pero no dejé
de sospecharlo.
Después de un corto rato de conversación, pasamos al comedor. La hermosa
señora de Pérez de Vargas, que vestía con elegancia, aunque sin ostentar
joya alguna, tuvo la amabilidad de sentarme a su izquierda. Desde el
comienzo reinó la mayor alegría y cordialidad. Contra lo que esperaba,
me hallé completamente libre y a mi gusto. Todos aquellos señores eran
personas sencillas y de buen temple. Se comió, se bebió y se rió como en
un festín de Homero.
He oído afirmar más de una vez que no hay fiesta española donde al final
no aparezca una guitarra. Es una especie grosera y calumniosa. Podrá ser
esto cierto en Andalucía, pero en el resto de España nadie que estime la
verdad osará sostenerlo.
Lo único que surge indefectiblemente en toda la península ibérica es un
orador. Entiéndase como cantidad mínima.
El que nos tocó en suerte en la ocasión presente fué un comandante de
caballería original de Badajoz. Era un hombre risueño y feliz. Parecía
gozar con todas las cosas de este mundo, pero muy particularmente con
sus propias ideas, a juzgar por la satisfacción con que las dejaba fluir
de sus labios. Su palabra era pintoresca, pero tan débil de complexión
que necesitaba apoyarse a cada instante en la muletilla «_¿estamos,
señores?_» para no caer.
Otros oradores he conocido que se apoyaban, no en una, sino en dos
muletas y, no obstante, así cojeando han llegado hasta el banco azul.
Después de dirigir algunos requiebros subidos de color a la señora de la
casa, que tomó el partido de ruborizarse por no verse en el caso de
tirarle un tenedor a la cabeza, vino a explicarnos cómo nuestro amigo
Pérez de Vargas era un _barbián_ en toda la extensión de la palabra,
pariente cercano de María Santísima, que donde ponía el ojo ponía la
bala. Por lo tanto, él no se sorprendería demasiado de que un día
tuviese el capricho de encajarse una mitra en la cabeza, a pesar de
hallarse casado, y obtuviera con aplauso de todos el arzobispado de
Toledo. Después de este vaticinio bárbaro y temerario se sentó riendo y
todos los demás por complacerle hicimos coro a sus carcajadas.
Otros dos oradores, el uno militar, el otro paisano, que le siguieron en
el uso de la palabra, se expresaron en el mismo sentido. Que si la
suerte, que si el destino, que si la estrella, etc., etc.
Pérez de Vargas, que había escuchado sus discursos con ostensible
displicencia y aun pudiera decir mal humor, se levantó por fin a hablar.
«En efecto, mis queridos amigos, la felicidad ha tomado la resolución de
perseguirme con verdadero encarnizamiento. Sobre muy pocos hombres en
este mundo habrán llovido tantas prosperidades en menos tiempo como
sobre mí. Vosotros conocéis muchas de ellas, pero no todas, y acaso las
que no conocéis--añadió dirigiendo una mirada a su esposa--sean las más
dulces y penetrantes. A la hora presente disfruto una reputación de
sabio superior a mis méritos y que no había soñado alcanzar. Menos aún
había pensado en obtener la gloria literaria y por un azar,
incomprensible también, me la ha otorgado generosamente el público. Una
fortuna cuantiosa me coloca en situación de satisfacer, no sólo mis
deseos sino hasta mis caprichos más fantásticos. Me han gustado las
obras de arte y poseo la más notable colección de cuadros y objetos
preciosos que un particular puede adquirir en España. Quise viajar y he
recorrido el mundo en un barco propio y con todas las comodidades
apetecibles. Soy aficionado a los libros y mi biblioteca cuenta hoy más
de veinte mil volúmenes. Me han apasionado los caballos y sabéis que no
hay nadie en Madrid que los posea mejores. Me seduce la caza y he tenido
la suerte de cazar osos en Rusia y tigres en la India. Gozo de una
perfecta salud, soy conde, soy grande de España, soy académico, soy
diputado, mis amigos me quieren, los sabios me estiman, el público me
respeta, los reyes vienen a mi casa. ¿No es cierto, queridos amigos, que
debe existir a mi lado una hada benéfica y complaciente encargada de
satisfacer mis deseos? Apenas nace uno en mi mente, hace vibrar su
varita mágica y el capricho se cuaja en el espacio y se transforma en
realidad. Soy un Midas moderno que convierte en oro cuanto toca con sus
manos... Soy el hombre más feliz de la tierra... Pues bien, amigos míos,
soy al mismo tiempo el más desgraciado... No puedo con tanta
felicidad... Estoy verdaderamente abrumado... ¡No puedo más! ¡no puedo
más!... ¡no puedo más!»
