A.M.D.G. - 07

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compresión le originaba peculiares agonías. El pobre muchachote
hacía buen blanco á las cóleras de Mur. El jesuíta, como dispépsico
que era, se revolvía en aborrecimiento á la vista de aquellos
mofletes túrgidos y bermejos, le odiaba la buena salud y el apetito
insaciable de que hacía gala entablando apuestas con los más alampados
gañotes de la división. Por escarmentarle en su voracidad, hizo que
el abrutado fámulo Zabalrazcoa preparase una mixtura con cierto
purgante violentísimo y la derramase en el guisado que Coste había
de deglutir. Contaba al propio tiempo con que, acosado de subitáneas
torsiones intestinales, había de acudir al orinal, sin vado para otras
diligencias, porque la pócima había de servirse en la cena; y de esta
suerte, junto con el sufrimiento físico, se acarrearía la afrenta
pública de un escandaloso castigo. Mas quisieron los hados benignos de
Coste que Zabalrazcoa se equivocase, y en lugar de servirle á él el
pérfido condimento, se lo adjudicase á Abelardo Macías, el místico,
quien, embebecido siempre en sus célicas musarañas, fué trasladando
lentamente al estómago el corrosivo guisado, sin advertir ningún
gustillo delator de la ponzoña. Rezó más tarde sus acostumbradas
oraciones y se durmió pensando en el venerable Riscal y en la túnica
inconsútil de las once mil vírgenes. Ya en sueños, antojósele que por
obra de sus pecados era conducido al infierno, en donde una falange
de feísimos demonios le desgarraban la tripa con garfios candentes.
Cuando despertó, la turbulencia tempestuosa de su vientre amenazaba
romper con las esclusas que la sabia providencia colocó en el organismo
humano en previsión de nauseabundos derrames y destilaciones. En vano
se encomendó al venerable Riscal, rogándole de todas veras bajara en su
ayuda, otorgándole unos minutos de energía muscular con que resistir el
ímpetu de las rugientes oleadas que por dentro le invadían. Saltó de
la cama; intentó llamar á la portezuela; discurrió vertiginosamente y
no se le ocurrió cosa mejor que servirse de la jofaina que, promediada
de agua, tienen los alumnos en la camarilla para su aseo matutinal.
Al hacerlo se echaba la cuenta de que quizá á la mañana siguiente los
fámulos atribuyeran la abundante porquería á un prurito general de
limpieza, ya que pasaban semanas y aun quincenas sin que Abelardo,
absorto en sus oraciones de comienzo del día, dispusiera de un corto
vagar en que lavarse cara y manos; era una compensación verosímil.
Á la mañana siguiente, Mur andaba por el tránsito de los dormitorios,
con su nariz de rata de alcantarilla más vibrátil que nunca, venteando
y sonriendo. Tomó por el brazo al fámulo Babzola, uno de los que hacían
las camas:
--Oye, Babzola; por aquí huele que apesta. Alguno ha hecho una
gorrinada. Mira bien y baja á decirme el número á mi celda.
Aquel día, cuando los alumnos salían del estudio de la mañana para ir á
desayunar, en mitad del claustro se dieron de cara con un espectáculo
repugnante. Había una mesilla de noche con la tapadera abierta; en
el agua turbia de la palangana flotaban excrementos; el hedor se
prolongaba espesamente, atacando el sentido. Detrás de la mesilla de
noche estaba en pie Abelardo Macías, con los brazos cruzados y los ojos
puestos en la techumbre, como ofreciéndose en holocausto á una justicia
invisible.
¡Cuán inocente estaba Coste de sospechar el riesgo que había corrido,
y cómo aquella deshonrosa exhibición á él estaba destinada! Á Mur no
le apesadumbró gran cosa el inesperado error de Zabalrazcoa. Como
quiera que tenía por la más necia presunción la de santidad, agradeció
al capricho de la suerte que le colocara en coyuntura de infligir á
Macías público correctivo. Y ya satisfecho en este punto, aplicóse á
sorprender á Coste en alguna falta flagrante y á inventar nuevas penas,
del linaje de las infamantes y aflictivas, que eran las únicas que le
parecían saludables. La empresa no presentaba dificultades; la conducta
de Coste tenía tantos lunares como pulgas un gozque aldeano.
