A vuela pluma: colección de artículos literarios y políticos - 02

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nuestros más fecundos y amenos ingenios, ¿qué importa que yo hable mal
de los catorce sonetos compuestos por usted en algunas horas de
extravío?
Yo, aunque sea repetirlo por tercera ó cuarta vez, no voy contra los
catorce sonetos, sino contra la mala teoría estética que, nublando el
claro entendimiento de usted, se los ha inspirado.
Yo reparo, tal vez por demás, en el pro y en el contra de cuanto digo, y
nada afirmo con aquella decisión que se impone. De aquí que me acusen de
escéptico. Fácil me sería pasar por dogmático, si prescindiese yo de lo
que me dicta la conciencia; pero, como no prescindo, soy ó paso por
escéptico, á fuerza de ser concienzudo.
Digo esto, porque al censurar los catorce sonetos de usted, me han
asaltado en tropel no pocas dudas y dificultades que deseo exponer aquí,
aunque no logre resolverlas y todas se queden en pie.
Necesito, además, escribir esta segunda carta para disculparme de no
rasgar la primera; porque, después de la longánima docilidad con que se
somete usted á mi censura, tal vez acerba, y me la paga en alabanzas,
parece ruindad en mí el que mi censura se haga pública, y el que, siendo
yo, por lo común, indulgente y hasta lisonjero con los extraños é
indiferentes, me extreme por la severidad con usted, á quien cuento
entre mis mejores amigos.
Válgame para explicación de mi conducta que la indulgencia debe recaer
sobre el _non plus ultra_ de lo que produce cada uno. No hay que podar
el quejigo, porque, á pesar de la poda, siempre dará bellotas ásperas y
no dulces almendras. De mal árbol no se espere fruto sazonado y sabroso.
Y así, siguiendo esta comparación de los frutos, y convirtiendo
imaginariamente cada soneto de usted, pongo por caso, en un melocotón,
yo entiendo que usted debe darlos mejores, y que aun los catorce, de que
tratamos aquí, serían exquisitos, si el moscardón ó avechucho del
_naturalismo_, que vaga por el aire, no hubiera clavado en ellos el
aguijón y depositado allí venenosos huevecillos que se convierten en
gusanos y podredumbre. Lo que hago, pues, es osear el avechucho para que
no inficione otros nuevos frutos.
Dada ya á usted la satisfacción que le debo, voy á decir algo acerca de
las dudas y dificultades.
Y es la primera duda la de si seré yo tan crudo censor de los sonetos
porque la vejez me infunde aborrecimiento al Amor: pero la duda se
disipa pronto, y creo que mi profundo respeto y mi ardiente devoción al
Amor son los que me inspiran.
Los catorce sonetos rebajan las obras de esta deidad á mera función
fisiológica, y el brío de las descripciones no las eleva, sino que les
presta ciertos visos de patología, que, á más de hacerlas bajas, las
hace insanas.
Es cierto que lo contrario debe de ser peligroso y seductor; pero
consuela y no deprime. Trae Byron, en el _Don Juan_, una jocosa diatriba
contra Platón, echándole la culpa de las pecaminosas relaciones de su
héroe con doña Julia. Yo mismo, aunque disto mucho de ir tan lejos como
Byron en la malicia anti-platónica, me pasmo y veo con más incredulidad
que fe los anchos límites que pone, verbi gracia, el conde Baltasar
Castiglione al platonismo puro.
El beso en la boca, según él, es todo espiritual: es ayuntamiento de
almas, en prueba de lo cual se alegan muy sutiles razones que no me
convencen. Ni vale para ello la grave autoridad del mismo Platón, de
quien nos cuenta el Conde que, divinamente enamorado y besando á su
amiga, sintió una vez que el alma se le vino á los dientes para salirse
del cuerpo.
Á tales accidentes confieso que debemos dar explicación menos
metafísica; mas no por eso debemos quitar del amor todo lo metafísico,
trascendente y divino. El amor nuestro se iguala entonces al de los
animales. Los refinamientos, las elegancias, los materiales primores de
que le rodeamos, le quitan naturalidad y no le añaden belleza. Y la
exageración y violencia del sentir, en vez de magnificarle y
corroborarle, le ponen enfermo y le dan un aspecto diabólico, delirante
y lúgubre. Se diría que las pasiones y operaciones de nuestro ser se
resisten á ser atribuídas y sujetas á leyes físicas sólo, y así, al
apartar del efecto toda causa ó influjo divino, se le atribuímos
infernal ó endemoniado.