Con gran sorpresa le vimos ponerse rojo y pronunciar estas últimas
palabras con creciente exaltación, casi gritando. Sus ojos brillaron
siniestros y extraviados y tomando los platos que tenía delante los
estrelló furiosamente contra el suelo. Hecho lo cual se precipitó a la
puerta y salió del comedor.
Puede cualquiera imaginarse la estupefacción de todos nosotros ante
aquel arrebato inaudito. Hubo unos instantes de silencio. El comandante
orador soltó una carcajada.
--¡Vaya un vino guasón que tiene nuestro amigo Pérez de Vargas!
Pero los demás no reíamos. Su esposa había salido detrás de él. Al cabo
de unos momentos volvió con las mejillas inflamadas y los ojos
enrojecidos a decirnos que su marido se hallaba indispuesto. En nombre
suyo nos pedía encarecidamente perdón.
Todos nos apresuramos a tranquilizarla no dando importancia alguna al
suceso. Era el parecer unánime que sólo se trataba de una exaltación
momentánea producida por el alcohol. Con un poco de bromuro y algunas
horas de reposo todo quedaría disipado.
Sin embargo, yo salí tristemente impresionado de aquella casa.


V
CÓMO SE REGENERÓ MI AMIGO PÉREZ DE VARGAS

Por desgracia, las sospechas, que yo había concebido la noche en que
festejamos la grandeza de España otorgada a Pérez de Vargas, se
verificaron.
No fué la influencia del alcohol la que determinó aquella singular
escena, como pensaron unánimemente sus invitados, sino la enfermedad
nerviosa que en él venía incubando desde hacía algún tiempo. Fuí al día
siguiente a enterarme de su estado, pero no pude verle. Su esposa me
envió una tarjeta haciéndome saber que, según la opinión de los médicos,
Martín sufría una neurastenia aguda y que pensaba trasladarse al campo
por una temporada.
Tampoco creí por completo en la neurastenia. Sin duda existía una
dolencia física, pero ésta era consecuencia de una depresión moral que
yo había observado las últimas veces que había tenido ocasión de
hablarle.
Pérez de Vargas era un hombre de elevada inteligencia y excelente
corazón. Las riquezas y prosperidades de toda suerte acumuladas sobre él
en tan poco tiempo le inquietaban, como sucede siempre que entra algo
anormal en nuestra existencia. Este sentimiento de temor, unido al
hastío, era lo que había originado la crisis a que habíamos asistido.
Tal fué, por lo menos, mi opinión entonces.
Cuando regresó del campo fuí a verle. Le hallé perfectamente tranquilo y
de mejor color, pero grave y triste. Había desaparecido aquella alegría
ruidosa que le caracterizaba, aquel donaire y agudeza que siempre
habíamos admirado en él. Nada de proyectos magníficos ni de fiestas o
cacerías. Hablamos de política y literatura. Me pareció que en aquellos
últimos tiempos se había dedicado a la lectura de filósofos y místicos.
Otras dos veces fuí a visitarle, pero no le encontré o no quiso
recibirme. Por lo tanto me abstuve en adelante de acercarme a su casa.
Algún tiempo después tropecé casualmente en la calle con uno de sus
parientes, a quien conocía, y me dió de él noticias poco halagüeñas.
Martín había comenzado a ofrecer señales de perturbación mental. No
solamente había suspendido sus fiestas y recepciones, pero no quería
tampoco asistir a los de sus amigos; se negaba igualmente a hacer
visitas; había cortado toda comunicación con el mundo aristocrático
donde antes tanto figuraba; redujo sus gastos personales de un modo
repugnante, no por avaricia, si no por ciertas ideas extravagantes que
repentinamente le habían acometido: pasaba la vida leyendo y sólo salía
por la noche.
Todo aquello, en verdad, no me parecía suficiente para calificar de
perturbado a mi amigo. El sujeto que me comunicaba las noticias era un
joven evaporado, para el cual huir del mundo y abstenerse de sus
placeres poseyendo gran fortuna era una monstruosa locura. Sin embargo,
poco más tarde supe que las extravagancias de Pérez de Vargas habían
subido tanto de punto que se hallaban ya vecinas de la demencia si no la
habían alcanzado por completo.
Me dijeron que había hecho desaparecer los muebles suntuosos de su
habitación y los había reemplazado con unos cuantos miserables trastos,
sin cortinas ni tapices, que se alimentaba de un modo grosero e
insuficiente, que él mismo se aderezaba la comida y se la servía, que
vestía de un modo indecoroso hasta el punto de haberle visto en las
afueras de Madrid sin corbata y calzando alpargatas, que sólo
frecuentaba el trato de la plebe y huía de sus amigos.