Á los pocos días de haber evitado Coste milagrosamente las asechanzas
del purgante, en la postrera media hora de estudio de la noche,
encomendada á la vigilancia de Mur, cayó dormido y dióse á roncar en
forma que simulaba con cierta propiedad los tanteos preliminares del
rebuzno. Le despertó Mur, le alabó sus aficiones y le prometió cumplida
satisfacción para el siguiente día, como lo hizo. Para ello, presentóse
en el recreo con una cabezada en la mano, que aplicó al cráneo de
Coste, conduciéndole luego, entre la alborotada chacota de los alumnos,
á la cuadra de _Castelar_.
_Castelar_ era el burro de que se servía el Hermano cocinero para traer
las provisiones de la plaza. El acto de caracterizar al animal con
un nombre había sido asunto de seria deliberación entre los Padres.
Convenían todos en que fuese el de algún hombre célebre, hostil á
la Iglesia. Se pensó en Voltaire, en Renán; luego, la preferencia
se inclinó hacia los nacionales. Salmerón, era sonoro y expresivo;
pero hubo de rechazarse porque así se apellidaba un compañero de San
Ignacio. Pí, demasiado breve y anfibológico. Pí Margall, no sonaba
bien. Entonces, el Padre Estich, que á la sazón leía una diatriba
contra D. Emilio Castelar, escrita por el Padre Alarcón, propuso el
nombre de este glorioso tribuno. Se aceptó al punto, con gran algazara.
Y, desde aquel instante, el pollinejo fué _Castelar_.
_Castelar_ era rucio, sociable, bondadoso y melancólico. Sobre la
frente le caía, con mucha gracia, espeso flequillo. No incurría
en vanagloria, y rara vez alborotaba sus hermosas orejas, suaves,
velludas, como de terciopelo.
Mur introdujo á Coste en la cuadra, y lo ató corto al pesebre, de
manera que le fuera imposible distraerse cabalgando el asno, y en tal
guisa, que la cabeza del niño quedaba en una alarmante vecindad con la
del pollino. Estando todo dispuesto, los dejó solos. En un principio,
Coste permaneció mustio y receloso, con la vaga sospecha de una coz ó
de una dentellada. Luego, mirando de reojo, tropezó con las pupilas
afables y meditabundas del burro, que parecían darle la bienvenida. Á
los pocos minutos se habían familiarizado por entero; reía el niño y
reía el asno, á su manera.
Aquella tarde, Coste comunicó á Bertuco un grato secreto.
--Bertuco, ¿sabes? _Castelar_ es una gran persona. Si vieras...


VIVE MEMOR LETHI

I
El Conductor de los ejercicios espirituales fué aquel curso el
Padre Olano. Eran privados, para los alumnos solamente y se
celebraban en la capilla particular del colegio. El Superior
había aconsejado á Olano:
--Conviene que disponga bien su plan, Padre. Tome de la
biblioteca los libros necesarios: enciérrese en su celda y
trace punto por punto el modo en que las meditaciones han de
distribuirse, adornándolas con las comparaciones, ejemplos y bien
urdidas composiciones de lugar que han de ilustrarlas, de manera
que no quede nada confiado á la improvisación. ¡Oh, de cuánta
importancia es esto!
El Padre Olano tenía asco á la letra de molde, la cual solía
inducirle á laberínticos embrollos; confiaba en las fuerzas
propias y en su larga práctica de orador tremebundo. Así,
prefería lanzarse á la elucubración espontánea.
Se precipitó en el currículo; se cerró en el cuarto, con un
librito aforrado en roja piel labrada, y un buen abasto de papel.
Caviló, plumeó, tachó, rasgó pliegos sin cuento. En las etapas
de indigencia mental acudía en demanda de luces á un grabado
en acero que el librito aquél tenía en la anteportada: allí
estaba San Ignacio, en lo hondo de una cueva, los ojos en alto,
la siniestra mano sobre el esternón, suspendida la diestra en
el aire y con una pluma de ave; delante de él un considerable
guijarro, á manera de bufete, con un libro abierto y un tintero
con su pluma de repuesto; arriba y naciendo de nebulosas vedijas,
la Virgen, con el niño en brazos, que señala imperativamente
hacia el libro; más arriba y en la clave del grabado una hostia
reverberante, en cuyo centro campea una cifra J H S sobre tres
clavos; en el ángulo inferior derecho, caídos al desgaire sobre
los pedruscos, un bastón, una capa y un chambergo con pluma al
costado. Debajo de la estampa dice.
