A vuela pluma: colección de artículos literarios y políticos - 12

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tener un directorio que diese unidad y que ordenase las apariciones,
epifanías ó muestras constantes del Genio de la nación, que no muere ni
puede morir sin que la nación muera. Por consiguiente, el órgano,
vicario ó delegado de este Genio, exento ya de cuidados materiales, sin
armas para defenderse y ofender, sólo se emplearía en las cosas del
espíritu y éstas serían de dos clases esencialísimas.
Claro está que yo, que soy tan fervoroso amante de la libertad y tan
firme creyente en ella, no puedo suponer que entonces no la tuviese
completa cada individuo para pensar y decir de Dios lo que mejor le
pareciese y para adorarle y darle culto á su manera. Pero la religión es
de dos modos. Por uno de ellos, más profundo y más íntimo, pero menos
solemne, cada alma humana se pone en relación con su Hacedor y le busca,
y tal vez le halla y hasta consigue unirse con él por inefable
misterio. Por el otro modo, más solemne y excelso, y en mi sentir
ineludible, porque sin él lo más grandioso y bello de la existencia
desaparecería, la muchedumbre de los seres humanos concordes todos, y
por bajo de ella cada nación separadamente, deben adorar á Dios y tener
su culto, sus sacerdotes, sus templos y sus ceremonias y pompas
religiosas.
Aun supuesta la religión católica ó cosmopolita, será, valiéndonos del
símil de un gran poeta, como la luz, que suscita diferentes colores en
los diferentes objetos en que se posa. De aquí que la religión, aun
siendo universal y única en su esencia, ha de tener en cada pueblo
aspecto distinto en los accidentes y en la forma.
Importa, pues, aunque lleguemos á la perfecta anarquía de mi sueño, que
haya una religión del Estado en que aparezcan y den razón de sí la idea
y el sentimiento colectivos del Genio nacional, y que haya una dirección
para esto, dirección nacional que deberá ponerse y conservarse en
perfecta concordancia con el centro directivo y superior religioso, en
lo que tiene la religión de universal ó de católica.
Y vea Vd. por donde, hasta realizada ya mi deliciosa anarquía, dejo yo
en pie ó reconstituyo sobre más hondas bases y firmes cimientos uno á
modo de ministerio de cultos, con Concordatos y todo, y hasta con un
seminario ó Universidad católica central, donde se enseñe
fundamentalmente la teología del Genio nacional, las creencias
religiosas, metafísicas y morales del espíritu colectivo.
La otra epifanía ó manifestación constante y gloriosa del Genio de la
nación es el arte. Y del arte, el teatro es lo más sintético y acabado.
En él concurren y presiden Apolo y todo el coro de las Musas. La Poesía
se alza en el centro como reina, y en torno de ella, acatándola,
sirviéndola y cuidando de su ornato y alto decoro, han de estar la
Música, la Danza, la Pintura, la Arquitectura y la Indumentaria.
Si es menester que la nación, como nación, rinda culto á la verdad, que
en su más alto punto es la religiosa, también es menester que rinda
culto, colectivo y unánime, á la belleza, la cual, allá en lo sumo, es
atributo divino. Así, pues, aun en mi anarquía, es ineludible otro
ministerio al lado del de cultos: el ministerio del teatro y de las
otras pompas, espectáculos, procesiones y ceremonias nacionales
profanas.
Ahora bien; cuando sin gobierno material, sino ya sólo con una sombra de
gobierno ó con gobierno-espíritu, requiere la misma esencia de nuestro
ser colectivo humano que haya un teatro que el Estado sostenga, no veo
yo contradicción, á pesar de todo mi individualismo, en que, en esta
época atrasadísima en que vivimos, haya también un teatro que el Estado
sostenga y que sea el teatro normal ó modelo. Es cierto que pudiera
fundarle y sostenerle un príncipe rico ó una asociación de capitalistas,
pero mejor y más digno es que lo sostenga el Estado.
Ya veremos por qué y cómo.
Perdóneme Vd. que sea tan difuso.

