A vuela pluma: colección de artículos literarios y políticos - 10

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Avellaneda no hubiera nacido, es sor Juana Inés de la Cruz, también
americana.
No perjudicó ni estorbó su calidad de americanos ni á Gorostiza, ni á
Ventura de la Vega, ni á Rafael María Baralt, ni á José Heriberto García
de Quevedo, para ser entre nosotros altamente encomiados, aplaudidos y
honrados con puestos y cargos importantes. Por eminentes hombres de
Estado y popularisimos caudillos han pasado en España otros varones
ilustres, nacidos también en América. Valga para ejemplo el marqués del
Duero.
Cuantos personajes se han distinguido en la América española por su
saber, por su ingenio, ó por sus hazañas, desde que la América española
se declaró independiente, han sido en España tan celebrados y queridos
como en la República misma donde ellos nacieron. Así D. Andrés Bello, á
quien admiramos como filólogo y como autor de Derecho internacional, y
cuyos hermosos y elegantes versos nos sabemos de memoria; y así D.
Rufino Cuervo, cuyo Diccionario calificamos de trabajo maravilloso. No
nos duele, sino que nos encantamos y nos ufanamos en poder admirar con
fundamento las poesías de ambos Caros, de Mármol, de Andrade, de
Obligado, de Restrepo, de Oyuela, de Ruben Darío y de algunos otros.
El buen gusto y la justicia no consienten que nuestra admiración se
difunda mucho más. Y, francamente, nos parece hasta cómica la censura
dirigida contra la _Antología de poetas hispano-americanos_ del Sr.
Menéndez y Pelayo, porque no incluya en ella, desdeñándolos, á no sé
cuántos poetas de primera magnitud. Imposible parece que el Sr. Menéndez
y Pelayo, que es tan erudito, no tuviese la menor noticia de esos
grandes poetas. Y si los conocía, es inverosímil que no insertase en su
colección ninguna de sus obras, cuando ha insertado en ellas, con
indulgencia pasmosa, tantísimo verso insignificante y menos que mediano.
El empeño de agradar á nuestros hermanos de América y el afán de mostrar
que sabe mucho, disculpan al Sr. Menéndez y Pelayo; pero, hablando con
franqueza, su _Antología_ hubiera valido más, si en vez de constar de
cuatro gruesos tomos hubiera constado sólo de dos, y aun de uno: su
_Antología_ se asemeja á los libros proféticos que la Sibila de Cumas
vendió á Tarquino el Antiguo. Primero eran nueve y Tarquino no los quiso
comprar; luego la Sibila los redujo á seis, y Tarquino no los compró
tampoco; y por último, la Sibila los redujo á tres y pidió por ellos
tres veces más de lo que por los nueve había pedido. Tarquino los compró
entonces. Y es de suponer que si la Sibila los hubiera reducido á uno
solo, Tarquino hubiera dado por él más dinero. _Mutatis mutandis_ lo
propio puede decirse de la _Antología_ del Sr. Menéndez y Pelayo.
En lo expuesto hasta aquí, no creo yo que haya razón suficiente para que
los rebeldes de Cuba nos hagan la guerra á sangre y fuego, poniéndonos
en idéntica situación en que Dionisio, tirano de Siracusa, puso á un
filósofo crítico que había en su corte. Como el filósofo no gustó de los
versos del tirano, éste le trató muy mal; se apiadó luego de él y le
sacó del calabozo en que le tenía encerrado; le leyó, por último, otros
versos suyos, y entonces dijo el filósofo: que me vuelvan á encerrar en
el calabozo. Aplíquese el cuento y conste que si la guerra civil
cubana, cuya terminación fervorosamente deseamos, hubiese de terminar
aplaudiendo nosotros muchos versos de por allí, un involuntario é
indomable espíritu crítico nos forzaría á exclamar: que nos vuelvan al
calabozo; que siga la guerra; _signa canant_, suenen las trompetas, como
dijo Augusto á Fulvia cuando le amenazó con la guerra civil, si
amorosamente no se le rendía.
Basta ya por hoy. Otro día hablaré de otras razones menos disparatadas
que alega el señor Merchán en favor de la guerra de Cuba.

II
Ciencia exacta es la estadística. Yo no lo niego. Lo único que me
atreveré á decir es que siempre que de estadística se trata, acude á mi
memoria este cuentecillo.