S. IGNATIUS LOYOLA S. J. FUNDAT
Manresal Spiritualia Exercitia
dictante Virgine scribit
Y en lo más alto de la página, sobre flotante cinta, una leyenda
del salmo 138 que alude á la ciencia infusa.
¡Ay! El Padre Olano estaba huérfano de ciencia infusa. De aquí
el que padeciera inenarrables tormentos y sudores antes de dar
cima al plan que el Padre Arostegui le encomendara, y del cual
transcribimos algunos fragmentos, con las mismas acotaciones que,
al estilo de las comedias, el propio Olano puso.

[Ilustración: J [+H] S]

«Los maestros espirituales dividen la materia de las meditaciones en
tres órdenes, según los tres estados de los que meditan. Unos son
pecadores que desean salir de sus pecados, y éstos caminan por el
camino que llaman vía purgativa, cuyo fin es purificar el alma de todos
sus vicios, culpas y pecados. Otros pasan más adelante y aprovechan en
la virtud, los cuales andan por el camino que llaman vía iluminativa,
cuyo fin es llenar el alma con el resplandor de muchas verdades y
virtudes, y alcanzar grande aumento de ellas. Otros son ya perfectos,
los cuales andan por la vía que llaman unitiva, cuyo fin es unir y
juntar nuestro espíritu con Dios en unión de perfecto amor. Para los
niños basta la vía purgativa. San Ignacio divide la materia en cuatro
semanas, que nosotros reduciremos aquí á cuatro días. Para los niños
basta y sobra.»
* * * * *
«MEDITACION PRIMERA. PRELUDIO PRIMERO, ó sea composición de
lugar.--Tenéis que imaginaros que veis al glorioso San Ignacio con el
libro de los Ejercicios en la mano, y que á su alrededor tiene á un
sinnúmero de justos confirmados en gracia, de pecadores convertidos
y de tibios enfervorizados; y que, dirigiéndoos la palabra, dice:
«Tomad, hijos, este libro y meditad seriamente las verdades que están
en él contenidas.» (Es preciso pintar bien la cara del fundador, según
el retrato de Pantoja, que revela penitencias, y que desentrañen en
la cojera una reliquia de su vida mundanal, por donde tuvo siempre
presentes los riesgos que corrió, estando si se condena ó no se
condena. ¡Ah, si Jesús os señalara á todos al primer mal paso que
dais!) Luego imaginaos que veis aquella gran muchedumbre que nadie
puede contar, de todas naciones, tribus, pueblos y lenguas, que
están ante el trono y delante del Cordero, revestidas de un ropaje
blanco, con palmas en sus manos, con que simbolizan la victoria que
han reportado, ya de los tiranos, ya de sus propias pasiones, y que
aclamando á grandes voces, dicen: «La salvación la debemos á nuestro
Dios, que está sentado en el solio, y al cordero, y sobre todo á los
ejercicios de San Ignacio. (Apoc., cap. VII, versículos 9 y 10.) Que
entiendan los alumnos cómo tanto esta sentencia del Apocalipsis como
otras varias de las Escrituras, dictólas el Santo Espíritu pensando en
nuestra Orden.»
«Los niños tienen especial precisión de los Ejercicios, porque si no
grandes pecadores, suelen ser grandes tibios. ¡Ojalá, te dice el mismo
Dios, fueses tú caliente por la gracia ó frío por el pecado! Mas,
porque eres tibio empezaré á vomitarte de mi boca, _quia tepidus es,
incipiam te evomere de ore meo_.»
«_Afecto de gratitud._ ¡Bendito seáis, Dios mío, de haberme llevado á
esta probática piscina en que se cura de toda enfermedad, no al primero
que entra, sino á todos cuantos se presentan con deseo verdadero de
curar!»
«_Disposiciones y modo de hacer bien los santos ejercicios..._ Estará
muy recogida la capilla; sólo se permitirá entrar aquella luz que se
necesita para no tropezar, y que en lo demás esté muy obscura. Esto es
muy importante para que los niños mediten, examinen y rumien mucho.