No llega usted á este punto del satanismo, y más vale así. Se queda
usted en menos de la mitad del camino, y por usted lo celebro.
En cuanto á los catorce sonetos, serían estéticamente mejores si fuesen
satánicos.
Yo comprendo á Baudelaire, y en cierto modo le admiro, aunque me
disgusta. En su inspiración depravada, sombría y terrible, hay algo de
verdad, aunque exagerada por la farsa tenaz que él mismo se impuso para
ser más original, para asustar al linaje humano y para contristar y
meter en un puño el corazón de cada burgués honrado y sencillote, en
cuyas manos cayesen sus _Flores del mal_. Pero usted no pretende hacer
el bu, ni pasar por originalísimo, siendo raro y extravagante. De ello
me alegro, aunque los catorce sonetos, por falta de una intención, si
perversa, decidida, se queden en el limbo, y no suban al cielo, ni bajen
al infierno.
Dice Fóscolo que el Petrarca cubrió con un velo candidísimo al Amor, que
andaba desnudo por Grecia y en Roma, y así le volvió al regazo de Venus
Urania. Desde entonces, acaso desde antes, no se puede hablar seriamente
del Amor, trayéndole á la tierra, prohibiéndole recordar su cielo, y
arrancándole la vestidura. Cuando esto se hace, resulta el sacrilegio,
que no se motiva ni funda bien, á no seguir el poeta las huellas de
Baudelaire, y entregarse al diablo.
Y ahora ocurre otra duda. ¿Cómo es que hay versos eróticos, harto libres
y desenvueltos, que el moralista, aunque no sea muy rígido, sin
apelación condena, que toda señora ó señorita bien criada no puede oir
sin enojarse y ruborizarse, y que, sin embargo, nos gustan mucho á los
profanos? Sírvanme de ejemplo no pocas canciones de Béranger. Yo presumo
que esto consiste en el tono. El refrán lo dice: _C'est le ton qui fait
la chanson_. La alegría, la ligereza, el aire improvisado é irreflexivo
lo disculpa todo. Se diría que estos poetas, alegres y desenfadados,
dejan tranquilo en su cielo al Amor primordial y unigénito, y, si toman
de él varias prendas, es para adornar á los Amorcillos terrestres, hijos
de las ninfas, con los cuales no disuenan las libertades y la carencia
de misterios.
De esta suerte, y no con tono heróico y pomposo, la Estética no repugna,
aunque la Moral frunza las cejas, que el poeta, velando un poco, no
parándose en pormenores, y dejando entender mucho por medio de rodeos y
dobles sentidos, nos cuente ó nos cante algunas travesuras. Harto sé que
la eutropelia del P. Boneta no permite tanto; pero yo confieso que lo
permite la mía. Entiéndase, con todo, que para que estéticamente
gustemos de versos así los mismos profanos, es menester que un dejo del
verdadero amor, de ternura y de otros bellos sentimientos, difunda en el
cuadro que el poeta nos trace algunos resplandores de la luz del cielo.
Catulo amaba á Lesbia con el alma, _plus quam se atque suos amavit
omnes_, y lo recuerda y lo confiesa hasta cuando ya Lesbia le es infiel;
y lo mismo acontece á Béranger con Liseta, hasta cuando le dice, al
verla con tantas galas, que ya no es Liseta y que no debe llevar aquel
nombre. Á pesar de la regocijada liviandad de ambos poetas, no es la
carne sólo lo que los enamora.
Infiero yo de cuanto va dicho la necesidad, moral y estética, de que en
toda poesía de amores intervengan cielo y tierra y concurran lo
espiritual y corpóreo; esto último velado por el pudor, sobre todo
cuando se quiere que sean grave el tono y elevado el estilo.