De vuelta á su lugar cierto joven estudiante, muy atiborrado de doctrina
y con el entendimiento más aguzado que punta de lezna, quiso lucirse
mientras almorzaba con su padre y su madre. De un par de huevos pasados
por agua, que había en un plato, escondió uno con ligereza. Luego
preguntó á su padre.--¿Cuántos huevos hay en el plato?--El padre
contestó:--Uno. El estudiante puso en el plato el otro, que tenia en la
mano, diciendo:--¿Y ahora, cuántos hay?--El padre volvió á
contestar:--Dos.--Pues entonces--replicó el estudiante--dos que hay
ahora y uno que había, antes, suman tres. Luego son tres huevos los que
hay en el plato. El padre se maravilló mucho del saber de su hijo, se
quedó atortolado y no atinó á desenredarse del sofisma. El sentido de la
vista le persuadía de que allí no había más que dos huevos; pero la
dialéctica especulativa y profunda le inclinaba á afirmar que había
tres. La madre decidió al fin la cuestión prácticamente. Puso un huevo
en el plato de su marido para que se le comiera: tomó otro huevo para
ella, y dijo á su sabio vastago:--El tercero, cómetele tú.
Tercer huevo es casi siempre el _superávit_ de los presupuestos y no
corta porción de las rentas y recursos de los particulares y de los
Estados.
Traigo esto al propósito de que recibamos con escepticismo prudente
todos los datos estadísticos que el Sr. Merchán presenta para demostrar
cuánto produce á España la isla de Cuba.
Según muchos políticos y estadistas españoles, entre los cuales cita el
Sr. Merchán á D. Francisco Silvela, en un discurso que pronunció en el
Congreso el 12 de Febrero del año pasado, Cuba, desde hace tiempo, es
una carga para España.
Contra esto se encoleriza extraordinariamente el Sr. Merchán y siente
herida su vanidad de cubano. Según él, Cuba nos produce tanto, que el
día en que la perdamos, casi todos los españoles nos moriremos de hambre
ó poco menos. Por interés y no por punto de honra, anhelamos, pues,
conservar á Cuba. El Sr. Merchán no quiere comprender ó no comprende,
que, hasta prescindiendo del interés y del punto de honra, la
conservación de la grande Antilla nos importa mucho. Su pérdida no
podría menos de dolernos, como duele á cualquiera que le saquen una
muela picada, aunque la muela para nada le sirva. De aquí que tratemos
de empastarla ó de orificarla, y procuremos resistir á los _sacamuelas_
de los Estados Unidos, que desean su extracción y tienen ya preparado el
gatillo.
Pero vamos á la estadística del Sr. Merchán.
Confiesa que, desde 1868, no vienen á España sobrantes de Ultramar. Los
insurrectos de Yara, dice con júbilo, cerraron este vasto desagüe.
Veamos ahora la enorme cantidad de millones que, según el Sr. Merchán,
viene á España por otros conductos.
Según él y según el Sr. Dolz, á quien cita, nuestros empleados en
aquellas aduanas defraudan al Tesoro, y sin duda envían á España cada
año la friolera de ocho millones de pesos fuertes. Sea, digo yo: pero,
como no se puede creer que los mercaderes y contrabandistas de Cuba
lleven la tontería hasta el extremo de concurrir en balde y de balde á
este robo, dando á los empleados lo que debieran dar al Tesoro, fuerza
es afirmar que, si dan á los empleados ocho millones se quedan ellos con
doce, ó siquiera con otros ocho, para que el robo sea á medias. Yo me
resisto á creer que el comercio de exportación y de importación dé en
Cuba para tan desaforado latrocinio. Aceptemos, no obstante, que el
resguardo y los vistas ciegos envían á España los ocho millones.
En todo lo demás que pone el Sr. Merchán como rendimiento de Cuba á
España, es evidente que el Sr. Merchán delira.
Cuba, dice, exporta cada año para España seis millones de pesos fuertes
en frutos, que pagan por derecho de importación tanto como valen. Supone
luego que estos seis millones, que salen del bolsillo de los
peninsulares que quieren regalarse con frutos ultramarinos, son también
tributo ó dádiva que Cuba nos envía; y suma catorce millones.