Su pobre mujer estaba aterrada: pasaba la vida llorando. Al cabo, no
pudiendo sufrir más tiempo aquel ridículo estado de cosas y cediendo a
la presión de sus parientes y amigos, consintió en que Martín fuese
trasladado a una casa de salud fuera de España.
Antes de que tal resolución pudiera tener efecto, Pérez de Vargas
desapareció repentinamente de su casa.
Se dijo que había dejado escrita una larga carta dirigida a su esposa;
pero ésta no quiso comunicarla con nadie. Quizá por virtud de tal carta
se abstuvo de dar parte a las autoridades y hacerle buscar por medio de
la Policía. Sin embargo, privadamente realizó muchas y activas
diligencias, empleando varios agentes, no perdonando medio alguno para
averiguar su paradero.
Todo fué inútil. Ninguna de sus pesquisas dió resultado alguno. En las
tres o cuatro visitas que le hice la hallé siempre abatidísima, pero no
dejó escapar palabra alguna que redundase en desprestigio de su marido.
Aquella noble reserva confirmó la opinión que de su carácter tenía
formada.
Así transcurrieron algunos meses. Ya todo Madrid se había olvidado de
tan extraña aventura cuando he aquí que recibo la noticia de que Pérez
de Vargas había llegado, o por mejor decir, le habían traído a su casa
gravemente herido. Me personé inmediatamente en ella, pero no pude
verle. Me enteraron de que se hallaba un poco aliviado. Supe que sus
heridas no eran de cuchillo ni de arma de fuego, sino la fractura de dos
costillas y grandes contusiones en diferentes partes del cuerpo. Más
tarde averigüé que estas heridas le habían sido hechas en una pelea o
motín popular, lo cual, como puede comprenderse, me causó viva sorpresa.
Traté de penetrar aquel misterio, aunque sin resultado. Nadie sabía la
verdad: todo se volvía conjeturas.
Su esposa, a la cual pude ver al cabo, nada me dijo respecto al
particular ni yo osé hacerle pregunta alguna. La encontré alegrísima; me
enteró de que Martín se hallaba fuera de cuidado y en vía de rápida
curación; quizá no se pasarían muchos días sin que pudiera recibirme.
No se verificó tal promesa. Antes de que pudiera o quisiera dejarse ver,
salieron ambos esposos para el Extranjero y tardaron bastantes meses en
regresar.
Bien comprendí que aquel viaje inopinado obedecía a la vergüenza y
embarazo que le causaba a mi amigo el presentarse nuevamente en
sociedad. A su vuelta todo se había olvidado o por lo menos afectaba
olvidarse. Se daba por sentado entre los amigos que el conde de Malojal
había padecido una neurastenia grave de la cual ya, felizmente, estaba
curado.
Yo fuí uno de los primeros en verle y experimenté gran contento al
hallarle como antes alegre y locuaz: la misma vena de humor satírico:
idéntico temperamento afectuoso.
Restableció su antiguo tren de vida lujoso y pudo vérsele en todas
partes feliz, generoso y espléndido como siempre lo había sido. Sin
embargo, aunque no dejó de ofrecer a la sociedad fiestas memorables,
eran éstas más raras. Recibía con más frecuencia en su casa a los sabios
y literatos que a los mundanos y se le vió interesarse con verdadera
pasión por los problemas sociales. Habló en el Congreso diferentes veces
acerca de ellos y siempre con lucimiento; gastó mucho dinero
construyendo escuelas en la provincia de la cual era originario, dotó de
material científico a otras, fundó algunas cooperativas y se significó
como ardiente partidario de que se aumentase el presupuesto de
instrucción pública aun a expensas de otros servicios del Estado.
En las diferentes visitas que le hice nunca aludió directa ni
indirectamente a su enfermedad ni a la extraña aventura que le había
restituído a su hogar. Como puede concebirse, yo me guardé también de
hacerlo.
Una tarde de primavera en que se me ocurrió dar un paseo por la _Casa de
Campo_ tuve la buena suerte de encontrarle en una de sus avenidas más
extraviadas. Marchaba solo a pie y seguido de su coche. Pareció
alegrísimo de tropezar conmigo, me abrazó cariñosamente y desde luego
nos emparejamos para continuar nuestro paseo. Hablamos de asuntos
diferentes y yo le felicité por el discurso que hacía algunos días había
pronunciado en el Congreso sobre la ley del trabajo.
