A vuela pluma: colección de artículos literarios y políticos - 03

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puntos históricos, y esto es una gran cosa; pero proporciona tanta
fatiga el estudiarlos, descifrarlos y traducirlos, que no sé si el
resultado obtenido compensará nunca la fatiga. Si yo no fuese tan
aficionado á saber, si mi afán de enterarme de todo no fuese tan vivo,
me importaría poco que se descubriese, cada día, un cúmulo de
manuscritos como el que posee y exhibe el Archiduque: pero yo quiero
saberlo todo, y como el tiempo me falta, y la vista me va faltando
también, y sé poquísimos idiomas, se apoderan de mi espíritu la
inquietud, el mal humor, algo como miedo de acometer un trabajo nuevo y
algo como envidia de aquellos para quien apenas es trabajo sino deleite
el investigar tales escritos y poner en claro lo que dicen. Entonces me
explico y casi aplaudo la supuesta ó verdadera conducta del califa Omar,
del Licenciado Barrientes, del Cardenal Cisneros, del arzobispo
Zumárraga, y de otros de quienes se cuenta que han quemado manuscritos.
La gente los denigra y los saca á la vergüenza como insensatos
fanáticos, pero yo tal vez los miro como heróicos dechados de caridad
desagradecida. Por fortuna, pronto desecho esta extraviada manera de
pensar y de sentir; y pues hay manuscritos, aspiro á saber lo que dicen
y hasta á informar un poco de su contenido á los que sean más ignorantes
ó menos estudiosos que yo, y algunos habrá.
Hasta ahora sólo he hablado de lo material: del papiro, del papel, del
pergamino, de la tinta y de las paletas en que se desleía la tinta, allá
en tiempo de los Faraones anteriores á Moisés. Veamos ahora algo de lo
que los manuscritos contienen.
Lo primero que se piensa es que son una mina de donde cualquiera autor
de novelas históricas pudiera tomar el legitimo _color local_, ó mejor
dicho _temporal_, para los sucesos que relatase. Acaso no quede acto de
la vida de un municipio y de las relaciones y tratos entre sus
habitantes del que no se encuentre algún testimonio en la colección del
Archiduque. Se diría que hay en esta colección cuanto se custodiaba en
las escribanías de Arsinoe y en el archivo de su Ayuntamiento: contratos
de matrimonio, partes de defunción, recibos de contribuciones, pagarés,
escrituras de compra, venta y arrendamiento, etcétera, etc. Todo es
peregrino por la lengua en que se expresa, y porque nos parece que pasa
á nuestra vista y que hemos ido retrocediendo veinte ó treinta siglos
contra la corriente de los sucesos que vuelven á mostrarse como
presentes; pero, en lo esencial, aunque un poquito más negros y más
feos, apenas hay casos que no sean idénticos á los de ahora: tributos
enormes, gente que se resiste á pagar ó no puede, poco dinero, usura,
miseria en el pueblo bajo, y en los empleos públicos filtraciones é
irregularidades.
Ejemplo notable de esto ofrece el manuscrito núm. 272, del siglo III de
Cristo, donde hay actas del Ayuntamiento de Hermópolis Magna. La ciudad
era espléndida; tenía por patrono á Mercurio Trimegisto, inventor de las
letras y de las ciencias; y los templos de dicho Dios, de Apolo, de la
Fortuna, de Serapis y de las Ninfas, eran de gran belleza. Sus colosales
ruinas pasman aún al viajero.
Aquel municipio era autónomo, y los encargados por elección de
gobernarle se titulaban el Ilustrísimo Concejo. Los negocios de que
habia que tratar se los repartían los concejales, y como los negocios
eran muchos y varios, es también muy variado el contenido de las actas.
Así, refieren éstas que dos regidores, Dioscórides y Sarapamón, se
apoderaron de las llaves del pósito, y sustrajeron de allí y vendieron
muchísimo trigo y cebada, toda la provisión de lentejas, y más de cien
_artabos_ de vino de arroz. No contentos con esto, hicieron otras
muchas defraudaciones. De aquí largos y acaloradísimos debates en las
Casas Consistoriales, para ver cómo había de reponerse la pérdida, pues,
á lo que se infiere, ni Sarapamón, ni Dioscórides tenían _talentos_, ni
_minas_, ni dracmas, ni óbolos, ni _calcos_, ni _sólidos_ (que eran las
monedas que entonces corrían), porque todo lo habían liquidado.
