Agua de Nieve (Novela) - 16

Total number of words is 4747
Total number of unique words is 1811
28.2 of words are in the 2000 most common words
42.3 of words are in the 5000 most common words
49.6 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
espíritu, lleno de preocupaciones íntimas y crueles, inficionado de
misteriosa enfermedad. Sólo en los fuertes goces de la montaña y la
marina, en los placeres rústicos, en las empresas difíciles, ejercitando
sus artes de nauta y de montero, podía hallar equilibrio y expansión
aquel muchacho varonil y francote, unido á una mujer toda melindres,
sofismas y tristezas. Pero ni aun así se veía libre enteramente de la
malsana sugestión de su esposa; hechizado por ella, sin saber cómo,
abandonábase á su influjo hasta caer de nuevo en las prisiones de su
hogar, que le atraían con imanes y vértigos de abismo.
Llegando al puerto, después de breve paseo por la costa, miró Velasquín
el horizonte de la bahía, con la obsesión del mar, imagen de sus turbios
amores. Arreciaba el Noroeste; un cinturón de espumas señalaba con
vigoroso pincel la barra del puerto; las olas se teñían de un color
gris, de reflejos metálicos; las banderas de los buques surtos al abrigo
del muelle, tremolaban con ímpetu, sacudidas por el vendaval, y, en
primer término, sobre las ondas más tranquilas; se columpiaba airoso el
_Reina_, bien señalado por su arrogante grimpolón azul.
Apareja, que vamos á salir--díjole Adolfo á Pablo el marinero, que
paseaba ocioso y mustio por el muelle.
--¿Con este tiempo?--repuso el «segundo de á bordo», mirando
alternativamente al cielo, al mar y á las banderas temblorosas.
--Con este tiempo.
--¿No ve cómo sopla el Noroeste, y con rachas poco nobles?...
--No importa, Pablo.
--Bueno, voy á avisar...
--No avises á nadie; vamos tú y yo solos.
--¿Solos?--interrogó pasmado el marinero.
--Si no te atreves, dilo, y buscaré quien me acompañe.
--No es que no me atreva, señorito; peores tiempos ha pasado uno. Sino
que el barco es grande, y ¿cómo hemos de estar á la maniobra con este
día? Si usted gobierna y yo quedo á proa, ¿cómo voy á atender á todo?
--Ya nos arreglaremos. Anda listo si quieres...
Calló Pablo y se alejó moviendo significativamente la cabeza. De pronto,
volvióse para preguntar:
--El foque pequeño... ¿no?
--El grande y sin arrisar nada; no toques al «roling».
--Dirán que estamos locos...
--Que digan lo que quieran.
--Iremos, si es capricho.
--Lo es.
Pablo embarcó en el chinchorro, bogó hacia el balandro, y una vez en él
izó la vela mayor, dejando dispuesto el foque.
Luego tornó al muelle para buscar á Velasquín.
Quedóse un momento solo y sin tripular el _Reina_ sobre la poderosa
ancla y los fuertes arpeos. Arriados los foques y cautiva la caña,
ceñíase el viento á la vela mayor y hacía dar muy graciosas vueltas al
balandro. Tomaba éste el viento, cedía, se atravesaba, le ponía la proa,
y el aire, entrando á ras del palo, sacudiendo la relinga, daba un
aletazo á la vela, y de nuevo comenzaba el alegre baile del donoso
batel, entre vivos cabeceos y rápidos tumbos, hasta quedar proa al
viento.
Saltó á bordo Velasquín, miró allá arriba, á la cumbre del arrabal, y
avizoró al punto, en el balcón de la casita blanca y verde, la figura de
la mujer y en sus manos un pañuelo sacudido con fuerza por el aire,
quizá, también, por el terror. Que como algo se le alcanzaba á Regina en
las cosas del mar, por la costumbre que de ellas tuvo desde la libre
niñez, harto debía presumir que embarcase con aquel día y con todo el
aparejo era una loca temeridad.