Tener cuidado con los fámulos, que son unos gaznápiros, para que no
se olviden de este requisito... Cuidarse de que los niños tengan la
vista muy mortificada y mortificarán también toda curiosidad, y así
sólo atiendan á los cuadros que yo les trace. Han de mortificar la
lengua y el oído, para lo cual no habrá recreos en los cuatro días, que
serán todos de silencio... Si queréis aprovechar muchísimo en estos
ejercicios, entregaos y dejaos enteramente en las manos de Dios para
que haga de vosotros y de todas vuestras cosas lo que quiera, á la
manera que el barro en manos del alfarero, ó el leño en las manos del
escultor. En todos estos días repetiréis con mucha frecuencia y de todo
corazón alguna de estas jaculatorias: _Hágase tu voluntad y no la mía.
Señor, ¿qué queréis que haga?_ etc., etc.... No estará de más que por
las noches, en el tránsito de las camarillas, algún Padre ó Hermano
haga ruidos raros y rumores temerosos. Esto dispone muy bien el corazón
de los niños para el día siguiente.»
* * * * *
«MEDITACION II. _Del fin del hombre. Principio y fundamento de todas
las meditaciones._--Persíguese que los niños vean cómo el hombre, por
grandezas que llegue á alcanzar, no es nada. Hágaseles claro la vanidad
de todas las ilusiones que puedan tener y lo necio de las esperanzas.
Este es el principio y fundamento de los ejercicios: _principio_, como
en las ciencias; _fundamento_, como en los edificios.»
«_Composición de lugar._--Se imagina ver á Dios lleno de majestad y
grandeza, sentado en su trono. Barba luenga, hasta medio pecho. Ojos
que ciegan. El trono, de púrpura. Muchas piedras preciosas. Más rico
que lo más rico del mundo. (Ademanes solemnes; voz profunda y reposada;
brazos al cielo, de vez en cuando. Se puede uno poner de puntillas,
poco á poco...) Luego, dice Dios: _Yo soy el principio y el fin: Ego
sum principium et finis_. También se puede ver un mar grande, grande,
inmenso, de donde salen muchos ríos y que todos vuelven á él.»
«_Petición..._ Dios y señor mío, os suplico me concedáis gracia para
hacerme superior á mí mismo y vencer todos los obstáculos que me lo
puedan estorbar.»
«_Proposición_ (son palabras del santo). El hombre fué criado para
alabar, reverenciar y servir á Dios nuestro Señor, y mediante esto
salvar su alma.»
Vienen ahora largos desarrollos de estos puntos, y, á modo
de corolarios, dos _afectos_ que se han de sacar; un acto de
acusación de sí mismo; y un acto de dolor.
«Hágase revivir en la memoria de los alumnos las faltas ó pecados
que hayan cometido. Empléanse palabras y términos repugnantes para
denominar los pecados. Son llagas asquerosísimas; son postemas y
manaderos de pus; son pústulas y lepra que infestan el aire que se
respira é imprimen al alma que los comete una horrible fealdad.
¡Vosotros no lo veis; pero el ángel de la guarda, que está á vuestra
diestra, lo ve, y sufre, y llora, y tiene que taparse el rostro con
el ala, para no contemplar tanta suciedad! (Esta meditación debe
hacerse á la tarde, después de la comida. Al hablar, se hacen gestos
de repulsión, como si uno tuviera delante las nauseabundeces que
describe.) Como todo lo temporal está unido á pecado, dedúcese, como
_afecto_, el desprecio de lo temporal. ¡Para en adelante prometo,
quiero y propongo amar lo eterno y celestial!»
«El fin de Dios es su mayor gloria, y esto os ha de servir de norma en
la vida. ¿No queréis entenderlo? ¿Seréis capaces de olvidarlo andando
el tiempo, é incurrir en la blandura del mundo? Haced enhorabuena lo
que os agrade; pero siempre será verdad que serviréis á la gloria de
Dios, porque Dios logrará siempre é infaliblemente su fin. Sirviendo á
Dios en la tierra, alabarás eternamente su misericordia en el cielo;
no sirviéndole, glorificarás eternamente su justicia en el infierno.
Píntase de un lado el cielo y de otro el infierno; pero esta pintura
no es todavía más que un esbozo. Más adelante se añaden las tintas
necesarias. Sácase el _afecto_ de temor é incertidumbre.--¡Qué diré
yo, oh, Dios mío! ¿Iré yo al cielo ó al infierno?--Quien ama su vida
en este mundo, la perderá; y el que la aborrece en este mundo, la
conservará para la vida eterna.»