Se cita mucho la definición que del orador da Quintiliano. Dice que ha
de ser _vir bonus dicendi peritus_; pero se ignora ó no se recuerda que
los griegos exigieron antes para el poeta, como requisito
indispensable, la misma calidad de ser varón excelente. Acaso
Quintiliano no hizo más que ampliar la exigencia de los griegos y
comprender en ella á los oradores. Como quiera que sea, es lo cierto que
la poesía, aun para los que seguimos la doctrina del arte por el arte,
no es, en el más lato sentido, independiente de la moral. No se pone á
su servicio ni la toma como fin, porque su fin está en ella: pero la
poesía, siguiendo desembarazada y libre por su camino, si es de buena
ley y de alto vuelo, al llegar á su término, tiene que parar en la moral
más perfecta y pura que se concibe en la época en que el poeta vive, á
no ser que éste, lleno de aliento profético, suba más alto y columbre y
revele más bellos ideales. Esto significa la excelencia moral que los
griegos requerían en el poeta, aunque careciese de aquella voluntad
perpetua y constante que constituye la virtud práctica en todos los
actos de la vida, ó aunque no fuese ni héroe ni santo.
Infiero yo de lo expuesto que el amor entre hombre y mujer, cuando no es
sólo material, no va contra la moral, sino que ésta le sanciona. La
poesía ha hecho de él su principal asunto, así en cantos líricos como en
narraciones, desde las edades más remotas hasta nuestros días.
Es más: la poesía erótica es tan bella, entendida y realizada así, que,
lejos de condenarla, la religión, por severa y espiritual que sea, ha
solido valerse de sus frases vehementes y de sus acentos apasionados,
para expresar los éxtasis y arrobos místicos, y los más sublimes
misterios, aspiraciones y raptos del alma hacia lo infinito y lo eterno.
Testimonio de esto da, en la antigua India, aquella égloga bellísima en
que Yayadeva pinta los amores de la gentil pastora Radha y del Dios
Crishna, que toma la figura del pastor Govinda para enamorarla: y no
menos brillante testimonio da entre nosotros _El Cantar de los
cantares_, donde los terrenales amores de Salomón y de la Sulamita
vienen á sublimarse y á convertirse en los de Cristo con la Iglesia, y
en los del alma con su Hacedor.
Tenemos, pues, la poesía erótica, siempre que se guarde en ella el
debido decoro y no se la prive del elemento espiritual, no sólo
tolerada, no sólo permitida, sino hasta canonizada. No ya con
significación mística como San Juan de la Cruz, sino dirigiéndose á
mujeres, que fueron ó que se supone que fueron de carne, varones
piadosos, como Fr. Luis de León y Fr. Diego González, han compuesto
versos amorosos.
Lo mejor es seguir tan buenos ejemplos. Sólo se oponen á que los sigamos
la última moda de París, el afán de singularizarnos y el temor de ser
como cualquiera otro, tomando la senda trillada y empleándonos en
asuntos que se imaginan agotados ya, y sobre los cuales nada puede
decirse si no repetimos lo que otros dijeron.
Crea usted que este temor es vano. No busque usted la originalidad, y
ella vendrá á buscarle. Sea usted natural y espontáneo, y pondrá usted
en cuanto escriba el sello de su persona, y será sana y limpiamente
original, sin darse á todos los diablos y sin caer en las demencias
fúnebres que en Francia se usan.
Inagotable fábrica y rico emporio de ideas es París. Necesario y bueno
es tomar de allí lo que conviene; pero haya tino y juiciosa elección en
lo que se tome.
Cierta poesía no es ya erótica, sino crapulosa y nauseabunda. Entre las
causas que concurren á dar ser á esta poesía, además de las ya
mencionadas, entra una vanidad pueril de que el poeta no se da cuenta á
veces. Figurémonos al poeta en París. Su prurito será acaso que, en el
fondo de la provincia de donde ha venido, le tengan por un picaruelo,
sibarita alambicado, que logra venturas superfinas, ni soñadas en su
lugar. Además, todo francés hace sin querer _la reclame_. En París se
confeccionan los mejores guisos y se hacen los más graciosos vestidos y
sombreros para mujeres; es menester, por consiguiente, que también se
crea y se divulgue que en París se entiende mejor el amor y se le
condimenta con aliños más picantes y especierías más ricas y exóticas.
Con este señuelo, tal vez, no pocos individuos acaudalados de naciones,
que en Francia se tienen entre el vulgo por semi-bárbaras, vendrán á
París, ya que no á estudiar en la Sorbona, á aprender pornografía en los
colegios de la nueva Babilonia.