Pero Velasquín, sonriendo orgulloso y decidido, se puso al timón y asió
la caña, mientras Pablo fué junto al mástil, aclaró las drizas y las
hizo funcionar. A poco, se elevó majestuosamente uno de los foques y
luego el otro, aleteando soberbios y azotando el aire con los látigos de
sus escotas. Cazadas éstas, arrióse la de la mayor y quedó el balandro
en franquía. Saltó el _Reina_ sobre las espumas, viró con gracia, y,
escorando hasta mostrar la línea verde de su casco finísimo, acercóse á
los cantiles donde poco antes abarcara Adolfo con ímpetus y codicias los
misterios de la mujer y del mar.
--Ya no me preguntará si soy cobarde--dijose el bravo nauta, pensando en
Regina con indefinible emoción. Puso luego la proa en derechura del
formidable contrafuerte, y cuando parecía que el balandro había de
estrellarse en las piedras, viró de súbito: las velas temblaron un
instante y cambiaron luego de posición; cayó el bajel sobre el costado
de sotavento, no sin meter en el mar parte de la cubierta, y navegó en
busca de la barra. En lo alto del mástil pudo ver Regina, desde su nido
aguileño, la orgullosa inicial de su nombre, diciéndole adiós, sobre el
raudo grimpolín que se estremecía en el tope.
Domeñadas las hirvientes espumas de la barra por la ligera quilla de la
nave, llevóla Adolfo mar adentro, sin cambiar el rumbo: iba «á un
largo», pero como la costa se hallaba cerca, el viento ya no daba más de
sí ni era posible seguir ciñendo; fué preciso virar.
--¡Listo!--gritó Velasquín--. Y Pablo ejecutó la maniobra mirando hacia
arriba con ojos escrutadores, mientras las olas saltaban á la cubierta
rugiendo ante la resistencia del timón, y la caña temblaba en las manos
del audaz piloto, vibrando como sensible telégrafo que transmitiese á
las lenguas del mar los pensamientos del hombre.
Saltó de pronto una ráfaga y oyóse un crujido.
--¡Orce todo y póngase á la capa--vociferó Pablo con viva angustia,--que
nos va á faltar el mastelero!
--¡Qué á la capa; á la vía!--repuso Velasquín.--¡Esto es hermoso!
Y el balandro siguió su carrera loca entre las irritadas espumas,
irguiéndose con terribles saltos como si fuese á volar, cielo arriba,
con las alas crepitantes de sus velas, y escorando después, á riesgo de
hundirse en las abiertas fauces del mar. Los lonas, henchidas por el
viento, gemían trépidas, y el agua, turbia, crespa, rebelde, saltaba
como sacudida por interiores y profundas cóleras.
Sentíase Velasquín orgulloso de su propia temeridad, con la embriaguez
del peligro, fascinado por la hermosura trágica de la escena, azotado
por el viento, estremecido por las olas, presto á domeñar las fuerzas
inertes de la naturaleza, allí entre dos abismos indómitos y al alcance
de las miradas de Regina. Puesta la mano en el timón, igual que en un
cetro, contemplaba el joven las revueltas ondas, que se erguían junto al
balando, flexibles y elásticas, muelles, redondas, insinuantes, como
brazos y senos de mujer, coronadas de espumas, de flotantes cabelleras
con rizo de nieve. El hondo piélago sabía también de carantoñas y de
halagos para esconder falsías y traiciones.
De nuevo se oyó, con más fuerza y estruendo, el crujido del mástil.
Pablo se puso en pie y clamó:
--¡Arribe, don Adolfo; arribe y cace escota!
Mas ya era tarde. Roto el mastelero por la encapilladura, vínose abajo
con temeroso ruido y quedó pendiente de las jarcias; aflojóse el estay,
cayó la vela, y escoró la nave, á punto de rendirse. Sin pérdida de
tiempo se puso Pablo á desatar las drizas; pero la balumba de cuerdas y
lonas abofeteadas por el vendaval, crujía y aleteaba, como un albatros
herido de muerte.
Miraba todo aquello Velasquín, ajeno á los peligros del naufragio, con
el hechizo de un pañuelo que viera tremolar allá arriba en la cumbre
serrana. Por una especie de telepatía misteriosa, aquel pañuelo, agitado
con angustia en las manos de una mujer, dió al mozo alas y bríos, le
empujó mar adentro, hacia el abismo traidor.