«_De la indiferencia con que se deben mirar las cosas sensibles._
(Palabras del santo.)... tanto ha de usarse de las cosas sobre la faz
de la tierra cuanto ayuden para el fin...»
«Breve consideración acerca de cómo todas las cosas que no son Dios
merecen indiferencia. Hacer reconocer el supremo dominio de Dios y
sáquese como _afecto_ la confusión de uno mismo, la humillación.»
De otra meditación, _sobre el Pecado de los Ángeles y de nuestro
padre Adán_.
«Son palabras del Santo. El primer punto será traer á la memoria sobre
el primer pecado, que fué de los ángeles; y luego, sobre el mismo,
el entendimiento, discurriendo; luego la voluntad, queriendo todo
esto memorar y entender por más se avergonzar y confundir, trayendo
en comparación de un pecado de los ángeles, tantos pecados míos; y
donde ellos, por un pecado, fueron al infierno, cuántas veces yo lo
he merecido por tantos... El segundo es hacer otro tanto, es á saber,
traer las tres potencias sobre el pecado de Adán y Eva, trayendo á la
memoria cómo por el tal pecado hicieron tanta penitencia, y cuánta
corrupción vino en el género humano, andando tantas gentes para el
infierno. Digo traer á la memoria el segundo de nuestros padres, como
después que Adán fué criado en el campo Domaceno, y puesto en el
Paraíso terrenal, y Eva ser criada de su costilla, siendo vedado que
comiesen del árbol de la Ciencia, y ellos comiendo, y asimismo pecando;
y después, vestidos de túnicas pellíceas, y lanzados del Paraíso,
vivieron sin la justicia original que habían perdido, toda su vida
en muchos trabajos y mucha penitencia... Se describe el Paraíso, sin
frío, calor, lluvias ni vientos; flores, frutos sabrosísimos, pájaros
y animales dóciles; la felicidad del cuerpo de Adán y Eva... y cómo se
pierde todo por un pecado.»
«Derívase el afecto del arrepentimiento. El cielo y la tierra me dan
testimonio de que Dios tiene un odio infinito al pecado. ¡Ah, si cayese
una sola gota de ese santo odio en mi corazón! ¡Cuánto mejor hubiera
sido para mí haberme podrido bajo tierra antes que pudiese pecar!»
* * * * *
De la MEDITACION V, también acerca del pecado. «No hay cosa más
vergonzosa que el pecado, ni más infame que el pecador. Figúrate, alma
mía, que Dios abre los ojos á todos de modo que puedan ver claramente
en tu corazón todos los vicios y todos los pecados que has cometido en
tu vida en pensamientos, palabras y obras. ¡Oh, Dios, qué rubor y qué
vergüenza sería la tuya! ¿No irías antes á esconderte en las grutas y
cuevas de los desiertos, que comparecer delante de los hombres?»
* * * * *
«MEDITACION VI. _De las penas del infierno, y singularmente de la pena
de daño._ Con grande acuerdo propone San Ignacio la meditación de las
penas del infierno inmediatamente después de las del pecado, para que
así más lo deteste y llore quien por desgracia lo cometió, viendo el
reato que trae como consecuencia necesaria.»
«_Son palabras de San Ignacio:_
«_Primer preámbulo, composición de lugar_, que es aquí ver con la vista
de la imaginación la longura, anchura y profundidad del infierno.»
«_El segundo_, demandar lo que quiero; será aquí pedir interno
sentimiento de la pena que padecen los dañados, para que si del amor
del Señor eterno me olvidare por mis faltas, á lo menos el temor de las
penas me ayude para no venir en pecado.»
«El primer punto será ver con la vista de la imaginación los grandes
fuegos y las ánimas como en cuerpos ígneos.»
«El segundo, oir con las orejas llantos, alaridos, voces, blasfemias
contra Cristo nuestro Señor y contra sus santos.»
«El tercero, oler con el olfato humo, piedra azufre, sentina y cosas
pútridas.»
«El cuarto, gustar con el gusto cosas amargas, así como lágrimas,
tristeza, y el verme (¡oh, gusano!) de la conciencia.»