No acuso yo á ningún autor francés de que lleve tal intención; pero la
lectura de sus libros produce el mismo efecto que si la llevara. Nos
fingimos por acá, y por muchas otras tierras, un París encantado, donde,
si va uno con dinero, se pasea en los jardines de Armida, desembarca en
la isla de los amores de Camoens, y penetra en el propio paraíso de
Mahoma.
Si el mal se detuviese en esto, yo me callaría; pero el mal no se
detiene. Los poetas crapulosos, como Baudelaire y Rollinat, se hartan y
se hastían de sus goces; sienten aspiraciones infinitas, hundidos ya en
el fango, y después de haber renegado de Dios; y aquí te quiero
escopeta. Cada uno de ellos parece un energúmeno. Sus versos son
pesadillas de un ascetismo bastardo y sin esperanza. Obsesos por el
demonio del remordimiento y por otros demonios más feos y tiznados,
rompen en maldiciones y blasfemias inauditas. Ya nos aseguran que no hay
crimen que no sean capaces de perpetrar, ya se encomiendan devotamente á
Lucifer, ya aseguran que quieren imitar á Cristo, si bien suponiendo que
lo que Cristo prescribe y recomienda con el ejemplo es que nos matemos.
La muerte es la única redención posible. Además, ellos entienden que
deben matarse en castigo de sus culpas.
_¡Va, que la mort soit ton refuge!_
_à l'exemple du Rédempteur,_
_ose à la fois être le juge,_
_la victime et l'éxécuteur._
La situación es tremenda, y empezando por versos de amor materialista
puro, como los catorce sonetos, se viene á caer en ella, más tarde ó
más temprano, á no desviarse pronto del mal camino.
Las visiones de Baudelaire y de Rollinat espeluznan y descomponen el
estómago; dan horror y asco: es menester ser valientes y robustos para
resistirlas sin vomitar ó sin caer desmayado. Los suplicios más feroces
que ve Dante en su _Infierno_, las abominaciones y espantos de los más
ascéticos libros cristianos, como _Gritos del infierno_, _Estragos de la
lujuria_, y otros así, son niñerias y amenidades, si se comparan con lo
que Baudelaire refiere cuando él mismo se ve ahorcado, podrido y
hediondo, entre una nube de murciélagos y de grajos que le sacan los
ojos á mordiscos y picotazos y se le comen por do más pecado habia, y
con lo que cuenta Rollinat de aquel gato celoso, que yo sospecho que era
un demonio familiar, el cual araña y destroza á su amiga en sitios tan
sensibles y ocultos.
Si tamañas desventuras se tomasen por lo serio, sería cosa de deshacerse
en un mar de lágrimas, de morirse de pena y de terror entre convulsiones
horribles, y de aborrecer toda vida, y más que ninguna la
sardanapalesca, á que se entregaron estos vates ilustres, y cuyos
funestos resultados estamos tocando.
Por dicha, yo me consuelo y tranquilizo con sospechar que, tanto en el
_sardanapaleo_ como en el lloriqueo, tanto en las culpas como en los
castigos, hay abundancia de filfa y camelo. Ni se divierte uno tanto
como dice, ni suele exclamar de corazón _¡qué tétrica es la vida!_
después de haberse divertido. En ambos extremos hay ponderación
jactanciosa: _pose y blague_. Lo peor es el pesimismo. Si se adopta para
hacer efecto y darse charol, no tiene perdón de Dios. ¿Por qué en odas,
en elegías, en coplas, en dramas, en novelas y aun en gruesos librotes
de filosofía, hemos de angustiar á los mortales y quedarnos tan frescos?
Todos, aunque seamos optimistas, tenemos ratos, y días y semanas de mal
humor, de tristeza y de abatimiento. Así estaba yo, poco ha, cuando
escribía á un amigo diplomático extranjero, á quien quiero mucho, una
melancólica carta. Él me contestó, consolándome con discretísimos
razonamientos, algunos de los cuales vienen tan á pelo aquí, que voy á
citarlos en el propio idioma en que están escritos, abusando quizá de la
confianza y rompiendo el sigilo de la correspondencia.