El estanco del tabaco rinde diecinueve, según manifestó recientemente el
director de la Compañía Arrendataria, D. Eleuterio Delgado. Aunque no se
comprende por qué, el Sr. Merchán se los aplica también á Cuba y ya
tenemos que Cuba nos produce treinta y tres millones.
España manda á Cuba cada año, en mercancías, por valor de veinticinco;
pero como de allí vienen seis, la balanza de comercio sólo da en nuestro
favor diecinueve. Y como si todas las mercancías que enviamos á Cuba no
valiesen un pito y fuesen una basura grandísima, que nosotros hiciésemos
tragar y pagar por fuerza á los infelices y tiranizados cubanos, el Sr.
Merchán pone también estos diecinueve millones en la cuenta de lo que
Cuba nos tributa, haciéndola subir á cincuenta y dos millones de pesos
anuales. Tal es la renta clara y paladina que da Cuba á España. La renta
misteriosa y oculta es inmensa, según el Sr. Merchán. Los empleados,
los comerciantes peninsulares, todos cuantos van de España á Cuba no se
cansan jamás de enviar dinero de Cuba á España.
En su afán de ponderar lo que cuesta á Cuba el ser española, pone y suma
el Sr. Merchán los sueldos principales del alto clero y de los
funcionarios militares y civiles; pero no logra elevarse en esta suma
por cima de doscientos mil duros. Y no se para tampoco á considerar que
si Cuba llegase á ser República independiente, no había de suprimir al
arzobispo, al obispo, á la clerecía, á los empleados todos, y hasta se
había de quedar acéfala y sin presidente. Ya saldría á los cubanos
bastante más caro que les sale ahora todo el aparato administrativo. Y
esto sin meternos á vaticinar ni á recelar que en Cuba pudiera haber
presidentes, como los ha habido en otros puntos de América, que han
tenido para estrujar al pueblo y sacarle el jugo tanta pujanza como la
prensa hidráulica más poderosa. Con todas las violencias tiránicas, con
todas las ferocidades de cuantos virreyes, gobernadores y capitanes
generales ha enviado España á América, desde el reinado de Felipe II
hasta hoy, si pudiéramos ponerlas en un alambique y destilar la quinta
esencia de ellas, créame el Sr. Merchán, no sacaríamos un espíritu
equivalente al del tirano Rosas, pongo por caso.
Es el Sr. Merchán, ó aparenta ser, contrario á la anexión de Cuba á los
Estados Unidos. No puede, por consiguiente, alegar, en contra de lo que
él llama _profecías siniestras_, el florecimiento y prosperidad de Cuba
si llega á ser un Estado más de la Unión. El Sr. Merchán no aspira al
suicidio colectivo como raza. Espera y pretende que Cuba continúe siendo
_latina_, que es el epíteto que gustan de darse ahora muchos
hispano-americanos, para no llamarse españoles. Todos han de ser
_latinos_, aunque no hayan pasado del _quis, quæ, quod vel quid_.
El odio á España del Sr. Merchán y de otros insurgentes es tan feroz y
desapiadado, que más que la prosperidad y auge de Cuba, harto
problemáticos si llega á ser independiente, los encanta y seduce la
tremenda ruina en donde, según ellos, se hundirá España si perdemos
aquella ísla. Como si fuera tan malo cuanto en la Península se produce,
que nadie quisiese comprarlo sino por fuerza, entienden que, separada
Cuba de España, no tendremos á quien vender. Los diecisiete y medio
millones de españoles peninsulares, asegura el Sr. Merchán que estamos
_amenazados de miseria y de muerte si perdemos la clientela forzada de
1.200.000 blancos y 400.000 negros_ sus compatriotas.
Por lo visto, entra también en el plan de los insurrectos el despojar á
los españoles penínsulares de las propiedades territoriales que en Cuba
tienen, y hasta el expulsarlos de allí. «Toda esta población--decía en
1869 _La Voz de Cuba_, en artículo que el Sr. Merchán reproduce y
celebra--vivirá errante y miserable en el mundo.»
Para que tal cosa no suceda, para defender á esa población, á la que
tenemos obligación de defender; para conservar la integridad de nuestro
territorio, para que la nación española no sea de nuevo mutilada, y no
porque Cuba nos produzca todos esos millones fantásticos, deseamos
conservar á Cuba, y es de esperar que la conservemos. Los diecisiete
millones y medio de españoles peninsulares, salvo muy pocos, no temen
perder el mercado para su industria, y perder el fomento de su comercio
y de su marina mercante, si llegasen á perder la perla de las Antillas.