«El quinto, tocar con el tacto, es á saber, cómo los fuegos tocan y
abrasan las ánimas.»
Á continuación de estas frases de Ignacio, aparecen en el
manuscrito sendas amplificaciones de los puntos siguientes: _el
condenado pierde la fruición de Dios; el condenado perdiendo
á Dios, pierde también el afecto con que era amado de las
criaturas; después que el condenado ha perdido á Dios, y con
él todas las cosas, entra además bajo la potestad del demonio_:
originales del Padre Olano. Luego:
«La repugnancia de uno mismo, que hasta ahora se ha ido acumulando
como enorme abceso que vierte ponzoña y pus de fetidez atroz, hará que
los alumnos sientan con toda instancia la necesidad de la confesión
general, como no sean unos almas de cántaro.»
Hay unas notas marginales;
«San Ignacio veía el demonio á manera de forma serpentina,
acariciadora, ó semejante á una muchedumbre de ojos brillantes y
misteriosos. Para niños me parece demasiado sutil. Dibújese á Satanás
como hombre, con patas de cabrón, el cuerpo del color de la langosta
cocida, rabo largo, cuernos feroces y labios apestosos. También en
forma de cabra, y cómo á veces anda por las camarillas, y se lleva á
los pecadores, de suerte que no incurran en torpezas ó tocamientos.»
* * * * *
«MEDITACION VII. _De la pena de sentido._ Tiene por objeto asegundar
el afecto de la anterior. Refiérase la parábola del rico avariento y
de Lázaro, y de cómo aquél pide á Abraham que Lázaro, mojando en agua
uno de sus dedos, fuese á refrescarle la lengua. _La pena de sentido
es universal y atormenta todo el cuerpo y toda el alma._ El condenado
yace en el infierno siempre en aquel mismo sitio que le fué señalado
por la Divina justicia, sin poderse mover, como en un cepo: el fuego de
que está, como el pez en el agua, todo circuído, le quema alrededor,
á diestra, á siniestra, por arriba y por abajo. La cabeza, el pecho,
la espalda, los brazos, las manos y los pies, todo está penetrado de
fuego, de manera que todo parece un hierro hecho ascua, como si en
este momento se sacase de la fragua; el techo, bajo el cual habita el
condenado, es fuego; el alimento que toma, es fuego; la bebida que
gusta, es fuego; el aire que respira, es fuego; cuanto ve y cuanto
toca, es fuego. Mas este fuego no se queda sólo en el exterior, sino
que pasa también á lo interior del condenado: penetra el cerebro,
los dientes, lengua, garganta, hígado, pulmón, entrañas, vientre,
corazón, venas, huesos, médula de éstos, sangre (_in inferno erit ignis
inextinguibilis, vermis inmortalis, foetor intolerabilis, tenebrae
palpabilis, flagella cedentium, horrida visio demonum, confusio
peccatorum, desperatio omnium bonorum_); y lo que es más terrible, este
fuego, elevado por divina virtud, llega también á obrar contra las
potencias de la misma alma, inflamándolas y atormentándolas.»
Prosiguen abundantes disquisiciones sobre la eternidad, sin
interrupción y sin alivio. La octava meditación versa sobre
la parábola del hijo pródigo, reposorio grato después de las
lóbregas jornadas anteriores, porque:
«Esta parábola anima de un modo admirable al pecador para que no
desespere del perdón, por grandes y muchos que sean sus pecados.»
Concisa y elocuente insinuación de la benevolencia de los padres
confesores:
«El padre confesor te oirá con toda dulzura y caridad.»
Sucédense algunas meditaciones de apacible naturaleza, las
cuales, por contraste, sirven para templar la aguda tensión de
espíritu. La _Meditación XII_ es como la clave del arco. Su
asunto, la muerte.
«No hay cosa que tanto contenga al hombre de pecar como es el pensar en
la muerte.»
En una apostilla.
«Así como una vez desvanecida la doncellez de la hembra no es posible
que se recobre, si se sabe inculcar bien en el espíritu el torcedor de
la muerte, no hay modo ya de recuperar la espontaneidad y descuido de
los goces terrenos. _Vive memor lethi._»
«_Nequaquam morte moriemini._ No seas tonta, no seas boba, dijo
la serpiente á Eva, no moriréis. ¡Ay! Quitada esa barrera, cayó
miserablemente en el pecado.»