Oculta estaba la ribera tras el hervor del oleaje; pero las peñas del
arrabal, escalando el horizonte obscuro, se dibujaban sobre el fondo
gris del cielo con la robusta crudeza de un agua fuerte. Los matices
sombríos de la montaña; la recia arquitectura de las rocas; el bajo
vuelo de las nubes; el cariz lúgubre del océano, daban la impresión de
un lienzo de tragedia, de un crepúsculo universal.
Hay horas en que los hombres más cabales se sienten arrastrados por una
fuerza secretísima, invencible, superior á los bríos de la voluntad y la
razón; así, Velasquín, el mozo alegre y ligero, movido de extraños
resortes, jugaba con la vida y con la muerte, como un sonámbulo. ¿Era la
sugestión de aquellos ojos, clavados con ansia en el mar desde la casita
blanca y verde? ¿Era el embeleso de aquellas olas, bellas y falaces como
los ojos de la mujer?
La furia de un maretazo despertó al joven de su tórpido ensueño; recobró
el instinto de la vida, y ordenó á Pablo, que se debatía entre las
revueltas jarcias:
--¡Deja eso, deja eso!... ¡Pícalo todo!
Y como Pablo no le oyera con el ruido del mar, abandonó la caña diciendo
á grandes voces:
--¡Gobierna tú, gobierna tú!...
Después abalanzóse á proa, con su cuchillo en la mano, para cortar las
cuerdas. El marinero llegó al timón, pero antes de coger la caña se
atravesó la nave al mar y al viento; hincharonse las velas, y de
repente, advirtió Adolfo que el foque grande, que tenía en banda las
escotas, se le arrollaba al cuerpo, le envolvía con ímpetu y le
arrastraba al abismo. No vió el agua, pero la sintió en las piernas, al
través de la lona que le ceñía; después en la cintura, en el pecho, en
la boca y en el alma, con una frialdad y una amargura que parecían de
otro mar... Quiso defenderse, mover los pies y las manos, dar un grito;
pero hallóse mudo, inerme, ciego, cautivo en el abrazo pérfido y suave
del lienzo y de las olas, arrastrado entre dos aguas, en desenfrenada
carrera, á remolque de la bravía embarcación, como vencido paladín á
quien ataran á la cola de su propio corcel.
En vano el marinero rompió en desaladas voces y procuró izar á bordo el
peregrino sudario. Ya el pobre Velasquín, en los umbrales de la muerte,
veía por última vez, con los ojos del alma, una cumbre negra, un pañuelo
blanco, una figura de mujer, y una ola flexible, muelle, acariciadora,
que parecía el símbolo y el retrato de aquella mujer... hermosa y
pérfida como el mar.


VII
LA LÁMPARA VIGILANTE.--RESCOLDOS DE LA TRAGEDIA.--LOS DOS MÉDICOS.--NO
PUEDE SER...--EPÍLOGO Á LA HISTORIA DE LA «BELLA DURMIENTE».

CAEN los copos de nieve con misteriosa lentitud, en la fría serenidad de
la atmósfera, semejantes á lágrimas de los cielos, á vedijas de nube, á
pétalos de nardo, vistiendo la tierra de apacible resplandor. Hoces y
cuetos, pinos y rocas, ceñidos por el cándido ropaje, pierden la
aspereza y rigidez de su color y sus perfiles; sólo la mancha cruda del
mar, de un gris metálico, desgarra como una hoja de acero la blandura de
los horizontes, y finge un ceño sombrío en el manso cariz de la mañana.
Desde el fondo de su aposento Regina escruta el paisaje con obstinación
acerba, y torna á menudo los ojos al saloncito, bañado en el claror de
la nieve, mira que te mira, halla en esta luz un tinte lúgubre de
mortaja y á la vez una implacable intensidad que alumbra los más ocultos
pliegues de la conciencia.
De cuantas sutiles enfermedades adoleció Regina, ninguna fué tan
dolorosa como esta que padece al resplandor de la nevada, en la más
triste soledad: sufre mareos y náuseas, y tiene delirios como antaño;
tan pronto la persiguen aciagas visiones, como yace en sopor febril,
entelerida y absorta. Pero al través de los porfiados sueños, lo mismo
que en las crisis de agitación, arde en la penumbra de aquella cuita una
lámpara vigilante, que muestra las memorias y las sensaciones con rútila
verdad. A cada fase de la extraña dolencia, siente Regina en el fondo de
su espíritu resplandecer el invisible fulgor, y tirando del crespón
sombrío de sus dudas, confirma valerosa:
--Estos son remordimientos.