No nos faltaría entonces sitio y gente á donde enviar nuestros productos
y nuestros barcos. La pérdida de Cuba nos traería, sin duda,
perturbación, mas no por la utilidad que Cuba nos trae ó nos ha traído
nunca. Si atendiésemos solo á esta utilidad, apenas habría español que
no estuviese deseando que nos quedásemos sin Cuba.
No tendría entonces que decir el Sr. Merchán, citando los arrogantes
versos de Núñez de Arce, y dirigiéndose á Cuba:
«Y si ser grande y respetada quieres,
de tí no más la salvación esperes.»
Consejo que Cuba, ó mejor dicho, los rebeldes en armas no siguen, porque
solos ni se hubieran rebelado, ni persistirían en la rebelión, que los
_yankees_ atizan, fomentan, patrocinan y pagan para echar de allí al
cabo, no sólo á nosotros los españoles, sino también á todos los
_latinos_, sin excluir al Sr. Merchán, que regresaría por corto tiempo á
su patria y que tendría que volverse á Bogotá, porque en Cuba,
_yankeeficada_, le mirarían como mueble incómodo é inútil y no le harían
caso. No le valdría la adulación con que proclama la omnipotencia de los
Estados Unidos.
Si quisieran apoderarse de Cuba, dice, «¿quién se opondría? ¿Inglaterra?
El Leopardo puede aceptar luchas con el Águila, pero no la provoca á
ellas. ¿Francia? Mientras no arregle cuentas con Alemania, evitará
contiendas con otras naciones fuertes y civilizadas. ¿Alemania, Rusia?
No tienen intereses coloniales en América; y Rusia, de desenvainar la
espada, lo haría á favor de su antigua amiga la Unión Americana. En
cuanto á una coalición de las grandes potencias, los Estados Unidos no
la temen. Recuérdese cómo desbarataron la Santa Alianza con un Mensaje
de Monroe».
¿Tendrá razón el Sr. Merchán y lo podrán todo los Estados Unidos? ¿Se
atreverán á intervenir en Cuba y á intentar despojarnos de cuanto allí
legítimamente poseemos, sin que por impotencia ó por imprevisor egoísmo
se interponga en nuestro favor ninguna grande potencia europea? Entonces
sí que no será á Cuba, sino á España, á quien tenga que decir el poeta,
y esperemos en Dios que sea oído:
Y si ser grande y respetada quieres,
de tí no más la salvación esperes.

III
Algo arrepentido estoy de haber tomado por asunto de un escrito mío el
libro del Sr. Merchán. Hay muchísimo que decir sobre él, y yo me canso,
y, lo que es peor, temo cansar á mis lectores. Sin embargo, como ya
emprendí la tarea, no quiero dejarla sin terminar, si bien procuraré ser
muy conciso.
Lo más grave de que el Sr. Merchán acusa á España, es de su corrupción
administrativa en Cuba. Nada hay que decir contra los datos que aduce.
Todos están tomados de discursos, informes, folletos y Memorias,
suscriptos por los señores Romero Robledo, Moret, marqués de la Vega de
Armijo, Balaguer, Doltz, general Pando, general Salamanca y bastantes
otros hombres políticos peninsulares de la primera importancia.
No quiero entrar en pormenores, porque son cansados y además harto feos.
Convengo, pues, con el Sr. Merchán en que en Cuba la corrupción
administrativa es deplorable: es un mal que requiere pronto y enérgico
remedio. ¿Pero le hallará la rebelión, si triunfa y establece en Cuba
una República independiente? Lo dudo, y no digo rotundamente lo niego,
porque no me precio de profeta, porque mi optimismo no tiene limites y
porque no he perdido la fe en lo sobrenatural y milagroso.
Mal hemos administrado á Cuba en el siglo presente; pero lícito es
presumir que los cubanos _libres_ la administrarían mil veces peor.
Libres son y constituídas están en Repúblicas todas nuestras antiguas
colonias en el continente americano. ¿Hay alguna de ellas que desde que
conquistó su libertad hasta hoy haya sido mejor administrada que Cuba?
Esto es lo primero que sería necesario demostrar.