Dejemos nosotros en paz á los señores Sarapamón y Dioscórides, ya que no
es posible que devuelvan de lo sustraído ni una lenteja, y procedamos
cronológicamente en este rápido recuento.
Las conjeturas y los ensueños, no sólo deben de estar permitidos, sino
que suelen ser muy divertidos. Imagine cada cual lo que se le antoje:
ponga en la hundida Atlántida, en las regiones hiperbóreas, más allá de
las Montañas Rifeas, y hasta en la Lemuria, si le parece bien, un foco
primitivo de civilización; lo cierto, lo demostrado es que la
civilización más antigua es la de Egipto. Hace cerca de seis mil años
que el Egipto está civilizado. Monumentos hay, en aquella tierra
portentosa, á los que se atribuyen más de cinco mil años de edad, cuya
perfección y magnificencia no han sido después superadas. Cualquiera de
ellos da muestra de que ya se conocía la escritura. La más antigua, la
monumental y lapidaria, es la hieroglifica, que siguió empleándose hasta
el reinado del emperador Decio.
De la escritura hieroglífica había nacido la hierática, que se usó para
escribir en los papiros y que no era más que la simplificación de los
setecientos signos de que la escritura hieroglífica se componía.
En el mismo cesto, donde estaba el recado de escribir de que hemos
hablado, se halló el más bello y bien conservado escrito hierático de la
colección archiducal. Se supone, pues, que es de la misma época, ó sea
de 1200 años antes de Cristo.
Contiene, en forma de carta dirigida por un señor Pibesa á un señor
Amenofis, una descripción poética de la ciudad de Pi-Ransés, de la que
no queda rastro y sobre cuya posición discuten los egiptólogos, aunque
convienen todos en que era la residencia favorita de Ransés II; tal vez
algo á modo de un Aranjuez ó un Escorial de entonces. Según la
descripción, había allí hermosos palacios; toda comodidad, deleite y
regalo; bien cultivadas huertas, donde se cosechaban granadas, manzanas
é higos; sembrados fértiles, estanques llenos de peces, mucha miel y
vino más dulce y más aromático todavía.
Otro escrito hierático de la colección, adornado con viñetas y muy
extenso, es el _Litro de los muertos_ de Taruma, sacerdotisa de Ptah.
Una de las viñetas representa el juicio de los muertos, y otra la momia
de la mencionada sacerdotisa, extendida en el lecho mortuorio, que tiene
forma de esfinge, sobre todo lo cual se alza volando el alma, bajo la
apariencia de un pájaro. Este _Libro de los muertos_ es, como otros que
del mismo género se conservan, una serie de oraciones ó salmos, con que
se proveía á los difuntos para que luchasen contra los tenebrosos
poderes del Amente ó Infierno, los venciesen, y pudiesen volver á las
regiones de la luz.
Los escritos demóticos son pocos en la colección, al menos los
descifrados hasta ahora. Aunque se llaman _demóticos_, ó sea populares,
son, á lo que parece, harto difíciles de leer, á causa de las
abreviaturas y enlaces y de lo cursivo de las letras. En tiempo de los
Ptolomeos fué el mayor florecimiento de este género de literatura, cuyo
más brillante fruto es la _Historia de Xamris y Neferchoptah_. En la
colección del Archiduque hay, en escritura demótica, conjuros para
evocar á Osiris, á Chu, dios del Oriente, y á Amón, dios del Mediodía.
La magia y la teurgia eran ciencias muy cultivadas en Egipto, y con cuyo
auxilio se atraía á la luna desde el cielo, se aprendía el lenguaje de
los pájaros, se transformaban las varas en serpientes y se hacían otra
multitud de milagros. Las fórmulas, por cuya virtud se hacían, estaban
custodiadas en los colegios sacerdotales y en los Palacios de los
Faraones. Los profanos ó no iniciados no podían valerse de estas
fórmulas, ni poseerlas escritas, sin exponerse á muy severos castigos.