En la ondulante blancura del arrabal imagina á veces la vela enorme de
un balandro monstruo, la trágica vela que envolvió á Velasquín y le
meció en las olas hasta ahogarle. En estos minutos de obsesión, para
Regina ha naufragado toda la tierra; sólo vive del mundo una líquida
llanura sobre la cual flota aquel sudario, resto de la hecatombe... ¡Y
cómo finge el mar; qué traidor es! Se está en su sitio, mudo y
ceniciento, con traza indiferente, y bajo las espumas de sus crenchas
guarda con avaricia despojos de ilusiones, cimientos de hogares...
Pensando así, la dama prorrumpe:
--¡Como yo, igual que yo!
Hace de si misma un análisis despiadado; inocente se finge ella también;
sola y callada, oculta allí su luto... nadie dirá que empujó á su esposo
hacia el peligro, hacia la muerte... nadie supone que bajo el oro de los
bucles nievan los remordimientos en la conciencia de la viuda. Pero ella
sabe que pronunció unas imprudentes palabras contra la valentía de aquel
mozo apasionado y sincero; sabe que le estimuló á un combate inútil, á
una lid temeraria y estéril, y se siente culpable de haber arrancado, á
traición, las raíces de aquella vida lozana, de haber destruido los
cimientos del hogar. Todas las expiaciones le parecen pequeñas para tan
graves culpas: que ya la tierra no resucite dentro de su mortaja; que el
horizonte semeje, como ahora, la vela de un balandro gigantesco; que
siempre el mar escuche, turbio y silencioso, el albo secreto de la
nieve, y que la dama rubia viva infeliz años y años, mirando ese
paisaje, abriendo su conciencia á esa luz cegadora que la espanta...
--Aún es poco--murmura con ansias de padecer. Y no es que busque la
felicidad incomprensible de que le habló Carlota. Está segura de no
merecer ningún alivio, ninguna esperanza: sus pesares serán siempre
duros, helados, secos; Dios la castiga á sufrir sin llorar; á
reconocerse culpable sin emoción, con un sentimiento de justicia, recio
y firme, esclarecido por ignoto luminar, sereno y helado como el que
reverbera sobre la nieve.
Ya Regina no confunde la maldad con la virtud; ya no fomenta en sus
íntimos coloquios la duda de «dónde acaba el bien, y dónde empieza el
mal», tópico de que los «amorales» suelen servirse para disculpar sus
errores. La clarividencia de la razón empuja hacia la superficie el
fondo de bondad de aquel carácter, y Regina tiene ahora grandes
repugnancias hacia cuanto no brille limpio y virtuoso, á la vez que se
aferra con todas las energías del entendimiento á lo más sano y puro que
conoce. De tan profunda transformación dimana el menosprecio que hace de
si propia; el afán con que quiere castigarse y padecer, para contribuir
al equilibrio de la justicia. Y de la fuerza misteriosa que hay en este
humano propósito, la dama colige que sus afanes tienen arraigos de
eternidad. ¡Pero la fuente del sentimiento perdura cautiva, acaso negada
para siempre al pobre corazón, loco de sed!
En vano Regina pide lágrimas y oraciones para regar los áridos caminos
de su arrepentimiento; sufre con los ojos enjutos, con los labios
rebeldes á una deprecación que no brota de su alma. Muchas veces
recuerda la pesadilla delirante que padeció en Spa, cuando quiso
interceder por su hermano y se le negó á ello el corazón; mas, al fin,
arrodillóse la colosal cabeza de aquel sueño, y oró la niña visionaria y
dichosa. De semejante deliquio se reanimó la viajera rubia, sonriente y
despreocupada, mientras que hoy, la mujer que padece y busca, sabe que
está despierta y se reconoce acreedora al castigo de no encontrar los
dulces manantiales de la oración y el llanto.
--La que ambicionó entender alegrías y dolores, y quiso gustar la vida
sólo con la inteligencia, está bien condenada á no sentir--murmura la
señora.