III
Muy señor mío y distinguido amigo: Ya anuncié á Vd. que tenia yo
muchísimo que decir sobre la cuestión del llamado _Teatro libre_. No
extrañe, pues, que le dirija esta tercera carta, procurando que sea la
última, si bien acaso no lo consiga. No una serie de breves artículos,
sino una obra en dos ó tres gruesos tomos pudiera escribirse sobre la
cuestión mencionada.
Cada cual tiene su modo de discurrir, y yo también tengo el mío. Suele
éste consistir en presentar, de antemano, extremándolos, los argumentos
más poderosos que contra mi tesis pueden dirigirse, y en decir luego,
_si licet in parvis magnis exemplibus uti_, lo que dicen que dijo
Galileo: _e pur sí muove_.
De aquí, sin duda, que el ingenioso y agudo _Clarín_, lisonjeándome
mucho con sus generosas alabanzas, haya impugnado, no mi tesis, sino los
argumentos que previamente presenté yo en contra de ella, á fin de
saltar luego por cima y desbaratarla. Fueron á modo de obstáculos que yo
mismo puse para hacer más lucida la carrera y que tuviese saltos y todo.
_Clarín_ ha removido ó allanado los obstáculos. Dios se lo pague. Así mi
carrera será por lo llano: si menos lucida, más fácil.
El teatro, repito, es hoy, libre en España, y no puede ni debe serlo
más. Lo que importa, por consiguiente, es establecer un teatro _normal_
ó _modelo_. _Clarín_ mismo se ha encargado de refutar no pocos de los
argumentos que se ofrecen en contra. Estoy de acuerdo con él: mejor es
someterse al fallo de una junta directiva compuesta de los más
entendidos y reputados literatos, que no al capricho de un empresario,
tal vez ignorante, y tal vez sujeto al influjo de envidiosos y
aduladores que, hasta por no dar la cara, pueden dar, sin temor ni
escrúpulo, muy malos consejos.
Con el beneplácito y auxilio de _Clarín_, establezco el teatro _normal_
ó _modelo_, y le establezco _en principio_, para lo cual nuestra
voluntad basta y sobra, sin que tengamos necesidad de dinero, ó de lo
que en cierto lenguaje picaresco se llama _caballo blanco_.
A pesar de mi radical individualismo, he tratado de demostrar y creo
haber demostrado que, hasta después de llegar á la deliciosa anarquía,
término ideal de la perfección humana, conviene que persista algo á modo
de gobierno, el cual dirija y ordene las manifestaciones ó _epifanías_
del Genio colectivo: que persistan un ministerio del culto y otro del
teatro y demás ceremonias, pompas y fiestas nacionales profanas. Así,
sin contradicción con mi individualismo, afirmo yo que el teatro
_normal_ ó _modelo_, debe hoy, con más razón que dentro de ciento
cuarenta y seis siglos, cuando la humanidad colectiva nazca, ser
sostenido por el Estado. Que le sostengan uno ó varios particulares
ricos es menos plausible, menos posible y menos decoroso. Es menos
plausible porque el particular ó los particulares se propondrán ganar
dinero, como cada hijo de vecino, y entonces el teatro _normal_ ó
_modelo_ no lo será en realidad, sino será un teatro, peor ó mejor,
_libre_, aunque sujeto á una empresa particular como las demás que hay
ahora. En el día no cabe esperar que salgan á relucir magnates,
príncipes, ediles rumbosos, como los que hubo en lo antiguo, que se
gastaban millones de sestercios, ya para divertir y entusiasmar á la
plebe con espléndidos espectáculos, ya para erigir grandiosos monumentos
y hermosear á su patria, como hicieron Heredes Atico y otros. ¡Buenos
andan los ediles de ahora para descolgarse con semejantes bizarrías! Y
si bien se mira, hasta los ediles de otros tiempos no solían ser
desinteresados cuando se descolgaban con ellas, porque, ó se parecían á
aquel señor Robres del epigrama, que hizo á los pobres antes de hacer el
hospital, ó bien derrochaban el dinero para satisfacer la ambición,
ganándose el favor de la muchedumbre y comprando sus votos.