Hasta el mismo Faraón, si tenía el antojo de hacer algún milagro
valiéndose de las tales fórmulas, se exponía á que el cielo le castigase
enviando á su reino las más espantosas plagas. Así, pues, los conjuros
demóticos que en la colección se ven, deben de ser una divulgación
sacrilega, plebeya é incompleta, de la alta y noble ciencia de los
sacerdotes y príncipes.
Posee también la colección extraordinaria cantidad de escritos cópticos
(pasan de 4.000), en papiros, pergaminos y otras materias. A pesar de la
influencia cristiana, tan poderosa en esta literatura, que consta
principalmente de traducciones de textos griegos de la Biblia y de los
Santos Padres, la afición á la magia persiste aún, y hay no pocos
conjuros y fórmulas que servían de amuletos. Entre ellos se ven
combinaciones de palabras, que forman lo que, para diversión y
adivinanza, ha estado últimamente en moda con el nombre de _cuadrado de
letras_. Así, por ejemplo:
s a t o r
a r e p o
t e n e t
o p e r a
r o t a s
y este otro, hecho con palabras y letras griegas:
α λ φ α
λ ε ω ν
φ ω ν η
α ν η ρ
En la lengua cóptica se contaban muchos dialectos y habían entrado
palabras extrañas, ya del griego, ya del latín, ya del árabe. Se
empleaba el alfabeto griego, con la adición de algunos signos para
expresar sonidos que con las letras griegas no podían expresarse.
Paciencia será menester para descifrar los cuatro mil manuscritos
cópticos de que hemos hablado, y de los cuales sólo una vigésima parte
explica el Catálogo. Hay cartas particulares y de negocios, cuentas,
recibos, vidas de santos, la epístola del rey Abgar de Edesa á
Jesucristo, y la contestación de éste, homilías, plegarias y evocaciones
de varios linajes de seres sobrenaturales; del demonio Tamsari, del gran
querubín Asaror, de los espíritus de los patriarcas Adán, Noé y
Matusalén, y del ángel Chrufos.
Posible es que de tamaño caos, después de estudiar mucho y devanarse los
sesos, saquen los sabios alguna luz para la historia de las
supersticiones, ritos, doctrinas, cultura y modos de vivir, en los
tiempos más obscuros, sobre todo para la Europa latina, ó sea desde el
siglo V al X.
En la sala segunda están expuestos los manuscritos griegos, que son los
más lujosos, elegantes y de mejor gusto artístico. Los hay con dibujos y
letras de varios colores, y de plata y de oro. Todos son enrollados y no
en la forma moderna del libro. También estos manuscritos son los más
interesantes para la historia, porque, ya son ejemplo único ó casi único
de algo, ó ya dilucidan puntos obscuros, que á la mayoría de la gente no
les importan nada, pero que llenan de entusiasmo á los historiadores y
arqueólogos y hacen que prorrumpan en el _eureka_ de Arquímedes.
Brillante ejemplo del primer caso presta el pedazo de papiro señalado
con el número 531, donde se lee un coro del _Orestes_ de Eurípides, con
la música con que se cantaba, y también con la música instrumental del
acompañamiento. Este papiro es casi contemporáneo del nacimiento de
Jesucristo: debe de tener mil novecientos años de antigüedad.
Yo no sé en qué consiste, ni me parece que el Sr. Wessely lo explica,
pero lo cierto es, que, fuera de este coro con música y quizá de algún
otro papiro, conteniendo amuletos, conjuros ó fragmentos literarios y
sin fecha cierta, no hay entre todos los papiros griegos descritos uno
solo anterior á la Era cristiana. Los más antiguos son de fines del
primer siglo de dicha Era, esto es, cuando ya la dominación helénica y
su cultura y sus letras prevalecían en Egipto hacía cuatrocientos años.
Desde el de 83 hasta el de 735 ó dígase mucho después de la conquista de
Egipto por los árabes, que tuvo lugar en 642, hay papiros griegos en la
colección del Archiduque. La cultura helénica persistió después de dicha
conquista. En todo, duró en Egipto más de mil años.