«¿A quoi vous sert votre optimisme? (me dice). Notre maître le Docteur
Pangloss restait ferme dans la doctrine après des accidents bien
autrement facheux et malgré le cadeau dont l'avait gratifié Paquette et
dont vous connaissez la généalogie. ¿L'optimisme ne servirait-il à rien?
On serait tenté de le croire en voyant que les pessimistes sont en
general de fort bons vivants, qui s'arrangent une existence très
agréable et qui sont très peu pressés de sortir de cette création
manquée. Leur chagrin est tout en rimes ou en livres de philosophie, qui
n'ont pas d'influence sur leur conduite journalière. Schopenhauer
n'avait pas l'air de s'ennuyer, si j'en crois ceux qui l'ont connu.
Boudha lui même est mort d'indigestion, ce qui peut faire douter de son
ascétisme et de son mépris des choses créées. ¿Si nous faisions comme
eux et si nous prenions le monde comm'il est, réunissant ainsi les
avantages des deux systèmes?»
Estas palabras de mi docto amigo me sugieren una idea luminosa y
salutífera. Seamos optimistas y pesimistas alternativamente. Las cosas,
aunque no crea uno en el determinismo feroz que nos arrastra al vicio y
hasta al crimen, y aunque no vea uno siempre desolación y dolor en torno
suyo, no están por eso todo lo bien que sería de desear. Confesémoslo,
pero no nos aflijamos demasiado ni menos aflijamos á los demás hombres
con nuestros quejidos y aullos. Conviene, pues, para esto, que nuestro
pesimismo, en vez de ser trágico, sea chistoso y cómico; como el
pesimismo de Voltaire, que en el _Cándido_ hace que nos desternillemos
de risa, ó, mejor aún, como el de Cervantes, más gracioso todavía en el
_Quijote_, y lleno de dulzura y de cristiana resignación, sin chispa de
hiél ni de impiedad ni de odio.
Y si, en el día de hoy, sin salir de España, quiere usted hallar un
modelo acabado de este pesimismo para reir, búsquele en los escritos, en
prosa y verso, de Miguel de los Santos Álvarez, y singularmente en
algunas octavas del poema _María_. El pesimismo se expresa en ellas con
tanto chiste y gracejo, que regocija, en vez de desesperar, y hasta se
le antoja á quien lee ó recita aquellas blasfemias, no ya que él debe
perdonarlas _propter elegantiam sermonis_, sino que hasta la Soberana
Potestad, á quien se dirigen, en vez de castigarlas, las celebra y las
ríe, como ríe y celebra la madre cariñosa y benigna al niño pequeñuelo y
mimado, si la insulta por que no le da, para que no le hagan daño, las
chucherías y golosinas que le pide.
En resolución, y para terminar, en las poesías amorosas mezcle usted
algo del cielo con la tierra, á fin de no hallar _tétrica la vida_
cuando está en lo más florido de sus años, y en lo demás procure usted
no caer en el pesimismo, y si cae en él, témplele y endúlcele con la
risa resignada y con la burla sin acíbar de Cervantes y del antiguo
amigo de Espronceda. De esta suerte, ya que no los censores graves; los
que no lo son ni tienen autoridad para serlo, en lo amoroso perdonarán á
usted las verduras, y en lo pesimista las injurias contra la
Providencia, cuyos designios y planes, que ignoramos y debemos acatar,
tal vez brillan justificados después de tales ataques.
Y con esto termino, augurando á usted rica cosecha de laureles si sigue
mi consejo, y reiterándole que soy su afectísimo amigo.
[Illustration]


COLECCIÓN
DE
MANUSCRITOS Y OTRAS ANTIGÜEDADES DE EGIPTO
PERTENECIENTES AL ARCHIDUQUE RANIERO

No pocos escritores han dado ya noticia de esta rica y curiosa
colección, pero nunca hasta ahora se había expuesto toda ella al
público.
A fin de que cualquiera logre enterarse algo de los objetos que la
componen, de su mérito y de su rareza, acaba de publicarse, en esta
ciudad de Viena, un precioso catálogo ilustrado.
Como los objetos son muchos miles, no es posible que todos estén
estudiados y descritos en el catálogo. Este, no obstante, es un tomo en
cuarto mayor, de 292 páginas, letra muy metida, con veinte láminas y
noventa imágenes y facsímiles intercalados en el texto, y contiene la
descripción de más de mil cuatrocientos objetos.