Es poco plausible y es casi imposible que un particular ó varios
sostengan el teatro _normal_, porque debe ser sostenido con
desprendimiento y sin que piense ganar dinero ni nada quien gaste su
dinero sosteniéndole. Y es además menos decoroso que le sostengan
particulares, porque el pueblo no ha menester, en el día, esta á modo
de limosna. Decidamos en virtud de todo lo dicho, que sea el Estado
quien le sostenga, esto es, la nación ó el pueblo mismo. La junta
directiva y los actores, en vez de ser los asalariados de un particular,
recibirán su salario de Estado, ó sea del pueblo, lo cual, á mi ver, es
más digno y honroso.
No recuerdo bien lo que dice _Clarín_ de que no quiere ó de que no pide
lujo. Entendámonos. Si por lujo se entiende lo que yo entiendo, yo le
quiero y le requiero. Y si ahora no le pido es porque sería pedir
cotufas en el golfo, y porque con esta picara guerra de Cuba no está la
Magdalena para tafetanes. Pero supongamos, y Dios nos oiga, que ya se
acabó la guerra de Cuba y que volvemos á tener prosperidad y
bienandanza. Esto supuesto, ya me tienen Vds. pidiendo el teatro
_normal_ ó _modelo_, sostenido por el Estado, no para ganar, sino para
perder anualmente, aunque el teatro esté todas las noches de bote en
bote, un millón de pesetas que iguale los ingresos con los gastos.
El emperador de Austria, caballero muy cabal, de gusto delicado, con
cuantiosas rentas propias, edil á la antigua sin ambicionar ya nada, y
si no Herodes hebreo, porque gusta de los niños y no los mata, nuevo
Herodes Atico, porque hermosea á Viena con monumentos magníficos, dicen
que se gasta en el teatro más de 500.000 florines al año, lo cual sube
por cima del referido millón de pesetas.
¿Por qué, no el monarca, que como particular dista bastante de ser tan
rico, sino el Estado cuando salga de guerras y de apuros, no ha de
imitar aquí al emperador munífico de que voy hablando?
En pocas cosas podría emplearse el dinero con mayor beneficio del buen
gusto, de la general ilustración y de la cultura.
No es feo el teatro del Príncipe. Por esto, porque recuerda grandes
triunfos literarios y artísticos, y por otras mil razones, debe
conservarse, cuidarse y tenerle abierto siempre que se pueda, con buena
compañía. ¿Pero en la nación que se jacta, sin pecar de vanidosa, de
poseer la más rica, original y sublime literatura dramática, sin que se
le adelanten Grecia, Inglaterra y Francia, á pesar de Esquilo,
Eurípides, Sófocles y Menandro, y á pesar de Shakespeare, Corneille,
Racine y Molière, es bastante monumento nacional de esta gloria, es
digno templo de nuestra Melpómene y de nuestra Talia el antiguo y
modesto Corral de la Pacheca, por muy corregido, repintado y revocado
que le pongamos?
Lo primero, por consiguiente, había de ser erigir para teatro _normal y
modelo_ un edificio grande y hermoso donde se luciesen el arquitecto de
más mérito y fama y nuestros más valientes escultores en las estatuas y
relieves que adornasen y magnificasen la fachada, los peristilos, los
anchos pórticos y las empinadas acroteras. Ya se entiende que este
edificio había de estar aislado, no empotrado entre casas como los
pobres teatros que ahora tenemos, salvo el teatro Real, tan
abominablemente feo en lo exterior, que harto bien merece estar
empotrado.
En fin, yo quisiera en Madrid un nuevo teatro Español, que fuese al
teatro alemán de Viena (Hofburgtheater) lo que, en proporción
geométrica, es la literatura dramática española á la literatura
dramática alemana.
Construído ya el teatro, sería menester dotarle de toda la maquinaria,
decoraciones, trajes y demás riquezas y esplendores que en el de Viena
hay y se lucen.
Luego debería formarse una buena compañía de actores, igual y armónica,
digámoslo así; esto es, que no hubiese uno ó dos actores buenos y hasta
excelentes, siendo los demás malos ó medianos; sino que todos ellos
compusiesen un bien concertado conjunto, y que asimismo no repugnase
ninguno representar un papel que le pareciese de poca importancia ó
lucimiento, sino que se sometiese al director y á su severa disciplina.
De esta suerte saldrían bien representados todos los dramas, y el bueno
parecería mejor, y el no muy bueno parecería tolerable.