Las noticias de la vida pública y privada que contienen estos papiros,
son en extremo curiosas y pueden producir al que las recoja una
abundante cosecha de datos para la historia y para las ciencias
auxiliares de ella, como la cronología, la lingüística, la arqueología y
la economía social. Así, v. gr.: un papiro de la colección es el único
documento escrito del reinado de noventa días de los emperadores Pupieno
y Balbino. En otro papiro se declaran los títulos de la reina de
Palmira, Zenobia, y de su hijo, que reinó á par de ella, y que se
llamaba y titulaba Aurelio Septimio Vabalato Atenodoro, _vir
clarissimus, Rex, Imperator, dux Romanorum_. Otros papiros dan muestra
de la decadencia literaria, de la corrupción que se fué introduciendo en
el idioma, del mayor número de extravagancias, supersticiones y
tristezas que conturbaron los espíritus, de la poderosa reorganización
del imperio por Diocleciano y Constantino, del triunfo de la religión
cristiana, y de la vergüenza de la universal bancarrota del Estado y del
rebajamiento en la ley de la moneda.
Todo esto lo ve sin duda pasar ante sus ojos, como si estuviera viviendo
entonces, el que sabe leer los papiros y los lee. A veces conoce, no ya
la vida de una sola persona, sino la historia de toda la familia y de
sus bienes de fortuna durante algunas generaciones. En un contrato de
compra y venta en el año de 268, vemos á la rica y joven viuda Priscila
comprando una bonita esclava en la flor de su edad, y pagando por ella
cinco mil dracmas. Como ya la muchacha había pertenecido á un oficial de
caballería, llamado Aurelio Coluto, no es muy de creer que su inocencia
inmaculada entrase por mucho en tan subido precio. La señora Priscila
debía de ser caprichosa y vivir con lujo y aparato. Su hermosa casa
estaba en la _Calle del Castillo del Occidente_, en la ciudad de
Hermópolis. Pero no hay bien ni mal que dure cien años. La señora
Priscila tenía un hijo llamado Aurelio Nicon Aniceto, que fué del
Ayuntamiento, y que no sabemos cómo administraría la fortuna comunal,
pero sí que administró tan mal la propia, que tuvo que empeñarse y hasta
que hipotecar la casa de la _Calle del Castillo del Occidente_. Tomó
prestados sobre esta hipoteca: primero, cuatro mil doscientos dracmas;
al año siguiente, mil quinientos más; otro año después, mil doscientos,
y todavía otros mil quinientos dracmas, un año más tarde. El resultado
natural fué que tuvo que vender la casa, poco tiempo después, á la
señora Aurelia Serapias, hija de Trimoros, de quien yo sospecho que era
un usurero terrible. La señora Aurelia Serapias había de parecerse mucho
á su padre, y sólo dió por la casa tres mil dracmas sobre lo que ya
había prestado. Es casi seguro que la casa estaría apreciada, en número
redondo, en dos talentos, ó sea doce mil dracmas; de suerte que, al dar
los tres mil y cobrarse lo prestado, la señora Aurelia Serapias todavía
tuvo un beneficio de seiscientos dracmas lo menos.
Raros son los papiros que no contienen noticias lastimosas; pero, al
fin, algunas hay alegres también. Pondré por caso la certificación,
expedida por un juez de los juegos olímpicos, de que Horión ha alcanzado
la victoria y ha sido coronado á son de trompetas. La certificación es
del tiempo del emperador Galieno y se dirige al Ayuntamiento de
Hermópolis para que honre, como debe, al referido Horión, natural de
dicha ciudad. A los vencedores en los juegos se les concedían no pocos
privilegios y distinciones, exención de ciertos tributos y hasta
pensiones, á veces.
La serie de documentos es larga, y sería prolijo, para un artículo,
detenerse más en dar cuenta de ellos. Los que más abundan son los
contratos entre particulares y los escritos relativos al cobro de las
contribuciones, las cuales eran en dinero, en toda clase de cereales,
viandas y frutos, y hasta en equipo para los militares. La corrupción de
los que recaudaban, las vejaciones que imponían, el susto que les
entraba cuando había visita de inspección, y la creciente pobreza y
opresión del pueblo, todo se refleja en los papiros como en un espejo.
La sociedad hubo de hacerse tan insufrible para la mayoría de los
hombres, que se comprende la manía que se apoderó de muchos de huir de
las ciudades y de retirarse á los yermos á hacer vida de anacoretas.