Conoce que se ha fabricado el propio suplicio; ella cegó con hielo de
sofismas y argucias las fuentes redentoras de su alma; ¡por eso la luz
que se hace en su razón alumbra un páramo de nieve!
Anonadada la infeliz, se humilla á los consejos del sacerdote, del viejo
y buen amigo que no abandona á su triste feligresa. Y aquel salón
minúsculo, cerrado á la batalla de reconquista que el señorío de
Torremar intentó con pretextos de pésame, se abre á don Amador, y se
puebla de murmullos piadosos casi todas las tardes...
No necesita el sacerdote preguntar hoy cómo sigue su enferma; pulsa con
una mirada el sediento corazón que se asoma á los ojos de la joven, y se
duele:
--¡Estás lo mismo!
--Siempre estaré así...
--Siempre, no. Dios te acendra, porque te elige y te destina sus divinos
consuelos... ¿Lo dudas?--añade el apóstol, ante la incertidumbre de la
dama.
--No lo puedo creer--responde ella con desconsolada sinceridad.
--Pero, ¿quieres creerlo?
--¡Oh, sí!
--Eso basta, por ahora, hija mía, eso basta; no te desanimes. Ten fe...
siquiera en tus nobles deseos de sentir y de amar... Ten esperanza en
tus altos propósitos...
Regina baja la frente suspirando.
--Reza con humildad--continúa don Amador.
--Es que no puedo.
También el sacerdote inclina la cabeza, y tras una pausa, dice:
--Aunque sólo sea con los labios, reza, hija mía.
--¿Y será eficaz?...
--Muy eficaz, por ahora--repite el cura.
Ella quiere alentarse; alza los ojos con un giro de confianza, y toda la
crudeza del horizonte se le mete en el corazón. Viéndola tan abatida, el
párroco le ofrece:
--¿Quieres que yo te guíe?
La viuda dice al punto que sí. Y repite como un eco las jaculatorias
breves y dulces que el anciano recita con mucha suavidad, según conviene
al espíritu vibrante de la enferma. Cuando se deshace aquel grupo
conmovedor, tiene el sacerdote los ojos llenos de lágrimas, y los de
Regina quieren sonreir con gratitud.
Sin miedo al temporal, ofrece el cura volver pronto y se despide
conmovido, lleno de lástima. Detrás de los cristales la señora le ve
marchar: camina con torpeza sobre la nieve; el manteo flota mecido por
un aire de nevasca, sutil y asolador, y produce rumores sordos, como de
alas ó de velamen, hasta que ya los pasos del apóstol se extinguen con
aterciopelada blandura en el paisaje raso y tupido...
* * * * *
Llegando la noche, Regina se sintió más cansada que de costumbre;
cansada de la taciturna quietud de sus meditaciones y tristezas. Ya al
caer la tarde le acosó á la dama un desfallecimiento profundo; y las
tres mujeres que la sirven y la miman, llenas de piedad y cariño,
reconociéronse inútiles para darle ánimos.
Dolores, tan penetrada como Eugenia de aquella punzante desventura, huye
del cuarto de la señora con delicado escrúpulo de misericordia, como si
le alcanzara un asomo de culpa en aquel duelo inconsolable.
El hecho de que Pablo, con toda su intrepidez y adhesión no lograra
salvar al señorito, colocó á la pobre familia del marinero en un doble
caso de pesadumbre. Desde el juez, que oyó las declaraciones del único
tripulante del _Reina_ y hasta el hermano de la víctima y la propia
viuda, todos hallaron verosímil y sincero el relato lamentable; todos
sabían que aquel rudo y valiente mozo trajo con Velasquín, entre la
vela del yate, amortajados para siempre, su bravo orgullo de hombre de
mar y su confianza en el destino.
El desconsuelo de Pablo era conmovedor. Se arrepentía con obstinada
queja:
--¿Por qué le obedecí? ¿Por qué salimos solos, si era una
locura?--Lloraba como un niño, y por primera vez en su vida tuvo fiebre
y necesitó guardar cama. Apenas hizo entrega en el muelle de su triste
cargamento, hurtándose á los brazos de su madre y á las preguntas
tumultuosas del vecindario, corrió á buscar un rincón en la casucha de
un camarada y escondióse, hosco y rendido, luchando muchos días con la
calentura y con la pena. Cuando su robustez venció aquel violento
desequilibrio nervioso, fué imposible convencerle de que volviera á casa
de Regina.