Otra cosa de que importaría muchísimo que cuidase la junta directiva es
de que el personal fuese muy guapo, en particular las mujeres. La
educación estética de un pueblo no se forma ni se mejora, sino se
corrompe y se vicia, manifestándole lo feo, lo inelegante, lo canijo, lo
estropeado, lo ruin y lo plebeyo de la figura humana. Así como la
naturaleza influye en el arte, ya que Fidias y Praxiteles no hubieran
esculpido las maravillosas imágenes de Júpiter, Minerva y Venus, si no
hubieran tenido modelos de gran valer, así el arte influye en la
naturaleza, porque las mujeres y los hombres, que contemplan lo bello en
las representaciones artísticas, se enriquecen la imaginación, é
influyendo esto en todo el organismo vital, hace que nazcan chiquillas y
chiquillos preciosos. Está probado que, desde el siglo de Pericles en
adelante, las mujeres griegas, á fuerza de contemplar las obras maestras
de la escultura y de la pintura, vinieron á ser mucho más hermosas que
en los siglos anteriores: Y yo he leído también, en autores muy
formales, que esas aéreas, aristocráticas y semi-divinas imágenes de
mujer, que en los libros de Keepsake nos deleitan, no son copia de las
Ladies y de las Misses más celebradas, sino son como norma ó pauta á la
que esas Misses y esas Ladies se han ajustado, y son como molde en que,
trascendiendo de lo espiritual á lo físico, las han fundido sus madres.
El entendimiento elevado, la no común habilidad, y sobre todo el genio
del artista, no equivalen, sino valen más que la hermosura. Esa
portentosa luz interior del espíritu se difunde por todo el cuerpo y le
ilumina y hermosea. Claro está, por consiguiente, que en los actores y
actrices principales no tendrá la junta directiva que investigar y
probar si hay ó no corporal belleza. La dicha investigación, la prueba y
el cuidado se ordenan sólo para las figurantas, coristas y otra gente
de segundo ó de tercer orden.
Digo esto no en tono de broma, sino con la mayor gravedad. Lo demostraré
con un ejemplo.
En el Hofburgtheater de Viena, se representa el _Fausto_ (primera y
segunda parte) con todas sus fantasmagorías y con todas sus magias:
hasta con el _Prólogo en el cielo_. Allí, en medio de sonrosadas y
luminosas nubes, se adelantan los tres arcángeles, Miguel, Rafael y
Gabriel, y declaman, al compás de una música verdaderamente celestial,
aquel elocuentísimo himno en alabanza del Criador y en alabanza del
Universo, su obra, la cual sigue hoy tan perfecta como en el día en que
fué creada. Los tres arcángeles son tres muchachas altas, esbeltas,
airosas y tan ligera como elegantemente vestidas. Yo aseguro que parecen
de verdad los tres arcángeles, con alas refulgentes, con áureos yelmos y
con fulmíneas espadas. Pero si fueran tres hembras de formas
exuberantes, paticortas y cabezudas, ¿cómo habían de parecer arcángeles?
Desde el comienzo se pondría en ridículo el poema de Goethe, y se haría
del empíreo la más ruin y bellaca caricatura. Es indispensable, pues,
que sean guapas las actrices de tercer orden. Y aquí debo advertir que
no basta para esto el cuidado de la junta directiva. Es menester también
que los españoles desechen la propensión que tienen, _more turquesco_, á
retirar del teatro á toda mujer guapa, aunque sea casándose con ella y
muy santamente. Yo doy por seguro que rara vez, ó que nunca se le
ocurre á un alemán, por enamorado que esté, incurrir en rapto y
secuestro tan perjudiciales á la estética y á las artes todas, antes
bien se engríe de que la muchedumbre contemple y admire desde lejos lo
que él más de cerca y con mayor intimidad acaso contempla y admira.
Es indudable, á mi ver, que si los citados tres arcángeles fuesen tres
princesas ó reinas, más ó menos morganáticas, seguirían saliendo á las
tablas con beneplácito y satisfacción de sus principes ó reyes.
Me voy extendiendo demasiado. ¡Pero hay tanto de que hablar en estos
asuntos teatrales!... En fin, yo pido disculpa, y termino esta carta
pidiendo también permiso para escribir otra que será definitivamente la
última.