Lejos de ser todos de la misma época, es tan varia su antigüedad, que el
origen de algunos se remonta catorce siglos antes de Cristo, mientras
que los más modernos son del siglo XIV de la Era cristiana. Todo ello es
visible y claro documento de la civilización, no interrumpida por
espacio de 2700 años, en el país que riega y fecunda el Nilo.
Como dicha civilización ha adoptado, en el transcurso de los siglos,
diversas creencias religiosas, distintos usos, leyes y costumbres y
diferentes idiomas en que manifestarse, los objetos, aunque hallados
casi todos en el mismo lugar, varían en extremo. Sólo por la lengua ó
escritura de los manuscritos pueden éstos clasificarse en hieráticos,
demóticos, cópticos, griegos, latinos, arábigos y péhlvicos, ó sea en la
lengua oficial de los persas en tiempo de los Sasanidas.
Los últimos vienen á demostrar con evidencia que á principios del siglo
VII de nuestra Era, el Egipto fué conquistado por Cosroes II, y que la
dominación persa en aquel país se extendió hasta la Nubia.
Por la materia en que los documentos de la colección están escritos,
también hay notable diversidad. Lo que más abunda es el papiro, desde
los tiempos de Ransés II, el Sesostris de las historias clásicas. Siguen
los escritos en papiro, después de la conquista de Alejandro Magno, en
el periodo helénico de los Ptolomeos, durante la dominación romana y en
la época bizantina.
Cuando los árabes se apoderaron del Egipto, la civilización no se
eclipsó ni retrocedió, y el cultivo de la planta de que se saca el
papiro y la fabricación del papiro tomaron mayor incremento,
proporcionando al Egipto prosperidad y riqueza. Las más importantes
fábricas estaban en Wasima y en Bura, cerca de Damieta, desde donde se
enviaba esta mercancía á los más distantes y opuestos mercados: á Roma,
á Constantinopla, á Bagdad, y á Córdoba.
En la colección del archiduque Raniero hay papiros escritos en lengua
arábiga, desde la conquista muslímica, en el siglo VII, hasta bien
entrado el siglo X; los hay del tiempo de los primeros sucesores del
Profeta, y de las dinastías de los Omiadas, Abasidas y Tulunidas.
En el siglo X, ó tal vez antes, se había ya extendido por el Asia
occidental y había penetrado hasta el Egipto mismo un poderoso rival del
papiro que había pronto de vencerle y dar con él por tierra. Era este
rival el papel de trapo. A lo que parece, el papel se conocía y usaba en
China desde la edad más remota. Los árabes le importaron en Occidente.
La época de este gran acontecimiento ha venido á fijarse, poco ha, con
maravillosa exactitud. Se marca el día, el mes y el año en que fué. Fué
el 7 de Julio del año 751 de la Era cristiana. Los anales arábigos y los
chinos están contextes en esto. Kao-Hsien-fa, general de Corea, fué
vencido por los árabes, que llevaban por auxiliares á los turcomanos,
cerca de una ciudad llamada Kangli, en la orilla del río Tharâz. Los
vencedores traspasaron las fronteras mismas del Celeste Imperio
persiguiendo á los chinos, y les hicieron muchos prisioneros. Entre
ellos había, por feliz casualidad, algunos que tenían por oficio hacer
papel. Fueron éstos llevados á Samarkanda, donde pronto empezaron á
ejercer su industria. Los productos de ella se difundieron, desde
Samarkanda, por el Occidente de Asia, por Africa y por Europa. Si tardó
casi dos siglos en vulgarizarse el papel y en vencer al papiro, fué
porque los primeros fabricantes sólo de algodón sabían hacerle, y les
faltaba, ó bien abundaba poco, la primera materia. Al cabo vino á
inventarse el hacer el papel de trapos viejos, y pronto entonces se
trasplantó esta industria á otros puntos. La segunda fábrica, de que
hace mención la historia, se estableció en Bagdad el año de 795,
reinando el califa Harun-al-Raschid. No tardó mucho, probablemente, en
haber también fábricas de papel en Damasco, y desde allí el papel empezó
á conocerse en Europa, tomando el nombre de _Charta Damascena_.