--No he leído más que el extracto que traen los periódicos, pero he oído
hacer de él muchos elogios. Todo el mundo alaba la forma y el fondo y
está de acuerdo en estimar que un hombre de tu fortuna se interese tan
vivamente por la suerte de las clases trabajadoras.
No respondió. Caminamos algunos pasos en silencio. Al cabo, mirando
distraídamente al cielo, dejó caer estas palabras con acento
displicente:
--Y, sin embargo, yo no siento gran cariño por las clases trabajadoras.
Levanté la cabeza sorprendido.
--¿Cómo es eso?
--Sí; te confieso que me cuesta gran trabajo vencer la aversión que me
inspiran las masas...
Calló unos instantes y prosiguió después en tono amargo:
--¡Las masas! ¡las masas!... Para mí esta palabra es sinónimo de
grosería y barbarie. ¿Por qué denominar pomposamente _pueblo_ a lo que
no es otra cosa que la parte más ruin y despreciable de él? Los
farmacéuticos llaman «materia muerta» a aquellos productos inertes que
añaden a los principios activos al confeccionar sus píldoras. De igual
modo en nuestra sociedad existe esa materia muerta que poco o nada
contribuye a su progreso.
--Pero las masas trabajan y gracias a ellas se ha llevado y se lleva a
término todo lo que existe en el mundo civilizado.
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Años de juventud del doctor Angélico - 13
  • Parts
  • Años de juventud del doctor Angélico - 01
    Total number of words is 4637
    Total number of unique words is 1656
    33.0 of words are in the 2000 most common words
    46.0 of words are in the 5000 most common words
    51.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 02
    Total number of words is 4778
    Total number of unique words is 1787
    33.4 of words are in the 2000 most common words
    47.6 of words are in the 5000 most common words
    54.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 03
    Total number of words is 4635
    Total number of unique words is 1731
    35.1 of words are in the 2000 most common words
    49.1 of words are in the 5000 most common words
    55.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 04
    Total number of words is 4689
    Total number of unique words is 1689
    32.1 of words are in the 2000 most common words
    46.0 of words are in the 5000 most common words
    53.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 05
    Total number of words is 4548
    Total number of unique words is 1705
    31.6 of words are in the 2000 most common words
    44.4 of words are in the 5000 most common words
    50.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 06
    Total number of words is 4710
    Total number of unique words is 1676
    33.5 of words are in the 2000 most common words
    47.0 of words are in the 5000 most common words
    54.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 07
    Total number of words is 4719
    Total number of unique words is 1700
    35.0 of words are in the 2000 most common words
    49.9 of words are in the 5000 most common words
    56.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 08
    Total number of words is 4698
    Total number of unique words is 1615
    34.4 of words are in the 2000 most common words
    47.5 of words are in the 5000 most common words
    54.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 09
    Total number of words is 4630
    Total number of unique words is 1672
    33.7 of words are in the 2000 most common words
    47.1 of words are in the 5000 most common words
    53.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 10
    Total number of words is 4798
    Total number of unique words is 1713
    34.9 of words are in the 2000 most common words
    47.6 of words are in the 5000 most common words
    53.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 11
    Total number of words is 4789
    Total number of unique words is 1681
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    46.9 of words are in the 5000 most common words
    52.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 12
    Total number of words is 4697
    Total number of unique words is 1702
    36.2 of words are in the 2000 most common words
    48.6 of words are in the 5000 most common words
    55.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 13
    Total number of words is 4719
    Total number of unique words is 1709
    34.0 of words are in the 2000 most common words
    45.6 of words are in the 5000 most common words
    52.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 14
    Total number of words is 4780
    Total number of unique words is 1719
    35.2 of words are in the 2000 most common words
    47.9 of words are in the 5000 most common words
    54.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 15
    Total number of words is 4759
    Total number of unique words is 1609
    37.6 of words are in the 2000 most common words
    50.0 of words are in the 5000 most common words
    55.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 16
    Total number of words is 4855
    Total number of unique words is 1702
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    48.3 of words are in the 5000 most common words
    54.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 17
    Total number of words is 4695
    Total number of unique words is 1770
    35.0 of words are in the 2000 most common words
    48.5 of words are in the 5000 most common words
    54.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 18
    Total number of words is 4739
    Total number of unique words is 1751
    36.3 of words are in the 2000 most common words
    49.2 of words are in the 5000 most common words
    56.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Años de juventud del doctor Angélico - 19
    Total number of words is 3421
    Total number of unique words is 1332
    36.7 of words are in the 2000 most common words
    50.5 of words are in the 5000 most common words
    56.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.