IV
Muy señor mío y distinguido amigo: Me he engolfado tanto en el asunto
del teatro que no sé cómo podré salir de él tan pronto como deseo.
A semejanza de Platón, Tomás Moro y otros, que construyen una ciudad
ideal, me he lanzado yo, en esfera mucho más chica, á forjar una á modo
de utopía teatral dramática ó más bien escénica.
Ya tenemos, cuando no en realidad, imaginariamente, edificio para el
teatro; la mejor compañía posible hoy en España, y un abundante, lujoso
y escogido material de trajes, muebles, armas y decoraciones.
Para custodia de las cosas materiales, para llevar la cuenta de gastos y
de ingresos, y para cuanto es meramente económico y administrativo,
establezcamos una oficina dependiente del ministerio de Fomento.
Pronta ya la máquina, démosle cuerda y que eche á andar en la dirección
que conviene. Mas como para darle cuerda y dirigirla son menester una
voluntad y una inteligencia, concedámoslas á la junta directiva que á
este fin creemos.
Harto conozco que voy á disgustar á muchos lectores, que en no pocos voy
á suscitar contra mí el desdén ó el enojo. Diré, no obstante, mi leal
parecer sobre la composición y constitución de la Junta. La compondrán
dos académicos de la Real Academia Española, elegidos por sus
compañeros; uno de la sección de música de la Academia de Bellas Artes;
otro elegido por las secciones de artes del dibujo que hay en la misma
Academia; otro elegido por la Academia de la Historia entre sus
individuos de número; y, por último, el primer actor del teatro que ya
hemos creado.
Estos seis vocales, legalmente, no han de importar ni valer más unos que
otros, aunque cada cual tenga su especial cuidado y oficio. Para
presidir la Junta, no quiero decir de repente lo que pienso yo, á fin de
que no den un brinco de espanto los que me lean.
Considérese que en España hay, desde hace tiempo, un lamentable
divorcio entre las artes y las letras castizas y propias de nuestro
suelo y la gente que ha visto y corrido más mundo y que parece más culta
y que es ó debiera ser más distinguida y elegante. El bello sexo, sobre
todo, y más aún el de la _high-life_, nos es contrario.
Grosero é injusto sería decir con Iriarte:
Las mujeres que ahora no despuntan,
como en siglos pasados, por discretas,
si en el teatro público se juntan,
aplauden cuando más al tramoyista,
oyen tal cual chuscada del sainete,
y sirve lo demás de sonsonete,
mientras que están haciendo una conquista.
Nada; no digamos semejante blasfemia, pero reconozcamos que hay sobrado
desprecio por lo nacional é inclinación decidida y admiración exagerada
hacia lo extranjero. Se deploran la cancamurria y los hípidos de
nuestros actores y, sin caer en la cuenta, parecen deliciosos el
inaguantable martilleo de los actores franceses, su remilgada afectación
y el continuo subrayar de palabras y frases á fin de que las agudezas
sutiles penetren bien en las mentes obtusas del auditorio, lo cual hasta
llega á ser ofensivo, ya que presupone tontería en el público y la
necesidad de un embudo y de un cazo de bayeta para que trague lo más
dificultoso y enmarañado.
Y no es solo contra los actores, sino también contra los autores este
desprecio. Ignoran los usos y costumbres de la buena sociedad; cuando la
describen se equivocan del modo más deplorable. En fin, todo son
_cursis_.
Lo que llaman en Francia _alta comedia_ no es posible entre nosotros. En
cambio las obras dramáticas de Sardou y de Dumas hijo, que tratan de
pintar el mundo elegante de París, enamoran, pasman y hechizan á no
pocas de nuestras damas. No advierten que aquellos discreteos y _tiquis
miquis_ suelen estar confeccionados con una más honda y radical
_cursería_. Con relación á la nuestra es como el aguardiente con
relación al vino. _Francillon_ y _Le monde où l'on s'ennuie_, por
ejemplo, son de una cursería pasada por alambique; obras de insufrible
afectación, y como entre la moral y la estética hay lazos muy estrechos,
obras también de moralidad extravagante y corrompida, por lo mismo que
tratan de ser docentes y de corregir las costumbres.