Yo reconozco desde luego que el desarrollo del comercio, de la industria
y de la riqueza en general, mil ingeniosas invenciones y los más fáciles
medios de comunicación entre las gentes han hecho progresar y han
llevado como á remolque hasta á los pueblos más atrasados. Pero estas
causas debieran influir más en los pueblos libres que en pueblos como el
de Cuba, que gime aún bajo el abominable yugo de España. Cuba, no
obstante, apenas tenia á principios de siglo más población que 400.000
almas. Hoy pasa la población de Cuba de 1.600.000. La población, pues,
está cuadruplicada, sin que á esto contribuyan, ni la abolida trata de
negros, ni una gran corriente de emigración europea ó asiática. La
riqueza y el bienestar han aumentado también, á pesar de las guerras
civiles. No estarán, pues, tan oprimidos y miserables los cubanos,
cuando así crecen y prosperan. ¿Crecen en la misma proporción en las
Repúblicas hispano-americanas, las gentes, el bienestar y la riqueza?
Ya he dicho que no he de negar yo la corrupción administrativa de Cuba,
para cuya prueba aduce el Sr. Merchán tanto testigo; pero tenga por
cierto que, si fuese tal como él la pondera, Cuba no hubiera prosperado.
La extraordinaria fecundidad de su suelo no hubiera podido prevalecer
contra la rapacidad que en los peninsulares supone el Sr. Merchán. Si de
los cuatro siglos que hace que poseemos á Cuba hubiéramos sacado de ella
y enviado á España durante cuarenta años siquiera, á diez años por
siglo, la mitad no más de lo que anualmente robamos á Cuba, ó sean
veinticinco millones de pesos fuertes y esto sin contar las remesas
misteriosas é infinitas que hacen los peninsulares, tendríamos que, en
poco tiempo, habrían ingresado de Cuba en España nada menos que mil
millones de pesos fuertes. ¿En qué Pozo Airón, en qué sumidero, en qué
insondable abismo ha venido á precipitarse y á hundirse este Misisipí,
este Amazonas de oro? ¿Dónde están los palacios, las soberbias quintas,
los hadados jardines, el lujo _sardanapálico_ y los sibaríticos deleites
de los peninsulares que trajeron de Cuba todo ese dinero? ¿Dónde están
los templos, los obeliscos y las pirámides que hemos levantado con el
áureo vellocino de nuestra Colcos? Ambas Castillas están pobres y
desoladas. Los palacios de los peninsulares enriquecidos en Cuba son más
difíciles de hallar que los de Dulcinea. Y no hay monumento de algún
valer que no se haya erigido con dinero nuestro y no cubano. Para que
sea más evidente la prueba, los monumentos más nobles y grandiosos,
hasta son anteriores al descubrimiento de América, y por consiguiente,
de Cuba; los muros ciclópeos y las ingentes torres y arcos triunfales de
Avila; las catedrales, como las de Burgos y Toledo, y los alcázares,
como el de Segovia.
América no ha enriquecido, ha empobrecido y despoblado á España. España,
en su gloriosa expansión, no se dilató por el mundo para saquearle y
para traer á la Península los despojos ópimos, sino para difundir por
doquiera su cultura, su religión, su idioma y sus artes. Si en la misma
Italia, maestra de ellas, cuando en Italia dominamos, levantamos
templos, castillos y palacios, erigimos monumentos y fundamos obras
piadosas, hospicios y colegios, como de ello dan testimonio Napóles,
Palermo, Mesina, Bolonia y otras ciudades, sin excluir á la misma Roma,
¿qué no haríamos y qué no hicimos en América, donde en resumidas cuentas
no había nada, ó si había algo, respondía á un estado incompletísimo é
inicial de cultura, como podría ser el del centro del Asia, tres ó
cuatro siglos antes de que saliese Abraham de su patria, Ur de los
caldeos?
Desengáñese el Sr. Merchán; la nación española poco ó nada ha traido de
Cuba que no haya pagado con creces; nada debe á Cuba. Cuba es quien se
lo debe todo á España; salvo lo que da la Naturaleza en su estado
primitivo y selvático. Por eso, aunque el Sr. Merchán se enoje, tiene
España razón para llamar ingratos á sus rebeldes hijos de Cuba. ¿Qué
habrá quitado España para enriquecerse á Maceo, á Máximo Gómez ó á
Quintín Banderas?