«_Composición de lugar._ Imaginaos que os halláis y veis enfermos
en una cama, con el aviso de confesaros y de recibir el santísimo
Viático y la santa Unción; luego os halláis moribundos, que os dicen
la recomendación del alma, que vais perdiendo los sentidos, y que,
finalmente, morís...»
«Morir es sacar de casa á ese tu cuerpo y llevarlo al campo santo, y
allí dejarlo solo, de día y noche, rodeado de calaveras y huesos de
otros muertos. Morir es dejar á tu cuerpo, solo, muerto, cadáver, para
que lo coman los gusanos, que esto es lo que quiere decir _cadáver_,
_ca_ro _da_ta _ver_mibus, carne dada en comida á los gusanos.»
Nada tan fecundo como la muerte. El Padre Olano aprovecha muy por
largo dicha fecundidad en su manuscrito. Síguense diferentes
meditaciones, hasta llegar al celebérrimo símil ignaciano de _las
dos banderas_ ó divisas enarboladas respectivamente por Jesús y
Satanás. Satanás predica á sus huestes, ambición, entusiasmo,
confianza en sí propio: Jesús, penuria cordial, perfidia,
rebajamiento. O, dicho con palabras del santo:
«...Considerar el sermón que Cristo nuestro Señor hace á sus siervos,
encomendándoles que á todos quieran ayudar en traerlos primero á suma
pobreza espiritual; segundo, á deseo de oprobio y menosprecios, porque
de estas dos cosas se sigue la humildad; de manera que sean tres
escalones: el primero, pobreza contra riqueza; el segundo, oprobio
ó menosprecio contra el honor mundano; el tercero, humildad contra
soberbia...»
En las meditaciones sobre la vida de Jesucristo resplandece aquel
estilo llanote y vernacular del Padre Olano, que es la elocuencia
suma, á juicio de las madreselvas. Tomamos algunos ejemplos:
Dice Satanás á Jesús: «Pasaremos al desierto, si usted gusta. Allí
estaremos solos.»
Después de haber vencido la tentación del desierto «la Santa Virgen
envióle comida, que ella misma había condimentado con sus purísimas
manos: berzas, sopa, espinacas y quizá sardinas (_caules, vel brodium
ut spinaria et forte sardinas_)».
La túnica de Jesucristo, según el Padre Olano: «Era de color de
ceniza, redonda lo mismo por arriba que por abajo, con mangas también
redondas; en la orilla, bordados, á la usanza judía. Habíala cosido la
Virgen, y así como Cristo crecía, la túnica crecía también y no sufría
deterioro.» Detalle enternecedor: «Un año antes de la pasión, Jesús
se había acostumbrado á llevar una camiseta de abrigo, debajo de la
túnica.»
«Durante la flagelación diéronle 6.000 golpes. De ellos fueron 5.000
en el cuerpo y 1.000 en la cabeza. La corona de espinas componíase de
1.000 puntas, y estaba tejida con junco marino.»
Ya en las últimas meditaciones, persíguese el fin de alentar en
el pecho de los ejercitantes la confianza en María y alguno que
otro santo. Los ejemplos que el Padre Olano cita en su manuscrito
son muchos. Tomaremos uno de muestra:
«Bonfinius, en su _Historia de Hungría_, cuenta que tres años después
de la batalla de Nicópolis oíase una voz en la llanura pronunciando los
nombres de Jesús y María. Encontróse ser la cabeza de un cristiano,
muerto sin confesión, que honraba á la Virgen con particular devoción.
Esta habíale preservado de las penas del infierno, conservando con vida
su cabeza. Trajéronle un sacerdote, quien le confesó y dió de comulgar,
no muriendo hasta este punto.»

II
Las pláticas del Padre Olano se celebraban, como se ha dicho, en la
capilla del colegio. Las maderas de los ventanales estaban entornadas.
Sobre el altar pendían negros paños y crespones. El ambiente era
lúgubre y medroso.
Al final de las meditaciones, cantaban á coro los alumnos, acompañados
del harmonio:
¡Perdón, oh, Dios mío,
Perdón, indulgencia,
Perdón y clemencia,
Perdón y piedad!
Luego, Lezama, el tiple, y dos fámulos, á tres voces:
Pequé; ya mi alma
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