No poco podría yo decir sobre todo esto, pero no tengo espacio.
Saltemos, pues, y volvamos á la Junta directiva. Yo aspiro á la perfecta
conciliación de nuestra sociedad elegante y de nuestra literatura
castiza. Conviene para ello que sea elegante el teatro cuando represente
elegancias, y que no se extralimite, ni propagando doctrinas
antisociales, ni con sátiras personales y rudas, ni con demasiadas
verduras y escabrosidades. Así, pues, y repito que yo estoy fantaseando
una utopía, si de mi dependiera, yo elegiría á una dama discreta é
ilustrada para presidenta del _teatro normal ó modelo_. Estoy seguro de
que ella velaría para que lo poco decente, lo indecoroso, lo falsamente
sentimental y lo inelegante y afectado se desterrasen del teatro modelo,
único que no sería libre, pues yo dejaría á los otros en la completa
libertad de que gozan ahora, si bien con la esperanza de que por influjo
del teatro modelo habían de corregirse y mejorarse.
No se infiera de lo expuesto que yo propenda á que nuestro _teatro
modelo_ sea, según dicen los franceses, con frase hecha, _honnête mais
embêtant_. Nada menos que eso; yo gusto del regocijo y del desenfado,
con tal de que no traspasen los límites del decoro.
Por esto, por otras razones expuestas ya y por otras muchas que sería
prolijo exponer aquí, vendría como de molde una dama discreta para
presidenta de la Junta.
De cada cinco funciones había de haber una cuyo producto líquido se
consagrase á establecimientos de beneficencia. Buena falta hacen en
España. Dos años y medio he pasado últimamente en Viena, y ni en calles,
ni en paseos, ni en parte alguna, me ha pedido nadie limosna.
Claro está que el teatro ideal que voy formando es todo lo contrario del
teatro libre, y mucho menos es _teatro protesta_. Yo no niego la razón á
_Clarín_; protestando contra el mal gusto, se consigue á veces que
triunfe el bueno. Moratín le hizo triunfar protestando contra Comella;
pero no es esto lo que ordinariamente sucede, y todo protestantismo es
muy peligroso. El Estado no puede menos de ser conservador. Así como si
tiene una religión es porque la cree verdadera, así debe tener también
fe en su buen gusto, pero sin alentar á los que buscan en literatura
peligrosas novedades. Queden para eso los teatros libres, si se atreven
á tanto y les da por convertirse en _teatro protesta_.
Lo que se llama genio es prenda muy rara, y el afán de hacer creer que
le tienen deslumbra y extravía á no pocos incautos y presuntuosos, y los
induce á producir disparatadas monstruosidades. Absurdo sería que
creásemos el teatro modelo para apadrinarlas. Si cabe comparar lo
sagrado con lo profano, sería esto tan ridiculo como si el Estado
erigiese un magnifico templo y ensayase en él la religión de Brahma, de
Buda, de Zoroastro ó de cualquier profeta flamante, á ver si el pueblo
la prefería al catolicismo y se convertía.
Si en la religión hay herejes, en las artes también los hay. Queden en
libertad: no los persigamos, pero no los protejamos tampoco.
Recuerdo haber visto en Bruselas una Exposición de pintura y escultura
hecha por _artistas libres_, que protestaban furiosos, en nombre del
progreso y del arte del porvenir, contra el arte oficial, ordinario y
trillado. Aseguro que no soñaba yo con ver ni he visto jamás delirios
más estupendos, pintados y esculpidos, ni más abominables creaciones. Y
cuenta que, en medio de su extravío, no podía negarse original y
distinguido talento á no pocos de aquellos _artistas libres_.
Prescindo de la ilación y procedo á brincos y con aparente incoherencia
para que esta carta sea la última, y no escribir una docena.
La Junta directiva había de renovarse cada dos años.
Los vocales tendrían sueldo ó dietas. No comprendo que nadie trabaje de
balde, humillando ó haciendo competencia invencible al que necesita
vivir de su trabajo. Al que no lo necesitase nadie le impediría gastar
su sueldo en obras de misericordia ó regalar al teatro mismo, para
adorno de sus galerías y salones de descanso, bustos y pinturas que
representasen á nuestros mejores dramaturgos, actores y actrices.