En cuanto á los fraudes y depredaciones de nuestros empleados, no poco
hay también que objetar. Mucho crédito, por ejemplo, merece D. Eduardo
Dolz; pero ¿acaso no puede equivocarse ó exagerar involuntariamente? En
los últimos veinticinco años, afirma que nuestros empleados han
defraudado, en las aduanas de Cuba, doscientos millones de pesos
fuertes. Supongamos que es exacta la cantidad, y ya es mucho suponer.
Todavía no es posible la suposición de que sean tan necios los
mercaderes y contrabandistas cubanos que hayan tenido el capricho
irracional de dar á los empleados los doscientos millones, en vez de
darlos al Tesoro. Lo probable sería que, en este hurto hecho al Tesoro,
saliesen ganando los comerciantes y contrabandistas ciento cuarenta
millones y que los empleados se contentasen con sesenta y con enviarlos
á España. Pero como estos sesenta millones no lucen ni parecen por aquí,
yo me atrevo á presumir que son fantásticos. En España no abundan tanto
los ricos que no nos sean todos conocidos y que no sepamos de dónde ha
salido y cómo se ha formado el caudal de cada uno. Seguro estoy de que
sigilosamente y al oído, para no delatar á nadie, sin suficientes
pruebas, no nos declara, ni el más zahorí en estos asuntos, dónde están
veinte millones siquiera, el tercio de los sesenta que de Cuba han de
haber venido á la Península. Los doscientos millones, pues, ó no se le
quitaron al Tesoro ó casi todos ellos se quedaron en Cuba.
Pretende el Sr. Merchán, apoyado en las delaciones que aquí mismo hemos
hecho, que todos estos empleados que van á Cuba á defraudar la Hacienda
pública, tienen, entre los más altos personajes políticos, sendos
padrinos á quienes pagan tributo. Poco aprovecha á dichos padrinos
riqueza tan mal adquirida. Por eso me inclino yo á creer que los más
criminales han de haber recibido muy poco; y que los medianamente
criminales han de haber recibido algunos cajoncillos de cigarros puros,
pinas en conserva y pasta de guayaba, con ó sin tropezones. Lo cierto es
que yo he conocido y conozco gran multitud de nuestros personajes
políticos. Los que son ricos sabemos perfectamente de dónde procede su
riqueza. Y los pobres, que forman la mayoría, contándose entre ellos no
pocos que han sido ministros de Ultramar, me atrevo á sostener que no
han tomado un céntimo de peseta al hacerse el reparto de los doscientos
millones de pesos fuertes. A algunos, cuyos nombres pudiera citar y á
quienes traté y visité hasta que murieron, fue menester venderles los
libros y las ropas para poder enterrarlos.
En suma; por donde quiera que yo lo miro, no noto en España esa horrible
corrupción que el Sr. Merchán nos achaca, y que en todo caso no sería
igual, ni con mucho, á la que de otras grandes naciones, como Francia é
Italia, nos dejan presumir escándalos recientes, y como la que de los
propios Estados Unidos por mil indicios también se presume.
Yo infiero de todo, empezando por conceder que en la administración de
Cuba hay desórden y despilfarro, necesitados de enmienda, ó que la
corrupción no es tan enorme como se dice, ó que son cubanos interesados
y poco escrupulosos los que la fomentan, más en detrimento del Tesoro de
la Metrópoli que en detrimento de la prosperidad de la isla.
La rebelión, por consiguiente, no queda así justificada. Los saqueos y
los incendios perpetrados por los rebeldes no remediarán nada, ni
contribuirán á la prosperidad de Cuba. Y contribuirán aún mucho menos,
si los Estados Unidos, según ya se prevé, nos exigen indemnización por
esos saqueos y esos incendios, que sin el favor y aliento que dan á los
rebeldes, no se perpetrarían, y si el Gobierno español tiene la
debilidad de someterse y de pagar. Esperemos, aunque se resista y no
pague, que no haya violencia ni guerra internacional. Y en todo caso,
aunque esa guerra sobreviniese y aunque nos fuese adversa la fortuna,
siempre sería preferible á la humillación y á la ignominia; y sobre
todo, si la ignominia y la humillación resultasen inútiles y al cabo
hubiese guerra, á no ser que resignadamente nos dejásemos despojar de
todo.