El pueblo egipcio debía de estar cada día más humillado por sus
sucesivos dominadores, de todos los cuales iban quedando descendientes
con privilegios como hombres de raza superior, formando colonias
militares y constituyendo, á modo de un ejército de reserva, para
sostener el gobierno central, primero de los Ptolomeos, y después de los
Césares. En los papiros se ven á cada instante las huellas de estas
clases privilegiadas. Ellas acaso ayudarían á las legiones romanas para
defender el Egipto, aunque en vano, primero contra los persas, y contra
los árabes después.
La dominación persa no hubo de durar más de dos ó tres años. Sin
embargo, la colección del Archiduque Raniero encierra centenares de
documentos que atestiguan esta dominación, la cual terminó sin duda en
tiempo del emperador Heraclio.
De los manuscritos péhlvis no da la guía de la Exposición traducción ni
cuenta, disculpándose los autores con la dificultad que ofrece la
inteligencia de este idioma, del cual, según se hablaba en tiempo de los
Sasanidas, afirman que sólo quedan algunas monedas é inscripciones en
piedra que puedan haber servido para prepararse á interpretar los recién
descubiertos manuscritos, que hoy posee el Archiduque, y son, á lo que
parece, los únicos en su género.
Entiéndase que yo hablo como profano y que no acierto á decidir si el
péhlvi en que están escritos los papiros de la colección archiducal es
otra lengua distinta de aquella en que está escrita parte del
Zendavesta, ó si hay algún libro sagrado escrito en un péhlvi menos
antiguo, ya del tiempo de los Aquemenides, ya del tiempo de los
Arsacidas, ya del de los Sasanidas mismos. En este último caso, dicho
libro podría servir, como escrito en idéntico idioma, para traducir los
manuscritos persas del Archiduque.
La parte de los manuscritos latinos es muy pequeña en el Catálogo. El
latín era en todo el Imperio romano el idioma de las leyes y de la
milicia; pero, en Egipto, para la administración, el comercio y los
contratos, se empleaba el griego. Así es que hay pocos manuscritos
latinos y casi todos de asuntos militares.
Es de lamentar que entre tanto manuscrito del largo, del milenario
período greco-latino, apenas se haya descubierto nada que tenga valor
estético, salvo el pedazo del coro de _Orestes_, con su música. Lo más
notable, después de dicho coro, es un fragmento del prólogo de un drama
de Epicarmo, titulado _Ulises explorador_, donde el astuto héroe se
disfraza de mendigo y penetra en Troya para averiguar lo que allí pasa.
Hay asimismo dos hojas de pergamino de un discurso de Esquines
impugnando á Demóstenes. El discurso fué pronunciado 330 años antes de
Cristo; y el pergamino de que hablamos es del siglo V de nuestra Era.
Hay, por último, dos antífonas del siglo IV, y pedazos de las Escrituras
Sagradas y de varios Evangelios no canónicos.
La conquista de Egipto por los árabes, en 642, fué para el pueblo
conquistado una felicidad, aunque efímera. Los árabes fueron recibidos
por los coptos como simpáticos vengadores y libertadores. No eran como
los bárbaros que habían acabado con la dominación romana en Europa, sino
un pueblo de cierta cultura sencilla, primitiva y patriarcal, cultura
que contaba siglos de duración y que en no pocos de sus rasgos tenía
bondad y aun delicado refinamiento. Como los árabes venían además, en
corto número, ni querían, ni podían, ni necesitaban oprimir demasiado,
luego que pasaba el primer choque de la invasión y de la guerra. Amrú,
en otro tiempo mercader de cueros y de especias, y luego general del
califa Omar, invadió el Egipto y se apoderó de aquella región fértil y
dilatada, con un pequeño ejército de tres mil á cuatro mil hombres bien
disciplinados. Por una corta capitación anual podía cada habitante vivir
tranquilo en su casa, con su familia, su religión y sus leyes. Amrú,
lejos de quemar la Biblioteca de Alejandría, protegió las artes, la
industria y el comercio, é hizo que el Egipto volviese á florecer.