--¿Para qué?--preguntó.--En el jardín no me necesitan ahora; en el mar
tampoco... ¡No hago falta, no hago falta!...--repetía consternado. Por
fin acudió obediente al llamamiento doloroso de la señorita. Ella quiso
verle para identificarse más con la terrible aventura, escuchándola de
su único testigo: anheló conocer todos los pormenores de la catástrofe
para reconstruir en su imaginación el cuadro siniestro y guardarle
esculpido en la conciencia, como perenne acusación contra si misma.
Al entrar Pablo en la estancia, empujado por su madre, le tendió sus dos
manos la señora; y el pobre marinero, tan tímido otras veces, halló en
su propia emoción una hermosa actitud de humildad y de elocuencia; cayó
de rodillas delante de la viuda murmurando:
--¡No le pude salvar ni á costa de mi vida! ¡Lo juro... lo
juro!...--Chispeaba el sudor de la angustia en su frente morena, y todo
el cuerpo juvenil se remecía con el ímpetu de la devota confesión.
Eugenia y Marta lloraron en silencio; y Dolores, al otro lado del
dintel, rompió en sollozos amarguísimos ante un dolor tan semejante al
que ella memoraba toda la vida. Propensa al llanto, con esa blandura
propia de las almas sensibles, no comprendía la infeliz mujer cómo
aquella otra viuda, al borde mismo de la cruel desgracia, devoraba su
quebranto con los ojos ardientes y los labios mudos, sin una lágrima ni
una queja.
Así estaba Regina. Hizo á Pablo sentarse al lado suyo, preguntándole con
prisas febriles todos los detalles del dramático suceso; y al cabo de la
triste relación, mostróse muy afable con el mozo, instándole á continuar
en la casa, tal vez con el secreto designio de que su presencia quedase
allí á manera de clavo, fija y traspasadora, en un arrepentimiento
siempre agudo. Pero el muchacho logró evadirse:
--No, no; se me hace «de mal»,--afirmó--me da en cara, señorita; más
«alante», si es caso, volveré.
Y salió pesaroso, quebrantado, como si hubiera corrido otra borrasca.
Con aquella misma expresión de cortedad evitaba Dolores, en lo posible,
encontrarse con la señora; parecíale que en los ojos, aun al través de
lágrimas, le veía ella lucir el júbilo de que Pablo viviese; y
olvidando, humilde y generosa, que también el mar la había hecho viuda,
imaginaba que el resplandor de su alegría de madre era hostil al pesar
de la joven. Así los suspiros y los rezos de la buena mujer rondaban en
torno del aposento de Regina, como un tímido homenaje de gratitud y de
fervor en tanto que Eugenia y Marta pretendían acompañarla y distraerla.
Pero hay tales inquietudes en sus esfuerzos, y se las ve tan desanimadas
y confusas, que Regina recuerda, involuntariamente, la época de su
desamparo y soledad, entre un niño moribundo y una mujer aturdida, allá
en playas remotas...
Esta misma noche, las dos enfermeras se anonadan y confunden ante el
decaimiento de la dama; van y vienen á su lado, torpes y afligidas, sin
atinar con un buen remedio.
Eugenia se enjuga los ojos por los rincones, con disimulo pueril: ¿Irá á
morirse también su Regina, lo que más ama en el mundo? La adicta
servidora ha visto doblarse á su alrededor tantas juventudes, que una
desconfianza profunda le hace temblar. A este punto, por los resquicios
de los balcones se desliza una imperiosa ráfaga de viento, y el ludir de
algunas puertas produce medrosa resonancia, como si por la casita
montés, arrebujada en la nieve, atravesare un soplo de espanto.
Hace Marta, temblorosa, la señal de la cruz, Dolores se apresura á
revisar fallebas y cerrojos; y trata de serenarse Eugenia, respondiendo
á la muda interrogación de Regina:
--Saltó el ábrego... Así desnevará primero...
Aquella noticia no le interesa mucho á la señora, que se quiere acostar,
débil y mareada. En tanto que la desnuda, al borde del tibio lecho,
preparado con solicitud, Eugenia exclama confidencialmente:
--¡Si fuera verdad lo que don Fermín supone!...