[Illustration]


LAS ALIANZAS

_Sr. Director de El Liberal._
Mi distinguido amigo: Al leer lo que dice _La Época_ sobre política
internacional, siento ciertos escrúpulos de haber contribuído, con el
folleto que publiqué pocos días ha, á promover la cuestión de alianzas,
que muchos periódicos tratan ahora. Esto me induce á comentar lo que ya
dije, á fin de que, sino tiene usted inconveniente, me favorezca
publicando esta carta, aunque impugne luego su contenido.
Lamentábame yo de que España, en la presente ocasión de apuros y
peligros, estuviese aislada: pero mi lamento no implicaba oposición á
determinado partido ú hombre político. No iba contra nadie: iba contra
todos. Y por otra parte, como los aliados y los amigos no se buscan ni
se ganan en el momento en que se necesitan, sino que se tienen á
prevención y de antemano, también estuvo muy lejos de mi mente, y lo
hubiera estado, aunque mi insignificancia no lo estorbase, el aconsejar
al Gobierno actual que buscara depriesa y corriendo lo que antes de él,
desde hace ya medio siglo, nadie había buscado.
Limitada así la intención que tuve al hablar de alianzas, sigo
sosteniendo, sin que _La Época_ me convenza de lo contrario, que las
alianzas son buenas y que sin alianzas nada útil é importante se ha
conseguido en el mundo, desde que Hiran y Salomón se aliaron, hasta el
día de hoy. Cuando Salomón, que era sapientísimo, buscaba alianzas, no
será el buscarlas tan gran disparate. Sin la que contrajo, ni él hubiera
construído el admirable templo de Jerusalén, ni desde Aziongaber hubiera
enviado á Ofir sus naves para que volviesen cargadas de marfil y
sándalo, oro y perlas, perfumes, especias, papagayos y otros mil
primores. Y prescindiendo de ejemplos vetustos, hay uno muy reciente que
muestra cuán fecundas en bienes son las alianzas urdidas con arte. Si
consideramos lo que ha ganado el Piamonte desde Novara hasta el día, nos
asombramos como del milagro más pasmoso. El pequeño sacrificio de enviar
cuarenta mil hombres á Crimea, y más tarde el sacrificio algo mayor de
ayudar á Prusia y de sufrir por mar una derrota en Lysa y por tierra
otra en Custozza, han valido al Piamonte, primero el Milanesado y
después el Véneto; que nadie se oponga á que arroje de Sicilia, de
Nápoles, de Toscana y de otros Estados á sus soberanos legítimos; que, á
pesar del enojo de muchos millones de católicos, despoje al Papa de su
poder temporal, y que constituya la unidad de Italia, que parecía sueño.
Pedir más sería gollería; sería imitar á aquel monarca aprovechadísimo
que pedía y alcanzaba tantas cosas por medio de su hijo, casado con el
hada Parabanú, hermana del rey de los genios, que el rey de los genios
se hartó al verle tan exigente y pedigüeño, y le aplastó descargando
sobre él su tremenda clava. La habilidad, por grande que sea, tiene su
limite, sobre todo cuando no hay en ella magia ó hechizo. Y magia sería,
si por virtud de la triple alianza diese Italia también cima y dichoso
remate á sus tal vez prematuras empresas en remotos países.
La de Saavedra Fajardo, que cita _La Época_, y el texto latino de cierta
fábula de Fedro, que todos sabemos, lo único que prueban es que
cualquier obra de alguna transcendencia, como no se haga bien, lo mejor
es que no se haga. Sin duda que hay peligro en aventurarse, pero quien
no se aventura no pasa la mar.
Nosotros, los españoles, desde hace años pecamos de desconfiados y
formamos de nosotros mismos muy pobre concepto. Pensamos y decimos sin
ironía ni broma algo parecido á lo que por chiste oí yo decir una vez al
Sr. D. Antonio Cánovas con general regocijo de cuantos le escuchaban.
Decía que él se había venido de Málaga huyendo porque allí todos le
engañaban ó trataban de engañarle. España, con la mayor formalidad, está
diciendo y haciendo lo mismo: huye del trato y familiaridad de todas las
potencias de Europa por temor de que la engañen.
Mientras más lo recapacito, mejor noto que la desconfianza que nos
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