Los papiros que describe el Catálogo dan repetidos testimonios de esta
benéfica suavidad de la conquista musulmana. Los aficionados á ensalzar
el islamismo hallarán aquí nuevas pruebas de que, si bien los árabes no
fueron un pueblo inventor, fueron conservadores de las ciencias,
aficionados á ellas, y vehículo é intermedio de las invenciones, ideas y
civilización de otros pueblos.
Durante algunos siglos, tal vez se pudo imaginar que la luz del saber
iba á extinguirse entre los pueblos cristianos y á resplandecer entre
los muslimes, y que éstos llevaban la delantera en el camino del
progreso: pero, en el seno tenebroso de la barbarie europea, en medio de
las ruinas del Imperio de Occidente, de donde surgieron nuevos Estados,
compuestos de una inerme y abyecta grey, oprimida por una casta
superior, ignorante y belicosa, había gérmenes tan fecundos, que de
ellos brotó esta civilización más alta, que dura aún, que ha llegado á
maravilloso desenvolvimiento, y que es de esperar que ya nunca muera, á
pesar de las extrañas enfermedades que suelen atacarla cuando más se
ufana y se engríe con sus triunfos y su gloria. Las naciones muslímicas,
entre tanto, han descendido muy por bajo del nivel que en su origen
tenían y se han sumido en la barbarie. Como no nos incumbe aquí explicar
las causas de todo esto, nos limitamos á decir que en los manuscritos
del Archiduque hay abundancia de datos que pueden valer para explicarlo,
y que, por consiguiente, dichos manuscritos no importan sólo á la
historia de Egipto, sino á la historia de la civilización del linaje
humano.
Acaso se pruebe por ellos que no duró mucho la mejor condición del
pueblo bajo el dominio musulmán. La población decrece en los sucesivos
censos, aunque puede atribuirse á que no pocos coptós se hacen sectarios
del Islam; la opresión y los malos tratos van aumentando contra los que
no reniegan; y los tributos cunden y se agrandan poco á poco, hasta el
punto de echar de menos los peores días del imperio bizantino.
De todos modos, la cuestión es complicada y no debe decidirse de plano.
La rica colección de documentos, que posee el Archiduque, es un arsenal
que suministra armas para defender cualquiera tesis. Lo que desde luego
puede afirmarse es que, en aquellos siglos, ninguna horda, tribu ó
nación hacía ni hubiera hecho conquista tan benigna como las de los
árabes. Los dieciocho preciosos documentos, de que el Catálogo da
cuenta, contemporáneos de la conquista, y sólo posteriores los más en
doce ó catorce años á la muerte de Mahoma, manifiestan la bondad y la
moderación de los conquistadores. En cambio, otros documentos de época
posterior se pueden aducir, como prueba de la dureza de la dominación
muslímica, al menos contra los cristianos. A veces los sellaban en la
mano con un hierro candente, y á los que no llevaban este sello los
solían castigar con azotes, y hasta con la muerte. Bien es verdad que
los coptos se rebelaron en varias ocasiones, y ya la rebelión sofocada,
fueron reducidos muchos á la condición de esclavos, pudiendo acaso
decirse en defensa de los muslimes que en los pueblos de la Cristiandad
hubo hasta muy tarde la cruel costumbre de sellar á los esclavos de la
misma suerte, no en la mano, sino en la cara.
Al lado de esta y otras huellas de ferocidad, hay también documentos, de
los que da cuenta el catálogo, en que conviene celebrar ciertas
elegancias, primores y hasta ternuras que parecen propias de las más
cultas edades. Citaré, por ejemplo, el fragmento de una carta de amor,
escrita en el siglo IX, donde el amador ausente se considera tan herido
en el corazón y en el alma, que va á morir de mal de ausencia. Es además
muy interesante la postdata de esta carta sentimental, ya que por ella
se ve que fue confiada á una paloma mensajera. En el siglo IX estaba,
pues, establecido este modo de correo, y es probable que, no sólo el
gobierno, sino los particulares, hubieran podido valerse de él. De
trecho en trecho había estaciones ó palomares, á cada uno de los cuales
llegaba con cada carta una paloma que á él pertenecía: los empleados
allí confiaban la misma carta á otra paloma, que la llevaba hasta la
próxima estación, y así sucesivamente llegaba la carta á su destino. De
esta manera, sin duda, el califa recibía nuevas de cuanto iba ocurriendo
en sus extensos dominios. Tal vez estas nuevas se ponían en conocimiento
del público. Como prueba de que los particulares se valían del mismo
medio de comunicación, puede aducirse, en los tiempos más antiguos, un
papiro ó pergamino finísimo destinado al efecto, y más tarde, unas
hojitas de papel, que se llamaba _de pájaro_, y que venía á tener seis
centímetros de ancho y nueve de largo.