En Egipto, los árabes emplearon ya el papel desde el siglo IX, y en la
colección del archiduque Raniero se ven escritos en esta materia,
empezando desde dicha época y continuando durante las dinastías de los
Ichschidas, Fatimidas, Aijubidas y Mamelukos.
Y lo más singular, y acaso una de las cosas que dan más precio á esta
colección, es que, no sólo hay manuscritos en papel, sino que
evidentemente hay también papeles, grabados ó impresos, que datan del
siglo X. Los árabes no se limitaron á traer el papel desde la China, si
no que, por lo visto, trajeron también el arte de la imprenta antes de
que Gutenberg le inventase. Ya se entiende que esto excita la curiosidad
y el asombro, pero en manera alguna disminuye la gloria de Gutenberg,
como no quita á Colón la gloria de haber descubierto la América el
descubrimiento muy anterior y harto infecundo de los islandeses.
Como quiera que sea, en la colección del Archiduque hay no pocos papeles
impresos, completamente como los imprimían los chinos, y que son de
mediados del siglo X.
El papel manuscrito es en la colección, según es natural, más antiguo
que el impreso.
El primero, por orden cronológico, entre los estudiados ya, es una
carta, en cuya dirección escrita en el respaldo se lee la fecha
correspondiente al año 873 de nuestra Era. Hay después un fragmento de
contrato del año 909. La colección, además de papiros y papeles,
contiene escritos en madera, en barro, en telas, en tablas de cera, en
metal y en varias clases de pergaminos de vaca, de carnero, de becerro y
de antílope, que eran los más estimados.
El conocimiento del arte de escribir y de todos los recados y sustancias
con y en que se escribe se puede adquirir visitando esta colección, que
viene á ser una serie de monumentos de su historia. Y no es el menos
notable un cesto, de paja y cáñamo entrelazados, donde hay tres paletas
de madera muy dura, en que se frotaba la pastilla ó barra de tinta
sólida, humedeciéndola, para que, desleída, sirviese. En cada paleta
hay huecos en que se envainaban las cañas ó plumas, de las que se
conservan tres. Cesto, _cálamos_ y paletas, que aún tienen tinta
endurecida, son de mil doscientos años antes de Cristo, si hemos de dar
fe á los inteligentes y al testimonio de un papiro con escritura
hierática, que estaba unido á dichos objetos.
Como se ve, todos ellos forman un tesoro de imponderable valor para el
anticuario, y están ahora expuestos al público en cinco salones del
Museo austriaco de artes é industria.
Lo más importante lo descubrió y trajo á Viena el señor Teodoro Graf, de
quien, en 1884, lo adquirió el Archiduque.
El tesoro procede de diversos puntos, por ejemplo, de Al-Uschmunein, la
antigua Hermópolis; pero el fondo principal se ha encontrado cerca de
Medina-al-Fayun, no lejos del lago Moeris, entre las ruinas de la ciudad
de Schet, llamada por los griegos Crocodilópolis ó Ciudad del Cocodrilo,
porque allí era adorado el dios Sobk, cuya cabeza era como la de dicho
animal. Schet se llamó más tarde Arsinoe, en honor de la segunda reina
de este nombre, hija de Ptolomeo I.
El libro, de que vamos extractando todas estas noticias, se titula _Guía
de la Exposición_; está impreso en la imprenta Imperial y Real de la
Corte y del Estado, y ha sido compuesto por tres principales autores. En
lo egipcio ha trabajado el Sr. J. Krall; en lo greco-latino el Sr. K.
Wessely, y en lo arábigo el Sr. J. Karabacek, de quien es también la
Introducción de la obra.
Como yo no acierto á escribir nunca con el conveniente disimulo ó
hipocresía, que alguien llama pudor literario, y, sin poderlo remediar,
impongo al público en mis secretos como si el público estuviese formado
de amigos íntimos, no he de ocultar aquí los sentimientos y
pensamientos, acaso abominables y vitandos, que acuden á mi alma ó en
ella se despiertan, al visitar la referida Exposición ó al hojear el
libro que la describe. ¿Hubiera perdido algo el linaje humano con que
todos estos papiros y papeles se hubiesen perdido sin llegar hasta
nosotros ó con que nunca el Sr. Graf los hubiese descubierto? Sin duda
que suministran datos importantes y fehacientes, que aclaran no pocos
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