Regina se sobresalta un instante, y murmura incrédula:
--Le engañan sus deseos, como á ti.
--Pues tiene muy buen ojo y dicen que nunca se equivoca.
--No es infalible... Yo no espero nada.
--¿Por qué, criatura?... Ya ves que los síntomas...
--Pueden obedecer á otras alteraciones de salud... Acuérdate de Spa y de
Ensenada. El mismo don Fermín cuenta que es muy obscuro ese primer
período... Nada espero--repite--. Y se encoge, tiritando de frío, en el
confortable refugio de su cama de nogal, viejo mueble que fué tálamo de
varias generaciones; que sabe de lágrimas y de suspiros; de ansias
virginales y de insomnios dolientes; de vidas que surgen y de
existencias que agonizan... Hoy le toca sufrir el temblor de un cuerpo
joven y hermoso, cárcel de un alma toda luz y hielo; toda conciencia y
quebranto...
Crece la noche y desfilan una vez más por la memoria de la viuda los
acontecimientos de los treinta días horribles transcurridos desde la
tragedia: allí está palpitante, la mortal inquietud de aquellas horas,
cuando primero vió á Velasquín errar por la marina, solitario y tenaz,
como atraído por las espumas y los clamores de la marejada, y á poco le
descubrió en el _Reina_, solo con Pablo, en desatinada aventura;
después, la espera congojosa junto al balcón, atalayando el horizonte
hasta que aparece el yate á la vista, desmantelado y á remolque de un
vaporcito en demanda del puerto; casi en seguida _Timonel_, que llega
sin saber lo que dice; semblantes que gesticulan en el arrabal; Dolores
que vuelve riendo y llorando y que á las preguntas locas de Regina
responde al fin:
--El señorito Adolfo... viene herido...
Trata la esposa de correr al encuentro de aquella desgracia y la
detienen; la empujan hacia su habitación, donde no escuche las voces de
la calle: aterrada, inquiere, suplica la verdad del siniestro, y el
espanto de todas las caras le responde... De pronto entra Manuel,
blanco, transido, y en impulso fraternal y conmovedor, ofrece los brazos
á la viuda. Pero ella, con la arrogancia heroica de quien se confiesa
públicamente, grita:
--No; no me toques. Yo tuve la culpa de su muerte: le llamé cobarde y
arrostró el peligro para probar que no lo era... ¡Yo tengo la culpa!...
Todos creyeron que el dolor la extraviaba; pero Manuel la miró á los
ojos fijamente y huyó sin volver la cabeza... El fúnebre cortejo que
subía hacia el arrabal cambió entonces de rumbo y descendió al valle...
No protestó Regina de que le arrebataran los despojos de su marido,
porque se consideró indigna de hospedarlos: cerró su casa á las
importunas curiosidades de Torremar; abrió su espíritu á las voces de la
conciencia y quedó escuchando la posa de muerte que durante nueve días
rodó sobre la población en frecuentes lamentos.
Cuando llamaron á don Fermín, creyendo muy enferma á la joven, ya don
Amador ofrecía su asistencia piadosa, sin que le llamaran. Ambos fueron
recibidos en calidad de médicos, sin ilusiones pero sumisamente; y ambos
aplicaron sus medicinas con misericordia y ternura sobre el alma y el
cuerpo de la infeliz. Mientras el sacerdote procuraba reanimar aquel
espíritu helado, recetaba el doctor pócimas calmantes y repetía un
augurio muy dulce al oído de la mujer. Ya otra dos veces en aquella
última temporada y respondiendo á las consultas de Adolfo, don Fermín
calificó de síntomas de embarazo las rarezas observadas en Regina; su
propensión á dormirse; sus disparatados sueños; y aquella actitud de
sonambulismo que al esposo alarmaba tanto. Pero la dama encogía los
hombros, en la crisis profunda de su indiferencia, diciendo vagamente:
--No puede ser.
Y al sentir de nuevo el roce balsámico de aquella esperanza, consciente
ahora, segura de no merecerla, repite:
--No puede ser.
Mas don Fermín, en su reciente visita, ha insistido sobre este punto,
casi con certidumbre, anunciando gravemente:
--Volveré un día de éstos y saldremos de dudas.