Las funciones del _teatro modelo_ habrían de dividirse por igual en tres
clases: una sería de composiciones dramáticas de antiguos autores cuyas
obras fuesen ya del dominio público; otra sería de composiciones de
autores, vivos ó muertos, de cuyas obras conservasen la propiedad ellos,
sus herederos ó sus editores; y otra, por último, de composiciones
inéditas. Tendríamos, pues, que sólo el tercio de las representaciones
de nuestro teatro sería para los estrenos. Así la Junta directiva podría
mostrarse severa y aceptar sólo obras excelentes ó que ella juzgase
tales. En los teatros libres se daría la protesta ó la apelación al
juicio público, aceptando las obras desechadas, obras, por otra parte,
que, al no ser aceptadas por nuestro teatro, no recibirían agravio, ya
que nuestro teatro no podría ser bastante para muchos estrenos.
En nuestro teatro no habría de hacerse jamás la en mi sentir absurda
distinción del _género chico_ y del género no chico. Lo bueno no es
chico nunca. Hay no pocos sainetes que valen más que multitud de dramas
y de tragedias en cinco actos. Nada es más difícil, más envidiable y más
precioso que hacer reir con burlas y chistes urbanos sin desvergüenza y
sin chocarrería.
Por esto quisiera yo que volviésemos á la antigua usanza, y que, á no
ser un drama extremadamente largo, concluyese toda función con su
correspondiente divertido sainete.
En la indumentaria convendría tener el mayor esmero. No sólo los trajes,
las armas, el peinado y demás adornos de las personas, sino también los
edificios y los muebles habrían de ajustarse siempre con la posible
exactitud á la época y al país en que se desenvolviese la acción
dramática. Únicamente podrían quedar exceptuados de esta regla algunos
dramas antiguos en que hay algo de fantástico y de ideal en el lugar y
en el tiempo. Pase v. gr. que en _El desdén con el desden_ no salgan los
actores vestidos con trajes de la Edad Media, de cuando había soberanos
independientes en Provenza y en Cataluña, sino que salgan vestidos
anacrónicamente con trajes del siglo XVI ó del siglo XVII.
Mi indulgencia, no obstante, no llega hasta el extremo de aprobar lo que
he visto en Alemania, donde el lacayo, gracioso y agudo, que aconseja el
desdén para vencer el desdén de doña Diana, sale vestido como Fígaro en
_El Barbero de Sevilla_, como un majo de Goya. Esto me parece tan
extravagante como lo que he oído decir que acontecía hace un siglo entre
nosotros, cuando, al ponerse en escena _El maestro de Alejandro_, salía
Aristóteles vestido de abate, con casaca, chupa, espadín, zapato de
hebilla y capita veneciana.
No pocos de nuestros antiguos dramas son tan anacrónicos que apenas
sería posible ponerlos en escena con trajes de la época en que pasa la
acción. Si no recuerdo mal, en _La venganza de Tamar_, de Tirso, hay
damas tapadas, lacayos, mercaderes, genoveses, calle Mayor y todo lo que
había en Madrid en tiempo de Felipe III ó de Felipe IV. ¿Cómo, pues,
poner en escena _La venganza de Tamar_ con los trajes que se usaban en
vida del Rey Profeta? En cambio, yo juzgo conveniente representar _El
mágico prodigioso_ con los trajes, edificios y muebles
bizantino-orientales que se usaban en Antioquía en los primeros siglos
de la era cristiana, y no, como he visto representar en Madrid este
drama, con trajes del siglo XVI ó del siglo XVII.
Aun en la representación de los sainetes y entremeses pondría yo no
menor cuidado en la indumentaria. Un entremés de Cervantes se
representaría con trajes del tiempo de Cervantes, y un sainete de D.
Ramón de la Cruz con los trajes que los majos y las manolas gastaban
cuando vivía y los retrataba tan á lo vivo aquel escritor ingenioso.
Otro uso antiguo, desde hace años casi perdido, resucitaría yo en
nuestro teatro: el indispensable intermedio de _baile nacional_ entre el
drama y el sainete.
El arte de la danza es importantísimo y serio. Los antiguos le
estimaban como lazo de unión y como centro de todas las artes del
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