En suma, la colección de manuscritos del Archiduque, en su parte
arábiga, da á conocer ya mucho la vida, usos y costumbres de los
muslimes en los siglos medios; aclara bastantes puntos oscuros, corrige
no pocos errores históricos, y ofrece aún vasto y apenas explorado
campo, primero al estudio de los arabistas, y después á las
consideraciones, comentarios y consecuencias que pueden y deben sacar
los historiadores y los filósofos.
Yo me he limitado á dar de todo la más superficial noticia. Para
terminar, recomiendo ahora á mis lectores, si alguno tengo que sea
curioso y entendido en estos asuntos, que, ya que no pueda ver la
Exposición, compre el catálogo y le lea. Con esto sabrá algo, pero no lo
sabrá todo. El catálogo es una fuente ó, si se quiere, un río de
conocimiento; pero los objetos no catalogados ni descritos aún son la
mar. Me aseguran que pasan de cien mil. Todos los días anuncian los
periódicos de aquí interpretaciones ó explicaciones de nuevos
manuscritos. Anteayer mismo trajeron que se habían descifrado un himno
demótico al Dios Soknopaios, compuesto por su propio sacerdote y escrito
en un rollo de papiro de más de un metro de largo, y dos ó tres
capítulos de la obra de Xenofonte, titulada _Helénica_, donde trata de
los últimos casos de la guerra del Peloponeso.
Sólo Dios sabe lo que se descubrirá todavía; y como será cuento de nunca
acabar, no debe ser censurado que en cierto modo acabe yo este articulo
sin que, en realidad, acabe ni haya motivo para que acabe.
[Illustration]


DE LOS AUTORES PORTUGUESES
QUE ESCRIBIERON EN CASTELLANO[1]

Durante no breve tiempo, la atención del público inteligente, y, sobre
todo, de las pocas personas que leen en España, se fijó con tal ahinco y
con tan candorosa admiración en el movimiento intelectual de Francia, y
quizá de algún otro país de los que en el día se consideran al frente de
la civilización de Europa, que descuidamos mucho el conocimiento de
nuestros autores, y aun llegamos á mirarlos con desdén, más ó menos
encubierto.
[1] _Catálogo razonado, biográfico y bibliográfico, de los
autores portugueses que escribieron tn castellano_, por D. Domingo
García Pérez, Doctor en Medicina y Cirujía, antiguo Diputado de la
nación portuguesa por la ciudad de Setubal.--Madrid, 1890.
De aquí sin duda el escaso cultivo que hemos dado á nuestra historia
literaria, de la cual no tenemos aún tratado de conveniente extensión y
escrito por un español en nuestro propio idioma; Amador de los Ríos dejó
en el punto más interesante su grande obra, y lo menos malo completo que
tenemos hasta hoy, prescindiendo de la frialdad y pobre sentir de las
bellezas, es el libro del anglo-americano Jorge Tiknor.
Recientemente, acaso desde ñnes del primer tercio de este siglo, el amor
propio nacional nos ha estimulado, y la afición á las letras patrias se
ha despertado en España, al menos en el pequeño circulo de los que
gustan de libros y no se emplean enteramente en las interminables
discusiones políticas.
Nuestros antiguos libros, ó circulaban en ediciones detestables, que
arredraban á los tibios y no consentían que los leyesen, ó se habían
hecho raros, cayendo los ejemplares que aún quedaban en poder de
bibliófilos, que hacían de ellos misterioso tesoro, estimando á menudo
con perversa crítica, cada libro, más por su rareza que por su valor
literario.
En esta situación, empezó á publicarse en 1847 ó 1848 la _Biblioteca de
autores españoles_, de Rivadeneyra, la cual hizo un gran servicio,
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