Un escalofrío de sagrados temores estremece á Regina cuando recuerda que
el plazo va á cumplirse, y que su destino está pendiente de las palabras
que el médico pronuncie. Pues aunque echó la muchacha la llave á todas
sus ambiciones, como un castigo que se impuso, la profesía consoladora
filtra en aquel espíritu desierto un blando soplo de ilusión, igual que
el ábrego reinante introduce por hendeduras de las puertas sus audaces
silbidos y sus rachas impetuosas...
En el insomnio de Regina hay esta noche un tumulto de imágenes. El
cuerpo gentil que tiembla en la cama de nogal, está agitado por la fusta
de muy distintas memorias... Al romper la mañana debe celebrarse, en la
capilla de los Velascos, el casamiento de Ana María y Manuel; silencioso
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Agua de Nieve (Novela) - 17
  • Parts
  • Agua de Nieve (Novela) - 01
    Total number of words is 4547
    Total number of unique words is 1871
    28.9 of words are in the 2000 most common words
    43.5 of words are in the 5000 most common words
    50.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Agua de Nieve (Novela) - 02
    Total number of words is 4624
    Total number of unique words is 1918
    29.1 of words are in the 2000 most common words
    42.6 of words are in the 5000 most common words
    49.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Agua de Nieve (Novela) - 03
    Total number of words is 4597
    Total number of unique words is 1978
    26.8 of words are in the 2000 most common words
    40.6 of words are in the 5000 most common words
    49.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Agua de Nieve (Novela) - 04
    Total number of words is 4622
    Total number of unique words is 2003
    27.6 of words are in the 2000 most common words
    41.8 of words are in the 5000 most common words
    49.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Agua de Nieve (Novela) - 05
    Total number of words is 4658
    Total number of unique words is 1798
    30.6 of words are in the 2000 most common words
    44.9 of words are in the 5000 most common words
    52.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Agua de Nieve (Novela) - 06
    Total number of words is 4666
    Total number of unique words is 1854
    33.5 of words are in the 2000 most common words
    48.4 of words are in the 5000 most common words
    54.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Agua de Nieve (Novela) - 07
    Total number of words is 4577
    Total number of unique words is 1922
    29.0 of words are in the 2000 most common words
    41.6 of words are in the 5000 most common words
    49.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Agua de Nieve (Novela) - 08
    Total number of words is 4693
    Total number of unique words is 1866
    31.3 of words are in the 2000 most common words
    45.0 of words are in the 5000 most common words
    52.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Agua de Nieve (Novela) - 09
    Total number of words is 4591
    Total number of unique words is 1810
    29.8 of words are in the 2000 most common words
    44.0 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Agua de Nieve (Novela) - 10
    Total number of words is 4615
    Total number of unique words is 1914
    27.9 of words are in the 2000 most common words
    42.1 of words are in the 5000 most common words
    49.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Agua de Nieve (Novela) - 11
    Total number of words is 4649
    Total number of unique words is 1770
    32.1 of words are in the 2000 most common words
    45.9 of words are in the 5000 most common words
    53.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Agua de Nieve (Novela) - 12
    Total number of words is 4626
    Total number of unique words is 1808
    28.5 of words are in the 2000 most common words
    43.1 of words are in the 5000 most common words
    51.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Agua de Nieve (Novela) - 13
    Total number of words is 4698
    Total number of unique words is 1813
    31.0 of words are in the 2000 most common words
    45.4 of words are in the 5000 most common words
    53.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Agua de Nieve (Novela) - 14
    Total number of words is 4671
    Total number of unique words is 1853
    31.0 of words are in the 2000 most common words
    43.7 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Agua de Nieve (Novela) - 15
    Total number of words is 4626
    Total number of unique words is 1746
    31.8 of words are in the 2000 most common words
    45.0 of words are in the 5000 most common words
    52.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Agua de Nieve (Novela) - 16
    Total number of words is 4747
    Total number of unique words is 1811
    28.2 of words are in the 2000 most common words
    42.3 of words are in the 5000 most common words
    49.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Agua de Nieve (Novela) - 17
    Total number of words is 3003
    Total number of unique words is 1263
    32.0 of words are in the 2000 most common words
    47.3 of words are in the 5000 most common words
    55.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.